Al día siguiente de la noche fatal en que había roto con Dunia y Pulqueria Alejandrovna, Piotr Petrovitch se despertó de buena mañana. Sus pensamientos se habían aclarado, y hubo de reconocer, muy a pesar suyo, que lo ocurrido la víspera, hecho que le había parecido fantástico y casi imposible ntonces, era completamente real e irremediable. La negra serpiente del amor propio herido no había cesado de roerle el corazón en toda la noche. Lo primero que hizo al saltar de la cama fue ir a mirarse al espejo: temía haber sufrido un derrame de bilis.
Afortunadamente, no se había producido tal derrame. Al ver su rostro blanco, de persona distinguida, y un tanto carnoso, se consoló momentáneamente y tuvo el convencimiento de que no le sería difícilreemplazar a Dunia incluso con ventaja; pero pronto volvió a ver las cosas tal como eran, y entonces lanzó un fuerte salivazo, lo que arrancó una sonrisa de burla a su joven amigo y compañero de habitación Andrés Simonovitch Lebeziatnikof. Piotr Petrovitch, que había advertido esta sonrisa, la anotó en él debe, ya bastante cargado desde hacía algún tiempo, de Andrés Simonovitch.
Su cólera aumentó, y se dijo que no debió haber confiado a su compañero de hospedaje el resultado de su entrevista de la noche anterior. Era la segunda torpeza que su irritación y la necesidad de expansionarse le habían llevado a cometer. Para colmo de desdichas, el infortunio le persiguió durante toda la mañana. En el Senado tuvo un fracaso al debatirse su asunto. Un último incidente colmó su mal humor. El propietario del departamento que había alquilado con miras a su próximo matrimonio, departamento que había hecho reparar a costa suya, se negó en redondo a rescindir el contrato. Este hombre era extranjero, un obrero alemán enriquecido, y reclamaba el pago de los alquileres estipulados en el contrato de arrendamiento, a pesar de que Piotr Petrovitch le devolvía la vivienda tan remozada que parecía nueva. Además, el mueblista pretendía quedarse hasta el último rublo de la cantidad anticipada por unos muebles que Piotr Petrovitch no había recibido todavía.
«¡No voy a casarme sólo por tener los muebles!», exclamó para sí mientras rechinaba los dientes. Pero, al mismo tiempo, una última esperanza, una loca ilusión, pasó por su pensamiento. «¿Es verdaderamente irremediable el mal?
¿No podría intentarse algo todavía?» El seductor recuerdo de Dunetchka le atravesó el corazón como una aguja, y si en aquel momento hubiera bastado un simple deseo para matar a Raskolnikof, no cabe duda de que Piotr Petrovitch lo habría expresado.
«Otro error mío ha sido no darles dinero —siguió pensando mientras regresaba, cabizbajo, al rincón de Lebeziatnikof—. ¿Por qué demonio habré sido tan judío? Mis cálculos han fallado por completo. Yo creía que, dejándolas momentáneamente en la miseria, las preparaba para que luego vieran en mí a la providencia en persona. Y se me han escapado de las manos…Si les hubiera dado…, ¿qué diré yo?, unos mil quinientos rublos para el ajuar, para comprar esas telas y esos menudos objetos, esas bagatelas, en fin, que se venden en el bazar inglés, me habría conducido con más habilidad y el negocio me habría ido mejor. Ellas no me habrían soltado tan fácilmente.
Por su manera de ser, después de la ruptura se habrían creído obligadas a devolverme el dinero recibido, y esto no les habría sido ni grato ni fácil.
Además, habría entrado en juego su conciencia. Se habrían dicho que cómo podían romper con un hombre que se había mostrado tan generoso y delicado con ellas. En fin, que he cometido una verdadera pifia.»
Y Piotr Petrovitch, con un nuevo rechinar de dientes, se llamó imbécil a sí mismo.Después de llegar a esta conclusión, volvió a su alojamiento más irritado y furioso que cuando había salido. Sin embargo, al punto despertó su curiosidad el bullicio que llegaba de las habitaciones de Catalina Ivanovna, donde se estaba preparando la comida de funerales. El día anterior había oído decir algo de esta ceremonia. Incluso se acordó de que le habían invitado, aunque sus muchas preocupaciones le habían impedido prestar atención.
Se apresuró a informarse de todo, preguntando a la señora Lipevechsel, que, por hallarse ausente Catalina Ivanovna (estaba en el cementerio), se cuidaba de todo y correteaba en torno a la mesa, ya preparada para la colación.
Así se enteró Piotr Petrovitch de que la comida de funerales sería un acto solemne. Casi todos los inquilinos, incluso algunos que ni siquiera habían conocido al difunto, estaban invitados. Andrés Simonovitch Lebeziatnikof se sentaría a la mesa, no obstante, su reciente disgusto con Catalina Ivanovna. A él, Piotr Petrovitch, se le esperaba como al huésped distinguido de la casa.
Amalia Ivanovna había recibido una invitación en toda regla a pesar de sus diferencias con Catalina Ivanovna. Por eso ahora se preocupaba de la comida con visible satisfacción. Se había arreglado como para una gran solemnidad: aunque iba de luto, lucía orgullosamente un flamante vestido de seda.
Todos estos informes y detalles inspiraron a Piotr Petrovitch una idea que ocupaba su magín mientras regresaba a su habitación, mejor dicho, a la de Andrés Simonovitch Lebeziatnikof.
Andrés Simonovitch había pasado toda la mañana en su aposento, no sé por qué motivo. Entre éste y Piotr Petrovitch se habían establecido unas relaciones sumamente extrañas, pero fáciles de explicar. Piotr Petrovitch le odiaba, le despreciaba profundamente, casi desde el mismo día en que se había instalado en su habitación; pero, al mismo tiempo, le temía. No era únicamente la tacañería lo que le había llevado a hospedarse en aquella casa a su llegada a Petersburgo. Este motivo era el principal, pero no el único.
Estando aún en su localidad provinciana, había oído hablar de Andrés Simonovitch, su antiguo pupilo, al que se consideraba como uno de los jóvenes progresistas más avanzados de la capital, e incluso como un miembro destacado de ciertos círculos, verdaderamente curiosos, que gozaban de extraordinaria reputación. Esto había impresionado a Piotr Petrovitch.
Aquellos círculos todopoderosos que nada ignoraban, que despreciaban y desenmascaraban a todo el mundo, le infundían un vago terror. Claro que, al estar alejado de estos círculos, no podía formarse una idea exacta acerca de ellos. Había oído decir, como todo el mundo, que en Petersburgo había progresistas, nihilistas y toda suerte de enderezadores de entuertos, pero, como la mayoría de la gente, exageraba el sentido de estas palabras del modo más absurdo. Lo que más le inquietaba desde hacía ya tiempo, lo que le llenaba de una intranquilidad exagerada y continua, eran las indagaciones que realizabantales partidos. Sólo por esta razón había estado mucho tiempo sin decidirse a elegir Petersburgo como centro de sus actividades.
Estas sociedades le inspiraban un terror que podía calificarse de infantil.
Varios años atrás, cuando comenzaba su carrera en su provincia, había visto a los revolucionarios desenmascarar a dos altos funcionarios con cuya protección contaba. Uno de estos casos terminó del modo más escandaloso en contra del denunciado; el otro había tenido también un final sumamente enojoso. De aquí que Piotr Petrovitch, apenas llegado a Petersburgo, procurase enterarse de las actividades de tales asociaciones: así, en caso de necesidad, podría presentarse como simpatizante y asegurarse la aprobación de las nuevas generaciones. Para esto había contado con Andrés Simonovitch, y que se había adaptado rápidamente al lenguaje de los reformadores lo demostraba su visita a Raskolnikof.
Pero en seguida se dio cuenta de que Andrés Simonovitch no era sino un pobre hombre, una verdadera mediocridad. No obstante, ello no alteró sus convicciones ni bastó para tranquilizarle. Aunque todos los progresistas hubieran sido igualmente estúpidos, su inquietud no se habría calmado.
Aquellas doctrinas, aquellas ideas, aquellos sistemas (con los que Andrés Simonovitch le llenaba la cabeza) no le impresionaban demasiado. Sólo deseaba poder seguir el plan que se había trazado, y, en consecuencia, únicamente le interesaba saber cómo se producían los escándalos citados anteriormente y si los hombres que los provocaban eran verdaderamente todopoderosos. En otras palabras, ¿tendría motivos para inquietarse si se le denunciaba cuando emprendiera algún negocio? ¿Por qué actividades se le podía denunciar? ¿Quiénes eran los que atraían la atención de semejantes inspectores? Y, sobre todo, ¿podría llegar a un acuerdo con tales investigadores, comprometiéndolos, al mismo tiempo, en sus asuntos, si eran en verdad tan temibles? ¿Sería prudente intentarlo? ¿No se les podría incluso utilizar para llevar a cabo los propios proyectos? Piotr Petrovitch se habría podido hacer otras muchas preguntas como éstas…
Andrés Simonovitch era un hombrecillo enclenque, escrofuloso, que pertenecía al cuerpo de funcionarios y trabajaba en una oficina pública. Su cabello era de un rubio casi blanco y lucía unas pobladas patillas de las que se sentía sumamente orgulloso. Casi siempre tenía los ojos enfermos. En el fondo, era una buena persona, pero su lenguaje, de una presunción que rayaba en la pedantería, contrastaba grotescamente con su esmirriada figura. Se le consideraba como uno de los inquilinos más distinguidos de Amalia Ivanovna, ya que no se embriagaba y pagaba puntualmente el alquiler.
Pese a todas estas cualidades, Andrés Simonovitch era bastante necio. Su afiliación al partido progresista obedeció a un impulso irreflexivo. Era uno deesos innumerables pobres hombres, de esos testarudos ignorantes que se apasionan por cualquier tendencia de moda, para envilecerla y desacreditarla en seguida. Estos individuos ponen en ridículo todas las causas, aunque a veces se entregan a ellas con la mayor sinceridad.
Digamos además que Lebeziatnikof, a pesar de su buen carácter, empezaba también a no poder soportar a su huésped y antiguo tutor Piotr Petrovitch: la antipatía había surgido espontánea y recíprocamente por ambas partes. Por poco perspicaz que fuera, Andrés Simonovitch se había dado cuenta de que Piotr Petrovitch no era sincero con él y le despreciaba secretamente; en una palabra, que tenía ante sí a un hombre distinto del que Lujine aparentaba ser.
Había intentado exponerle el sistema de Fourier y la teoría de Darwin, pero Piotr Petrovitch le escuchaba con un gesto sarcástico desde hacía algún tiempo, y últimamente incluso le respondía con expresiones insultantes. En resumen, que Lujine se había dado cuenta de que Andrés Simonovitch era, además de un imbécil, un charlatán que no tenía la menor influencia en el partido. Sólo sabía las cosas por conductos sumamente indirectos, e incluso en su misión especial, la de la propaganda, no estaba muy seguro, pues solía armarse verdaderos enredos en sus explicaciones. Por consiguiente, no era de temer como investigador al servicio del partido.
Digamos de paso que Piotr Petrovitch, al instalarse en casa de Lebeziatnikof, sobre todo en los primeros días, aceptaba de buen grado los cumplimientos, verdaderamente extraños, de su patrón, o, por lo menos, no protestaba cuando Andrés Simonovitch le consideraba dispuesto a favorecer el establecimiento de una nueva commune en la calle de los Bourgeois, o a consentir que Dunetchka tuviera un amante al mes de casarse con ella, o a comprometerse a no bautizar a sus hijos. Le halagaban de tal modo las alabanzas, fuera cual fuere su condición, que no rechazaba estos cumplimientos.
Aquella mañana había negociado varios títulos y, sentado a la mesa, contaba los fajos de billetes que acababa de recibir. Andrés Simonovitch, que casi siempre andaba escaso de dinero, se paseaba por la habitación, fingiendo mirar aquellos papeles con una indiferencia rayana en el desdén. Desde luego, Piotr Petrovitch no admitía en modo alguno la sinceridad de esta indiferencia, y Lebeziatnikof, además de comprender esta actitud de Lujine se decía, no sin amargura, que aun se complacía en mostrarle su dinero para mortificarle, hacerle sentir su insignificancia y recordarle la distancia que los bienes de fortuna establecían entre ambos.
Andrés Simonovitch advirtió que aquella mañana su huésped apenas le prestaba atención, a pesar de que él había empezado a hablarle de su tema favorito: el establecimiento de una nueva commune.Las objeciones y las lacónicas réplicas que lanzaba de vez en cuando Lujine sin interrumpir sus cuentas parecían impregnadas de una consciente ironía que se confundía con la falta de educación. Pero Andrés Simonovitch atribuía estas muestras de mal humor al disgusto que le había causado su ruptura con Dunetchka, tema que ardía en deseos de abordar. Consideraba que podía exponer sobre esta cuestión puntos de vista progresistas que consolarían a su respetable amigo y prepararían el terreno para su posterior filiación al partido.
—¿Sabe usted algo de la comida de funerales que da esa viuda vecina nuestra? —preguntó Piotr Petrovitch, interrumpiendo a Lebeziatnikof en el punto más interesante de sus explicaciones.
—Pero ¿no se acuerda de que le hablé de esto ayer y le di mi opinión sobre tales ceremonias…? Además, la viuda le ha invitado a usted. Incluso habló usted con ella ayer.
—Es increíble que esa imbécil se haya gastado en una comida de funerales todo el dinero que le dio ese otro idiota: Raskolnikof. Me he quedado estupefacto al ver hace un rato, al pasar, esos preparativos, esas bebidas…Ha invitado a varias personas. El diablo sabrá por qué lo hace.
Piotr Petrovitch parecía haber abordado este asunto con una intención secreta. De pronto levantó la cabeza y exclamó:
—¡Cómo! ¿Dice que me ha invitado también a mí? ¿Cuándo? No recuerdo…No pienso ir… ¿Qué papel haría yo en esa casa? Yo sólo crucé unas palabras con esa mujer para decirle que, como viuda pobre de un funcionario, podría obtener en concepto de socorro una cantidad equivalente a un año de sueldo del difunto. ¿Me habrá invitado por eso? ¡Je, je!
—Yo tampoco pienso ir —dijo Lebeziatnikof.
—Sería el colmo que fuera usted. Después de haber dado una paliza a esa señora, comprendo que no se atreva a ir a su casa. ¡Je, je, je!
—¿Qué yo le di una paliza? ¿Quién se lo ha dicho? —exclamó Lebeziatnikof, turbado y enrojeciendo.
—Me lo contaron ayer: hace un mes o cosa así, usted golpeó a Catalina Ivanovna… ¡Así son sus convicciones! Usted dejó a un lado su feminismo por un momento. ¡Je, je, je!
Piotr Petrovitch, que parecía muy satisfecho después de lo que acababa de decir, volvió a sus cuentas.
—Eso son estúpidas calumnias —replicó Andrés Simonovitch, que temía que este incidente se divulgara—. Las cosas no ocurrieron así. ¡No, ni mucho menos! lo que le han contado es una verdadera calumnia. Yo no hice más quedefenderme. Ella se arrojó sobre mí con las uñas preparadas. Casi me arranca una patilla…Yo considero que los hombres tenemos derecho a defendernos.
Por otra parte, yo no toleraré jamás que se ejerza sobre mí la menor violencia…Esto es un principio…Lo contrario sería favorecer el despotismo.
¿Qué quería usted que hiciera: que me dejase golpear pasivamente? Yo me limité a rechazarla.
Lujine dejó escapar su risita sarcástica.
—¡Je, je, je!
—Usted quiere molestarme porque está de mal humor. Y dice usted cosas que no tienen nada que ver con la cuestión del feminismo. Usted no me ha comprendido. Yo me dije que si se considera a la mujer igual al hombre incluso en lo que concierne a la fuerza física (opinión que empieza a extenderse), la igualdad debía existir también en el campo de la contienda.
Como es natural, después comprendí que no había lugar a plantear esta cuestión, ya que la sociedad futura estaría organizada de modo que las diferencias entre los seres humanos no existirían…Por lo tanto, es absurdo buscar la igualdad en lo que concierne a las riñas y a los golpes. Claro que no estoy ciego y veo que las querellas existen todavía…, pero, andando el tiempo no existirán, y si ahora existen… ¡Demonio! Uno pierde el hilo de sus ideas cuando habla con usted…Si no asisto a la comida de funerales no es por el incidente que estamos comentando, sino por principio, por no aprobar con mi presencia esa costumbre estúpida de celebrar la muerte con una comida…
Cierto que habría podido acudir por diversión, para reírme…Y habría ido si hubiesen asistido popes; pero, por desgracia, no asisten.
—Es decir, que usted aceptaría la hospitalidad que le ofrece una persona y se sentaría a su mesa para burlarse de ella y escupirle, por decirlo así, si no he entendido mal.
—Nada de escupir. Se trata de una simple protesta. Yo procedo con vistas a una finalidad útil. Así puedo prestar una ayuda indirecta a la propaganda de las nuevas ideas y a la civilización, lo que representa un deber para todos. Y este deber tal vez se cumple mejor prescindiendo de los convencionalismos sociales. Puedo sembrar la idea, la buena semilla. De esta semilla germinarán hechos. ¿En qué ofendo a las personas con las que procedo así? Empezarán por sentirse heridas, pero después verán que les he prestado un servicio. He aquí un ejemplo: se ha reprochado a Terebieva, que ahora forma parte de la commune y que ha dejado a su familia para…entregarse libremente, que haya escrito una carta a sus padres diciéndoles claramente que no quería vivir ligada a los prejuicios y que iba a contraer una unión libre. Se dice que ha sido demasiado dura, que debía haber tenido piedad y haberse conducido con más diplomacia. Pues bien, a mí me parece que este modo de pensar es absurdo,que en este caso las fórmulas están de más y se impone una protesta clara y directa. Otro caso: Ventza ha vivido siete años con su marido y lo ha abandonado con sus dos hijos, enviándole una carta en la que le ha dicho francamente: «Me he dado cuenta de que no puedo ser feliz a tu lado. No te perdonaré jamás que me hayas engañado, ocultándome que hay otra organización social: la commune. Me ha informado de ello últimamente un hombre magnánimo, al que me he entregado y al que voy a seguir para fundar con él una commune. Te hablo así porque me parecería vergonzoso engañarte.
Tú puedes hacer lo que quieras. No esperes que vuelva a tu lado: ya no es posible. Te deseo que seas muy feliz.» Así se han de escribir estas cartas.
—Oiga: esa Terebieva, ¿no es aquella de la que usted me dijo que andaba por la tercera unión libre?
—Bien mirado, sólo era la segunda. Pero aunque fuese la cuarta o la decimoquinta, esto tiene muy poca importancia. Ahora más que nunca siento haber perdido a mi padre y a mi madre. ¡Cuántas veces he soñado en mi protesta contra ellos! Ya me las habría arreglado para provocar la ocasión de decirles estas cosas. Estoy seguro de que les habría convencido. Los habría anonadado. Créame que siento no tener a nadie a quien…
—Anonadar. ¡Je, je, je! En fin, dejemos esto. Oiga: ¿conoce usted a la hija del difunto, esa muchachita delgaducha? ¿Verdad que es cierto lo que se dice de ella?
—¡He aquí un asunto interesante! A mi entender, es decir, según mis convicciones personales, la situación de esa joven es la más normal de la mujer. ¿Por qué no? Es decir, distinguons. En la sociedad actual, ese género de vida no es normal, desde luego, pues se adopta por motivos forzosos, pero lo será en la sociedad futura, donde se podrá elegir libremente. Por otra parte, ella tenía perfecto derecho a entregarse. Estaba en la miseria. ¿Por qué no había de disponer de lo que constituía su capital, por decirlo así?
Naturalmente, en la sociedad futura, el capital no tendría razón de ser, pero el papel de la mujer galante tomará otra significación y será regulado de un modo racional. En lo que concierne a Sonia Simonovna, yo considero sus actos en el momento actual como una viva protesta, una protesta simbólica contra el estado de la sociedad presente. Por eso siento por ella especial estimación, tanto, que sólo de verla experimento una gran alegría.
—Pues a mí me han dicho que usted la echó de la casa.
Lebeziatnikof montó en cólera.
—¡Nueva calumnia! —bramó—. Las cosas no ocurrieron así, ni mucho menos. ¡No, no, de ningún modo! Catalina Ivanovna lo ha contado todo como le ha parecido, porque no ha comprendido nada. Yo no he buscado nunca losfavores de Sonia Simonovna. Yo procuré únicamente ilustrarla del modo más desinteresado, esforzándome en despertar en ella el espíritu de protesta…Esto era todo lo que yo deseaba. Ella misma se dio cuenta de que no podía permanecer aquí.
—Supongo que la habrá invitado usted a formar parte de la commune.
—Permítame que le diga que usted todo lo toma a broma y que ello me parece lamentable. Usted no comprende nada. La commune no admite ciertas situaciones personales; precisamente se ha fundado para suprimirlas. El papel de esa joven perderá su antigua significación dentro de la commune: lo que ahora nos parece una torpeza, entonces nos parecerá un acto inteligente, y lo que ahora se considera una corrupción, entonces será algo completamente natural. Todo depende del medio, del ambiente. El medio lo es todo, y el hombre nada. En cuanto a Sonia Simonovna, mis relaciones con ella no pueden ser mejores, lo que demuestra que esa joven no me ha considerado jamás como enemigo. Verdad es que yo me esfuerzo por atraerla a nuestra agrupación, pero con intenciones completamente distintas a las que usted supone… ¿De qué se ríe? Nosotros tenemos el propósito de establecer nuestra propia commune sobre bases más sólidas que las precedentes; nosotros vamos más lejos que nuestros predecesores. Rechazamos muchas cosas. Si Dobroliubof saliera de la tumba, discutiría con él. En cuanto a Bielinsky, remacharé el clavo que él ha clavado. Entre tanto, sigo educando a Sonia Simonovna. Tiene un natural hermoso.
—Y usted se aprovecha de él, ¿no? ¡Je, je!
—De ningún modo; todo lo contrario.
—Dice que todo lo contrario. ¡Je, je! lo que es a usted, palabras no le faltan.
—Pero ¿por qué no me cree? ¿Por qué razón he de engañarle, dígame? Le aseguro que…, y yo soy el primer sorprendido…, ella se muestra conmigo extremadamente, casi morbosamente púdica.
—Y usted, naturalmente, sigue ilustrándola. ¡Je, je, je! Usted procura hacerle comprender que todos esos pudores son absurdos. ¡Je, je, je!
—¡De ningún modo, de ningún modo; se lo aseguro…! ¡Oh, qué sentido tan grosero y, perdóneme, tan estúpido da a la palabra «cultura»! Usted no comprende nada. ¡Qué poco avanzado está usted todavía, Dios mío! Nosotros deseamos la libertad de la mujer, y usted, usted sólo piensa en esas cosas…
Dejando a un lado las cuestiones de la castidad y el pudor femeninos, que a mi entender son absurdos e inútiles, admito la reserva de esa joven para conmigo.
Ella expresa de este modo su libertad de acción, que es el único derecho que puede ejercer. Desde luego, si ella viniera a decirme: «Te quiero», yo mesentiría muy feliz, pues esa muchacha me gusta mucho, pero en las circunstancias actuales nadie se muestra con ella más respetuoso que yo. Me limito a esperar y confiar.
—Sería más práctico que le hiciera usted un regalito. Estoy seguro de que no ha pensado en ello.
—Usted no comprende nada, se lo repito. La situación de esa muchacha le autoriza a pensar así, desde luego; pero no se trata de eso, no, de ningún modo.
Usted la desprecia sin más ni más. Aferrándose a un hecho que le parece, erróneamente, despreciable, se niega a considerar humanamente a un ser humano. Usted no sabe cómo es esa joven. Lo que me contraría es que en estos últimos tiempos ha dejado de leer. Ya no me pide libros, como hacía antes. También me disgusta que, a pesar de toda su energía y de todo el espíritu de protesta que ha demostrado, dé todavía pruebas de cierta falta de resolución, de independencia, por decirlo así; de negación, si quiere usted, que le impide romper con ciertos prejuicios…, con ciertas estupideces. Sin embargo, esa muchacha comprende perfectamente muchas cosas. Por ejemplo se ha dado exacta cuenta de lo que supone la costumbre de besar la mano, mediante la cual el hombre ofende a la mujer, puesto que le demuestra que no la considera igual a él. He debatido esta cuestión con mis compañeros y he expuesto a la chica los resultados del debate. También me escuchó atentamente cuando le hablé de las asociaciones obreras de Francia. Ahora le estoy explicando el problema de la entrada libre en las casas particulares en nuestra sociedad futura.
—¿Qué es eso?
—En estos últimos tiempos se ha debatido la cuestión siguiente: un miembro de la commune, ¿tiene derecho a entrar libremente en casa de otro miembro de la commune, a cualquier hora y sea este miembro varón o mujer…? La respuesta a esta pregunta ha sido afirmativa.
—¿Aun en el caso de que ese hombre o esa mujer estén ocupados en una necesidad urgente? ¡Je, je, je!
Andrés Simonovitch se enfureció.
—¡No tiene usted otra cosa en la cabeza! ¡Sólo piensa en esas malditas necesidades! ¡Qué arrepentido estoy de haberle expuesto mi sistema y haberle hablado de esas necesidades prematuramente! ¡El diablo me lleve! ¡Ésa es la piedra de toque de todos los hombres que piensan como usted! Se burlan de una cosa antes de conocerla. ¡Y todavía pretenden tener razón! Adoptan el aire de enorgullecerse de no sé qué. Yo siempre he sido de la opinión de que estas cuestiones no pueden exponerse a los novicios más que al final, cuando ya conocen bien el sistema, en una palabra, cuando ya han sido convenientementedirigidos y educados. Pero, en fin, dígame, se lo ruego, qué es lo que ve usted de vergonzoso y vil en…las letrinas, llamémoslas así. Yo soy el primero que está dispuesto a limpiar todas las letrinas que usted quiera, y no veo en ello ningún sacrificio. Por el contrario, es un trabajo noble, ya que beneficia a la sociedad, y desde luego superior al de un Rafael o un Pushkin, puesto que es más útil.
—Y más noble, mucho más noble. ¡Je, je, je!
—¿Qué quiere usted decir con eso de «más noble»? Yo no comprendo esas expresiones cuando se aplican a la actividad humana. Nobleza…, magnanimidad…Estos conceptos no son sino absurdas estupideces, viejas frases dictadas por los prejuicios y que yo rechazo. Todo lo que es útil a la humanidad es noble. Para mí sólo tiene valor una palabra: utilidad. Ríase usted cuanto quiera, pero es así.
Piotr Petrovitch se desternillaba de risa. Había terminado de contar el dinero y se lo había guardado, dejando sólo algunos billetes en la mesa. El tema de las letrinas, pese a su vulgaridad, había motivado más de una discusión entre Piotr Petrovitch y su joven amigo.
Lo gracioso del caso era que Andrés Simonovitch se enfadaba de verdad.
Lujine no veía en ello sino un pasatiempo, y entonces sentía el deseo especial de ver a Lebeziatnikof encolerizado.
—Usted está tan nervioso y cizañero por su fracaso de ayer —se atrevió a decir Andrés Simonovitch, que, pese a toda su independencia y a sus gritos de protesta, no osaba enfrentarse abiertamente con Piotr Petrovitch, pues sentía hacia él, llevado sin duda de una antigua costumbre, cierto respeto.
—Dígame una cosa —replicó Lujine en un tono de grosero desdén—: ¿podría usted…? Mejor dicho, ¿tiene usted la suficiente confianza en esa joven para hacerla venir un momento? Me parece que ya han regresado todos del cementerio. Los he oído subir. Necesito ver un momento a esa muchacha.
—¿Para qué? —preguntó Andrés Simonovitch, asombrado.
—Tengo que hablarle. Me marcharé pronto de aquí y quisiera hacerle saber que…Pero, en fin; usted puede estar presente en la conversación. Esto será lo mejor, pues, de otro modo, sabe Dios lo que usted pensaría.
—Yo no pensaría absolutamente nada. No he dado a mi pregunta la menor importancia. Si usted tiene que tratar algún asunto con esa joven, nada más fácil que hacerla venir. Voy por ella, y puede estar usted seguro de que no les molestaré.
Efectivamente, al cabo de cinco minutos, Lebeziamikof llegaba con Sonetchka. La joven estaba, como era propio de ella, en extremo turbada ysorprendida. En estos casos, se sentía siempre intimidada: las caras nuevas le producían verdadero terror. Era una impresión de la infancia, que había ido acrecentándose con el tiempo.
Piotr Petrovitch le dispensó un cortés recibimiento, no exento de cierta jovial familiaridad, que parecía muy propia de un hombre serio y respetable como él que se dirigía a una persona tan joven y, en ciertos aspectos tan interesante. Se apresuró a instalarla cómodamente ante la mesa y frente a él.
Cuando se sentó, Sonia paseó una mirada en torno de ella: sus ojos se posaron en Lebeziatnikof, después en el dinero que había sobre la mesa y finalmente en Piotr Petrovitch, del que ya no pudieron apartarse. Se diría que había quedado fascinada. Lebeziatnikof se dirigió a la puerta.
Piotr Petrovitch se levantó, dijo a Sonia por señas que no se moviese y detuvo a Andrés Simonovitch en el momento en que éste iba a salir.
—¿Está abajo Raskolnikof? —le preguntó en voz baja—. ¿Ha llegado ya?
—¿Raskolnikof? Sí, está abajo. ¿Por qué? Sí, lo he visto entrar. ¿Por qué lo pregunta?
—Le ruego que permanezca aquí y que no me deje solo con esta…señorita.
El asunto que tenemos que tratar es insignificante, pero sabe Dios las conclusiones que podría extraer de nuestra entrevista esa gente…No quiero que Raskolnikof vaya contando por ahí… ¿Comprende lo que quiero decir?
—Comprendo, comprendo— dijo Lebeziatnikof con súbita lucidez—. Está usted en su derecho. Sus temores respecto a mí son francamente exagerados, pero…Tiene usted perfecto derecho a obrar así. En fin, me quedaré. Me iré al lado de la ventana y no los molestaré lo más mínimo. A mi juicio, usted tiene derecho a…
Piotr Petrovitch volvió al sofá y se sentó frente a Sonia. La miró atentamente, y su semblante cobró una expresión en extremo grave, incluso severa. «No vaya usted a imaginarse tampoco cosas que no son», parecía decir con su mirada. Sonia acabó de perder la serenidad.
—Ante todo, Sonia Simonovna, transmita mis excusas a su honorable madre…No me equivoco, ¿verdad? Catalina Ivanovna es su señora madre, ¿no es cierto?
Piotr Petrovitch estaba serio y amabilísimo. Evidentemente abrigaba las más amistosas relaciones respecto a Sonia.
—Sí —repuso ésta, presurosa y asustada—, es mi segunda madre.
—Pues bien, dígale que me excuse. Circunstancias ajenas a mi voluntad me impiden asistir al festín. Me refiero a esa comida de funerales a que ha tenido la gentileza de invitarme.—Se lo voy a decir ahora mismo.
Y Sonetchka se puso en pie en el acto.
—Tengo que decirle algo más —le advirtió Piotr Petrovitch, sonriendo ante la ingenuidad de la muchacha y su ignorancia de las costumbres sociales —. Sólo quien no me conozca puede suponerme capaz de molestar a otra persona, de hacerle venir a verme, por un motivo tan fútil como el que le acabo de exponer y que únicamente tiene interés para mí. No, mis intenciones son otras.
Sonia se apresuró a volver a sentarse. Sus ojos tropezaron de nuevo con los billetes multicolores, pero ella los apartó en seguida y volvió a fijarlos en Lujine. Mirar el dinero ajeno le parecía una inconveniencia, sobre todo en la situación en que se hallaba…Se dedicó a observar los lentes de montura de oro que Piotr Petrovitch tenía en su mano izquierda, y después fijó su mirada en la soberbia sortija adornada con una piedra amarilla que el caballero ostentaba en el dedo central de la misma mano. Finalmente, no sabiendo adónde mirar, fijó la vista en la cara de Piotr Petrovitch. El cual, tras un majestuoso silencio, continuó:
—Ayer tuve ocasión de cambiar dos palabras con la infortunada Catalina Ivanovna, y esto me bastó para darme cuenta de que se halla en un estado… anormal, por decirlo así.
—Cierto: es un estado anormal —se apresuró a repetir Sonia.
—O, para decirlo más claramente, más exactamente, en un estado
morboso.
—Sí, sí, más claramente…, morboso.
—Pues bien; llevado de un sentimiento humanitario y…y de compasión, por decirlo así, yo desearía serle útil, en vista de la posición extremadamente difícil en que forzosamente se ha de encontrar. Porque tengo entendido que es usted el único sostén de esa desventurada familia.
Sonia se levantó súbitamente.
—Permítame preguntarle —dijo— si usted le habló ayer de una pensión.
Ella me dijo que usted se encargaría de conseguir que se la dieran. ¿Es eso verdad?
—¡No, no, ni remotamente! Eso es incluso absurdo en cierto sentido. Yo sólo le hablé de un socorro temporal que se le entregaría por su condición de viuda de un funcionario muerto en servicio, y le advertí que tal socorro sólo podría recibirlo si contaba con influencias. Por otra parte, me parece que su difunto padre no solamente no había servido tiempo suficiente para tener derecho al retiro, sino que ni siquiera prestaba servicio en el momento de sumuerte. En resumen, que uno siempre puede esperar, pero que en este caso la esperanza tendría poco fundamento pues no existe el derecho de percibir socorro alguno… ¡Y ella soñaba ya con una pensión! ¡Je, je, je! ¡Qué imaginación posee esa señora!
—Sí, esperaba una pensión…, pues es muy buena y su bondad la lleva a creerlo todo…, y es…, sí, tiene usted razón…Con su permiso.
Sonia se dispuso a marcharse.
—Un momento. No he terminado todavía.
—¡Ah! Bien —balbuceó la joven.
—Siéntese, haga el favor.
Sonia, desconcertada, se sentó una vez más.
—Viendo la triste situación de esa mujer, que ha de atender a niños de corta edad, yo desearía, como ya le he dicho, serle útil en la medida de mis medios…Compréndame, en la medida de mis medios y nada más. Por ejemplo, se podría organizar una suscripción, o una rifa, o algo análogo, como suelen hacer en estos casos los parientes o las personas extrañas que desean acudir en ayuda de algún desgraciado. Esto es lo que quería decir. La cosa me parece posible.
—Sí, está muy bien…Dios se lo…—balbuceó Sonia sin apartar los ojos de Piotr Petrovitch.
—La cosa es posible, sí, pero…dejémoslo para más tarde, aunque hayamos de empezar hoy mismo. Nos volveremos a ver al atardecer, y entonces podremos establecer las bases del negocio, por decirlo así. Venga a eso de las siete. Confío en que Andrés Simonovitch querrá acompañarnos…Pero hay un punto que desearía tratar con usted previamente con toda seriedad. Por eso principalmente me he permitido llamarla, Sonia Simonovna. Yo creo que el dinero no debe ponerse en manos de Catalina Ivanovna. La comida de hoy es buena prueba de ello. No teniendo, como quien dice, un pedazo de pan para mañana, ni zapatos que ponerse, ni nada, en fin, hoy ha comprado ron de Jamaica, e incluso creo que café y vino de Madeira, lo he visto al pasar.
Mañana toda la familia volverá a estar a sus expensas y usted tendrá que procurarles hasta el último bocado de pan. Esto es absurdo. Por eso yo opino que la suscripción debe organizarse a espaldas de esa desgraciada viuda, para que sólo usted maneje el dinero. ¿Qué le parece?
—Pues…no sé…Ella es así sólo hoy…, una vez en la vida…Tenía en mucho poder honrar la memoria…Pero es muy inteligente. Además, usted puede hacer lo que le parezca, y yo le quedaré muy…muy…, y todos ellos también…Y Dios le…le…, y los huerfanitos…Sonia no pudo terminar: se lo impidió el llanto.
—Entonces no se hable más del asunto. Y ahora tenga la bondad de aceptar para las primeras necesidades de su madre esta cantidad, que representa mi aportación personal. Es mi mayor deseo que mi nombre no se pronuncie para nada en relación con este asunto. Aquí tiene. Como mis gastos son muchos, aun sintiéndolo de veras, no puedo hacer más.
Y Piotr Petrovitch entregó a Sonia un billete de diez rublos después de haberlo desplegado cuidadosamente. Sonia lo tomó, enrojeció, se levantó de un salto, pronunció algunas palabras ininteligibles y se apresuró a retirarse.
Piotr Petrovitch la acompañó con toda cortesía hasta la puerta. Ella salió de la habitación a toda prisa, profundamente turbada, y corrió a casa de Catalina Ivanovna, presa de extraordinaria emoción.
Durante toda esta escena, Andrés Simonovitch, a fin de no poner al diálogo la menor dificultad, había permanecido junto a la ventana, o había paseado en silencio por la habitación; pero cuando Sonia se hubo retirado, se acercó a Piotr Petrovitch y le tendió la mano con gesto solemne.
—Lo he visto todo y todo lo he oído —dijo, recalcando esta última palabra —. Lo que usted acaba de hacer es noble, es decir, humano. Ya he visto que usted no quiere que le den las gracias. Y aunque mis principios particulares me prohíben, lo confieso, practicar la caridad privada, pues no sólo es insuficiente para extirpar el mal, sino que, por el contrario, lo fomenta, no puedo menos de confesarle que su gesto me ha producido verdadera satisfacción. Sí, sí; su gesto me ha impresionado.
—¡Bah! No tiene importancia —murmuró Piotr Petrovitch un poco emocionado y mirando a Lebeziatnikof atentamente.
—Sí, sí que tiene importancia. Un hombre que como usted se siente ofendido, herido, por lo que ocurrió ayer, y que, no obstante, es capaz de interesarse por la desgracia ajena: un hombre así, aunque sus actos constituyan un error social, es digno de estimación. No esperaba esto de usted, Piotr Petrovitch, sobre todo teniendo en cuenta sus ideas, que son para usted una verdadera traba, ¡y cuán importante! ¡Ah, cómo le ha impresionado el incidente de ayer! —exclamó el bueno de Andrés Simonovitch, sintiendo que volvía a despertarse en él su antigua simpatía por Piotr Petrovitch—. Pero dígame: ¿por qué da usted tanta importancia al matrimonio legal, mi muy querido y noble Piotr Petrovitch? ¿Por qué conceder un puesto tan alto a esa legalidad? Pégueme si quiere, pero le confieso que me siento feliz, sí, feliz, de ver que ese compromiso se ha roto; de saber que es usted libre y de pensar que usted no está completamente perdido para la humanidad…Sí, me siento feliz: ya ve usted que le soy franco.—Yo doy importancia al matrimonio legal porque no quiero llevar cuernos —repuso Lujine, que parecía preocupado por decir algo— y porque tampoco quiero educar hijos de los que no sería yo el padre, como ocurre con frecuencia en las uniones libres que usted predica.
—¿Los hijos? ¿Ha dicho usted los hijos? —exclamó Andrés Simonovitch, estremeciéndose como un caballo de guerra que oye el son del clarín—. Desde luego, es una cuestión social de la más alta importancia, estamos de acuerdo, pero que se resolverá mediante normas muy distintas de las que rigen ahora.
Algunos llegan incluso a no considerarlos como tales, del mismo modo que no admiten nada de lo que concierne a la familia…Pero ya hablaremos de eso más adelante. Ahora analicemos tan sólo la cuestión de los cuernos. Le confieso que es mi tema favorito. Esta expresión baja y grosera difundida por Pushkin no figurará en los diccionarios del futuro. Pues, en resumidas cuentas, ¿qué es eso de los cuernos? ¡Oh, qué aberración! ¡Cuernos…! ¿Por qué? Eso es absurdo, no lo dude. La unión libre los hará desaparecer. Los cuernos no son sino la consecuencia lógica del matrimonio legal, su correctivo, por decirlo así…, un acto de protesta…Mirados desde este punto de vista, no tienen nada de humillantes. Si alguna vez…, aunque esto sea una suposición absurda…, si alguna vez yo contrajera matrimonio legal y llevara esos malditos cuernos, me sentiría muy feliz y diría a mi mujer: «Hasta este momento, amiga mía, me he limitado a quererte; pero ahora te respeto por el hecho de haber sabido protestar…» ¿Se ríe…? Eso prueba que no ha tenido usted valor para romper con los prejuicios… ¡El diablo me lleve…!
Comprendo perfectamente el enojo que supone verse engañado cuando se está casado legalmente; pero esto no es sino una mísera consecuencia de una situación humillante y degradante para los dos cónyuges. Porque cuando a uno le ponen los cuernos con toda franqueza, como sucede en las uniones libres, se puede decir que no existen, ya que pierden toda su significación, e incluso el nombre de cuernos. Es más, en este caso, la mujer da a su compañero una prueba de estimación, ya que le considera incapaz de oponerse a su felicidad y lo bastante culto para no intentar vengarse del nuevo esposo… ¡El diablo me lleve…! Yo me digo a veces que si me casase, si me uniese a una mujer, legal o libremente, que eso poco importa, y pasara el tiempo sin que mi mujer tuviera un amante, se lo llevaría yo mismo y le diría: «Amiga mía, te amo de veras, pero lo que más me importa es merecer tu estimación.» ¿Qué le parece?
¿Tengo razón o no la tengo?
Piotr Petrovitch sonrió burlonamente pero con gesto distraído. Su pensamiento estaba en otra parte, cosa que Lebeziatnikof no tardó en notar, además de leer la preocupación en su semblante.
Lujine parecía afectado y se frotaba las manos con aire pensativo. Andrés
Simonovitch recordaría estos detalles algún tiempo después.
No es fácil explicar cómo había nacido en el trastornado cerebro de Catalina Ivanovna la idea insensata de aquella comida. En ella había invertido la mitad del dinero que le había entregado Raskolnikof para el entierro de Marmeladof. Tal vez se creía obligada a honrar convenientemente la memoria del difunto, a fin de demostrar a todos los inquilinos, y sobre todo a Amalia Ivanovna, que él valía tanto como ellos, si no más, y que ninguno tenía derecho a adoptar un aire de superioridad al compararse con él. Acaso aquel proceder obedecía a ese orgullo que en determinadas circunstancias, y especialmente en las ceremonias públicas ineludibles para todas las clases sociales, impulsa a los pobres a realizar un supremo esfuerzo y sacrificar sus últimos recursos solamente para hacer las cosas tan bien como los demás y no dar pábulo a comadreos.
También podía ser que Catalina Ivanovna, en aquellos momentos en que su soledad y su infortunio eran mayores, experimentara el deseo de demostrar a aquella «pobre gente» que ella, como hija de un coronel y persona educada en una noble y aristocrática mansión, no sólo sabía vivir y recibir, sino que no había nacido para barrer ni para lavar por las noches la ropa de sus hijos. Estos arrebatos de orgullo y vanidad se apoderan a veces de las más míseras criaturas y cobran la forma de una necesidad furiosa e irresistible. Por otra parte, Catalina Ivanovna no era de esas personas que se aturden ante la desgracia. Los reveses de fortuna podían abrumarla, pero no abatir su moral ni anular su voluntad.
Tampoco hay que olvidar que Sonetchka afirmaba, y no sin razón, que no estaba del todo cuerda. Esto no era cosa probada, pero últimamente, en el curso de todo un año, su pobre cabeza había tenido que soportar pruebas especialmente rudas. En fin, también hay que tener en cuenta que, según los médicos, la tisis, en los períodos avanzados de su evolución, perturba las facultades mentales.
Las botellas no eran numerosas ni variadas. No se veía en la mesa vino de Madeira: Lujine había exagerado. Había, verdad es, otros vinos, vodka, ron, oporto, todo de la peor calidad, pero en cantidad suficiente. El menú, preparado en la cocina de Amalia Ivanovna, se componía, además del kutia ritual, de tres o cuatro platos, entre los que no faltaban los populares crêpes.
Además, se habían preparado dos samovares para los invitados que quisieran tomar té o ponche después de la comida.Catalina Ivanovna se había encargado personalmente de las compras ayudada por un inquilino de la casa, un polaco famélico que habitaba, sólo Dios sabía por qué, en el departamento de la señora Lipevechsel y que desde el primer momento se había puesto a disposición de la viuda. Desde el día anterior había demostrado un celo extraordinario. A cada momento y por la cuestión más insignificante iba a ponerse a las órdenes de Catalina Ivanovna, y la perseguía hasta los Gostiny Dvor, llamándola pani comandanta. De aquí que, después de haber declarado que no habría sabido qué hacer sin este hombre, Catalina Ivanovna acabara por no poder soportarlo. Esto le ocurría con frecuencia: se entusiasmaba ante el primero que se presentaba a ella, lo adornaba con todas las cualidades imaginables, le atribuía mil méritos inexistentes, pero en los que ella creía de todo corazón, para sentirse de pronto desencantada y rechazar con palabras insultantes al mismo ante el cual se había inclinado horas antes con la más viva admiración. Era de natural alegre y bondadoso, pero sus desventuras y la mala suerte que la perseguía le hacían desear tan furiosamente la paz y el bienestar, que el menor tropiezo la ponía fuera de sí, y entonces, a las esperanzas más brillantes y fantásticas sucedían las maldiciones, y desgarraba y destruía todo cuanto caía en sus manos, y terminaba por dar cabezadas en las paredes.
Amalia Feodorovna adquirió una súbita y extraordinaria importancia a los ojos de Catalina Ivanovna y el puesto que ocupaba en su estimación se amplió considerablemente, tal vez por el solo motivo de haberse entregado en alma y vida a la organización de la comida de funerales. Se había encargado de poner la mesa, proporcionando la mantelería, la vajilla y todo lo demás, amén de preparar los platos en su propia cocina.
Catalina Ivanovna le había delegado sus poderes cuando tuvo que ir al cementerio, y Amalia Feodorovna se había mostrado digna de esta confianza.
La mesa estaba sin duda bastante bien puesta. Cierto que los platos, los vasos, los cuchillos, los tenedores no hacían juego, porque procedían de aquí y de allá; pero a la hora señalada todo estaba a punto, y Amalia Feodorovna, consciente de haber desempeñado sus funciones a la perfección, se pavoneaba con un vestido negro y un gorro adornado con flamantes cintas de luto. Y así ataviada recibía a los invitados con una mezcla de satisfacción y orgullo.
Este orgullo, aunque legítimo, contrarió a Catalina Ivanovna, que pensó: «¡Cualquiera diría que nosotros no habríamos podido poner la mesa sin su ayuda!» El gorro adornado con cintas nuevas le chocó también. «Esta estúpida alemana estará diciéndose que, por caridad, ha venido en socorro nuestro, pobres inquilinos. ¡Por caridad! ¡Habrase visto!» En casa del padre de Catalina Ivanovna, que era coronel y casi gobernador, se reunían a veces cuarenta personas en la mesa, y aquella Amalia Feodorovna, mejor dicho, Ludwigovna, no habría podido figurar entre ellas de ningún modo.Catalina Ivanovna decidió no manifestar sus sentimientos en seguida, pero se prometió parar los pies aquel mismo día a aquella impertinente que sabe Dios lo que se habría creído. Por el momento se limitó a mostrarse fría con ella.
Otra circunstancia contribuyó a irritar a Catalina Ivanovna. Excepto el polaco, ningún inquilino había ido al cementerio. Pero en el momento de sentarse a la mesa acudió la gente más mísera e insignificante de la casa.
Algunos incluso se presentaron vestidos de cualquier modo. En cambio, las personas un poco distinguidas parecían haberse puesto de acuerdo para no presentarse, empezando por Lujine, el más respetable de todos.
El mismo día anterior, por la noche, Catalina Ivanovna había explicado a todo el mundo, es decir, a Amalia Feodorovna, a Poletchka, a Sonia y al polaco, que Piotr Petrovitch era un hombre noble y magnánimo, y además rico y superiormente relacionado, que había sido amigo de su primer esposo y había frecuentado la casa de su padre. Y afirmó que le había prometido dar los pasos necesarios para que le asignaran una importante pensión. A propósito de esto hay que decir que cuando Catalina Ivanovna se hacía lenguas de la fortuna o las relaciones de alguien y se envanecía de ello, no lo hacía por interés personal, sino simplemente para realzar el prestigio de la persona que era objeto de sus alabanzas.
Como Lujine, y seguramente por seguir su ejemplo, faltaba aquel tunante de Lebeziatnikof. ¿Qué idea se habría forjado de sí mismo aquel hombre? Ella le había invitado solamente porque compartía la habitación de Piotr Petrovitch y habría sido un desaire no hacerlo. Tampoco habían acudido una gran señora y su hija, no ya demasiado joven, que vivían desde hacía sólo dos semanas en casa de la señora Lipevechsel, pero que habían tenido tiempo para quejarse más de una vez de los ruidos y los gritos procedentes de la habitación de los Marmeladof, sobre todo cuando el difunto llegaba bebido. Como es de suponer, Catalina Ivanovna había sido informada inmediatamente de ello por Amalia Ivanovna en persona, que, en el calor de sus disputas, había llegado a amenazarla con echarla a la calle con toda su familia por turbar —así lo decía a voz en grito— el reposo de unos inquilinos tan honorables que los Marmeladof no eran dignos ni siquiera de atarles los cordones de los zapatos.
Catalina Ivanovna había tenido especial interés en invitar a aquellas dos damas «a las que ni siquiera merecía atar los cordones de los zapatos», sobre todo porque le habían vuelto la cabeza desdeñosamente cada vez que se habían encontrado con ella. Catalina Ivanovna se decía que su invitación era un modo de demostrarles que era superior a ellas en sentimientos y que sabía perdonar las malas acciones. Por otra parte, las invitadas tendrían ocasión de convencerse de que ella no había nacido para vivir como vivía. Catalina Ivanovna tenía la intención de explicarles todo esto en la mesa, hablándolestambién de las funciones de gobernador desempeñadas en otros tiempos por su padre. Y entonces, de paso, les diría que no había motivo para que le volviesen la cabeza cuando se cruzaban con ella y que tal proceder era sencillamente ridículo.
También faltaba un grueso teniente coronel (en realidad no era más que un capitán retirado), pero se supo que estaba enfermo y obligado a guardar cama desde el día anterior.
En fin, que sólo asistieron, además del polaco, un miserable empleadillo, de aspecto horrible, vestido con ropas grasientas, que despedía un olor nauseabundo y, por añadidura, era mudo como un poste; un viejecillo sordo y casi ciego que había sido empleado de correos y cuya pensión en casa de Amalia Ivanovna corría a cargo, desde tiempo inmemorial y sin que nadie supiera por qué, de un desconocido; un teniente retirado, o, mejor dicho, empleado de intendencia…
Este último entró del modo más incorrecto, lanzando grandes carcajadas.
¡Y sin chaleco!
Apareció otro invitado, que fue a sentarse a la mesa directamente, sin ni siquiera saludar a Catalina Ivanovna. Y, finalmente, se presentó un individuo en bata. Esto era demasiado, y Amalia Ivanovna lo hizo salir con ayuda del polaco. Éste había traído a dos compatriotas que nadie de la casa conocía, porque jamás habían vivido en ella.
Todo esto irritó profundamente a Catalina Ivanovna, que juzgó que no valía la pena haber hecho tantos preparativos. Por temor a que faltara espacio, había dispuesto los cubiertos de los niños no en la mesa común, que ocupaba casi toda la habitación, sino en un rincón sobre un baúl. Los dos más pequeños estaban sentados en una banqueta, y Poletchka, como niña mayor, había de cuidar de ellos, hacerles comer, sonarlos, etc.
Dadas las circunstancias, Catalina Ivanovna se creyó obligada a recibir a sus invitados con la mayor dignidad e incluso con cierta altanería. Les dirigió, especialmente a algunos, una mirada severa y los invitó desdeñosamente a sentarse a la mesa. Achacando, sin que supiera por qué, a Amalia Ivanovna la culpa de la ausencia de los demás invitados, empezó de pronto a tratarla con tanta descortesía, que la patrona no tardó en advertirlo y se sintió profundamente ofendida.
La comida comenzó bajo los peores auspicios. Al fin todo el mundo se sentó a la mesa. Raskolnikof había aparecido en el momento en que regresaban los que habían ido al cementerio. Catalina Ivanovna se mostró encantada de verle, en primer lugar porque, entre todos los presentes, él era la única persona culta (lo presentó a sus invitados diciendo que dos años despuéssería profesor de la universidad de Petersburgo), y en segundo lugar, porque se había excusado inmediatamente y en los términos más respetuosos de no haber podido asistir al entierro, pese a sus grandes deseos de no faltar.
Catalina Ivanovna se arrojó sobre él y lo sentó a su izquierda, ya que Amalia Ivanovna se había sentado a su derecha, e inmediatamente empezó a hablar con él en voz baja, a pesar del bullicio que había en la habitación y de sus preocupaciones de dueña de casa que quería ver bien servido a todo el mundo, y, además, pese a la tos que le desgarraba el pecho. Catalina Ivanovna confió a Raskolnikof su justa indignación ante el fracaso de la comida, indignación cortada a cada momento por las más incontenibles y mordaces burlas contra los invitados y especialmente contra la patrona.
—La culpable de todo es esa detestable lechuza, de ella y sólo de ella. Ya sabe usted de quién hablo.
Catalina Ivanovna le indicó a la patrona con un movimiento de cabeza y continuó:
—Mírela. Se da cuenta de que estamos hablando de ella, pero no puede oír lo que decimos: por eso abre tanto los ojos. ¡La muy lechuza! ¡Ja, ja, ja! —Un golpe de tos y continuó—: ¿Qué perseguirá con la exhibición de ese gorro? — Tosió de nuevo—. ¿Ha observado usted que pretende hacer creer a todo el mundo que me protege y me hace un honor asistiendo a esta comida? Yo le rogué que invitara a personas respetables, tan respetables como lo soy yo misma, y que diera preferencia a los que conocían al difunto. Y ya ve usted a quién ha invitado: a una serie de patanes y puercos. Mire ese de la cara sucia.
Es una porquería viviente…Y a esos polacos nadie los ha visto nunca aquí. Yo no tengo la menor idea de quiénes son ni de dónde han salido… ¿Para qué demonio habrán venido? Mire qué quietecitos están… ¡Eh, pane! —gritó de pronto a uno de ellos—. ¿Ha comido usted crêpes? ¡Coma más! ¡Y beba cerveza! ¿Quiere vodka…? Fíjese: se levanta y saluda. Mire, mire…Deben de estar hambrientos los pobres diablos. ¡Que coman! Por lo menos, no arman bulla…Pero temo por los cubiertos de la patrona, que son de plata…Oiga, Amalia Ivanovna —dijo en voz bastante alta, dirigiéndose a la señora Lipevechsel—, sepa usted que si se diera el caso de que desaparecieran sus cubiertos, yo me lavaría las manos. Se lo advierto.
Y se echó a reír a carcajadas, mirando a Raskolnikof e indicando a la patrona con movimientos de cabeza. Parecía muy satisfecha de su ocurrencia.
—No se ha enterado, todavía no se ha enterado. Ahí está con la boca abierta. Mírela: parece una lechuza, una verdadera lechuza adornada con cintas nuevas… ¡Ja, ja, ja!
Esta risa terminó en un nuevo y terrible acceso de tos que duró variosminutos. Su pañuelo se manchó de sangre y el sudor cubrió su frente. Mostró en silencio la sangre a Raskolnikof, y cuando hubo recobrado el aliento, empezó a hablar nuevamente con gran animación, mientras rojas manchas aparecían en sus pómulos.
—óigame, yo le confié la misión delicadísima, sí, verdaderamente delicada, de invitar a esa señora y a su hija…Ya sabe usted a quién me refiero…Había que proceder con sumo tacto. Pues bien, ella cumplió el encargo de tal modo, que esa estúpida extranjera, esa orgullosa criatura, esa mísera provinciana, que, en su calidad de viuda de un mayor, ha venido a solicitar una pensión y se pasa el día dando la lata por los despachos oficiales, con un dedo de pintura en cada mejilla, ¡a los cincuenta y cinco años…!; esa cursi, no sólo no se ha dignado aceptar mi invitación, sino que ni siquiera ha juzgado necesario excusarse, como exige la más elemental educación.
Tampoco comprendo por qué ha faltado Piotr Petrovitch…Pero ¿qué le habrá pasado a Sonia? ¿Dónde estará…? ¡Ah, ya viene…! ¿Qué te ha ocurrido, Sonia? ¿Dónde te has metido? Debiste arreglar las cosas de modo que pudieras acudir puntualmente a los funerales de tu padre…Rodion Romanovitch, hágale sitio a su lado…Siéntate, Sonia, y coge lo que quieras. Te recomiendo esta carne en gelatina. En seguida traerán los crêpes… ¿Ya están servidos los niños? ¿No te hace falta nada, Poletchka…? Pórtate bien, Lena; y tú, Kolia, no muevas las piernas de ese modo. Compórtate como un niño de buena familia… ¿Qué hay, Sonetchka?
Sonia se apresuró a transmitirle las excusas de Piotr Petrovitch, levantando la voz cuanto pudo, a fin de que todos la oyeran, y exagerando las expresiones de respeto de Lujine. Añadió que Piotr Petrovitch le había dado el encargo de decirle que vendría a verla tan pronto como le fuera posible para hablar de negocios, ponerse de acuerdo sobre los pasos que había de dar, etc.
Sonia sabía que estas palabras tranquilizarían a Catalina Ivanovna y, sobre todo, que serían un bálsamo para su amor propio. Se había sentado al lado de Raskolnikof y le había dirigido una mirada rápida y curiosa; pero durante el resto de la comida evitó mirarle y hablarle.
Al mismo tiempo que distraída, parecía estar atenta a descubrir el menor deseo en el semblante de su madrastra. Ninguna de las dos iba de luto, por no tener vestido negro. Sonia llevaba un trajecito pardo, y Catalina Ivanovna un vestido de indiana oscuro, a rayas, que era el único que tenía.
Las excusas de Piotr Petrovitch produjeron excelente impresión. Después de haber escuchado las palabras de Sonia con grave semblante, Catalina Ivanovna se informó con la misma dignidad de la salud de Piotr Petrovitch. En seguida dijo a Raskolnikof, casi en voz alta, que habría sido verdaderamente chocante ver un hombre tan serio y respetable como Lujine en aquella extrañasociedad, y que se comprendía que no hubiera acudido, a pesar de los lazos de amistad que le unían a su familia.
—He aquí por qué le agradezco especialmente, Rodion Romanovitch, que no haya despreciado mi hospitalidad, aunque usted está en condiciones parecidas —añadió en voz lo bastante alta para que todos la oyeran—.Estoy segura de que sólo la gran amistad que le unía a mi pobre esposo ha podido inducirle a mantener su palabra.
Acto seguido recorrió las caras de todos los invitados con una mirada ceñuda, y de pronto, de un extremo a otro de la mesa, preguntó al viejo sordo si no quería más asado y si había bebido oporto. El viejecito no contestó y tardó un buen rato en comprender lo que le preguntaban, aunque sus vecinos habían empezado a zarandearlo para reírse a su costa. Él no hacía más que mirar confuso en todas direcciones, lo que llevaba al colmo la alegría general.
—¡Qué estúpido! —exclamó Catalina Ivanovna, dirigiéndose a Raskolnikof—. ¡Fíjese! ¿Por qué le habrán traído? En cuanto a Piotr Petrovitch, siempre he estado segura de él, y en verdad puede decirse —ahora se dirigía a Amalia Ivanovna y con un gesto tan severo que la patrona se sintió intimidada— que no se parece en nada a sus quisquillosas provincianas. Mi padre no las habría querido ni para cocineras, y si mi difunto esposo les hubiera hecho el honor de recibirlas, habría sido tan sólo por su excesiva bondad.
—¡Y cómo le gustaba beber! —exclamó de pronto el antiguo empleado de intendencia mientras vaciaba su décima copa de vodka—.¡Tenía verdadera debilidad por la bebida!
Catalina Ivanovna se revolvió al oír estas palabras.
—Mi difunto marido tenía ciertamente ese defecto, nadie lo ignora, pero era un hombre de gran corazón que amaba y respetaba a su familia. Su desgracia fue que, llevado de su bondad excesiva, alternaba con todo el mundo, y sólo Dios sabe los desarrapados con que se reuniría para beber. Los individuos con que trataba valían menos que su dedo meñique. Figúrese usted, Rodion Romanovitch, que encontraron en su bolsillo un gallito de mazapán.
Ni siquiera cuando estaba embriagado olvidaba a sus hijos.
—¿Un gaaallito? —exclamó el ex empleado de intendencia—.¿Ha dicho usted un ga…gallito?
Catalina Ivanovna no se dignó contestar. Estaba pensativa. De pronto lanzó un suspiro.
Luego dijo, dirigiéndose a Raskolnikof:
—Usted creerá, sin duda, como cree todo el mundo, que yo era demasiadosevera con él. Pues no. Él me respetaba, me respetaba profundamente. Tenía un hermoso corazón y yo le compadecía a veces. Cuando, sentado en su rincón, levantaba los ojos hacia mí, yo me conmovía de tal modo, que sentía la tentación de mostrarme cariñosa con él. Pero me retenía la idea de que inmediatamente empezaría a beber de nuevo. Tenía que ser rigurosa, pues éste era el único modo de frenarlo.
—Sí —dijo el de intendencia, apurando una nueva copa de vodka—,había que tirarle de los pelos. Y muchas veces.
—Hay imbéciles —replicó vivamente Catalina Ivanovna —a los que no sólo habría que tirar del pelo, sino también que echarlos a la calle a escobazos…, y no me refiero al difunto precisamente.
Sus mejillas enrojecían cada vez más, la ahogaba la rabia y parecía a punto de estallar. Algunos invitados reían disimuladamente: al parecer, les divertía la escena. No faltaban los que incitaban al de intendencia, hablándole en voz baja: eran los eternos cizañeros.
—Per…mí…tame preguntarle a…quién se re…fiere usted —dijo el ex empleado—. Pero no…, no vale la pena…La cosa no tiene importancia…Una viuda…Una pobre viuda…La per…perdono…No se hable más del asunto.
Y se bebió otra copa de vodka.
Raskolnikof escuchaba todo esto en silencio y con una expresión de disgusto. Sólo comía por no desairar a Catalina Ivanovna, limitándose a mordisquear los manjares con que ella le llenaba continuamente el plato. Toda su atención estaba concentrada en Sonia. Ésta temblaba, dominada por una inquietud creciente, pues presentía que la comida terminaría mal, y seguía con la vista, aterrada, los progresos de la exasperación de Catalina Ivanovna. Sabía muy bien que ella misma, Sonia, había sido la causa principal del insultante desaire con que las dos damas habían respondido a la invitación de su madrastra. Se había enterado por Amalia Ivanovna de que la madre incluso se había sentido ofendida y había preguntado a la patrona: «¿Cree usted que yo puedo sentar a mi hija junto a esa…señorita?» La joven sospechaba que su madrastra estaba enterada de ello, en cuyo caso este insulto la mortificaría más que una afrenta dirigida contra ella misma, contra sus hijos y contra la memoria de su padre. En fin, que Catalina Ivanovna, ante el terrible ultraje, no descansaría hasta haber dicho a aquellas provincianas que las dos eran unas…, etc., etc.
Para colmo de desdichas, uno de los invitados que se sentaba en el otro extremo de la mesa envió a Sonia un plato donde se veían dos corazones traspasados por una flecha, modelados con pan de centeno. Catalina Ivanovna, en un súbito arranque de cólera, manifestó a voz en grito que el autor desemejante broma era seguramente un asno borracho.
Amalia Ivanovna, presa también de los peores presentimientos acerca del desenlace de la comida y, por otra parte, herida profundamente por la aspereza con que la trataba Catalina Ivanovna, se propuso dar un giro a la atención general y, al mismo tiempo, hacerse valer a los ojos de todos los presentes.
Para ello empezó a contar de pronto que un amigo suyo, que era farmacéutico y se llamaba Karl, había tomado una noche un simón cuyo cochero había intentado asesinarle.
—Y Karl le suplicó que no le matara, y se echó a llorar con las manos enlazadas. Tan aterrado estaba, que él también sintió su corazón traspasado.
Aunque esta historia le hizo sonreír, Catalina Ivanovna dijo que Amalia Ivanovna no debía contar anécdotas en ruso. La alemana se sintió profundamente ofendida y respondió que su Vater aus Berlin fue un hombre muy importante que paseaba todo el día las manos por los bolsillos.
La burlona Catalina Ivanovna no pudo contenerse y lanzó tal carcajada, que Amalia Ivanovna acabó por perder la paciencia y hubo de hacer un gran esfuerzo para no saltar.
—¿Ha oído usted a esa vieja lechuza? —siguió diciendo en voz baja Catalina Ivanovna a Raskolnikof—. Ha querido decir que su padre se paseaba con las manos en los bolsillos, y todo el mundo habrá creído que se estaba registrando los bolsillos a todas horas. ¡Ji, ji! ¿Ha observado usted, Rodion Romanovitch, que, por regla general, los extranjeros establecidos en Petersburgo, especialmente los alemanes, que llegan de Dios sabe dónde, son bastante menos inteligentes que nosotros? Dígame usted si no es una necedad contar una historia como esa del farmacéutico cuyo corazón estaba traspasado de espanto. El muy mentecato, en vez de echarse sobre el cochero y atarlo, enlaza las manos y llora y suplica… ¡Ah, qué mujer tan estúpida! Cree que esta historia es conmovedora y no se da cuenta de su necedad. A mi juicio, ese alcohólico que fue empleado de intendencia es más inteligente que ella.
Cuando menos, se ve en seguida que está dominado por la bebida y que hasta el último destello de su lucidez ha naufragado en alcohol…En cambio, todos esos que están tan serios y callados…Pero fíjese cómo abre los ojos esa mujer.
Está enojada… ¡Ja, ja, ja! Está que trina…
Catalina Ivanovna, con alegre entusiasmo, habló de otras mil cosas insignificantes, y de improviso anunció que tan pronto como obtuviera la pensión se retiraría a T***, su ciudad natal, para abrir un centro de enseñanza que se dedicaría a la educación de muchachas nobles. Aún no había hablado de este proyecto a Raskolnikof, y se lo expuso con todo detalle. Como por arte de magia, exhibió aquel diploma de que Marmeladof había hablado a Raskolnikof cuando le contó en una taberna que Catalina Ivanovna, al salir delpensionado, había bailado en presencia del gobernador y de otras personalidades la danza del chal. Podría creerse que Catalina Ivanovna utilizaba este diploma para demostrar su derecho a abrir un pensionado, pero su verdadero fin había sido otro: había pensado utilizarlo para confundir a aquellas provincianas endomingadas en el caso de que hubieran asistido a la comida de funerales, demostrándoles así que ella pertenecía a una de las familias más nobles, que era hija de un coronel y, en fin, que valía mil veces más que todas las advenedizas que en los últimos tiempos se habían multiplicado de un modo exorbitante.
El diploma dio la vuelta a la mesa. Los invitados lo pasaban de mano en mano, sin que Catalina Ivanovna se opusiera a ello, ya que aquel papel la presentaba en toutes lettres como hija de un consejero de la corte, de un caballero, lo que la autorizaba a considerarse hija de un coronel. Después, la viuda, inflamada de entusiasmo, empezó a hablar de la existencia tranquila y feliz que pensaba llevar en T***. Incluso se refirió a los profesores que llamaría para instruir a sus alumnas, citando al señor Mangot, viejo y respetable francés que le había enseñado a ella este idioma. Entonces estaba pasando los últimos años de su vida en T*** y no vacilaría en ingresar como profesor de su pensionado por un módico sueldo. Finalmente, anunció que Sonia la acompañaría y la ayudaría a dirigir el centro de enseñanza, lo cual produjo una risa ahogada en un extremo de la mesa.
Catalina Ivanovna fingió no haberla oído, pero, levantando de pronto la voz, empezó a enumerar las cualidades incontables que permitirían a Sonia Simonovna secundarla en su empresa. Ensalzó su dulzura, su paciencia, su abnegación, su nobleza de alma, su vasta cultura; dicho lo cual, le dio un golpecito cariñoso en la mejilla y se levantó para besarla, cosa que hizo dos veces. Sonia enrojeció y Catalina Ivanovna, hecha un mar de lágrimas, dijo de pronto que era una tonta que se dejaba impresionar demasiado por los acontecimientos y que, ya que la comida había terminado, iba a servir el té.
Entonces Amalia Ivanovna, molesta por el hecho de no haber podido pronunciar una sola palabra en la conversación precedente, y también al ver que nadie le prestaba atención, decidió arriesgarse nuevamente y, aunque dominada por cierta inquietud, hizo a Catalina Ivanovna la sabia observación de que debería prestar atención especialísima a la ropa interior de las alumnas (die Wasche) y de contratar una mujer para que se cuidara exclusivamente de ello (die Dame), y, en fin, que sería una medida prudente vigilar a las muchachas, de modo que no pudieran leer novelas por las noches. Catalina Ivanovna, que se hallaba bajo los efectos estimulantes de la animada ceremonia, le respondió ásperamente que sus observaciones eran desatinadas y que no entendía nada, que el cuidado de la Wasche incumbía al ama de llaves y no a la directora de un pensionado de muchachas nobles. En cuanto a laobservación relacionada con la lectura de novelas, le parecía simplemente una inconveniencia. Todo esto equivalía a decirle que se callase.
De pronto, Amalia Ivanovna enrojeció y replicó agriamente que ella siempre había dado muestras de las mejores intenciones y que hacía ya bastante tiempo que no recibía Geld por el alquiler de la habitación de Catalina Ivanovna. Ésta le replicó que mentía al hablar de buenas intenciones, pues el mismo día anterior, cuando el difunto estaba todavía en el aposento, se había presentado para reclamarle con malos modos el dinero del alquiler.
Entonces la patrona dijo que había invitado a las dos damas y que éstas no habían aceptado porque era nobles y no podían ir a casa de una mujer que no era noble. A lo cual repuso Catalina Ivanovna que, como ella no era nada, no estaba capacitada para juzgar a la verdadera nobleza. Amalia Ivanovna no pudo soportar esta insolencia y declaró que su Vater aus Berlin era un hombre muy importante que siempre iba con las manos en los bolsillos y haciendo «¡puaf, puaf!» Y para dar una idea más exacta de cómo era el tal Vater, la señora Lipevechsel se levantó, introdujo las dos manos en sus bolsillos, hinchó los carrillos y empezó a imitar el «¡puaf, puaf!» paterno, en medio de las risas de todos los inquilinos, cuya intención era alentarla, con la esperanza de asistir a una batalla entre las dos mujeres.
Catalina Ivanovna, incapaz de seguir conteniéndose, declaró a voz en grito que seguramente Amalia Ivanovna no había tenido nunca Vater, que era una vulgar finesa de Petersburgo, una borracha que había sido cocinera o algo peor.
La señora Lipevechsel se puso tan roja como un pimiento y replicó a grandes voces que era Catalina Ivanovna la que no había tenido Vater, pero que ella tenía un Vater aus Berlin que llevaba largos redingotes y siempre iba haciendo «¡puaf, puaf!»
Catalina Ivanovna respondió desdeñosamente que todo el mundo conocía su propio origen y que en su diploma se decía con caracteres de imprenta que era hija de un coronel, mientras que el padre de Amalia Ivanovna, en el caso de que existiera, debía de ser un lechero finés; pero que era más que probable que ella no tuviera padre, ya que nadie sabía aún cuál era su patronímico, es decir, si se llamaba Amalia Ivanovna o Amalia Ludwigovna.
Al oír estas palabras, la patrona, fuera de sí, empezó a golpear con el puño la mesa mientras decía a grandes gritos que ella era Ivanovna y no Ludwigovna, que su Vater se llamaba Johann y era bailío, cosa que no había sido jamás el Vater de Catalina Ivanovna.
Ésta se levantó en el acto y, con una voz cuya calma contrastaba con la palidez de su semblante y la agitación de su pecho, dijo a Amalia Ivanovna que si osaba volver a comparar, aunque sólo fuera una vez, a su miserableVater con su padre, le arrancaría el gorro y se lo pisotearía.
Al oír esto, Amalia Ivanovna empezó a ir y venir precipitadamente por la habitación, gritando con todas sus fuerzas que ella era la dueña de la casa y que Catalina Ivanovna debía marcharse inmediatamente.
Acto seguido se arrojó sobre la mesa y empezó a recoger sus cubiertos de plata.
A esto siguió una confusión y un alboroto indescriptibles. Los niños se echaron a llorar. Sonia se abalanzó sobre su madrastra para intentar retenerla, pero cuando Amalia Ivanovna aludió a la tarjeta amarilla, la viuda rechazó a la muchacha y se fue derecha a la patrona con la intención de poner en práctica su amenaza.
En este momento se abrió la puerta y apareció en el umbral Piotr Petrovitch Lujine, que paseó una mirada atenta y severa por toda la concurrencia.
Piotr Petrovitch —exclamó Catalina Ivanovna—, protéjame. Haga comprender a esta mujer estúpida que no tiene derecho a insultar a una noble dama abatida por el infortunio, y que hay tribunales para estos casos…Me quejaré ante el gobernador general en persona y ella tendrá que responder de sus injurias…En memoria de la hospitalidad que recibió usted de mi padre, defienda a estos pobres huérfanos.
—Permítame, señora, permítame —respondió Piotr Petrovitch, tratando de apartarla—. Yo no he tenido jamás el honor, y usted lo sabe muy bien, de tratar a su padre. Perdone, señora —alguien se echó a reír estrepitosamente—, pero no tengo la menor intención de mezclarme en sus continuas disputas con Amalia Ivanovna…Vengo aquí para un asunto personal. Deseo hablar inmediatamente con su hijastra Sonia Simonovna. Se llama así, ¿no es cierto? Permítame…
Y Piotr Petrovitch, pasando por el lado de Catalina Ivanovna, se dirigió al extremo opuesto de la habitación, donde estaba Sonia.
Catalina Ivanovna quedó clavada en el sitio, como fulminada. No comprendía por qué Piotr Petrovitch negaba que había sido huésped de su padre. Esta hospitalidad creada por su fantasía había llegado a ser para ella un artículo de fe. Por otra parte, le sorprendía el tono seco, altivo y casi desdeñoso con que le había hablado Lujine.Ante la aparición de Piotr Petrovitch se había ido restableciendo el silencio poco a poco. Aun dejando aparte que la gravedad y la corrección de aquel hombre de negocios contrastaba con el aspecto desaliñado de los inquilinos de la señora Lipevechsel, todos ellos comprendían que sólo un motivo de excepcional importancia podía justificar la presencia de Lujine en aquel lugar y, en consecuencia, esperaban un golpe teatral.
Raskolnikof, que estaba al lado de Sonia, se apartó para dejar el paso libre a Piotr Petrovitch, el cual, al parecer, no advirtió su presencia.
Transcurrido un instante, apareció Lebeziatnikof, pero no entró en la habitación, sino que se quedó en el umbral. En su semblante se mezclaban la curiosidad y la sorpresa, y prestó atención a lo que allí se decía, demostrando un vivo interés, pero con el gesto del que nada comprende.
—Perdónenme que les interrumpa —dijo Piotr Petrovitch sin dirigirse a nadie particularmente—, pero me he visto obligado a venir por un asunto de gran importancia. Además, celebro poder hablar ante testigos. Amalia Ivanovna, le ruego que, en su calidad de propietaria de la casa, preste atención al diálogo que voy a mantener con Sonia Simonovna.
Y volviéndose hacia la joven, que daba muestras de profunda sorpresa y estaba atemorizada, continuó:
—Sonia Simonovna, inmediatamente después de su visita he advertido la desaparición de un billete de Banco de cien rublos que estaba sobre una mesa en la habitación de mi amigo Andrés Simonovitch Lebeziatnikof. Si usted sabe dónde está ese billete y me lo dice, le doy palabra de honor, en presencia de todos estos testigos, de que el asunto no pasará adelante. En el caso contrario, me veré obligado a tomar medidas más serias, y entonces no tendrá derecho a quejarse sino de usted misma.
Un gran silencio siguió a estas palabras. Incluso los niños dejaron de llorar.
Sonia, pálida como una muerta, miraba a Lujine sin poder pronunciar palabra. Daba la impresión de no haber comprendido. Transcurrieron unos segundos.
—Bueno, decídase —le dijo Piotr Petrovitch, mirándola fijamente.
—Yo no sé…, yo no sé nada —repuso Sonia con voz débil.
—¿De modo que no sabe usted nada?
Dicho esto, Lujine dejó pasar varios segundos más. Luego continuó, en tono severo:
—Piénselo bien, señorita. Le doy tiempo para que reflexione. Comprenda que si no estuviera completamente seguro de lo que digo, me guardaría muchode acusarla tan formalmente como lo estoy haciendo. Tengo demasiada experiencia para exponerme a un proceso por difamación…Esta mañana he negociado varios títulos por un valor nominal de unos tres mil rublos. La suma exacta consta en mi cuaderno de notas. Al regresar a mi casa he contado el dinero: Andrés Simonovitch es testigo. Después de haber contado dos mil trescientos rublos, los he puesto en una cartera que me he guardado en el bolsillo. Sobre la mesa han quedado alrededor de quinientos rublos, entre los que había tres billetes de cien. Entonces ha llegado usted, llamada por mí, y durante todo el tiempo que ha durado su visita ha dado usted muestras de una agitación extraordinaria, hasta el extremo de que se ha levantado tres veces, en su prisa por marcharse, aunque nuestra conversación no había terminado.
Andrés Simonovitch es testigo de que todo cuanto acabo de decir es exacto.
Creo que no lo negará usted, señorita. La he mandado llamar por medio de Andrés Simonovitch con el exclusivo objeto de hablar con usted sobre la triste situación en que ha quedado su segunda madre, Catalina Ivanovna (cuya invitación me ha sido imposible atender), y tratar de la posibilidad de ayudarla mediante una rifa, una suscripción o algún otro procedimiento semejante…Le doy todos estos detalles, en primer lugar, para recordarle cómo han ocurrido las cosas, y en segundo, para que vea usted que lo recuerdo todo perfectamente…Luego he cogido de la mesa un billete de diez rublos y se lo he entregado, haciendo constar que era mi aportación personal y el primer socorro para su madrastra…Todo esto ha ocurrido en presencia de Andrés Simonovitch. Seguidamente la he acompañado hasta la puerta y he podido ver que estaba tan trastornada como cuando ha llegado. Cuando usted ha salido, yo he estado conversando durante unos diez minutos con Andrés Simonovitch.
Finalmente, él se ha retirado y yo me he acercado a la mesa para recoger el resto de mi dinero, contarlo y guardarlo. Entonces, con profundo asombro, he visto que faltaba uno de los tres billetes. Comprenda usted, señorita. No puedo sospechar de Andrés Simonovitch. La simple idea de esta sospecha me parece un disparate. Tampoco es posible que me haya equivocado en mis cuentas, porque las he verificado momentos antes de llegar usted y he comprobado su exactitud. Comprenda que la agitación que usted ha demostrado, su prisa en marcharse, el hecho de que haya tenido usted en todo momento las manos sobre la mesa, y también, en fin, su situación social y los hábitos propios de ella, son motivos suficientes para que me vea obligado, muy a pesar mío y no sin cierto horror, a concebir contra usted sospechas, crueles sin duda pero legítimas. Quiero añadir y repetir que, por muy convencido que esté de su culpa, sé que corro cierto riesgo al acusarla. Sin embargo, no vacilo en hacerlo, y le diré por qué. Lo hago exclusivamente por su ingratitud. La llamo para hablar de una posible ayuda a su infortunada segunda madre, le entrego mi óbolo de diez rublos, y he aquí el pago que usted me da. No, esto no está nada bien. Necesita usted una lección. Reflexione. Le hablo como le hablaríasu mejor amigo, y, en verdad, no puede usted tener en este momento otro amigo mejor, pues, si no lo fuese, procedería con todo rigor e inflexibilidad.
Bueno, ¿qué dice usted?
—Yo no le he quitado nada —murmuró Sonia, aterrada—. Usted me ha dado diez rublos. Mírelos. Se los devuelvo.
Sacó el pañuelo del bolsillo, deshizo un nudo que había en él, sacó el billete de diez rublos que Lujine le había dado y se lo ofreció.
—¿Así —dijo Piotr Petrovitch en un tono de censura y sin tomar el billete —, persiste usted en negar que me ha robado cien rublos?
Sonia miró en todas direcciones y sólo vio semblantes terribles, burlones, severos o cargados de odio. Dirigió una mirada a Raskolnikof, que estaba en pie junto a la pared. El joven tenía los brazos cruzados y fijaba en ella sus ardientes ojos.
—¡Dios mío! —gimió Sonia.
—Amalia Ivanovna —dijo Lujine en un tono dulce, casi acariciador—, habrá que llamar a la policía, y le ruego que haga subir al portero para que esté aquí mientras llegan los agentes.
—Gott der barmherzige! —dijo la señora Lipevechsel—. Ya sabía yo que era una ladrona.
—¿Conque lo sabía usted? Entonces no cabe duda de que existen motivos para que usted haya pensado en ello. Honorable Amalia Ivanovna, le ruego que no olvide las palabras que acaba de pronunciar, por cierto ante testigos.
En este momento se alzaron rumores de todas partes. La concurrencia se agitaba.
—¿Pero qué dice usted? —exclamó de pronto Catalina Ivanovna, saliendo de su estupor y arrojándose sobre Lujine—. ¿Se atreve a acusarla de robo? ¡A ella, a Sonia! ¡Cobarde, canalla!
Se arrojó sobre Sonia y la rodeó con sus descarnados brazos.
—¡Sonia! ¿Cómo has podido aceptar diez rublos de este hombre? ¡Qué infeliz eres! ¡Dámelos, dámelos en seguida…! ¡Ahí los tiene!
Catalina Ivanovna se había apoderado del billete, lo estrujó y se lo tiró a Lujine a la cara. El papel, hecho una bola, fue a dar contra un ojo de Piotr
Petrovitch y después cayó al suelo. Amalia Ivanovna se apresuró a recogerlo. Lujine se indignó.
—¡Cojan a esta loca!
En ese momento, varias personas aparecieron en el umbral, al lado deLebeziatnikof. Entre ellas estaban las dos provincianas.
—¿Loca? ¿Loca yo? —gritó Catalina Ivanovna—. ¡Tú sí que eres un imbécil, un vil agente de negocios, un infame…! ¡Sonia quitarle dinero!
¡Sonia una ladrona! ¡Antes te lo daría que quitártelo, idiota!
Lanzó una carcajada histérica y, yendo de inquilino en inquilino y
señalando a Lujine, exclamaba:
—¿Ha visto usted un imbécil semejante?
De pronto vio a Amalia Ivanovna y se detuvo.
—¡Y tú también, salchichera, miserable prusiana! ¡Tú también crees que es una ladrona…! ¿Cómo es posible? ¡Ella —dijo a Lujine— ha venido de tu habitación aquí, y de aquí no ha salido, granuja, más que granuja! ¡Todo el mundo ha visto que se ha sentado a la mesa y no se ha movido! ¡Se ha sentado al lado de Rodion Romanovitch…! ¡Regístrenla! ¡Como no ha ido a ninguna parte, si ha cogido el billete ha de llevarlo encima…! Busca, busca…Pero si no encuentras nada, amigo mío, tendrás que responder de tus injurias… ¡Iré a quejarme al emperador en persona, al zar misericordioso! Me arrojaré a sus pies, ¡y hoy mismo! Como soy huérfana, me dejarán entrar. ¿Crees que no me recibirá? Estás muy equivocado. Llegaré hasta él…Confiabas en la bondad y en la timidez de Sonia, ¿verdad? Seguro que contabas con eso. Pero yo no soy tímida y nos las vas a pagar. ¡Busca, regístrala! ¡Hala! ¿Qué esperas?
Catalina Ivanovna, ciega de rabia, sacudía a Lujine y lo arrastraba hacia Sonia.
—Lo haré, correré con esa responsabilidad…Pero cálmese, señora. Ya veo que usted no teme a nada ni a nadie. Esto…, esto se debía hacer en la comisaría…Aunque —prosiguió Lujine, balbuceando —hay aquí bastantes testigos…Estoy dispuesto a registrarla…Sin embargo, es una cuestión delicada, a causa de la diferencia de sexos…Si Amalia Ivanovna quisiera ayudarnos…Desde luego, no es así como se hacen estas cosas, pero hay casos en que…
—¡Hágala registrar por quien quiera! —vociferó Catalina Ivanovna—.Enséñale los bolsillos… ¡Mira, mira, monstruo! En éste no hay nada más que un pañuelo, como puedes ver. Ahora el otro. ¡Mira, mira! ¿Lo ves bien?
Y Catalina Ivanovna, no contenta con vaciar los bolsillos de Sonia, los volvió del revés uno tras otro. Pero apenas deshizo los pliegues que se habían formado en el forro del segundo, el de la derecha, saltó un papelito que, describiendo en el aire una parábola, cayó a los pies de Lujine. Todos lo vieron y algunos lanzaron una exclamación. Piotr Petrovitch se inclinó, cogió el papel con los dedos y lo desplegó: era un billete de cien rublos plegado en ochodobles. Lujine lo hizo girar en su mano a fin de que todo el mundo lo viera.
—¡Ladrona! ¡Fuera de aquí! ¡La policía! ¡La policía! —exclamó la señora Lipevechsel—. ¡Deben mandarla a Siberia! ¡Fuera de aquí!
De todas partes salían exclamaciones. Raskolnikof no cesaba de mirar en silencio a Sonia; sólo apartaba los ojos de ella de vez en cuando para fijarlos en Lujine. Sonia estaba inmóvil, como hipnotizada. Ni siquiera podía sentir asombro. De pronto le subió una oleada de sangre a la cara, se la cubrió con las manos y lanzó un grito.
—¡Yo no he sido! ¡Yo no he cogido el dinero! ¡Yo no sé nada! —exclamó en un alarido desgarrador y, corriendo hacia Catalina Ivanovna.
Ésta le abrió el asilo inviolable de sus brazos y la estrechó convulsivamente contra su corazón.
—¡Sonia, Sonia! ¡Yo no lo creo; ya ves que yo no lo creo! —exclamó Catalina Ivanovna, rechazando la evidencia.
Y mecía en sus brazos a Sonia como si fuera una niña, y la estrechaba una y otra vez contra su pecho, o le cogía las manos y se las cubría de besos apasionados.
—¿Robar tú? ¡Qué imbéciles, Señor! ¡Necios, todos sois unos necios! — gritó, dirigiéndose a los presentes—. ¡No sabéis lo hermoso que es su corazón!
¿Robar ella…, ella? ¡Pero si sería capaz de vender hasta su último trozo de ropa y quedarse descalza para socorrer a quien lo necesitase! ¡Así es ella! ¡Se hizo extender la tarjeta amarilla para que mis hijos y yo no muriésemos de hambre! ¡Se vendió por nosotros! ¡Ah, mi querido difunto, mi pobre difunto!
¿Ves esto, pobre esposo mío? ¡Qué comida de funerales, Señor! ¿Por qué no la defiendes, Dios mío? ¿Y qué hace usted ahí, Rodion Romanovitch, sin decir nada? ¿Por qué no la defiende usted? ¿Es que también usted la cree culpable?
¡Todos vosotros juntos valéis menos que su dedo meñique! ¡Señor, Señor!
¿Por qué no la defiendes?
La desesperación de la infortunada Catalina Ivanovna produjo profunda y general emoción. Aquel rostro descarnado de tísica, contraído por el sufrimiento; aquellos labios resecos, donde la sangre se había coagulado; aquella voz ronca; aquellos sollozos, tan violentos como los de un niño, y, en fin, aquella demanda de auxilio, confiada, ingenua y desesperada a la vez, todo esto expresaba un dolor tan punzante, que era imposible permanecer indiferente ante él. Por lo menos Piotr Petrovitch dio muestras de compadecerse.
—Cálmese, señora, cálmese —dijo gravemente—. Este asunto no le concierne en lo más mínimo. Nadie piensa acusarla de premeditación ni decomplicidad, y menos habiendo sido usted misma la que ha descubierto el robo al registrarle los bolsillos. Esto basta para demostrar su inocencia…Me siento inclinado a ser indulgente ante un acto en que la miseria puede haber sido el móvil que ha impulsado a Sonia Simonovna. Pero ¿por qué no quiere usted confesar, señorita? ¿Teme usted al deshonor? ¿Ha sido la primera vez?
¿Acaso ha perdido usted la cabeza? Todo esto es comprensible, muy comprensible…Sin embargo, ya ve usted a lo que se ha expuesto…Señores — continuó, dirigiéndose a la concurrencia—, dejándome llevar de un sentimiento de compasión y de simpatía, por decirlo así, estoy dispuesto todavía a perdonarlo todo, a pesar de los insultos que se me han dirigido.
Se volvió de nuevo hacia Sonia y añadió:
—Pero que esta humillación que hoy ha sufrido usted, señorita, le sirva de lección para el futuro. Daré el asunto por terminado y las cosas no pasarán de aquí.
Piotr Petrovitch miró de reojo a Raskolnikof, y las miradas de ambos se encontraron. Los ojos del joven llameaban.
Catalina Ivanovna, como si nada hubiera oído, seguía abrazando y besando a Sonia con frenesí. También los niños habían rodeado a la joven y la estrechaban con sus débiles bracitos.
Poletchka, sin comprender lo que sucedía, sollozaba desgarradoramente, apoyando en el hombro de Sonia su linda carita, bañada en lágrimas.
—¡Qué ruindad! —dijo de pronto una voz desde la puerta.
Piotr Petrovitch se volvió inmediatamente.
—¡Qué ruindad! —repitió Lebeziatnikof sin apartar de él la vista.
Lujine se estremeció (todos recordarían este detalle más adelante), y Andrés Simonovitch entró en la habitación.
—¿Cómo ha tenido usted valor para invocar mi testimonio? —dijo acercándose a Lujine.
Piotr Petrovitch balbuceó:
—¿Qué significa esto, Andrés Simonovitch? No sé de qué me habla.
—Pues esto significa que usted es un calumniador. ¿Me entiende usted ahora?
Lebeziatnikof había pronunciado estas palabras con enérgica resolución y mirando duramente a Lujine con sus miopes ojillos. Estaba furioso.
Raskolnikof no apartaba la vista de la cara de Andrés Simonovitch y le escuchaba con avidez, sin perder ni una sola de sus palabras.Hubo un silencio. Piotr Petrovitch pareció desconcertado, sobre todo en los primeros momentos.
—Pero ¿qué le pasa? —balbuceó—. ¿Está usted en su juicio?
—Sí, estoy en mi juicio, y usted…, usted es un miserable… ¡Qué villanía!
lo he oído todo, y si no he hablado hasta ahora ha sido para ver si comprendía por qué ha obrado usted así, pues le confieso que hay cosas que no tienen explicación para mí… ¿Por qué lo ha hecho usted? No lo comprendo.
—Pero ¿qué he hecho yo? ¿Quiere dejar de hablar en jeroglífico? ¿Es que ha bebido más de la cuenta?
—Usted, hombre vil, sí que es posible que se emborrache. Pero yo no bebo jamás ni una gota de vodka, porque mis principios me lo vedan…Sepan ustedes que ha sido él, él mismo, el que ha transmitido con sus propias manos el billete de cien rublos a Sonia Simonovna. Yo lo he visto, yo he sido testigo de este acto. Y estoy dispuesto a declarar bajo juramento. ¡El mismo, él mismo! —repitió Lebeziatnikof, dirigiéndose a todos.
—¿Está usted loco? —exclamó Lujine—. La misma interesada, aquí presente, acaba de afirmar ante testigos que sólo ha recibido de mi un billete de diez rublos. ¿Cómo puede usted decir que le he dado el otro billete?
—¡Lo he visto, lo he visto! —repitió Lebeziatnikof—. Y, aunque ello sea contrario a mis principios, estoy dispuesto a afirmarlo bajo juramento ante la justicia. Yo he visto cómo le introducía usted disimuladamente ese dinero en el bolsillo. En mi candidez, he creído que lo hacía usted por caridad. En el momento en que usted le decía adiós en la puerta, mientras le tendía la mano derecha, ha deslizado con la izquierda en su bolsillo un papel. ¡Lo he visto, lo he visto!
Lujine palideció.
—¡Eso es pura invención! —exclamó, en un arranque de insolencia—.Usted estaba entonces junto a la ventana. ¿Cómo es posible que desde tan lejos viera el papel? Su miopía le ha hecho ver visiones. Ha sido una alucinación y nada más.
—No, no he sufrido ninguna alucinación. A pesar de la distancia, me he dado perfecta cuenta de todo. En efecto, desde la ventana no he podido ver qué clase de papel era: en esto tiene usted razón. Sin embargo, cierto detalle me ha hecho comprender que el papelito era un billete de cien rublos, pues he visto claramente que, al mismo tiempo que entregaba a Sonia Simonovna el billete de diez rublos, cogía usted de la mesa otro de cien…Esto lo he visto perfectamente, porque entonces me hallaba muy cerca de usted, y recuerdo bien este detalle porque me ha sugerido cierta idea. Usted ha doblado el billetede cien rublos y lo ha mantenido en el hueco de la mano. Después he dejado de pensar en ello, pero cuando usted se ha levantado ha hecho pasar el billete de la mano derecha a la izquierda, con lo que ha estado a punto de caérsele.
Entonces me he vuelto a fijar en él, pues de nuevo he tenido la idea de que usted quería socorrer a Sonia Simonovna sin que yo me enterase. Ya puede usted suponer la gran atención con que desde ese instante he seguido hasta sus menores movimientos. Así he podido ver cómo le ha deslizado usted el billete en el bolsillo. ¡Lo he visto, lo he visto, y estoy dispuesto a afirmarlo bajo juramento!
Lebeziatnikof estaba rojo de indignación. Las exclamaciones más diversas surgieron de todos los rincones de la estancia. La mayoría de ellas eran de asombro, pero algunas fueron proferidas en un tono de amenaza. Los concurrentes se acercaron a Piotr Petrovitch y formaron un estrecho círculo en torno de él. Catalina Ivanovna se arrojó sobre Lebeziatnikof.
—¡Andrés Simonovitch, qué mal le conocía a usted! ¡Defiéndala! Es huérfana. Dios nos lo ha enviado, Andrés Simonovitch, mi querido amigo.
Y Catalina Ivanovna, en un arrebato casi inconsciente, se arrojó a los pies del joven.
—¡Está loco! —exclamó Lujine, ciego de rabia—. Todo son invenciones suyas… ¡Que si se había olvidado y luego se ha vuelto a acordar…! ¿Qué significa esto? Según usted, yo he puesto intencionadamente estos cien rublos en el bolsillo de esta señorita. Pero ¿por qué? ¿Con qué objeto?
—Esto es lo que no comprendo. Pero le aseguro que he dicho la verdad.
Tan cierto estoy de no equivocarme, miserable criminal, que en el momento en que le estrechaba la mano felicitándole, recuerdo que me preguntaba con qué fin habría regalado usted ese billete a hurtadillas, o, dicho de otro modo, por qué se ocultaba para hacerlo. Misterio. Me he dicho que tal vez quería usted ocultarme su buena acción al saber que soy enemigo por principio de la caridad privada, a la que considero como un paliativo inútil. He deducido, pues, que no quería usted que se supiera que entregaba a Sonia Simonovna una cantidad tan importante, y, además, que deseaba dar una sorpresa a la beneficiada…Todos sabemos que hay personas que se complacen en ocultar las buenas acciones…También me he dicho que tal vez quería usted poner a prueba a la muchacha, ver si volvía para darle las gracias cuando encontrara el dinero en su bolsillo. O, por el contrario, que deseaba usted eludir su gratitud, según el principio de que la mano derecha debe ignorar…, y otras mil suposiciones parecidas. Sólo Dios sabe las conjeturas que han pasado por mi cabeza…Decidí reflexionar más tarde a mis anchas sobre el asunto, pues no quería cometer la indelicadeza de dejarle entrever que conocía su secreto. De pronto me ha asaltado un temor: al no conocer su acto de generosidad, Sonia Simonovna podía perder el dinero sin darse cuenta. Por eso he tomado la determinación de venir a decirle que usted había depositado un billete de cien rublos en su bolsillo. Pero, al pasar, me he detenido en la habitación de las señoras Kobiliatnikof a fin de entregarles la «Ojeada general sobre el método positivo» y recomendarles especialmente el artículo de Piderit, y también el de Wagner. Finalmente, he llegado aquí y he podido presenciar el escándalo. Y dígame: ¿se me habría ocurrido pensar en todo esto, me habría hecho todas estas reflexiones si no le hubiera visto introducir el billete de cien rublos en el bolsillo de Sonia Simonovna?
Andrés Simonovitch terminó este largo discurso, coronado con una conclusión tan lógica, en un estado de extrema fatiga. El sudor corría por su frente. Por desgracia para él, le costaba gran trabajo expresarse en ruso, aunque no conocía otro idioma. Su esfuerzo oratorio le había agotado. Incluso parecía haber perdido peso. Sin embargo, su alegato verbal había producido un efecto extraordinario. Lo había pronunciado con tanto calor y convicción, que todos los oyentes le creyeron. Piotr Petrovitch advirtió que las cosas no le iban bien.
—¿Qué me importan a mí las estúpidas preguntas que hayan podido atormentarle? —exclamó—. Eso no constituye ninguna prueba. Todo lo que usted ha pensado puede ser obra de su imaginación. Y yo, señor, puedo decirle que miente usted. Usted miente y me calumnia llevado de un deseo de venganza personal. Usted no me perdona que haya rechazado el impío radicalismo de sus teorías sociales.
Pero este falso argumento, lejos de favorecerle, provocó una oleada de murmullos en contra de él.
—¡Eso es una mala excusa! —exclamó Lebeziatnikof—. Te digo en la cara que mientes. Llama a la policía y declararé bajo juramento. Un solo punto ha quedado en la oscuridad para mí: el motivo que te ha impulsado a cometer una acción tan villana. ¡Miserable! ¡Cobarde!
—Yo puedo explicar su conducta y, si es preciso, también prestaré juramento —dijo Raskolnikof con voz firme y destacándose del grupo.
Estaba sereno y seguro de sí mismo. Todos se dieron cuenta desde el primer momento de que conocía la clave del enigma y de que el asunto se acercaba a su fin.
—Ahora todo lo veo claro —dijo dirigiéndose a Lebeziatnikof—. Desde el principio del incidente me he olido que había en todo esto alguna innoble intriga. Esta sospecha se fundaba en ciertas circunstancias que sólo yo conozco y que ahora mismo voy a revelar a ustedes. En ellas está la clave del asunto. Gracias a su detallada exposición, Andrés Simonovitch, se ha hecho laluz en mi mente. Ruego a todo el mundo que preste atención. Este señor — señalaba a Lujine pidió en fecha reciente la mano de una joven, hermana mía, cuyo nombre es Avdotia Romanovna Raskolnikof; pero cuando llegó a Petersburgo, hace poco, y tuvimos nuestra primera entrevista, discutimos, y de tal modo, que acabé por echarle de mi casa, escena que tuvo dos testigos, los cuales pueden confirmar mis palabras. Este hombre es todo maldad. Yo no sabía que se hospedaba en su casa, Andrés Simonovitch. Así se comprende que pudiera ver anteayer, es decir, el mismo día de nuestra disputa, que yo, como amigo del difunto, entregaba dinero a la viuda para que pudiera atender a los gastos del entierro. El señor Lujine escribió en seguida una carta a mi madre, en que le decía que yo había entregado dinero no a Catalina Ivanovna, sino a Sonia Simonovna. Además, hablaba de esta joven en términos en extremo insultantes, dejando entrever que yo mantenía relaciones íntimas con ella. Su finalidad, como ustedes pueden comprender, era indisponerme con mi madre y con mi hermana, haciéndoles creer que yo despilfarraba ignominiosamente el dinero que ellas se sacrificaban en enviarme. Ayer por la noche, en presencia de mi madre, de mi hermana y de él mismo, expuse la verdad de los hechos, que este hombre había falseado. Dije que había entregado el dinero a Catalina Ivanovna, a la que entonces no conocía aún, y añadí que Piotr Petrovitch Lujine, con todos sus méritos, valía menos que el dedo meñique de Sonia Simonovna, de la que hablaba tan mal. Él me preguntó entonces si yo sería capaz de sentar a Sonia Simonovna al lado de mi hermana, y yo le respondí que ya lo había hecho aquel mismo día. Furioso al ver que mi madre y mi hermana no reñían conmigo fundándose en sus calumnias, llegó al extremo de insultarlas groseramente. Se produjo la ruptura definitiva y lo pusimos en la puerta. Todo esto ocurrió anoche. Ahora les ruego a ustedes que me presten la mayor atención. Si el señor Lujine hubiera conseguido presentar como culpable a Sonia Simonovna, habría demostrado a mi familia que sus sospechas eran fundadas y que tenía razón para sentirse ofendido por el hecho de que permitiera a esta joven alternar con mi hermana, y, en fin, que, atacándome a mí, defendía el honor de su prometida. En una palabra, esto suponía para él un nuevo medio de indisponerme con mi familia, mientras él reconquistaba su estimación. Al mismo tiempo, se vengaba de mí, pues tenía motivos para pensar que la tranquilidad de espíritu y el honor de Sonia Simonovna me afectaban íntimamente. Así pensaba él, y esto es lo que yo he deducido. Tal es la explicación de su conducta: no es posible hallar otra.
Así, poco más o menos, terminó Raskolnikof su discurso, que fue interrumpido frecuentemente por las exclamaciones de la atenta concurrencia.
Hasta el final su acento fue firme, sereno y seguro. Su tajante voz, la convicción con que hablaba y la severidad de su rostro impresionaron profundamente al auditorio.
—Sí, sí, eso es; no cabe duda de que es eso —se apresuró a decirLebeziatnikof, entusiasmado—. Prueba de ello es que, cuando Sonia Simonovna ha entrado en la habitación, él me ha preguntado si estaba usted aquí, si yo le había visto entre los invitados de Catalina Ivanovna. Esta pregunta me la ha hecho en voz baja y después de llevarme junto a la ventana.
O sea que deseaba que usted fuera testigo de todo esto. Sí, sí; no cabe duda de que es eso.
Lujine guardaba silencio y sonreía desdeñosamente. Pero estaba pálido como un muerto. Evidentemente, buscaba el modo de salir del atolladero. De buena gana se habría marchado, pero esto no era posible por el momento.
Marcharse así habría representado admitir las acusaciones que pesaban sobre él y reconocer que había calumniado a Sonia Simonovna.
Por otra parte, los asistentes se mostraban sumamente excitados por las excesivas libaciones. El de intendencia, aunque era incapaz de forjarse una idea clara de lo sucedido, era el que más gritaba, y proponía las medidas más desagradables para Lujine.
La habitación estaba llena de personas embriagadas, pero también habían acudido huéspedes de otros aposentos, atraídos por el escándalo. Los tres polacos estaban indignadísimos y no cesaban de proferir en su lengua insultos contra Piotr Petrovitch, al que llamaban, entre otras cosas, pane ladak.
Sonia escuchaba con gran atención, pero no parecía acabar de comprender lo que pasaba: su estado era semejante al de una persona que acaba de salir de un desvanecimiento. No apartaba los ojos de Raskolnikof, comprendiendo que sólo él podía protegerla. La respiración de Catalina Ivanovna era silbante y penosa. Estaba completamente agotada. Pero era Amalia Ivanovna la que tenía un aspecto más grotesco, con su boca abierta y su cara de pasmo. Era evidente que no comprendía lo que estaba ocurriendo. Lo único que sabía era que Piotr Petrovitch se hallaba en una situación comprometida.
Raskolnikof intentó volver a hablar, pero en seguida renunció a ello al ver que los inquilinos se precipitaban sobre Lujine y, formando en torno de él un círculo compacto, le dirigían toda clase de insultos y amenazas. Pero Lujine no se amilanó. Comprendiendo que había perdido definitivamente la partida, recurrió a la insolencia.
—Permítanme, señores, permítanme. No se pongan así. Déjenme pasar — dijo mientras se abría paso—. No se molesten ustedes en intentar amedrentarme con sus amenazas. Tengan la seguridad de que no adelantarán nada, pues no soy de los que se asustan fácilmente. Por el contrario, les advierto que tendrán que responder de la cooperación que han prestado a un acto delictivo. La culpabilidad de la ladrona está más que probada, y presentaré la oportuna denuncia. Los jueces no están ciegos…ni bebidos. Por eso rechazarán el testimonio de dos impíos, de dos revolucionarios que mecalumnian por una cuestión de venganza personal, como ellos mismos han tenido la candidez de reconocer. Permítanme, señores.
—No podría soportar ni un minuto más su presencia en mi habitación —le dijo Andrés Simonovitch—. Haga el favor de marcharse. No quiero ningún trato con usted. ¡Cuando pienso que he estado dos semanas gastando saliva para exponerle…!
—Andrés Simonovitch, recuerde que hace un rato le he dicho que me marchaba y usted trataba de retenerme. Ahora me limitaré a decirle que es usted un tonto de remate y que le deseo se cure de la cabeza y de los ojos.
Permítanme, señores…
Y consiguió terminar de abrirse paso. Pero el de intendencia no quiso dejarle salir de aquel modo. Considerando que los insultos eran un castigo insuficiente para él, cogió un vaso de la mesa y se lo arrojó con todas sus fuerzas. Desgraciadamente, el proyectil fue a estrellarse contra Amalia Ivanovna, que empezó a proferir grandes alaridos, mientras el de intendencia, que había perdido el equilibrio al tomar impulso para el lanzamiento, caía pesadamente sobre la mesa.
Piotr Petrovitch logró llegar a su aposento, y, una hora después, había salido de la casa.
Antes de esta aventura, Sonia, tímida por naturaleza, se sentía más vulnerable que las demás mujeres, ya que cualquiera tenía derecho a ultrajarla.
Sin embargo, había creído hasta entonces que podría contrarrestar la malevolencia a fuerza de discreción, dulzura y humildad. Pero esta ilusión se había desvanecido y su decepción fue muy amarga. Era capaz de soportarlo todo con paciencia y sin lamentarse, y el golpe que acababa de recibir no estaba por encima de sus fuerzas, pero en el primer momento le pareció demasiado duro. A pesar del triunfo de su inocencia en el asunto del billete, transcurridos los primeros instantes de terror, y al poder darse cuenta de las cosas, sintió que su corazón se oprimía dolorosamente ante la idea de su abandono y de su aislamiento en la vida. Sufrió una crisis nerviosa y, sin poder contenerse, salió de la habitación y corrió a su casa. Esta huida casi coincidió con la salida de Lujine.
Amalia Ivanovna, cuando recibió el proyectil destinado a Piotr Petrovitch en medio de las carcajadas de los invitados, montó en cólera y su indignación se dirigió contra Catalina Ivanovna, sobre la que se arrojó vociferando como si la hiciera responsable de todo lo ocurrido.
—¡Fuera de aquí en seguida! ¡Fuera!
Y, al mismo tiempo que gritaba, cogía todos los objetos de la inquilina que encontraba al alcance de la mano y los arrojaba al suelo. La pobre viuda, quese había tenido que echar en la cama, exhausta y rendida por el sufrimiento, saltó del lecho y se arrojó sobre la patrona. Pero las fuerzas eran tan desiguales, que Amalia Ivanovna la rechazó tan fácilmente como si luchara con una pluma.
—¡Es el colmo! ¡No contenta con calumniar a Sonia, ahora la toma conmigo! ¡Me echa a la calle el mismo día de los funerales de mi marido!
¡Después de haber recibido mi hospitalidad, me pone en medio del arroyo con mis pobres huérfanos! ¿Adónde iré?
Y la pobre mujer sollozaba, en el límite de sus fuerzas. De pronto sus ojos llamearon y gritó desesperadamente:
—¡Señor! ¿Es posible que no exista la justicia aquí abajo? ¿A quién defenderás si no nos defiendes a nosotros…? En fin, ya veremos. En la tierra hay jueces y tribunales. Presentaré una denuncia. Prepárate, desalmada…
Poletchka, no dejes a los niños. Volveré en seguida. Si es preciso, esperadme en la calle. ¡Ahora veremos si hay justicia en este mundo!
Catalina Ivanovna se envolvió la cabeza en aquel trozo de paño verde de que había hablado Marmeladof, atravesó la multitud de inquilinos embriagados que se hacinaban en la estancia y, gimiendo y bañada en lágrimas, salió a la calle. Estaba resuelta a que le hicieran justicia en el acto y costara lo que costase. Poletchka, aterrada, se refugió con los niños en un rincón, junto al baúl. Rodeó con sus brazos a sus hermanitos y así esperó la vuelta de su madre. Amalia Ivanovna iba y venía por la habitación como una furia, rugiendo de rabia, lamentándose y arrojando al suelo todo lo que caía en sus manos.
Entre los inquilinos reinaba gran confusión: unos comentaban a grandes voces lo ocurrido, otros discutían y se insultaban y algunos seguían entonando canciones.
«Ha llegado el momento de marcharse —pensó Raskolnikof—. Vamos a ver qué dice ahora Sonia Simonovna.»
Y se dirigió a casa de Sonia.
Aunque llevaba su propia carga de miserias y horrores en el corazón, Raskolnikof había defendido valientemente y con destreza la causa de Sonia ante Lujine. Dejando aparte el interés que sentía por la muchacha y que le impulsaba a defenderla, había sufrido tanto aquella mañana, que había acogidocon verdadera alegría la ocasión de ahuyentar aquellos pensamientos que habían llegado a serle insoportables.
Por otra parte, la idea de su inmediata entrevista con Sonia le preocupaba y le colmaba de una ansiedad creciente. Tenía que confesarle que había matado a Lisbeth. Presintiendo la tortura que esta declaración supondría para él, trataba de apartarla de su pensamiento. Cuando se había dicho, al salir de casa de Catalina Ivanovna: «Vamos a ver qué dice ahora Sonia Simonovna», se hallaba todavía bajo los efectos del ardoroso y retador entusiasmo que le había producido su victoria sobre Lujine. Pero —cosa singular— cuando llegó al departamento de Kapernaumof, esta entereza de ánimo le abandonó de súbito y se sintió débil y atemorizado. Vacilando, se detuvo ante la puerta y se preguntó: «¿Es necesario que revele que maté a Lisbeth?»
Lo extraño era que, al mismo tiempo que se hacía esta pregunta, estaba convencido de que le era imposible no sólo eludir semejante confesión, sino retrasarla un solo instante. No podía explicarse la razón de ello, pero sentía que era así y sufría horriblemente al darse cuenta de que no tenía fuerzas para luchar contra esta necesidad.
Para evitar que su tormento se prolongara se apresuró a abrir la puerta.
Pero no franqueó el umbral sin antes observar a Sonia. Estaba sentada ante su mesita, con los codos apoyados en ella y la cara en las manos. Cuando vio a Raskolnikof, se levantó en el acto y fue hacia él como si lo estuviese esperando.
—¿Qué habría sido de mí sin usted? —le dijo con vehemencia, al encontrarse con él en medio de la habitación.
Al parecer, sólo pensaba en el servicio que le había prestado, y ansiaba agradecérselo. Luego adoptó una actitud de espera. Raskolnikof se acercó a la mesa y se sentó en la silla que ella acababa de dejar. Sonia permaneció en pie a dos pasos de él, exactamente como el día anterior.
—Bueno, Sonia —dijo Raskolnikof, y notó de pronto que la voz le temblaba—; ya se habrá dado usted cuenta de que la acusación se basaba en su situación y en los hábitos ligados a ella.
El rostro de Sonia tuvo una expresión de sufrimiento.
—Le ruego que no me hable como ayer. No, se lo suplico. Ya he sufrido bastante.
Y se apresuró a sonreír, por temor a que este reproche hubiera herido a Raskolnikof.
—He salido corriendo como una loca. ¿Qué ha pasado después? He estadoa punto de volver, pero luego he pensado que usted vendría y…
Raskolnikof le explicó que Amalia Ivanovna había despedido a su familia y que Catalina Ivanovna se había marchado en busca de justicia no sabía adónde.
—¡Dios mío! —exclamó Sonia—. ¡Vamos, vamos en seguida!
Y cogió apresuradamente el pañuelo de la cabeza.
—¡Siempre lo mismo! —exclamó Raskolnikof, indignado—. No piensa usted más que en ellos. Quédese un momento conmigo.
—Pero Catalina Ivanovna…
—Catalina Ivanovna no la olvidará: puede estar segura —dijo Raskolnikof, molesto—. Como ha salido, vendrá aquí, y si no la encuentra, se arrepentirá usted de haberse marchado.
Sonia se sentó, presa de una perplejidad llena de inquietud. Raskolnikof guardó silencio, con la mirada fija en el suelo. Parecía reflexionar.
—Tal vez Lujine no tenía hoy intención de hacerla detener, porque no le interesaba. Pero si la hubiese tenido y ni Lebeziatnikof ni yo hubiéramos estado allí, usted estaría ahora en la cárcel, ¿no es así?
—Sí —respondió Sonia con voz débil y sin poder prestar demasiada atención a lo que Raskolnikof le decía, tal era la ansiedad que la dominaba.
—Pues bien, habría sido muy fácil que yo no estuviera allí, y en cuanto a Lebeziatnikof, ha sido una casualidad que fuese.
Sonia no contestó.
—Y si la hubieran metido en la cárcel, ¿qué habría pasado? ¿Se acuerda de lo que le dije ayer?
Ella seguía guardando silencio. El esperó unos segundos. Después siguió diciendo, con una risa un tanto forzada:
—Creía que me iba usted a repetir que no le hablara de estas cosas…
¿Qué? —preguntó tras una breve pausa—. ¿Insiste usted en no abrir la boca?
Sin embargo, necesitamos un tema de conversación. Por ejemplo, me gustaría saber cómo resolvería cierta cuestión…, como diría Lebeziatnikof —añadió, notando que empezaba a perder la sangre fría—. No, no hablo en broma.
Supongamos, Sonia, que usted conoce por anticipado todos los proyectos de Lujine y sabe que estos proyectos sumirían definitivamente en el infortunio a Catalina Ivanovna, a sus hijos y, por añadidura, a usted…, y digo «por añadidura» porque a usted sólo se la puede considerar como cosa aparte. Y supongamos también que, a consecuencia de esto, Poletchka haya de verseobligada a llevar una vida como la que usted lleva. Pues bien, si en estas circunstancias estuviera en su mano hacer que Lujine pereciera, con lo que salvaría a Catalina Ivanovna y a su familia, o dejar que Lujine viviera y llevase a cabo sus infames propósitos, ¿qué partido tomaría usted? Ésta es la pregunta que quiero que me conteste.
Sonia le miró con inquietud. Aquellas palabras, pronunciadas en un tono vacilante, parecían ocultar una segunda intención.
—Ya sabía yo que iba a hacerme una pregunta extraña —dijo la joven dirigiéndole una mirada penetrante.
—Eso poco importa. Diga: ¿qué decisión tomaría usted?
—¿A qué viene hacer esas preguntas absurdas? —repuso Sonia con un gesto de desagrado.
—Dígame: ¿dejaría usted que Lujine viviera y pudiese cometer sus desafueros? ¿Es que ni siquiera tiene valor para tomar una decisión en teoría?
—Yo no conozco las intenciones de la Divina Providencia. ¿Por qué me interroga sobre hechos que no existen? ¿A qué vienen esas preguntas inútiles?
¿Acaso es posible que la existencia de un hombre dependa de mi voluntad?
¿Cómo puedo erigirme en árbitro de los destinos humanos, de la vida y de la muerte?
—Si hace usted intervenir a la Providencia divina, no hablemos más —dijo Raskolnikof en tono sombrío.
Sonia respondió con acento angustiado:
—Dígame francamente qué es lo que desea de mí…Sólo oigo de usted
alusiones. ¿Es que ha venido usted con el propósito de torturarme?
Sin poder contenerse, se echó a llorar. Él la miró tristemente, con una expresión de angustia. Hubo un largo silencio.
Al fin, Raskolnikof dijo en voz baja:
—Tienes razón, Sonia.
Se había producido en él un cambio repentino. Su ficticio aplomo y el tono insolente que afectaba momentos antes habían desaparecido. Hasta su voz parecía haberse debilitado.
—Te dije ayer que no vendría hoy a pedirte perdón, y he aquí que he comenzado esta conversación poco menos que excusándome. Al hablarte de Lujine y de la Providencia pensaba en mí mismo, Sonia, y me excusaba.
Trató de sonreír, pero sólo pudo esbozar una mueca de impotencia. Luego bajó la cabeza y ocultó el rostro entre las manos.De súbito, una extraña y sorprendente sensación de odio hacia Sonia le traspasó el corazón. Asombrado, incluso aterrado de este descubrimiento inaudito, levantó la cabeza y observó atentamente a la joven. Vio que fijaba en él una mirada inquieta y llena de una solicitud dolorosa, y al advertir que aquellos ojos expresaban amor, su odio se desvaneció como un fantasma. Se había equivocado acerca de la naturaleza del sentimiento que experimentaba: lo que sentía era, simplemente, que el momento fatal había llegado.
Bajó de nuevo la cabeza y otra vez ocultó el rostro entre las manos. De pronto palideció, se levantó, miró a Sonia y sin pronunciar palabra, fue maquinalmente a sentarse en el lecho. Su impresión en aquel momento era exactamente la misma que había experimentado el día en que, de pie a espaldas de la vieja, había sacado el hacha del nudo corredizo, mientras se decía que no había que perder ni un segundo.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Sonia, llena de turbación.
Raskolnikof no pudo pronunciar ni una palabra. Había pensado dar «la explicación» en circunstancias completamente distintas y no comprendía lo que estaba ocurriendo en su interior.
Sonia se acercó paso a paso, se sentó a su lado, en el lecho, y, sin apartar de él los ojos, esperó. Su corazón latía con violencia. La situación se hacía insoportable. Él volvió hacia la joven su rostro, cubierto de una palidez mortal.
Sus contraídos labios eran incapaces de pronunciar una sola palabra. Entonces el pánico se apoderó de Sonia.
—¿Qué le pasa? —volvió a preguntarle, apartándose un poco de él.
—Nada, Sonia. No te asustes…Es una tontería…Sí, basta pensar en ello un instante para ver que es una tontería —murmuró como delirando—.No sé por qué he venido a atormentarte —añadió, mirándola—. En verdad, no lo sé. ¿Por qué? ¿Por qué? No ceso de hacerme esta pregunta, Sonia.
Tal vez se la había hecho un cuarto de hora antes, pero en aquel momento su debilidad era tan extrema que apenas se daba cuenta de que existía. Un continuo temblor agitaba todo su cuerpo.
—¡Cómo se atormenta usted! —se lamentó Sonia, mirándole.
—No es nada, no es nada…He aquí lo que te quería decir…
Una sombra de sonrisa jugueteó unos segundos en sus labios.
—¿Te acuerdas de lo que quería decirte ayer?
Sonia esperó, visiblemente inquieta.
—Cuando me fui, te dije que tal vez te decía adiós para siempre, pero que si volvía hoy te diría quién mató a Lisbeth.De pronto, todo el cuerpo de Sonia empezó a temblar.
—Pues bien, he venido a decírtelo.
—Así, ¿hablaba usted en serio? —balbuceó Sonia haciendo un gran esfuerzo—. Pero ¿cómo lo sabe usted? —preguntó vivamente, como si acabara de volver en sí.
Apenas podía respirar. La palidez de su rostro aumentaba por momentos.
—El caso es que lo sé.
Sonia permaneció callada un momento.
—¿Lo han encontrado? —preguntó al fin, tímidamente.
—No, no lo han encontrado.
—Entonces, ¿cómo sabe usted quién es? —preguntó la joven tras un nuevo silencio y con voz casi imperceptible.
Él se volvió hacia ella y la miró fijamente, con una expresión singular.
—¿Lo adivinas?
Una nueva sonrisa de impotencia flotaba en sus labios. Sonia sintió que todo su cuerpo se estremecía.
—Pero usted me…—balbuceó ella con una sonrisa infantil—. ¿Por qué quiere asustarme?
—Para saber lo que sé —dijo Raskolnikof, cuya mirada seguía fija en la de ella, como si no tuviera fuerzas para apartarla—, es necesario que esté «ligado» a «él» …Él no tenía intención de matar a Lisbeth…La asesinó sin premeditación…Sólo quería matar a la vieja…y encontrarla sola…Fue a la casa…De pronto llegó Lisbeth…, y la mató a ella también.
Un lúgubre silencio siguió a estas palabras. Los dos jóvenes se miraban fijamente.
—Así, ¿no lo adivinas? —preguntó de pronto.
Tenía la impresión de que se arrojaba desde lo alto de una torre.
—No —murmuró Sonia con voz apenas audible.
—Piensa.
En el momento de pronunciar esta palabra, una sensación ya conocida por él le heló el corazón. Miraba a Sonia y creía estar viendo a Lisbeth.
Conservaba un recuerdo imborrable de la expresión que había aparecido en el rostro de la pobre mujer cuando él iba hacia ella con el hacha en alto y ella retrocedía hacia la pared, como un niño cuando se asusta y, a punto de echarsea llorar, fija con terror la mirada en el objeto que provoca su espanto. Así estaba Sonia en aquel momento. Su mirada expresaba el mismo terror impotente. De súbito extendió el brazo izquierdo, apoyó la mano en el pecho de Raskolnikof, lo rechazó ligeramente, se puso en pie con un movimiento repentino y empezó a apartarse de él poco a poco, sin dejar de mirarle. Su espanto se comunicó al joven, que miraba a Sonia con el mismo gesto despavorido, mientras en sus labios se esbozaba la misma triste sonrisa infantil.
—¿Has comprendido ya? —murmuró.
—¡Dios mío! —gimió, horrorizada.
Luego, exhausta, se dejó caer en su lecho y hundió el rostro en la almohada.
Pero un momento después se levantó vivamente, se acercó a Raskolnikof, le cogió las manos, las atenazó con sus menudos y delgados dedos y fijó en él una larga y penetrante mirada.
Con esta mirada, Sonia esperaba captar alguna expresión que le demostrase que se había equivocado. Pero no, no cabía la menor duda: la simple suposición se convirtió en certeza.
Más adelante, cuando recordaba este momento, todo le parecía extraño, irreal. ¿De dónde le había venido aquella certeza repentina de no equivocarse?
Porque en modo alguno podía decir que había presentido aquella confesión.
Sin embargo, apenas le hizo él la confesión, a ella le pareció haberla adivinado.
—Basta, Sonia, basta. No me atormentes.
Había hecho esta súplica amargamente. No era así como él había previsto confesar su crimen: la realidad era muy distinta de lo que se había imaginado.
Sonia estaba fuera de sí. Saltó del lecho. De pie en medio de la habitación, se retorcía las manos. Luego volvió rápidamente sobre sus pasos y de nuevo se sentó al lado de Raskolnikof, tan cerca que sus cuerpos se rozaban. De pronto se estremeció como si la hubiera asaltado un pensamiento espantoso, lanzó un grito y, sin que ni ella misma supiera por qué, cayó de rodillas delante de Raskolnikof.
—¿Qué ha hecho usted? Pero ¿qué ha hecho usted? —exclamó, desesperada.
De pronto se levantó y rodeó fuertemente con los brazos el cuello del joven.
Raskolnikof se desprendió del abrazo y la contempló con una triste sonrisa.—No lo comprendo, Sonia. Me abrazas y me besas después de lo que te acabo de confesar. No sabes lo que haces.
Ella no le escuchó. Gritó, enloquecida:
—¡No hay en el mundo ningún hombre tan desgraciado como tú!
Y prorrumpió en sollozos.
Un sentimiento ya olvidado se apoderó del alma de Raskolnikof. No se pudo contener. Dos lágrimas brotaron de sus ojos y quedaron pendientes de sus pestañas.
—¿No me abandonarás, Sonia? —preguntó, desesperado.
—No, nunca, en ninguna parte. Te seguiré adonde vayas. ¡Señor, Señor!
¡Qué desgraciada soy…! ¿Por qué no te habré conocido antes? ¿Por qué no has venido antes? ¡Dios mío!
—Pero he venido.
—¡Ahora…! ¿Qué podemos hacer ahora? ¡Juntos, siempre juntos! — exclamó Sonia volviendo a abrazarle—. ¡Te seguiré al presidio!
Raskolnikof no pudo disimular un gesto de indignación. Sus labios volvieron a sonreír como tantas veces habían sonreído, con una expresión de odio y altivez.
—No tengo ningún deseo de ir a presidio, Sonia.
Tras los primeros momentos de piedad dolorosa y apasionada hacia el desgraciado, la espantosa idea del asesinato reapareció en la mente de la joven.
El tono en que Raskolnikof había pronunciado sus últimas palabras le recordaron de pronto que estaba ante un asesino. Se quedó mirándole sobrecogida. No sabía aún cómo ni por qué aquel joven se había convertido en un criminal. Estas preguntas surgieron de pronto en su imaginación, y las dudas le asaltaron de nuevo. ¿Él un asesino? ¡Imposible!
—Pero ¿qué me pasa? ¿Dónde estoy? —exclamó profundamente sorprendida y como si le costara gran trabajo volver a la realidad—.Pero ¿cómo es posible que un hombre como usted cometiera…? Además, ¿por qué?
—Para robar, Sonia —respondió Raskolnikof con cierto malestar.
Sonia se quedó estupefacta. De pronto, un grito escapó de sus labios.
—¡Estabas hambriento! ¡Querías ayudar a tu madre! ¿Verdad?
—No, Sonia, no —balbuceó el joven, bajando y volviendo la cabeza—.No estaba hambriento hasta ese extremo…Ciertamente, quería ayudar a mi madre, pero no fue eso todo…No me atormentes, Sonia.Sonia se oprimía una mano con la otra.
—Pero ¿es posible que todo esto sea real? ¡Y qué realidad, Dios mío!
¿Quién podría creerlo? ¿Cómo se explica que usted se quede sin nada por socorrer a otros habiendo matado por robar…?
De pronto le asaltó una duda.
—¿Acaso ese dinero que dio usted a Catalina Ivanovna…, ese dinero, Señor, era…?
—No, Sonia —le interrumpió Raskolnikof—, ese dinero no procedía de allí. Tranquilízate. Me lo había enviado mi madre por medio de un agente de negocios y lo recibí durante mi enfermedad, el día mismo en que lo di…
Rasumikhine es testigo, pues firmó el recibo en mi nombre…Ese dinero era mío y muy mío.
Sonia escuchaba con un gesto de perplejidad y haciendo grandes esfuerzos por comprender.
—En cuanto al dinero de la vieja, ni siquiera sé si tenía dinero —dijo en voz baja, vacilando—. Desaté de su cuello una bolsita de pelo de camello, que estaba llena, pero no miré lo que contenía…Sin duda no tuve tiempo…Los objetos: gemelos, cadenas, etc., los escondí, así como la bolsa, debajo de una piedra en un gran patio que da a la avenida V***. Todo está allí todavía.
Sonia le escuchaba ávidamente.
—Pero ¿por qué, si mató usted para robar, según dice…, por qué no cogió nada? —dijo la joven vivamente, aferrándose a una última esperanza.
—No lo sé. Todavía no he decidido si cogeré ese dinero o no —dijo Raskolnikof en el mismo tono vacilante. Después, como si volviera a la realidad, sonrió y siguió diciendo—: ¡Qué estúpido soy! ¡Contar estas cosas!
Entonces un pensamiento atravesó como un rayo la mente de Sonia.
«¿Estará loco?» Pero desechó esta idea en seguida. «No, no lo está.»
Realmente, no comprendía nada.
Él exclamó, como en un destello de lucidez:
—Oye, Sonia, oye lo que voy a decirte.
Y continuó, subrayando las palabras y mirándola fijamente, con una expresión extraña pero sincera:
—Si el hambre fuese lo único que me hubiera impulsado a cometer el crimen, me sentiría feliz, sí, feliz. Pero ¿qué adelantarías —exclamó en seguida, en un arranque de desesperación—, qué adelantarías si yo te confesara que he obrado mal? ¿Para qué te serviría este inútil triunfo sobremí? ¡Ah, Sonia! ¿Para esto he venido a tu casa?
Sonia quiso decir algo, pero no pudo.
—Si te pedí ayer que me siguieras es porque no tengo a nadie más que a ti.
—¿Seguirte…? ¿Para qué? —preguntó la muchacha tímidamente.
—No para robar ni matar, tranquilízate —respondió él con una sonrisa cáustica—. Somos distintos, Sonia. Sin embargo…Oye, Sonia, hace un momento que me he dado cuenta de lo que yo pretendía al pedirte que me siguieras. Ayer te hice la petición instintivamente, sin comprender la causa.
Sólo una cosa deseo de ti, y por eso he venido a verte… ¡No me abandones!
¿Verdad que no me abandonarás?
Ella le cogió la mano, se la oprimió…
Un segundo después, Raskolnikof la miró con un dolor infinito y lanzó un grito de desesperación.
—¿Por qué te habré dicho todo esto? ¿Por qué te habré hecho esta confesión…? Esperas mis explicaciones, Sonia, bien lo veo; esperas que te lo cuente todo…Pero ¿qué puedo decirte? No comprenderías nada de lo que te dijera y sólo conseguiría que sufrieras por mí todavía más…Lloras, vuelves a abrazarme. Pero dime: ¿por qué? ¿Porque no he tenido valor para llevar yo solo mi cruz y he venido a descargarme en ti, pidiéndote que sufras conmigo, ya que esto me servirá de consuelo? ¿Cómo puedes amar a un hombre tan cobarde?
—¿Acaso no sufres tú también? —exclamó Sonia.
Otra vez se apoderó del joven un sentimiento de ternura.
—Sonia, yo soy un hombre de mal corazón. Tenlo en cuenta, pues esto explica muchas cosas. Precisamente porque soy malo he venido en tu busca.
Otros no lo habrían hecho, pero yo…yo soy un miserable y un cobarde. En fin, no es esto lo que ahora importa. Tengo que hablarte de ciertas cosas y no me siento con fuerzas para empezar.
Se detuvo y quedó pensativo.
—Desde luego, no nos parecemos en nada; somos muy diferentes… ¿Por qué habré venido? Nunca me lo perdonaré.
—No, no; has hecho bien en venir —exclamó Sonia—. Es mejor que yo lo sepa todo, mucho mejor.
Raskolnikof la miró amargamente.
—Bueno, al fin y al cabo, ¡qué importa! —exclamó, decidido a hablar—.He aquí cómo ocurrieron las cosas. Yo quería ser un Napoleón: por eso maté.¿Comprendes?
—No —murmuró Sonia, ingenua y tímidamente—. Pero no importa: habla, habla. —Y añadió, suplicante—: Haré un esfuerzo y comprenderé, lo comprenderé todo.
—¿Lo comprenderás? ¿Estás segura? Bien, ya veremos.
Hizo una larga pausa para ordenar sus ideas.
—He aquí el asunto. Un día me planteé la cuestión siguiente: «¿Qué habría ocurrido si Napoleón se hubiese encontrado en mi lugar y no hubiera tenido, para tomar impulso en el principio de su carrera, ni Tolón, ni Egipto, ni el paso de los Alpes por el Mont Blanc, sino que, en vez de todas estas brillantes hazañas, sólo hubiera dispuesto de una detestable y vieja usurera, a la que tendría que matar para robarle el dinero…, en provecho de su carrera, entiéndase? ¿Se habría decidido a matarla no teniendo otra alternativa? ¿No se habría detenido al considerar lo poco que este acto tenía de heroico y lo mucho que ofrecía de criminal…?» Te confieso que estuve mucho tiempo torturándome el cerebro con estas preguntas, y me sentí avergonzado cuando comprendí repentinamente que no sólo no se habría detenido, sino que ni siquiera le habría pasado por el pensamiento la idea de que esta acción pudiera ser poco heroica. Ni siquiera habría comprendido que se pudiera vacilar. Por poco que hubiera sido su convencimiento de que ésta era para él la única salida, habría matado sin el menor escrúpulo. ¿Por qué había de tenerlo yo? Y maté, siguiendo su ejemplo…He aquí exactamente lo que sucedió. Te parece esto irrisorio, ¿verdad? Sí, te lo parece. Y lo más irrisorio es que las cosas ocurrieron exactamente así.
Pero Sonia no sentía el menor deseo de reír.
—Preferiría que me hablara con toda claridad y sin poner ejemplos —dijo con voz más tímida aún y apenas perceptible.
Raskolnikof se volvió hacia ella, la miró tristemente y la cogió de la mano.
—Tienes razón otra vez, Sonia. Todo lo que te he dicho es absurdo, pura charlatanería…La verdad es que, como sabes, mi madre está falta de recursos y que mi hermana, que por fortuna es una mujer instruida, se ha visto obligada a ir de un sitio a otro como institutriz. Todas sus esperanzas estaban concentradas en mí. Yo estudiaba, pero, por falta de medios, hube de abandonar la universidad. Aun suponiendo que hubiera podido seguir estudiando, en el mejor de los casos habría podido obtener dentro de diez o doce años un puesto como profesor de instituto o una plaza de funcionario con un sueldo anual de mil rublos —parecía estar recitando una lección aprendida de memoria—, pero entonces las inquietudes y las privaciones habrían acabado ya con la salud de mi madre. Para mi hermana, las cosas habríanpodido ir todavía peor… ¿Y para qué verse privado de todo, dejar a la propia madre en la necesidad, presenciar el deshonor de una hermana? ¿Para qué todo esto? ¿Para enterrar a los míos y fundar una nueva familia destinada igualmente a perecer de hambre…? En fin, todo esto me decidió a apoderarme del dinero de la vieja para poder seguir adelante, para terminar mis estudios sin estar a expensas de mi madre. En una palabra, decidí emplear un método radical para empezar una nueva vida y ser independiente…Esto es todo.
Naturalmente, hice mal en matar a la vieja…, ¡pero basta ya!
Al llegar al fin de su discurso bajó la cabeza: estaba agotado.
—¡No, no! —exclamó Sonia, angustiada—. ¡No es eso! ¡No es posible!
Tiene que haber algo más.
—Creas lo que creas, te he dicho la verdad.
—¡Pero qué verdad, Dios mío!
—Al fin y al cabo, Sonia, yo no he dado muerte más que a un vil y malvado gusano.
—Ese gusano era una criatura humana.
—Cierto, ya sé que no era gusano —dijo Raskolnikof, mirando a Sonia con una expresión extraña—. Además, lo que acabo de decir no es de sentido común. Tienes razón: son motivos muy diferentes los que me impulsaron a hacer lo que hice…Hace mucho tiempo que no había dirigido la palabra a nadie, Sonia, y por eso sin duda tengo ahora un tremendo dolor de cabeza.
Sus ojos tenían un brillo febril. Empezaba a desvariar nuevamente, y una sonrisa inquieta asomaba a sus labios. Bajo su animación ficticia se percibía una extenuación espantosa. Sonia comprendió hasta qué extremo sufría Raskolnikof. También ella sentía que una especie de vértigo la iba dominando… ¡Qué modo tan extraño de hablar! Sus palabras eran claras y precisas, pero…, pero ¿era aquello posible? ¡Señor, Señor…! Y se retorcía las manos, desesperada.
—No, Sonia, no es eso —dijo, levantando de súbito la cabeza, como si sus ideas hubiesen tomado un nuevo giro que le impresionaba y le reanimaba—.No, no es eso. Lo que sucede…, sí, esto es…, lo que sucede es que soy orgulloso, envidioso, perverso, vil, rencoroso y…, para decirlo todo ya que he comenzado…, propenso a la locura. Acabo de decirte que tuve que dejar la universidad. Pues bien, a decir verdad, podía haber seguido en ella. Mi madre me habría enviado el dinero de las matrículas y yo habría podido ganar lo necesario para comer y vestirme. Sí, lo habría podido ganar. Habría dado lecciones. Me las ofrecían a cincuenta kopeks. Así lo hace Rasumikhine. Pero yo estaba exasperado y no acepté. Sí, exasperado: ésta es la palabra. Meencerré en mi agujero como la araña en su rincón. Ya conoces mi tabuco, porque estuviste en él. Ya sabes, Sonia, que el alma y el pensamiento se ahogan en las habitaciones bajas y estrechas. ¡Cómo detestaba aquel cuartucho! Sin embargo, no quería salir de él. Pasaba días enteros sin moverme, sin querer trabajar. Ni siquiera me preocupaba la comida. Estaba siempre acostado. Cuando Nastasia me traía algo, comía. De lo contrario, no me alimentaba. No pedía nada. Por las noches no tenía luz, y prefería permanecer en la oscuridad a ganar lo necesario para comprarme una bujía.
»En vez de trabajar, vendí mis libros. Todavía hay un dedo de polvo en mi mesa, sobre mis cuadernos y mis papeles. Prefería pensar tendido en mi diván.
Pensar siempre…Mis pensamientos eran muchos y muy extraños…Entonces empecé a imaginar…No, no fue así. Tampoco ahora cuento las cosas como fueron…Entonces yo me preguntaba continuamente: "Ya que ves la estupidez de los demás, ¿por qué no buscas el modo de mostrarte más inteligente que ellos?" Más adelante, Sonia, comprendí que esperar a que todo el mundo fuera inteligente suponía una gran pérdida de tiempo. Y después me convencí de que este momento no llegaría nunca, que los hombres no podían cambiar, que no estaba en manos de nadie hacerlos de otro modo. Intentarlo habría sido perder el tiempo. Sí, todo esto es verdad. Es la ley humana. La ley, Sonia, y nada más. Y ahora sé que quien es dueño de su voluntad y posee una inteligencia poderosa consigue fácilmente imponerse a los demás hombres; que el más osado es el que más razón tiene a los ojos ajenos; que quien desafía a los hombres y los desprecia conquista su respeto y llega a ser su legislador. Esto es lo que siempre se ha visto y lo que siempre se verá. Hay que estar ciego para no advertirlo.
Raskolnikof, aunque miraba a Sonia al pronunciar estas palabras, no se preocupaba por saber si ella le comprendía. La fiebre volvía a dominarle y era presa de una sombría exaltación (en verdad, hacía mucho tiempo que no había conversado con ningún ser humano). Sonia comprendió que aquella trágica doctrina constituía su ley y su fe.
—Entonces me convencí, Sonia —continuó el joven con ardor—, de que sólo posee el poder aquel que se inclina para recogerlo. Está al alcance de todos y basta atreverse a tomarlo. Entonces tuve una idea que nadie, ¡nadie!, había tenido jamás. Vi con claridad meridiana que era extraño que nadie hasta entonces, viendo los mil absurdos de la vida, se hubiera atrevido a sacudir el edificio en sus cimientos para destruirlo todo, para enviarlo todo al diablo…
Entonces yo me atreví y maté…Yo sólo quería llevar a cabo un acto de audacia, Sonia. No quería otra cosa: eso fue exclusivamente lo que me impulsó.
—¡Calle, calle! —exclamó Sonia fuera de sí—. Usted se ha apartado de Dios, y Dios le ha castigado, lo ha entregado al demonio.—Así, Sonia, ¿tú crees que cuando todas estas ideas acudían a mí en la oscuridad de mi habitación era que el diablo me tentaba?
—¡Calle, ateo! No se burle… ¡Señor, Señor! No comprende nada…
—Óyeme, Sonia; no me burlo. Estoy seguro de que el demonio me arrastró. Óyeme, óyeme —repitió con sombría obstinación—. Sé todo, absolutamente todo lo que tú puedas decirme. He pensado en todo eso y me lo he repetido mil veces cuando estaba echado en las tinieblas… ¡Qué luchas interiores he librado! Si supieras hasta qué punto me enojaban estas inútiles discusiones conmigo mismo. Mi deseo era olvidarlo todo y empezar una nueva vida. Pero especialmente anhelaba poner fin a mis soliloquios…No creas que fui a poner en práctica mis planes inconscientemente. No, lo hice todo tras maduras reflexiones, y eso fue lo que me perdió. Créeme que yo no sabía que el hecho de interrogarme a mí mismo acerca de mi derecho al poder demostraba que tal derecho no existía, puesto que lo ponía en duda. Y que preguntarme si el hombre era un gusano demostraba que no lo era para mí.
Estas cosas sólo son aceptadas por el hombre que no se plantea tales preguntas y sigue su camino derechamente y sin vacilar. El solo hecho de que me preguntara: «¿Habría matado Napoleón a la vieja?» demostraba que yo no era un Napoleón…Sobrellevé hasta el final el sufrimiento ocasionado por estos desatinos y después traté de expulsarlos. Yo maté no por cuestiones de conciencia, sino por un impulso que sólo a mí me atañía. No quiero engañarme a mí mismo sobre este punto. Yo no maté por acudir en socorro de mi madre ni con la intención de dedicar al bien de la humanidad el poder y el dinero que obtuviera; no, no, yo sólo maté por mi interés personal, por mí mismo, y en aquel momento me importaba muy poco saber si sería un bienhechor de la humanidad o un vampiro de la sociedad, una especie de araña que caza seres vivientes con su tela. Todo me era indiferente. Desde luego, no fue la idea del dinero la que me impulsó a matar. Más que el dinero necesitaba otra cosa…Ahora lo sé…Compréndeme…Si tuviera que volver a hacerlo, tal vez no lo haría…Era otra la cuestión que me preocupaba y me impulsaba a obrar. Yo necesitaba saber, y cuanto antes, si era un gusano como los demás o un hombre, si era capaz de franquear todos los obstáculos, si osaba inclinarme para asir el poder, si era una criatura temerosa o si procedía como el que ejerce un derecho.
—¿Derecho a matar? —exclamó la joven, atónita.
—¡Calla, Sonia! —exclamó Rodia, irritado. A sus labios acudió una objeción, pero se limitó a decir—: No me interrumpas. Yo sólo quería decirte que el diablo me impulsó a hacer aquello y luego me hizo comprender que no tenía derecho a hacerlo, puesto que era un gusano como los demás. El diablo se burló de mí. Si estoy en tu casa es porque soy un gusano; de lo contrario, no te habría hecho esta visita…Has de saber que cuando fui a casa de la vieja, yosolamente deseaba hacer un experimento.
—Usted mató.
—Pero ¿cómo? No se asesina como yo lo hice. El que comete un crimen procede de modo muy distinto…Algún día lo contaré todo detalladamente…
¿Fue a la vieja a quien maté? No, me asesiné a mí mismo, no a ella, y me perdí para siempre…Fue el diablo el que mató a la vieja y no yo.
Y de pronto exclamó con voz desgarradora:
—¡Basta, Sonia, basta! ¡Déjame, déjame!
Raskolnikof apoyó los codos en las rodillas y hundió la cabeza entre sus manos, rígidas como tenazas.
—¡Qué modo de sufrir! —gimió Sonia.
—Bueno, ¿qué debo hacer? Habla —dijo el joven, levantando la cabeza y mostrando su rostro horriblemente descompuesto.
—¿Qué debes hacer? —exclamó la muchacha.
Se arrojó sobre él. Sus ojos, hasta aquel momento bañados en lágrimas, centellaron de pronto.
—¡Levántate!
Le había puesto la mano en el hombro. Él se levantó y la miró, estupefacto.
—Ve inmediatamente a la próxima esquina, arrodíllate y besa la tierra que has mancillado. Después inclínate a derecha e izquierda, ante cada persona que pase, y di en voz alta: «¡He matado!» Entonces Dios te devolverá la vida.
Temblando de pies a cabeza, le asió las manos convulsivamente y le miró con ojos de loca.
—¿Irás, irás? —le preguntó.
Raskolnikof estaba tan abatido, que tanta exaltación le sorprendió.
—¿Quieres que vaya a presidio, Sonia? —preguntó con acento sombrío—.¿Pretendes que vaya a presentarme a la justicia?
—Debes aceptar el sufrimiento, la expiación, que es el único medio de borrar tu crimen.
—No, no iré a presentarme a la justicia, Sonia.
—¿Y tu vida qué? —exclamó la joven—. ¿Cómo vivirás? ¿Podrás vivir desde ahora? ¿Te atreverás a dirigir la palabra a tu madre…? ¿Qué será de ellas…? Pero ¿qué digo? Ya has abandonado a tu madre y a tu hermana. Bien sabes que las has abandonado… ¡Señor…! Él ya ha comprendido lo que estosignifica… ¿Se puede vivir lejos de todos los seres humanos? ¿Qué va a ser de ti?
—No seas niña, Sonia —respondió dulcemente Raskolnikof—. ¿Quién es esa gente para juzgar mi crimen? ¿Qué podría decirles? Su autoridad es pura ilusión. Dan muerte a miles de hombres y ven en ello un mérito. Son unos bribones y unos cobardes, Sonia…No iré. ¿Qué quieres que les diga? ¿Que he escondido el dinero debajo de una piedra por no atreverme a quedármelo? —Y añadió, sonriendo amargamente—: Se burlarían de mí. Dirían que soy un imbécil al no haber sabido aprovecharme. Un imbécil y un cobarde. No comprenderían nada, Sonia, absolutamente nada. Son incapaces de comprender. ¿Para qué ir? No, no iré. No seas niña, Sonia.
—Tu vida será un martirio —dijo la joven, tendiendo hacia él los brazos en una súplica desesperada.
—Tal vez me haya calumniado a mí mismo —dijo, absorto y con acento sombrío—. Acaso soy un hombre todavía, no un gusano, y me he precipitado al condenarme. Voy a intentar seguir luchando.
Y sonrió con arrogancia.
—¡Pero llevar esa carga de sufrimiento toda la vida, toda la vida…!
—Ya me acostumbraré —dijo Raskolnikof, todavía triste y pensativo.
Pero un momento después exclamó:
—¡Bueno, basta de lamentaciones! Hay que hablar de cosas más importantes. He venido a decirte que me siguen la pista de cerca.
—¡Oh! —exclamó Sonia, aterrada.
—Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué gritas? Quieres que vaya a presidio, y ahora te asustas. ¿De qué? Pero escucha: no me dejaré atrapar fácilmente. Les daré trabajo. No tienen pruebas. Ayer estuve verdaderamente en peligro y me creí perdido, pero hoy el asunto parece haberse arreglado. Todas las pruebas que tienen son armas de dos filos, de modo que los cargos que me hagan puedo presentarlos de forma que me favorezcan, ¿comprendes? Ahora ya tengo experiencia. Sin embargo, no podré evitar que me detengan. De no ser por una circunstancia imprevista, ya estaría encerrado. Pero aunque me encarcelen, habrán de dejarme en libertad, pues ni tienen pruebas ni las tendrán, te doy mi palabra, y por simples sospechas no se puede condenar a un hombre…Anda, siéntate…Sólo te he dicho esto para que estés prevenida…En cuanto a mi madre y a mi hermana, ya arreglaré las cosas de modo que no se inquieten ni sospechen la verdad…Por otra parte, creo que mi hermana está ahora al abrigo de la necesidad y, por lo tanto, también mi madre…Esto es todo. Cuento con tu prudencia. ¿Vendrás a verme cuando esté detenido?—¡Sí, sí!
Allí estaban los dos, tristes y abatidos, como náufragos arrojados por el temporal a una costa desolada. Raskolnikof miraba a Sonia y comprendía lo mucho que lo amaba. Pero —cosa extraña— esta gran ternura produjo de pronto al joven una impresión penosa y amarga. Una sensación extraña y horrible. Había ido a aquella casa diciéndose que Sonia era su único refugio y su única esperanza. Había ido con el propósito de depositar en ella una parte de su terrible carga, y ahora que Sonia le había entregado su corazón se sentía infinitamente más desgraciado que antes.
—Sonia —le dijo—, será mejor que no vengas a verme cuando esté
encarcelado.
Ella no contestó. Lloraba. Transcurrieron varios minutos.
De pronto, como obedeciendo a una idea repentina, Sonia preguntó:
—¿Llevas alguna cruz?
Él la miró sin comprender la pregunta.
—No, no tienes ninguna, ¿verdad? Toma, quédate ésta, que es de madera de ciprés. Yo tengo otra de cobre que fue de Lisbeth. Hicimos un cambio: ella me dio esta cruz y yo le regalé una imagen. Yo llevaré ahora la de Lisbeth y tú la mía. Tómala —suplicó—. Es una cruz, mi cruz…Desde ahora sufriremos juntos, y juntos llevaremos nuestra cruz.
—Bien, dame —dijo Raskolnikof.
Quería complacerla, pero de pronto, sin poderlo remediar, retiró la mano
que había tendido.
—Más adelante, Sonia. Será mejor.
—Sí, será mejor —dijo ella, exaltada—. Te la pondrás cuando empiece tu expiación. Entonces vendrás a mí y la colgaré en tu cuello. Rezaremos juntos y después nos pondremos en marcha.
En este momento sonaron tres golpes en la puerta.
—¿Se puede pasar, Sonia Simonovna? —preguntó cortésmente una voz conocida.
Sonia corrió hacia la puerta, llena de inquietud. La abrió y la rubia cabeza de Lebeziatnikof apareció junto al marco.
Lebeziatnikof daba muestras de una turbación extrema. —Vengo por usted, Sonia Simonovna. Perdone…No esperaba encontrarlo aquí —dijo de pronto, dirigiéndose a Raskolnikof—. No es que vea nada malo en ello, entiéndame; es, sencillamente, que no lo esperaba.
Se volvió de nuevo hacia Sonia y exclamó:
—Catalina Ivanovna ha perdido el juicio.
Sonia lanzó un grito.
—Por lo menos —dijo Lebeziatnikof— lo parece. Claro que…Pero es el caso que no sabemos qué hacer…Les contaré lo ocurrido. Después de marcharse ha vuelto. A mí me parece que le han pegado…Ha ido en busca del jefe de su marido y no lo ha encontrado: estaba comiendo en casa de otro general. Entonces ha ido al domicilio de ese general y ha exigido ver al jefe de su esposo, que estaba todavía a la mesa. Ya pueden ustedes figurarse lo que ha ocurrido. Naturalmente, la han echado, pero ella, según dice, ha insultado al general e incluso le ha arrojado un objeto a la cabeza. Esto es muy posible. Lo que no comprendo es que no la hayan detenido. Ahora está describiendo la escena a todo el mundo, incluso a Amalia Ivanovna, pero nadie la entiende, tanto grita y se debate…Dice que ya que todos la abandonan, cogerá a los niños y se irá con ellos a la calle a tocar el órgano y pedir limosna, mientras sus hijos cantan y bailan. Y que irá todos los días a pedir ante la casa del general, a fin de que éste vea a los niños de una familia de la nobleza, a los hijos de un funcionario, mendigando por las calles. Les pega y ellos lloran.
Enseña a Lena a cantar aires populares y a los otros dos a bailar. Destroza sus ropas y les confecciona gorros de saltimbanqui. Como no tiene ningún instrumento de música, está dispuesta a llevarse una cubeta para golpearla a manera de tambor. No quiere escuchar a nadie. Ustedes no se pueden imaginar lo que es aquello.
Lebeziatnikof habría seguido hablando de cosas parecidas y en el mismo tono si Sonia, que le escuchaba anhelante, no hubiera cogido de pronto su sombrero y su chal y echado a correr. Raskolnikof y Lebeziatnikof salieron tras ella.
—No cabe duda de que se ha vuelto loca —dijo Andrés Simonovitch a Raskolnikof cuando estuvieron en la calle—. Si no lo he asegurado ha sido tan sólo para no inquietar demasiado a Sonia Simonovna. Desde luego, su locura es evidente. Dicen que a los tísicos se les forman tubérculos en el cerebro.
Lamento no saber medicina. Yo he intentado explicar el asunto a la enfermera, pero ella no ha querido escucharme.
—¿Le ha hablado usted de tubérculos?—No, no; si le hubiera hablado de tubérculos, ella no me habría comprendido. Lo que quiero decir es que, si uno consigue convencer a otro, por medio de la lógica, de que no tiene motivos para llorar, no llorará. Esto es indudable. ¿Acaso usted no opina así?
—Yo creo que si tuviera usted razón, la vida sería demasiado fácil.
—Permítame. Desde luego, Catalina Ivanovna no comprendería fácilmente lo que le voy a decir. Pero usted… ¿No sabe que en Paris se han realizado serios experimentos sobre el sistema de curar a los locos sólo por medio de la lógica? Un doctor francés, un gran sabio que ha muerto hace poco, afirmaba que esto es posible. Su idea fundamental era que la locura no implica lesiones orgánicas importantes, que sólo es, por decirlo así, un error de lógica, una falta de juicio, un punto de vista equivocado de las cosas. Contradecía progresivamente a sus enfermos, refutaba sus opiniones, y obtuvo excelentes resultados. Pero como al mismo tiempo utilizaba las duchas, no ha quedado plenamente demostrada la eficacia de su método…Por lo menos, esto es lo que opino yo.
Pero Raskolnikof ya no le escuchaba. Al ver que habían Llegado frente a su casa, saludó a Lebeziatnikof con un movimiento de cabeza y cruzó el portal. Andrés Simonovitch se repuso en seguida de su sorpresa y, tras dirigir una mirada a su alrededor, prosiguió su camino.
Raskolnikof entró en su buhardilla, se detuvo en medio de la habitación y se preguntó:
—¿Para qué habré venido?
Y su mirada recorría las paredes, cuyo amarillento papel colgaba aquí y allá en jirones…, y el polvo…, y el diván…
Del patio subía un ruido seco, incesante: golpes de martillo sobre clavos.
Se acercó a la ventana, se puso de puntillas y estuvo un rato mirando con gran atención…El patio estaba desierto; Raskolnikof no vio a nadie. En el ala izquierda había varias ventanas abiertas, algunas adornadas con macetas, de las que brotaban escuálidos geranios. En la parte exterior se veían cuerdas con ropa tendida…Era un cuadro que estaba harto de ver. Dejó la ventana y fue a sentarse en el diván. Nunca se había sentido tan solo.
Experimentó de nuevo un sentimiento de odio hacia Sonia. Sí, la odiaba después de haberla atraído a su infortunio. ¿Por qué habría ido a hacerla llorar? ¿Qué necesidad tenía de envenenar su vida? ¡Qué cobarde había sido!
—Permaneceré solo —se dijo de pronto, en tono resuelto—, y ella no vendrá a verme a la cárcel.
Cinco minutos después levantó la cabeza y sonrió extrañamente. Acababade pasar por su cerebro una idea verdaderamente singular. «Acaso sea verdad
que estaría mejor en presidio.»
Nunca sabría cuánto duró aquel desfile de ideas vagas.
De pronto se abrió la puerta y apareció Avdotia Romanovna. La joven se detuvo en el umbral y estuvo un momento observándole, exactamente igual que había hecho él al llegar a la habitación de Sonia. Después Dunia entró en el aposento y fue a sentarse en una silla frente a él, en el sitio mismo en que se había sentado el día anterior. Raskolnikof la miró en silencio, con aire distraído.
—No te enfades, Rodia —dijo Dunia—. Estaré aquí sólo un momento.
La joven estaba pensativa, pero su semblante no era severo. En su clara mirada había un resplandor de dulzura. Raskolnikof comprendió que era su amor a él lo que había impulsado a su hermana a hacerle aquella visita.
—Oye, Rodia: lo sé todo…, ¡todo! Me lo ha contado Dmitri Prokofitch.
Me ha explicado hasta el más mínimo detalle. Te persiguen y te atormentan con las más viles y absurdas suposiciones. Dmitri Prokofitch me ha dicho que no corres peligro alguno y que no deberías preocuparte como te preocupas. En esto no estoy de acuerdo con él: comprendo tu indignación y no me extrañaría que dejara en ti huellas imborrables. Esto es lo que me inquieta. No te puedo reprochar que nos hayas abandonado, y ni siquiera juzgaré tu conducta.
Perdóname si lo hice. Estoy segura de que también yo, si hubiera tenido una desgracia como la tuya, me habría alejado de todo el mundo. No contaré nada de todo esto a nuestra madre, pero le hablaré continuamente de ti y le diré que tú me has prometido ir muy pronto a verla. No te inquietes por ella: yo la tranquilizaré. Pero tú ten piedad de ella: no olvides que es tu madre. Sólo he venido a decirte —y Dunia se levantó— que si me necesitases para algo, aunque tu necesidad supusiera el sacrificio de mi vida, no dejes de llamarme.
Vendría inmediatamente. Adiós.
Se volvió y se dirigió a la puerta resueltamente.
—¡Dunia! —la llamó su hermano, levantándose también y yendo hacia ella
—. Ya habrás visto que Rasumikhine es un hombre excelente.
Un leve rubor apareció en las mejillas de Dunia.
—¿Por qué lo dices? —preguntó, tras unos momentos de espera.
—Es un hombre activo, trabajador, honrado y capaz de sentir un amor verdadero…Adiós, Dunia.
La joven había enrojecido vivamente. Después su semblante cobró una expresión de inquietud.—¿Es que nos dejas para siempre, Rodia? Me has hablado como quien hace testamento.
—Adiós, Dunia.
Se apartó de ella y se fue a la ventana. Dunia esperó un momento, lo miró con un gesto de intranquilidad y se marchó llena de turbación.
Sin embargo, Rodia no sentía la indiferencia que parecía demostrar a su hermana. Durante un momento, al final de la conversación, incluso había deseado ardientemente estrecharla en sus brazos, decirle así adiós y contárselo todo. No obstante, ni siquiera se había atrevido a darle la mano.
«Más adelante, al recordar mis besos, podría estremecerse y decir que se los había robado.»
Y se preguntó un momento después:
«Además, ¿tendría la entereza de ánimo necesaria para soportar semejante confesión? No, no la soportaría; las mujeres como ella no son capaces de afrontar estas cosas.»
Sonia acudió a su pensamiento. Un airecillo fresco entraba por la ventana.
Declinaba el día. Cogió su gorra y se marchó.
No se sentía con fuerzas para preocuparse por su salud, ni experimentaba el menor deseo de pensar en ella. Pero aquella angustia continua, aquellos terrores, forzosamente tenían que producir algún efecto en él, y si la fiebre no le había abatido ya era precisamente porque aquella tensión de ánimo, aquella inquietud continua, le sostenían y le infundían una falsa animación.
Erraba sin rumbo fijo. El sol se ponía. Desde hacía algún tiempo, Raskolnikof experimentaba una angustia completamente nueva, no aguda ni demasiado penosa, pero continua e invariable. Presentía largos y mortales años colmados de esta fría y espantosa ansiedad. Generalmente era al atardecer cuando tales sensaciones cobraban una intensidad obsesionante.
Con estos estúpidos trastornos provocados por una puesta de sol —se dijo malhumorado— es imposible no cometer alguna tontería. Uno se siente capaz de ir a confesárselo todo no sólo a Sonia, sino a Dunia.»
Oyó que le llamaban y se volvió. Era Lebeziatnikof, que corría hacia él.
—Vengo de su casa. He ido a buscarle. Esa mujer ha hecho lo que se proponía: se ha marchado de casa con los niños. A Sonia Simonovna y a mí nos ha costado gran trabajo encontrarla. Golpea con la mano una sartén y obliga a los niños a cantar. Los niños lloran. Catalina Ivanovna se va parando en las esquinas y ante las tiendas. Los sigue un grupo de imbéciles. Venga usted.—¿Y Sonia? —preguntó, inquieto, Raskolnikof, mientras echaba a andar al lado de Lebeziatnikof a toda prisa.
—Está completamente loca…Bueno, me refiero a Catalina Ivanovna, no a Sonia Simonovna. Ésta está trastornada, desde luego; pero Catalina Ivanovna está verdaderamente loca, ha perdido el juicio por completo. Terminarán por detenerla, y ya puede usted figurarse el efecto que esto le va a producir. Ahora está en el malecón del canal, cerca del puente de N, no lejos de casa de Sonia Simonovna, que está cerca de aquí.
En el malecón, cerca del puente y a dos pasos de casa de Sonia Simonovna, había una verdadera multitud, formada principalmente por chiquillos y rapazuelos. La voz ronca y desgarrada de Catalina Ivanovna llegaba hasta el puente. En verdad, el espectáculo era lo bastante extraño para atraer la atención de los transeúntes. Catalina Ivanovna, con su vieja bata y su chal de paño, cubierta la cabeza con un mísero sombrero de paja ladeado sobre una oreja, parecía presa de su verdadero acceso de locura. Estaba rendida y jadeante. Su pobre cara de tísica nunca había tenido un aspecto tan lamentable (por otra parte, los enfermos del pecho tienen siempre peor cara en la calle, en pleno día, que en su casa). Pero, a pesar de su debilidad, Catalina Ivanovna parecía dominada por una excitación que iba en continuo aumento. Se arrojaba sobre los niños, los reñía, les enseñaba delante de todo el mundo a bailar y cantar, y luego, furiosa al ver que las pobres criaturas no sabían hacer lo que ella les decía, empezaba a azotarlos.
A veces interrumpía sus ejercicios para dirigirse al público. Y cuando veía entre la multitud de curiosos alguna persona medianamente vestida, le decía que mirase a qué extremo habían llegado los hijos de una familia noble y casi aristocrática. Si oía risas o palabras burlonas, se encaraba en el acto con los insolentes y los ponía de vuelta y media. Algunos se reían, otros sacudían la cabeza, compasivos, y todos miraban con curiosidad a aquella loca rodeada de niños aterrados.
Lebeziatnikof debía de haberse equivocado en lo referente a la sartén. Por lo menos, Raskolnikof no vio ninguna. Catalina Ivanovna se limitaba a llevar el compás batiendo palmas con sus descarnadas manos cuando obligaba a Poletchka a cantar y a Lena y Kolia a bailar. A veces se ponía a cantar ella misma; pero pronto le cortaba el canto una tos violenta que la desesperaba.
Entonces empezaba a maldecir de su enfermedad y a llorar. Pero lo que más la enfurecía eran las lágrimas y el terror de Lena y de Kolia.
Había intentado vestir a sus hijos como cantantes callejeros. Le había puesto al niño una especie de turbante rojo y blanco, con lo que parecía un turco. Como no tenía tela para hacer a Lena un vestido, se había limitado a ponerle en la cabeza el gorro de lana, en forma de casco, del difunto SimónZaharevitch, al que añadió como adorno una pluma de avestruz blanca que había pertenecido a su abuela y que hasta entonces había tenido guardada en su baúl como una reliquia de familia. Poletchka llevaba su vestido de siempre.
Miraba a su madre con una expresión de inquietud y timidez y no se apartaba de ella. Procuraba ocultarle sus lágrimas; sospechaba que su madre no estaba en su juicio, y se sentía aterrada al verse en la calle, en medio de aquella multitud. En cuanto a Sonia, se había acercado a su madrastra y le suplicaba llorando que volviera a casa. Pero Catalina Ivanovna se mostraba inflexible.
—¡Basta, Sonia! —exclamó, jadeando y sin poder continuar a causa de la tos—. No sabes lo que me pides. Pareces una niña. Ya lo he dicho que no volveré a casa de esa alemana borracha. Que todo el mundo, que todo Petersburgo vea mendigar a los hijos de un padre noble que ha servido leal y fielmente toda su vida y que ha muerto, por decirlo así, en su puesto de trabajo.
Aquel trastornado cerebro había urdido esta fantasía, y Catalina Ivanovna creía en ella ciegamente.
—Que ese bribón de general vea esto. Además, tú no te das cuenta de una cosa, Sonia. ¿De dónde vamos a sacar ahora la comida? Ya te hemos explotado bastante y no quiero que esto continúe…
En esto vio a Raskolnikof y corrió hacia él.
—¿Es usted, Rodion Romanovitch? Haga el favor de explicarle a esta tonta que la resolución que he tomado es la más conveniente. Bien se da limosna a los músicos ambulantes. A nosotros nos reconocerán en seguida: verán que somos una familia noble caída en la miseria, y ese detestable general será expulsado del ejército: ya lo verá usted. Iremos todos los días a pedir bajo sus ventanas. Y cuando pase el emperador, me arrojaré a sus pies y le mostraré a mis hijos. «Protéjame, señor», le diré. Es un hombre misericordioso, un padre para los huérfanos, y nos protegerá, ya lo verá usted. Y ese detestable general…Lena, tenez—vous droite. Tú, Kolia, vas a volver a bailar en seguida. Pero ¿por qué lloras? ¿De qué tienes miedo, so tonto? Señor, ¿qué puedo hacer con ellos? Le hacen perder a una la paciencia, Rodion Romanovitch.
Y entre lágrimas (lo que no le impedía hablar sin descanso) mostraba a Raskolnikof sus desconsolados hijos.
El joven intentó convencerla de que volviera a su habitación, diciéndole (creía que levantaría su amor propio) que no debía ir por las calles como los organilleros, cuando estaba en vísperas de ser directora de un pensionado para muchachas nobles.
—¿Un pensionado? ¡Ja, ja, ja! ¡Ésa es buena! —exclamó CatalinaIvanovna, a la que acometió un acceso de tos en medio de su risa—. No, Rodion Romanovitch: ese sueño se ha desvanecido. Todo el mundo nos ha abandonado. Y ese general…Sepa usted, Rodion Romanovitch, que le arrojé a la cabeza un tintero que había en una mesa de la antecámara, al lado de la hoja donde han de poner su nombre los visitantes. No escribí el mío, le arrojé el tintero a la cabeza y me marché. ¡Cobardes! ¡Miserables…! Pero ahora me río de ellos. Me encargaré yo misma de la alimentación de mis hijos y no me humillaré ante nadie. Ya la hemos explotado bastante —señalaba a Sonia—.Poletchka, ¿cuánto dinero hemos recogido? A ver. ¿Cómo? ¿Dos kopeks nada más? ¡Qué gente tan miserable! No dan nada. Lo único que hacen es venir detrás de nosotros como idiotas. ¿De qué se reirá ese cretino? —señalaba a uno del grupo de curiosos—. De todo esto tiene la culpa Kolia, que no entiende nada. La saca a una de quicio… ¿Qué quieres, Poletchka? Háblame en francés, parle—moi français. Te he dado lecciones; sabes muchas frases. Si no hablas en francés, ¿cómo sabrá la gente que perteneces a una familia noble y que sois niños bien educados y no músicos ambulantes? Nosotros no cantaremos cancioncillas ligeras, sino hermosas romanzas. Bueno, vamos a ver qué cantamos ahora. Haced el favor de no interrumpirme…Oiga, Rodion Romanovitch nos hemos detenido aquí para escoger nuestro repertorio…
Necesitamos un aire que pueda bailar Kolia…Ya comprenderá usted que no tenemos nada preparado. Primero hay que ensayar, y cuando ya podamos presentar un trabajo de conjunto, nos iremos a la avenida Nevsky, por donde pasa mucha gente distinguida, que se fijará en nosotros inmediatamente. Lena sabe esa canción que se llama La casita de campo, pero ya la conoce todo el mundo y resulta una lata.
Necesitamos un repertorio de más calidad. Vamos, Polia, dame alguna idea; ayuda a tu madre… ¡Ah, esta memoria mía! ¡Cómo me falla! Si no me fallase, ya sabría yo lo que tenemos que cantar. Pues no es cosa de que cantemos El húsar apoyado en su sable… ¡Ah, ya sé! Cantaremos en francés Cinq sous. Vosotros sabéis esta canción porque os la he enseñado, y como es una canción francesa, la gente verá en seguida que pertenecéis a una familia noble y se conmoverá También podríamos cantar Marlborough s'en va —t—en guerre, que es una canción infantil que se canta en todas las casas aristocráticas para dormir a los niños.
»Marlborough s'en va—t—en guerre, ne sait quand reviendra.
Había empezado a cantar, pero en seguida se interrumpió.
—No, es mejor que cantemos Cinq sous…Anda, Kolia: las manos en las caderas, y a moverse vivamente. Y tú, Lena, da vueltas también, pero en sentido contrario. Poletchka y yo cantaremos y batiremos palmas.
»Cinq sous, cinq sous Pour monter notre ménage.
La acometió un acceso de dos.—Poletchka —dijo sin cesar de toser—, arréglate el vestido. Las hombreras te cuelgan. Ahora vuestro porte debe ser especialmente digno y distinguido, a fin de que todo el mundo pueda ver que pertenecéis a la nobleza.
Ya decía yo que tu corpiño debía ser más largo. Mira el resultado: esta niña es una caricatura… ¿Otra vez llorando? Pero ¿qué os pasa, estúpidos? Vamos, Kolia, empieza ya. ¡Anda! Animo. ¡Oh, qué criatura tan insoportable!
»Cinq sous, cinq sous. » ¿Ahora un soldado? ¿A qué vienes?
Era un gendarme, que se había abierto paso entre la muchedumbre. Pero, al mismo tiempo, se había acercado un señor de unos cincuenta años y aspecto imponente, que llevaba uniforme de funcionario y una condecoración pendiente de una cinta que rodeaba su cuello (lo cual produjo gran satisfacción a Catalina Ivanovna y causó cierta impresión al gendarme). El caballero, sin desplegar los labios, entregó a la viuda un billete de tres rublos, mientras su semblante reflejaba una compasión sincera. Catalina Ivanovna aceptó el obsequio y se inclinó ceremoniosamente.
—Muchas gracias, señor —dijo en un tono lleno de dignidad—. Las razones que nos han impulsado a…Toma el dinero, Poletchka. Ya ves que todavía hay en el mundo hombres generosos y magnánimos prestos a socorrer a una dama de la nobleza caída en el infortunio. Los huérfanos que ve ante usted, señor, son de origen noble, e incluso puede decirse que están emparentados con la más alta aristocracia…Ese miserable general estaba comiendo perdices…Empezó a golpear el suelo con el pie, contrariado por mi presencia, y yo le dije: «Excelencia, usted conocía a Simón Zaharevitch.
Proteja a sus huérfanos. El mismo día de su entierro, su hija ha tenido que soportar las calumnias del más miserable de los hombres…» ¿Todavía está aquí este soldado?
Y gritó, dirigiéndose al funcionario:
—Protéjame, señor. ¿Por qué me acosa este soldado? Ya hemos tenido que librarnos de uno en la calle de los Burgueses… ¿Qué quieres de mí, imbécil?
—Está prohibido armar escándalo en la calle. Haga el favor de comportarse con más corrección.
—¡Tú sí que eres incorrecto! Yo no hago sino lo que hacen los músicos ambulantes. ¿Por qué te has de ensañar conmigo?
—Los músicos ambulantes necesitan un permiso. Usted no lo tiene y provoca escándalos en la vía pública. ¿Dónde vive usted?
—¿Un permiso? —exclamó Catalina Ivanovna—. ¡He enterrado hoy a mi marido! ¿Qué permiso puedo tener?
—Cálmese, señora —dijo el funcionario—. Venga, la acompañaré a sucasa. Usted no es persona para estar entre esta gente. Está usted enferma…
—¡Señor, usted no conoce nuestra situación! —dijo Catalina Ivanovna—.Tenemos que ir a la avenida Nevsky… ¡Sonia, Sonia…! ¿Dónde estás? ¿También tú lloras? Pero ¿qué os pasa a todos…? Kolia, Lena, ¿adónde vais? —exclamó, súbitamente aterrada—. ¡Qué niños tan estúpidos! ¡Kolia, Lena! ¿Adónde vais?
Lo ocurrido era que los niños, ya asustados por la multitud que los rodeaba y por las extravagancias de su madre, habían sentido verdadero terror al ver acercarse al gendarme dispuesto a detenerlos y habían huido a todo correr.
La infortunada Catalina Ivanovna se había lanzado en pos de ellos, gimiendo y sollozando. Era desgarrador verla correr jadeando y entre sollozos.
Sonia y Poletchka salieron en su persecución.
—¡Cógelos, Sonia! ¡Qué niños tan estúpidos e ingratos! ¡Detenlos, Polia!
Todo lo he hecho por vosotros.
En su carrera tropezó con un obstáculo y cayó.
—¡Se ha herido! ¡Está cubierta de sangre! ¡Dios mío!
Y mientras decía esto, Sonia se había inclinado sobre ella.
La gente se apiñó en torno de las dos mujeres. Raskolnikof y Lebeziatnikof habían sido de los primeros en llegar, así como el funcionario y el gendarme.
—¡Qué desgracia! —gruñó este último, presintiendo que se hallaba ante un asunto enojoso.
Luego trató de dispersar a la multitud que se hacinaba en torno de él.
—¡Circulen, circulen!
—Se muere —dijo uno.
—Se ha vuelto loca —afirmó otro.
—¡Piedad para ella, Señor! —dijo una mujer santiguándose—. ¿Se ha encontrado a los niños? Sí, ahí vienen; los trae la niña mayor. ¡Qué desgracia, Dios mío!
Al examinar atentamente a Catalina Ivanovna se pudo ver que no se había herido, como creyera Sonia, sino que la sangre que teñía el pavimento salía de su boca.
—Yo sé lo que es eso —dijo el funcionario en voz baja a Raskolnikof y Lebeziatnikof—. Está tísica. La sangre empieza a salir y ahoga al enfermo. Yo he presenciado un caso igual en una parienta mía. De pronto echó vaso y medio de sangre. ¿Qué podemos hacer? Se va a morir.—¡Llévenla a mi casa! —suplicó Sonia—. Vivo aquí mismo…Aquella casa, la segunda… ¡A mi casa, pronto…! Busquen un médico… ¡Señor! Todo se arregló gracias a la intervención del funcionario. El gendarme incluso ayudó a transportar a Catalina Ivanovna. La depositaron medio muerta en la cama de Sonia. La hemorragia continuaba, pero la enferma se iba recobrando poco a poco.
En la habitación, además de Sonia, habían entrado Raskolnikof, Lebeziatnikof, el funcionario y el gendarme, que obligó a retirarse a algunos curiosos que habían llegado hasta la puerta. Apareció Poletchka con los fugitivos, que temblaban y lloraban. De casa de Kapernaumof llegaron también, primero el mismo sastre, con su cojera y su único ojo sano, y que tenía un aspecto extraño con sus patillas y cabellos tiesos; después su mujer, cuyo semblante tenía una expresión de espanto, y en pos de ellos algunos de sus niños, cuyas caras reflejaban un estúpido estupor. Entre toda esta multitud apareció de pronto el señor Svidrigailof. Raskolnikof le contempló con un gesto de asombro. No comprendía de dónde había salido: no recordaba haberlo visto entre la multitud.
Se habló de llamar a un médico y a un sacerdote. El funcionario murmuró al oído de Raskolnikof que la medicina no podía hacer nada en este caso, pero no por eso dejó de aprobar la idea de que se fuera a buscar un doctor.
Kapernaumof se encargó de ello.
Entre tanto, Catalina Ivanovna se había reanimado un poco. La hemorragia había cesado. La enferma dirigió una mirada llena de dolor, pero penetrante, a la pobre Sonia, que, pálida y temblorosa, le limpiaba la frente con un pañuelo.
Después pidió que la levantaran. La sentaron en la cama y le pusieron almohadas a ambos lados para que pudiera sostenerse.
—¿Dónde están los niños? —preguntó con voz trémula—. ¿Los has traído, Polia? ¡Los muy tontos! ¿Por qué habéis huido? ¿Por qué?
La sangre cubría aún sus delgados labios. La enferma paseó la mirada por la habitación.
—Aquí vives, ¿verdad, Sonia? No había venido nunca a tu casa, y al fin he tenido ocasión de verla.
Se quedó mirando a Sonia con una expresión llena de amargura.
—Hemos destrozado tu vida por completo…Polia, Lena, Kolia, venid…
Aquí están, Sonia…Tómalos…Los pongo en tus manos…Yo he terminado ya…Se acabó la fiesta…Acostadme…Dejadme morir tranquila.
La tendieron en la cama.
—¿Cómo? ¿Un sacerdote? ¿Para qué? ¿Es que a alguno de ustedes lessobra un rublo…? Yo no tengo pecados…Dios me perdonará…Sabe lo mucho que he sufrido en la vida…Y si no me perdona, ¿qué le vamos a hacer?
El delirio de la fiebre se iba apoderando de ella. Sus ideas eran cada vez más confusas. A cada momento se estremecía, miraba al círculo formado en torno del lecho, los reconocía a todos. Después volvía a hundirse en el delirio.
Su respiración era silbante y penosa. Se oía en su garganta una especie de hervor.
—Yo le dije: «¡Excelencia…!» —exclamó, deteniéndose después de cada palabra para tomar aliento—. ¡Esa Amalia Ludwigovna…! ¡Lena, Kolia, las manos en las caderas…! Vivacidad, mucha vivacidad…Ligereza y elegancia…Un poco de taconeo… ¡A ver si lo hacéis con gracia…!
»Du hast Diamanten and Perlen.
»¿Qué viene después…? ¡Ah, sí!
»Du hast die schonsten Augen…Madchen, was willst du meher?
»¡Qué falso es esto! Was willst du meher…? Bueno, ¿qué más dijo el muy imbécil…? Ya, ya recuerdo lo que sigue…
»En los mediodías ardientes de los llanos del Daghestan…
»¡Ah, cómo me gustaba, como me encantaba esta romanza, Poletchka! Me la cantaba tu padre antes de casarnos… ¡Qué tiempos aquellos…! Esto es lo que debemos cantar…Pero ¿qué viene después…? Lo he olvidado…Ayúdame a recordar…
La dominaba una profunda agitación. Intentaba incorporarse…De pronto, con voz ronca, entrecortada, siniestra, deteniéndose para respirar después de cada palabra, con una creciente expresión de inquietud en el rostro, volvió a cantar:
«En los mediodías ardientes de los llanos del Daghestan…, con una bala en el pecho…»
De pronto rompió a llorar y exclamó con una especie de ronquido:
—¡Excelencia, proteja a los huérfanos en memoria del difunto Simón
Zaharevitch, del que incluso puede decirse que era un aristócrata!
Tras un estremecimiento, volvió a su juicio, miró con un gesto de espanto a cuantos la rodeaban y se vio que hacía esfuerzos por recordar dónde estaba. En seguida reconoció a Sonia, pero se mostró sorprendida de verla a su lado.
—Sonia…, Sonia…—dijo dulcemente—, ¿también estás tú aquí?
La levantaron de nuevo.—¡Ha llegado la hora…! ¡Esto se acabó, desgraciada…! La bestia está rendida…, ¡muerta! —gritó con amarga desesperación, y cayó sobre la almohada.
Quedó adormecida, pero este sopor duró poco. Echó hacia atrás el amarillento y enjuto rostro, su boca se abrió, sus piernas se extendieron convulsivamente, lanzó un profundo suspiro y murió.
Sonia se arrojó sobre el cadáver, se abrazó a él, dejó caer su cabeza sobre el descarnado pecho de la difunta y quedó inmóvil, petrificada. Poletchka se echó sobre los pies de su madre y empezó a besarlos sollozando.
Kolia y Lena, aunque no comprendían lo que había sucedido, adivinaban que el acontecimiento era catastrófico. Se habían cogido de los hombros y se miraban en silencio. De pronto, los dos abrieron la boca y empezaron a llorar y a gritar.
Los dos llevaban aún sus vestidos de saltimbanqui: uno su turbante, el otro su gorro adornado con una pluma de avestruz.
No se sabe cómo, el diploma obtenido por Catalina Ivanovna en el internado apareció de pronto en el lecho, al lado del cadáver. Raskolnikof lo vio. Estaba junto a la almohada.
Rodia se dirigió a la ventana. Lebeziatnikof corrió a reunirse con él.
—Se ha muerto —murmuró.
—Rodion Romanovitch —dijo Svidrigailof acercándose a ellos—,tengo que decirle algo importante.
Lebeziatnikof se retiró en el acto discretamente. No obstante, Svidrigailof se llevó a Raskolnikof a un rincón más apartado. Rodia no podía ocultar su curiosidad.
—De todo esto, del entierro y de lo demás, me encargo yo. Ya sabe usted que tengo más dinero del que necesito. Llevaré a Poletchka y sus hermanitos a un buen orfelinato y depositaré mil quinientos rublos para cada uno. Así podrán llegar a la mayoría de edad sin que Sonia Simonovna tenga que preocuparse por su sostenimiento. En cuanto a ella, la retiraré de la prostitución, pues es una buena chica, ¿no le parece? Ya puede usted explicar a Avdotia Romanovna en qué gasto yo el dinero.
—¿Qué persigue usted con su generosidad? —preguntó Raskolnikof.
—¡Qué escéptico es usted! —exclamó Svidrigailof, echándose a reír—.Ya le he dicho que no necesito el dinero que en esto voy a gastar. Usted no admite que yo pueda proceder por un simple impulso de humanidad. Al fin y al cabo, esa mujer no era un gusano —señalaba con el dedo el rincón donde reposabala difunta— como cierta vieja usurera. ¿No sería preferible que, en vez de ella, hubiera muerto Lujine, ya que así no podría cometer más infamias? Sin mi ayuda, Poletchka seguiría el camino de su hermana…
Su tono malicioso parecía lleno de reticencia, y mientras hablaba no apartaba la vista de Raskolnikof, el cual se estremeció y se puso pálido al oír repetir los razonamientos que había hecho a Sonia. Retrocedió vivamente y fijó en Svidrigailof una mirada extraña.
—¿Cómo sabe usted que yo he dicho eso? —balbuceó.
—Vivo al otro lado de ese tabique, en casa de la señora Resslich. Este departamento pertenece a Kapernaumof, y aquél, a la señora Resslich, mi antigua y excelente amiga. Soy vecino de Sonia Simonovna.
—¿Usted?
—Sí, yo —dijo Svidrigailof entre grandes carcajadas—. Le doy mi palabra de honor, querido Rodion Romanovitch, de que me ha interesado usted extraordinariamente. Le dije que seríamos buenos amigos. Pues bien, ya lo somos. Ya verá como soy un hombre comprensivo y tratable con el que se puede alternar perfectamente.
****
Debo de estar soñando todavía —volvió a pensar Raskolnikof, contemplando al inesperado visitante con atención y desconfianza— ¡Svidrigailof! ¡Qué cosa tan absurda!»
—No es posible —dijo en voz alta, dejándose llevar de su estupor.
El visitante no mostró sorpresa alguna ante esta exclamación.
—He venido a verle —dijo— por dos razones. En primer lugar, deseaba conocerle personalmente, pues he oído hablar mucho de usted y en los términos más halagadores. En segundo lugar, porque confío en que no me negará usted su ayuda para llevar a cabo un proyecto relacionado con su hermana Avdotia Romanovna. Solo, sin recomendación alguna, sería muy probable que su hermana me pusiera en la puerta, en estos momentos en que está llena de prevenciones contra mí. En cambio, contando con la ayuda de usted, yo creo…
—No espere que le ayude —le interrumpió Raskolnikof.
—Permítame una pregunta. Hasta ayer no llegaron su madre y su hermana, ¿verdad?
Raskolnikof no contestó.
—Sí, sé que llegaron ayer. Y yo llegué anteayer. Pues bien, he aquí lo que quiero decirle, Rodion Romanovitch. Creo innecesario justificarme, pero permítame otra pregunta: ¿qué hay de criminal en mi conducta, siempre, claro es, que se miren las cosas imparcialmente y sin prejuicios? Usted me dirá que he perseguido en mi propia casa a una muchacha indefensa y que la he insultado con mis proposiciones deshonestas (ya ve usted que yo mismo me adelanto a enfrentarme con la acusación), pero considere usted que soy unhombre et nihil humanum…En una palabra, que soy susceptible de caer en una tentación, de enamorarme, pues esto no depende de nuestra voluntad.
Admitido esto, todo se explica del modo más natural. La cuestión puede plantearse así: ¿soy un monstruo o una víctima? Yo creo que soy una víctima, pues cuando proponía al objeto de mi pasión que huyera conmigo a América o a Suiza alimentaba los sentimientos más respetuosos y sólo pensaba en asegurar nuestra felicidad común. La razón es esclava de la pasión, y era yo el primer perjudicado por ella…
—No se trata de eso —replicó Raskolnikof con un gesto de disgusto—.Esté usted equivocado o tenga razón, nos parece usted un hombre sencillamente detestable y no queremos ningún trato con usted. No quiero verle en mi casa. ¡Váyase!
Svidrigailof se echó a reír de buena gana.
—¡A usted no hay modo de engañarlo! —exclamó con franca alegría—.He querido emplear la astucia, pero estos procedimientos no se han hecho para usted.
—Sin embargo, sigue usted intentando embaucarme.
—¿Y qué? —exclamó Svidrigailof, riendo con todas sus fuerzas—. Son armas de bonne guerre, como suele decirse; una astucia de lo más inocente…
Pero usted no me ha dejado acabar. Sea como fuere, yo le aseguro que no habría ocurrido nada desagradable de no producirse el incidente del jardín.
Marfa Petrovna…
—Se dice —le interrumpió rudamente Raskolnikof— que a Marfa Petrovna la ha matado usted.
—¿Conque ya le han hablado de eso? En verdad, es muy comprensible.
Pues bien, en cuanto a lo que acaba usted de decir, sólo puedo responderle que tengo la conciencia completamente tranquila sobre ese particular. Es un asunto que no me inspira ningún temor. Todas las formalidades en uso se han cumplido del modo más correcto y minucioso. Según la investigación médica, la muerte obedeció a un ataque de apoplejía producido por un baño tomado después de una copiosa comida en la que la difunta se había bebido una botella de vino casi entera. No se descubrió nada más…No, no es esto lo que me inquieta. Lo que yo me preguntaba mientras el tren me traía hacia aquí era si habría contribuido indirectamente a esta desgracia…con algún arranque de indignación, o algo parecido. Pero he llegado a la conclusión de que no puede haber ocurrido tal cosa.
Raskolnikof se echó a reír.
—Entonces, no tiene usted por qué preocuparse.—¿De qué se ríe? Óigame: yo sólo le di dos latigazos tan flojos que ni siquiera dejaron señal…Le ruego que no me crea un cínico. Yo sé perfectamente que esto es innoble y…, etcétera; pero también sé que a Marfa Petrovna no le desagradó…mi arrebato, digámoslo así. El asunto relacionado con la hermana de usted estaba ya agotado, y Marfa Petrovna, no teniendo ningún asunto que ir llevando por las casas de la ciudad, se veía obligada a permanecer en casa desde hacía tres días. Ya había fastidiado a todo el mundo con la lectura de la carta (¿ha oído usted hablar de esa carta?). De pronto cayeron sobre ella, como enviados por el cielo, aquellos dos latigazos. Lo primero que hizo fue ordenar que preparasen el coche…Sin hablar de esos casos especiales en que las mujeres experimentan un gran placer en que las ofendan, a pesar de la indignación que simulan (casos que se presentan a veces), al hombre, en general, le gusta que lo humillen. ¿No lo ha observado usted? Pero esta particularidad es especialmente frecuente en las mujeres.
Incluso se puede afirmar que es algo esencial en su vida.
Hubo un momento en que Raskolnikof pensó en levantarse e irse, para poner término a la conversación, pero cierta curiosidad y también cierto propósito le decidieron a tener paciencia.
—Le gusta manejar el látigo, ¿eh? —preguntó con aire distraído.
—No lo crea —respondió con toda calma Svidrigailof—. En lo que concierne a Marfa Petrovna, no disputaba casi nunca con ella. Vivíamos en perfecta armonía, y ella estaba satisfecha de mí. Sólo dos veces usé el látigo durante nuestros siete años de vida en común (dejando aparte un tercer caso bastante dudoso). La primera vez fue a los dos meses de casarnos, cuando llegamos a nuestra hacienda, y la segunda, en el caso que acabo de mencionar…Y usted me considera un monstruo, ¿no?, un retrógrado, un partidario de la esclavitud…A propósito, Rodion Romanovitch, ¿recuerda usted que hace algunos años, en el tiempo de nuestras felices asambleas municipales, se cubrió de oprobio a un terrateniente, cuyo nombre no recuerdo, culpable de haber azotado a una extranjera en un vagón de ferrocarril? ¿Se acuerda? Me parece que fue el mismo año en que se produjo «el más horrible incidente del siglo». Es decir, Las noches egipcias, las conferencias, ¿recuerda…? ¡Los ojos negros…! ¡Oh, tiempos maravillosos de nuestra juventud!, ¿dónde estáis…? Pues bien, he aquí mi opinión. Yo critico severamente a ese señor que fustigó a la extranjera, pues es un acto inicuo que uno no puede menos de censurar. Pero también debo decirle que algunas de esas extranjeras le soliviantan a uno de tal modo, que ni el hombre de ideas más avanzadas puede responder de sus actos. Nadie ha examinado la cuestión en este aspecto, pero estoy seguro de que ello es un error, pues mi punto de vista es perfectamente humano.
Al pronunciar estas palabras, Svidrigailof volvió a echarse a reír.Raskolnikof comprendió que aquel hombre obraba con arreglo a un plan bien elaborado y que era un perillán de clase fina.
—Debe usted de llevar varios días sin hablar con nadie, ¿verdad? —
preguntó el joven.
—Algo de eso hay. Pero dígame: ¿no le extraña a usted mi buen carácter?
—No, de lo que estoy asombrado es de que tenga usted demasiado buen carácter.
—Usted dice eso porque no me he dado por ofendido ante el tono grosero de sus preguntas, ¿no es verdad? Sí, no me cabe duda. Pero ¿por qué tenía que enfadarme? Usted me ha preguntado francamente, y yo le he respondido con franqueza —su acento rebosaba comprensión y simpatía—. Ahora —continuó, pensativo— nada me preocupa, porque ahora no hago absolutamente nada…
Por lo demás, usted puede suponer que estoy tratando de ganarme su simpatía con miras interesadas, ya que mi mayor deseo es ver a su hermana, como le he confesado. Pero créame si le digo que estoy verdaderamente aburrido, sobre todo después de mi inactividad de estos tres últimos días. Por eso me he alegrado tanto de verle…No se enfade, Rodion Romanovitch, pero me parece usted un hombre muy extraño. Usted podrá decir que cómo se me ha ocurrido semejante cosa precisamente en este momento, pero es que yo no me refiero a ahora, sino a estos últimos tiempos…En fin, me callo; no quiero verle poner esa cara. No soy tan oso como usted cree.
Raskolnikof le dirigió una mirada sombría.
—Tal vez no lo sea usted nada. A mí me parece que es un hombre sumamente sociable, o, por lo menos, que sabe usted serlo cuando es preciso.
—Sin embargo, a mí no me preocupa la opinión ajena —repuso Svidrigailof en un tono seco y un tanto altivo—. Por otra parte, ¿por qué no adoptar los modales de una persona mal educada en un país donde esto tiene tantas ventajas, y sobre todo cuando uno se siente inclinado por temperamento a la mala educación? —terminó entre risas.
—Pues yo he oído decir que usted tiene aquí muchos conocidos y que no es eso que llaman «un hombre sin relaciones». Si no persigue usted ningún fin, ¿a qué ha venido a mi casa?
—Es cierto que tengo aquí conocidos —dijo el visitante, sin responder a la pregunta principal que se le acababa de dirigir—. Ya me he cruzado con algunos, pues llevo tres días paseando. Yo los he reconocido y ellos me han reconocido a mí, creo yo. Es natural que sea un hombre bien relacionado. Voy bien vestido y se me considera como hombre acomodado, pues, a pesar de la abolición de la servidumbre, nos quedan bosques y praderas fertilizados pornuestros ríos, que siguen proporcionándonos una renta. Pero no quiero reanudar mis antiguas relaciones; hace ya tiempo que estas amistades no me seducen. Ya hace tres días que voy vagando por aquí, y todavía no he visitado a nadie…Además, ¡esta ciudad…! ¿Ha observado usted cómo está edificada?
Es una población de funcionarios y seminaristas. Verdaderamente, hay muchas cosas en que yo no me fijaba hace ocho años, cuando no hacía otra cosa que holgazanear e ir por esos círculos, por esos clubes, como el Dussaud. No volveré a visitar ninguno —continuó, fingiendo no darse cuenta de la muda interrogación del joven—. ¿Qué placer se puede experimentar en hacer fullerías?
—¡Ah! ¿Hacía usted trampas en el juego?
—Sí. Éramos un grupo de personas distinguidas que matábamos así el tiempo. Pertenecíamos a la mejor sociedad. Había entre nosotros poetas y capitalistas. ¿Ha observado usted que aquí, en Rusia, abundan los fulleros entre las personas de buen tono? Yo vivo ahora en el campo, pero estuve encarcelado por deudas. El acreedor era un griego de Nejin. Entonces conocí a Marfa Petrovna. Entró en tratos con mi acreedor, regateó, me liberó de mi deuda mediante la entrega de treinta mil rublos (yo sólo debía setenta mil), nos unimos en legítimo matrimonio y se me llevó al punto a sus propiedades, donde me guardó como un tesoro. Ella tenía cinco años más que yo y me adoraba. En siete años, yo no me moví de allí. Por cierto, que Marfa Petrovna conservó toda su vida el cheque que yo había firmado al griego con nombre falso, de modo que si yo hubiera intentado sacudirme el yugo, ella me habría hecho enchiquerar. Sí, no le quepa duda de que lo habría hecho. Las mujeres tienen estas contradicciones.
—De no existir ese pagaré, ¿la habría plantado usted?
—No sé qué decirle. Desde luego, ese documento no me preocupaba lo más mínimo. Yo no sentía deseos de ir a ninguna parte, y la misma Marfa Petrovna, viendo cómo me aburría, me propuso en dos ocasiones que hiciera un viaje al extranjero. Pero yo había ya salido anteriormente de Rusia y el viaje me había disgustado profundamente. Uno contempla un amanecer aquí o allá, o la bahía de Nápoles, o el mar, y se siente dominado por una profunda tristeza. Y lo peor es que uno experimenta una verdadera nostalgia. No, se está mejor en casa. Aquí, al menos, podemos acusar a los demás de todos los males y justificarnos a nuestros propios ojos. Tal vez me vaya al Polo Norte con una expedición, pues j'ai le vin mauvais y no quiero beber. Pero es que no puedo hacer ninguna otra cosa. Ya lo he intentado, pero nada. ¿Ha oído usted decir que Berg va a intentar el domingo una ascensión en globo en el parque Iusupof y que admite pasajeros?
—¿Pretende usted subir al globo?—¿Yo? No, no…Lo he dicho por decir —murmuró Svidrigailof, pensativo.
«¿Será sincero?», pensó Raskolnikof.
—No, el pagaré no me preocupó en ningún momento —dijo Svidrigailof, volviendo al tema interrumpido—. Permanecía en el campo muy a gusto. Por otra parte, pronto hará un año que Marfa Petrovna, con motivo de mi cumpleaños, me entregó el documento, como regalo, añadiendo a él una importante cantidad…Pues era rica. «Ya ves cuánta es mi confianza en ti, Arcadio Ivanovitch», me dijo. Sí, le aseguro que me lo dijo así. ¿No lo cree?
Yo cumplía a la perfección mis deberes de propietario rural. Se me conocía en toda la comarca. Hacía que me enviaran libros. Esto al principio mereció la aprobación de Marfa Petrovna. Después temió que tanta lectura me fatigara.
—Me parece que echa mucho de menos a Marfa Petrovna.
—¿Yo…? Tal vez…A propósito, ¿cree usted en apariciones?
—¿Qué clase de apariciones?
—¿Cómo que qué clase? lo que todo el mundo entiende por apariciones.
—¿Y usted? ¿Usted cree?
—Si y no. Si usted quiere, no, pour vous plaire…En resumen, que no lo puedo afirmar.
—¿Usted las ha tenido?
Svidrigailof le dirigió una mirada extraña.
—Marfa Petrovna tiene la atención de venir a visitarme —respondió torciendo la boca en una sonrisa indefinible.
—¿Es posible?
—Se me ha aparecido ya tres veces. La primera fue el mismo día de su entierro, o sea la víspera de mi salida para Petersburgo. La segunda, hace dos días, durante mi viaje, en la estación de Malaia Vichera, al amanecer, y la tercera, hace apenas dos horas, en la habitación en que me hospedo. Estaba solo.
—¿Despierto?
—Completamente despierto las tres veces. Aparece, me habla unos momentos y se va por la puerta, siempre por la puerta. Incluso me parece oírla marcharse.
—¿Por qué tendría yo la sensación de que habían de ocurrirle estas cosas?
—dijo de súbito Raskolnikof, asombrándose de sus palabras apenas las había pronunciado. Estaba extraordinariamente emocionado.—¿De veras ha pensado usted eso? —exclamó Svidrigailof, sorprendido —.¿De veras? ¡Ah! Ya decía yo que entre nosotros existía cierta afinidad.
—Usted no ha dicho eso —replicó ásperamente Raskolnikof.
—¿No lo he dicho?
—No.
—Pues creía haberlo dicho. Cuando he entrado hace un momento y le he visto acostado, con los ojos cerrados y fingiendo dormir, me he dicho inmediatamente: «Es él mismo.»
—¿Qué quiere decir eso de «él mismo»? —exclamó Raskolnikof—. ¿A qué se refiere usted?
—Pues no lo sé —respondió Svidrigailof ingenuamente, desconcertado.
Los dos guardaron silencio mientras se devoraban con los ojos.
—¡Todo eso son tonterías! —exclamó Raskolnikof, irritado—. ¿Qué le dice Marfa Petrovna cuando se le aparece?
—¿De qué me habla? De nimiedades. Y, para que vea usted lo que es el hombre, eso es precisamente lo que me molesta. La primera vez se me presentó cuando yo estaba rendido por la ceremonia fúnebre, el réquiem, la comida de funerales…Al fin pude aislarme en mi habitación, encendí un cigarro y me entregué a mis reflexiones. De pronto, Marfa Petrovna entró por la puerta y me dijo: «con tanto trajín, te has olvidado de subir la pesa del reloj del comedor.» Y es que durante siete años me encargué yo de este trabajo, y cuando me olvidaba de él, ella me lo recordaba…Al día siguiente partí para Petersburgo. Al amanecer, llegué a la estación que antes le dije y me dirigí a la cantina. Había dormido mal y tenía el cuerpo dolorido y los ojos hinchados.
Pedí café. De pronto, ¿sabe usted lo que vi? A Marfa Petrovna, que se sentó a mi lado con un juego de cartas en la mano. «¿Quieres que te prediga, Arcadio Ivanovitch —me preguntó—, cómo transcurrirá tu viaje?» Debo decirle que era una maestra en el arte de echar las cartas…Nunca me perdonaré haberme negado. Eché a correr, presa de pánico. Bien es verdad que la campana que llama a los viajeros al tren estaba ya sonando…Y hoy, cuando me hallaba en mi habitación, luchando por digerir la detestable comida de figón que acababa de echar a mi cuerpo, con un cigarro en la boca, ha entrado Marfa Petrovna, esta vez elegantemente ataviada con un flamante vestido verde de larga cola.
»—Buenos días, Arcadio Ivanovitch. ¿Qué te parece mi vestido? Aniska no habría sido capaz de hacer una cosa igual.
»Aniska es una costurera de nuestra casa, que primero había sido sierva y que había hecho sus estudios en Moscú…Una bonita muchacha.»Marfa Petrovna no cesa de dar vueltas ante mí. Yo contemplo el vestido, después la miro a ella a la cara, atentamente.
»—¿Qué necesidad tienes de venir a consultarme estas bagatelas, Marfa Petrovna?
»—¿Es que te molesta hasta que venga a verte?
»—Oye, Marfa Petrovna —le digo para mortificarla—, voy a volver a casarme.
»—Eso es muy propio de ti —me responde—. Pero no te hace ningún favor casarte cuando todavía está tan reciente la muerte de tu mujer. Aunque tu elección fuera acertada, sólo conseguirías atraerte las críticas de las personas respetables.
»Dicho esto, se ha marchado, y a mí me ha parecido oír el frufrú de su cola. ¡Qué cosas tan absurdas!, ¿verdad?
—¿No me estará usted contando una serie de mentiras? —preguntó Raskolnikof.
—Miento muy pocas veces —repuso Svidrigailof, pensativo y sin que, al parecer, advirtiera lo grosero de la pregunta.
—Y antes de esto, ¿no había tenido usted apariciones?
—No…Mejor dicho, sólo una vez, hace seis años. Yo tenía un criado llamado Filka. Acababan de enterrarlo, cuando empecé a gritar, distraído: «¡Filka, mi pipa!» Filka entró y se fue derecho al estante donde estaban alineados mis utensilios de fumador. Como habíamos tenido un fuerte altercado poco antes de su muerte, supuse que su aparición era una venganza.
Le grité: «¿Cómo te atreves a presentarte ante mí vestido de ese modo? Se te ven los codos por los boquetes de las mangas. ¡Fuera de aquí, miserable!» Él dio media vuelta, se fue y no se me apareció nunca más. No dije nada de esto a Marfa Petrovna. Mi primera intención fue dedicarle una misa, pero después pensé que esto sería una puerilidad.
—Usted debe ir al médico.
—No necesito que usted me lo diga para saber que estoy enfermo, aunque ignoro de qué enfermedad. Sin embargo, yo creo que mi conducta es cinco veces más normal que la de usted. Mi pregunta no ha sido si usted cree que pueden verse apariciones, sino si opina que las apariciones existen.
—No, de ningún modo puedo creer eso —dijo Raskolnikof con cierta irritación.
—La gente —murmuró Svidrigailof como si hablara consigo mismo, inclinando la cabeza y mirando de reojo— suele decir: «Estás enfermo. Por lotanto, todo eso que ves son alucinaciones.» Esto no es razonar con lógica rigurosa. Admito que las apariciones sólo las vean los enfermos; pero esto sólo demuestra que hay que estar enfermo para verlas, no que las apariciones no existan.
—Estoy seguro de que no existen —exclamó Raskolnikof con energía.
—¿Usted cree?
Observó al joven largamente. Después siguió diciendo:
—Bien, pero no me negará usted que se puede razonar como yo voy a hacerlo…Le ruego que me ayude…Las apariciones son algo así como fragmentos de otros mundos…, sus ambiciones. Un hombre sano no tiene motivo alguno para verlas, ya que es, ante todo, un hombre terrestre, es decir, material. Por lo tanto, sólo debe vivir para participar en el orden de la vida de aquí abajo. Pero, apenas se pone enfermo, apenas empieza a alterarse el orden normal, terrestre, de su organismo, la posible acción de otro mundo comienza a manifestarse en él, y a medida que se agrava su enfermedad, las relaciones con ese otro mundo se van estrechando, progresión que continúa hasta que la muerte le permite entrar de lleno en él. Si usted cree en una vida futura, nada le impide admitir este razonamiento.
—Yo no creo en la vida futura —replicó Raskolnikof.
Svidrigailof estaba ensimismado.
—¿Y si no hubiera allí más que arañas y otras cosas parecidas? —preguntó de pronto.
«Está loco», pensó Raskolnikof.
—Nos imaginamos la eternidad —continuó Svidrigailof— como algo inmenso e inconcebible. Pero ¿por qué ha de ser así necesariamente? ¿Y si, en vez de esto, fuera un cuchitril, uno de esos cuartos de baño lugareños, ennegrecidos por el humo y con telas de araña en todos los rincones? Le confieso que así me la imagino yo a veces.
Raskolnikof experimentó una sensación de malestar.
—¿Es posible que no haya sabido usted concebir una imagen más justa, más consoladora? —preguntó.
—¿Más justa? ¡Quién sabe si mi punto de vista es el verdadero! Si dependiera de mí, ya me las compondría yo para que lo fuera —respondió Svidrigailof con una vaga sonrisa.
Ante esta absurda respuesta, Raskolnikof se estremeció, Svidrigailof levantó la cabeza, le miró fijamente y se echó a reír.—Fíjese usted en un detalle y dígame si no es curioso —exclamó—.Hace media hora, jamás nos habíamos visto, y ahora todavía nos miramos como enemigos, porque tenemos un asunto pendiente de solución. Sin embargo, lo dejamos todo a un lado para ponernos a filosofar. Ya le decía yo que éramos dos cabezas gemelas.
—Perdone —dijo Raskolnikof bruscamente—. Le ruego que me diga de una vez a qué debo el honor de su visita. Tengo que marcharme.
—Pues lo va usted a saber. Dígame: su hermana, Avdotia Romanovna, ¿se va a casar con Piotr Petrovitch Lujine?
—Le ruego que no mezcle a mi hermana en esta conversación, que ni siquiera pronuncie su nombre. Además, no comprendo cómo se atreve usted a nombrarla si verdaderamente es Svidrigailof.
—¿Cómo quiere usted que no la nombre si he venido expresamente para hablarle a ella?
—Bien. Hable, pero de prisa.
—No me cabe duda de que si ha tratado usted sólo durante media hora a mi pariente político el señor Lujine, o si ha oído hablar de él a alguna persona digna de crédito, ya tendrá formada su opinión sobre dicho señor. No es un partido conveniente para Avdotia Romanovna. A mi juicio, Avdotia Romanovna va a sacrificarse de un modo tan magnánimo como impremeditado por…por su familia. Fundándome en todo lo que había oído decir de usted, supuse que le encantaría que ese compromiso matrimonial se rompiera, con tal que ello no reportase ningún perjuicio a su hermana. Ahora que le conozco, estoy seguro de la exactitud de mi suposición.
—No sea usted ingenuo…, mejor dicho, desvergonzado.
—¿Cree usted acaso que obro impulsado por el interés? Puede estar tranquilo, Rodion Romanovitch: si fuera así, lo disimularía. No me crea tan imbécil. Respecto a este particular, voy a descubrirle una rareza psicológica.
Hace un momento, al excusarme de haber amado a su hermana, le he dicho que yo había sido en este caso la primera víctima. Pues bien, le confieso que ahora no siento ningún amor por ella, lo cual me causa verdadero asombro, al recordar lo mucho que la amé.
—Lo que usted sintió —dijo Raskolnikof— fue un capricho de hombre libertino y ocioso.
—Ciertamente soy un hombre ocioso y libertino; pero su hermana posee tan poderosos atractivos, que no es nada extraño que yo no pudiera desistir.
Sin embargo, todo aquello no fue más que una nube de verano, como ahora he podido ver.—¿Hace mucho que se ha dado cuenta de eso?
—Ya hace tiempo que lo sospechaba, pero no me convencí hasta anteayer, en el momento de mi llegada a Petersburgo. Sin embargo, ya había llegado el tren a Moscú, y aún tenía el convencimiento de que venía aquí con objeto de desbancar a Lujine y obtener la mano de Avdotia Romanovna.
—Perdone, pero ¿no podría usted abreviar y explicarme el objeto de su visita? Tengo cosas urgentes que hacer.
—Con mucho gusto. He decidido emprender un viaje y quisiera arreglar ciertos asuntos antes de partir…Mis hijos se han quedado con su tía; son ricos y no me necesitan para nada. Además, ¿cree usted que yo puedo ser un buen padre? Para cubrir mis necesidades personales, sólo me he quedado con la cantidad que me regaló Marfa Petrovna el año pasado. Con ese dinero tengo suficiente…perdone, vuelvo al asunto. Antes de emprender este viaje que tengo en proyecto y que seguramente realizaré he decidido terminar con el señor Lujine. No es que le odie, pero él fue el culpable de mi último disgusto con Marfa Petrovna. Me enfadé cuando supe que este matrimonio había sido un arreglo de mi mujer. Ahora yo desearía que usted intercediera para que Avdotia Romanovna me concediera una entrevista, en la cual le explicaría, en su presencia si usted lo desea así, que su enlace con el señor Lujine no sólo no le reportaría ningún beneficio, sino que, por el contrario, le acarrearía graves inconvenientes. Acto seguido, me excusaría por todas las molestias que le he causado y le pediría permiso para ofrecerle diez mil rublos, lo que le permitiría romper su compromiso con Lujine, ruptura que de buena gana llevará a cabo (estoy seguro de ello) si se le presenta una ocasión.
—Realmente está usted loco —exclamó Raskolnikof, menos irritado que sorprendido—. ¿Cómo se atreve a hablar de ese modo?
—Ya sabía yo que pondría usted el grito en el cielo, pero quiero hacerle saber, ante todo, que, aunque no soy rico, puedo desprenderme perfectamente de esos diez mil rublos, es decir, que no los necesito. Si Avdotia Romanovna no los acepta, sólo Dios sabe el estúpido uso que haré de ellos. Por otra parte, tengo la conciencia bien tranquila, pues hago este ofrecimiento sin ningún interés. Tal vez no me crea usted, pero en seguida se convencerá, y lo mismo digo de Avdotia Romanovna. Lo único cierto es que he causado muchas molestias a su honorable hermana, y como estoy sinceramente arrepentido, deseo de todo corazón, no rescatar mis faltas, no pagar esas molestias, sino simplemente hacerle un pequeño servicio para que no pueda decirse que compré el privilegio de causarle solamente males. Si mi proposición ocultara la más leve segunda intención, no la habría hecho con esta franqueza, y tampoco me habría limitado a ofrecerle diez mil rublos, cuando le ofrecí bastante más hace cinco semanas. Además, es muy probable que me case muypronto con cierta joven, lo que demuestra que no pretendo atraerme a Avdotia Romanovna. Y, para terminar, le diré que si se casa con Lujine, su hermana aceptará esta misma suma, sólo que de otra manera. En fin, Rodion Romanovitch, no se enfade usted y reflexione sobre esto con calma y sangre fría.
Svidrigailof había pronunciado estas palabras con un aplomo extraordinario.
—Basta ya —dijo Raskolnikof—. Su proposición es de una insolencia
imperdonable.
—No estoy de acuerdo. Según ese criterio, en este mundo un hombre sólo puede perjudicar a sus semejantes y no tiene derecho a hacerles el menor bien, a causa de las estúpidas conveniencias sociales. Esto es absurdo. Si yo muriese y legara esta suma a su hermana, ¿se negaría ella a aceptarla?
—Es muy posible.
—Pues yo estoy seguro de que no la rechazaría. Pero no discutamos. Lo cierto es que diez mil rublos no son una cosa despreciable. En fin, fuera como fuere, le ruego que transmita nuestra conversación a Avdotia Romanovna.
—No lo haré.
—En tal caso, Rodion Romanovitch, me veré obligado a procurar tener una entrevista con ella, cosa que tal vez la moleste.
—Y si yo le comunico su proposición, ¿usted no intentará visitarla?
—Pues…no sé qué decirle. ¡Me gustaría tanto verla, aunque sólo fuera una vez!
—No cuente con ello.
—Pues es una lástima. Por otra parte, usted no me conoce. Podríamos llegar a ser buenos amigos.
—¿Usted cree?
—¿Por qué no? —exclamó Svidrigailof con una sonrisa.
Se levantó y cogió su sombrero.
—¡Vaya! No quiero molestarle más. Cuando venía hacia aquí no tenía demasiadas esperanzas de…Sin embargo, su cara me había impresionado esta mañana.
—¿Dónde me ha visto usted esta mañana? —preguntó Raskolnikof con visible inquietud.
—Le vi por pura casualidad. Sin duda, usted y yo tenemos algo encomún…Pero no se agite. No me gusta importunar a nadie. He tenido cuestiones con los jugadores de ventaja y no he molestado jamás al príncipe Svirbey, gran personaje y pariente lejano mío. Incluso he escrito pensamientos sobre la Virgen de Rafael en el álbum de la señora Prilukof. He vivido siete años con Marfa Petrovna sin moverme de su hacienda…Y antaño pasé muchas noches en la casa Viasemsky, de la plaza del Mercado…Además, tal vez suba en el globo de Berg.
—Permítame una pregunta. ¿Piensa usted emprender muy pronto su viaje?
—¿Qué viaje?
—El viaje de que me ha hablado usted hace un momento.
—¿Yo? ¡Ah, sí! Ahora lo recuerdo…Es un asunto muy complicado. ¡Si usted supiera el problema que acaba de remover!
Lanzó una risita aguda.
—A lo mejor, en vez de viajar, me caso. Se me han hecho proposiciones.
—¿Aquí?
—Sí.
—No ha perdido usted el tiempo.
—Sin embargo, desearía ver una sola vez a Avdotia Romanovna. Se lo digo en serio…Adiós, hasta la vista… ¡Ah, se me olvidaba! Dígale a su hermana que Marfa Petrovna le ha legado tres mil rublos. Esto es completamente seguro. Marfa Petrovna hizo testamento en mi presencia ocho días antes de morir. Avdotia Romanovna tendrá ese dinero en su poder dentro de unas tres semanas.
—¿Habla usted en serio?
—Sí. Dígaselo a su hermana…Bueno, disponga de mí. Me hospedo muy cerca de su casa.
Al salir, Svidrigailof se cruzó con Rasumikhine en el umbral.
Eran cerca de las ocho. Los dos jóvenes se dirigieron a paso ligero al edificio Bakaleev, con el propósito de llegar antes que Lujine.
—¿Quién era ese señor que estaba contigo? —preguntó Rasumikhine apenas llegaron a la calle.—Es Svidrigailof, ese hacendado que hizo la corte a mi hermana cuando la tuvo en su casa como institutriz. A causa de esta persecución, Marfa Petrovna, la esposa de Svidrigailof, echó a mi hermana de la casa. Esta señora pidió después perdón a Dunia, y ahora, hace unos días, ha muerto de repente. De ella hemos hablado hace un momento. No sé por qué temo tanto a ese hombre.
Inmediatamente después del entierro de su mujer se ha venido a Petersburgo.
Es un tipo muy extraño y parece abrigar algún proyecto misterioso. ¿Qué es lo que proyectará? Hay que proteger a Dunia contra él. Estaba deseando poder
decírtelo.
—¿Protegerla? Pero ¿qué mal puede él hacer a Avdotia Romanovna? En fin, Rodia, te agradezco esta prueba de confianza. Puedes estar tranquilo, que protegeremos a tu hermana. ¿Dónde vive ese hombre?
—No lo sé.
—¿Por qué no se lo has preguntado? Ha sido una lástima. Pero te aseguro que me enteraré.
—¿Te has fijado en él? —preguntó Raskolnikof tras una pausa.
—Sí, lo he podido observar perfectamente.
—¿De veras lo has podido examinar bien? —insistió Raskolnikof.
—Sí, recuerdo todos sus rasgos. Reconocería a ese hombre entre mil, pues tengo buena memoria para las fisonomías.
Callaron nuevamente.
—Oye —murmuró Raskolnikof—, ¿sabes que…? Mira, estaba pensando que… ¿no habrá sido todo una ilusión?
—Pero ¿qué dices? No lo entiendo.
Raskolnikof torció la boca en una sonrisa.
—Te lo diré claramente. Todos creeréis que me he vuelto loco, y a mí me parece que tal vez es verdad, que he perdido la razón y que, por lo tanto, lo que he visto ha sido un espectro.
—Pero ¿qué disparates estás diciendo?
—Sí, tal vez esté loco y todos los acontecimientos de estos últimos días sólo hayan ocurrido en mi imaginación.
—¡A ti te ha trastornado ese hombre, Rodia! ¿Qué te ha dicho? ¿Qué quería de ti?
Raskolnikof no le contestó. Rasumikhine reflexionó un instante.
—Bueno, te lo voy a contar todo —dijo—. He pasado por tu casa y hevisto que estabas durmiendo. Entonces hemos comido y luego yo he visitado a Porfirio Petrovitch. Zamiotof estaba con él todavía. Intenté empezar en seguida mis explicaciones, pero no lo conseguí. No había medio de entrar en materia como era debido. Ellos parecían no comprender y, por otra parte, no mostraban la menor desazón. Al fin, me llevo a Porfirio junto a la ventana y empiezo a hablarle, sin obtener mejores resultados. Él mira hacia un lado, yo hacia otro. Finalmente le acerco el puño a la cara y le digo que le voy a hacer polvo. Él se limita a mirarme en silencio. Yo escupo y me voy. Así termina la escena. Ha sido una estupidez. Con Zamiotof no he cruzado una sola palabra…Yo temía haberte causado algún perjuicio con mi conducta; pero cuando bajaba la escalera he tenido un relámpago de lucidez. ¿Por qué tenemos que preocuparnos tú ni yo? Si a ti te amenazara algún peligro, tal inquietud se comprendería; pero ¿qué tienes tú que temer? Tú no tienes nada que ver con ese dichoso asunto y, por lo tanto, puedes reírte de ellos. Más adelante podremos reírnos en sus propias narices, y si yo estuviera en tu lugar, me divertiría haciéndoles creer que están en lo cierto. Piensa en su bochorno cuando se den cuenta de su tremendo error. No lo pensemos más. Ya les diremos lo que se merecen cuando llegue el momento. Ahora limitémonos a burlarnos de ellos.
—Tienes razón —dijo Raskolnikof.
Y pensó: «¿Qué dirás más adelante, cuando lo sepas todo…? Es extraño: nunca se me había ocurrido pensar qué dirá Rasumikhine cuando se entere.»
Después de hacerse esta reflexión miró fijamente a su amigo. El relato de la visita a Porfirio Petrovitch no le había interesado apenas. ¡Se habían sumado tantos motivos de preocupación durante las últimas horas a los que tenía desde hacía tiempo!
En el pasillo se encontraron con Lujine. Había llegado a las ocho en punto y estaba buscando el número de la habitación de su prometida. Los tres cruzaron la puerta exterior casi al mismo tiempo, sin saludarse y sin mirarse siquiera. Los dos jóvenes entraron primero en la habitación. Piotr Petrovitch, siempre riguroso en cuestiones de etiqueta, se retrasó un momento en el vestíbulo para quitarse el sobretodo. Pulqueria Alejandrovna se dirigió inmediatamente a él, mientras Dunia saludaba a su hermano.
Piotr Petrovitch entró en la habitación y saludó a las damas con la mayor amabilidad, pero con una gravedad exagerada. Parecía, además, un tanto desconcertado. Pulqueria Alejandrovna, que también daba muestras de cierta turbación, se apresuró a hacerlos sentar a todos a la mesa redonda donde hervía el samovar. Dunia y Lujine quedaron el uno frente al otro, y Rasumikhine y Raskolnikof se sentaron de cara a Pulqueria Alejandrovna, aquél al lado de Lujine, y Raskolnikof junto a su hermana.Hubo un momento de silencio. Lujine sacó con toda lentitud un pañuelo de batista perfumado y se sonó con aire de hombre amable pero herido en su dignidad y decidido a pedir explicaciones. Apenas había entrado en el vestíbulo, le había acometido la idea de no quitarse el gabán y retirarse, para castigar severamente a las dos damas y hacerles comprender la gravedad del acto que habían cometido. Pero no se había atrevido a tanto. Por otra parte, le gustaban las situaciones claras y deseaba despejar la siguiente incógnita: Pulqueria Alejandrovna y su hija debían de tener algún motivo para haber desatendido tan abiertamente su prohibición, y este motivo era lo primero que él necesitaba conocer. Después tendría tiempo de aplicar el castigo adecuado.
—Deseo que hayan tenido un buen viaje —dijo a Pulqueria Alejandrovna en un tono puramente formulario.
—Así ha sido, gracias a Dios, Piotr Petrovitch.
—Lo celebro de veras. ¿Y para usted no ha resultado fatigoso, Avdotia
Romanovna?
—Yo soy joven y fuerte y no me fatigo —repuso Dunia—; pero mamá ha llegado rendida.
—¿Qué quieren ustedes? —dijo Lujine—. Nuestros trayectos son interminables, pues nuestra madre Rusia es vastísima…A mí me fue materialmente imposible ir a recibirlas, pese a mi firme propósito de hacerlo.
Sin embargo, confío en que no tropezarían ustedes con demasiadas dificultades.
—Pues sí, Piotr Petrovitch —se apresuró a contestar Pulqueria Alejandrovna en un tono especial—, nos vimos verdaderamente apuradas, y si Dios no nos hubiera enviado a Dmitri Prokofitch, no sé qué habría sido de nosotras. Me refiero a este joven. Permítame que se lo presente: Dmitri Prokofitch Rasumikhine.
—¡Ah! ¿Es este joven? Ya tuve el placer de conocerlo ayer —murmuró Lujine lanzando al estudiante una mirada de reojo y enmudeciendo después con las cejas fruncidas.
Piotr Petrovitch era uno de esos hombres que, a costa de no pocos esfuerzos, se muestran amabilísimos en sociedad, pero que, a la menor contrariedad, pierde los estribos de tal modo, que más parecen patanes que distinguidos caballeros.
Hubo un nuevo silencio. Raskolnikof se encerraba en un obstinado mutismo. Avdotia Romanovna juzgaba que en aquellas circunstancias no le correspondía a ella romper el silencio. Rasumikhine no tenía nada que decir.
En consecuencia, fue Pulqueria Alejandrovna la que tuvo que reanudar laconversación.
—¿Sabe usted que ha muerto Marfa Petrovna? —preguntó, echando mano de su supremo recurso.
—¿Cómo no? Me lo comunicaron en seguida. Es más, puedo informarla a usted de que Arcadio Ivanovitch Svidrigailof partió para Petersburgo inmediatamente después del entierro de su esposa. Lo sé de buena tinta.
—¿Cómo? ¿Ha venido a Petersburgo? —exclamó Dunetchka, alarmada y cambiando una mirada con su madre.
—Lo que usted oye. Y, dada la precipitación de este viaje y las circunstancias que lo han precedido, hay que suponer que abriga alguna intención oculta.
—¡Señor! ¿Es posible que venga a molestar a Dunetchka hasta aquí?
—Mi opinión es que no tienen ustedes motivo para inquietarse demasiado, ya que eludirán toda clase de relaciones con él. En lo que a mí concierne, estoy ojo avizor y pronto sabré adónde ha ido a parar.
—¡Ah, Piotr Petrovitch! —exclamó Pulqueria Alejandrovna—. Usted no se puede imaginar hasta qué punto me inquieta esa noticia. No he visto a ese hombre más que dos veces, pero esto ha bastado para que le considere un ser monstruoso. Estoy segura de que es el culpable de la muerte de Marfa Petrovna.
—Sobre este punto, nada se puede afirmar. Lo digo porque poseo informes exactos. No niego que los malos tratos de ese hombre hayan podido acelerar en cierto modo el curso normal de las cosas. En cuanto a su conducta y, en general, en cuanto a su índole moral, estoy de acuerdo con usted. Ignoro si ahora es rico y qué herencia habrá recibido de Marfa Petrovna, pero no tardaré en saberlo. Lo indudable es que, al vivir aquí, en Petersburgo, reanudará su antiguo género de vida, por pocos recursos que tenga para ello. Es un hombre depravado y lleno de vicios. Tengo fundados motivos para creer que Marfa Petrovna, que tuvo la desgracia de enamorarse de él, además de pagarle todas sus deudas, le prestó hace ocho años un extraordinario servicio de otra índole.
A fuerza de gestiones y sacrificios, esa mujer consiguió ahogar en su origen un asunto criminal que bien podría haber terminado con la deportación del señor Svidrigailof a Siberia. Se trata de un asesinato tan monstruoso, que raya en lo increíble.
—¡Señor Señor! —exclamó Pulqueria Alejandrovna.
Raskolnikof escuchaba atentamente.
—¿Dice usted que habla basándose en informes dignos de crédito? — preguntó severamente Avdotia Romanovna.—Me limito a repetir lo que me confió en secreto Marfa Petrovna. Desde luego, el asunto está muy confuso desde el punto de vista jurídico. En aquella época habitaba aquí, e incluso parece que sigue habitando, una extranjera llamada Resslich que hacía pequeños préstamos y se dedicaba a otros trabajos.
Entre esa mujer y el señor Svidrigailof existían desde hacía tiempo relaciones tan íntimas como misteriosas. La extranjera tenía en su casa a una parienta lejana, me parece que una sobrina, que tenía quince años, o tal vez catorce, y era sordomuda. Resslich odiaba a esta niña: apenas le daba de comer y la golpeaba bárbaramente. Un día la encontraron ahorcada en el granero.
Cumplidas las formalidades acostumbradas, se dictaminó que se trataba de un suicidio. Pero cuando el asunto parecía terminado, la policía notificó que la chiquilla había sido violada por Svidrigailof. Cierto que todo esto estaba bastante confuso y que la acusación procedía de otra extranjera, una alemana cuya inmoralidad era notoria y cuyo testimonio no podía tenerse en cuenta. Al fin, la denuncia fue retirada, gracias a los esfuerzos y al dinero de Marfa Petrovna. Entonces todo quedó reducido a los rumores que circulaban; pero esos rumores eran muy significativos. Sin duda, Avdotia Romanovna, cuando estaba usted en casa de esos señores, oía hablar de aquel criado llamado Filka, que murió a consecuencia de los malos tratos que se le dieron en aquellos tiempos en que existía la esclavitud.
—Lo que yo oí decir fue que Filka se había suicidado.
—Eso es cierto y muy cierto; pero no cabe duda de que la causa del suicidio fueron los malos tratos y las sistemáticas vejaciones que Filka recibía.
—Eso lo ignoraba —respondió Dunia secamente—. Lo que yo supe sobre este particular fue algo sumamente extraño. Ese Filka era, al parecer, un neurasténico, una especie de filósofo de baja estofa. Sus compañeros decían de él que el exceso de lectura le había trastornado. Y se afirmaba que se había suicidado por librarse de las burlas más que de los golpes de su dueño. Yo siempre he visto que el señor Svidrigailof trataba a sus sirvientes de un modo humanitario. Por eso incluso le querían, aunque, te confieso, les oí acusarle de la muerte de Filka.
—Veo, Avdotia Romanovna, que se siente usted inclinada a justificarle — dijo Lujine, torciendo la boca con una sonrisa equívoca—. De lo que no hay duda es de que es un hombre astuto que tiene una habilidad especial para conquistar el corazón de las mujeres. La pobre Marfa Petrovna, que acaba de morir en circunstancias extrañas, es buena prueba de ello. Mi única intención era ayudarlas a usted y a su madre con mis consejos, en previsión de las tentativas que ese hombre no dejará de renovar. Estoy convencido de que Svidrigailof volverá muy pronto a la cárcel por deudas. Marfa Petrovna no tuvo jamás la intención de legarle una parte importante de su fortuna, pues pensaba ante todo en sus hijos, y si le ha dejado algo, habrá sido una modestasuma, lo estrictamente necesario, una cantidad que a un hombre de sus costumbres no le permitirá vivir más de un año.
—No hablemos más del señor Svidrigailof, Piotr Petrovitch; se lo ruego — dijo Dunia—. Es un asunto que me pone nerviosa.
—Hace un rato ha estado en mi casa —dijo de súbito Raskolnikof, hablando por primera vez.
Todos se volvieron a mirarle, lanzando exclamaciones de sorpresa. Incluso
Piotr Petrovitch dio muestras de emoción.
—Hace cosa de hora y media —continuó Raskolnikof—, cuando yo estaba durmiendo, ha entrado, me ha despertado y ha hecho su propia presentación.
Se ha mostrado muy simpático y alegre. Confía en que llegaremos a ser buenos amigos. Entre otras cosas, me ha dicho que desea tener contigo una entrevista, Dunia, y me ha rogado que le ayude a obtenerla. Quiere hacerte una proposición y me ha explicado en qué consiste. Además, me ha asegurado formalmente que Marfa Petrovna, ocho días antes de morir, te legó tres mil rublos y que muy pronto recibirás esta suma.
—¡Dios sea loado! —exclamó Pulqueria Alejandrovna, santiguándose—.¡Reza por ella, Dunia, reza por ella!
—Eso es cierto —no pudo menos de reconocer Lujine.
—Bueno, ¿y qué más? —preguntó vivamente Dunetchka.
—Después me ha dicho que no es rico, pues la hacienda pasa a poder de los hijos, que se han ido a vivir con su tía. También me ha hecho saber que se hospeda cerca de mi casa. Pero no sé dónde, porque no se lo he preguntado.
—Pero ¿qué proposición quiere hacer a Dunetchka? —preguntó, inquieta, Pulqueria Alejandrovna—. ¿Te lo ha explicado?
—Ya os he dicho que sí.
—Bien, ¿qué quiere proponerle?
—Ya hablaremos de eso después.
Y Raskolnikof empezó a beberse en silencio su taza de té.
Piotr Petrovitch sacó el reloj y miró la hora.
—Un asunto urgente me obliga a dejarles —dijo, y añadió, visiblemente resentido y levantándose—: Así podrán ustedes conversar más libremente.
—No se vaya, Piotr Petrovitch —dijo Dunia—. Usted tenía la intención de dedicarnos la velada. Además, usted ha dicho en su carta que desea tener una explicación con mi madre.—Eso es muy cierto, Avdotia Romanovna —dijo Lujine con acento solemne.
Se volvió a sentar, pero conservando el sombrero en sus manos, y continuó:
—En efecto, desearía aclarar con su madre y con usted ciertos puntos de gran importancia. Pero, del mismo modo que su hermano no quiere exponer ante mí las proposiciones del señor Svidrigailof, yo no puedo ni quiero hablar ante terceros de esos puntos de extrema gravedad. Por otra parte, ustedes no han tenido en cuenta el deseo que tan formalmente les he expuesto en mi carta.
Al llegar a este punto se detuvo con un gesto de dignidad y amargura.
—He sido exclusivamente yo la que ha decidido que no se tuviera en cuenta su deseo de que mi hermano no asistiera a esta reunión —dijo Dunia—.Usted nos dice en su carta que él le ha insultado, y yo creo que hay que poner en claro esta acusación lo antes posible, con objeto de reconciliarlos. Si Rodia le ha ofendido realmente, debe excusarse y lo hará.
Al oír estas palabras, Piotr Petrovitch se creció.
—Las ofensas que he recibido, Avdotia Romanovna, son de las que no se pueden olvidar, por mucho empeño que uno ponga en ello. En todas las cosas hay un límite que no se debe franquear, pues, una vez al otro lado, la vuelta atrás es imposible.
—Usted no ha comprendido mi intención, Piotr Petrovitch —replicó Dunia, con cierta impaciencia—. Entiéndame. Todo nuestro porvenir depende de la inmediata respuesta de esta pregunta: ¿pueden arreglarse las cosas o no se pueden arreglar? He de decirle con toda franqueza que no puedo considerar la cuestión de otro modo y que, si siente usted algún afecto por mí, debe comprender que es preciso que este asunto quede resuelto hoy mismo, por difícil que ello pueda parecer.
—Me sorprende, Avdotia Romanovna, que plantee usted la cuestión en esos términos —dijo Lujine con irritación creciente—. Yo puedo apreciarla y amarla, aunque no quiera a algún miembro de su familia. Yo aspiro a la felicidad de obtener su mano, pero no puedo comprometerme a aceptar deberes que son incompatibles con mi…
—Deseche esa vana susceptibilidad, Piotr Petrovitch —le interrumpió Dunia con voz algo agitada— y muéstrese como el hombre inteligente y noble que siempre he visto y que deseo seguir viendo en usted. Le he hecho una promesa de gran importancia: soy su prometida. Confíe en mí en este asunto y créame capaz de ser imparcial en mi fallo. El papel de árbitro que me atribuyo debe sorprender a mi hermano tanto como a usted. Cuando hoy, después derecibir su carta, he rogado insistentemente a Rodia que viniera a esta reunión, no le he dicho ni una palabra acerca de mis intenciones. Comprenda que si ustedes se niegan a reconciliarse, me veré obligada a elegir entre usted y él, ya que han llevado la cuestión a este extremo. Y ni quiero ni debo equivocarme en la elección. Acceder a los deseos de usted significa romper con mi hermano, y si escucho a mi hermano, tendré que reñir con usted. Por lo tanto, necesito y tengo derecho a conocer con toda exactitud los sentimientos que inspiro tanto a usted como a él. Quiero saber si Rodia es un verdadero hermano para mí, y si usted me aprecia ahora y sabrá amarme más adelante como marido.
—Sus palabras, Avdotia Romanovna —repuso Lujine, herido en su amor propio—, son sumamente significativas. E incluso me atrevo a decir que me hieren, considerando la posición que tengo el honor de ocupar respecto a usted. Dejando a un lado lo ofensivo que resulta para mí verme colocado al nivel de un joven…lleno de soberbia, usted admite la posibilidad de una ruptura entre nosotros. Usted ha dicho que él o yo, y con esto me demuestra que soy muy poco para usted…Esto es inadmisible para mí, dado el género de nuestras relaciones y el compromiso que nos une.
—¡Cómo! —exclamó Dunia enérgicamente—. ¡Comparo mi interés por usted con lo que hasta ahora más he querido en mi vida, y considera usted que no le estimo lo suficiente!
Raskolnikof tuvo una cáustica sonrisa. Rasumikhine estaba fuera de sí.
Pero Piotr Petrovitch no parecía impresionado por el argumento: cada vez estaba más sofocado e intratable.
—El amor por el futuro compañero de toda la vida debe estar por encima del amor fraternal —repuso sentenciosamente—. No puedo admitir de ningún modo que se me coloque en el mismo plano…Aunque hace un momento me he negado a franquearme en presencia de su hermano acerca del objeto de mi visita, deseo dirigirme a su respetable madre para aclarar un punto de gran importancia y que yo considero especialmente ofensivo para mí…Su hijo — añadió dirigiéndose a Pulqueria Alejandrovna—, ayer, en presencia del señor Razudkine…Perdone si no es éste su nombre —dijo, inclinándose amablemente ante Rasumikhine—, pues no lo recuerdo bien…Su hijo — repitió volviendo a dirigirse a Pulqueria Alejandrovna— me ofendió desnaturalizando un pensamiento que expuse a usted y a su hija aquel día que tomé café con ustedes. Yo dije que, a mi juicio, una joven pobre y que tiene experiencia en la desgracia ofrece a su marido más garantía de felicidad que una muchacha que sólo ha conocido la vida fácil y cómoda. Su hijo ha exagerado deliberadamente y desnaturalizado hasta lo absurdo el sentido de mis palabras, atribuyéndome intenciones odiosas. Para ello se funda exclusivamente en las explicaciones que usted le ha dado por carta. Por estarazón, Pulqueria Alejandrovna, yo desearía que usted me tranquilizara demostrándome que estoy equivocado. Dígame, ¿en qué términos transmitió usted mi pensamiento a Rodion Romanovitch?
—No lo recuerdo —repuso Pulqueria Alejandrovna, llena de turbación—.Yo dije lo que había entendido. Por otra parte, ignoro cómo Rodia le habrá transmitido a usted mis palabras. Tal vez ha exagerado.
—Sólo pudo haberlo hecho inspirándose en la carta que usted le envió.
—Piotr Petrovitch —replicó dignamente Pulqueria Alejandrovna—. La prueba de que no hemos tomado sus palabras en mala parte es que estamos aquí.
—Bien dicho, mamá —aprobó Dunia.
—Entonces soy yo el que está equivocado —dijo Lujine, ofendido.
—Es que usted, Piotr Petrovitch —dijo Pulqueria Alejandrovna, alentada por las palabras de su hija—, no hace más que acusar a Rodia. Y no tiene en cuenta que en su carta nos dice acerca de él cosas que no son verdad.
—No recuerdo haber dicho ninguna falsedad en mi carta.
—Usted ha dicho —manifestó ásperamente Raskolnikof, sin mirar a Lujine—, que yo entregué ayer mi dinero no a la viuda del hombre atropellado, sino a su hija, siendo así que la vi ayer por primera vez. Usted se expresó de este modo con el deseo de indisponerme con mi familia, y para asegurarse de que conseguiría sus fines juzgó del modo más innoble a una muchacha a la que no conoce. Esto es una calumnia y una villanía.
—Perdone usted —dijo Lujine, temblando de cólera—, pero si en mi carta he hablado extensamente de usted ha sido únicamente atendiendo a los deseos de su madre y de su hermana, que me rogaron que las informara de cómo le había encontrado a usted y del efecto que me había producido. Por otra parte, le desafío a que me señale una sola línea falsa en el pasaje al que usted alude.
¿Negará que ha gastado su dinero y que en esa familia hay un miembro indigno?
—A mi juicio, usted, con todas sus cualidades, vale menos que el dedo meñique de esa desgraciada muchacha a la que ha arrojado usted la piedra.
—¿De modo que no vacilaría usted en introducirla en la sociedad de su hermana y de su madre?
—Ya lo he hecho. Hoy la he invitado a sentarse junto a ellas.
—¡Rodia! —exclamó Pulqueria Alejandrovna.
Dunetchka enrojeció, Rasumikhine frunció el entrecejo, Lujine sonrióaltiva y despectivamente.
—Ya ve usted, Avdotia Romanovna, que es imposible toda reconciliación.
Creo que podemos dar el asunto por terminado y no volver a hablar de él. En fin, me retiro para no seguir inmiscuyéndome en esta reunión de familia. Sin duda, tendrán ustedes secretos que comunicarse.
Se levantó y cogió su sombrero.
—Pero, antes de irme, permítanme que les diga que espero no volver a verme expuesto a encuentros y escenas como los que acabo de tener. Me dirijo exclusivamente a usted, Pulqueria Alejandrovna, ya que a usted y sólo a usted iba destinada mi carta.
Pulqueria Alejandrovna se estremeció ligeramente.
—Por lo visto, Piotr Petrovitch, se considera usted nuestro dueño absoluto.
Ya le ha explicado Dunia por qué razón no hemos tenido en cuenta su deseo.
Mi hija ha obrado con la mejor intención. En cuanto a su carta, no puedo menos de decirle que está escrita en un tono bastante imperioso. ¿Pretende usted obligarnos a considerar sus menores deseos como órdenes? Por el contrario, yo creo que debe usted tratarnos con los mayores miramientos, ya que hemos depositado toda nuestra confianza en usted, que lo hemos dejado todo por venir a Petersburgo y que, en consecuencia, estamos a su merced.
—Eso no es totalmente exacto, Pulqueria Alejandrovna, y menos ahora que ya sabe usted que Marfa Petrovna ha legado a su hija tres mil rublos, suma que llega con gran oportunidad, a juzgar por el tono en que me está usted hablando —añadió Lujine secamente.
—Esa observación —dijo Dunia, indignada— puede ser una prueba de que usted ha especulado con nuestra pobreza.
—Sea como fuere, ahora todo ha cambiado. Y me voy; no quiero seguir siendo un obstáculo para que su hermano les transmita las proposiciones secretas de Arcadio Ivanovitch Svidrigailof. Sin duda, esto es importantísimo para ustedes, e incluso sumamente agradable.
—¡Dios mío! —exclamó Pulqueria Alejandrovna.
Rasumikhine hacía inauditos esfuerzos para permanecer en su silla.
—¿No te da vergüenza soportar tanto insulto, Dunia? —preguntó
Raskolnikof.
—Sí, Rodia; estoy avergonzada —y, pálida de ira, gritó a Lujine—: ¡Salga de aquí, Piotr Petrovitch!
Lujine no esperaba ni remotamente semejante reacción. Tenía demasiada confianza en sí mismo y contaba con la debilidad de sus víctimas. No podíadar crédito a sus oídos. Palideció y sus labios empezaron a temblar.
—Le advierto, Avdotia Romanovna, que si me marcho en estas condiciones puede tener la seguridad de que no volveré. Reflexione. Yo mantengo siempre mi palabra.
—¡Qué insolencia! —gritó Dunia, irritada—. ¡Pero si yo no quiero volverle a ver!
—¿Cómo se atreve a hablar así? —exclamó Lujine, desconcertado, pues en ningún momento había creído en la posibilidad de una ruptura—. Tenga usted en cuenta que yo podría protestar.
—¡Usted no tiene ningún derecho a hablar así! —replicó vivamente Pulqueria Alejandrovna—. ¿Contra qué va a protestar? ¿Y con qué atribuciones? ¿Cree usted que puedo poner a mi hija en manos de un hombre como usted? ¡Váyase y déjenos en paz! Hemos cometido la equivocación de aceptar una proposición que no ha resultado nada decorosa. De ningún modo debí…
—No obstante, Pulqueria Alejandrovna —exclamó Lujine, exasperado—,usted me ató con una promesa que ahora retira. Y, además…, además, nuestro compromiso me ha obligado a…, en fin, a hacer ciertos gastos.
Esta última queja era tan propia del carácter de Lujine, que Raskolnikof, pese a la cólera que le dominaba, no pudo contenerse y se echó a reír.
En cambio, a Pulqueria Alejandrovna la hirió profundamente el reproche de Lujine.
—¿Gastos? ¿Qué gastos? ¿Se refiere usted, quizás, a la maleta que se encargó de enviar aquí? ¡Pero si consiguió usted que la transportaran gratuitamente! ¡Señor! ¡Pretender que nosotras le hemos atado! Mida bien sus palabras, Piotr Petrovitch. ¡Es usted el que nos ha tenido a su merced, atadas de pies y manos!
—Basta, mamá, basta —dijo Dunia en tono suplicante—. Piotr Petrovitch, tenga la bondad de marcharse.
—Ya me voy —repuso Lujine, ciego de cólera—. Pero permítame unas palabras, las últimas. Su madre parece haber olvidado que yo pedí la mano de usted cuando era el blanco de las murmuraciones de toda la comarca. Por usted desafié a la opinión pública y conseguí restablecer su reputación. Esto me hizo creer que podía contar con su agradecimiento. Pero ustedes me han abierto los ojos y ahora me doy cuenta de que tal vez fui un imprudente al despreciar a la opinión pública.
—¡Este hombre se ha empeñado en que le rompan la cabeza! —exclamó Rasumikhine, levantándose de un salto y disponiéndose a castigar al insolente.—¡Es usted un hombre vil y malvado! —dijo Dunia.
—¡Quieto! —exclamó Raskolnikof reteniendo a Rasumikhine.
Después se acercó a Lujine, tanto que sus cuerpos casi se tocaban, y le dijo en voz baja pero con toda claridad:
—¡Salga de aquí, y ni una palabra más!
Piotr Petrovitch, cuyo rostro estaba pálido y contraído por la cólera, le miró un instante en silencio. Después giró sobre sus talones y se fue, sintiendo un odio mortal contra Raskolnikof, al que achacaba la culpa de su desgracia.
Pero mientras bajaba la escalera se imaginaba —cosa notable— que no estaba todo definitivamente perdido y que bien podía esperar reconciliarse con las dos damas.
Lo más importante era que Lujine no había podido prever semejante desenlace. Sus jactancias se debían a que en ningún momento se había imaginado que dos mujeres solas y pobres pudieran desprenderse de su dominio. Este convencimiento estaba reforzado por su vanidad y por una ciega confianza en sí mismo. Piotr Petrovitch, salido de la nada, había adquirido la costumbre casi enfermiza de admirarse a sí mismo profundamente. Tenía una alta opinión de su inteligencia, de su capacidad, y, a veces, cuando estaba solo, llegaba incluso a admirar su propia cara en un espejo. Pero lo que más quería en el mundo era su dinero, adquirido por su trabajo y también por otros medios. A su juicio, esta fortuna le colocaba en un plano de igualdad con todas las personas superiores a él. Había sido sincero al recordar amargamente a Dunia que había pedido su mano a pesar de los rumores desfavorables que circulaban sobre ella. Y al pensar en lo ocurrido sentía una profunda indignación por lo que calificaba mentalmente de «negra ingratitud». Sin embargo, cuando contrajo el compromiso estaba completamente seguro de que aquellos rumores eran absurdos y calumniosos, pues ya los había desmentido públicamente Marfa Petrovna, eso sin contar con que hacía tiempo que el vecindario, en su mayoría, había rehabilitado a Dunia. Lujine no habría negado que sabía todo esto en el momento de contraer el compromiso matrimonial, pero, aun así, seguía considerando como un acto heroico la decisión de elevar a Dunia hasta él. Cuando entró, días antes, en el aposento de Raskolnikof, lo hizo como un bienhechor dispuesto a recoger los frutos de su magnanimidad y esperando oír las palabras más dulces y aduladoras.
Huelga decir que ahora bajaba la escalera con la sensación de hombreofendido e incomprendido.
Dunia le parecía ya algo indispensable para su vida y no podía admitir la idea de renunciar a ella. Hacía ya mucho tiempo, años, que soñaba voluptuosamente con el matrimonio, pero se limitaba a reunir dinero y esperar.
Su ideal, en el que pensaba con secreta delicia, era una muchacha pura y pobre (la pobreza era un requisito indispensable), bonita, instruida y noble, que conociera los contratiempos de una vida difícil, pues la práctica del sufrimiento la llevaría a renunciar a su voluntad ante él; y le miraría durante toda su vida como a un salvador, le veneraría, se sometería a él, le admiraría, vería en él el único hombre. ¡Qué deliciosas escenas concebía su imaginación en las horas de asueto sobre este anhelo aureolado de voluptuosidad! Y al fin vio que el sueño acariciado durante tantos años estaba a punto de realizarse.
La belleza y la educación de Avdotia Romanovna le habían cautivado, y la difícil situación en que se hallaba había colmado sus ilusiones. Dunia incluso rebasaba el límite de lo que él había soñado. Veía en ella una muchacha altiva, noble, enérgica, incluso más culta que él (lo reconocía), y esta criatura iba a profesarle un reconocimiento de esclava, profundo, eterno, por su acto heroico; iba a rendirle una veneración apasionada, y él ejercería sobre ella un dominio absoluto y sin límites…Precisamente poco antes de pedir la mano de Dunia había decidido ampliar sus actividades, trasladándose a un campo de acción más vasto, y así poder ir introduciéndose poco a poco en un mundo superior, cosa que ambicionaba apasionadamente desde hacía largo tiempo. En una palabra, había decidido probar suerte en Petersburgo. Sabía que las mujeres pueden ser una ayuda para conseguir muchas cosas. El encanto de una esposa adorable, culta y virtuosa al mismo tiempo podía adornar su vida maravillosamente, atraerle simpatías, crearle una especie de aureola…Y todo esto se había venido abajo. Aquella ruptura, tan inesperada como espantosa, le había producido el efecto de un rayo. Le parecía algo absurdo, una broma monstruosa. Él no había tenido tiempo para decir lo que quería; sólo había podido alardear un poco. Primero no había tomado la cosa en serio, después se había dejado llevar de su indignación, y todo había terminado en una gran ruptura. Amaba ya a Dunia a su modo, la gobernaba y la dominaba en su imaginación, y, de improviso…No, era preciso poner remedio al mal, conseguir un arreglo al mismo día siguiente y, sobre todo, aniquilar a aquel jovenzuelo, a aquel granuja que había sido el causante del mal. Pensó también, involuntariamente y con una especie de excitación enfermiza, en Rasumikhine, pero la inquietud que éste le produjo fue pasajera.
—¡Compararme con semejante individuo…!
Al que más temía era a Svidrigailof…En resumidas cuentas, que tenía en perspectiva no pocas preocupaciones.
—No, he sido yo la principal culpable —decía Dunia, acariciando a sumadre—. Me dejé tentar por su dinero, pero yo te juro, Rodia, que no creía que pudiera ser tan indigno. Si lo hubiese sabido, jamás me habría dejado tentar. No me lo reproches, Rodia.
—¡Dios nos ha librado de él, Dios nos ha librado de él! —murmuró Pulqueria Alejandrovna, casi inconscientemente. Parecía no darse bien cuenta de lo que acababa de suceder.
Todos estaban contentos, y cinco minutos después charlaban entre risas.
Sólo Dunetchka palidecía a veces, frunciendo las cejas, ante el recuerdo de la escena que se acababa de desarrollar. Pulqueria Alejandrovna no podía imaginarse que se sintiera feliz por una ruptura que aquella misma mañana le parecía una desgracia horrible. Rasumikhine estaba encantado; no osaba manifestar su alegría, pero temblaba febrilmente como si le hubieran quitado de encima un gran peso. Ahora era muy dueño de entregarse por entero a las dos mujeres, de servirlas…Además, sabía Dios lo que podría suceder…Sin embargo, rechazaba, acobardado, estos pensamientos y temía dar libre curso a su imaginación. Raskolnikof era el único que permanecía impasible, distraído, incluso un tanto huraño. Él, que tanto había insistido en la ruptura con Lujine, ahora que se había producido, parecía menos interesado en el asunto que los demás. Dunia no pudo menos de creer que seguía disgustado con ella, y Pulqueria Alejandrovna lo miraba con inquietud.
—¿Qué tienes que decirnos de parte de Svidrigailof? —le preguntó Dunia.
—¡Eso, eso! —exclamó Pulqueria Alejandrovna.
Raskolnikof levantó la cabeza.
—Está empeñado en regalarte diez mil rublos y desea verte una vez estando yo presente.
—¿Verla? ¡De ningún modo! —exclamó Pulqueria Alejandrovna—.¡Además, tiene la osadía de ofrecerle dinero!
Entonces Raskolnikof refirió (secamente, por cierto) su diálogo con Svidrigailof, omitiendo todo lo relacionado con las apariciones de Marfa Petrovna, a fin de no ser demasiado prolijo. Le molestaba profundamente hablar más de lo indispensable.
—¿Y tú qué le has contestado? —preguntó Dunia.
—Yo he empezado por negarme a decirte nada de parte suya, y entonces él me ha dicho que se las arreglaría, fuera como fuera, para tener una entrevista contigo. Me ha asegurado que su pasión por ti fue una ilusión pasajera y que ahora no le inspiras nada que se parezca al amor. No quiere que te cases con Lujine. En general, hablaba de un modo confuso y contradictorio.
—¿Y tú qué opinas, Rodia? ¿Qué efecto te ha producido?—Os confieso que no lo acabo de entender. Te ofrece diez mil rublos, y dice que no es rico. Afirma que está a punto de emprender un viaje, y al cabo de diez minutos se olvida de ello…De pronto me ha dicho que se quiere casar y que le buscan una novia…Sin duda, persigue algún fin, un fin indigno seguramente. Sin embargo, yo creo que no se habría conducido tan ingenuamente si hubiera abrigado algún mal propósito contra ti…Yo, desde luego, he rechazado categóricamente ese dinero en nombre tuyo. En una palabra, ese hombre me ha producido una impresión extraña, e incluso me ha parecido que presentaba síntomas de locura…Pero acaso sea una falsa apreciación mía, o tal vez se trate de una simple ficción. La muerte de Marfa Petrovna debe de haberle trastornado profundamente.
—¡Que Dios la tenga en la gloria! —exclamó Pulqueria Alejandrovna—.Siempre la tendré presente en mis oraciones. ¿Qué habría sido de nosotras, Dunia, sin esos tres mil rublos? ¡Dios mío, no puedo menos de creer que el cielo nos los envía! Pues has de saber, Rodia, que todo el dinero que nos queda son tres rublos, y que pensábamos empeñar el reloj de Dunia para no pedirle dinero a él antes de que nos lo ofreciera.
Dunia parecía trastornada por la proposición de Svidrigailof. Estaba pensativa.
—Algún mal propósito abriga contra mí —murmuró, como si hablara consigo misma y con un leve estremecimiento.
Raskolnikof advirtió este temor excesivo.
—Creo que tendré ocasión de volverle a ver —dijo a su hermana.
—¡Lo vigilaremos! —exclamó enérgicamente Rasumikhine—. ¡Me comprometo a descubrir sus huellas! No le perderé de vista. Cuento con el permiso de Rodia. Hace poco me ha dicho: «Vela por mi hermana.» ¿Me lo permite usted, Avdotia Romanovna?
Dunia le sonrió y le tendió la mano, pero su semblante seguía velado por la preocupación. Pulqueria Alejandrovna le miró tímidamente, pero no intranquila, pues pensaba en los tres mil rublos.
Un cuarto de hora después se había entablado una animada conversación.
Incluso Raskolnikof, aunque sin abrir la boca, escuchaba con atención lo que decía Rasumikhine, que era el que llevaba la voz cantante.
—¿Por qué han de regresar ustedes al pueblo? —exclamó el estudiante, dejándose llevar de buen grado del entusiasmo que se había apoderado de él
—. ¿Qué harán ustedes en ese villorrio? Deben ustedes permanecer aquí todos juntos, pues son indispensables el uno al otro, no me lo negarán. Por lo menos, deben quedarse aquí una temporada. En lo que a mí concierne, acéptenmecomo amigo y como socio y les aseguro que montaremos un negocio excelente. Escúchenme: voy a exponerles mi proyecto con todo detalle. Es una idea que se me ha ocurrido esta mañana, cuando nada había sucedido todavía.
Se trata de lo siguiente: yo tengo un tío (que ya les presentaré y que es un viejo tan simpático como respetable) que tiene un capital de mil rublos y vive de una pensión que le basta para cubrir sus necesidades. Desde hace dos años no cesa de insistir en que yo acepte sus mil rublos como préstamo con el seis por ciento de interés. Esto es un truco: lo que él desea es ayudarme. El año pasado yo no necesitaba dinero, pero este año voy a aceptar el préstamo. A estos mil rublos añaden ustedes mil de los suyos, y ya tenemos para empezar.
Bueno, ya somos socios. ¿Qué hacemos ahora?
Rasumikhine empezó acto seguido a exponer su proyecto. Se extendió en explicaciones sobre el hecho de que la mayoría de los libreros y editores no conocían su oficio y por eso hacían malos negocios, y añadió que editando buenas obras se podía no sólo cubrir gastos, sino obtener beneficios. Ser editor constituía el sueño dorado de Rasumikhine, que llevaba dos años trabajando para casas editoriales y conocía tres idiomas, aunque seis días atrás había dicho a Raskolnikof que no sabía alemán, simple pretexto para que su amigo aceptara la mitad de una traducción y, con ella, los tres rublos de anticipo que le correspondían. Raskolnikof no se había dejado engañar.
—¿Por qué despreciar un buen negocio —exclamó Rasumikhine con creciente entusiasmo—, teniendo el elemento principal para ponerlo en práctica, es decir, el dinero? Sin duda tendremos que trabajar de firme, pero trabajaremos. Trabajará usted Avdotia Romanovna; trabajará su hermano y trabajaré yo. Hay libros que pueden producir buenas ganancias. Nosotros tenemos la ventaja de que sabemos lo que se debe traducir. Seremos traductores, editores y aprendices a la vez. Yo puedo ser útil a la sociedad porque tengo experiencia en cuestiones de libros. Hace dos años que ruedo por las editoriales, y conozco lo esencial del negocio. No es nada del otro mundo, créanme. ¿Por qué no aprovechar esta ocasión? Yo podría indicar a los editores dos o tres libros extranjeros que producirían cien rublos cada uno, y sé de otro cuyo título no daría por menos de quinientos rublos. A lo mejor aún vacilarían esos imbéciles. Respecto a la parte administrativa del negocio (papel, impresión, venta…), déjenla en mi mano, pues es cosa que conozco bien. Empezaremos por poco e iremos ampliando el negocio gradualmente.
Desde luego, ganaremos lo suficiente para vivir.
Los ojos de Dunia brillaban.
—Su proposición me parece muy bien, Dmitri Prokofitch.
—Yo, como es natural —dijo Pulqueria Alejandrovna—, no entiendo nada de eso. Tal vez sea un buen negocio. Lo cierto es que el asunto me sorprendepor lo inesperado. Respecto a nuestra marcha, sólo puedo decirle que nos vemos obligadas a permanecer aquí algún tiempo.
Y al decir esto último dirigió una mirada a Rodia.
—¿Tú qué opinas? —preguntó Dunia a su hermano.
—A mí me parece una excelente idea. Naturalmente, no puede improvisarse un gran negocio editorial, pero sí publicar algunos volúmenes de éxito seguro. Yo conozco una obra que indudablemente se vendería. En cuanto a la capacidad de Rasumikhine, podéis estar tranquilas, pues conoce bien el negocio…Además, tenéis tiempo de sobra para estudiar el asunto.
—¡Hurra! —gritó Rasumikhine—. Y ahora escuchen. En este mismo edificio hay un local independiente que pertenece al mismo propietario. Está amueblado, tiene tres habitaciones pequeñas y no es caro. Yo me encargaré de empeñarles el reloj mañana para que tengan dinero. Todo se arreglará. Lo importante es que puedan ustedes vivir los tres juntos. Así tendrán a Rodia cerca de ustedes…Pero oye, ¿adónde vas?
—¿Por qué te marchas, Rodia? —preguntó Pulqueria Alejandrovna con evidente inquietud.
—¡Y en este momento! —le reprochó Rasumikhine.
Dunia miraba a su hermano con una sorpresa llena de desconfianza. Él,
con la gorra en la mano, se disponía a marcharse.
—¡Cualquiera diría que nos vamos a separar para siempre! —exclamó en un tono extraño—. No me enterréis tan pronto.
Y sonrió, pero ¡qué sonrisa aquélla!
—Sin embargo —dijo distraídamente—, ¡quién sabe si será la última vez que nos vemos!
Había dicho esto contra su voluntad, como reflexionando en voz alta.
—Pero ¿qué te pasa, Rodia? —preguntó ansiosamente su madre.
—¿Dónde vas? —preguntó Dunia con voz extraña.
—Me tengo que marchar —repuso.
Su voz era vacilante, pero su pálido rostro expresaba una resolución irrevocable.
—Yo quería deciros…—continuó—. He venido aquí para decirte, mamá, y a ti también, Dunia, que…debemos separarnos por algún tiempo…No me siento bien…Los nervios…Ya volveré…Más adelante…, cuando pueda.
Pienso en vosotros y os quiero. Pero dejadme, dejadme solo. Esto ya lo teníadecidido, y es una decisión irrevocable. Aunque hubiera de morir, quiero estar solo. Olvidaos de mí: esto es lo mejor…No me busquéis. Ya vendré yo cuando sea necesario…, y, si no vengo, enviaré a llamaros. Tal vez vuelva todo a su cauce; pero ahora, si verdaderamente me queréis, renunciad a mí. Si no lo hacéis, llegaré a odiaros: esto es algo que siento en mí. Adiós.
—¡Dios mío! —exclamó Pulqueria Alejandrovna.
La madre, la hermana y Rasumikhine se sintieron dominados por un profundo terror.
—¡Rodia, Rodia, vuelve a nosotras! —exclamó la pobre mujer.
Él se volvió lentamente y dio un paso hacia la puerta. Dunia fue hacia él.
—¿Cómo puedes portarte así con nuestra madre, Rodia? —murmuró, indignada.
—Ya volveré, ya volveré a veros —dijo a media voz, casi inconsciente.
Y se fue.
—¡Mal hombre, corazón de piedra! —le gritó Dunia.
—No es malo, es que está loco —murmuró Rasumikhine al oído de la joven, mientras le apretaba con fuerza la mano—. Es un alienado, se lo aseguro. Sería usted la despiadada si no fuera comprensiva con él.
Y dirigiéndose a Pulqueria Alejandrovna, que parecía a punto de caer, le dijo:
—En seguida vuelvo.
Salió corriendo de la habitación. Raskolnikof, que le esperaba al final del pasillo, le recibió con estas palabras:
—Sabía que vendrías…Vuelve al lado de ellas; no las dejes…Ven también mañana; no las dejes nunca…Yo tal vez vuelva…, tal vez pueda volver. Adiós.
Se alejó sin tenderle la mano.
—Pero ¿adónde vas? ¿Qué te pasa? ¿Qué te propones? ¡No se puede obrar de ese modo!
Raskolnikof se detuvo de nuevo.
—Te lo he dicho y te lo repito: no me preguntes nada, pues no te contestaré…No vengas a verme. Tal vez venga yo aquí…Déjame…, pero a ellas no las abandones… ¿Comprendes?
El pasillo estaba oscuro y ellos se habían detenido cerca de la lámpara. Se miraron en silencio. Rasumikhine se acordaría de este momento toda su vida.La mirada ardiente y fija de Raskolnikof parecía cada vez más penetrante, y Rasumikhine tenía la impresión de que le taladraba el alma. De súbito, el estudiante se estremeció. Algo extraño acababa de pasar entre ellos. Fue una idea que se deslizó furtivamente; una idea horrible, atroz y que los dos comprendieron…Rasumikhine se puso pálido como un muerto.
—¿Comprendes ahora? —preguntó Raskolnikof con una mueca espantosa
—. Vuelve junto a ellas —añadió. Y dio media vuelta y se fue rápidamente.
No es fácil describir lo que ocurrió aquella noche en la habitación de Pulqueria Alejandrovna cuando regresó Rasumikhine; los esfuerzos del joven para calmar a las dos damas, las promesas que les hizo. Les dijo que Rodia estaba enfermo, que necesitaba reposo; les aseguró que volverían a verle y que él iría a visitarlas todos los días; que Rodia sufría mucho y no convenía irritarle; que él, Rasumikhine, llamaría a un gran médico, al mejor de todos; que se celebraría una consulta…En fin, que, a partir de aquella noche, Rasumikhine fue para ellas un hijo y un hermano.
Raskolnikof se fue derecho a la casa del canal donde habitaba Sonia. Era un viejo edificio de tres pisos pintado de verde. No sin trabajo, encontró al portero, del cual obtuvo vagas indicaciones sobre el departamento del sastre Kapernaumof. En un rincón del patio halló la entrada de una escalera estrecha y sombría. Subió por ella al segundo piso y se internó por la galería que bordeaba la fachada. Cuando avanzaba entre las sombras, una puerta se abrió de pronto a tres pasos de él. Raskolnikof asió el picaporte maquinalmente.
—¿Quién va? —preguntó una voz de mujer con inquietud.
—Soy yo, que vengo a su casa —dijo Raskolnikof.
Y entró seguidamente en un minúsculo vestíbulo, donde una vela ardía sobre una bandeja llena de abolladuras que descansaba sobre una silla desvencijada.
—¡Dios mío! ¿Es usted? —gritó débilmente Sonia, paralizada por el estupor.
—¿Es éste su cuarto?
Y Raskolnikof entró rápidamente en la habitación, haciendo esfuerzos por no mirar a la muchacha.
Un momento después llegó Sonia con la vela en la mano. Depositó la velasobre la mesa y se detuvo ante él, desconcertada, presa de extraordinaria agitación. Aquella visita inesperada le causaba una especie de terror. De pronto, una oleada de sangre le subió al pálido rostro y de sus ojos brotaron lágrimas. Experimentaba una confusión extrema y una gran vergüenza en la que había cierta dulzura. Raskolnikof se volvió rápidamente y se sentó en una silla ante la mesa. Luego paseó su mirada por la habitación.
Era una gran habitación de techo muy bajo, que comunicaba con la del sastre por una puerta abierta en la pared del lado izquierdo. En la del derecho había otra puerta, siempre cerrada con llave, que daba a otro departamento. La habitación parecía un hangar. Tenía la forma de un cuadrilátero irregular y un aspecto destartalado. La pared de la parte del canal tenía tres ventanas. Este muro se prolongaba oblicuamente y formaba al final un ángulo agudo y tan profundo, que en aquel rincón no era posible distinguir nada a la débil luz de la vela. El otro ángulo era exageradamente obtuso.
La extraña habitación estaba casi vacía de muebles. A la derecha, en un rincón, estaba la cama, y entre ésta y la puerta había una silla. En el mismo lado y ante la puerta que daba al departamento vecino se veía una sencilla mesa de madera blanca, cubierta con un paño azul, y, cerca de ella, dos sillas de anea. En la pared opuesta, cerca del ángulo agudo, había una cómoda, también de madera blanca, que parecía perdida en aquel gran vacío. Esto era todo. El papel de las paredes, sucio y desgastado, estaba ennegrecido en los rincones. En invierno, la humedad y el humo debían de imperar en aquella habitación, donde todo daba una impresión de pobreza. Ni siquiera había cortinas en la cama.
Sonia miraba en silencio al visitante, ocupado en examinar tan atentamente y con tanto desenfado su aposento. Y de pronto empezó a temblar de pies a cabeza como si se hallara ante el juez y árbitro de su destino.
—He venido un poco tarde. ¿Son ya las once? —preguntó Raskolnikof sin levantar la vista hacia Sonia.
—Sí, sí, son las once ya —balbuceó la muchacha ansiosamente, como si estas palabras le solucionaran un inquietante problema—: El reloj de mi patrona acaba de sonar y yo he oído perfectamente las…
—Vengo a su casa por última vez —dijo Raskolnikof con semblante sombrío. Sin duda se olvidaba de que era también su primera visita—. Acaso no vuelva a verla más —añadió.
—¿Se va de viaje?
—No sé, no sé…Mañana, quizá…
—Así, ¿no irá usted mañana a casa de Catalina Ivanovna? —preguntóSonia con un ligero temblor en la voz.
—No lo sé…Quizá mañana por la mañana…Pero no hablemos de este asunto. He venido a decirle…
Alzó hacia ella su mirada pensativa y entonces advirtió que él estaba sentado y Sonia de pie.
—¿Por qué está de pie? Siéntese —le dijo, dando de pronto a su voz un
tono bajo y dulce.
Ella se sentó. Él la miró con un gesto bondadoso, casi compasivo.
—¡Qué delgada está usted! Sus manos casi se transparentan. Parecen las manos de un muerto.
Se apoderó de una de aquellas manos, y ella sonrió.
—Siempre he sido así —dijo Sonia.
—¿Incluso cuando vivía en casa de sus padres?
—Sí.
—¡Claro, claro! —dijo Raskolnikof con voz entrecortada. Tanto en su acento como en la expresión de su rostro se había operado súbitamente un nuevo cambio.
Volvió a pasear su mirada por la habitación.
—Tiene usted alquilada esta pieza a Kapernaumof, ¿verdad?
—Sí.
—Y ellos viven detrás de esa puerta, ¿no?
—Sí; tienen una habitación parecida a ésta.
—¿Sólo una para toda la familia?
—Sí.
—A mí, esta habitación me daría miedo —dijo Rodia con expresión sombría.
—Los Kapernaumof son buenas personas, gente amable —dijo Sonia, dando muestras de no haber recobrado aún su presencia de ánimo—.Y estos muebles, y todo lo que hay aquí, es de ellos. Son muy buenos. Los niños vienen a verme con frecuencia.
—Son tartamudos, ¿verdad?
—Sí, pero no todos. El padre es tartamudo y, además, cojo. La madre…no es que tartamudee, pero tiene dificultad para hablar. Es muy buena. Él eraesclavo. Tienen siete hijos. Sólo el mayor es tartamudo. Los demás tienen poca salud, pero no tartamudean…Ahora que caigo, ¿cómo se ha enterado usted de estas cosas?
—Su padre me lo contó todo…Por él supe lo que le ocurrió a usted…Me explicó que usted salió de casa a las seis y no volvió hasta las nueve, y que Catalina Ivanovna pasó la noche arrodillada junto a su lecho.
Sonia se turbó.
—Me parece —murmuró, vacilando— que hoy lo he visto.
—¿A quién?
—A mi padre. Yo iba por la calle y, al doblar una esquina cerca de aquí, lo he visto de pronto. Me pareció que venía hacia mí. Estoy segura de que era él.
Yo me dirigía a casa de Catalina Ivanovna…
—No, usted iba…paseando.
—Sí —murmuró Sonia con voz entrecortada. Y bajó los ojos llenos de turbación.
—Catalina Ivanovna llegó incluso a pegarle cuando usted vivía con sus padres, ¿verdad?
—¡Oh no! ¿Quién se lo ha dicho? ¡No, no; de ningún modo!
Y al decir esto Sonia miraba a Raskolnikof como sobrecogida de espanto.
—Ya veo que la quiere usted.
—¡Claro que la quiero! —exclamó Sonia con voz quejumbrosa y alzando de pronto las manos con un gesto de sufrimiento—. Usted no la… ¡Ah, si usted supiera…! Es como una niña…Está trastornada por el dolor…Es inteligente y noble…y buena…Usted no sabe nada…nada…
Sonia hablaba con acento desgarrador. Una profunda agitación la dominaba. Gemía, se retorcía las manos. Sus pálidas mejillas se habían teñido de rojo y sus ojos expresaban un profundo sufrimiento. Era evidente que Raskolnikof acababa de tocar un punto sensible en su corazón. Sonia experimentaba una ardiente necesidad de explicar ciertas cosas, de defender a su madrastra. De súbito, su semblante expresó una compasión «insaciable», por decirlo así.
—¿Pegarme? Usted no sabe lo que dice. ¡Pegarme ella, Señor…! Pero, aunque me hubiera pegado, ¿qué? Usted no la conoce… ¡Es tan desgraciada!
Está enferma…Sólo pide justicia…Es pura. Cree que la justicia debe reinar en la vida y la reclama…Ni por el martirio se lograría que hiciera nada injusto.
No se da cuenta de que la justicia no puede imperar en el mundo y se irrita…Se irrita como un niño, exactamente como un niño, créame…Es una mujer justa, muy justa.
—¿Y qué va a hacer usted ahora?
Sonia le dirigió una mirada interrogante.
—Ahora ha de cargar usted con ellos. Verdad es que siempre ha sido así.
Incluso su difunto padre le pedía a usted dinero para beber…Pero ¿qué van a hacer ahora?
—No lo sé —respondió Sonia tristemente.
—¿Seguirán viviendo en la misma casa?
—No lo sé. Deben a la patrona y creo que ésta ha dicho hoy que va a echarlos a la calle. Y Catalina Ivanovna dice que no permanecerá allí ni un día más.
—¿Cómo puede hablar así? ¿Cuenta acaso con usted?
—¡Oh, no! Ella no piensa en eso…Nosotros estamos muy unidos; lo que es de uno, es de todos.
Sonia dio esta respuesta vivamente, con una indignación que hacía pensar en la cólera de un canario o de cualquier otro pájaro diminuto e inofensivo.
—Además, ¿qué quiere usted que haga? —continuó Sonia con vehemencia creciente—. ¡Si usted supiera lo que ha llorado hoy! Está trastornada, ¿no lo ha notado usted? Sí, puede usted creerme: tan pronto se inquieta como una niña, pensando en cómo se las arreglará para que mañana no falte nada en la comida de funerales, como empieza a retorcerse las manos, a llorar, a escupir sangre, a dar cabezadas contra la pared. Después se calma de nuevo. Confía mucho en usted. Dice que, gracias a su apoyo, se procurará un poco de dinero y volverá a su tierra natal conmigo. Se propone fundar un pensionado para muchachas nobles y confiarme a mí la inspección. Está persuadida de que nos espera una vida nueva y maravillosa, y me besa, me abraza, me consuela. Ella cree firmemente en lo que dice, cree en todas sus fantasías. ¿Quién se atreve a contradecirla? Hoy se ha pasado el día lavando, fregando, remendando la ropa, y, como está tan débil, al fin ha caído rendida en la cama. Esta mañana hemos salido a comprar calzado para Lena y Poletchka, pues el que llevan está destrozado, pero no teníamos bastante dinero: necesitábamos mucho más.
¡Eran tan bonitos los zapatos que quería…! Porque tiene mucho gusto, ¿sabe…? Y se ha echado a llorar en plena tienda, delante de los dependientes, al ver que faltaba dinero… ¡Qué pena da ver estas cosas!
—Ahora comprendo que lleve usted esta vida —dijo Raskolnikof, sonriendo amargamente.—¿Es que usted no se compadece de ella? —exclamó Sonia—. Usted le dio todo lo que tenía, y eso que no sabía nada de lo que ocurre en aquella casa.
¡Dios mío, si usted lo supiera! ¡Cuántas veces, cuántas, la he hecho llorar…!
La semana pasada mismo, ocho días antes de morir mi padre, fui mala con ella…Y así muchas veces…Ahora me paso el día acordándome de aquello, y ¡me da una pena!
Se retorcía las manos con un gesto de dolor.
—¿Dice usted que fue mala con ella?
—Sí, fui mala…Yo había ido a verlos —continuó llorando—, y mi pobre padre me dijo: «Léeme un poco, Sonia. Aquí está el libro.» El dueño de la obra era Andrés Simonovitch Lebeziatnikof, que vive en la misma casa y nos presta muchas veces libros de esos que hacen reír. Yo le contesté: «No puedo leer porque tengo que marcharme…» Y es que no tenía ganas de leer. Yo había ido allí para enseñar a Catalina Ivanovna unos cuellos y unos puños bordados que una vendedora a domicilio llamada Lisbeth me había dado a muy buen precio. A Catalina Ivanovna le gustaron mucho, se los probó, se miró al espejo y dijo que eran preciosos, preciosos. Después me los pidió. «¡Oh Sonia! —me dijo—. ¡Regálamelos!» Me lo dijo con voz suplicante… ¿En qué vestido los habría puesto…? Y es que le recordaban los tiempos felices de su juventud. Se miraba en el espejo y se admiraba a sí misma. ¡Hace tanto tiempo que no tiene vestidos ni nada…! Nunca pide nada a nadie. Tiene mucho orgullo y prefiere dar lo que tiene, por poco que sea. Sin embargo, insistió en que le diera los cuellos y los puños; esto demuestra lo mucho que le gustaban. Y yo se los negué. «¿Para qué los quiere usted, Catalina Ivanovna?» Sí, así se lo dije. Ella me miró con una pena que partía el corazón…No era quedarse sin los cuellos y los puños lo que la apenaba, sino que yo no se los hubiera querido dar. ¡Ah, si yo pudiese reparar aquello, borrar las palabras que dije…!
—¿De modo que conocía usted a Lisbeth, esa vendedora que iba por las casas?
—Sí. ¿Usted también la conocía? —preguntó Sonia con cierto asombro.
—Catalina Ivanovna está en el último grado de la tisis, y se morirá, se morirá muy pronto —dijo Raskolnikof tras una pausa y sin contestar a la pregunta de Sonia.
—¡Oh, no, no!
Sonia le había cogido las manos, sin darse cuenta de lo que hacía, y parecía suplicarle que evitara aquella desgracia.
—Lo mejor es que muera —dijo Raskolnikof.
—¡No, no! ¿Cómo va a ser mejor? —exclamó Sonia, trastornada, llena deespanto.
—¿Y los niños? ¿Qué hará usted con ellos? No se los va a traer aquí.
—¡No sé lo que haré! ¡No sé lo que haré! —exclamó, desesperada, oprimiéndose las sienes con las manos.
Sin duda este pensamiento la había atormentado con frecuencia, y Raskolnikof lo había despertado con sus preguntas.
—Y si usted se pone enferma, incluso viviendo Catalina Ivanovna, y se la
llevan al hospital, ¿qué sucederá? —siguió preguntando despiadadamente.
—¡Oh! ¿Qué dice usted? ¿Qué dice usted? ¡Eso es imposible! —exclamó Sonia con el rostro contraído, con una expresión de espanto indecible.
—¿Por qué imposible? —preguntó Raskolnikof con una sonrisa sarcástica—. Usted no es inmune a las enfermedades, ¿verdad? ¿Qué sería de ellos si usted se pusiera enferma? Se verían todos en la calle. La madre pediría limosna sin dejar de toser, después golpearía la pared con la cabeza como ha hecho hoy, y los niños llorarían. Al fin quedaría tendida en el suelo y se la llevarían, primero a la comisaría y después al hospital. Allí se moriría, y los niños…
—¡No, no! ¡Eso no lo consentirá Dios! —gritó Sonia con voz ahogada.
Le había escuchado con gesto suplicante, enlazadas las manos en una muda imploración, como si todo dependiera de él.
Raskolnikof se levantó y empezó a ir y venir por el aposento. Así transcurrió un minuto. Sonia estaba de pie, los brazos pendientes a lo largo del cuerpo, baja la cabeza, presa de una angustia espantosa.
—¿Es que usted no puede hacer economías, poner algún dinero a un lado?
—preguntó Raskolnikof de pronto, deteniéndose ante ella.
—No —murmuró Sonia.
—No me extraña. ¿Lo ha intentado? —preguntó con una sonrisa burlona.
—Sí.
—Y no lo ha conseguido, claro. Es muy natural. No hace falta preguntar el motivo.
Y continuó sus paseos por la habitación. Hubo otro minuto de silencio.
—¿Es que no gana usted dinero todos los días? —preguntó Rodia.
Sonia se turbó más todavía y enrojeció.
—No —murmuró con un esfuerzo doloroso.—La misma suerte espera a Poletchka —dijo Raskolnikof de pronto.
—¡No, no! ¡Eso es imposible! —exclamó Sonia.
Fue un grito de desesperación. Las palabras de Raskolnikof la habían herido como una cuchillada.
—¡Dios no permitirá una abominación semejante!
—Permite otras muchas.
—¡No, no! ¡Dios la protegerá! ¡A ella la protegerá! —gritó Sonia fuera de sí.
—Tal vez no exista —replicó Raskolnikof con una especie de crueldad triunfante.
Seguidamente se echó a reír y la miró.
Al oír aquellas palabras se operó en el semblante de Sonia un cambio repentino, y sacudidas nerviosas recorrieron su cuerpo. Dirigió a Raskolnikof miradas cargadas de un reproche indefinible. Intentó hablar, pero de sus labios no salió ni una sílaba. De súbito se echó a llorar amargamente y ocultó el rostro entre las manos.
—Usted dice que Catalina Ivanovna está trastornada, pero usted no lo está menos —dijo Raskolnikof tras un breve silencio.
Transcurrieron cinco minutos. El joven seguía yendo y viniendo por la habitación sin mirar a Sonia. Al fin se acercó a ella. Los ojos le centelleaban.
Apoyó las manos en los débiles hombros y miró el rostro cubierto de lágrimas.
Lo miró con ojos secos, duros, ardientes, mientras sus labios se agitaban con un temblor convulsivo…De pronto se inclinó, bajó la cabeza hasta el suelo y le besó los pies. Sonia retrocedió horrorizada, como si tuviera ante sí a un loco. Y en verdad un loco parecía Raskolnikof.
—¿Qué hace usted? —balbuceó.
Se había puesto pálida y sentía en el corazón una presión dolorosa.
Él se puso en pie.
—No me he arrodillado ante ti, sino ante todo el dolor humano —dijo en un tono extraño.
Y fue a acodarse en la ventana. Pronto volvió a su lado y añadió:
—Oye, hace poco he dicho a un insolente que valía menos que tu dedo meñique y que te había invitado a sentarte al lado de mi madre y de mi hermana.
—¿Eso ha dicho? —exclamó Sonia, aterrada—. ¿Y delante de ellas?¡Sentarme a su lado! Pero si yo soy…una mujer sin honra. ¿Cómo se le ha ocurrido decir eso?
—Al hablar así, yo no pensaba en tu deshonra ni en tus faltas, sino en tu horrible martirio. Sin duda —continuó ardientemente—, eres una gran pecadora, sobre todo por haberte inmolado inútilmente. Ciertamente, eres muy desgraciada. ¡Vivir en el cieno y saber (porque tú lo sabes: basta mirarte para comprenderlo) que no te sirve para nada, que no puedes salvar a nadie con tu sacrificio…! Y ahora dime —añadió, iracundo—: ¿Cómo es posible que tanta ignominia, tanta bajeza, se compaginen en ti con otros sentimientos tan opuestos, tan sagrados? Sería preferible arrojarse al agua de cabeza y terminar de una vez.
—Pero ¿y ellos? ¿Qué sería de ellos? —preguntó Sonia levantando la cabeza, con voz desfallecida y dirigiendo a Raskolnikof una mirada impregnada de dolor, pero sin mostrar sorpresa alguna ante el terrible consejo.
Raskolnikof la envolvió en una mirada extraña, y esta mirada le bastó para descifrar los pensamientos de la joven. Comprendió que ella era de la misma opinión. Sin duda, en su desesperación, había pensado más de una vez en poner término a su vida. Y tan resueltamente había pensado en ello, que no le había causado la menor extrañeza el consejo de Raskolnikof. No había advertido la crueldad de sus palabras, del mismo modo que no había captado el sentido de sus reproches. Él se dio cuenta de todo ello y comprendió perfectamente hasta qué punto la habría torturado el sentimiento de su deshonor, de su situación infamante. ¿Qué sería lo que le había impedido poner fin a su vida? Y, al hacerse esta pregunta, Raskolnikof comprendió lo que significaban para ella aquellos pobres niños y aquella desdichada Catalina Ivanovna, tísica, medio loca y que golpeaba las paredes con la cabeza.
Sin embargo, vio claramente que Sonia, por su educación y su carácter, no podía permanecer indefinidamente en semejante situación. También se preguntaba cómo había podido vivir tanto tiempo sin volverse loca. Desde luego, comprendía que la situación de Sonia era un fenómeno social que estaba fuera de lo común, aunque, por desgracia, no era único ni extraordinario; pero ¿no era esto una razón más, unida a su educación y a su pasado, para que su primer paso en aquel horrible camino la hubiera llevado a la muerte? ¿Qué era lo que la sostenía? No el vicio, pues toda aquella ignominia sólo había manchado su cuerpo: ni la menor sombra de ella había llegado a su corazón. Esto se veía perfectamente; se leía en su rostro.
«Sólo tiene tres soluciones —siguió pensando Raskolnikof—: arrojarse al canal, terminar en un manicomio o lanzarse al libertinaje que embrutece el espíritu y petrifica el corazón.»
Esta última posibilidad era la que más le repugnaba, pero Raskolnikof erajoven, escéptico, de espíritu abstracto y, por lo tanto, cruel, y no podía menos de considerar que esta última eventualidad era la más probable.
«Pero ¿es esto posible? —siguió reflexionando—. ¿Es posible que esta criatura que ha conservado la pureza de alma termine por hundirse a sabiendas en ese abismo horrible y hediondo? ¿No será que este hundimiento ha empezado ya, que ella ha podido soportar hasta ahora semejante vida porque el vicio ya no le repugna…? No, no; esto es imposible —exclamó mentalmente, repitiendo el grito lanzado por Sonia hacía un momento—: lo que hasta ahora le ha impedido arrojarse al canal ha sido el temor de cometer un pecado, y también esa familia…Parece que no se ha vuelto loca, pero ¿quién puede asegurar que esto no es simple apariencia? ¿Puede estar en su juicio? ¿Puede una persona hablar como habla ella sin estar loca? ¿Puede una mujer conservar la calma sabiendo que va a su perdición, y asomarse a ese abismo pestilente sin hacer caso cuando se habla del peligro? ¿No esperará un milagro…? Sí, seguramente. Y todo esto, ¿no son pruebas de enajenación mental?»
Se aferró obstinadamente a esta última idea. Esta solución le complacía más que ninguna otra. Empezó a examinar a Sonia atentamente.
—¿Rezas mucho, Sonia? —le preguntó.
La muchacha guardó silencio. Él, de pie a su lado, esperaba una respuesta.
—¿Qué habría sido de mí sin la ayuda de Dios?
Había dicho esto en un rápido susurro. Al mismo tiempo, lo miró con ojos fulgurantes y le apretó la mano.
«No me he equivocado», se dijo Raskolnikof.
—Pero ¿qué hace Dios por ti? —siguió preguntando el joven.
Sonia permaneció en silencio un buen rato. Parecía incapaz de responder.
La emoción henchía su frágil pecho.
—¡Calle! No me pregunte. Usted no tiene derecho a hablar de estas cosas
—exclamó de pronto, mirándole, severa e indignada.
«Es lo que he pensado, es lo que he pensado», se decía Raskolnikof.
—Dios todo lo puede —dijo Sonia, bajando de nuevo los ojos.
«Esto lo explica todo», pensó Raskolnikof. Y siguió observándola con ávida curiosidad.
Experimentaba una sensación extraña, casi enfermiza, mientras contemplaba aquella carita pálida, enjuta, de facciones irregulares y angulosas; aquellos ojos azules capaces de emitir verdaderas llamaradas y de expresaruna pasión tan austera y vehemente; aquel cuerpecillo que temblaba de indignación. Todo esto le parecía cada vez más extraño, más ajeno a la realidad.
«Está loca, está loca», se repetía.
Sobre la cómoda había un libro. Raskolnikof le había dirigido una mirada cada vez que pasaba junto a él en sus idas y venidas por la habitación. Al fin cogió el volumen y lo examinó. Era una traducción rusa del Nuevo Testamento, un viejo libro con tapas de tafilete.
—¿De dónde has sacado este libro? —le preguntó desde el otro extremo de la habitación, cuando ella permanecía inmóvil cerca de la mesa.
—Me lo han regalado —respondió Sonia de mala gana y sin mirarle.
—¿Quién?
—Lisbeth.
«¡Lisbeth! ¡Qué raro!», pensó Raskolnikof.
Todo lo relacionado con Sonia le parecía cada vez más extraño. Acercó el libro a la bujía y empezó a hojearlo.
—¿Dónde está el capítulo sobre Lázaro? —preguntó de pronto.
Sonia no contestó. Tenía la mirada fija en el suelo y se había separado un poco de la mesa.
—Dime dónde están las páginas que hablan de la resurrección de Lázaro.
Sonia le miró de reojo.
—Están en el cuarto Evangelio —repuso Sonia gravemente y sin moverse del sitio.
—Toma; busca ese pasaje y léemelo.
Dicho esto, Raskolnikof se sentó a la mesa, apoyó en ella los codos y el mentón en una mano y se dispuso a escuchar, vaga la mirada y sombrío el semblante.
«Dentro de quince días o de tres semanas —murmuró para sí— habrá que ir a verme a la séptima versta. Allí estaré, sin duda, si no me ocurre nada peor.»
Sonia dio un paso hacia la mesa. Vacilaba. Había recibido con desconfianza la extraña petición de Raskolnikof. Sin embargo, cogió el libro.
—¿Es que usted no lo ha leído nunca? —preguntó, mirándole de reojo. Su voz era cada vez más fría y dura.—Lo leí hace ya mucho tiempo, cuando era niño…Lee.
—¿Y no lo ha leído en la iglesia?
—Yo…yo no voy a la iglesia. ¿Y tú?
—Pues…no —balbuceó Sonia.
Raskolnikof sonrió.
—Se comprende. No asistirás mañana a los funerales de tu padre, ¿verdad?
—Sí que asistiré. Ya fui la semana pasada a la iglesia para una misa de réquiem.
—¿Por quién?
—Por Lisbeth. La mataron a hachazos.
La tensión nerviosa de Raskolnikof iba en aumento. La cabeza empezaba a darle vueltas.
—Por lo visto, tenías amistad con Lisbeth.
—Sí. Era una mujer justa y buena…A veces venía a verme…Muy de tarde en tarde. No podía venir más…Leíamos y hablábamos…Ahora está con Dios.
¡Qué extraño parecía a Raskolnikof aquel hecho, y qué extrañas aquellas palabras novelescas! ¿De qué podrían hablar aquellas dos mujeres, aquel par de necias?
«Aquí corre uno el peligro de volverse loco: es una enfermedad contagiosa», se dijo.
—¡Lee! —ordenó de pronto, irritado y con voz apremiante.
Sonia seguía vacilando. Su corazón latía con fuerza. La desdichada no se atrevía a leer en presencia de Raskolnikof. El joven dirigió una mirada casi dolorosa a la pobre demente.
—¿Qué le importa esto? Usted no tiene fe —murmuró Sonia con voz entrecortada.
—¡Lee! —insistió Raskolnikof—. ¡Bien le leías a Lisbeth!
Sonia abrió el libro y buscó la página. Le temblaban las manos y la voz no le salía de la garganta. Intentó empezar dos o tres veces, pero no pronunció ni una sola palabra.
—«Había en Betania un hombre llamado Lázaro, que estaba enfermo…»—articuló al fin, haciendo un gran esfuerzo.
Pero inmediatamente su voz vibró y se quebró como una cuerda demasiado tensa. Sintió que a su oprimido pecho le faltaba el aliento. Raskolnikofcomprendía en parte por qué se resistía Sonia a obedecerle, pero esta comprensión no impedía que se mostrara cada vez más apremiante y grosero.
De sobra se daba cuenta del trabajo que le costaba a la pobre muchacha mostrarle su mundo interior. Comprendía que aquellos sentimientos eran su gran secreto, un secreto que tal vez guardaba desde su adolescencia, desde la época en que vivía con su familia, con su infortunado padre, con aquella madrastra que se había vuelto loca a fuerza de sufrir, entre niños hambrientos y oyendo a todas horas gritos y reproches. Pero, al mismo tiempo, tenía la seguridad de que Sonia, a pesar de su repugnancia, de su temor a leer, sentía un ávido, un doloroso deseo de leerle a él en aquel momento, sin importarle lo que después pudiera ocurrir…Leía todo esto en los ojos de Sonia y comprendía la emoción que la trastornaba…Sin embargo, Sonia se dominó, deshizo el nudo que tenía en la garganta y continuó leyendo el capítulo 11 del Evangelio según San Juan. Y llegó al versículo 19.
—«…Y gran número de judíos habían acudido a ver a Marta y a María para consolarlas de la muerte de su hermano. Habiéndose enterado de la llegada de Jesús, Marta fue a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto; pero ahora yo sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará…»
Al llegar a este punto, Sonia se detuvo para sobreponerse a la emoción que amenazaba ahogar su voz.
—«Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le respondió: Yo sé que resucitará el día de la resurrección de los muertos. Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, si está muerto, resucitará, y todo el que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Y ella dice…»
Sonia tomó aliento penosamente y leyó con energía, como si fuera ella la que hacía públicamente su profesión de fe:
—«…Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo…»
Sonia se detuvo, levantó momentáneamente los ojos hacia Raskolnikof y después continuó la lectura. El joven, acodado en la mesa, escuchaba sin moverse y sin mirar a Sonia. La lectora llegó al versículo 32.
—«…Cuando María llegó al lugar donde estaba Cristo y lo vio, cayó a sus pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Y cuando Jesús vio que lloraba y que los judíos que iban con ella lloraban igualmente, se entristeció, se conmovió su espíritu y dijo: ¿Dónde lo pusisteis?
Le respondieron: Señor, ven y mira. Entonces Jesús lloró y dijeron los judíos: Ved cómo le amaba. Y algunos de ellos dijeron: El que abrió los ojos al ciego, ¿no podía hacer que este hombre no muriera?…»Raskolnikof se volvió hacia Sonia y la miró con emoción. Sí, era lo que él había sospechado. La joven temblaba febrilmente, como él había previsto. Se acercaba al momento del milagro y un sentimiento de triunfo se había apoderado de ella. Su voz había cobrado una sonoridad metálica y una firmeza nacida de aquella alegría y de aquella sensación de triunfo. Las líneas se entremezclaban ante sus velados ojos, pero ella podía seguir leyendo porque se dejaba llevar de su corazón. Al leer el último versículo —«El que abrió los ojos al ciego…»—, Sonia bajó la voz para expresar con apasionado acento la duda, la reprobación y los reproches de aquellos ciegos judíos que un momento después iban a caer de rodillas, como fulminados por el rayo, y a creer, mientras prorrumpían en sollozos…Y él, él que tampoco creía, él que también estaba ciego, comprendería y creería igualmente…Y esto iba a suceder muy pronto, en seguida…Así soñaba Sonia, y temblaba en la gozosa espera.
—«…Jesús, lleno de una profunda tristeza, fue a la tumba. Era una cueva tapada con una piedra. Jesús dijo: Levantad la piedra. Marta, la hermana del difunto, le respondió: Señor, ya huele mal, pues hace cuatro días que está en la tumba…»
Sonia pronunció con fuerza la palabra «cuatro».
—«…Jesús le dijo entonces: ¿No te he dicho que si tienes fe verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra de la cueva donde reposaba el muerto.
Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: Padre mío, te doy gracias por haberme escuchado. Yo sabía que Tú me escuchas siempre y sólo he hablado para que los que están a mi alrededor crean que eres Tú quien me ha enviado a la tierra.
Habiendo dicho estas palabras, clamó con voz sonora: ¡Lázaro, sal! Y el muerto salió…—Sonia leyó estas palabras con voz clara y triunfante, y temblaba como si acabara de ver el milagro con sus propios ojos—…vendados los pies y las manos con cintas mortuorias y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús dijo: Desatadle y dejadle ir. Entonces, muchos de los judíos que habían ido a casa de María y que habían visto el milagro de Jesús creyeron en él.»
Ya no pudo seguir leyendo. Cerró el libro y se levantó.
—No hay nada más sobre la resurrección de Lázaro.
Dijo esto gravemente y en voz baja. Luego se separó de la mesa y se detuvo. Permanecía inmóvil y no se atrevía a mirar a Raskolnikof. Seguía temblando febrilmente. El cabo de la vela estaba a punto de consumirse en el torcido candelero y expandía una luz mortecina por aquella mísera habitación donde un asesino y una prostituta se habían unido para leer el Libro Eterno.
—He venido a hablarle de un asunto —dijo de súbito Raskolnikof con voz fuerte y enérgica. Seguidamente, velado el semblante por una repentinatristeza, se levantó y se acercó a Sonia. Ésta se volvió a mirarle y vio que su dura mirada expresaba una feroz resolución. El joven añadió—: Hoy he abandonado a mi familia, a mi madre y a mi hermana. Ya no volveré al lado de ellas: la ruptura es definitiva.
—¿Por qué ha hecho eso? —preguntó Sonia, estupefacta.
Su reciente encuentro con Pulqueria Alejandrovna y Dunia había dejado en ella una impresión imborrable aunque confusa, y la noticia de la ruptura la horrorizó.
—Ahora no tengo a nadie más que a ti —dijo Raskolnikof—. Vente conmigo. He venido por ti. Somos dos seres malditos. Vámonos juntos.
Sus ojos centelleaban.
«Tiene cara de loco», pensó Sonia.
—¿Irnos? ¿Adónde? —preguntó aterrada, dando un paso atrás.
—¡Yo qué sé! Yo sólo sé que los dos seguimos la misma ruta y que únicamente tenemos una meta.
Ella le miraba sin comprenderle. Ella sólo veía en él una cosa: que era infinitamente desgraciado.
—Nadie lo comprendería si les dijeras las cosas que me has dicho a mí.
Yo, en cambio, lo he comprendido. Te necesito y por eso he venido a buscarte.
—No entiendo —balbuceó Sonia.
—Ya entenderás más adelante. Tú has obrado como yo. Tú también has cruzado la línea. Has atentado contra ti; has destruido una vida…, tu propia vida, verdad es, pero ¿qué importa? Habrías podido vivir con tu alma y tu razón y terminarás en la plaza del Mercado. No puedes con tu carga, y si permaneces sola, te volverás loca, del mismo modo que me volveré yo. Ya parece que sólo conservas a medias la razón. Hemos de seguir la misma ruta, codo a codo. ¡Vente!
—¿Por qué, por qué dice usted eso? —preguntó Sonia, emocionada, incluso trastornada por las palabras de Raskolnikof.
—¿Por qué? Porque no se puede vivir así. Por eso hay que razonar seriamente y ver las cosas como son, en vez de echarse a llorar como un niño y gritar que Dios no lo permitirá. ¿Qué sucederá si un día te llevan al hospital?
Catalina Ivanovna está loca y tísica, y morirá pronto. ¿Qué será entonces de los niños? ¿Crees que Poletchka podrá salvarse? ¿No has visto por estos barrios niños a los que sus madres envían a mendigar? Yo sé ya dónde viven esas madres y cómo viven. Los niños de esos lugares no se parecen a los otros.
Entre ellos, los rapaces de siete años son ya viciosos y ladrones.—Pero ¿qué hacer, qué hacer? —exclamó Sonia, llorando desesperadamente mientras se retorcía las manos.
—¿Qué hacer? Cambiar de una vez y aceptar el sufrimiento. ¿Qué, no comprendes? Ya comprenderás más adelante…La libertad y el poder, el poder sobre todo…, el dominio sobre todos los seres pusilánimes…Sí, dominar a todo el hormiguero: he aquí el fin. Acuérdate de esto: es como un testamento que hago para ti. Acaso sea ésta la última vez que te hablo. Si no vengo mañana, te enterarás de todo. Entonces acuérdate de mis palabras. Quizá llegue un día, en el curso de los años, en que comprendas su significado. Y si vengo mañana, te diré quién mató a Lisbeth.
Sonia se estremeció.
—Entonces, ¿usted lo sabe? —preguntó, helada de espanto y dirigiéndole una mirada despavorida.
—Lo sé y te lo diré…Sólo te lo diré a ti. Te he escogido para esto. No vendré a pedirte perdón, sino sencillamente a decírtelo. Hace ya mucho tiempo que te elegí para esta confidencia: el mismo día en que tu padre me habló de ti, cuando Lisbeth vivía aún. Adiós. No me des la mano. Hasta mañana.
Y se marchó, dejando a Sonia la impresión de que había estado conversando con un loco. Pero ella misma sentía como si le faltara la razón.
La cabeza le daba vueltas.
«¡Señor! ¿Cómo sabe quién ha matado a Lisbeth? ¿Qué significan sus palabras?»
Todo esto era espantoso. Sin embargo, no sospechaba ni remotamente la verdad.
«Debe de ser muy desgraciado…Ha abandonado a su madre y a su hermana. ¿Por qué? ¿Qué habrá ocurrido? ¿Qué intenciones tiene? ¿Qué significan sus palabras?»
Le había besado los pies y le había dicho…, le había dicho…que no podía vivir sin ella. Sí, se lo había dicho claramente.
«¡Señor, Señor…!»
Sonia estuvo toda la noche ardiendo de fiebre y delirando. Se estremecía, lloraba, se retorcía las manos; después caía en un sueño febril y soñaba con Poletchka, con Catalina Ivanovna, con Lisbeth, con la lectura del Evangelio, y con él, con su rostro pálido y sus ojos llameantes…Él le besaba los pies y lloraba… ¡Señor, Señor!
Tras la puerta que separaba la habitación de Sonia del departamento de la señora Resslich había una pieza vacía que correspondía a aquelcompartimiento y que se alquilaba, como indicaba un papel escrito colgado en la puerta de la calle y otros papeles pegados en las ventanas que daban al canal. Sonia sabía que aquella habitación estaba deshabitada desde hacía tiempo. Sin embargo, durante toda la escena precedente, el señor Svidrigailof, de pie detrás de la puerta que daba al aposento de la joven, había oído perfectamente toda la conversación de Sonia con su visitante.
Cuando Raskolnikof se fue, Svidrigailof reflexionó un momento, se dirigió de puntillas a su cuarto, contiguo a la pieza desalquilada, cogió una silla y volvió a la habitación vacía para colocarla junto a la puerta que daba al dormitorio de Sonia. La conversación que acababa de oír le había parecido tan interesante, que había llevado allí aquella silla, pensando que la próxima vez, al día siguiente, por ejemplo, podría escuchar con toda comodidad, sin que turbara su satisfacción la molestia de permanecer de pie media hora.
Cuando, al día siguiente, a las once en punto, Raskolnikof fue a ver al juez de instrucción, se extrañó de tener que hacer diez largos minutos de antesala.
Este tiempo transcurrió, como mínimo, antes de que le llamaran, siendo así que él esperaba ser recibido apenas le anunciasen. Allí estuvo, en la sala de espera, viendo pasar personas que no le prestaban la menor atención. En la sala contigua trabajaban varios escribientes, y saltaba a la vista que ninguno de ellos tenía la menor idea de quién era Raskolnikof.
El visitante paseó por toda la estancia una mirada retadora, preguntándose si habría allí algún esbirro, algún espía encargado de vigilarle para impedir su fuga. Pero no había nada de esto. Sólo veía caras de funcionarios que reflejaban cuidados mezquinos, y rostros de otras personas que, como los funcionarios, no se interesaban lo más mínimo por él. Se podría haber marchado al fin del mundo sin llamar la atención de nadie. Poco a poco se iba convenciendo de que si aquel misterioso personaje, aquel fantasma que parecía haber surgido de la tierra y al que había visto el día anterior, lo hubiera sabido todo, lo hubiera visto todo, él, Raskolnikof, no habría podido permanecer tan tranquilamente en aquella sala de espera. Y ni habrían esperado hasta las once para verle, ni le habrían permitido ir por su propia voluntad. Por lo tanto, aquel hombre no había dicho nada…, porque tal vez no sabía nada, ni nada había visto (¿cómo lo habría podido ver?), y todo lo ocurrido el día anterior no había sido sino un espejismo agrandado por su mente enferma.
Esta explicación, que le parecía cada vez más lógica, ya se le habíaocurrido el día anterior en el momento en que sus inquietudes, aquellas inquietudes rayanas en el terror, eran más angustiosas.
Mientras reflexionaba en todo esto y se preparaba para una nueva lucha, Raskolnikof empezó a temblar de pronto, y se enfureció ante la idea de que aquel temblor podía ser de miedo, miedo a la entrevista que iba a tener con el odioso Porfirio Petrovitch. Pensar que iba a volver a ver a aquel hombre le inquietaba profundamente. Hasta tal extremo le odiaba, que temía incluso que aquel odio le traicionase, y esto le produjo una cólera tan violenta, que detuvo en seco su temblor. Se dispuso a presentarse a Porfirio en actitud fría e insolente y se prometió a sí mismo hablar lo menos posible, vigilar a su adversario, permanecer en guardia y dominar su irascible temperamento. En este momento le llamaron al despacho de Porfirio Petrovitch.
El juez de instrucción estaba solo en aquel momento. En el despacho, de medianas dimensiones, había una gran mesa de escritorio, un armario y varias sillas. Todo este mobiliario era de madera amarilla y lo pagaba el Estado. En la pared del fondo había una puerta cerrada. Por lo tanto, debía de haber otras dependencias tras aquella pared. Cuando entró Raskolnikof, Porfirio cerró tras él la puerta inmediatamente y los dos quedaron solos. El juez recibió a su visitante con gesto alegre y amable; pero, poco después, Raskolnikof advirtió que daba muestras de cierta violencia. Era como si le hubieran sorprendido ocupado en alguna operación secreta.
Porfirio le tendió las dos manos.
—¡Ah! He aquí a nuestro respetable amigo en nuestros parajes. Siéntese, querido…Pero ahora caigo en que tal vez le disguste que le haya llamado «respetable» y «querido» así, tout court. Le ruego que no tome esto como una familiaridad. Siéntese en el sofá, haga el favor.
Raskolnikof se sentó sin apartar de él la vista. Las expresiones «nuestros parajes», «como una familiaridad», «tout court», amén de otros detalles, le parecían muy propios de aquel hombre.
«Sin embargo, me ha tendido las dos manos sin permitirme estrecharle ninguna: las ha retirado a tiempo», pensó Raskolnikof, empezando a desconfiar.
Se vigilaban mutuamente, pero, apenas se cruzaban sus miradas, las desviaban con la rapidez del relámpago.
—Le he traído este papel sobre el asunto del reloj. ¿Está bien así o habré de escribirlo de otro modo?
—¿Cómo? ¿El papel del reloj? ¡Ah, sí! ¡No se preocupe! Está muy bien — dijo Porfirio Petrovitch precipitadamente, antes de haber leído el escrito.Inmediatamente, lo leyó—. Sí, está perfectamente. No hace falta más.
Seguía expresándose con precipitación. Un momento después, mientras hablaban de otras cosas, lo guardó en un cajón de la mesa.
—Me parece —dijo Raskolnikof— que ayer mostró usted deseos de interrogarme…oficialmente…sobre mis relaciones con la mujer asesinada…
«¿Por qué habré dicho "me parece"?»
Esta idea atravesó su mente como un relámpago.
«Pero ¿por qué me ha de inquietar tanto ese "me parece"?», se dijo acto seguido.
Y de súbito advirtió que su desconfianza, originada tan sólo por la presencia de Porfirio, a las dos palabras y a las dos miradas cambiadas con él, había cobrado en dos minutos dimensiones desmesuradas. Esta disposición de ánimo era sumamente peligrosa. Raskolnikof se daba perfecta cuenta de ello.
La tensión de sus nervios aumentaba, su agitación crecía…
«¡Malo, malo! A ver si hago alguna tontería.»
—¡Ah, sí! No se preocupe…Hay tiempo —dijo Porfirio Petrovitch, yendo y viniendo por el despacho, al parecer sin objeto, pues ahora se dirigía a la mesa, e inmediatamente después se acercaba a la ventana, para volver en seguida al lado de la mesa. En sus paseos rehuía la mirada retadora de Raskolnikof, después de lo cual se detenía de pronto y le miraba a la cara fijamente. Era extraño el espectáculo que ofrecía aquel cuerpo rechoncho, cuyas evoluciones recordaban las de una pelota que rebotase de una a otra pared.
Porfirio Petrovitch continuó:
—Nada nos apremia. Tenemos tiempo de sobra… ¿Fuma usted? ¿Acaso no tiene tabaco? Tenga un cigarrillo…Aunque le recibo aquí, mis habitaciones están allí, detrás de ese tabique. El Estado corre con los gastos. Si no las habito es porque necesitan ciertas reparaciones. Por cierto que ya están casi terminadas. Es magnífico eso de tener una casa pagada por el Estado. ¿No opina usted así?
—En efecto, es una cosa magnífica —repuso Raskolnikof, mirándole casi burlonamente.
—Una cosa magnífica, una cosa magnífica —repetía Porfirio Petrovitch distraídamente—. ¡Sí, una cosa magnífica! —gritó, deteniéndose de súbito a dos pasos del joven.
La continua y estúpida repetición de aquella frase referente a las ventajas de tener casa gratuita contrastaba extrañamente, por su vulgaridad, con lamirada grave, profunda y enigmática que el juez de instrucción fijaba en Raskolnikof en aquel momento.
Esto no hizo sino acrecentar la cólera del joven, que, sin poder contenerse, lanzó a Porfirio Petrovitch un reto lleno de ironía e imprudente en extremo.
—Bien sé —empezó a decir con una insolencia que, evidentemente, le llenaba de satisfacción— que es un principio, una regla para todos los jueces, comenzar hablando de cosas sin importancia, o de cosas serias, si usted quiere, pero que no tienen nada que ver con el asunto que interesa. El objeto de esta táctica es alentar, por decirlo así, o distraer a la persona que interrogan, ahuyentando su desconfianza, para después, de improviso, arrojarles en pleno rostro la pregunta comprometedora. ¿Me equivoco? ¿No es ésta una regla, una costumbre rigurosamente observada en su profesión?
—Así… ¿usted cree que yo sólo le he hablado de la casa pagada por el Estado para…?
Al decir esto, Porfirio Petrovitch guiñó los ojos y una expresión de malicioso regocijo transfiguró su fisonomía. Las arrugas de su frente desaparecieron de pronto, sus ojos se empequeñecieron, sus facciones se dilataron. Entonces fijó su vista en los ojos de Raskolnikof y rompió a reír con una risa prolongada y nerviosa que sacudía todo su cuerpo. El joven se echó a reír también, con una risa un tanto forzada, pero cuando la hilaridad de Porfirio, al verle reír a él, se avivó hasta el punto de que su rostro se puso como la grana, Raskolnikof se sintió dominado por una contrariedad tan profunda, que perdió por completo la prudencia. Dejó de reír, frunció el entrecejo y dirigió al juez de instrucción una mirada de odio que ya no apartó de él mientras duró aquella larga y, al parecer, un tanto ficticia alegría. Por lo demás, Porfirio no se mostraba más prudente que él, ya que se había echado a reír en sus mismas narices y parecía importarle muy poco que a éste le hubiera sentado tan mal la cosa. Esta última circunstancia pareció extremadamente significativa al joven, el cual dedujo que todo había sucedido a medida de los deseos de Porfirio Petrovitch y que él, Raskolnikof, se había dejado coger en un lazo. Allí, evidentemente, había alguna celada, algún propósito que él no había logrado descubrir. La mina estaba cargada y estallaría de un momento a otro.
Echando por la calle de en medio, se levantó y cogió su gorra.
—Porfirio Petrovitch —dijo en un tono resuelto que dejaba traslucir una viva irritación—. Usted manifestó ayer el deseo de someterme a interrogatorio
—subrayó con energía esta palabra—, y he venido a ponerme a su disposición.
Si tiene usted que hacerme alguna pregunta, hágamela. En caso contrario, permítame que me retire. No puedo perder el tiempo; tengo cierto compromiso; me esperan para asistir al entierro de ese funcionario que murióatropellado por un coche y del cual ya ha oído usted hablar.
Inmediatamente se arrepintió de haber dicho esto último. Después continuó, con una irritación creciente:
—Ya estoy harto de todo esto, ¿sabe usted? Hace mucho tiempo que estoy harto…Ha sido una de las causas de mi enfermedad…En una palabra — añadió, levantando la voz al considerar que esta frase sobre su enfermedad no venía a cuento—, en una palabra: haga usted el favor de interrogarme o permítame que me vaya inmediatamente…Pero si me interroga, habrá de hacerlo con arreglo a las normas legales y de ningún otro modo…Y como veo que no decide usted nada, adiós. Por el momento, usted y yo no tenemos nada que decirnos.
—Pero ¿qué dice usted, hombre de Dios? ¿Sobre qué le tengo que interrogar? —exclamó al punto Porfirio Petrovitch, cambiando de tono y dejando de reír—. No se preocupe usted —añadió, reanudando sus paseos, para luego, de pronto, arrojarse sobre Raskolnikof y hacerlo sentar—. No hay prisa, no hay prisa. Además, esto no tiene ninguna importancia. Por el contrario, estoy encantado de que haya venido usted a verme. Le he recibido como a un amigo. En cuanto a esta maldita risa, perdóneme, mi querido Rodion Romanovitch…Se llama usted así, ¿verdad? Soy un hombre nervioso y me ha hecho mucha gracia la agudeza de su observación. A veces estoy media hora sacudido por la risa como una pelota de goma. Soy propenso a la risa por naturaleza. Mi temperamento me hace temer incluso la apoplejía…
Pero siéntese, amigo mío, se lo ruego. De lo contrario, creeré que está usted enfadado.
Raskolnikof no desplegaba los labios. Se limitaba a escuchar y observar con las cejas fruncidas. Se sentó, pero sin dejar la gorra.
—Quiero decirle una cosa, mi querido Rodion Romanovitch; una cosa que le ayudará a comprender mi carácter —continuó Porfirio Petrovitch, sin cesar de dar vueltas por la habitación, pero procurando no cruzar su mirada con la de Raskolnikof—. Yo soy, ya lo ve usted, un solterón, un hombre nada mundano, desconocido y, por añadidura, acabado, embotado, y…y… ¿ha observado usted, Rodion Romanovitch, que aquí en Rusia, y sobre todo en los círculos petersburgueses, cuando se encuentran dos hombres inteligentes que no se conocen bien todavía, pero que se aprecian mutuamente, están lo menos media hora sin saber qué decirse? Permanecen petrificados y confusos el uno frente al otro. Ciertas personas tienen siempre algo de que hablar. Las damas, la gente de mundo, la de alta sociedad, tienen siempre un tema de conversación, c'est de rigueur; pero las personas de la clase media, como nosotros, son tímidas y taciturnas…Me refiero a los que son capaces de pensar… ¿Cómo se explica usted esto, amigo mío? ¿Es que no tenemos eldebido interés por las cuestiones sociales? No, no es esto. Entonces, ¿es por un exceso de honestidad, porque somos demasiado leales y no queremos engañarnos unos a otros…? No lo sé. ¿Usted qué opina…? Pero deje la gorra.
Parece que esté usted a punto de marcharse, y esto me contraría, se lo aseguro, pues, en contra de lo que usted cree, estoy encantado…
Raskolnikof dejó la gorra, pero sin romper su mutismo. Con el entrecejo fruncido, escuchaba atentamente la palabrería deshilvanada de Porfirio Petrovitch.
«Dice todas estas cosas afectadas y ridículas para distraer mi atención.»
—No le ofrezco café —prosiguió el infatigable Porfirio— porque el lugar no me parece adecuado…El servicio le llena a uno de obligaciones…Pero podemos pasar cinco minutos en amistosa compañía y distraernos un poco…
No se moleste, mi querido amigo, por mi continuo ir y venir. Excúseme. Temo enojarle, pero necesito a toda costa el ejercicio. Me paso el día sentado, y es un gran bien para mí poder pasear durante cinco minutos…Mis hemorroides, ¿sabe usted…? Tengo el propósito de someterme a un tratamiento gimnástico.
Se dice que consejeros de Estado e incluso consejeros privados no se avergüenzan de saltar a la comba. He aquí hasta dónde ha llegado la ciencia en nuestros días…En cuanto a las obligaciones de mi cargo, a los interrogatorios y todo ese formulismo del que usted me ha hablado hace un momento, le diré, mi querido Rodion Romanovitch, que a veces desconciertan más al magistrado que al declarante. Usted acaba de observarlo con tanta razón como agudeza.
—Raskolnikof no había hecho ninguna observación de esta índole—. Uno se confunde. ¿Cómo no se ha de confundir, con los procedimientos que se siguen y que son siempre los mismos? Se nos han prometido reformas, pero ya verá como no cambian más que los términos. ¡Je, je, je! En lo que concierne a nuestras costumbres jurídicas, estoy plenamente de acuerdo con sus sutiles observaciones…Ningún acusado, ni siquiera el mujik más obtuso, puede ignorar que, al empezar nuestro interrogatorio, trataremos de ahuyentar su desconfianza (según su feliz expresión), a fin de asestarle seguidamente un achazo en pleno cráneo (para utilizar su ingeniosa metáfora). ¡Je, je, je…!
¿De modo que usted creía que yo hablaba de mi casa pagada por el Estado para…? Verdaderamente, es usted un hombre irónico…No, no; no volveré a este asunto…Pero sí, pues las ideas se asocian y unas palabras llevan a otras palabras. Usted ha mencionado el interrogatorio según las normas legales.
Pero ¿qué importan estas normas, que en más de un caso resultan sencillamente absurdas? A veces, una simple charla amistosa da mejores resultados. Estas normas no desaparecerán nunca, se lo digo para su tranquilidad; pero ¿qué son las normas, le pregunto yo? El juez de instrucción jamás debe dejarse maniatar por ellas. La misión del magistrado que interroga a un declarante es, dentro de su género, un arte, o algo parecido. ¡Je, je, je!Porfirio Petrovitch se detuvo un instante para tomar alientos. Hablaba sin descanso y, generalmente, para no decir nada, para devanar una serie de ideas absurdas, de frases estúpidas, entre las que deslizaba de vez en cuando una palabra enigmática que naufragaba al punto en el mar de aquella palabrería sin sentido. Ahora casi corría por el despacho, moviendo aceleradamente sus gruesas y cortas piernas, con la mirada fija en el suelo, la mano derecha en la espalda y haciendo con la izquierda ademanes que no tenían relación alguna con sus palabras.
Raskolnikof se dio cuenta de pronto que un par de veces, al llegar junto a la puerta, se había detenido, al parecer para prestar atención.
«¿Esperará a alguien?»
—Tiene usted razón —continuó Porfirio Petrovitch alegremente y con una amabilidad que llenó a Raskolnikof de inquietud y desconfianza—. Tiene usted motivo para burlarse tan ingeniosamente como lo ha hecho de nuestras costumbres jurídicas. Se pretende que tales procedimientos (no todos, naturalmente) tienen por base una profunda filosofía. Sin embargo, son perfectamente ridículos y generalmente estériles, sobre todo si se siguen al pie de la letra las normas establecidas…Hemos vuelto, pues, a la cuestión de las normas. Bien; supongamos que yo sospecho que cierto señor es el autor de un crimen cuya instrucción se me ha confiado…Usted ha estudiado Derecho, ¿verdad, Rodion Romanovitch?
—Empecé.
—Pues bien, he aquí un ejemplo que podrá serle útil más adelante…Pero no crea que pretendo hacer de profesor con usted, que publica en los periódicos artículos tan profundos. No, yo sólo me tomo la libertad de exponerle un hecho a modo de ejemplo. Si yo considero a un individuo cualquiera como un criminal, ¿por qué, dígame, he de inquietarle prematuramente, incluso en el caso de que tenga pruebas contra él? A algunos me veo obligado a detenerlos inmediatamente, pero otros son de un carácter completamente distinto. ¿Por qué no he de dejar a mi culpable pasearse un poco por la ciudad? ¡Je, je…! Ya veo que usted no me acaba de comprender.
Se lo voy a explicar más claramente. Si me apresuro a ordenar su detención, le proporciono un punto de apoyo moral, por decirlo así. ¿Se ríe usted?
Raskolnikof estaba muy lejos de reírse. Tenía los labios apretados, y su ardiente mirada no se apartaba de los ojos de Porfirio Petrovitch.
—Sin embargo —continuó éste—, tengo razón, por lo menos en lo que concierne a ciertos individuos, pues los hombres son muy diferentes unos de otros y nuestra única consejera digna de crédito es la práctica. Pero, desde el momento que tiene usted pruebas, me dirá usted… ¡Dios mío! Usted sabe muybien lo que son las pruebas: tres de cada cuatro son dudosas. Y yo, a la vez que juez de instrucción, soy un ser humano y en consecuencia, tengo mis debilidades. Una de ellas es mi deseo de que mis diligencias tengan el rigor de una demostración matemática. Quisiera que mis pruebas fueran tan evidentes como que dos y dos son cuatro, que constituyeran una demostración clara e indiscutible. Pues bien, si yo ordeno la detención del culpable antes de tiempo, por muy convencido que esté de su culpa, me privo de los medios de poder demostrarlo ulteriormente. ¿Por qué? Porque le proporciono, por decirlo así, una situación normal. Es un detenido, y como detenido se comporta: se retira a su caparazón, se me escapa…Se cuenta que en Sebastopol, inmediatamente después de la batalla de Alma, los defensores estaban aterrados ante la idea de un ataque del enemigo: no dudaban de que Sebastopol sería tomado por asalto.
Pero cuando vieron cavar las primeras trincheras para comenzar un sitio normal, se tranquilizaron y se alegraron. Estoy hablando de personas inteligentes. «Tenemos lo menos para dos meses —se decían—, pues un asedio normal requiere mucho tiempo.» ¿Otra vez se ríe usted? ¿No me cree?
En el fondo, tiene usted razón; sí, tiene usted razón. Éstos no son sino casos particulares. Estoy completamente de acuerdo con usted en que acabo de exponerle un caso particular. Pero hay que hacer una observación sobre este punto, mi querido Rodion Romanovitch, y es que el caso general que responde a todas las formas y fórmulas jurídicas; el caso típico para el cual se han concebido y escrito las reglas, no existe, por la sencilla razón de que cada causa, cada crimen, apenas realizado, se convierte en un caso particular, ¡y cuán especial a veces!: un caso distinto a todos los otros conocidos y que, al parecer, no tiene ningún precedente.
»Algunos resultan hasta cómicos. Supongamos que yo dejo a uno de esos señores en libertad. No lo mando detener, no lo molesto para nada. Él debe saber, o por lo menos suponer, que en todo momento, hora por hora, minuto por minuto, yo estoy al corriente de lo que hace, que conozco perfectamente su vida, que le vigilo día y noche. Le sigo por todas partes y sin descanso, y puede estar usted seguro de que, por poco que él se dé cuenta de ello, acabará por perder la cabeza. Y entonces él mismo vendrá a entregarse y, además, me proporcionará los medios de dar a mi sumario un carácter matemático. Esto no deja de tener cierto atractivo. Este sistema puede tener éxito con un burdo mujik, pero aún más con un hombre culto e inteligente. Pues hay en todo esto algo muy importante, amigo mío, y es establecer cómo puede haber procedido el culpable. No nos olvidemos de los nervios. Nuestros contemporáneos los tienen enfermos, excitados, en tensión… ¿Y la bilis? ¡Ah, los que tienen bilis…! Le aseguro que aquí hay una verdadera fuente de información. ¿Por qué, pues, me ha de inquietar ver a mi hombre ir y venir libremente? Puedo dejarlo pasear, gozar del poco tiempo que le queda, pues sé que está en mi poder y que no se puede escapar… ¿Adónde iría? ¡Je, je, je! ¿Al extranjero,dice usted? Un polaco podría huir al extranjero, pero no él, y menos cuando se le vigila y están tomadas todas las medidas para evitar su evasión. ¿Huir al interior del país? Allí no encontrará más que incultos mujiks, gente primitiva, verdaderos rusos, y un hombre civilizado prefiere el presidio a vivir entre unos mujiks que para él son como extranjeros. ¡Je, je…! Por otra parte, todo esto no es sino la parte externa de la cuestión. ¡Huir! Esto es sólo una palabra. Él no huirá, no solamente porque no tiene adónde ir, sino porque me pertenece psicológicamente… ¡Je, je! ¿Qué me dice usted de la expresión? No huirá porque se lo impide una ley de la naturaleza. ¿Ha visto usted alguna vez una mariposa ante una bujía? Pues él girará incesantemente alrededor de mi persona como el insecto alrededor de la llama. La libertad ya no tendrá ningún encanto para él. Su inquietud irá en aumento; una sensación creciente de hallarse como enredado en una tela de araña le dominará; un terror indecible se apoderará de él. Y hará tales cosas, que su culpabilidad quedará tan clara como que dos y dos son cuatro. Para que así suceda, bastará proporcionarle un entreacto de suficiente duración. Siempre, siempre irá girando alrededor de mi persona, describiendo círculos cada vez más estrechos, y al fin, ¡plaf!, se meterá en mi propia boca y yo lo engulliré tranquilamente. Esto no deja de tener su encanto, ¿no le parece?
Raskolnikof no le contestó. Estaba pálido e inmóvil. Sin embargo, seguía observando a Porfirio con profunda atención.
«Me ha dado una buena lección —se dijo mentalmente, helado de espanto —. Esto ya no es el juego del gato y el ratón con que nos entretuvimos ayer.
No me ha hablado así por el simple placer de hacer ostentación de su fuerza.
Es demasiado inteligente para eso. Sin duda persigue otro fin, pero ¿cuál?
¡Bah! Todo esto es sólo un ardid para asustarme. ¡Eh, amigo! No tienes pruebas. Además, el hombre de ayer no existe. Lo que tú pretendes es desconcertarme, irritarme hasta el máximo, para asestarme al fin el golpe decisivo. Pero te equivocas; saldrás trasquilado… ¿Por qué hablará con segundas palabras? Pretende aprovecharse del mal estado de mis nervios…No, amigo mío, no te saldrás con la tuya. No sé lo que habrás tramado, pero te llevarás un chasco mayúsculo. Vamos a ver qué es lo que tienes preparado.»
Y reunió todas sus fuerzas para afrontar valerosamente la misteriosa catástrofe que preveía. Experimentaba un ávido deseo de arrojarse sobre Porfirio Petrovitch y estrangularlo.
En el momento de entrar en el despacho del juez, ya había temido no poder dominarse. Sentía latir su corazón con violencia; tenía los labios resecos y espesa la saliva. Sin embargo, decidió guardar silencio para no pronunciar ninguna palabra imprudente. Comprendía que ésta era la mejor táctica que podía seguir en su situación, pues así no solamente no corría peligro de comprometerse, sino que tal vez conseguiría irritar a su adversario y arrancarlealguna palabra imprudente. Ésta era su esperanza por lo menos.
—Ya veo que no me ha creído usted —prosiguió Porfirio—. Usted supone que todo esto son bromas inocentes.
Se mostraba cada vez más alegre y no cesaba de dejar oír una risita de satisfacción, mientras de nuevo iba y venía por el despacho.
—Comprendo que lo haya tomado usted a broma. Dios me ha dado una figura que sólo despierta en los demás pensamientos cómicos. Tengo el aspecto de un bufón. Sin embargo, quiero decirle y repetirle una cosa, mi querido Rodion Romanovitch…Pero, ante todo, le ruego que me perdone este lenguaje de viejo. Usted es un hombre que está en la flor de la vida, e incluso en la primera juventud, y, como todos los jóvenes, siente un especial aprecio por la inteligencia humana. La agudeza de ingenio y las deducciones abstractas le seducen. Esto me recuerda los antiguos problemas militares de Austria, en la medida, claro es, de mis conocimientos sobre la materia. En teoría, los austriacos habían derrotado a Napoleón, e incluso le consideraban prisionero. Es decir, que en la sala de reuniones lo veían todo de color de rosa.
Pero ¿qué ocurrió en la realidad? Que el general Mack se rindió con todo su ejército. ¡Je, je, je…! Ya veo, mi querido Rodion Romanovitch, que en su interior se está riendo de mí, porque el hombre apacible que soy en la vida privada echa mano, para todos sus ejemplos, de la historia militar. Pero ¿qué le vamos a hacer? Es mi debilidad. Soy un enamorado de las cosas militares, y mis lecturas predilectas son aquellas que se relacionan con la guerra…
Verdaderamente, he equivocado mi carrera. Debí ingresar en el ejército. No habría llegado a ser un Napoleón, pero sí a conseguir el grado de comandante.
¡Je, je, je…! Bien; ahora voy a decirle sinceramente todo lo que pienso, mi querido amigo, acerca del «caso que nos interesa». La realidad y la naturaleza, señor mío, son cosas importantísimas y que reducen a veces a la nada el cálculo más ingenioso. Crea usted a este viejo, Rodion Romanovitch…
Y al pronunciar estas palabras, Porfirio Petrovitch, que sólo contaba treinta y cinco años, parecía haber envejecido: hasta su voz había cambiado, y se diría que se había arqueado su espalda.
—Además —continuó—, yo soy un hombre sincero… ¿Verdad que soy un hombre sincero? Dígame: ¿usted qué cree? A mí me parece que no se puede ir más lejos en la sinceridad. Yo le he hecho verdaderas confidencias sin exigir compensación alguna. ¡Je, je, je! En fin, volvamos a nuestro asunto. El ingenio es, a mi entender, algo maravilloso, un ornamento de la naturaleza, por decirlo así, un consuelo en medio de la dureza de la vida, algo que permite, al parecer, confundir a un pobre juez que, por añadidura, se ha dejado engañar por su propia imaginación, pues, al fin y al cabo, no es más que un hombre. Pero la naturaleza acude en ayuda de ese pobre juez, y esto es lo malo para el otro.Esto es lo que la juventud que confía en su ingenio y que «franquea todos los obstáculos», como usted ha dicho ingeniosamente, no quiere tener en cuenta.
»Supongamos que ese hombre miente…Me refiero al hombre desconocido de nuestro caso particular…Supongamos que miente, y de un modo magistral.
Como es lógico, espera su triunfo, cree que va a recoger los frutos de su destreza; pero, de pronto, ¡crac!, se desvanece en el lugar más comprometedor para él. Vamos a suponer que atribuye el síncope a una enfermedad que padece o a la atmósfera asfixiante de la habitación, cosa frecuente en los locales cerrados. Pues bien, no por eso deja de inspirar sospechas…Su mentira ha sido perfecta, pero no ha pensado en la naturaleza y se encuentra como cogido en una trampa.
»Otro día, dejándose llevar de su espíritu burlón, trata de divertirse a costa de alguien que sospecha de él. Finge palidecer de espanto, pero he aquí que representa su papel con demasiada propiedad, que su palidez es demasiado natural, y esto será otro indicio. Por el momento, su interlocutor podrá dejarse engañar, pero, si no es un tonto, al día siguiente cambiará de opinión. Y el imprudente cometerá error tras error. Se meterá donde no le llaman para decir las cosas más comprometedoras, para exponer alegorías cuyo verdadero sentido nadie dejará de comprender. Incluso llegará a preguntar por qué no lo han detenido todavía. ¡Je, je, je…! Y esto puede ocurrir al hombre más sagaz, a un psicólogo, a un literato. La naturaleza es un espejo, el espejo más diáfano, y basta dirigir la vista a él. Pero ¿qué le sucede, Rodion Romanovitch? ¿Le ahoga esta atmósfera tal vez? ¿Quiere que abra la ventana?
—No se preocupe —exclamó Raskolnikof, echándose de pronto a reír—.Le ruego que no se moleste.
Porfirio se detuvo ante él, estuvo un momento mirándole y luego se echó a reír también. Entonces Raskolnikof, cuya risa convulsiva se había calmado, se puso en pie.
—Porfirio Petrovitch —dijo levantando la voz y articulando claramente las palabras, a pesar del esfuerzo que tenía que hacer para sostenerse sobre sus temblorosas piernas—, estoy seguro de que usted sospecha que soy el asesino de la vieja y de su hermana Lisbeth. Y quiero decirle que hace tiempo que estoy harto de todo esto. Si usted se cree con derecho a perseguirme y detenerme, hágalo. Pero no le permitiré que siga burlándose de mí en mi propia cara y torturándome como lo está haciendo.
Sus labios empezaron a temblar de pronto; sus ojos, a despedir llamaradas de cólera, y su voz, dominada por él hasta entonces, empezó a vibrar.
—¡No lo permitiré! —exclamó, descargando violentamente su puño sobre la mesa—. ¿Oye usted, Porfirio Petrovitch? ¡No lo permitiré!—¡Señor! Pero ¿qué dice usted? ¿Qué le pasa? —dijo Porfirio Petrovitch con un gesto de vivísima inquietud—. ¿Qué tiene usted, mi querido Rodion Romanovitch?
—¡No lo permitiré! —gritó una vez más Raskolnikof.
—No levante tanto la voz. Nos pueden oír. Vendrán a ver qué pasa, y ¿qué les diremos? ¿No comprende?
Dijo esto en un susurro, como asustado y acercando su rostro al de Raskolnikof.
—No lo permitiré, no lo permitiré —repetía Rodia maquinalmente.
Sin embargo, había bajado también la voz. Porfirio se volvió rápidamente y corrió a abrir la ventana.
—Hay que airear la habitación. Y debe usted beber un poco de agua, amigo mío, pues está verdaderamente trastornado.
Ya se dirigía a la puerta para pedir el agua, cuando vio que había una garrafa en un rincón.
—Tenga, beba un poco —dijo, corriendo hacia él con la garrafa en la mano
—. Tal vez esto le…
El temor y la solicitud de Porfirio Petrovitch parecían tan sinceros, que Raskolnikof se quedó mirándole con viva curiosidad. Sin embargo, no quiso beber.
—Rodion Romanovitch, mi querido amigo, se va usted a volver loco.
¡Beba, por favor! ¡Beba aunque sólo sea un sorbo!
Le puso a la fuerza el vaso en la mano. Raskolnikof se lo llevó a la boca y después, cuando se recobró, lo depositó en la mesa con un gesto de hastío.
—Ha tenido usted un amago de ataque —dijo Porfirio Petrovitch afectuosamente y, al parecer, muy turbado—. Se mortifica usted de tal modo, que volverá a ponerse enfermo. No comprendo que una persona se cuide tan poco. A usted le pasa lo que a Dmitri Prokofitch. Precisamente ayer vino a verme. Yo reconozco que está en lo cierto cuando me dice que tengo un carácter cáustico, es decir, malo. Pero ¡qué deducciones ha hecho, Señor! Vino cuando usted se marchó, y durante la comida habló tanto, que yo no pude hacer otra cosa que abrir los brazos para expresar mi asombro. «¡Qué ocurrencia! —pensaba—. ¡Señor! ¡Dios mío!» Le envió usted, ¿verdad…?
Pero siéntese, amigo mío; siéntese, por el amor de Dios.
—Yo no lo envié —repuso Raskolnikof—, pero sabía que tenía que venir a su casa y por qué motivo.—¿Conque lo sabía?
—Sí. ¿Qué piensa usted de ello?
—Ya se lo diré, pero antes quiero que sepa, mi querido Rodion Romanovitch, que estoy enterado de que usted puede jactarse de otras muchas hazañas. Mejor dicho, estoy al corriente de todo. Sé que fue usted a alquilar una habitación al anochecer, y que tiró del cordón de la campanilla, y que empezó a hacer preguntas sobre las manchas de sangre, lo que dejó estupefactos a los empapeladores y al portero. Comprendo su estado de ánimo, es decir, el estado de ánimo en que se hallaba aquel día pero no por eso deja de ser cierto que va usted a volverse loco, sin duda alguna, si sigue usted así.
Acabará perdiendo la cabeza, ya lo verá. Una noble indignación hace hervir su sangre. Usted está irritado, en primer lugar contra el destino, después contra la policía. Por eso va usted de un lado a otro tratando de despertar sospechas en la gente. Quiere terminar cuanto antes, pues está usted harto de sospechas y comadreos estúpidos. ¿Verdad que no me equivoco, que he interpretado exactamente su estado de ánimo?
»Pero si sigue así, no será usted solo el que se volverá loco, sino que trastornará al bueno de Rasumikhine, y no me negará usted que no estaría nada bien hacer perder la cabeza a ese muchacho tan simpático. Usted está enfermo; él tiene un exceso de bondad, y precisamente esa bondad es lo que le expone a contagiarse. Cuando se haya tranquilizado usted un poco, mi querido amigo, ya le contaré…Pero siéntese, por el amor de Dios. Descanse un poco. Está usted blanco como la cal. Siéntese, haga el favor.
Raskolnikof obedeció. El temblor que le había asaltado se calmaba poco a poco y la fiebre se iba apoderando de él. Pese a su visible inquietud, escuchaba con profunda sorpresa las muestras de interés de Porfirio Petrovitch. Pero no daba fe a sus palabras, a pesar de que experimentaba una tendencia inexplicable a creerle. La alusión inesperada de Porfirio al alquiler de la habitación le había paralizado de asombro.
«¿Cómo se habrá enterado de esto y por qué me lo habrá dicho?»
—Durante el ejercicio de mi profesión —continuó inmediatamente Porfirio Petrovitch—, he tenido un caso análogo, un caso morboso. Un hombre se acusó de un asesinato que no había cometido. Era juguete de una verdadera alucinación. Exponía hechos, los refería, confundía a todo el mundo. Y todo esto, ¿por qué? Porque indirectamente y sin conocimiento de causa había facilitado la perpetración de un crimen. Cuando se dio cuenta de ello, se sintió tan apenado, se apoderó de él tal angustia, que se imaginó que era el asesino.
Al fin, el Senado aclaró el asunto y el infeliz fue puesto en libertad, pero, de no haber intervenido el Senado, no habría habido salvación para él. Pues bien, amigo mío, también a usted se le puede trastornar el juicio si pone sus nerviosen tensión yendo a tirar del cordón de una campanilla al anochecer y haciendo preguntas sobre manchas de sangre…En la práctica de mi profesión me ha sido posible estudiar estos fenómenos psicológicos. Lo que nuestro hombre siente es un vértigo parecido al que impulsa a ciertas personas a arrojarse por una ventana o desde lo alto de un campanario; una especie de atracción irresistible; una enfermedad, Rodion Romanovitch, una enfermedad y nada más que una enfermedad. Usted descuida la suya demasiado. Debe consultar a un buen médico y no a ese tipo rollizo que lo visita…Usted delira a veces, y ese mal no tiene más origen que el delirio…
Momentáneamente, Raskolnikof creyó ver que todo daba vueltas.
«¿Es posible que esté fingiendo? ¡No, no es posible!», se dijo, rechazando con todas sus fuerzas un pensamiento que —se daba perfecta cuenta de ello— amenazaba hacerle enloquecer de furor.
—En aquellos momentos, yo no estaba bajo los efectos del delirio, procedía con plena conciencia de mis actos —exclamó, pendiente de las reacciones de Porfirio Petrovitch, en su deseo de descubrir sus intenciones—.Conservaba toda mi razón, toda mi razón, ¿oye usted?
—Sí, lo oigo y lo comprendo. Ya lo dijo usted ayer, e insistió sobre este punto. Yo comprendo anticipadamente todo lo que usted puede decir. Óigame, Rodion Romanovitch, mi querido amigo: permítame hacerle una nueva observación. Si usted fuese el culpable o estuviese mezclado en este maldito asunto, ¿habría dicho que conservaba plenamente la razón? Yo creo que, por el contrario, usted habría afirmado, y se habría aferrado a su afirmación, que usted no se daba cuenta de lo que hacía. ¿No tengo razón? Dígame, ¿no la tengo?
El tono de la pregunta dejaba entrever una celada. Raskolnikof se recostó en el respaldo del sofá para apartarse de Porfirio, cuyo rostro se había acercado al suyo, y le observó en silencio, con una mirada fija y llena de asombro.
—Algo parecido puede decirse de la visita de Rasumikhine. Si usted fuese el culpable, habría dicho que él había venido a mi casa por impulso propio y habría ocultado que usted le había incitado a hacerlo. Sin embargo, usted ha dicho que Rasumikhine vino a verme porque usted lo envió.
Raskolnikof se estremeció. Él no había hecho afirmación semejante.
—Sigue usted mintiendo —dijo, esbozando una sonrisa de hastío y con voz lenta y débil—. Usted quiere demostrarme que lee en mi pensamiento, que puede predecir todas mis respuestas —añadió, dándose cuenta de que ya era incapaz de medir sus palabras—. Usted quiere asustarme; usted se está burlando de mí, sencillamente.Mientras decía esto no apartaba la vista del juez de instrucción. De súbito, un terrible furor fulguró en sus ojos.
—Está diciendo una mentira tras otra —exclamó—. Usted sabe muy bien que la mejor táctica que puede seguir un culpable es sujetarse a la verdad tanto como sea posible…, declarar todo aquello que no pueda ocultarse. ¡No le creo a usted!
—¡Qué veleta es usted! —dijo Porfirio con una risita mordaz—. No hay medio de entenderse con usted. Está dominado por una idea fija. ¿No me cree?
Pues yo creo que empieza usted a creerme. Con diez centímetros de fe me bastará para conseguir que llegue al metro y me crea del todo. Porque le tengo verdadero afecto y sólo deseo su bien.
Los labios de Raskolnikof empezaron a temblar.
—Sí, le tengo verdadero afecto —prosiguió Porfirio, apretando amistosamente el brazo del joven—, y no se lo volveré a repetir. Además, tenga en cuenta que su familia ha venido a verle. Piense en ella. Usted debería hacer todo lo posible para que su madre y su hermana se sintieran dichosas y, por el contrario, sólo les causa inquietudes…
—Eso no le importa. ¿Cómo se ha enterado usted de estas cosas? ¿Por qué me vigila y qué interés tiene en que yo lo sepa?
—Pero oiga usted, óigame, amigo mío: si sé todo esto es sólo por usted.
Usted no se da cuenta de que, cuando está nervioso, lo cuenta todo, lo mismo a mí que a los demás. Rasumikhine me ha contado también muchas cosas interesantes…Cuando usted me ha interrumpido, iba a decirle que, a pesar de su inteligencia, su desconfianza le impide ver las cosas como son…Le voy a poner un ejemplo, volviendo a nuestro asunto. Lo del cordón de la campanilla es un detalle de valor extraordinario para un juez que está instruyendo un sumario. Y usted se lo refiere a este juez con toda franqueza, sin reserva alguna. ¿No deduce usted nada de esto? Si yo le creyera culpable, ¿habría procedido como lo he hecho? Por el contrario, habría procurado ahuyentar su desconfianza, no dejarle entrever que estaba al corriente de este detalle, para arrojarle al rostro, de súbito, la pregunta siguiente: «¿Qué hacia usted, entre diez y once, en las habitaciones de las víctimas? ¿Y por qué tiró del cordón de la campanilla y habló de las manchas de sangre? ¿Y por qué dijo a los porteros que le llevaran a la comisaría?» He aquí cómo habría procedido yo si hubiera abrigado la menor sospecha contra usted: le habría sometido a un interrogatorio en toda regla. Y habría dispuesto que se efectuara un registro en la habitación que tiene alquilada, y habría ordenado que le detuvieran…El hecho de que haya obrado de otro modo es buena prueba de que no sospecho de usted. Pero usted ha perdido el sentido de la realidad, lo repito, y es incapaz de ver nada.Raskolnikof temblaba de pies a cabeza, y tan violentamente, que Porfirio Petrovitch no pudo menos de notarlo.
—No hace usted más que mentir —repitió resueltamente—. Ignoro lo que persigue con sus mentiras, pero sigue usted mintiendo. No hablaba así hace un momento; por eso no puedo equivocarme… ¡Miente usted!
—¿Que miento? —replicó Porfirio, acalorándose visiblemente, pero conservando su acento irónico y jovial y no dando, al parecer, ninguna importancia a la opinión que Raskolnikof tuviera de él—. ¿Cómo puede decir eso sabiendo cómo he procedido con usted? ¡Yo, el juez de instrucción, le he sugerido todos los argumentos psicológicos que podría usted utilizar: la enfermedad, el delirio, el amor propio excitado por el sufrimiento, la neurastenia, y esos policías…! ¡Je, je, je…! Sin embargo, dicho sea de paso, esos medios de defensa no tienen ninguna eficacia. Son armas de dos filos y pueden volverse contra usted. Usted dirá: «La enfermedad, el desvarío, la alucinación…No me acuerdo de nada.» Y le contestarán: «Todo eso está muy bien, amigo mío; pero ¿por qué su enfermedad tiene siempre las mismas consecuencias, por qué le produce precisamente ese tipo de alucinación?» Esta enfermedad podía tener otras manifestaciones, ¿no le parece? ¡Je, je, je!
Raskolnikof le miró con despectiva arrogancia.
—En resumidas cuentas —dijo firmemente, levantándose y apartando a Porfirio—, yo quiero saber claramente si me puedo considerar o no al margen de toda sospecha. Dígamelo, Porfirio Petrovitch; dígamelo ahora mismo y sin rodeos.
—Ahora me sale con una exigencia. ¡Hasta tiene exigencias, Señor! — exclamó Porfirio Petrovitch con perfecta calma y cierto tonillo de burla—.Pero ¿a qué vienen esas preguntas? ¿Acaso sospecha alguien de usted? Se comporta como un niño caprichoso que quiere tocar el fuego. ¿Y por qué se inquieta usted de ese modo y viene a visitarnos cuando nadie le llama?
—¡Le repito —replicó Raskolnikof, ciego de ira— que no puedo
soportar…!
—¿La incertidumbre? —le interrumpió Porfirio.
—¡No me saque de quicio! ¡No se lo puedo permitir! ¡De ningún modo lo permitiré! ¿Lo ha oído? ¡De ningún modo!
Y Raskolnikof dio un fuerte puñetazo en la mesa.
—¡Silencio! Hable más bajo. Se lo digo en serio. Procure reprimirse. No estoy bromeando.
Al decir esto Porfirio, su semblante había perdido su expresión de temor y de bondad. Ahora ordenaba francamente, severamente, con las cejas fruncidasy un gesto amenazador. Parecía haber terminado con las simples alusiones y los misterios y estar dispuesto a quitarse la careta. Pero esta actitud fue momentánea.
Raskolnikof se sintió interesado al principio; después, de súbito, notó que la ira le dominaba. Sin embargo, aunque su exasperación había llegado al límite, obedeció —cosa extraña— la orden de bajar la voz.
—No me dejaré torturar —murmuró en el mismo tono de antes. Pero advertía, con una mezcla de amargura y rencor, que no podía obrar de otro modo, y esta convicción aumentaba su cólera—. Deténgame —añadió—,regístreme si quiere; pero aténgase a las reglas y no juegue conmigo. ¡Se lo prohíbo!
—Nada de reglas —respondió Porfirio, que seguía sonriendo burlonamente y miraba a Raskolnikof con cierto júbilo—. Le invité a venir a verme como amigo.
—No quiero para nada su amistad, la desprecio. ¿Oye usted? Y ahora cojo mi gorra y me marcho. Veremos qué dice usted, si tiene intención de arrestarme.
Cogió su gorra y se dirigió a la puerta.
—¿No quiere ver la sorpresa que le he reservado? —le dijo Porfirio Petrovitch, con su irónica sonrisita y cogiéndole del brazo, cuando ya estaba ante la puerta. Parecía cada vez más alegre y burlón, y esto ponía a Raskolnikof fuera de sí.
—¿Una sorpresa? ¿Qué sorpresa? —preguntó Rodia, fijando en el juez de instrucción una mirada llena de inquietud.
—Una sorpresa que está detrás de esa puerta… ¡Je, je, je!
Señalaba la puerta cerrada que comunicaba con sus habitaciones.
—Incluso la he encerrado bajo llave para que no se escape.
—¿Qué demonios se trae usted entre manos?
Raskolnikof se acercó a la puerta y trató de abrirla, pero no le fue posible.
—Está cerrada con llave y la llave la tengo yo —dijo Porfirio.
Y, en efecto, le mostró una llave que acababa de sacar del bolsillo.
—No haces más que mentir —gruñó Raskolnikof sin poder dominarse—.¡Mientes, mientes, maldito polichinela!
Y se arrojó sobre el juez de instrucción, que retrocedió hasta la puerta, aunque sin demostrar temor alguno.—¡Comprendo tu táctica! ¡Lo comprendo todo! —siguió vociferando Raskolnikof—. Mientes y me insultas para irritarme y que diga lo que no debo.
—¡Pero si usted no tiene nada que ocultar, mi querido Rodion Romanovitch! ¿Por qué se excita de ese modo? No grite más o llamo.
—¡Mientes, mientes! ¡No pasará nada! ¡Ya puedes llamar! Sabes que estoy enfermo y has pretendido exasperarme, aturdirme, para que diga lo que no debo. Éste ha sido tu plan. No tienes pruebas; lo único que tienes son míseras sospechas, conjeturas tan vagas como las de Zamiotof. Tú conocías mi carácter y me has sacado de mis casillas para que aparezcan de pronto los popes y los testigos. ¿Verdad que es éste tu propósito? ¿Qué esperas para hacerlos entrar? ¿Dónde están? ¡Ea! Diles de una vez que pasen.
—Pero ¿qué dice usted? ¡Qué ideas tiene, amigo mío! No se pueden seguir las reglas tan ciegamente como usted cree. Usted no entiende de estas cosas, querido. Las reglas se seguirán en el momento debido. Ya lo verá por sus propios ojos.
Y Porfirio parecía prestar atención a lo que sucedía detrás de la puerta del despacho.
En efecto, se oyeron ruidos procedentes de la pieza vecina.
—Ya vienen —exclamó Raskolnikof—. Has enviado por ellos…Los esperabas…Lo tenías todo calculado…Bien, hazlos entrar a todos; haz entrar a los testigos y a quien quieras…Estoy preparado.
Pero en ese momento ocurrió algo tan sorprendente, tan ajeno al curso ordinario de las cosas, que, sin duda, ni Porfirio Petrovitch ni Raskolnikof lo habrían podido prever jamás.
He aquí el recuerdo que esta escena dejó en Raskolnikof. En la pieza inmediata aumentó el ruido rápidamente y la puerta se entreabrió.
—¿Qué pasa? —gritó Porfirio Petrovitch, contrariado—. Ya he advertido que…
Nadie contestó, pero fue fácil deducir que tras la puerta había varias personas que trataban de impedir el paso a alguien.
—¿Quieren decir de una vez qué pasa? —repitió Porfirio, perdiendo la paciencia.—Es que está aquí el procesado Nicolás —dijo una voz.
—No lo necesito. Que se lo lleven.
Pero, acto seguido, Porfirio corrió hacia la puerta.
—¡Esperen! ¿A qué ha venido? ¿Qué significa este desorden?
—Es que Nicolás…—empezó a decir el mismo que había hablado antes.
Pero se interrumpió de súbito. Entonces, y durante unos segundos, se oyó el fragor de una verdadera lucha. Después pareció que alguien rechazaba violentamente a otro, y, seguidamente, un hombre pálido como un muerto irrumpió en el despacho.
El aspecto de aquel hombre era impresionante. Miraba fijamente ante sí y parecía no ver a nadie. Sus ojos tenían un brillo de resolución. Sin embargo, su semblante estaba lívido como el del condenado a muerte al que llevan a viva fuerza al patíbulo. Sus labios, sin color, temblaban ligeramente.
Era muy joven y vestía con la modestia de la gente del pueblo. Delgado, de talla media, cabello cortado al rape, rostro enjuto y finas facciones. El hombre al que acababa de rechazar entró inmediatamente tras él y le cogió por un hombro. Era un gendarme. Pero Nicolás consiguió desprenderse de él nuevamente.
Algunos curiosos se hacinaron en la puerta. Los más osados pugnaban por entrar. Todo esto había ocurrido en menos tiempo del que se tarda en describirlo.
—¡Fuera de aquí! ¡Espera a que te llamen! ¿Por qué lo han traído? — exclamó el juez, sorprendido e irritado.
De pronto, Nicolás se arrodilló.
—¿Qué haces? —exclamó Porfirio, asombrado.
—¡Soy culpable! ¡He cometido un crimen! ¡Soy un asesino! —dijo Nicolás con voz jadeante pero enérgica.
Durante diez segundos reinó en la estancia un silencio absoluto, como si todos los presentes hubieran perdido el habla. El gendarme había retrocedido: sin atreverse a acercarse a Nicolás, se había retirado hacia la puerta y allí permanecía inmóvil.
—¿Qué dices? —preguntó Porfirio cuando logró salir de su asombro.
—Yo…soy…un asesino —repitió Nicolás tras una pausa.
—¿Tú? —exclamó el juez de instrucción, dando muestras de gran desconcierto—. ¿A quién has matado?Tras un momento de silencio, Nicolás respondió:
—A Alena Ivanovna y a su hermana Lisbeth Ivanovna. Las maté…con un hacha. No estaba en mi juicio —añadió.
Y guardó silencio, sin levantarse.
Porfirio Petrovitch estuvo un momento sumido en profundas reflexiones.
Después, con un violento ademán, ordenó a los curiosos que se marcharan.
Éstos obedecieron en el acto y la puerta se cerró tras ellos. Entonces, Porfirio dirigió una mirada a Raskolnikof, que permanecía de pie en un rincón y que observaba a Nicolás petrificado de asombro. El juez de instrucción dio un paso hacia él, pero, como cambiando de idea, se detuvo, mirándole. Después volvió los ojos hacia Nicolás, luego miró de nuevo a Raskolnikof y al fin se acercó al pintor con una especie de arrebato.
—Ya dirás si estabas o no en tu juicio cuando se lo pregunte —exclamó, irritado—. Nadie te ha preguntado nada sobre ese particular. Contesta a esto: ¿has cometido un crimen?
—Sí, soy un asesino; lo confieso —repuso Nicolás.
—¿Qué arma empleaste?
—Un hacha que llevaba conmigo.
—¡Con qué rapidez respondes! ¿Solo?
Nicolás no comprendió la pregunta.
—Digo que si tuviste cómplices.
—No, Mitri es inocente. No tuvo ninguna participación en el crimen.
—No te precipites a hablar de Mitri…Sin embargo, habrás de explicarme cómo bajaste la escalera. Los porteros os vieron a los dos juntos.
—Corrí hasta alcanzar a Mitri. Me dije que de este modo no se sospecharía de mí —respondió Nicolás al punto, como quien recita una lección bien aprendida.
—La cosa está clara: repite una serie de palabras que ha estudiado — murmuró para sí el juez de instrucción.
En esto, su vista tropezó con Raskolnikof, de cuya presencia se había olvidado, tan profunda era la emoción que su escena con Nicolás le había producido.
Al ver a Raskolnikof volvió a la realidad y se turbó. Se fue hacia él, presuroso.
—Rodion Romanovitch, amigo mío, perdóneme…Ya ve usted que…Ustedno tiene nada que hacer aquí…Yo soy el primer sorprendido, como puede usted ver…Váyase, se lo ruego…
Y le cogió del brazo, indicándole la puerta.
—Esto ha sido inesperado para usted, ¿verdad? —dijo Raskolnikof, que, dándose cuenta de todo, había cobrado ánimos.
—Tampoco usted lo esperaba, amigo mío. Su mano tiembla. ¡Je, je, je!
—También usted está temblando, Porfirio Petrovitch.
—Desde luego, no ha sido una sorpresa para mí.
Estaban ya junto a la puerta. Porfirio esperaba con impaciencia que se marchara Raskolnikof. El joven preguntó de pronto:
—Entonces, ¿no me muestra usted la sorpresa?
—¡Le están castañeteando los dientes y miren ustedes cómo habla! ¡Es usted un hombre cáustico! ¡Bueno, hasta la vista!
—Yo creo que sería mejor que nos dijéramos adiós.
—Será lo que Dios quiera, lo que Dios quiera —gruñó Porfirio con una sonrisa sarcástica.
Al cruzar la oficina, Raskolnikof advirtió que varios empleados le miraban fijamente. Al llegar a la antesala vio que, entre otras personas, estaban los dos porteros de la casa del crimen, aquellos a los que él había pedido días atrás que lo llevaran a la comisaría. De su actitud se deducía que esperaban algo.
Apenas llegó a la escalera, oyó que le llamaba Porfirio Petrovitch. Se volvió y vio que el juez de instrucción corría hacia él, jadeante.
—Sólo dos palabras, Rodion Romanovitch. Este asunto terminará como Dios quiera, pero yo tendré que hacerle todavía, por pura fórmula, algunas preguntas. Nos volveremos a ver, ¿no?
Porfirio se había detenido ante él, sonriente.
—¿No? —repitió.
Al parecer, deseaba añadir algo, pero no dijo nada más.
—Perdóneme por mi conducta de hace un momento —dijo Raskolnikof, que había recobrado la presencia de ánimo y experimentaba un deseo irresistible de fanfarronear ante el magistrado—. He estado demasiado vehemente.
—No tiene importancia —repuso Porfirio con excelente humor—.También yo tengo un carácter bastante áspero; lo reconozco. Ya nos volveremos a ver, si Dios quiere.—Y terminaremos de conocernos —dijo Raskolnikof.
—Sí —convino Porfirio, mirándole seriamente, con los ojos entornados—.Ahora va usted a una fiesta de cumpleaños, ¿no?
—No; a un entierro.
—¡Ah, sí! A un entierro…Cuídese, créame; cuídese.
—Yo no sé qué desearle —dijo Raskolnikof, que ya había empezado a bajar la escalera y se había vuelto de pronto—. Quisiera poderle desear grandes éxitos, pero ya ve usted que sus funciones resultan a veces bastante cómicas.
—¿Cómicas? —exclamó el juez de instrucción, que ya se disponía a volver a su despacho, pero que se había detenido al oír la réplica de Raskolnikof.
—Sí. Ahí tiene usted a ese pobre Nicolás, al que habrá atormentado usted con sus métodos psicológicos hasta hacerle confesar. Sin duda, usted le repetía a todas horas y en todos los tonos: «Eres un asesino, eres un asesino.» Y ahora que ha confesado, empieza usted a torturarlo con esta otra canción: «Mientes; no eres un asesino, no has cometido ningún crimen; dices una lección aprendida de memoria.» Después de esto, usted no puede negar que sus funciones resultan a veces bastante cómicas.
—¡Je, je, je! Ya veo que usted se ha dado cuenta de que he dicho a Nicolás que repetía palabras aprendidas de memoria.
—¡Claro que me he dado cuenta!
—¡Je, je! Es usted muy sutil. No se le escapa nada. Además, posee usted una perspicacia especial para captar los detalles cómicos. ¡Je, je! Me parece que era Gogol el escritor que se distinguía por esta misma aptitud.
—Sí, era Gogol.
—¿Verdad que sí? Bueno, hasta que tenga el gusto de volverle a ver.
Raskolnikof volvió inmediatamente a su casa. Estaba tan sorprendido, tan desconcertado ante todo lo que acababa de suceder, que, apenas llegó a su habitación, se dejó caer en el diván y estuvo un cuarto de hora tratando de serenarse y de recobrar la lucidez. No intentó explicarse la conducta de Nicolás: estaba demasiado confundido para ello. Comprendía que aquella confesión encerraba un misterio que él no conseguiría descifrar, por lo menos en aquellos momentos. Sin embargo, esta declaración era una realidad cuyas consecuencias veía claramente. No cabía duda de que aquella mentira acabaría por descubrirse, y entonces volverían a pensar en él. Mas, entre tanto, estaba en libertad y debía tomar sus precauciones ante el peligro que juzgaba inminente.Pero ¿hasta qué punto estaba en peligro? La situación empezaba a aclararse. No pudo evitar un estremecimiento de inquietud al recordar la escena que se había desarrollado entre Porfirio y él. Claro que no podía prever las intenciones del juez de instrucción ni adivinar sus pensamientos, pero lo que había sacado en claro le permitía comprender el peligro que había corrido.
Poco le había faltado para perderse irremisiblemente. El temible magistrado, que conocía la irritabilidad de su carácter enfermizo, se había lanzado a fondo, demasiado audazmente tal vez, pero casi sin riesgo. Sin duda, él, Raskolnikof, se había comprometido desde el primer momento, pero las imprudencias cometidas no constituían pruebas contra él, y toda su conducta tenía un valor muy relativo.
Pero ¿no se equivocaría en sus juicios? ¿Qué fin perseguía el juez de instrucción? ¿Sería verdad que le había preparado una sorpresa? ¿En qué consistiría? ¿Cómo habría terminado su entrevista con Porfirio si no se hubiese producido la espectacular aparición de Nicolás?
Porfirio no había disimulado su juego; táctica arriesgada, pero cuyo riesgo había decidido correr. Raskolnikof no dejaba de pensar en ello. Si el juez hubiera tenido otros triunfos, se los habría enseñado igualmente. ¿Qué sería aquella sorpresa que le reservaba? ¿Una simple burla o algo que tenía su significado? ¿Constituiría una prueba? ¿Contendría, por lo menos, alguna acusación…? ¿El desconocido del día anterior? ¿Cómo se explicaba que hubiera desaparecido de aquel modo? ¿Dónde estaría? Si Porfirio tenía alguna prueba, debía de estar relacionada con aquel hombre misterioso.
Raskolnikof estaba sentado en el diván, con los codos apoyados en las rodillas y la cara en las manos. Un temblor nervioso seguía agitando todo su cuerpo. Al fin se levantó, cogió la gorra, se detuvo un momento para reflexionar y se dirigió a la puerta.
Consideraba que, por lo menos durante todo aquel día, estaba fuera de peligro. De pronto experimentó una sensación de alegría y le acometió el deseo de trasladarse lo más rápidamente posible a casa de Catalina Ivanovna.
Desde luego, era ya demasiado tarde para ir al entierro, pero llegaría a tiempo para la comida y vería a Sonia.
Volvió a detenerse para reflexionar y esbozó una sonrisa dolorosa.
—Hoy, hoy —murmuró—. Hoy mismo. Es necesario…
Ya se disponía a abrir la puerta, cuando ésta se abrió sin que él la tocase.
Se estremeció y retrocedió rápidamente. La puerta se fue abriendo poco a poco, sin ruido, y de súbito apareció la figura del personaje del día anterior, del hombre que parecía haber surgido de la tierra.
El desconocido se detuvo en el umbral, miró en silencio a Raskolnikof ydio un paso hacia el interior del aposento.
Vestía exactamente igual que la víspera, pero su semblante y la expresión de su mirada habían cambiado. Parecía profundamente apenado. Tras unos segundos de silencio, lanzó un suspiro. Sólo le faltaba llevarse la mano a la mejilla y volver la cabeza para parecer una pobre mujer desolada.
—¿Qué desea usted? —preguntó Raskolnikof, paralizado de espanto.
El recién llegado no contestó. De pronto hizo una reverencia tan profunda, que su mano derecha tocó el suelo.
—¿Qué hace usted? —exclamó Raskolnikof.
—Me siento culpable —dijo el desconocido en voz baja.
—¿De qué?
—De pensar mal.
Cruzaron una mirada.
—Yo no estaba tranquilo…Cuando llegó usted, el otro día, seguramente embriagado, y dijo a los porteros que lo llevaran a la comisaría, después de haber interrogado a los pintores sobre las manchas de sangre, me contrarió que no le hicieran caso por creer que estaba usted bebido. Esto me atormentó de tal modo, que no pude dormir. Y como me acordaba de su dirección, decidimos venir ayer a preguntar…
—¿Quién vino? —le interrumpió Raskolnikof, que empezaba a comprender.
—Yo. Por lo tanto, soy yo el que le insultó.
—Entonces, ¿vive usted en aquella casa?
—Sí, y estaba en el portal con otras personas. ¿No se acuerda? Hace ya mucho tiempo que vivo y trabajo en aquella casa. Tengo el oficio de peletero.
Lo que más me inquieta es…
Raskolnikof se acordó de súbito de toda la escena de la antevíspera.
Efectivamente, en el portal, además de los porteros, había varias personas, hombres y mujeres. Uno de los hombres había dicho que debían llevarle a la comisaría. No recordaba cómo era el que había manifestado este parecer —ni siquiera ahora podía reconocerle—, pero estaba seguro de haberse vuelto hacia él y haber respondido algo…
Se había aclarado el inquietante misterio del día anterior. Y lo más notable era que había estado a punto de perderse por un hecho tan insignificante.
Aquel hombre únicamente podía haber revelado que él, Raskolnikof, había ido allí para alquilar una habitación y hecho ciertas preguntas sobre las manchasde sangre. Por consiguiente, esto era todo lo que Porfirio Petrovitch podía saber; es decir, que tenía conocimiento de su acceso de delirio, pero de nada más, a pesar de su «arma psicológica de dos filos». En resumidas cuentas, que no sabía nada positivo. De modo que, si no surgían nuevos hechos (y no debían surgir), ¿qué le podían hacer? Aunque llegaran a detenerle, ¿cómo podrían confundirle? Otra cosa que podía deducirse era que Porfirio acababa de enterarse de su visita a la vivienda de las víctimas. Antes de ver al peletero no sabía nada.
—¿Ha sido usted el que le ha contado hoy a Porfirio mi visita a aquella casa? —preguntó, obedeciendo a una idea repentina.
—¿Quién es Porfirio?
—El juez de instrucción.
—Sí, yo he sido. Como los porteros no fueron, he ido yo.
—¿Hoy?
—He llegado un momento antes que usted y lo he oído todo: sé cómo le han torturado.
—¿Dónde estaba usted?
—En la vivienda del juez, detrás de la puerta interior del despacho. Allí he estado durante toda la escena.
—Entonces, ¿era usted la sorpresa? Cuéntemelo todo. ¿Por qué estaba usted escondido allí?
—Pues verá —dijo el peletero—. En vista de que los porteros no querían ir a dar parte a la policía, con el pretexto de que era tarde y les pondrían de vuelta y media por haber ido a molestarlos a hora tan intempestiva, me indigné de tal modo, que no pude dormir, y ayer empecé a informarme acerca de usted.
Hoy, ya debidamente informado, he ido a ver al juez de instrucción. La primera vez que he preguntado por él, estaba ausente. He vuelto una hora después y no me ha recibido. Al fin, a la tercera vez, me han hecho pasar a su despacho. Se lo he contado todo exactamente como ocurrió. Mientras me escuchaba, Porfirio Petrovitch iba y venía apresuradamente por el despacho, golpeándose el pecho con el puño. «¡Qué cosas he de hacer por vuestra culpa, cretinos! —exclamó—. Si hubiera sabido esto antes, lo habría hecho detener.»
En seguida salió precipitadamente del despacho, llamó a alguien y se puso a hablar con él en un rincón. Después volvió a mi lado y de nuevo empezó a hacerme preguntas y a insultarme. Mientras él me dirigía reproche tras reproche, yo se lo he contado todo. Le he dicho que usted se había callado cuando yo le acusé de asesino y que no me reconoció. Él ha vuelto a sus idas y venidas precipitadas y a darse golpes en el pecho, y cuando le han anunciado austed, ha venido hacia mí y me ha dicho: «Pasa detrás de esa puerta y, oigas lo que oigas, no te muevas de ahí.» Me ha traído una silla, me ha encerrado y me ha advertido: «Tal vez te llame.» Pero cuando ha llegado Nicolás y le ha despedido a usted, en seguida me ha dicho a mí que me marchase, advirtiéndome que tal vez me llamaría para interrogarme de nuevo.
—¿Ha interrogado a Nicolás delante de ti?
—Me ha hecho salir inmediatamente después de usted, y sólo entonces ha empezado a interrogar a Nicolás.
El visitante se inclinó otra vez hasta tocar el suelo.
—Perdone mi denuncia y mi malicia.
—Que Dios lo perdone —dijo Raskolnikof.
El visitante se volvió a inclinar; aunque ya no tan profundamente, y se fue a paso lento.
«Ya no hay más que pruebas de doble sentido», se dijo Raskolnikof, y salió de su habitación reconfortado.
«Ahora, a continuar la lucha» se dijo con una agria sonrisa mientras bajaba la escalera. Se detestaba a sí mismo y se sentía humillado por su pusilanimidad.
****
Raskolnikof se levantó y quedó sentado en el diván. Con un leve gesto indicó a Rasumikhine que suspendiera el torrente de su elocuencia desordenada y las frases de consuelo que dirigía a su hermana y a su madre.
Después, cogiendo a las dos mujeres de la mano, las observó en silencio, alternativamente, por espacio de dos minutos cuando menos. Esta mirada inquietó profundamente a la madre: había en ella una sensibilidad tan fuerte, que resultaba dolorosa. Pero, al mismo tiempo, había en aquellos ojos una fijeza de insensatez. Pulqueria Alejandrovna se echó a llorar. Avdotia Romanovna estaba pálida y su mano temblaba en la de Rodia.
—Volved a vuestro alojamiento…con él —dijo Raskolnikof con voz entrecortada y señalando a Rasumikhine—. Ya hablaremos mañana. ¿Hace mucho que habéis llegado?
—Esta tarde, Rodia —repuso Pulqueria Alejandrovna—. El tren se ha retrasado. Pero oye, Rodia: no te dejaré por nada del mundo; pasaré la noche aquí, cerca de…
—¡No me atormentéis! —la interrumpió el enfermo, irritado.
—Yo me quedaré con él —dijo al punto Rasumikhine—, y no te dejaré solo ni un segundo. Que se vayan al diablo mis invitados. No me importa que les sepa mal. Allí estará mi tío para atenderlos.
—¿Cómo podré agradecérselo? —empezó a decir Pulqueria Alejandrovna estrechando las manos de Rasumikhine.
Pero su hijo la interrumpió:
—¡Basta, basta! No me martiricéis. No puedo más.
—Vámonos, mamá. Salgamos aunque sólo sea un momento —murmuró
Dunia, asustada—. No cabe duda de que nuestra presencia te mortifica.
—¡Que no pueda quedarme a su lado después de tres años de separación!
—gimió Pulqueria Alejandrovna, bañada en lágrimas.
—Esperad un momento —dijo Raskolnikof—. Como me interrumpís, pierdo el hilo de mis ideas. ¿Habéis visto a Lujine?
—No, Rodia; pero ya sabe que hemos llegado. Ya nos hemos enterado de que Piotr Petrovitch ha tenido la atención de venir a verte hoy —dijo con cierta cortedad Pulqueria Alejandrovna.
—Sí, ha sido muy amable…Oye, Dunia, he dicho a ese hombre que lo ibaa tirar por la escalera y lo he mandado al diablo.
—¡Oh Rodia! ¿Por qué has hecho eso? Seguramente tú…No creerás que…
—balbuceó Pulqueria Alejandrovna, aterrada.
Pero una mirada dirigida a Dunia le hizo comprender que no debía continuar. Avdotia Romanovna miraba fijamente a su hermano y esperaba sus explicaciones. Las dos mujeres estaban enteradas del incidente por Nastasia, que lo había contado a su modo, y se hallaban sumidas en una amarga perplejidad.
—Dunia —dijo Raskolnikof, haciendo un gran esfuerzo—, no quiero que se lleve a cabo ese matrimonio. Debes romper mañana mismo con Lujine y que no vuelva a hablarse de él.
—¡Dios mío! —exclamó Pulqueria Alejandrovna.
—Piensa lo que dices, Rodia; —replicó Avdotia Romanovna, con una cólera que consiguió ahogar en seguida—. Sin duda, tu estado no lo permite…
Estás fatigado —terminó con acento cariñoso.
—¿Crees que deliro? No: tú te quieres casar con Lujine por mí. Y yo no acepto tu sacrificio. Por lo tanto, escríbele una carta diciéndole que rompes con él. Dámela a leer mañana, y asunto concluido.
—Yo no puedo hacer eso —replicó la joven, ofendida—. ¿Con qué
derecho…?
—Tú también pierdes la calma, Dunetchka —dijo la madre, aterrada y tratando de hacer callar a su hija—. Mañana hablaremos. Ahora lo que debemos hacer es marcharnos.
—No estaba en su juicio —exclamó Rasumikhine con una voz que denunciaba su embriaguez—. De lo contrario, no se habría atrevido a hacer una cosa así. Mañana habrá recobrado la razón. Pero hoy lo ha echado de aquí.
El otro, como es natural, se ha indignado…Estaba aquí discurseando y exhibiendo su sabiduría y se ha marchado con el rabo entre piernas.
—O sea ¿que es verdad? —dijo Dunia, afligida—. Vamos, mamá…Buenas noches, Rodia.
—No olvides lo que te he dicho, Dunia —dijo Raskolnikof reuniendo sus últimas fuerzas—. Yo no deliro. Ese matrimonio es una villanía. Yo puedo ser un infame, pero tú no debes serlo. Basta con que haya uno. Pero, por infame que yo sea, renegaría de ti. O Lujine o yo…Ya os podéis marchar.
—O estás loco o eres un déspota —gruñó Rasumikhine.
Raskolnikof no le contestó, acaso porque ya no le quedaban fuerzas.Se había echado en el diván y se había vuelto de cara a la pared,
completamente extenuado. Avdotia Romanovna miró atentamente a Rasumikhine. Sus negros ojos centellearon, y Rasumikhine se estremeció bajo aquella mirada. Pulqueria Alejandrovna estaba perpleja.
—No puedo marcharme —murmuró a Rasumikhine, desesperada—.Me quedaré aquí, en cualquier rincón. Acompañe a Dunia.
—Con eso no hará sino empeorar las cosas —respondió Rasumikhine, también en voz baja y fuera de sí—. Salgamos a la escalera. Nastasia, alúmbranos. Le juro —continuó a media voz cuando hubieron salido— que ha estado a punto de pegarnos al doctor y a mí. ¿Comprende usted? ¡Incluso al doctor! Éste ha cedido por no irritarle, y se ha marchado. Yo me he ido al piso de abajo, a fin de vigilarle desde allí. Pero él ha procedido con gran habilidad y ha logrado salir sin que yo le viese. Y si ahora se empeña usted en seguir irritándole, se irá igualmente, o intentará suicidarse.
—¡Oh! ¿Qué dice usted?
—Por otra parte, Avdotia Romanovna no puede permanecer sola en ese fonducho donde se hospedan ustedes. Piense que están en uno de los lugares más bajos de la ciudad. Ese bribón de Piotr Petrovitch podía haberles buscado un alojamiento más conveniente… ¡Ah! Estoy un poco achispado, ¿sabe? Por eso empleo palabras demasiado…expresivas. No haga usted demasiado caso.
—Iré a ver a la patrona —dijo Pulqueria Alejandrovna— y le suplicaré que nos dé a Dunia y a mí un rincón cualquiera para pasar la noche. No puedo dejarlo así, no puedo.
Hablaban en el rellano, ante la misma puerta de la patrona. Nastasia permanecía en el último escalón, con una luz en la mano. Rasumikhine daba muestras de gran agitación. Media hora antes, cuando acompañaba a Raskolnikof, estaba muy hablador (se daba perfecta cuenta de ello), pero fresco y despejado, a pesar de lo mucho que había bebido. Ahora sentía una especie de exaltación: el vino ingerido parecía actuar de nuevo en él, y con redoblado efecto. Había cogido a las dos mujeres de la mano y les hablaba con una vehemencia y una desenvoltura extraordinarias. Casi a cada palabra, sin duda para mostrarse más convincente, les apretaba la mano hasta hacerles daño, y devoraba a Avdotia Romanovna con los ojos del modo más impúdico.
A veces, sin poder soportar el dolor, las dos mujeres libraban sus dedos de la presión de las enormes y huesudas manos; pero él no se daba cuenta y seguía martirizándolas con sus apretones. Si en aquel momento ellas le hubieran pedido que se arrojara de cabeza por la escalera, él lo habría hecho sin discutir ni vacilar. Pulqueria Alejandrovna no dejaba de advertir que Rasumikhine era un hombre algo extravagante y que le apretaba demasiado enérgicamente la mano, pero la actitud y el estado de su hijo la tenían tan trastornada, que noquería prestar atención a los extraños modales de aquel joven que había sido para ella la Providencia en persona.
Avdotia Romanovna, aun compartiendo las inquietudes de su madre respecto a Rodia, y aunque no fuera de temperamento asustadizo, estaba sorprendida e incluso atemorizada al ver fijarse en ella las miradas ardorosas del amigo de su hermano, y sólo la confianza sin límites que le habían infundido los relatos de Nastasia acerca de aquel joven le permitía resistir a la tentación de huir arrastrando con ella a su madre.
Además, comprendía que no podían hacer tal cosa en aquellas circunstancias. Y, por otra parte, su intranquilidad desapareció al cabo de diez minutos. Rasumikhine, fuera cual fuere el estado en que se encontrase, se manifestaba tal cual era desde el primer momento, de modo que quien lo trataba sabía en el acto a qué atenerse.
—De ningún modo deben ustedes ir a ver a la patrona —exclamó Rasumikhine dirigiéndose a Pulqueria Alejandrovna—. Lo que usted pretende es un disparate. Por muy madre de él que usted sea, lo exasperaría quedándose aquí, y sabe Dios las consecuencias que eso podría tener. Escuchen; he aquí lo que he pensado hacer: Nastasia se quedará con él un momento, mientras yo las llevo a ustedes a su casa, pues dos mujeres no pueden atravesar solas las calles de Petersburgo…En seguida, en una carrera, volveré aquí, y un cuarto de hora después les doy mi palabra de honor más sagrada de que iré a informarlas de cómo va la cosa, de si duerme, de cómo está, etcétera…Luego, óiganme bien, iré en un abrir y cerrar de ojos de la casa de ustedes a la mía, donde he dejado algunos invitados, todos borrachos, por cierto. Entonces cojo a Zosimof, que es el doctor que asiste a Rodia y que ahora está en mi casa…Pero él no está bebido. Nunca está bebido. Lo traeré a ver a Rodia, y de aquí lo llevaré inmediatamente a casa de ustedes. Así, ustedes recibirán noticias dos veces en el espacio de una hora: primero noticias mías y después noticias del doctor en persona. ¡Del doctor! ¿Qué más pueden pedir? Si la cosa va mal, yo les juro que voy a buscarlas y las traigo aquí; si la cosa va bien, ustedes se acuestan y ¡a dormir se ha dicho…! Yo pasaré la noche aquí, en el vestíbulo. Él no se enterará. Y haré que Zosimof se quede a dormir en casa de la patrona: así lo tendremos a mano…Porque, díganme: ¿a quién necesita más Rodia en estos momentos: a ustedes o al doctor? No cabe duda de que el doctor es más útil para él, mucho más útil…Por lo tanto, vuélvanse a casa. Además, ustedes no pueden quedarse en el piso de la patrona. Yo puedo, pero ustedes no: ella no lo querrá, porque…porque es una necia. Tendría celos de Avdotia Romanovna, celos a causa de mi persona, ya lo saben. Y, a lo mejor, también tendría celos de usted, Pulqueria Alejandrovna. Pero de su hija no me cabe la menor duda de que los tendría. Es una mujer muy rara…Bien es verdad que también yo soy un estúpido… ¡Pero no me importa…! Bueno, vamos. Porque me creen,¿verdad? Díganme: ¿me creen o no me creen?
—Vamos, mamá —dijo Avdotia Romanovna—. Hará lo que dice. Es el salvador de Rodia, y si el doctor ha prometido pasar aquí la noche, ¿qué más podemos pedir?
—¡Ah! Usted me comprende porque es un ángel —exclamó Rasumikhine en una explosión de entusiasmo—. Vámonos. Nastasia, entra en la habitación con la luz y no te muevas de su lado. Dentro de un cuarto de hora estoy de vuelta.
Pulqueria Alejandrovna, aunque no del todo convencida, no hizo la menor objeción. Rasumikhine las cogió a las dos del brazo y se las llevó escaleras abajo. La madre de Rodia no estaba muy segura de que el joven cumpliera lo prometido. «Sin duda es listo y tiene buenos sentimientos. Pero ¿se puede confiar en la palabra de un hombre que se halla en semejante estado?
—Ya entiendo: ustedes creen que estoy bebido —dijo el joven, adivinando los pensamientos de las dos mujeres y mientras daba tales zancadas por la acera, que ellas a duras penas podían seguirle, cosa que él no advertía—. Eso es absurdo…Quiero decir que, aunque esté borracho perdido, esto no importa en absoluto. Estoy borracho, sí, pero no de bebida. Lo que me ha trastornado ha sido la llegada de ustedes: me ha producido el mismo efecto que si me dieran un golpe en la cabeza…Sin embargo, esto no excluye mi responsabilidad…No me hagan caso, pues soy indigno de ustedes completamente indigno…Y tan pronto como las haya dejado en casa, me acercaré al canal y me echaré dos cubos de agua en la cabeza. Entonces se me pasará todo… ¡Si ustedes supieran cuánto las quiero a las dos! No se enfaden, no se rían…De la última persona de quien deben ustedes burlarse es de mí. Yo soy amigo de él. Tenía el presentimiento de que sucedería lo que ha sucedido.
El año pasado ya lo presentí…Pero no, no pude presentirlo el año pasado, porque, al verlas a ustedes, he tenido la impresión de que me caían del cielo…
Yo no dormiré esta noche…Ese Zosimof temía que Rodia perdiera la razón.
Por eso les he dicho que no deben contrariarle.
—Pero ¿qué dice usted? —exclamó la madre.
—¿De veras ha dicho eso el doctor? —preguntó Avdotia Romanovna, aterrada.
—Lo ha dicho, pero no es verdad. No, no lo es. Incluso le ha dado unos sellos; yo lo he visto. Cuando se los daba, ya debían de haber llegado ustedes…Por cierto que habría sido preferible que llegasen mañana…Hemos hecho bien en marcharnos…Dentro de una hora, como les he dicho, el mismo Zosimof irá a darles noticias…Y él no estará bebido, y yo tampoco lo estaré entonces…Pero ¿saben por qué he bebido tanto? Porque esos malditos me hanobligado a discutir… ¡Y eso que me había jurado a mí mismo no tomar parte jamás en discusiones…! Pero ¡dicen unas cosas tan absurdas…! He estado a punto de pegarles. He dejado a mi tío en mi lugar para que los atienda…
Aunque no lo crean ustedes, son partidarios de la impersonalidad. No hay que ser jamás uno mismo. Y a esto lo consideran el colmo del progreso. Si los disparates que dicen fueran al menos originales…Pero no…
—Óigame —dijo tímidamente Pulqueria Alejandrovna. Pero con esta interrupción no consiguió sino enardecer más todavía a Rasumikhine.
—No, no son originales —prosiguió el joven, levantando más aún la voz
—. ¿Y qué creen ustedes: que yo les detesto porque dicen esos absurdos? Pues no: me gusta que se equivoquen. En esto radica la superioridad del hombre sobre los demás organismos. Así llega uno a la verdad. Yo soy un hombre, y lo soy precisamente porque me equivoco. Nadie llega a una verdad sin haberse equivocado catorce veces, o ciento catorce, y esto es, acaso, un honor para el género humano. Pero no sabemos ser originales ni siquiera para equivocarnos.
Un error original acaso valga más que una verdad insignificante. La verdad siempre se encuentra; en cambio, la vida puede enterrarse para siempre.
Tenemos abundantes ejemplos de ello. ¿Qué hacemos nosotros en la actualidad? Todos, todos sin excepción, nos hallamos, en lo que concierne a la ciencia, la cultura, el pensamiento, la invención, el ideal, los deseos, el liberalismo, la razón, la experiencia y todo lo demás, en una clase preparatoria del instituto, y nos contentamos con vivir con el espíritu ajeno… ¿Tengo razón o no la tengo? Díganme: ¿tengo razón?
Rasumikhine dijo esto a grandes voces, sacudiendo y apretando las manos de las dos mujeres.
—¿Qué sé yo, Dios mío? —exclamó la pobre Pulqueria Alejandrovna.
Y Avdotia Romanovna repuso gravemente:
—Ha dicho usted muchas verdades, pero yo no estoy de acuerdo con usted en todos los puntos.
Apenas había terminado de pronunciar estas palabras, lanzó un grito de dolor provocado por un apretón de manos demasiado enérgico.
Rasumikhine exclamó, en el colmo del entusiasmo:
—¡Ha reconocido usted que tengo razón! Después de esto, no puedo menos de declarar que es usted un manantial de bondad, de buen juicio, de pureza y de perfección. Deme su mano, ¡démela…! Y usted deme también la suya. Quiero besarlas. Ahora mismo y de rodillas.
Y se arrodilló en medio de la acera, afortunadamente desierta a aquella hora.—¡Basta, por favor! ¿Qué hace usted? —exclamó, alarmada, Pulqueria Alejandrovna.
—¡Levántese, levántese! —dijo Dunia, entre divertida e inquieta.
—Por nada del mundo me levantaré si no me dan ustedes la mano…Así.
Esto es suficiente. Ahora ya puedo levantarme. Sigamos nuestro camino…Yo soy un pobre idiota indigno de ustedes, un miserable borracho. Pero inclinarse ante ustedes constituye un deber para todo hombre que no sea un bruto rematado. Por eso me he inclinado yo…Bueno, aquí tienen su casa. Después de ver esto, uno ha de pensar que Rodion ha hecho bien en poner a Piotr Petrovitch en la calle. ¿Cómo se habrá atrevido a traerlas a un sitio semejante?
¡Es bochornoso! Ustedes no saben la gentuza que vive aquí. Sin embargo, usted es su prometida. ¿Verdad que es su prometida? Pues bien, después de haber visto esto, yo me atrevo a decirle que su prometido es un granuja.
—Escuche, señor Rasumikhine —comenzó a decir Pulqueria Alejandrovna—. Se olvida usted…
—Sí, sí; tiene usted razón —se excusó el estudiante—; me he olvidado de algo que no debí olvidar, y estoy verdaderamente avergonzado. Pero usted no debe guardarme rencor porque haya hablado así, pues he sido franco. No crea que lo he dicho por…No, no; eso sería una vileza…Yo no lo he dicho para…
No, no me atrevo a decirlo…Cuando ese hombre vino a ver a Rodia, comprendimos muy pronto que no era de los nuestros. Y no porque se hubiera hecho rizar el pelo en la peluquería, ni porque alardease de sus buenas relaciones, sino porque es mezquino e interesado, porque es falso y avaro como un judío. ¿Creen ustedes que es inteligente? Pues se equivocan: es un necio de pies a cabeza. ¿Acaso es ése el marido que le conviene…? ¡Dios santo! Óiganme —dijo, deteniéndose de pronto, cuando subían la escalera—: en mi casa todos están borrachos, pero son personas de nobles sentimientos, y a pesar de los absurdos que decimos (pues yo los digo también), llegaremos un día a la verdad, porque vamos por el buen camino. En cambio, Piotr Petrovitch…, en fin, su camino es diferente. Hace un momento he insultado a mis amigos, pero los aprecio. Los aprecio a todos, incluso a Zamiotof. No es que sienta por él un gran cariño, pero sí cierto afecto: es una criatura. Y también aprecio a esa mole de Zosimof, pues es honrado y conoce su oficio…
En fin, basta de esta cuestión. El caso es que allí todo se dice y todo se perdona. ¿Estoy yo también perdonado aquí? ¿Sí? Pues adelante…Este pasillo lo conozco yo. He estado aquí otras veces. Allí, en el número tres, hubo un día un escándalo. ¿Dónde se alojan ustedes? ¿En el número ocho? Pues cierren bien la puerta y no abran a nadie…Volveré dentro de un cuarto de hora con noticias, y dentro de media hora con Zosimof. Bueno, me voy. Buenas noches.
—Dios mío, ¿adónde hemos venido a parar? —preguntó, ya en lahabitación, Pulqueria Alejandrovna a su hija.
—Tranquilízate, mamá —repuso Dunia, quitándose el sombrero y la mantilla—. Dios nos ha enviado a este hombre, aunque lo haya sacado de una orgía. Se puede confiar en él, te lo aseguro. Además, ¡ha hecho ya tanto por mi hermano!
—¡Ay, Dunetchka! Sabe Dios si volverá. No sé cómo he podido dejar a Rodia…Nunca habría creído que lo encontraría en tal estado. Cualquiera diría que no se ha alegrado de vernos.
Las lágrimas llenaban sus ojos.
—Eso no, mamá. No has podido verlo bien, porque no hacías más que llorar. Lo que ocurre es que está agotado por una grave enfermedad. Eso explica su conducta.
—¡Esa enfermedad, Dios mío…! ¿Cómo terminará todo esto…? Y ¡en qué tono te ha hablado!
Al decir esto, la madre buscaba tímidamente la mirada de su hija, deseosa de leer en su pensamiento. Sin embargo, la tranquilizaba la idea de que Dunia defendía a su hermano, lo que demostraba que le había perdonado.
—Estoy segura de que mañana será otro —añadió para ver qué contestaba su hija.
—Pues a mí no me cabe duda —afirmó Dunia— de que mañana pensará lo mismo que hoy.
Pulqueria Alejandrovna renunció a continuar el diálogo: la cuestión le parecía demasiado delicada.
Dunia se acercó a su madre y la rodeó con sus brazos. Y la madre estrechó apasionadamente a la hija contra su pecho.
Después, Pulqueria Alejandrovna se sentó y desde este momento esperó febrilmente la vuelta de Rasumikhine. Entre tanto observaba a su hija, que, pensativa y con los brazos cruzados, iba de un lado a otro del aposento. Así procedía siempre Avdotia Romanovna cuando tenía alguna preocupación. Y su madre jamás turbaba sus meditaciones.
No cabía duda de que Rasumikhine se había comportado ridículamente al mostrar aquella súbita pasión de borracho ante la aparición de Dunia, pero los que vieran a la joven ir y venir por la habitación con paso maquinal, cruzados los brazos, triste y pensativa, habrían disculpado fácilmente al estudiante.
Avdotia Romanovna era extraordinariamente hermosa, alta, esbelta, pero sin que esta esbeltez estuviera reñida con el vigor físico. Todos sus movimientos evidenciaban una firmeza que no afectaba lo más mínimo a sugracia femenina. Se parecía a su hermano. Su cabello era de un castaño claro; su tez, pálida, pero no de una palidez enfermiza, sino todo lo contrario; su figura irradiaba lozanía y juventud; su boca, demasiado pequeña y cuyo labio inferior, de un rojo vivo, sobresalía, lo mismo que su mentón, era el único defecto de aquel maravilloso rostro, pero este defecto daba al conjunto de la fisonomía cierta original expresión de energía y arrogancia. Su semblante era, por regla general, más grave que alegre, pero, en compensación, adquiría un encanto incomparable las contadas veces que Dunia sonreía, o reía con una risa despreocupada, juvenil, gozosa…
No era extraño que el fogoso, honesto y sencillo Rasumikhine, aquel gigante accidentalmente borracho, hubiera perdido la cabeza apenas vio a aquella mujer superior a todas las que había visto hasta entonces. Además, el azar había querido que viera por primera vez a Dunia en un momento en que la angustia, por un lado, y la alegría de reunirse con su hermano, por otro, la transfiguraban. Todo esto explica que, al advertir que el labio de Avdotia Romanovna temblaba de indignación ante las acusaciones de Rodia, Rasumikhine hubiera mentido en defensa de la joven.
El estudiante no había mentido al decir, en el curso de su extravagante charla de borracho, que la patrona de Raskolnikof, Praskovia Pavlovna, tendría celos de Dunia y, seguramente, también de Pulqueria Alejandrovna, la cual, pese a sus cuarenta y tres años, no había perdido su extraordinaria belleza. Por otra parte, parecía más joven de lo que era, como suele ocurrir a las mujeres que saben conservar hasta las proximidades de la vejez un alma pura, un espíritu lúcido y un corazón inocente y lleno de ternura. Digamos entre paréntesis que no hay otro medio de conservarse hermosa hasta una edad avanzada. Su cabello empezaba a encanecer y a aclararse; hacía tiempo que sus ojos estaban cercados de arrugas; sus mejillas se habían hundido a causa de los desvelos y los sufrimientos, pero esto no empañaba la belleza extraordinaria de aquella fisonomía. Su rostro era una copia del de Dunia, sólo que con veinte años más y sin el rasgo del labio inferior saliente. Pulqueria Alejandrovna tenía un corazón tierno, pero su sensibilidad no era en modo alguno sensiblería. Tímida por naturaleza, se sentía inclinada a ceder, pero hasta cierto punto: podía admitir muchas cosas opuestas a sus convicciones, mas había un punto de honor y de principios en los que ninguna circunstancia podía impulsarla a transigir.
Veinte minutos después de haberse marchado Rasumikhine se oyeron en la puerta dos discretos y rápidos golpes. Era el estudiante, que estaba de vuelta.
—No entro, pues el tiempo apremia —dijo apresuradamente cuando le abrieron—. Duerme a pierna suelta y con perfecta tranquilidad. Quiera Dios que su sueño dure diez horas. Nastasia está a su lado y le he ordenado que no lo deje hasta que yo vuelva. Ahora voy por Zosimof para que le eche unvistazo. Luego vendrá a informarlas y ustedes podrán acostarse, cosa que
buena falta les hace, pues bien se ve que están agotadas.
Y se fue corriendo por el pasillo.
—¡Qué joven tan avispado…y tan amable! —exclamó Pulqueria Alejandrovna, complacida.
—Yo creo que es una excelente persona —dijo Dunia calurosamente y reanudando sus paseos por la habitación.
Alrededor de una hora después, volvieron a oírse pasos en el corredor y de nuevo golpearon la puerta. Esta vez las dos mujeres habían esperado con absoluta confianza la segunda visita de Rasumikhine, cuya palabra ya no ponían en duda. En efecto, era él y le acompañaba Zosimof. Éste no había vacilado en dejar la reunión para ir a ver al enfermo. Sin embargo, Rasumikhine había tenido que insistir para que accediera a visitar a las dos mujeres: no se fiaba de su amigo, cuyo estado de embriaguez era evidente.
Pero pronto se tranquilizó, e incluso se sintió halagado, al ver que, en efecto, se le esperaba como a un oráculo. Durante los diez minutos que duró su visita consiguió devolver la confianza a Pulqueria Alejandrovna. Mostró gran interés por el enfermo, pero habló en un tono reservado y austero, muy propio de un médico de veintisiete años llamado a una consulta de extrema gravedad. Ni se permitió la menor digresión, ni mostró deseo alguno de entablar relaciones más íntimas y amistosas con las dos mujeres. Como apenas entró advirtiera la belleza deslumbrante de Avdotia Romanovna, procuró no prestarle la menor atención y dirigirse exclusivamente a la madre. Todo esto le proporcionaba una extraordinaria satisfacción.
Manifestó que había encontrado al enfermo en un estado francamente satisfactorio. Según sus observaciones, la enfermedad se debía no sólo a las condiciones materiales en que su paciente había vivido durante mucho tiempo, sino a otras causas de índole moral. Se trataba, por decirlo así, del complejo resultado de diversas influencias: inquietudes, cuidados, ideas, etc. Al advertir, sin demostrarlo, que Avdotia Romanovna le escuchaba con suma atención, Zosimof se extendió sobre el tema con profunda complacencia. Pulquería Alejandrovna le preguntó, inquieta, por «ciertos síntomas de locura» y el doctor repuso, con una sonrisa llena de franqueza y serenidad que se había exagerado el sentido de sus palabras. Sin duda, el enfermo daba muestras de estar dominado por una idea fija, algo así como una monomanía. Él, Zosimof, estaba entonces enfrascado en el estudio de esta rama de la medicina.
—Pero no debemos olvidar —añadió— que el enfermo ha estado hasta hoy bajo los efectos del delirio…La llegada de su familia ejercerá sobre él, seguramente, una influencia saludable, siempre que se tenga en cuenta que hay que evitarle nuevas emociones.Con estas palabras, dichas en un tono significativo, dio por terminada su visita. Acto seguido se levantó, se despidió con una mezcla de circunspección y cordialidad y se retiró acompañado de un raudal de bendiciones, acciones de gracias y efusivas manifestaciones de gratitud. Avdotia Romanovna incluso le tendió su delicada mano, sin que él hubiera hecho nada por provocar este gesto, y el doctor salió, encantado de la visita y más encantado aún de sí mismo.
—Mañana hablaremos. Ahora acuéstense inmediatamente —ordenó Rasumikhine mientras se iba con Zosimof—. Mañana, a primera hora, vendré a darles noticias.
—¡Qué encantadora muchacha esa Avdotia Romanovna! —dijo calurosamente Zosimof cuando estuvieron en la calle.
Al oír esto, Rasumikhine se arrojó repentinamente sobre Zosimof y le atenazó el cuello con las manos.
—¿Encantadora? ¿Has dicho encantadora? Como te atrevas a… ¿Comprendes…? ¿Comprendes lo que quiero decir…? ¿Me has entendido…?
Y lo echó contra la pared, sin dejar de zarandearle.
—¡Déjame demonio…! ¡Maldito borracho! —gritó Zosimof debatiéndose.
Y cuando Rasumikhine le hubo soltado, se quedó mirándole fijamente y lanzó una carcajada. Rasumikhine permaneció ante él, con los brazos caídos y el semblante pensativo y triste.
—Desde luego, soy un asno —dijo con trágico acento—. Pero tú eres tan asno como yo.
—Eso no, amigo; yo no soy un asno: yo no pienso en tonterías como tú.
Continuaron su camino en silencio, y ya estaban cerca de la morada de Raskolnikof, cuando Rasumikhine, que daba muestras de gran preocupación, rompió el silencio.
—Escucha —dijo a Zosimof—, tú no eres una mala persona, pero tienes una hermosa colección de defectos. Estás corrompido. Eres débil, sensual, comodón, y no sabes privarte de nada. Es un camino lamentable que conduce al cieno. Eres tan blando, tan afeminado, que no comprendo cómo has podido llegar a ser médico y, sobre todo, un médico que cumple con su deber. ¡Un doctor que duerme en lecho de plumas y se levanta por la noche para ir a visitar a un enfermo…! Dentro de dos o tres años no harás tales sacrificios…
Pero, en fin, esto poco importa. Lo que quiero decirte es lo siguiente: tú dormirás esta noche en el departamento de la patrona (he obtenido, no sin trabajo, su consentimiento) y yo en la cocina. Esto es para ti una ocasión de trabar más estrecho conocimiento con ella…No, no pienses mal. No quierodecir eso, ni remotamente…
—¡Pero si yo no pienso nada!
—Esa mujer, querido, es el pudor personificado; una mezcla de discretos silencios, timidez, castidad invencible y, al mismo tiempo, hondos suspiros. Su sensibilidad es tal, que se funde como la cera. ¡Líbrame de ella, por lo que más quieras, Zosimof! Es bastante agraciada. Me harías un favor que te lo agradecería con toda el alma. ¡Te juro que te lo agradecería!
Zosimof se echó a reír de buena gana.
—Pero ¿para qué la quiero yo?
—Te aseguro que no te ocasionará ninguna molestia. Lo único que tienes que hacer es hablarle, sea de lo que sea: te sientas a su lado y hablas. Como eres médico, puedes empezar por curarla de una enfermedad cualquiera. Te juro que no te arrepentirás…Esa mujer tiene un clavicordio. Yo sé un poco de música y conozco esa cancioncilla rusa que dice «Derramo lágrimas amargas».
Ella adora las canciones sentimentales. Así empezó la cosa. Tú eres un maestro del teclado, un Rubinstein. Te aseguro que no te arrepentirás.
—Pero oye: ¿le has hecho alguna promesa…?, ¿le has firmado algún papel…?, ¿le has propuesto el matrimonio?
—Nada de eso, nada en absoluto…No, esa mujer no es lo que tú crees.
Porque Tchebarof ha intentado…
—Entonces, la plantas y en paz.
—Imposible.
—¿Por qué?
—Pues…porque es imposible, sencillamente…Uno se siente atado, ¿no comprendes?
—Lo que no entiendo es tu empeño en atraértela, en ligarla a ti.
—Yo no he intentado tal cosa, ni mucho menos. Es ella la que me ha puesto las ligaduras, aprovechándose de mi estupidez. Sin embargo, le da lo mismo que el ligado sea yo o seas tú: el caso es tener a su lado un pretendiente…Es…es…No sé cómo explicarte…Mira; yo sé que tú dominas las matemáticas. Pues bien; háblale del cálculo integral. Te doy mi palabra de que no lo digo en broma; te juro que el tema le es indiferente. Ella te mirará y suspirará. Yo le he estado hablando durante dos días del Parlamento prusiano (llega un momento en que no sabe uno de qué hablarle), y lo único que ella hacía era suspirar y sudar. Pero no le hables de amor, pues podría acometerla una crisis de timidez. Limítate a hacerle creer que no puedes separarte de ella.
Esto será suficiente…Estarás como en tu casa, exactamente como en tu casa;leerás, te echarás, escribirás…Incluso podrás arriesgarte a darle un beso…, pero un beso discreto.
—Pero ¿a santo de qué he de hacer yo todo eso?
—¡Nada, que no consigo que me entiendas…! Oye: vosotros formáis una pareja perfectamente armónica. Hace ya tiempo que lo vengo pensando…Y si tu fin ha de ser éste, ¿qué importa que llegue antes o después? Te parecerá que vives sobre plumas; es ésta una vida que se apodera de uno y te subyuga; es el fin del mundo, el ancla, el puerto, el centro de la tierra, el paraíso. Crêpes suculentos, sabrosos pasteles de pescado, el samovar por la tarde, tiernos suspiros, tibios batines y buenos calentadores. Es como si estuvieses muerto y, al mismo tiempo, vivo, lo que representa una doble ventaja. Bueno, amigo mío; empiezo a decir cosas absurdas. Ya es hora de irse a dormir. Escucha: yo me despierto varias veces por la noche. Cuando me despierte, iré a echar un vistazo a Rodia. Por lo tanto, no te alarmes si me oyes subir. Sin embargo, si el corazón te lo manda, puedes ir a echarle una miradita. Y si vieras algo anormal…, delirio o fiebre, por ejemplo…, debes despertarme. Pero esto no sucederá.
A la mañana siguiente eran más de las siete cuando Rasumikhine se despertó. En su vida había estado tan preocupado y sombrío. Su primer sentimiento fue de profunda perplejidad. Jamás había podido suponer que se despertaría un día de semejante humor. Recordaba hasta los más ínfimos detalles de los incidentes de la noche pasada y se daba cuenta de que le había sucedido algo extraordinario, de que había recibido una impresión muy diferente de las que le eran familiares. Además, comprendía que el sueño que se había forjado era completamente irrealizable, tanto, que se sintió avergonzado de haberle dado cabida en su mente, y se apresuró a expulsarlo de ella, para dedicar su pensamiento a otros asuntos, a los deberes más razonables que le había legado, por decirlo así, la maldita jornada anterior.
Lo que más le abochornaba era recordar hasta qué extremo se había mostrado innoble, pues, además de estar ebrio, se había aprovechado de la situación de la muchacha para criticar ante ella, llevado de un sentimiento de celos torpe y mezquino, al hombre que era su prometido, ignorando los lazos de afecto que existían entre ellos y, en realidad, sin saber nada de aquel hombre. Por otra parte, ¿con qué derecho se había permitido juzgarle y quién le había pedido que se erigiera en juez? ¿Acaso una criatura como Avdotia Romanovna podía entregarse a un hombre indigno sólo por el dinero? No, nocabía duda de que Piotr Petrovitch poseía alguna cualidad.
¿El alojamiento? Él no podía saber lo que era aquella casa. Les había buscado hospedaje; por lo tanto, había cumplido su deber. ¡Ah, qué miserable era todo aquello, y qué inadmisible la razón con que intentaba justificarse: su estado de embriaguez!
Esta excusa le envilecía más aún. La verdad está en la bebida; por lo tanto, bajo la influencia del alcohol, él había revelado toda la vileza de su corazón deleznable y celoso.
¿Podía permitirse un hombre como él concebir tales sueños? ¿Qué era él, en comparación con una joven como Avdotia Romanovna? ¿Cómo podía compararse con ella el borracho charlatán y grosero de la noche anterior?
Imposible imaginar nada más vergonzoso y cómico a la vez que una unión entre dos seres tan dispares.
Rasumikhine enrojeció ante estas ideas. Y, de pronto, como hecho adrede, se acordó de que la noche pasada había dicho en el rellano de la escalera que la patrona tendría celos de Avdotia Romanovna…Este pensamiento le resultó tan intolerable, que dio un fuerte puñetazo en la estufa de la cocina. Tan violento fue el golpe, que se hizo daño en la mano y arrancó un ladrillo.
—Ciertamente —balbuceó a media voz un minuto después profundamente avergonzado—, estas torpezas ya no se pueden evitar ni reparar. Por lo tanto, es inútil pensar en ello…Lo más prudente será que me presente en silencio, cumpla mis deberes sin desplegar los labios y…que me excuse con el mutismo…Naturalmente, todo está perdido.
Sin embargo, dedicó un cuidado especial a su indumentaria. Examinó su traje. No tenía más que uno, pero se lo habría puesto aunque tuviera otros. Sí, se lo habría puesto expresamente. Sin embargo, exhibir cínicamente una descuidada suciedad habría sido un acto de mal gusto. No tenía derecho a mortificar con su aspecto a otras personas, y menos a unas personas que le necesitaban y le habían rogado que fuera a verlas.
Cepilló cuidadosamente su traje. Su ropa interior estaba presentable, como de costumbre (Rasumikhine era intransigente en cuanto a la limpieza de la ropa interior). Procedió a lavarse concienzudamente. Nastasia le dio jabón y él lo utilizó para el cuello, la cabeza y —esto sobre todo— las manos. Pero cuando llegó el momento de decidir si debía afeitarse (Praskovia Pavlovna poseía excelentes navajas de afeitar heredadas de su difunto esposo, el señor Zarnitzine), se dijo que no lo haría, y se lo dijo incluso con cierta aspereza.
«No, me mostraré tal cual soy. Podrían suponer que me he afeitado para…
Sí, seguro que lo pensarían…No, no me afeitaré por nada del mundo. Y menos teniendo el convencimiento de que soy un grosero, un mal educado, un…
Admitamos que me considero, cosa que en cierto modo es verdad, un hombre honrado, o poco menos. ¿Puedo enorgullecerme de esta honradez? Todo elmundo debe ser honrado y más que honrado…Además (bien lo recuerdo), yo tuve aquellas cosillas…, no deshonrosas, desde luego, pero… ¡Y qué ideas me asaltan a veces…! ¿Cómo poner al lado de todo esto a Avdotia Romanovna…?
¡Bueno, que se vaya al diablo…! Me importa un comino…Haré cuanto esté en mi mano para mostrarme tan grosero y desagradable como me sea posible, y no me importa lo que puedan pensar.» _
En esto apareció Zosimof. Había pasado la noche en el salón de Praskovia Pavlovna y se disponía a volver a su casa. Rasumikhine le dijo que Raskolnikof dormía a pierna suelta. Zosimof dispuso que no se le despertara y prometió volver a las once.
—Pero veremos si lo encuentro aquí —añadió—. ¡Demonio de hombre!
¡Un paciente que no obedece al médico! ¡Estudie usted una carrera para esto!
¿Sabes si irá a ver a su madre y a su hermana, o si ellas vendrán aquí?
—Creo que vendrán ellas —repuso Rasumikhine, que había comprendido la finalidad de la pregunta—. Sin duda, tendrán que hablar de asuntos de familia. Por lo cual, me marcharé. Tú, como eres el médico, tienes más derechos que yo.
—Yo soy el médico, pero no el confesor. Vendré sólo un momento. No puedo dedicarme exclusivamente a ellas: tengo mucho trabajo.
—Estoy preocupado por una cosa —dijo Rasumikhine pensativo y con cara sombría—. Ayer, como estaba bebido, no pude poner freno a mi lengua y dije mil estupideces. Una de ellas fue que tú temías que los síntomas que Rodion presentaba fueran un anuncio de…demencia. Así se lo manifesté al mismo Rodia.
—Y también a su hermana y a su madre, ¿no?
—Sí…Yo sé que esto fue una idiotez y que merecería que me abofetearan.
Pero, entre nosotros, ¿has pensado en ello seriamente?
—¡Seriamente…seriamente…! Tú mismo me lo describiste como un maniático cuando me trajiste a su casa…Y ayer lo trastornamos con nuestra conversación sobre el pintor de paredes. ¡Buen tema para tratarlo con un hombre cuya locura puede haber sido provocada por este suceso…! Si hubiese sabido exactamente lo que había pasado en la comisaría, si hubiese estado enterado del detalle de que un canalla le había herido con sus sospechas, habría evitado semejante conversación. Estos maníacos hacen un océano de una gota de agua y toman por realidades los disparates que imaginan. Ahora, gracias a lo que nos contó anoche en tu casa Zamiotof, ya comprendo muchas cosas. Sí. Conozco el caso de un hombre de cuarenta años, afectado de hipocondría, que un día no pudo soportar las travesuras cotidianas de un niño de ocho años y lo estranguló. Y ahora nos enfrentamos con un hombrereducido a la miseria y que se ve en el trance de sufrir las insolencias de un policía. Añadamos a esto la enfermedad que le minaba y el efecto de la grave sospecha. Piensa que se trata de un caso de hipocondría en último grado, de un sujeto orgulloso en extremo: ahí tenemos la base del mal… ¡Bueno, que se vaya todo al diablo! ¡Ah!, a propósito: ese Zamiotof es un gran muchacho, pero ha cometido una torpeza contando todo esto. Es un charlatán incorregible.
—Pero ¿a quién lo ha contado? A ti y a mí.
—Y a Porfirio.
—¡Bah! No hay ningún mal en que Porfirio lo sepa.
—Oye: ¿tienes alguna influencia sobre la madre y la hermana? Habría que recomendarles que hoy fueran prudentes con él.
—Ya se las arreglarán —repuso Rasumikhine, visiblemente contrariado.
—¿Por qué atacaría tan furiosamente a ese Lujine? Es un hombre acomodado y que no parece desagradar a las mujeres…No andan bien de dinero, ¿verdad?
—¡Esto es todo un interrogatorio! —exclamó Rasumikhine fuera de sí—.¿Cómo puedo yo saber lo que ellos tienen en el pensamiento? Pregúntaselo a ellas: tal vez te lo digan.
—¡Qué arranques de brutalidad tienes a veces! Por lo visto, todavía no se te ha pasado del todo la borrachera. Adiós. Da las gracias de mi parte a Praskovia Pavlovna por su hospitalidad. Se ha encerrado en su habitación y no ha respondido a mis buenos días. Esta mañana se ha levantado a las siete y ha hecho que le entraran el samovar al dormitorio. No he tenido el honor de verla.
A las nueve en punto llegó Rasumikhine a la pensión Bakaleev. Las dos mujeres le esperaban desde hacía un buen rato con impaciencia febril. Se habían levantado a las siete y media. El estudiante entró en la casa con cara sombría, saludó torpemente y esta torpeza le hizo enrojecer. Pero ocurrió algo que no tenía previsto. Pulqueria Alejandrovna se arrojó sobre él, le cogió las manos y poco faltó para que se las besara. Rasumikhine dirigió una tímida mirada a Avdotia Romanovna. Pero aquel altivo rostro expresaba un reconocimiento tan profundo y una simpatía tan afectuosa (en vez de las miradas burlonas y llenas de un desprecio mal disimulado que esperaba recibir), que su confusión no tuvo límites. Sin duda se habría sentido menos violento si le hubieran acogido con reproches. Afortunadamente, tenía un tema de conversación obligado y se apresuró a echar mano de él.
Cuando se enteró de que su hijo seguía durmiendo y las cosas no podían ir mejor, Pulqueria Alejandrovna manifestó que lo celebraba de veras, puesdeseaba conferenciar con Rasumikhine sobre cuestiones urgentes antes de ir a ver a Rodia.
Acto seguido preguntó al visitante si había tomado el té, y, ante su respuesta negativa, la madre y la hija le invitaron a tomarlo con ellas, ya que le habían esperado para desayunarse.
Avdotia Romanovna hizo sonar la campanilla y acudió un desastrado sirviente. Se le encargó el té, y cómo lo serviría, que las dos mujeres se sonrojaron. Rasumikhine estuvo a punto de echar pestes de la pensión, pero se acordó de Lujine, se sintió avergonzado y nada dijo. Incluso se alegró cuando las preguntas de Pulqueria Alejandrovna empezaron a caer sobre él como una granizada. Interrogado e interrumpido a cada momento, estuvo tres cuartos de hora dando explicaciones. Contó cuanto sabía de la vida de Rodion Romanovitch durante el año último, y terminó con un relato detallado de la enfermedad de su amigo. Pasó por alto todo aquello que no convenía referir, como, por ejemplo, la escena de la comisaría, con todas sus consecuencias.
Las dos mujeres le escucharon con ávida atención. Sin embargo, cuando él creyó que había dado todos los detalles susceptibles de interesarlas y, por lo tanto, consideraba cumplida su misión, advirtió que ellas no opinaban así y que habían escuchado su largo relato simplemente como un preámbulo.
—Dígame —dijo vivamente Pulqueria Alejandrovna—, ¿qué juzga usted…? ¡Oh, perdón…! No conozco todavía su nombre.
—Dmitri Prokofitch.
—Pues bien, Dmitri Prokofitch; yo quisiera saber…cuáles son las opiniones de Rodia, sus ideas, en estos momentos…Es decir…, compréndame…¡Oh!, no sé cómo decírselo…Mire, yo quisiera saber qué es lo que le gusta y lo que no le gusta…, y si siempre está tan irritado como anoche…, y cuáles son sus deseos, mejor dicho, sus sueños y ambiciones…, y qué es lo que más influye en su ánimo en estos momentos…En una palabra, yo quisiera saber…
—Pero, mamá —le interrumpió Dunia—, ¿quién puede responder a ese torrente de preguntas?
—¡Es verdad, Dios mío! ¡Es que estaba tan lejos de esperar encontrarlo así!
—Sin embargo —dijo Rasumikhine—, esos cambios son muy naturales.
Yo no tengo madre, pero sí un tío que viene todos los años a verme. Y siempre me encuentra transformado, incluso físicamente…Bueno, lo importante es que han ocurrido muchas cosas durante los tres años que han estado ustedes sin ver a Rodion. Yo lo conozco desde hace año y medio. Ha sido siempre un hombre taciturno, sombrío y soberbio. Últimamente (o tal vez esto empezó antes de loque suponemos) se ha convertido en un ser receloso y neurasténico. No es amigo de revelar sus sentimientos: prefiere mortificar a sus semejantes a mostrarse amable y expansivo con ellos. A veces se limita a aparecer frío e insensible, pero hasta tal extremo, que resulta inhumano. Es como si poseyese dos caracteres distintos y los fuera alternando. En ciertos momentos se muestra profundamente taciturno. Da la impresión de estar siempre atareado, lo que, de ser verdad, explicaría que todo el mundo le moleste, pero es lo cierto que está horas y horas acostado y sin hacer nada. No le gustan las ironías, y no porque carezca de mordacidad, sino porque sin duda le parece que no puede perder el tiempo en semejantes frivolidades. Lo que interesa a los demás, a él le es indiferente. Tiene una elevada opinión de sí mismo, a mi entender no sin razón… ¿Qué más…? ¡Ah, sí! Creo que la llegada de ustedes ejercerá sobre él una acción saludable.
—¡Quiera Dios que sea así! —exclamó Pulqueria Alejandrovna, consternada por las revelaciones de Rasumikhine acerca del carácter de su Rodia.
Al fin el joven osó mirar más francamente a Avdotia Romanovna. Mientras hablaba, le había dirigido miradas al soslayo, pero rápidas y furtivas. A veces, la joven permanecía sentada ante la mesa, escuchándolo atentamente; a veces, se levantaba y empezaba a dar sus acostumbrados paseos por la habitación, con los brazos cruzados, cerrada la boca, pensativa, haciendo de vez en cuando una pregunta, pero sin detenerse. También ella tenía la costumbre de no escuchar hasta el final a quien le hablaba. Llevaba un vestido sencillo y ligero, y en el cuello un pañuelo blanco. Rasumikhine dedujo de diversos detalles que tanto ella como su madre vivían en la mayor pobreza. Si Avdotia Romanovna hubiese ido ataviada como una reina, es muy probable que Rasumikhine no se hubiera sentido cohibido ante ella. Sin embargo, tal vez porque la veía tan modestamente vestida y se imaginaba su vida de privaciones, estaba atemorizado y vigilaba atentamente sus propios gestos y palabras, lo que aumentaba su timidez de hombre que desconfía de sí mismo.
—Nos ha dado usted —dijo Avdotia Romanovna con una sonrisa— interesantes detalles acerca del carácter de mi hermano, y lo ha hecho con toda imparcialidad. Eso está muy bien; pero yo creía que usted lo admiraba…Sin duda, como usted supone, debe de haber alguna mujer en todo esto —añadió, pensativa.
—Yo no he dicho tal cosa…, aunque tal vez tenga usted razón. Sin embargo…
—¿Qué?
—Que él no ama a nadie y tal vez no sienta amor jamás —afirmó Rasumikhine.—Es decir, que lo considera usted incapaz de amar.
—¿Sabe usted, Avdotia Romanovna, que se parece extraordinariamente, e incluso me atrevería a decir que en todo, a su hermano? —dijo Rasumikhine sin pensarlo.
Pero en seguida se acordó del juicio que acababa de expresar sobre tal hermano, y enrojeció hasta las orejas. La joven no pudo menos de echarse a reír al advertirlo.
—Es muy posible que estéis los dos equivocados en vuestro juicio sobre Rodia —dijo Pulqueria Alejandrovna, un tanto ofendida—. No hablo del presente, Dunetchka. Lo que Piotr Petrovitch nos dice en su carta y lo que tú y yo hemos sospechado acaso no sea verdad; pero usted, Dmitri Prokofitch, no puede imaginarse hasta qué extremo llega Rodia en sus fantasías y en sus caprichos…No he tenido con él un momento de tranquilidad, ni cuando era un chiquillo de quince años. Todavía le creo capaz de hacer algo que a nadie puede pasarle por la imaginación…Sin ir más lejos, hace año y medio me dio un disgusto de muerte con su decisión de casarse con la hija de su patrona, esa señora…, ¿cómo se llama…?, Zarnitzine.
—¿Conoce usted los detalles de esa historia? —preguntó Avdotia Romanovna.
—¿Cree usted —continuó con vehemencia Pulqueria Alejandrovna— que habrían podido detenerle mis lágrimas, mis súplicas, mi falta de salud, mi muerte, nuestra miseria, en fin? No, él habría pasado sobre todos los obstáculos con la mayor tranquilidad del mundo.
—Él no me ha dicho ni una sola palabra sobre este asunto —dijo prudentemente Rasumikhine—, pero yo he sabido algo por la viuda de Zarnitzine, la cual por cierto no es nada habladora. Y lo que esa señora me ha dicho es bastante extraño.
—¿Qué le ha dicho? —preguntaron las dos mujeres a la vez.
—¡Oh! Nada de particular. Lo que he sabido es que ese matrimonio, que estaba irrevocablemente decidido y que sólo la muerte de la prometida pudo impedir, no era del agrado de la señora Zarnitzine…Supe, además, que la novia era una mujer fea y enfermiza…, una joven extraña, aunque dotada de ciertas prendas. Sin duda, las debía de poseer, pues, de otro modo, no se habría comprendido que Rodia…Además, la muchacha no tenía dote…Sin embargo, él no se habría casado por interés…Es muy difícil formular un juicio.
—Estoy segura de que esa joven tenía alguna cualidad —observó lacónicamente Avdotia Romanovna.
—Que Dios me perdone, pero me alegré de su muerte, pues no sé para cuálde los dos habría sido más funesto ese matrimonio —dijo Pulqueria Alejandrovna.
Acto seguido, tímidamente, con visibles vacilaciones y dirigiendo furtivas miradas a Dunia, que no ocultaba su descontento, empezó a interrogar al joven sobre la escena que se había desarrollado el día anterior entre Rodia y Lujine.
Este incidente parecía causarle profunda inquietud, e incluso verdadero terror.
Rasumikhine refirió detalladamente la disputa, añadiendo sus propios comentarios. Acusó sin rodeos a Raskolnikof de haber insultado a Piotr Petrovitch deliberadamente y no mencionó el detalle de que la enfermedad que padecía su amigo podía disculpar su conducta.
—Había planeado todo esto antes de su enfermedad —concluyó.
—Yo pienso como usted —dijo Pulqueria Alejandrovna, desesperada.
Pero, al mismo tiempo, estaba profundamente sorprendida al ver que aquella mañana Rasumikhine hablaba de Piotr Petrovitch con la mayor moderación e incluso con cierto respeto. Avdotia Romanovna parecía no menos asombrada por este hecho. Pulqueria Alejandrovna no pudo contenerse.
—Así, ¿es ésa su opinión sobre Piotr Petrovitch?
—No puedo tener otra del futuro esposo de su hija —respondió Rasumikhine con calurosa firmeza—. Y no lo digo por pura cortesía sino porque…porque la mejor recomendación para ese hombre es que Avdotia Romanovna lo haya elegido por esposo…Si ayer llegué a injuriarle fue porque estaba ignominiosamente embriagado…y como loco; sí, como loco, completamente fuera de mí…Y hoy me siento profundamente avergonzado.
Enrojeció y se detuvo. Avdotia Romanovna se ruborizó también, pero no dijo nada. No había pronunciado una sola palabra desde que había empezado a oír hablar de Lujine.
Pero Pulqueria Alejandrovna se sentía un tanto desconcertada al faltarle la ayuda de su hija. Finalmente, manifestó, vacilando y dirigiendo continuas miradas a la joven, que había ocurrido algo que la trastornaba profundamente.
—Verá usted, Dmitri Prokofitch —comenzó a decir. Pero se detuvo y preguntó a su hija—: Debo hablar con toda franqueza a Dmitri Prokofitch, ¿verdad, Dunetchka?
—Desde luego, mamá —respondió sin vacilar Avdotia Romanovna.
—Pues es el caso…—continuó inmediatamente Pulqueria Alejandrovna, como si le hubiesen quitado una montaña de encima al autorizarla a participar su dolor—. En las primeras horas de esta mañana hemos recibido una carta de Piotr Petrovitch, en respuesta a la que le enviamos nosotras ayer anunciándolenuestra llegada. Él nos había prometido acudir a la estación a recibirnos, pero no le fue posible y nos envió a una especie de criado que nos condujo aquí.
Este hombre nos dijo que Piotr Petrovitch vendría a vernos esta mañana. Pero, en vez de venir, nos ha enviado esta carta…Lo mejor será que la lea usted.
Hay en ella un punto que me preocupa especialmente. Usted mismo verá de qué punto se trata, Dmitri Prokofitch, y me dará su sincera opinión. Usted conoce mejor que nosotros el carácter de Rodia y podrá aconsejarnos. Le advierto que Dunetchka tomó una decisión inmediatamente, pero yo no sé todavía qué hacer. Por eso le estaba esperando.
Rasumikhine desdobló la carta. Vio que estaba fechada el día anterior y leyó lo siguiente: «Señora: deseo informarle de que razones imprevistas me han impedido ir
a recibirlas a la estación. Ésta es la razón de que les enviara en mi lugar a un hombre que por su desenvoltura, me pareció indicado para el caso. Los asuntos que exigen mi presencia en el Senado me privarán igualmente del honor de visitarlas mañana por la mañana. Por otra parte, no quiero poner ninguna traba a la entrevista que habrán de celebrar, usted con su hijo, y Avdotia Romanovna con su hermano. Por lo tanto, no tendré el honor de visitarlas hasta mañana, a las ocho en punto de la noche, y les ruego encarecidamente que me eviten encontrarme con Rodion Romanovitch, que me insultó del modo más grosero cuando ayer, al saber que estaba enfermo, fui a visitarle. Esto aparte, es indispensable que hable con usted, con toda seriedad, de cierto punto sobre el que deseo conocer su opinión. Me permito advertirla de que si, a pesar de mi ruego, encuentro a Rodion Romanovitch al lado de ustedes, me veré obligado a marcharme inmediatamente y que en este caso la responsabilidad será exclusivamente de usted. Si le digo esto es porque sé positivamente que Rodion Romanovitch está en disposición de salir a la calle y, por lo tanto, puede ir a casa de ustedes. Sí, sé que su hijo, que tan enfermo parecía cuando le visité, dos horas después recobró repentinamente la salud. Y puedo asegurarlo porque lo vi con mis propios ojos en casa de un borracho que acababa de ser atropellado por un coche y que murió poco después. Por cierto que Rodion Romanovitch entregó veinticinco rublos "para el entierro" a la hija del difunto, joven cuya mala conducta es del dominio público. Esto me sorprendió sobremanera, pues no ignoro lo mucho que le ha costado a usted conseguir ese dinero.
»Le ruego que salude en mi nombre, con toda devoción, a Avdotia Romanovna y que acepte el respeto más sincero de su fiel servidor.
»LUJINE.»
—¿Qué debo hacer, Dmitri Prokofitch? —exclamó Pulqueria Alejandrovna casi con lágrimas en los ojos— ¿Cómo voy a decir a Rodia que no venga? Élnos pidió insistentemente que rompiéramos con Piotr Petrovitch, y he aquí ahora que Piotr Petrovitch me prohíbe que vea a mi hijo…Pero si yo le digo a Rodia esto, él es capaz de venir ex profeso. ¿Y qué ocurrirá entonces?
—Haga usted lo que Avdotia Romanovna juzgue más conveniente — repuso Rasumikhine en el acto y sin la menor vacilación.
—¡Dios mío! —exclamó la madre. ¡Cualquiera sabe lo que ella opina!
Dice lo que hay que hacer, pero sin explicar el motivo. Su parecer es que conviene…, no que conviene, sino que es indispensable…que Rodia venga a las ocho y se encuentre con Piotr Petrovitch…Mi intención era no decirle nada de esta carta y procurar, con la ayuda de usted, evitar que viniese… ¡Se irrita tan fácilmente…! En lo referente a ese alcohólico que ha muerto, no sé de quién se trata, y tampoco quién es esa hija a la que Rodia ha entregado un dinero que…
—Que has logrado a costa de tantos sacrificios —terminó Avdotia Romanovna.
—Ayer su estado no era normal —dijo Rasumikhine, pensativo—.Sería interesante saber lo que hizo ayer en la taberna…En efecto, me habló de un muerto y de una joven, cuando le acompañaba a su casa; pero no comprendí ni una palabra. Ayer también estaba yo…
—Lo mejor, mamá, será que vayamos ahora mismo a casa de Rodia. Allí veremos lo que conviene hacer. Además, ya es hora de que nos marchemos.
¡Más de las diez! —exclamó la joven después de echar una ojeada al precioso reloj de oro guarnecido de esmaltes que pendía de su cuello, prendido a una fina cadena de estilo veneciano. Esta joya contrastaba singularmente con el resto de su atavío. «Un regalo de su prometido», pensó Rasumikhine.
—Sí, Dunetchka, ya es hora —dijo Pulqueria Alejandrovna, aturdida e inquieta—; ya es hora de que nos vayamos. Al ver que no llegamos, podría creer que estamos disgustadas con él por la escena de anoche. ¡Dios mío, Dios mío…!
Mientras hablaba se ponía apresuradamente el sombrero y la mantilla.
Dunetchka se compuso también. Sus guantes estaban no solamente desgastados, sino agujereados, como pudo ver Rasumikhine. Sin embargo, esta evidente pobreza daba a las dos damas un aire de especial dignidad, como es corriente en las personas que saben llevar vestidos humildes. Rasumikhine contemplaba a Avdotia Romanovna con veneración y se sentía orgulloso ante la idea de acompañarla. Y pensaba que la reina que se arreglaba las medias en la prisión debía de tener más majestad en ese momento que cuando aparecía en espléndidas fiestas y magníficos desfiles.
—¡Dios mío! —exclamó Pulqueria Alejandrovna—. Nunca me habríaimaginado que pudiera causarme temor una entrevista con mi hijo, con mi querido Rodia. Pues la temo, Dmitri Prokofitch —añadió, dirigiendo al joven una tímida mirada.
—No debes inquietarte, mamá —dijo Dunia, abrazándola—. Ten confianza en él como la tengo yo.
—Confianza en él no me falta, hija —dijo la pobre mujer—. Pero no he dormido en toda la noche.
Salieron de la casa.
—¿Sabes lo que me ha pasado, Dunetchka? Que esta mañana, cuando empezaba, al fin, a quedarme dormida, la difunta Marfa Petrovna se me ha aparecido en sueños. Iba vestida de blanco. Se ha acercado a mí, me ha cogido de la mano y ha sacudido la cabeza con aire severo, como censurándome…
¿No te parece que esto es un mal presagio? ¡Dios mío! ¡Dios mío…! Oiga,
Dmitri Prokofitch: ¿sabía usted que Marfa Petrovna murió?
—¿Marfa Petrovna? No sé quién es.
—Pues sí, murió de repente. Y figúrese que…
—¡Pero, mamá; si te ha dicho que no sabe quién es!
—¿De modo que no lo sabe? ¡Y yo que creía que estaba al corriente de todo! Perdóneme, Dmitri Prokofitch. Ando trastornada estos días. Le considero a usted como nuestra Providencia; por eso le creía informado de todo lo que nos concierne. Usted es para mí como una persona de la familia…
No se enfade si le digo algo que no le guste… ¡Santo Dios! ¿Qué tiene usted en la mano derecha? ¡Está herido!
—Sí —gruñó Rasumikhine en un tono de íntima satisfacción.
—Soy tan expansiva a veces, que Dunia ha de frenarme. Pero, ¡Dios mío, en qué tabuco vive! ¿Se habrá despertado ya? Y esa mujer, su patrona, llama habitación a semejante tugurio…Oiga: ¿dice usted que no le gusta que le hablen demasiado? Entonces, tal vez le moleste yo, que… ¿Quiere darme algunos consejos, Dmitri Prokofitch? ¿Cómo debo comportarme con él? Ya ve usted que estoy completamente desorientada.
—No le haga demasiadas preguntas si lo ve usted triste. Y, sobre todo, no le hable de su salud: esto le molesta.
—¡Ah, Dmitri Prokofitch; qué duro es a veces ser madre! Ya entramos en la escalera… ¡Qué cosa tan horrible!
—Mamá, estás pálida. Cálmate —le dijo Dunia, acariciándola—. Te atormentas en balde, pues para él será una gran alegría volverte a ver —añadió con ojos resplandecientes.—Iré yo delante —dijo Rasumikhine—, para asegurarme de que está despierto.
Las dos damas subieron lentamente detrás de Rasumikhine. Cuando llegaron al cuarto piso advirtieron que la puerta del departamento de la patrona estaba entreabierta y que a través de la abertura, desde la sombra, las miraban dos ojos negros. Cuando estos ojos se encontraron con los de ellas, la puerta se cerró tan ruidosamente, que Pulqueria Alejandrovna estuvo a punto de lanzar un grito de terror.
Está mejor —les dijo Zosimof apenas las vio entrar. Zosimof estaba allí desde hacía diez minutos, sentado en el mismo ángulo del diván que ocupaba la víspera. Raskolnikof estaba sentado en el ángulo opuesto. Se hallaba completamente vestido, e incluso se había lavado y peinado, cosa que no había hecho desde hacía mucho tiempo.
El cuarto era tan reducido, que quedó lleno cuando entraron los visitantes.
Pero esto no impidió a Nastasia deslizarse tras ellos para escuchar.
Raskolnikof tenía buen aspecto en comparación con el de la víspera. Pero estaba muy pálido y su semblante expresaba un sombrío ensimismamiento. Su aspecto recordaba el de un herido o el de un hombre que acabara de experimentar un profundo dolor físico. Tenía las cejas fruncidas; los labios, contraídos; los ojos, ardientes. Hablaba poco y de mala gana, como a la fuerza, y sus gestos expresaban a veces una especie de inquietud febril. Sólo le faltaba un vendaje para parecer enteramente un herido.
Este sombrío y pálido semblante se iluminó momentáneamente al entrar la madre y la hermana. Pero la luz se extinguió muy pronto y sólo quedó el dolor.
Zosimof, que examinaba a su paciente con un interés de médico joven, observó con asombro que desde la entrada de las dos mujeres el semblante del enfermo expresaba no alegría, sino una especie de estoicismo resignado.
Raskolnikof daba la impresión de estar haciendo acopio de energías para soportar durante una o dos horas una tortura que no podía eludir. Cada palabra de la conversación que sostuvo seguidamente pareció ahondar una herida abierta en su alma. Pero, al mismo tiempo, mostró una sangre fría que asombró a Zosimof: el loco furioso de la víspera era dueño de sí mismo hasta el punto de poder disimular sus sentimientos.
—Sí; ya me doy cuenta de que estoy casi curado —dijo Raskolnikof,
abrazando cariñosamente a su madre y a su hermana, lo que llenó de alegría aPulqueria Alejandrovna—. Y no digo esto como te dije ayer —añadió,
dirigiéndose a Rasumikhine, mientras le estrechaba la mano afectuosamente.
—Estoy incluso asombrado —dijo Zosimof alegremente, pues, en sus diez minutos de charla con el enfermo, éste había llegado a desconcertarle con su lucidez—. Si la cosa continúa así, dentro de tres o cuatro días estará curado por completo y habrá vuelto a su estado normal de un mes atrás…, o tal vez de dos o tres, pues hace mucho tiempo que llevaba la enfermedad en incubación… ¿No es así? Confiéselo. Y confiese también que tenía algún motivo para estar enfermo —añadió con una prudente sonrisa, como si temiera irritarlo.
—Es posible —respondió fríamente Raskolnikof.
—Digo esto —continuó Zosimof, cuya animación iba en aumento— porque su curación depende en gran parte de usted. Ahora que podemos hablar, desearía hacerle comprender que es indispensable que expulse usted, por decirlo así, las causas principales del mal. Sólo procediendo de este modo podrá usted curarse; en el caso contrario, las cosas irán de mal en peor. Cuáles son esas causas, lo ignoro; pero usted debe conocerlas. Usted es un hombre inteligente y puede observarse a sí mismo. Me parece que el principio de su enfermedad coincide con el término de sus actividades universitarias. Usted no es de los que pueden vivir sin ocupación: usted necesita trabajar, tener un objetivo y perseguirlo tenazmente.
—Sí, sí; tiene usted razón. Volveré a inscribirme en la universidad cuanto antes y entonces todo irá como sobre ruedas.
Zosimof, cuyos prudentes consejos obedecían al deseo de lucirse ante las damas, quedó profundamente decepcionado cuando, terminado su discurso, dirigió una mirada a su paciente y advirtió que su rostro expresaba una franca burla. Pero esta decepción se desvaneció muy pronto: Pulqueria Alejandrovna empezó a abrumar al doctor con sus expresiones de gratitud, especialmente por su visita nocturna.
—¿Cómo? ¿Ha ido a veros esta noche? —exclamó Raskolnikof, visiblemente agitado—. Entonces, no habréis dormido, no habréis descansado después del viaje…
—Eso no, Rodia: sólo estuvimos levantadas hasta las dos. Cuando estamos en casa, Dunia y yo no nos acostamos nunca más temprano.
—Yo tampoco sé cómo darle las gracias —dijo Raskolnikof a Zosimof, con semblante sombrío y bajando la cabeza—. Dejando aparte la cuestión de los honorarios, y perdone que aluda a este punto, no sé a qué debo ese especial interés que usted me demuestra. Francamente, no lo comprendo, y por eso…, por eso su bondad me abruma. Ya ve que le hablo con toda sinceridad.—No se preocupe usted —repuso Zosimof sonriendo afectuosamente—.Imagínese que es mi primer paciente. Los médicos que empiezan sienten por sus primeros enfermos tanto afecto como si fuesen sus propios hijos. Algunos incluso los adoran. Y yo no tengo todavía una clientela abundante.
—Y no hablemos de ése —dijo Raskolnikof, señalando a Rasumikhine—.No ha recibido de mí sino insultos y molestias, y…
—¡Qué tonterías dices! —exclamó Rasumikhine—. Por lo visto, hoy te has levantado sentimental.
Si hubiese sido más perspicaz, habría advertido que su amigo no estaba sentimental, sino todo lo contrario. Avdotia Romanovna, en cambio, se dio perfecta cuenta de ello. La joven observaba a su hermano con ávida atención.
—De ti, mamá, no quiero ni siquiera hablar —continuó Raskolnikof en el tono del que recita una lección aprendida aquella mañana—. Hoy puedo darme cuenta de lo que debiste sufrir ayer durante tu espera en esta habitación.
Dicho esto, sonrió y tendió repentinamente la mano a su hermana, sin desplegar los labios. Esta vez su sonrisa expresaba un sentimiento profundo y sincero.
Dunia, feliz y agradecida, se apoderó al punto de la mano de Rodia y la estrechó tiernamente. Era la primera demostración de afecto que recibía de él después de la querella de la noche anterior. El semblante de la madre se iluminó ante esta reconciliación muda pero sincera de sus hijos.
—Ésta es la razón de que le aprecie tanto —exclamó Rasumikhine con su inclinación a exagerar las cosas—. ¡Tiene unos gestos…!
«Posee un arte especial para hacer bien las cosas —pensó la madre—.Y ¡cuán nobles son sus impulsos! ¡Con qué sencillez y delicadeza ha puesto fin al incidente de ayer con su hermana! Le ha bastado tenderle la mano mientras le miraba afectuosamente… ¡Qué ojos tiene! Todo su rostro es hermoso.
Incluso más que el de Dunetchka. ¡Pero, Dios mío, qué miserablemente vestido va! Vaska, el empleado de Atanasio Ivanovitch, viste mejor que él…
¡Ah, qué a gusto me arrojaría sobre él, lo abrazaría…y lloraría! Pero me da miedo…, sí, miedo. ¡Está tan extraño! ¡Tan finamente como habla, y yo me siento sobrecogida! Pero, en fin de cuentas, ¿qué es lo que temo de él?»
—¡Ah, Rodia! —dijo, respondiendo a las palabras de su hijo—. No te puedes imaginar cuánto sufrimos Dunia y yo ayer. Ahora que todo ha terminado y la felicidad ha vuelto a nosotros, puedo decirlo. Figúrate que vinimos aquí a toda prisa apenas dejamos el tren, para verte y abrazarte, y esa mujer… ¡Ah, mira, aquí está! Buenos días, Nastasia…Pues bien, Nastasia nos contó que tú estabas en cama, con alta fiebre; que acababas de marcharte,inconsciente, delirando, y que habían salido en tu busca. Ya puedes imaginarte nuestra angustia. Yo me acordé de la trágica muerte del teniente Potantchikof, un amigo de tu padre al que tú no has conocido. Huyó como tú, en un acceso de fiebre, y cayó en el pozo del patio. No se le pudo sacar hasta el día siguiente. El peligro que corrías se nos antojaba mucho mayor de lo que era en realidad. Estuvimos a punto de ir en busca de Piotr Petrovitch para pedirle ayuda…, pues estábamos solas, completamente solas —terminó con acento quejumbroso.
Se había detenido ante la idea de que todavía era peligroso hablar de Piotr Petrovitch, aunque todo estuviera ya arreglado felizmente.
—Sí, todo eso es muy enojoso —dijo Raskolnikof en un tono tan distraído e indiferente, que Dunetchka le miró sorprendida—. ¿Qué otra cosa quería deciros? —continuó, esforzándose por recordar—. ¡Ah, si! No creas, mamá, ni tú, Dunetchka, que yo no quería ir a veros sin que antes vinierais vosotras.
—¡Qué ocurrencia, Rodia! —exclamó Pulqueria Alejandrovna, asombrada.
«Nos habla como por pura cortesía —pensó Dunetchka—. Hace las paces y presenta sus excusas como si cumpliera una simple formalidad o dijese una lección aprendida de memoria.»
—Acabo de levantarme y me preparaba para ir a veros, pero el estado de mi traje me lo ha impedido. Ayer me olvidé de decir a Nastasia que limpiara las manchas de sangre, y ahora mismo acabo de vestirme.
—¿Manchas de sangre? —preguntó Pulqueria Alejandrovna, aterrada.
—No tiene importancia, mamá; no te alarmes. Ayer, cuando salí de aquí delirando, me encontré de pronto ante un hombre que acababa de ser víctima de un atropello…Un funcionario. Por eso mis ropas estaban manchadas de sangre.
—¿Cuando estabas delirando? —dijo Rasumikhine—. Pues te acuerdas de todo.
—Es cierto —convino Raskolnikof, presa de una singular preocupación—.Me acuerdo de todo, y con los detalles más insignificantes. Sin embargo, no consigo explicarme por qué fui allí, ni por qué obré y hablé como lo hice.
—El fenómeno es conocido —observó Zosimof—. El acto se cumple a veces con una destreza y una habilidad extraordinarias, pero el principio que lo motiva adolece de cierta alteración y depende de diversas impresiones morbosas. Es algo así como un sueño.
«Al fin y al cabo, debo felicitarme de que me tomen por loco», pensó Raskolnikof.—Pero las personas perfectamente sanas están en el mismo caso —observó Dunetchka, mirando a Zosimof con inquietud.
—La observación es muy justa —respondió el médico—. En este aspecto, todos solemos parecernos a los alienados. La única diferencia es que los verdaderos enfermos están un poco más enfermos que nosotros. Sólo sobre esta base podemos establecer distinciones. Hombres perfectamente sanos, perfectamente equilibrados, si usted prefiere llamarlos así, la verdad es que casi no existen: no se podría encontrar más de uno entre centenares de miles de individuos, e incluso este uno resultaría un modelo bastante imperfecto.
La palabra «alienado», lanzada imprudentemente por Zosimof en el calor de sus comentarios sobre su tema favorito, recorrió como una ráfaga glacial toda la estancia. Raskolnikof se mostraba absorto y distraído. En sus pálidos labios había una sonrisa extraña. Al parecer, seguía reflexionando sobre aquel punto que le tenía perplejo.
—Bueno, pero ¿ese hombre atropellado? —se apresuró a decir Rasumikhine—. Te he interrumpido cuando estabas hablando de él.
Raskolnikof se sobresaltó, como si lo despertasen repentinamente de un sueño.
—¿Cómo…? ¡Ah, sí! Me manché de sangre al ayudar a transportarlo a su casa…A propósito, mamá: cometí un acto imperdonable. Estaba loco, sencillamente. Todo el dinero que me enviaste lo di a la viuda para el entierro.
Está enferma del pecho…Una verdadera desgracia…Tres huérfanos de corta edad…Hambrientos…No hay nada en la casa…Ha dejado otra hija…Yo creo que también tú les habrías dado el dinero si hubieses visto el cuadro…
Reconozco que yo no tenía ningún derecho a obrar así, y menos sabiendo los sacrificios que has tenido que hacer para enviarme ese dinero. Está bien que se socorra a la gente. Pero hay que tener derecho a hacerlo. De lo contrario, Crevez chiens, si vous n'étes pas contents.
Lanzó una carcajada.
—¿Verdad, Dunia?
—No —repuso enérgicamente la joven.
—¡Bah! También tú estás llena de buenas intenciones —murmuró con sonrisa burlona y acento casi rencoroso—. Debí comprenderlo…Desde luego, eso es hermoso y tiene más valor…Si llegas a un punto que no te atreves a franquear, serás desgraciada, y si lo franqueas, tal vez más desgraciada todavía. Pero todo esto es pura palabrería —añadió, lamentando no haber sabido contenerse—. Yo sólo quería disculparme ante ti, mamá —terminó con voz entrecortada y tono tajante.—No te preocupes, Rodia; estoy segura de que todo lo que tú haces está bien hecho —repuso la madre alegremente.
—No estés tan segura —repuso él, esbozando una sonrisa.
Se hizo el silencio. Toda esta conversación, con sus pausas, el perdón concedido y la reconciliación, se había desarrollado en una atmósfera no desprovista de violencia, y todos se habían dado cuenta de ello.
«Se diría que me temen», pensó Raskolnikof mirando furtivamente a su madre y a su hermana.
Efectivamente, Pulqueria Alejandrovna parecía sentirse más y más atemorizada a medida que se prolongaba el silencio.
«¡Tanto como creía amarlas desde lejos!», pensó Raskolnikof
repentinamente.
—¿Sabes que Marfa Petrovna ha muerto, Rodia? —preguntó de pronto Pulqueria Alejandrovna.
—¿Qué Marfa Petrovna?
—¿Es posible que no lo sepas? Marfa Petrovna Svidrigailova. ¡Tanto como te he hablado de ella en mis cartas!
—¡Ah, sí! Ahora me acuerdo —dijo como si despertara de un sueño—.¿De modo que ha muerto? ¿Cómo?
Esta muestra de curiosidad alentó a Pulqueria Alejandrovna, que respondió
vivamente:
—Fue una muerte repentina. La desgracia ocurrió el mismo día en que te envié mi última carta. Su marido, ese monstruo, ha sido sin duda el culpable.
Dicen que le dio una tremenda paliza.
—¿Eran frecuentes esas escenas entre ellos? —preguntó Raskolnikof dirigiéndose a su hermana.
—No, al contrario: él se mostraba paciente, e incluso amable con ella. En algunos casos era hasta demasiado indulgente. Así vivieron durante siete años.
Hasta que un día, de pronto, perdió la paciencia.
—O sea que ese hombre no era tan terrible. De serlo, no habría podido comportarse con tanta prudencia durante siete años. Me parece, Dunetchka, que tú piensas así y lo disculpas.
—¡Oh, no! Es verdaderamente un hombre despiadado. No puedo imaginarme nada más horrible —repuso la joven con un ligero estremecimiento.Luego frunció las cejas y quedó absorta.
—La escena tuvo lugar por la mañana —prosiguió precipitadamente Pulqueria Alejandrovna—. Después, Marfa Petrovna ordenó que le preparasen el coche, a fin de trasladarse a la ciudad después de comer, como hacía siempre en estos casos. Dicen que comió con excelente apetito.
—¿A pesar de los golpes?
—Ya se iba acostumbrando…Apenas terminó de comer, fue a bañarse; así se podría marchar en seguida…Seguía un tratamiento hidroterápico. En la finca hay un manantial de agua fría y ella se bañaba en él todos los días con regularidad. Apenas entró en el agua, sufrió un ataque de apoplejía.
—No es nada extraño —observó Zosimof.
—¿Y dices que la paliza había sido brutal?
—Eso no influyó —dijo Dunia.
Raskolnikof exclamó, súbitamente irritado:
—No sé, mamá, por qué nos has contado todas esas tonterías.
—Es que no sabía de qué hablar, hijo mío —se le escapó decir a Pulqueria Alejandrovna.
—¿Es posible que todos me temáis? —dijo Raskolnikof, esbozando una sonrisa.
—Sí, te tememos —respondió Dunia con expresión severa y mirándole fijamente a los ojos—. Mamá incluso se ha santiguado cuando subíamos la escalera.
El semblante de Raskolnikof se alteró profundamente: parecía reflejar una agitación convulsiva.
Pulqueria Alejandrovna intervino, visiblemente aturdida:
—Pero ¿qué dices, Dunia? No te enfades, Rodia, te lo suplico…Bien es verdad que, desde que partimos, no cesé de pensar en la dicha de volver a verte y charlar contigo…Tan feliz me sentía con este pensamiento, que el largo viaje me pareció corto…Pero ¿qué digo? Ahora me siento verdaderamente feliz…Te equivocas, Dunia…Y mi alegría se debe a que te vuelvo a ver, Rodia.
—Basta, mamá —dijo él, molesto por tanta locuacidad, estrechando las manos de su madre, pero sin mirarla—. Ya habrá tiempo de charlar y comunicarnos nuestra alegría.
Pero al pronunciar estas palabras se turbó y palideció. Se sentía invadidopor un frío de muerte al evocar cierta reciente impresión. De nuevo tuvo que confesarse que había dicho una gran mentira, pues sabía muy bien que no solamente no volvería a hablar a su madre ni a su hermana con el corazón en la mano, sino que ya no pronunciaría jamás una sola palabra espontánea ante nadie. La impresión que le produjo esta idea fue tan violenta, que casi perdió la conciencia de las cosas momentáneamente, y se levantó y se dirigió a la puerta sin mirar a nadie.
—Pero ¿qué te pasa? —le dijo Rasumikhine cogiéndole del brazo.
Raskolnikof se volvió a sentar y paseó una silenciosa mirada por la habitación. Todos le contemplaban con un gesto de estupor.
—Pero ¿qué os pasa que estáis tan fúnebres? —exclamó de súbito—.¡Decid algo! ¿Vamos a estar mucho tiempo así? ¡Ea, hablad! ¡Charlemos todos! No nos hemos reunido para estar mudos. ¡Vamos, hablemos!
—¡Bendito sea Dios! ¡Y yo que creía que no se repetiría el arrebato de ayer! —dijo Pulqueria Alejandrovna santiguándose.
—¿Qué te ha pasado, Rodia? —preguntó Avdotia Romanovna con un gesto de desconfianza.
—Nada —respondió el joven—: que me he acordado de una tontería.
Y se echó a reír.
—Si es una tontería, lo celebro —dijo Zosimof levantándose—. Pues hasta a mí me ha parecido…Bueno, me tengo que marchar. Vendré más tarde…
Supongo que le encontraré aquí.
Saludó y se fue.
—Es un hombre excelente —dijo Pulqueria Alejandrovna.
—Sí, un hombre excelente, instruido, perfecto —exclamó Raskolnikof precipitadamente y animándose de súbito—. No recuerdo dónde lo vi antes de mi enfermedad, pero sin duda lo vi en alguna parte…Y ahí tenéis otro hombre excelente —añadió señalando a Rasumikhine—. ¿Te ha sido simpático, Dunia? —preguntó de pronto. Y se echó a reír sin razón alguna.
—Mucho —respondió Dunia.
—¡No seas imbécil! —exclamó Rasumikhine poniéndose colorado y levantándose.
Pulqueria Alejandrovna sonrió y Raskolnikof soltó la carcajada.
—Pero ¿adónde vas?
—Tengo que hacer.—Tú no tienes nada que hacer. De modo que te has de quedar. Tú te quieres marchar porque se ha ido Zosimof. Quédate… ¿Qué hora es, a todo esto? ¡Qué preciosidad de reloj, Dunia! ¿Queréis decirme por qué seguís tan callados? El único que habla aquí soy yo.
—Es un regalo de Marfa Petrovna —dijo Dunia.
—Un regalo de alto precio —añadió Pulqueria Alejandrovna.
—Pero es demasiado grande. Parece un reloj de hombre.
—Me gusta así.
«No es un regalo de su prometido», pensó Rasumikhine, alborozado.
—Yo creía que era un regalo de Lujine —dijo Raskolnikof.
—No, Lujine todavía no le ha regalado nada.
—¡Ah!, ¿no…? ¿Te acuerdas, mamá, de que estuve enamorado y quería casarme? —preguntó de pronto, mirando a su madre, que se quedó asombrada ante el giro imprevisto que Rodia había dado a la conversación, y también ante el tono que había empleado.
—Sí, me acuerdo perfectamente.
Y cambió una mirada con Dunia y otra con Rasumikhine.
—¡Bah! Hablando sinceramente, ya lo he olvidado todo. Era una muchacha enfermiza —añadió, pensativo y bajando la cabeza— y, además, muy pobre. También era muy piadosa: soñaba con la vida conventual. Un día, incluso se echó a llorar al hablarme de esto…Sí, sí; lo recuerdo, lo recuerdo perfectamente…Era fea…En realidad, no sé qué atractivo veía en ella…Yo creo que si hubiese sido jorobada o coja, la habría querido todavía más.
Quedó pensativo, sonriendo, y terminó:
—Aquello no tuvo importancia: fue una locura pasajera…
—No, no fue simplemente una locura pasajera —dijo Dunetchka, convencida.
Raskolnikof miró a su hermana atentamente, como si no hubiese comprendido sus palabras. Acaso ni siquiera las había oído. Luego se levantó, todavía absorto, fue a abrazar a su madre y volvió a su sitio.
—¿La amas aún? —preguntó Pulqueria Alejandrovna, enternecida.
—¿A ella? ¿Ahora…? Sí…Pero…No, no. Me parece que todo eso pasó en otro mundo… ¡Hace ya tanto tiempo que ocurrió…! Por otra parte, la misma impresión me produce todo cuanto me rodea.Y los miró a todos atentamente.
—Vosotros sois un ejemplo: me parece estar viéndoos a una distancia de mil verstas…Pero ¿para qué diablos hablamos de estas cosas…? ¿Y por qué me interrogáis? —exclamó, irritado.
Después empezó a roerse las uñas y volvió a abismarse en sus pensamientos.
—¡Qué habitación tan mísera tienes, Rodia! Parece una tumba —dijo de súbito Pulqueria Alejandrovna para romper el penoso silencio—. Estoy segura de que este cuartucho tiene por lo menos la mitad de culpa de tu neurastenia.
—¿Esta habitación? —dijo Raskolnikof, distraído—. Sí, ha contribuido mucho. He reflexionado en ello…Pero ¡qué idea tan extraña acabas de tener, mamá! —añadió con una singular sonrisa.
Se daba cuenta de que aquella compañía, aquella madre y aquella hermana a las que volvía a ver después de tres años de separación, y aquel tono familiar, íntimo, de la conversación que mantenían, cuando su deseo era no pronunciar una sola palabra, estaban a punto de serle por completo insoportables.
Sin embargo, había un asunto cuya discusión no admitía dilaciones. Así acababa de decidirlo, levantándose. De un modo o de otro, debía quedar resuelto inmediatamente. Y experimentó cierta satisfacción al hallar un modo de salir de la violenta situación en que se encontraba.
—Tengo algo que decirte, Dunia —manifestó secamente y con grave semblante—. Te ruego que me excuses por la escena de ayer, pero considero un deber recordarte que mantengo los términos de mi dilema: Lujine o yo. Yo puedo ser un infame, pero no quiero que tú lo seas. Con un miserable hay suficiente. De modo que si te casas con Lujine, dejaré de considerarte hermana mía.
—¡Pero Rodia! ¿Otra vez las ideas de anoche? —exclamó Pulqueria Alejandrovna—. ¿Por qué lo crees infame? No puedo soportarlo. Lo mismo dijiste ayer.
—Óyeme, Rodia —repuso Dunetchka firmemente y en un tono tan seco como el de su hermano—, la discrepancia que nos separa procede de un error tuyo. He reflexionado sobre ello esta noche y he descubierto ese error. La causa de todo es que tú supones que yo me sacrifico por alguien. Ésa es tu equivocación. Yo me caso por mí, porque la vida me parece demasiado difícil.
Desde luego, seré muy feliz si puedo ser útil a los míos, pero no es éste el motivo principal de mi determinación.
«Miente —se dijo Raskolnikof, mordiéndose los labios en un arranque derabia—. ¡La muy orgullosa…! No quiere confesar su propósito de ser mi bienhechora. ¡Qué caracteres tan viles! Su amor se parece al odio. ¡Cómo los detesto a todos!»
—En una palabra —continuó Dunia—, me caso con Piotr Petrovitch porque de dos males he escogido el menor. Tengo la intención de cumplir lealmente todo lo que él espera de mí; por lo tanto, no te engaño. ¿Por qué sonríes?
Dunia enrojeció y un relámpago de cólera brilló en sus ojos.
—¿Dices que lo cumplirás todo? —preguntó Raskolnikof con aviesa sonrisa.
—Hasta cierto punto, Piotr Petrovitch ha pedido mi mano de un modo que me ha revelado claramente lo que espera de mí. Ciertamente, tiene una alta opinión de sí mismo, acaso demasiado alta; pero confío en que sabrá apreciarme a mí igualmente… ¿Por qué vuelves a reírte?
—¿Y tú por qué te sonrojas? Tú mientes, Dunia; mientes por obstinación femenina, para que no pueda parecer que te has dejado convencer por mí…Tú no puedes estimar a Lujine. Lo he visto, he hablado con él. Por lo tanto, te casas por interés, te vendes. De cualquier modo que la mires, tu decisión es una vileza. Me siento feliz de ver que todavía eres capaz de enrojecer.
—¡Eso no es verdad! ¡Yo no miento! —exclamó Dunetchka, perdiendo por completo la calma—. No me casaría con él si no estuviera convencida de que me aprecia; no me casaría sin estar segura de que es digno de mi estimación.
Afortunadamente, tengo la oportunidad de comprobarlo muy pronto, hoy mismo. Este matrimonio no es una vileza como tú dices…Por otra parte, si tuvieses razón, si yo hubiese decidido cometer una bajeza de esta índole, ¿no sería una crueldad tu actitud? ¿Cómo puedes exigir de mí un heroísmo del que tú seguramente no eres capaz? Eso es despotismo, tiranía. Si yo causo la pérdida de alguien, no será sino de mí misma…Todavía no he matado a nadie… ¿Por qué me miras de ese modo…? ¡Estás pálido…! ¿Qué te pasa, Rodia…? ¡Rodia, querido Rodia!
—¡Señor! ¡Se ha desmayado! Tú tienes la culpa —exclamó Pulqueria Alejandrovna.
—No, no…, no ha sido nada…Se me ha ido un poco la cabeza, pero no me he desmayado…No piensas más que en eso… ¿Qué es lo que yo quería decir…? ¡Ah, sí! ¿De modo que esperas convencerte hoy mismo de que él te aprecia y es digno de tu estimación? ¿Es esto, no? ¿Es esto lo que has dicho…? ¿O acaso he entendido mal?
—Mamá, da a leer a Rodia la carta de Piotr Petrovitch —dijo Dunetchka.Pulqueria Alejandrovna le entregó la carta con mano temblorosa.
Raskolnikof se apoderó de ella con un gesto de viva curiosidad. Pero antes de abrirla dirigió a su hermana una mirada de estupor y dijo lentamente, como obedeciendo a una idea que le hubiera asaltado de súbito:
—No sé por qué me ha de preocupar este asunto…Cásate con quien quieras.
Parecía hablar consigo mismo, pero había levantado la voz y miraba a su hermana con un gesto de preocupación. Al fin, y sin que su semblante perdiera su expresión de estupor, desplegó la carta y la leyó dos veces atentamente.
Pulqueria Alejandrovna estaba profundamente inquieta y todos esperaban algo parecido a una explosión.
—No comprendo absolutamente nada —dijo Rodia, pensativo, devolviendo la carta a su madre y sin dirigirse a nadie en particular—. Sabe pleitear, como es propio de un abogado, y cuando habla lo hace bastante bien.
Pero escribiendo es un iletrado, un ignorante.
Sus palabras causaron general estupefacción. No era éste, ni mucho menos, el comentario que se esperaba.
—Todos los hombres de su profesión escriben así —dijo Rasumikhine con voz alterada por la emoción.
—¿Es que has leído la carta?
—Sí.
—Tenemos buenos informes de él, Rodia —dijo Pulqueria Alejandrovna, inquieta y confusa—. Nos los han dado personas respetables.
—Es el lenguaje de los leguleyos —dijo Rasumikhine—. Todos los documentos judiciales están escritos en ese estilo.
—Dices bien: es el estilo de los hombres de leyes, y también de los hombres de negocios. No es un estilo de persona iletrada, pero tampoco demasiado literario…En una palabra, es un estilo propio de los negocios.
—Piotr Petrovitch no oculta su falta de estudios —dijo Avdotia Romanovna, herida por el tono en que hablaba su hermano—. Es más: se enorgullece de deberlo todo a sí mismo.
—Desde luego, tiene motivos para estar orgulloso; no digo lo contrario. Al parecer, te ha molestado que esa carta me haya inspirado solamente una observación poco seria, y crees que persisto en esta actitud sólo para mortificarte. Por el contrario, en relación con este estilo he tenido una idea que me parece de cierta importancia para el caso presente. Me refiero a la frase con que Piotr Petrovitch advierte a nuestra madre que la responsabilidad seráexclusivamente suya si desatiende su ruego. Estas palabras, en extremo significativas, contienen una amenaza. Lujine ha decidido marcharse si estoy yo presente. Esto quiere decir que, si no le obedecéis, está dispuesto a abandonaros a las dos después de haceros venir a Petersburgo. ¿Qué dices a esto? Estas palabras de Lujine ¿te ofenden como si vinieran de Rasumikhine, Zosimof o, en fin, de cualquiera de nosotros?
—No —repuso Dunetchka vivamente—, porque comprendo que se ha expresado con ingenuidad casi infantil y que es poco hábil en el manejo de la pluma. Tu observación es muy aguda, Rodia. Te confieso que ni siquiera la esperaba.
—Teniendo en cuenta que es un hombre de leyes, se comprende que no haya sabido decirlo de otro modo y haya demostrado una grosería que estaba lejos de su ánimo. Sin embargo, me veo obligado a desengañarte. Hay en esa carta otra frase que es una calumnia contra mí, y una calumnia de las más viles. Yo entregué ayer el dinero a esa viuda tísica y desesperada, no «con el pretexto de pagar el entierro», como él dice, sino realmente para pagar el entierro, y no a la hija, «cuya mala conducta es del dominio público» (yo la vi ayer por primera vez en mi vida), sino a la viuda en persona. En todo esto yo no veo sino el deseo de envilecerme a vuestros ojos a indisponerme con vosotras. Este pasaje está escrito también en lenguaje jurídico, por lo que revela claramente el fin perseguido y una avidez bastante cándida. Es un hombre inteligente, pero no basta ser inteligente para conducirse con prudencia…La verdad, no creo que ese hombre sepa apreciar tus prendas. Y conste que lo digo por tu bien, que deseo con toda sinceridad.
Dunetchka nada repuso. Ya había tomado su decisión: esperaría que llegase la noche.
—¿Qué piensas hacer, Rodia? —preguntó Pulqueria Alejandrovna, inquieta ante el tono reposado y grave que había adoptado su hijo.
—¿A qué te refieres?
—Ya has visto que Piotr Petrovitch dice que no quiere verte en nuestra casa esta noche, y que se marchará si…si te encuentra allí. ¿Qué harás, Rodia: vendrás o no?
—Eso no soy yo el que tiene que decirlo, sino vosotras. Lo primero que debéis hacer es preguntaros si esa exigencia de Piotr Petrovitch no os parece insultante. Sobre todo, es Dunia la que habrá de decidir si se siente o no ofendida. Yo —terminó secamente— haré lo que vosotras me digáis.
—Dunetchka ha resuelto ya la cuestión, y yo soy enteramente de su parecer —respondió al punto Pulqueria Alejandrovna.—Lo que he decidido, Rodia, es rogarte encarecidamente que asistas a la entrevista de esta noche —dijo Dunia—. ¿Vendrás?
—Iré.
—También a usted le ruego que venga —añadió Dunetchka dirigiéndose a Rasumikhine—. ¿Has oído, mamá? He invitado a Dmitri Prokofitch.
—Me parece muy bien. Que todo se haga de acuerdo con tus deseos.
Celebro tu resolución, porque detesto la ficción y la mentira. Que el asunto se ventile con toda franqueza. Y si Piotr Petrovitch se molesta, allá él.
En ese momento, la puerta se abrió sin ruido y apareció una joven que paseó una tímida mirada por la habitación. Todos los ojos se fijaron en ella con tanta sorpresa como curiosidad. Raskolnikof no la reconoció en seguida.
Era Sonia Simonovna Marmeladova. La había visto el día anterior —por primera vez—, pero en circunstancias y con un atavío que habían dejado en su memoria una imagen completamente distinta de ella. Ahora iba modestamente, incluso pobremente vestida y parecía muy joven, una muchachita de modales honestos y reservados y carita inocente y temerosa.
Llevaba un vestido sumamente sencillo y un sombrero viejo y pasado de moda. Su mano empuñaba su sombrilla, único vestigio de su atavío del día anterior. Fue tal su confusión al ver la habitación llena de gente, que perdió por completo la cabeza, como si fuera verdaderamente una niña, y se dispuso a marcharse.
—¡Ah! ¿Es usted? —exclamó Raskolnikof, en el colmo de la sorpresa. Y de pronto también él se sintió turbado.
Recordó que su madre y su hermana habían leído en la carta de Lujine la alusión a una joven cuya mala conducta era del dominio público. Cuando acababa de protestar de la calumnia de Lujine contra él y de recordar que el día anterior había visto por primera vez a la muchacha, he aquí que ella misma se presentaba en su habitación. Se acordó igualmente de que no había pronunciado ni una sola palabra de protesta contra la expresión «cuya mala conducta es del dominio público». Todos estos pensamientos cruzaron su mente en plena confusión y con rapidez vertiginosa, y al mirar atentamente a aquella pobre y ultrajada criatura, la vio tan avergonzada, que se compadeció de ella. Y cuando la muchacha se dirigió a la puerta con el propósito de huir, en su ánimo se produjo súbitamente una especie de revolución.
—Estaba muy lejos de esperarla —le dijo vivamente, deteniéndola con unamirada—. Haga el favor de sentarse. Usted viene sin duda de parte de Catalina Ivanovna. No, ahí no; siéntese aquí, tenga la bondad.
Al entrar Sonia, Rasumikhine, que ocupaba una de las tres sillas que había en la habitación, se había levantado para dejarla pasar. Raskolnikof había empezado por indicar a la joven el extremo del diván que Zosimof había ocupado hacía un momento, pero al pensar en el carácter íntimo de este mueble que le servía de lecho cambió de opinión y ofreció a Sonia la silla de Rasumikhine.
—Y tú siéntate ahí —dijo a su amigo, señalándole el extremo del diván.
Sonia se sentó casi temblando y dirigió una tímida mirada a las dos mujeres. Se veía claramente que ni ella misma podía comprender de dónde había sacado la audacia necesaria para sentarse cerca de ellas. Y este pensamiento le produjo una emoción tan violenta, que se levantó repentinamente y, sumida en el mayor desconcierto, dijo a Raskolnikof, balbuceando:
—Sólo…sólo un momento. Perdóneme si he venido a molestarle. Vengo de parte de Catalina Ivanovna. No ha podido enviar a nadie más que a mí.
Catalina Ivanovna le ruega encarecidamente que asista mañana a los funerales que se celebrarán en San Mitrofan…y que después venga a casa, a su casa, para la comida…Le suplica que le conceda este honor.
Dicho esto, perdió por completo la serenidad y enmudeció.
—Haré todo lo posible por…No, no faltaré —repuso Raskolnikof, levantándose y tartamudeando también—. Tenga la bondad de sentarse —dijo de pronto—. He de hablarle, si me lo permite. Ya veo que tiene usted prisa, pero le ruego que me conceda dos minutos.
Le acercó la silla, y Sonia se volvió a sentar. De nuevo la joven dirigió una mirada llena de angustiosa timidez a las dos señoras y seguidamente bajó los ojos. El pálido rostro de Raskolnikof se había teñido de púrpura. Sus facciones se habían contraído y sus ojos llameaban.
—Mamá —dijo con voz firme y vibrante—, es Sonia Simonovna Marmeladova, la hija de ese infortunado señor Marmeladof que ayer fue atropellado por un coche…Ya os he contado…
Pulqueria Alejandrovna miró a Sonia, entornando levemente los ojos con un gesto despectivo. A pesar del temor que le inspiraba la mirada fija y retadora de su hijo, no pudo privarse de esta satisfacción. Dunetchka se volvió hacia la pobre muchacha y la observó con grave estupor.
Al oír que Raskolnikof la presentaba, Sonia levantó los ojos, logrando tan sólo que su turbación aumentase.—Quería preguntarle —dijo Rodia precipitadamente— cómo han ido hoy las cosas en su casa. ¿Las han molestado mucho? ¿Les ha interrogado la policía?
—No, todo se ha arreglado sin dificultad. No había duda sobre las causas de la muerte. Nos han dejado tranquilas. Sólo los vecinos nos han molestado con sus protestas.
—¿Sus protestas?
—Sí, el cadáver llevaba demasiado tiempo en casa y, con este calor, empezaba a oler. Hoy, a la hora de vísperas, lo trasladarán a la capilla del cementerio. Catalina Ivanovna se oponía al principio, pero al fin ha comprendido que había que hacerlo.
—¿O sea que hoy se lo llevarán?
—Sí, pero las exequias se celebrarán mañana. Catalina Ivanovna le suplica que asista a ellas y que luego vaya a su casa para participar en la comida de funerales.
—¡Hasta comida de funerales…!
—Una sencilla colación. También me ha encargado que le dé las gracias por la ayuda que nos ha prestado. Sin ella, nos habría sido imposible enterrar a mi padre.
Sus labios y su barbilla empezaron a temblar de súbito, pero contuvo el llanto y bajó nuevamente los ojos.
Mientras hablaba con ella, Raskolnikof la observaba atentamente. Era menuda y delgada, muy delgada, y pálida, de facciones irregulares y un poco angulosas, nariz pequeña y afilada y mentón puntiagudo. No podía decirse que fuera bonita, pero, en compensación, sus azules ojos eran tan límpidos y, al animarse, le daban tal expresión de candor y de bondad, que uno no podía menos de sentirse cautivado. Otro detalle característico de su rostro y de toda ella era que representaba menos edad aún de la que tenía. Parecía una niña, a pesar de sus dieciocho años, infantilidad que se reflejaba, de un modo casi cómico, en algunos de sus gestos.
—No comprendo cómo Catalina Ivanovna ha podido arreglarlo todo con tan escasos recursos, y menos, que todavía le haya sobrado para dar una colación —dijo Raskolnikof, deseoso de que la conversación no se interrumpiera.
—El ataúd es de los más modestos y toda la ceremonia será sumamente sencilla…O sea, que no le costará mucho. Entre ella y yo lo hemos calculado todo exactamente; por eso sabemos que quedará lo suficiente para dar la colación de funerales. Esto es muy importante para Catalina Ivanovna y no sela debe contrariar…Es un consuelo para ella…Ya sabe usted cómo es…
—Comprendo, comprendo…También mi habitación es muy pobre. Mi madre dice que parece una tumba.
—¡Y ayer nos entregó usted hasta su última moneda! —murmuró Sonetchka bajando de nuevo los ojos.
Otra vez sus labios y su barbilla empezaron a temblar. Apenas había entrado, le había llamado la atención la pobreza del aposento de Raskolnikof.
Lo que acababa de decir se le había escapado involuntariamente.
Hubo un silencio. La mirada de Dunetchka se aclaró y Pulqueria Alejandrovna se volvió hacia Sonia con expresión afable.
—Como es natural, Rodia —dijo la madre, poniéndose en pie—,comeremos juntos…Vámonos, Dunetchka. Y tú, Rodia, deberías ir a dar un paseo, después descansar un rato y luego venir a reunirte con nosotras…lo antes posible. Sin duda te hemos fatigado.
—Iré, iré —se apresuró a contestar Raskolnikof, levantándose—. Además, tengo cosas que hacer.
—¿Qué quieres decir con eso? —exclamó Rasumikhine, mirando fijamente a Raskolnikof—. Supongo que no se te habrá pasado por la cabeza comer solo. Dime: ¿qué piensas hacer?
—Te aseguro que iré. Y tú quédate aquí un momento… ¿Podéis dejármelo para un rato, mamá? ¿Verdad que no lo necesitáis?
—¡No, no! Puede quedarse…Pero le ruego, Dmitri Prokofitch, que venga usted también a comer con nosotros.
—Yo también se lo ruego —dijo Dunia.
Rasumikhine asintió haciendo una reverencia. Estaba radiante. Durante un momento, todos parecieron dominados por una violencia extraña.
—Adiós, Rodia. Es decir, hasta luego: no me gusta decir adiós…Adiós, Nastasia. ¡Otra vez se me ha escapado!
Pulqueria Alejandrovna tenía intención de saludar a Sonia, pero no supo cómo hacerlo y salió de la habitación precipitadamente.
En cambio, Avdotia Romanovna, que parecía haber estado esperando su vez, al pasar ante Sonia detrás de su madre la saludó amable y gentilmente.
Sonetchka perdió la calma y se inclinó con temeroso apresuramiento. Por su semblante pasó una sombra de amargura, como si la cortesía y la afabilidad de Avdotia Romanovna le hubieran producido una impresión dolorosa.
—Adiós, Dunia —dijo Raskolnikof, que había salido al vestíbulo tras ella—. Dame la mano.
—¡Pero si ya te la he dado! ¿No lo recuerdas? —dijo la joven, volviéndose hacia él, entre desconcertada y afectuosa.
—Es que quiero que me la vuelvas a dar.
Rodia estrechó fuertemente la mano de su hermana. Dunetchka le sonrió, enrojeció, libertó con un rápido movimiento su mano y siguió a su madre.
También ella se sentía feliz.
—¡Todo ha salido a pedir de boca! —dijo Raskolnikof, volviendo al lado de Sonia, que se había quedado en el aposento, y mirándola con un gesto de perfecta calma, añadió—: Que el Señor dé paz a los muertos y deje vivir a los vivos. ¿No te parece, no te parece? Di, ¿no te parece?
Sonia advirtió, sorprendida, que el semblante de Raskolnikof se iluminaba súbitamente. Durante unos segundos, el joven la observó en silencio y atentamente. Todo lo que su difunto padre le había contado de ella acudió de pronto a su memoria…
*—¡Dios mío! —exclamó Pulqueria Alejandrovna apenas llegó con su hija a la calle—. ¡A quien se le diga que me alegro de haber salido de esta casa…!
¡He respirado, Dunetchka! ¡Quién me había de decir, cuando estaba en el tren, que me alegraría de separarme de mi hijo!
—Piensa que está enfermo, mamá. ¿No lo ves? Acaso ha perdido la salud a fuerza de sufrir por nosotras. Hemos de ser indulgentes con él. Se le pueden perdonar muchas cosas, muchas cosas…
—Sin embargo, tú no has sido comprensiva —dijo amargamente Pulqueria Alejandrovna—. Hace un momento os observaba a los dos. Os parecéis como dos gotas de agua, y no tanto en lo físico como en lo moral. Los dos sois severos e irascibles, pero también arrogantes y nobles. Porque él no es egoísta, ¿verdad, Dunetchka…? Cuando pienso en lo que puede ocurrir esta noche en casa, se me hiela el corazón.
—No te preocupes, mamá: sólo sucederá lo que haya de suceder.
—Piensa en nuestra situación, Dunetchka. ¿Qué ocurrirá si Piotr Petrovitch renuncia a ese matrimonio? —preguntó indiscretamente.
—Sólo un hombre despreciable puede ser capaz de semejante acción — repuso Dunetchka con gesto brusco y desdeñoso.
Pulqueria Alejandrovna siguió hablando con su acostumbrada volubilidad.
—Hemos hecho bien en marcharnos. Rodia tenía que acudir urgentementea una cita de negocios. Le hará bien dar un paseo, respirar el aire libre. En su habitación hay una atmósfera asfixiante. Pero ¿es posible encontrar aire respirable en esta ciudad? Las calles son como habitaciones sin ventana. ¡Qué ciudad, Dios mío! ¡Cuidado no te atropellen…! Mira, transportan un piano…
Aquí la gente anda empujándose…Esa muchacha me inquieta.
—¿Qué muchacha?
—Esa Sonia Simonovna.
—¿Por qué te inquieta?
—Tengo un presentimiento, Dunia. ¿Me creerás si te digo que, apenas la he visto entrar, he sentido que es la causa principal de todo?
—¡Eso es absurdo! —exclamó Dunia, indignada—.Para los presentimientos eres única. Ayer la vio por primera vez. Ni siquiera la ha reconocido en el primer momento.
—Ya veremos quién tiene razón…Desde luego, esa joven me inquieta…He sentido verdadero miedo cuando me ha mirado con sus extraños ojos. He tenido que hacer un esfuerzo para no huir… ¡Y nos la ha presentado! Esto es muy significativo. Después de lo que Piotr Petrovitch nos dice de ella en la carta, nos la presenta…No me cabe duda de que está enamorado de ella.
—No hagas caso de lo que diga Lujine. También se ha hablado y escrito mucho sobre nosotras. ¿Es que lo has olvidado…? Estoy segura de que es una buena chica y de que todo lo que se cuenta de ella son estúpidas habladurías.
—¡Ojalá sea así!
—Y Piotr Petrovitch es un chismoso —exclamó súbitamente Dunetchka.
Pulqueria Alejandrovna se contuvo y en este punto terminó la conversación.
* —Ven; tenemos que hablar —dijo Raskolnikof a Rasumikhine, llevándoselo junto a la ventana.
—Ya diré a Catalina Ivanovna que vendrá usted a los funerales —dijo Sonia precipitadamente y disponiéndose a marcharse.
—Un momento, Sonia Simonovna. No se trata de ningún secreto; de modo que usted no nos molesta lo más mínimo…Todavía tengo algo que decirle.
Se volvió de nuevo hacia Rasumikhine y continuó:
—Quiero hablarte de ése…, ¿cómo se llama…? ¡Ah, sí! Porfirio Petrovitch…Tú le conoces, ¿verdad?—¿Cómo no lo he de conocer si somos parientes? Bueno, ¿de qué se trata?
—preguntó con viva curiosidad.
—Creo que es él el que instruye el sumario de…de ese asesinato que comentabais ayer. ¿No?
—Sí, ¿y qué? —preguntó Rasumikhine, abriendo exageradamente los ojos.
—Tengo entendido que ha interrogado a todos los que tenían algún objeto empeñado en casa de la vieja. Yo también tenía algo empeñado…, muy poca cosa…, una sortija que me dio mi hermana cuando me vine a Petersburgo, y el reloj de plata de mi padre. Las dos cosas juntas sólo valen cinco o seis rublos, pero como recuerdos tienen un gran valor para mí. ¿Qué te parece que haga?
No quisiera perder esos objetos, especialmente el reloj de mi padre. Hace un momento, temblaba al pensar que mi madre podía decirme que quería verlo, sobre todo cuando estábamos hablando del reloj de Dunetchka. Es el único objeto que nos queda de mi padre. Si lo perdiéramos, a mi madre le costaría una enfermedad. Ya sabes cómo son las mujeres. Dime, ¿qué debo hacer? Ya sé que hay que ir a la comisaría para prestar declaración. Pero si pudiera hablar directamente con Porfirio… ¿Qué te parece…? Así se solucionaría más rápidamente el asunto…Ya verás como, apenas nos sentemos a la mesa, mi madre me habla del reloj.
Rasumikhine dio muestras de una emoción extraordinaria.
—No tienes que ir a la policía para nada. Porfirio lo solucionará todo…Me has dado una verdadera alegría…Y ¿para qué esperar? Podemos ir inmediatamente. Lo tenemos a dos pasos de aquí. Estoy seguro de que lo encontraremos.
—De acuerdo: vamos.
—Se alegrará mucho de conocerte. ¡Le he hablado tantas veces de ti…!
Ayer mismo te nombramos… ¿De modo que conocías a la vieja?
¡Estupendo…! ¡Ah! Nos habíamos olvidado de que está aquí Sonia Ivanovna.
—Sonia Simonovna —rectificó Raskolnikof—. Éste es mi amigo Rasumikhine, Sonia Simonovna; un buen muchacho…
—Si se han de marchar ustedes…—comenzó a decir Sonia, cuya confusión había aumentado al presentarle Rodia a Rasumikhine, hasta el punto de que no se atrevía a levantar los ojos hacia él.
—Vamos —decidió Raskolnikof—. Hoy mismo pasaré por su casa, Sonia Simonovna. Haga el favor de darme su dirección.
Dijo esto con desenvoltura pero precipitadamente y sin mirarla. Sonia le dio su dirección, no sin ruborizarse, y salieron los tres.—No has cerrado la puerta —dijo Rasumikhine cuando empezaban a bajar la escalera.
—No la cierro nunca…Además, no puedo. Hace dos años que quiero
comprar una cerradura.
Había dicho esto con aire de despreocupación. Luego exclamó, echándose
a reír y dirigiéndose a Sonia:
—¡Feliz el hombre que no tiene nada que guardar bajo llave! ¿No cree usted?
Al llegar a la puerta se detuvieron.
—Usted va hacia la derecha, ¿verdad, Sonia Simonovna…? ¡Ah, oiga!
¿Cómo ha podido encontrarme? —preguntó en el tono del que dice una cosa muy distinta de la que iba a decir. Ansiaba mirar aquellos ojos tranquilos y puros, pero no se atrevía.
—Ayer dio usted su dirección a Poletchka.
—¿Poletchka? ¡Ah, sí; su hermanita! ¿Dice usted que le di mi dirección?
—Sí, ¿no se acuerda?
—Sí, sí; ya recuerdo.
—Yo había oído ya hablar de usted al difunto, pero no sabía su nombre.
Creo que incluso mi padre lo ignoraba. Pero ayer lo supe, y hoy, al venir aquí, he podido preguntar por «el señor Raskolnikof». Yo no sabía que también usted vivía en una pensión. Adiós. Ya diré a Catalina Ivanovna…
Se sintió feliz al poderse marchar y se alejó a paso ligero y con la cabeza baja. Anhelaba llegar a la primera travesía para quedar al fin sola, libre de la mirada de los dos jóvenes, y poder reflexionar, avanzando lentamente y la mirada perdida en la lejanía, en todos los detalles, hasta los más mínimos, de su reciente visita. También deseaba repasar cada una de las palabras que había pronunciado. No había experimentado jamás nada parecido. Todo un mundo ignorado surgía confusamente en su alma.
De pronto se acordó de que Raskolnikof le había anunciado su intención de ir a verla aquel mismo día, y pensó que tal vez fuera aquella misma mañana.
—Si al menos no viniera hoy…—murmuró, con el corazón palpitante como un niño asustado—. ¡Señor! ¡Venir a mi casa, a mi habitación…! Allí verá…
Iba demasiado preocupada para darse cuenta de que la seguía un desconocido.
En el momento en que Raskolnikof, Rasumikhine y Sonia se habíandetenido ante la puerta de la casa, conversando, el desconocido pasó cerca de ellos y se estremeció al cazar al vuelo casualmente estas palabras de Sonia:
—…he podido preguntar por el señor Raskolnikof.
Entonces dirigió a los tres, y especialmente a Raskolnikof, al que se había dirigido Sonia, una rápida pero atenta mirada, y después levantó la vista y anotó el número de la casa. Hizo todo esto en un abrir y cerrar de ojos y de modo que no fue advertido por nadie. Luego se alejó y fue acortando el paso, como quien quiere dar tiempo a que otro lo alcance. Había visto que Sonia se despedía de sus dos amigos y dedujo que se encaminaría a su casa.
«¿Dónde vivirá? —pensó—. Yo he visto a esta muchacha en alguna parte. Procuraré recordar.»
Cuando llegó a la primera bocacalle, pasó a la esquina de enfrente y se volvió, pudiendo advertir que la muchacha había seguido la misma dirección que él sin darse cuenta de que la espiaban. La joven llegó a la travesía y se internó por ella, sin cruzar la calzada. El desconocido continuó su persecución por la acera opuesta, sin perder de vista a Sonia, y cuando habían recorrido unos cincuenta pasos, él cruzó la calle y la siguió por la misma acera, a unos cinco pasos de distancia.
Era un hombre corpulento, que representaba unos cincuenta años y cuya estatura superaba a la normal. Sus anchos y macizos hombros le daban el aspecto de un hombre cargado de espaldas. Iba vestido con una elegancia natural que, como todo su continente, denunciaba al gentilhombre. Llevaba un bonito bastón que resonaba en la acera a cada paso y unos guantes nuevos. Su amplio rostro, de pómulos salientes, tenía una expresión simpática, y su fresca tez evidenciaba que aquel hombre no residía en una ciudad. Sus tupidos cabellos, de un rubio claro, apenas empezaban a encanecer. Su poblada y hendida barba, todavía más clara que sus cabellos; sus azules ojos, de mirada fija y pensativa, y sus rojos labios, indicaban que era un hombre superiormente conservado y que parecía más joven de lo que era en realidad.
Cuando Sonia desembocó en el malecón, quedaron los dos solos en la acera. El desconocido había tenido tiempo sobrado para observar que la joven iba ensimismada. Sonia llegó a la casa en que vivía y cruzó el portal. Él entró tras ella un tanto asombrado. La joven se internó en el patio y luego en la escalera de la derecha, que era la que conducía a su habitación. El desconocido lanzó una exclamación de sorpresa y empezó a subir la misma escalera que Sonia. Sólo en este momento se dio cuenta la joven de que la seguían.
Sonia llegó al tercer piso, entró en un corredor y llamó en una puerta que ostentaba el número 9 y dos palabras escritas con tiza: «Kapernaumof, sastre.»
—¡Qué casualidad! —exclamó el desconocido.Y llamó a la puerta vecina, la señalada con el número 8. Entre ambas puertas había una distancia de unos seis pasos.
—¿De modo que vive usted en casa de Kapernaumof? —dijo el caballero alegremente—. Ayer me arregló un chaleco. Además, soy vecino de usted: vivo en casa de la señora Resslich Gertrudis Pavlovna. El mundo es un pañuelo.
Sonia le miró fijamente.
—Sí, somos vecinos —continuó el caballero, con desbordante jovialidad
—. Estoy en Petersburgo desde hace sólo dos días. Para mí será un placer volver a verla.
Sonia no contestó. En este momento le abrieron la puerta, y entró en su habitación. Estaba avergonzada y atemorizada.
*Rasumikhine daba muestras de gran agitación cuando iba en busca de Porfirio Petrovitch, acompañado de Rodia.
—Has tenido una gran idea, querido, una gran idea —dijo varias veces—.Y créeme que me alegro, que me alegro de veras.
«¿Por qué se ha de alegrar?», se preguntó Raskolnikof.
—No sabía que tú también empeñabas cosas en casa de la vieja. ¿Hace mucho tiempo de eso? Quiero decir que si hace mucho tiempo que has estado en esa casa por última vez.
«Es muy listo, pero también muy ingenuo», se dijo Raskolnikof.
—¿Cuándo estuve por última vez? —preguntó, deteniéndose como para recordar mejor—. Me parece que fue tres días antes del crimen…Te advierto que no quiero recoger los objetos en seguida —se apresuró a aclarar, como si este punto le preocupara especialmente—, pues no me queda más que un rublo después del maldito «desvarío» de ayer.
Y subrayó de un modo especial la palabra «desvarío».
—¡Comprendido, comprendido! —exclamó con vehemencia Rasumikhine y sin que se pudiera saber exactamente qué era lo que comprendía con tanto entusiasmo—. Esto explica que te mostraras entonces tan…impresionado…E incluso en tu delirio nombrabas sortijas y cadenas…Todo aclarado; ya se ha aclarado todo…
«Ya salió aquello. Están dominados por esta idea. Incluso este hombre que sería capaz de dejarse matar por mi se siente feliz al poder explicarse por qué hablaba yo de sortijas en mi delirio. Todo esto los ha confirmado en sussuposiciones.»
—¿Crees que encontraremos a Porfirio? —preguntó Raskolnikof en voz
alta.
—¡Claro que lo encontraremos! —repuso vivamente Rasumikhine—. Ya verás qué tipo tan interesante. Un poco brusco, eso sí, a pesar de ser un hombre de mundo. Bien es verdad que yo no le considero brusco porque carezca de mundología. Es inteligente, muy inteligente. Está muy lejos de ser un grosero, a pesar de su carácter especial. Es desconfiado, escéptico, cínico.
Le gusta engañar, chasquear a la gente, y es fiel al viejo sistema de las pruebas materiales…Sin embargo, conoce a fondo su oficio. El año pasado desembrolló un caso de asesinato del que sólo existían ligeros indicios. Tiene grandes deseos de conocerte.
—¿Grandes deseos? ¿Por qué?
—Bueno, tal vez he exagerado…Oye; últimamente, es decir, desde que te pusiste enfermo, le he hablado mucho de ti. Naturalmente, él me escuchaba. Y cuando le dije que eras estudiante de Derecho y que no podías terminar tus estudios por falta de dinero, exclamó: «¡Es lamentable!» De esto deduzco…
Mejor dicho, del conjunto de todos estos detalles…Ayer, Zamiotof…Oye, Rodia, cuando te llevé ayer a tu casa estaba embriagado y dije una porción de tonterías. Lamentaría que hubieras tomado demasiado en serio mis palabras.
—¿A qué te refieres? ¿A la sospecha de esos hombres de que estoy loco?
Pues bien, tal vez no se equivoquen.
Y se echó a reír forzadamente.
—Si, si… ¡digo, no…! Lo cierto es que todo lo que dije anoche sobre esa cuestión y sobre todas eran divagaciones de borracho.
—Entonces, ¿para qué excusarse? ¡Si supieras cómo me fastidian todas estas cosas! —exclamó Raskolnikof con una irritación fingida en parte.
—Lo sé, lo sé. Lo comprendo perfectamente; te aseguro que lo comprendo.
Incluso me da vergüenza hablar de ello.
—Si te da vergüenza, cállate.
Los dos enmudecieron. Rasumikhine estaba encantado, y Raskolnikof se dio cuenta de ello con una especie de horror. Lo que su amigo acababa de decirle acerca de Porfirio Petrovitch no dejaba de inquietarle.
«Otro que me compadece —pensó, con el corazón agitado y palideciendo —. Ante éste tendré que fingir mejor y con más naturalidad que ante Rasumikhine. Lo más natural sería no decir nada, absolutamente nada…No, no; esto también podría parecer poco natural…En fin, dejémonos llevar de losacontecimientos…En seguida veremos lo que sucede… ¿He hecho bien en venir o no? La mariposa se arroja a la llama ella misma…El corazón me late con violencia…Mala cosa.»
—Es esa casa gris —dijo Rasumikhine.
«Es de gran importancia saber si Porfirio está enterado de que estuve ayer en casa de esa bruja y de las preguntas que hice sobre la sangre. Es necesario que yo sepa esto inmediatamente, que yo lea la verdad en su semblante apenas entre en el despacho, al primer paso que dé. De lo contrario, no sabré cómo proceder, y ya puedo darme por perdido.»
—¿Sabes lo que te digo? —preguntó de pronto a Rasumikhine con una sonrisa maligna—. Que he observado que toda la mañana te domina una gran agitación. De veras.
—¿Agitación? Nada de eso —repuso, mortificado, Rasumikhine.
—No lo niegues. Eso se ve a la legua. Hace un rato estabas sentado en el borde de la silla, cosa que no haces nunca, y parecías tener calambres en las piernas. A cada momento te sobresaltabas sin motivo, y unas veces tenías cara de hombre amargado y otras eras un puro almíbar. Te has sonrojado varias veces y te has puesto como la púrpura cuando te han invitado a comer.
—Todo eso son invenciones tuyas. ¿Qué quieres decir?
—A veces eres tímido como un colegial. Ahora mismo te has puesto colorado.
—¡Imbécil!
—Pero ¿a qué viene esa confusión? ¡Eres un Romeo! Ya contaré todo esto en cierto sitio. ¡Ja, ja, ja! ¡Cómo voy a hacer reír a mi madre! ¡Y a otra persona!
—Oye, oye…Hablemos en serio…Quiero saber…—balbuceó Rasumikhine, aterrado—. ¿Qué piensas contarles? Oye, querido… ¡Eres un majadero!
—Estás hecho una rosa de primavera… ¡Si vieras lo bien que esto te sienta! ¡Un Romeo de tan aventajada estatura! ¡Y cómo te has lavado hoy!
Incluso te has limpiado las uñas. ¿Cuándo habías hecho cosa semejante? Que Dios me perdone, pero me parece que hasta te has puesto pomada en el pelo. A ver: baja un poco la cabeza.
—¡Imbécil!
Raskolnikof se reía de tal modo, que parecía no poder cesar de reír. La hilaridad le duraba todavía cuando llegaron a casa de Porfirio Petrovitch. Esto era lo que él quería. Así, desde el despacho le oyeron entrar en la casa riendo,y siguieron oyendo estas risas cuando los dos amigos llegaron a la antesala.
—¡Ojo con decir aquí una sola palabra, porque te hago papilla! —dijo Rasumikhine fuera de sí y atenazando con su mano el hombro de su amigo.
Raskolnikof entró en el despacho con el gesto del hombre que hace descomunales esfuerzos para no reventar de risa. Le seguía Rasumikhine, rojo como la grana, cohibido, torpe y transfigurado por el furor del semblante. Su cara y su figura tenían en aquellos momentos un aspecto cómico que justificaba la hilaridad de su amigo. Raskolnikof, sin esperar a ser presentado, se inclinó ante el dueño de la casa, que estaba de pie en medio del despacho, mirándolos con expresión interrogadora, y cambió con él un apretón de manos. Pareciendo todavía que hacía un violento esfuerzo para no echarse a reír, dijo quién era y cómo se llamaba. Pero apenas se había mantenido serio mientras murmuraba algunas palabras, sus ojos miraron casualmente a Rasumikhine. Entonces ya no pudo contenerse y lanzó una carcajada que, por efecto de la anterior represión, resultó más estrepitosa que las precedentes.
El extraordinario furor que esta risa loca despertó en Rasumikhine prestó, sin que éste lo advirtiera, un buen servicio a Raskolnikof.
—¡Demonio de hombre! —gruñó Rasumikhine, con un ademán tan violento que dio un involuntario manotazo a un velador sobre el que había un vaso de té vacío. Por efecto del golpe, todo rodó por el suelo ruidosamente.
—No hay que romper los muebles, señores míos —exclamó Porfirio Petrovitch alegremente—. Esto es un perjuicio para el Estado.
Raskolnikof seguía riendo, y de tal modo, que se olvidó de que su mano estaba en la de Porfirio Petrovitch. Sin embargo, consciente de que todo tiene su medida, aprovechó un momento propicio para recobrar la seriedad lo más naturalmente posible. Rasumikhine, al que el accidente que su conducta acababa de provocar había sumido en el colmo de la confusión, miró un momento con expresión sombría los trozos de vidrio, después escupió, volvió la espalda a Porfirio y a Raskolnikof, se acercó a la ventana y, aunque no veía, hizo como si mirase al exterior. Porfirio Petrovitch reía por educación, pero se veía claramente que esperaba le explicasen el motivo de aquella visita.
En un rincón estaba Zamiotof sentado en una silla. Al aparecer los visitantes se había levantado, esbozando una sonrisa. Contemplaba la escena con una expresión en que el asombro se mezclaba con la desconfianza, y observaba a Raskolnikof incluso con una especie de turbación. La aparicióninesperada de Zamiotof sorprendió desagradablemente al joven, que se dijo: «Otra cosa en que hay que pensar.»
Y manifestó en voz alta, con una confusión fingida:
—Le ruego que me perdone…
—Pero ¿qué dice usted? ¡Si estoy encantado! Ha entrado usted de un modo tan agradable…—repuso Porfirio Petrovitch, y añadió, indicando a Rasumikhine con un movimiento de cabeza—. Ése, en cambio, ni siquiera me ha dado los buenos días.
—Se ha indignado conmigo no sé por qué. Por el camino le he dicho que se parecía a Romeo y le he demostrado que mi comparación era justa. Esto es todo lo que ha habido entre nosotros.
—¡Imbécil! —exclamó Rasumikhine sin volver la cabeza.
—Debe de tener sus motivos para tomar en serio una broma tan inofensiva
—comentó Porfirio echándose a reír.
—Oye, juez de instrucción…—empezó a decir Rasumikhine—. ¡Bah!
¡Que el diablo os lleve a todos!
Y se echó a reír de buena gana: había recobrado de súbito su habitual buen humor.
—¡Basta de tonterías! —dijo, acercándose alegremente a Porfirio Petrovitch—. Sois todos unos imbéciles…Bueno, vamos a lo que interesa. Te presento a mi amigo Rodion Romanovitch Raskolnikof, que ha oído hablar mucho de ti y deseaba conocerte. Además, quiere hablar contigo de cierto asuntillo… ¡Hombre, Zamiotof! ¿Cómo es que estás aquí? Esto prueba que conoces a Porfirio Petrovitch. ¿Desde cuándo?
«¿Qué significa todo esto?», se dijo, inquieto, Raskolnikof.
Zamiotof se sentía un poco violento.
—Nos conocimos anoche en tu casa —respondió.
—No cabe duda de que Dios está en todas partes. Imagínate, Porfirio, que la semana pasada me rogó insistentemente que te lo presentase, y vosotros habéis trabado conocimiento prescindiendo de mí. ¿Dónde tienes el tabaco?
Porfirio Petrovitch iba vestido con ropa de casa: bata, camisa blanquísima y unas zapatillas viejas. Era un hombre de treinta y cinco años, de talla superior a la media, bastante grueso e incluso con algo de vientre. Iba perfectamente afeitado y no llevaba bigote ni patillas. Su cabello, cortado al rape, coronaba una cabeza grande, esférica y de abultada nuca. Su cara era redonda, abotagada y un poco achatada; su tez, de un amarillo fuerte,enfermizo. Sin embargo, aquel rostro denunciaba un humor agudo y un tanto burlón. Habría sido una cara incluso simpática si no lo hubieran impedido sus ojos, que brillaban extrañamente, cercados por unas pestañas casi blancas y unos párpados que pestañeaban de continuo. La expresión de esta mirada contrastaba extrañamente con el resto de aquella fisonomía casi afeminada y le prestaba una seriedad que no se percibía en el primer momento.
Apenas supo que Raskolnikof tenía que tratar cierto asunto con él, Porfirio Petrovitch le invitó a sentarse en el sofá. Luego se sentó él en el extremo opuesto al ocupado por Raskolnikof y le miró fijamente, en espera de que le expusiera la anunciada cuestión. Le miraba con esa atención tensa y esa gravedad extremada que pueden turbar a un hombre, especialmente cuando ese hombre es casi un desconocido y sabe que el asunto que ha de tratar está muy lejos de merecer la atención exagerada y aparatosa que se le presta. Sin embargo, Raskolnikof le puso al corriente del asunto con pocas y precisas palabras. Luego, satisfecho de sí mismo, halló la serenidad necesaria para observar atentamente a su interlocutor. Porfirio Petrovitch no apartó de él los ojos en ningún momento del diálogo, y Rasumikhine, que se había sentado frente a ellos, seguía con vivísima atención aquel cambio de palabras. Su mirada iba del juez de instrucción a su amigo y de su amigo al juez de instrucción sin el menor disimulo.
«¡Qué idiota!», exclamó mentalmente Raskolnikof.
—Tendrá que prestar usted declaración ante la policía —repuso Porfirio Petrovitch con acento perfectamente oficial—. Deberá usted manifestar que, enterado del hecho, es decir, del asesinato, ruega que se advierta al juez de instrucción encargado de este asunto que tales y cuales objetos son de su propiedad y que desea usted desempeñarlos. Además, ya recibirá una comunicación escrita.
—Pero lo que ocurre —dijo Raskolnikof, fingiéndose confundido lo mejor que pudo— es que en este momento estoy tan mal de fondos, que ni siquiera tengo el dinero necesario para rescatar esas bagatelas. Por eso me limito a declarar que esos objetos me pertenecen y que cuando tenga dinero…
—Eso no importa —le interrumpió Porfirio Petrovitch, que pareció acoger fríamente esta declaración de tipo económico—. Además, usted puede exponerme por escrito lo que me acaba de decir, o sea que, enterado de esto y aquello, se declara propietario de tales objetos y ruega…
—¿Puedo escribirle en papel corriente? —le interrumpió Raskolnikof, con el propósito de seguir demostrando que sólo le interesaba el aspecto práctico de la cuestión.
—Sí, el papel no importa.Dicho esto, Porfirio Petrovitch adoptó una expresión francamente burlona.
Incluso guiñó un ojo como si hiciera un signo de inteligencia a Raskolnikof.
Acaso esto del signo fue simplemente una ilusión del joven, pues todo transcurrió en un segundo. Sin embargo, algo debía de haber en aquel gesto.
Que le había guiñado un ojo era seguro. ¿Con qué intención? Eso sólo el diablo lo sabía.
«Este hombre sabe algo», pensó en el acto Raskolnikof. Y dijo en voz alta, un tanto desconcertado:
—Perdone que le haya molestado por tan poca cosa. Esos objetos sólo valen unos cinco rublos, pero como recuerdos tienen un gran valor para mí. Le confieso que sentí gran inquietud cuando supe…
—Eso explica que ayer te estremecieras al oírme decir a Zosimof que Porfirio estaba interrogando a los propietarios de los objetos empeñados — exclamó Rasumikhine con una segunda intención evidente.
Esto era demasiado. Raskolnikof no pudo contenerse y lanzó a su amigo una mirada furiosa. Pero en seguida se sobrepuso.
—Tú todo lo tomas a broma —dijo con una irritación que no tuvo que fingir—. Admito que me preocupan profundamente cosas que para ti no tienen importancia, pero esto no es razón para que me consideres egoísta e interesado, pues repito que esos dos objetos tan poco valiosos tienen un gran valor para mí. Hace un momento te he dicho que ese reloj de plata es el único recuerdo que tenemos de mi padre. Búrlate si quieres, pero mi madre acaba de llegar —manifestó dirigiéndose a Porfirio—, y si se enterase —continuó, volviendo a hablar a Rasumikhine y procurando que la voz le temblara— de que ese reloj se había perdido, su desesperación no tendría límites. Ya sabes cómo son las mujeres.
—¡Estás muy equivocado! ¡No me has entendido! Yo no he pensado nada de lo que dices, sino todo lo contrario —protestó, desolado, Rasumikhine.
«¿Lo habré hecho bien? ¿No habré exagerado? —pensó Raskolnikof, temblando de inquietud—. ¿Por qué habré dicho eso de "Ya sabes cómo son las mujeres"?»
—¿De modo que su madre ha venido a verle? —preguntó Porfirio Petrovitch.
—Sí.
—¿Y cuándo ha llegado?
—Ayer por la tarde.
Porfirio no dijo nada: parecía reflexionar.—Sus objetos no pueden haberse perdido —manifestó al fin, tranquilo y fríamente—. Hace tiempo que esperaba su visita.
Dicho esto, se volvió con toda naturalidad hacia Rasumikhine, que estaba echando sobre la alfombra la ceniza de su cigarrillo, y le acercó un cenicero.
Raskolnikof se había estremecido, pero el juez instructor, atento al cigarrillo de Rasumikhine, no pareció haberlo notado.
—¿Dices que lo esperabas? —preguntó Rasumikhine a Porfirio Petrovitch
—. ¿Acaso sabías que tenía cosas empeñadas?
Porfirio no le respondió, sino que habló a Raskolnikof directamente:
—Sus dos objetos, la sortija y el reloj, estaban en casa de la víctima, envueltos en un papel sobre el cual se leía el nombre de usted, escrito claramente con lápiz y, a continuación, la fecha en que la prestamista había recibido los objetos.
—¡Qué memoria tiene usted! —exclamó Raskolnikof iniciando una sonrisa.
Ponía gran empeño en fijar su mirada serenamente en los ojos del juez, pero no pudo menos de añadir:
—He hecho esta observación porque supongo que los propietarios de objetos empeñados son muy numerosos y lo natural sería que usted no los recordara a todos. Pero veo que me he equivocado: usted no ha olvidado ni siquiera uno…, y…y…
«¡Qué estúpido soy! ¿Qué necesidad tenía de decir esto?» —Es que todos los demás se han presentado ya. Sólo faltaba usted —dijo Porfirio Petrovitch con un tonillo de burla casi imperceptible.
—No me sentía bien.
—Ya me enteré. También supe que algo le había trastornado profundamente. Incluso ahora está usted un poco pálido.
—Pues me encuentro admirablemente —replicó al punto Raskolnikof, en tono tajante y furioso.
Sentía hervir en él una cólera que no podía reprimir.
«Esta indignación me va a hacer cometer alguna tontería. Pero ¿por qué se obstinan en torturarme?»
—Dice que no se sentía bien —exclamó Rasumikhine—, y esto es poco menos que no decir nada. Pues lo cierto es que hasta ayer el delirio apenas le ha dejado…Puedes creerme, Porfirio: apenas se tiene en pie…Pues bien, ayer aprovechó un momento, unos minutos, en que Zosimof y yo le dejamos, paravestirse, salir furtivamente y marcharse a Dios sabe dónde. ¡Y esto en pleno delirio! ¿Has visto cosa igual? ¡Este hombre es un caso!
—¿En pleno delirio? ¡Qué locura! —exclamó Porfirio Petrovitch, sacudiendo la cabeza.
—¡Eso es mentira! ¡No crea usted ni una palabra…! Pero sobra esta advertencia, porque usted no lo ha creído, ni mucho menos —dejó escapar Raskolnikof, aturdido por la cólera.
Pero Porfirio no dio muestras de entender estas extrañas palabras.
—¿Cómo te habrías atrevido a salir si no hubieses estado delirando? — exclamó Rasumikhine, perdiendo la calma a su vez—: ¿Por qué saliste? ¿Con qué intención? ¿Y por qué lo hiciste a escondidas? Confiesa que no podías estar en tu juicio. Ahora que ha pasado el peligro, puedo hablarte francamente.
—Me fastidiaron insoportablemente —dijo Raskolnikof, dirigiéndose a Porfirio con una sonrisa burlona, insolente, retadora—. Hui para ir a alquilar una habitación donde no pudieran encontrarme. Y llevaba en el bolsillo una buena cantidad de dinero. El señor Zamiotof lo sabe porque lo vio. Por lo tanto, señor Zamiotof, le ruego que resuelva usted nuestra disputa. Diga: ¿estaba delirando o conservaba mi sano juicio?
De buena gana habría estrangulado a Zamiotof, tanto le irritaron su silencio y sus miradas equívocas.
—Me pareció —dijo al fin Zamiotof secamente— que hablaba usted como un hombre razonable; es más, como un hombre…prudente; sí, prudente. Pero también parecía usted algo exasperado.
—Y hoy —intervino Porfirio Petrovitch— Nikodim Fomitch me ha contado que le vio ayer, a hora muy avanzada, en casa de un funcionario que acababa de ser atropellado por un coche.
—¡Ahí tenemos otra prueba! —exclamó al punto Rasumikhine—. ¿No es cierto que te condujiste como un loco en casa de ese desgraciado? Entregaste todo el dinero a la viuda para el entierro. Bien que la socorrieras, que le dieses quince, hasta veinte rublos, con lo que te habrían quedado cinco para ti; pero no todo lo que tenías…
—A lo mejor, es que me he encontrado un tesoro. Esto justificaría mi generosidad. Ahí tienes al señor Zamiotof, que cree que, en efecto, me lo he encontrado…
Y añadió, dirigiéndose a Porfirio Petrovitch, con los labios temblorosos:
—Perdone que le hayamos molestado durante media hora con una charla tan inútil. Está usted abrumado, ¿verdad?—¡Qué disparate! Todo lo contrario. Usted no sabe hasta qué extremo me interesa su compañía. Me encanta verle y oírle…Celebro de veras, puede usted creerme, que al fin se haya decidido a venir.
—Danos un poco de té —dijo Rasumikhine—. Tengo la garganta seca.
—Buena idea. Tal vez a estos señores les venga el té tan bien como a ti…
¿No quieres nada sólido antes?
—¡Hala! No te entretengas.
Porfirio Petrovitch fue a encargar el té.
La mente de Raskolnikof era un hervidero de ideas. El joven estaba furioso.
«Lo más importante es que ni disimulan ni se andan con rodeos. ¿Por qué, sin conocerme, has hablado de mí con Nikodim Fomitch, Porfirio Petrovitch?
Esto demuestra que no ocultan que me siguen la pista como una jauría de sabuesos. Me están escupiendo en plena cara.»
Y al pensar esto, temblaba de cólera.
«Pero llevad cuidado y no pretendáis jugar conmigo como el gato con el ratón. Esto no es noble, Porfirio Petrovitch, y yo no lo puedo permitir. Si seguís así, me levantaré y os arrojaré a la cara toda la verdad. Entonces veréis hasta qué punto os desprecio.»
Respiraba penosamente.
«¿Pero y si me equivoco y todo esto no son más que figuraciones mías?
Podría ser todo un espejismo, podría haber interpretado mal las cosas a causa de mi ignorancia. ¿Es que no voy a ser capaz de mantener mi bajo papel? Tal vez no tienen ninguna intención oculta…Las cosas que dicen son perfectamente normales…Sin embargo, se percibe tras ellas algo que…
Cualquiera podría expresarse como ellos, pero sin duda bajo sus palabras se oculta una segunda intención… ¿Por qué Porfirio no ha nombrado francamente a la vieja? ¿Por qué Zamiotof ha dicho que yo me había expresado como un hombre "prudente"? ¿Y a qué viene ese tono en que hablan? Sí, ese tono…Rasumikhine lo ha presenciado todo. ¿Por qué, pues, no le ha sorprendido nada de eso? Ese majadero no se da cuenta de nada…Vuelvo a sentir fiebre… ¿Me habrá guiñado el ojo Porfirio o habrá sido simplemente un tic? Sin duda, sería absurdo que me lo hubiera guiñado… ¿A santo de qué?
¿Quieren exasperarme…? ¿Me desprecian…? ¿Son suposiciones mías…? ¿Lo saben todo…? Zamiotof se muestra insolente… ¿No me equivocaré…? Debe de haber reflexionado durante la noche. Yo presentía que estaría aquí…Está en esta casa como en la suya. ¿Puede ser la primera vez que viene? Además, Porfirio no le trata como a un extraño, puesto que le vuelve la espalda. Estánde acuerdo; sí, están de acuerdo sobre mí. Y lo más probable es que hayan hablado de mí antes de nuestra llegada… ¿Sabrán algo de mi visita a las habitaciones de la vieja? Es preciso averiguarlo cuanto antes. Cuando he dicho que había salido para alquilar una habitación, Porfirio no ha dado muestras de enterarse…He hecho muy bien en decir esto…Puede serme útil…Dirán que es una crisis de delirio… ¡Ja, ja, ja…! Ese Porfirio está al corriente con todo detalle de mis pasos en la tarde de ayer, pero ignoraba que había llegado mi madre…Esa bruja había anotado en el envoltorio la fecha del empeño…Pero se equivocan ustedes si creen que pueden manejarme a su antojo: ustedes no tienen pruebas, sino sólo vagas conjeturas. ¡Preséntenme hechos! Mi visita a casa de la vieja no prueba nada, pues es una consecuencia del estado de delirio en que me hallaba. Así lo diré si llega el caso…Pero ¿saben que estuve en esa casa? No me marcharé de aquí hasta que me entere… ¿Para qué habré venido…? Pero ya me estoy sulfurando: esto salta a la vista…Es evidente que tengo los nervios de punta…Pero tal vez esto sea lo mejor…Así puedo seguir desempeñando mi papel de enfermo…Ese hombre quiere irritarme, desconcertarme… ¿Por qué habré venido?»
Todos estos pensamientos atravesaron la mente de Raskolnikof con velocidad cósmica.
Porfirio Petrovitch llegó momentos después. Parecía de mejor humor.
—Todavía me duele la cabeza. Consecuencia de los excesos de anoche en tu casa —dijo a Rasumikhine alegremente, tono muy distinto del que había empleado hasta entonces—. Aún estoy algo trastornado.
—¿Resultó interesante la velada? Os dejé en el mejor momento. ¿Para quién fue la victoria?
—Para nadie. Finalmente salieron a relucir los temas eternos.
—Imagínate, Rodia, que la disputa había desembocado en esta cuestión: ¿existe el crimen…? Ya puedes suponer las tonterías que se dijeron.
—Yo no veo nada de extraordinario en ello —repuso Raskolnikof distraídamente—. Es una simple cuestión de sociología.
—La cuestión no se planteó en ese aspecto —observó Porfirio.
—Cierto: no se planteó exactamente así —reconoció Rasumikhine acalorándose, como era su costumbre—. Oye, Rodia, te ruego que nos escuches y nos des tu opinión. Me interesa. Yo hacía cuanto podía mientras te esperaba. Les había hablado a todos de ti y les había prometido tu visita…Los primeros en intervenir fueron los socialistas, que expusieron su teoría. Todos la conocemos: el crimen es una protesta contra una organización social defectuosa. Esto es todo, y no admiten ninguna otra razón, absolutamenteninguna.
—¡Gran error! —exclamó Porfirio Petrovitch, que se iba animando poco a poco y se reía al ver que Rasumikhine se embalaba cada vez más.
—No, no admiten otra causa —prosiguió Rasumikhine con su creciente exaltación—. No me equivoco. Te mostraré sus libros. Ya leerás lo que dicen:
«Tal individuo se ha perdido a causa del medio.» Y nada más. Es su frase favorita. O sea que si la sociedad estuviera bien organizada, no se cometerían crímenes, pues nadie sentiría el deseo de protestar y todos los hombres llegarían a ser justos. No tienen en cuenta la naturaleza: la eliminan, no existe para ellos. No ven una humanidad que se desarrolla mediante una progresión histórica y viva, para producir al fin una sociedad normal, sino que suponen un sistema social que surge de la cabeza de un matemático y que, en un abrir y cerrar de ojos, organiza la sociedad y la hace justa y perfecta antes de que se inicie ningún proceso histórico. De aquí su odio instintivo a la historia. Dicen de ella que es un amasijo de horrores y absurdos, que todo lo explica de una manera absurda. De aquí también su odio al proceso viviente de la existencia.
No hay necesidad de un alma viviente, pues ésta tiene sus exigencias; no obedece ciegamente a la mecánica; es desconfiada y retrógrada. El alma que ellos quieren puede apestar, estar hecha de caucho; es un alma muerta y sin voluntad; una esclava que no se rebelará nunca. Y la consecuencia de ello es que toda la teoría consiste en una serie de ladrillos sobrepuestos; en el modo de disponer los corredores y las piezas de un falansterio. Este falansterio se puede construir, pero no la naturaleza humana, que quiere vivir, atravesar todo el proceso de la vida antes de irse al cementerio. La lógica no basta para permitir este salto por encima de la naturaleza. La lógica sólo prevé tres casos, cuando hay un millón. Reducir todo esto a la única cuestión de la comodidad es la solución más fácil que puede darse al problema. Una solución de claridad seductora y que hace innecesaria toda reflexión: he aquí lo esencial. ¡Todo el misterio de la vida expuesto en dos hojas impresas…!
—Mirad como se exalta y vocifera. Habría que atarlo —dijo Porfirio Petrovitch entre risas—. Figúrese usted —añadió dirigiéndose a Raskolnikof
— esta misma música en una habitación y a seis voces. Esto fue la reunión de anoche. Además, nos había saturado previamente de ponche. ¿Comprende usted lo que sería aquello…? Por otra parte, estás equivocado: el medio desempeña un gran papel en la criminalidad. Estoy dispuesto a demostrártelo.
—Eso ya lo sé. Pero dime: pongamos el ejemplo del hombre de cuarenta años que deshonra a una niña de diez. ¿Es el medio el que le impulsa?
—Pues sí, se puede decir que es el medio el que le impulsa —repuso Porfirio Petrovitch adoptando una actitud especialmente grave—.Ese crimen se puede explicar perfectamente, perfectísimamente, por la influencia delmedio.
Rasumikhine estuvo a punto de perder los estribos.
—Yo también te puedo probar a ti —gruñó— que tus blancas pestañas son una consecuencia del hecho de que el campanario de Iván el Grande mida treinta toesas de altura. Te lo demostraré progresivamente, de un modo claro, preciso e incluso con cierto matiz de liberalismo. Me comprometo a ello. Di: ¿quieres que te lo demuestre?
—Sí, vamos a ver cómo te las compones.
—¡Siempre con tus burlas! —exclamó Rasumikhine con un tono de desaliento—. No vale la pena hablar contigo. Te advierto, Rodia, que todo esto lo hace expresamente. Tú todavía no le conoces. Ayer sólo expuso su parecer para mofarse de todos. ¡Qué cosas dijo, Señor! ¡Y ellos encantados de tenerlo en la reunión…! Es capaz de estar haciendo este juego durante dos semanas enteras. El año pasado nos aseguró que iba a ingresar en un convento y estuvo afirmándolo durante dos meses. Últimamente se imaginó que iba a casarse y que todo estaba ya listo para la boda. Incluso se hizo un traje nuevo. Nosotros empezamos a creerlo y a felicitarle. Y resultó que la novia no existía y que todo era pura invención.
—Estás equivocado. Primero me hice el traje y entonces se me ocurrió la idea de gastaros la broma.
—¿De verdad es usted tan comediante? —preguntó con cierta indiferencia Raskolnikof.
—Le parece mentira, ¿verdad? Pues espere, que con usted voy a hacer lo mismo. ¡Ja, ja, ja…! No, no; le voy a decir la verdad. A propósito de todas esas historias de crímenes, de medios, de jovencitas, recuerdo un artículo de usted que me interesó y me sigue interesando. Se titulaba…creo que «El crimen», pero la verdad es que de esto no estoy seguro. Me recreé leyéndolo en La Palabra Periódica hace dos meses.
—¿Un artículo mío en La Palabra Periódica? —exclamó Raskolnikof, sorprendido—.Ciertamente, yo escribí un artículo hace unos seis meses, que fue cuando dejé la universidad. En él hablaba de un libro que acababa de aparecer. Pero lo llevé a La Palabra Hebdomadaria y no a La Palabra Periódica.
—Pues se publicó en La Palabra Periódica.
—La Palabra Hebdomadaria dejó de aparecer a poco de haber entregado yo mi artículo, y por eso no pudo publicarlo…
—Sí, pero, al desaparecer, este semanario quedó fusionado con La Palabra Periódica, y ello explica que su artículo se haya publicado en este últimoperiódico. Así, ¿no estaba usted enterado?
En efecto, Raskolnikof no sabía nada de eso.
—Pues ha de cobrar su artículo. ¡Qué carácter tan extraordinario tiene usted! Vive tan aislado, que no se entera de nada, ni siquiera de las cosas que le interesan materialmente. Es increíble.
—Yo tampoco sabía nada —exclamó Rasumikhine—. Hoy mismo iré a la biblioteca a pedir ese periódico… ¿Dices que el artículo se publicó hace dos meses? ¿En qué día…? Bueno, ya lo encontraré… ¡No decir nada! ¡Es el colmo!
—¿Y usted cómo se ha enterado de que el artículo era mío? lo firmé con una inicial.
—Fue por casualidad. Conozco al redactor jefe, le vi hace poco, y como su artículo me había interesado tanto…
—Recuerdo que estudiaba en él el estado anímico del criminal mientras cometía el crimen.
—Sí, y ponía gran empeño en demostrar que el culpable, en esos momentos, es un enfermo. Es una tesis original, pero en verdad no es esta parte de su artículo la que me interesó especialmente, sino cierta idea que deslizaba al final. Es lamentable que se limitara usted a indicarla vaga y someramente…Si tiene usted buena memoria, se acordará de que insinuaba usted que hay seres que pueden, mejor dicho, que tienen pleno derecho a cometer toda clase de actos criminales, y a los que no puede aplicárseles la ley.
Raskolnikof sonrió ante esta pérfida interpretación de su pensamiento.
—¿Cómo, cómo? ¿El derecho al crimen? ¿Y sin estar bajo la influencia irresistible del miedo? —preguntó Rasumikhine, no sin cierto terror.
—Sin esa influencia —respondió Porfirio Petrovitch—. No se trata de eso.
En el artículo que comentamos se divide a los hombres en dos clases: seres ordinarios y seres extraordinarios. Los ordinarios han de vivir en la obediencia y no tienen derecho a faltar a las leyes, por el simple hecho de ser ordinarios.
En cambio, los individuos extraordinarios están autorizados a cometer toda clase de crímenes y a violar todas las leyes, sin más razón que la de ser extraordinarios. Es esto lo que usted decía, si no me equivoco.
—¡Es imposible que haya dicho eso! —balbuceó Rasumikhine.
Raskolnikof volvió a sonreír. Había comprendido inmediatamente la intención de Porfirio y lo que éste pretendía hacerle decir. Y, recordando perfectamente lo que había dicho en su artículo, aceptó el reto.
—No es eso exactamente lo que dije —comenzó en un tono natural ymodesto—. Confieso, sin embargo, que ha captado usted mi modo de pensar, no ya aproximadamente, sino con bastante exactitud.
Y, al decir esto, parecía experimentar cierto placer.
—La inexactitud consiste en que yo no dije, como usted ha entendido, que los hombres extraordinarios están autorizados a cometer toda clase de actos criminales. Sin duda, un artículo que sostuviera semejante tesis no se habría podido publicar. Lo que yo insinué fue tan sólo que el hombre extraordinario tiene el derecho…, no el derecho legal, naturalmente, sino el derecho moral…, de permitir a su conciencia franquear ciertos obstáculos en el caso de que así lo exija la realización de sus ideas, tal vez beneficiosas para toda la humanidad…Dice usted que esta parte de mi artículo adolece de falta de claridad. Se la voy a explicar lo mejor que pueda. Me parece que es esto lo que usted desea, ¿no? Bien, vamos a ello. En mi opinión, si los descubrimientos de Kepler y Newton, por una circunstancia o por otra, no hubieran podido llegar a la humanidad sino mediante el sacrificio de una, o cien, o más vidas humanas que fueran un obstáculo para ello, Newton habría tenido el derecho, e incluso el deber, de sacrificar esas vidas, a fin de facilitar la difusión de sus descubrimientos por todo el mundo. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que Newton tuviera derecho a asesinar a quien se le antojara o a cometer toda clase de robos. En el resto de mi artículo, si la memoria no me engaña, expongo la idea de que todos los legisladores y guías de la humanidad, empezando por los más antiguos y terminando por Licurgo, Solón, Mahoma, Napoleón, etcétera; todos, hasta los más recientes, han sido criminales, ya que al promulgar nuevas leyes violaban las antiguas, que habían sido observadas fielmente por la sociedad y transmitidas de generación en generación, y también porque esos hombres no retrocedieron ante los derramamientos de sangre (de sangre inocente y a veces heroicamente derramada para defender las antiguas leyes), por poca que fuese la utilidad que obtuvieran de ello.
»Incluso puede decirse que la mayoría de esos bienhechores y guías de la humanidad han hecho correr torrentes de sangre. Mi conclusión es, en una palabra, que no sólo los grandes hombres, sino aquellos que se elevan, por poco que sea, por encima del nivel medio, y que son capaces de decir algo nuevo, son por naturaleza, e incluso inevitablemente, criminales, en un grado variable, como es natural. Si no lo fueran, les sería difícil salir de la rutina. No quieren permanecer en ella, y yo creo que no lo deben hacer.
»Ya ven ustedes que no he dicho nada nuevo. Estas ideas se han comentado mil veces de palabra y por escrito. En cuanto a mi división de la humanidad en seres ordinarios y extraordinarios, admito que es un tanto arbitraria; pero no me obstino en defender la precisión de las cifras que doy.
Me limito a creer que el fondo de mi pensamiento es justo. Mi opinión es que los hombres pueden dividirse, en general y de acuerdo con el orden de lamisma naturaleza, en dos categorías: una inferior, la de los individuos ordinarios, es decir, el rebaño cuya única misión es reproducir seres semejantes a ellos, y otra superior, la de los verdaderos hombres, que se complacen en dejar oír en su medio "palabras nuevas. Naturalmente, las subdivisiones son infinitas, pero los rasgos característicos de las dos categorías son, a mi entender, bastante precisos. La primera categoría se compone de hombres conservadores, prudentes, que viven en la obediencia, porque esta obediencia los encanta. Y a mí me parece que están obligados a obedecer, pues éste es su papel en la vida y ellos no ven nada humillante en desempeñarlo. En la segunda categoría, todos faltan a las leyes, o, por lo menos, todos tienden a violarlas por todos sus medios.
»Naturalmente, los crímenes cometidos por estos últimos son relativos y diversos. En la mayoría de los casos, estos hombres reclaman, con distintas fórmulas, la destrucción del orden establecido, en provecho de un mundo mejor. Y, para conseguir el triunfo de sus ideas, pasan si es preciso sobre montones de cadáveres y ríos de sangre. Mi opinión es que pueden permitirse obrar así; pero…, que quede esto bien claro…, teniendo en cuenta la clase e importancia de sus ideas. Sólo en este sentido hablo en mi artículo del derecho de esos hombres a cometer crímenes. (Recuerden ustedes que nuestro punto de partida ha sido una cuestión jurídica.) Por otra parte, no hay motivo para inquietarse demasiado. La masa no les reconoce nunca ese derecho y los decapita o los ahorca, dicho en términos generales, con lo que cumple del modo más radical su papel conservador, en el que se mantiene hasta el día en que generaciones futuras de esta misma masa erigen estatuas a los ajusticiados y crean un culto en torno de ellos…, dicho en términos generales. Los hombres de la primera categoría son dueños del presente; los de la segunda del porvenir. La primera conserva el mundo, multiplicando a la humanidad; la segunda empuja al universo para conducirlo hacia sus fines. Las dos tienen su razón de existir. En una palabra, yo creo que todos tienen los mismos derechos. Vive donc la guerre éternelle…, hasta la Nueva Jerusalén, entiéndase.
—Entonces, ¿usted cree en la Nueva Jerusalén?
—Sí —respondió firmemente Raskolnikof.
Y pronunció estas palabras con la mirada fija en el suelo, de donde no la había apartado durante su largo discurso.
—¿Y en Dios? ¿Cree usted…? Perdone si le parezco indiscreto.
—Sí, creo —repuso Raskolnikof levantando los ojos y fijándolos en Porfirio.
—¿Y en la resurrección de Lázaro?—Pues…sí. Pero ¿por qué me hace usted estas preguntas?
—¿Cree usted sin reservas?
—Sin reservas.
—Bien, bien…La cosa no tiene ninguna importancia. Simple curiosidad…
Ahora, y perdone, permítame que vuelva a nuestro asunto. No siempre se ejecuta a esos criminales. Por el contrario, algunos…
—Conservan su vida, triunfantes. Sí, esto les sucede a algunos, y entonces…
—Son ellos los que ejecutan.
—Siempre que sea necesario, que es el caso más frecuente. Desde luego, su observación es muy sutil.
—Muchas gracias. Pero dígame: ¿cómo distinguir a esos hombres extraordinarios de los otros? ¿Presentan alguna característica especial al nacer? Mi opinión es que en este punto hay que observar la más rigurosa exactitud y alcanzar una gran precisión en la distinción de los dos tipos de hombre. Perdone mi inquietud, muy natural en un hombre práctico y bienintencionado, pero ¿no sería conveniente que esos hombres fueran vestidos de un modo especial o llevaran algún distintivo…? Porque suponga usted que un individuo perteneciente a una categoría cree formar parte de la otra y se lanza «a destruir todos los obstáculos que se le oponen, para decirlo con sus propias y felices palabras. Entonces…
—¡Oh! Eso ocurre con frecuencia. Es una observación que supera a la anterior en agudeza.
—Gracias.
—No hay de qué. Pero piense que semejante error es sólo posible en la primera categoría, es decir, en la de los hombres ordinarios, como yo les he calificado, tal vez equivocadamente. A pesar de su tendencia innata a la obediencia, muchos de ellos, llevados de un natural alocado que se encuentra incluso entre las vacas, se consideran hombres de vanguardia, destructores llamados a exponer ideas nuevas, y lo creen con toda sinceridad. Estos hombres no distinguen a los verdaderos innovadores y suelen despreciarlos, considerándolos espíritus mezquinos y atrasados. Pero me parece que no puede haber en ello ningún serio peligro, ya que nunca van muy lejos. Por lo tanto, la inquietud de usted no está justificada. A lo sumo, merecen que se les azote de vez en cuando para castigarlos por su desvío y hacerlos volver al redil. No hay necesidad de molestar a un verdugo, pues ellos mismos se aplican la sanción que merecen, ya que son personas de alta moralidad. A veces se administran el castigo unos a otros; a veces se azotan con sus propiasmanos. Se imponen penitencias públicas, lo que no deja de ser hermoso y edificante. Es la regla general. En una palabra, que no tiene usted por qué inquietarse.
—Bien; me ha tranquilizado usted, cuando menos por esta parte. Pero hay otra cosa que me inquieta. Dígame: ¿son muchos esos individuos que tienen derecho a estrangular a los otros, es decir, esos hombres extraordinarios?
Desde luego, yo estoy dispuesto a inclinarme ante ellos, pero no me negará usted que uno no puede estar tranquilo ante la idea de que tal vez sean muy numerosos.
—¡Oh! No se preocupe tampoco por eso —dijo Raskolnikof sin cambiar de tono—. Son muy pocos, poquísimos, los hombres capaces de encontrar una idea nueva e incluso de decir algo nuevo. De lo que no hay duda es de que la distribución de los individuos en las categorías y subdivisiones que observamos en la especie humana está estrictamente determinada por alguna ley de la naturaleza. Esta ley está vedada todavía a nuestro conocimiento, pero yo creo que existe y que algún día se nos revelará. La enorme masa de individuos que forma lo que solemos llamar el rebaño, sólo vive para dar al mundo, tras largos esfuerzos y misteriosos cruces de razas, un hombre que, entre mil, posea cierta independencia, o un hombre entre diez mil, o entre cien mil, que eso depende del grado de elevación de la independencia (estas cifras son únicamente aproximadas). Sólo surge un hombre de genio entre millones de individuos, y millares de millones de hombres pasan sobre la corteza terrestre antes de que aparezca una de esas inteligencias capaces de cambiar la faz del mundo. Desde luego, yo no me he asomado a la retorta donde se elabora todo eso, pero no cabe duda de que esta ley existe, porque debe existir, porque en esto no interviene para nada el azar.
—¿Estáis bromeando? —exclamó Rasumikhine—. ¿Os burláis el uno del otro? Os estáis lanzando pulla tras pulla. Tú no hablas en serio, Rodia.
Raskolnikof no contestó a su amigo. Levantó hacia él su pálido y triste rostro, y Rasumikhine, al ver aquel semblante lleno de amargura, consideró inadecuado el tono cáustico, grosero y provocativo de Porfirio.
—Bien, querido —dijo el estudiante—. Si estáis hablando en serio, quiero decirte que tienes razón al afirmar que no hay nada nuevo en esas ideas, que todas se parecen a las que hemos oído exponer infinidad de veces. Pero yo veo algo original en tu artículo, algo que a mi entender te pertenece por completo, muy a pesar mío, y es ese derecho moral a derramar sangre que tú concedes con plena conciencia y excusas con tanto fanatismo…Me parece que ésta es la idea principal de tu artículo: la autorización moral a matar…, la cual, por cierto, me parece mucho más terrible que la autorización oficial y legal.
—Exacto: es mucho más terrible —observó Porfirio.—Sin duda, tú te has dejado llevar hasta más allá del límite de tu idea. Eso es un error. Leeré tu artículo. Tú has dicho más de lo que querías decir…Tú no puedes opinar así…Leeré tu artículo.
—En mi artículo no hay nada de todo eso —dijo Raskolnikof—.Yo me limité a comentar superficialmente la cuestión.
—Lo cierto es —dijo Porfirio, que apenas podía mantenerse en su puesto de juez— que ahora comprendo casi enteramente sus puntos de vista sobre el crimen. Pero…Perdone que le importune tanto (estoy avergonzado de molestarle de este modo). Oiga: acaba usted de tranquilizarme respecto a los casos de error, esos casos de confusión entre las dos categorías; pero…sigo sintiendo cierta inquietud al pensar en el lado práctico de la cuestión. Si un hombre, un adolescente, sea el que fuere, se imagina ser un Licurgo, o un Mahoma (huelga decir que, en potencia, o sea para el futuro), y se lanza a destruir todos los obstáculos que encuentra en su camino…, se dirá que va a emprender una larga campaña y que para esta campaña necesita dinero… ¿Comprende…?
Al oír estas palabras, Zamiotof resolló en su rincón, pero Raskolnikof ni le miró siquiera.
—Admito —repuso tranquilamente— que esos casos deben presentarse.
Los vanidosos, esos seres estúpidos, pueden caer en la trampa, y más aún si son demasiado jóvenes.
—Por eso se lo digo… ¿Y qué hay que hacer en ese caso?
Raskolnikof sonrió mordazmente.
—¿Qué quiere usted que le diga? Eso no me afecta lo más mínimo. Así es y así será siempre…Fíjese usted en éste —e indicó con un gesto a Rasumikhine—.Hace un momento decía que yo disculpaba el asesinato. Pero ¿eso qué importa? La sociedad está bien protegida por las deportaciones, las cárceles, los presidios, los jueces. No tiene motivo para inquietarse. No tiene más que buscar al delincuente.
—¿Y si se le encuentra?
—Peor para él.
—Su lógica es irrefutable. Pero la conciencia está en juego.
—Eso no debe preocuparle.
—Es una cuestión que afecta a los sentimientos humanos.
—El que sufre reconociendo su error, recibe un castigo que se suma al del penal.—Así —dijo Rasumikhine, malhumorado—, los hombres geniales, esos que tienen derecho a matar, ¿no han de sentir ningún remordimiento por haber derramado sangre humana…?
—No se trata de que deban o no deban sentirlo. Sólo sufrirán en el caso de que sus víctimas les inspiren compasión. El sufrimiento y el dolor van necesariamente unidos a un gran corazón y a una elevada inteligencia. Los verdaderos grandes hombres deben de experimentar, a mi entender, una gran tristeza en este mundo —añadió con un aire pensativo que contrastaba con el tono de la conversación.
Levantó los ojos y miró a los presentes con aire distraído. Después sonrió y cogió su gorra. Estaba sereno, por lo menos mucho más que cuando había llegado, y se daba cuenta de ello. Todos se levantaron. Porfirio Petrovitch dijo:
—Enfádese conmigo, insúlteme si quiere, pero no puedo remediarlo: tengo que hacerle otra pregunta…, aunque reconozco que estoy abusando de su paciencia. Quisiera exponerle cierta idea que se me acaba de ocurrir y que temo olvidar…
—Bien, usted dirá —dijo Raskolnikof, de pie, pálido y serio, frente al juez de instrucción.
—Pues se trata…No sé cómo explicarme…Es una idea tan extraña…De tipo psicológico, ¿sabe…? Verá. Yo creo que cuando estaba usted escribiendo su artículo tenía forzosamente que considerarse, por lo menos en cierto modo, como uno de esos hombres extraordinarios destinados a decir «palabras nuevas», en el sentido que usted ha dado a esta expresión… ¿No es así?
—Es muy posible —repuso desdeñosamente Raskolnikof.
Rasumikhine hizo un movimiento.
—En ese caso, ¿sería usted capaz de decidirse, para salir de una situación económica apurada o para hacer un servicio a la humanidad, a dar el paso…, en fin, a matar para robar?
Y guiñó el ojo izquierdo, mientras sonreía en silencio, exactamente igual que antes.
—Si estuviera decidido a dar un paso así, tenga la seguridad de que no se lo diría a usted —repuso Raskolnikof con retadora arrogancia.
—Mi pregunta ha obedecido a una curiosidad puramente literaria. La he hecho con el único fin de comprender mejor el fondo de su artículo.
«¡Qué celada tan buena! —pensó Raskolnikof, asqueado—. La malicia está cosida con hilo blanco.»
—Permítame aclararle —dijo secamente— que yo no me he creído jamásun Mahoma ni un Napoleón, ni ningún otro personaje de este género, y que, en consecuencia, no puedo decirle lo que haría en el caso contrario.
—Pues es raro, porque ¿quién no se cree hoy en Rusia un Mahoma o un Napoleón? —exclamó Porfirio, empleando de súbito un tono exageradamente familiar.
Incluso el acento que había empleado para pronunciar estas palabras era singularmente explícito.
De súbito, Zamiotof preguntó desde su rincón:
—¿No sería un futuro Napoleón el que mató a hachazos la semana pasada a Alena Ivanovna?
Raskolnikof seguía mirando a Porfirio Petrovitch con firme fijeza. No dijo nada. Rasumikhine había fruncido las cejas. Desde hacía un momento sospechaba algo que le hizo mirar furiosamente a un lado y a otro. Hubo un minuto de penoso silencio. Raskolnikof se dispuso a marcharse.
—¿Ya se va usted? —exclamó Porfirio Petrovitch con extrema amabilidad y tendiendo la mano al joven—. Estoy encantado de haberle conocido. En cuanto a su petición, puede estar tranquilo. Haga usted el requerimiento por escrito tal como le he indicado. Sin embargo, sería preferible que viniera a verme a la comisaría un día de éstos…, mañana, por ejemplo. A las once estaré allí. Lo arreglaremos todo y hablaremos. Como usted fue uno de los últimos que visitó aquella casa —añadió en tono amistoso—, tal vez pueda aclararnos algo.
—Lo que usted pretende es interrogarme en toda regla, ¿no es así? — preguntó rudamente Raskolnikof.
—Nada de eso. ¿Por qué? Por el momento, no hace falta. No me ha comprendido usted. Lo que ocurre es que yo aprovecho todas las ocasiones y he hablado ya con todos los que tenían allí algún objeto empeñado. Me han dado una serie de informes, y usted, siendo el último… ¡Ah! ¡Ahora que me acuerdo! —exclamó alegremente, dirigiéndose a Rasumikhine—. He estado a punto de olvidarme otra vez…El otro día no paraste de hablarme de Nikolachka. Pues bien, estoy convencido, completamente convencido de que ese joven es inocente —se dirigía de nuevo a Raskolnikof—. Pero ¿qué puedo hacer yo? También he tenido que molestar a Mitri. En fin, he aquí lo que quería preguntarle. Cuando usted subía la escalera…, por cierto que creo que fue entre siete y ocho de la tarde, ¿no?
—Sí, entre siete y ocho —repuso Raskolnikof, que inmediatamente se arrepintió de haber dado esta contestación innecesaria.
—Bien, pues cuando subía usted la escalera entre siete y ocho, ¿no viousted en el segundo piso, en un departamento cuya puerta estaba abierta…, recuerda usted…, no vio usted, repito, dos pintores, o por lo menos uno, trabajando? ¿Los vio usted? Esto es sumamente importante para ellos…
—¿Dos pintores? Pues no, no los vi —repuso Raskolnikof, fingiendo escudriñar en su memoria, mientras ponía todo su empeño en descubrir la trampa que se ocultaba en aquellas palabras—. No, no los vi. Y tampoco advertí que hubiese ninguna puerta abierta…Lo que recuerdo es que en el cuarto piso —continuó en tono triunfante, pues estaba seguro de haber sorteado el peligro— había un funcionario que estaba de mudanza…, precisamente el de la puerta que está frente a la de Alena Ivanovna…Sí, lo recuerdo perfectamente. Por cierto que unos soldados que transportaban un sofá me arrojaron contra la pared…Pero a los pintores no recuerdo haberlos visto. Y tampoco ningún departamento con la puerta abierta…No, no había ninguna abierta.
—Pero ¿qué significa esto? —dijo Rasumikhine a Porfirio, comprendiendo de súbito las intenciones del juez de instrucción—. Los pintores trabajaban allí el día del suceso y él estuvo en la casa tres días antes. ¿Por qué le haces estas preguntas?
—¡Pues es verdad! ¡Qué cabeza la mía! —exclamó Porfirio golpeándose la frente—. Este asunto acabará volviéndome loco —dijo en son de excusa dirigiéndose a Raskolnikof—. Es tan importante para nosotros saber si alguien vio allí, entre siete y ocho, a esos pintores, que me ha parecido que usted podría facilitarnos este dato. Ha sido una confusión.
—Hay que llevar cuidado —gruñó Rasumikhine.
Estas palabras las pronunció el estudiante cuando ya estaban en la antesala.
Porfirio Petrovitch acompañó amablemente a los dos jóvenes hasta la puerta.
Ambos salieron de la casa sombríos y cabizbajos y dieron algunos pasos en silencio. Raskolnikof respiró profundamente…
No lo creo, no puedo creerlo — repetía Rasumikhine, rechazando con todas sus fuerzas las afirmaciones de Raskolnikof.
Se dirigían a la pensión Bakaleev, donde Pulqueria Alejandrovna y Dunia los esperaban desde hacía largo rato. Rasumikhine se detenía a cada momento, en el calor de la disputa. Una profunda agitación le dominaba, aunque sólo fuera por el hecho de que era la primera vez que hablaban francamente de aquel asunto.—Tú no puedes creerlo —repuso Raskolnikof con una sonrisa fría y desdeñosa—; pero yo estaba atento al significado de cada una de sus palabras, mientras tú, siguiendo tu costumbre, no te fijabas en nada.
—Tú has prestado tanta atención porque eres un hombre desconfiado. Sin embargo, reconozco que Porfirio hablaba en un tono extraño. Y, sobre todo, ese ladino de Zamiotof…Tiene razón: había en él algo raro…Pero ¿por qué, Señor, por qué?
—Habrá reflexionado durante la noche.
—No; es todo lo contrario de lo que supones. Si les hubiera asaltado esa idea estúpida, lo habrían disimulado por todos los medios, habrían procurado ocultar sus intenciones, a fin de poder atraparte después con más seguridad.
Intentar hacerlo ahora habría sido una torpeza y una insolencia.
—Si hubiesen tenido pruebas, verdaderas pruebas, o suposiciones nada más que algo fundadas, habrían procurado sin duda ocultar su juego para ganar la partida…O tal vez habrían hecho un registro en mi habitación hace ya tiempo…Pero no tienen ni una sola prueba. Lo único que tienen son conjeturas gratuitas, suposiciones sin fundamento. Por eso intentan desconcertarme con sus insolencias… ¿Obedecerá todo al despecho de Porfirio, que está furioso por no tener pruebas…? Tal vez persiga algún fin que es para nosotros un misterio…Parece inteligente…Es muy probable que haya intentado atemorizarme haciéndome creer que sabía algo…Es un hombre de carácter muy especial…En fin, no es nada agradable pretender hallar explicación a todas estas cuestiones… ¡Dejemos este asunto!
—Todo esto es ofensivo, muy ofensivo, ya lo sé; pero ya que estamos hablando sinceramente (y me congratulo de que sea así, pues esto me parece excelente), no vacilo en decirte con toda franqueza que hace ya tiempo que observé que habían concebido esta sospecha. Entonces era una idea vaga, imprecisa, insidiosa, tomada medio en broma, pero ni aun bajo esta forma tenían derecho a admitirla. ¿Cómo se han atrevido a acogerla? ¿Y qué es lo que ha dado cuerpo a esta sospecha? ¿Cuál es su origen…? ¡Si supieras la indignación que todo esto me ha producido…! Un pobre estudiante transfigurado por la miseria y la neurastenia, que incuba una grave enfermedad acompañada de desvarío, enfermedad que incluso puede haberse declarado ya (detalle importante); un joven desconfiado, orgulloso, consciente de su valía, y que acaba de pasar seis meses encerrado en su rincón, sin ver a nadie; que va vestido con andrajos y calzado con botas sin suelas…, este joven está en pie ante unos policías despiadados que le mortifican con sus insolencias. De pronto, a quemarropa, se le reclama el pago de un pagaré protestado. La pintura fresca despide un olor mareante, en la repleta sala hace un calor de treinta grados y la atmósfera es irrespirable. Entonces el joven oye hablar delasesinato de una persona a la que ha visto la víspera. Y para que no falte nada, tiene el estómago vacío. ¿Cómo no desvanecerse? ¡Que hayan basado todas sus sospechas en este síncope…! ¡El diablo les lleve! Comprendo que todo esto es humillante, pero yo, en tu lugar, me reiría de ellos, me reiría en sus propias narices. Es más: les escupiría en plena cara y les daría una serie de sonoras bofetadas. ¡Escúpeles, Rodia! ¡Hazlo…! ¡Es intolerable!
«Ha soltado su perorata como un actor consumado», se dijo Raskolnikof.
—¡Que les escupa! —exclamó amargamente—. Eso es muy fácil de decir.
Mañana, nuevo interrogatorio. Me veré obligado a rebajarme a dar nuevas explicaciones. ¿Es que no me humillé bastante ayer ante Zamiotof en aquel café donde nos encontramos?
—¡Así se los lleve a todos el diablo! Mañana iré a ver a Porfirio, y te aseguro que esto se aclarará. Le obligaré a explicarme toda la historia desde el principio. En cuanto a Zamiotof…
«Al fin lo he conseguido», pensó Raskolnikof.
—¡Óyeme! —exclamó Rasumikhine, cogiendo de súbito a su amigo por un hombro—. Hace un momento divagabas. Después de pensarlo bien, te aseguro que divagabas. Has dicho que la pregunta sobre los pintores era un lazo. Pero reflexiona. Si tú hubieses tenido «eso» sobre la conciencia, ¿habrías confesado que habías visto a los pintores? No: habrías dicho que no habías visto nada, aunque esto hubiera sido una mentira. ¿Quién confiesa una cosa que le compromete?
—Si yo hubiese tenido «eso» sobre la conciencia, seguramente habría dicho que había visto a los pintores, y el piso abierto —dijo Raskolnikof, dando muestras de mantener esta conversación con profunda desgana.
—Pero ¿por qué decir cosas que le comprometen a uno?
—Porque sólo los patanes y los incautos lo niegan todo por sistema. Un hombre avisado, por poco culto e inteligente que sea, confiesa, en la medida de lo posible, todos los hechos materiales innegables. Se limita a atribuirles causas diferentes y añadir algún pequeño detalle de su invención que modifica su significado. Porfirio creía seguramente que yo respondería así, que declararía haber visto a los pintores para dar verosimilitud a mis palabras, aunque explicando las cosas a mi modo. Sin embargo…
—Si tú hubieses dicho eso, él te habría contestado inmediatamente que no podía haber pintores en la casa dos días antes del crimen, y que, por lo tanto, tú habías ido allí el mismo día del suceso, de siete a ocho de la tarde.
—Eso es lo que él quería. Creía que yo no tendría tiempo de darme cuenta de ese detalle, que me apresuraría a responder del modo que juzgara másfavorable para mí, olvidándome de que los pintores no podían estar allí dos
días antes del crimen.
—Pero ¿es posible olvidar una cosa así?
—Es lo más fácil. Estas cuestiones de detalle constituyen el escollo de los maliciosos. El hombre más sagaz es el que menos sospecha que puede caer ante un detalle insignificante. Porfirio no es tan tonto como tú crees.
—Entonces, es un ladino.
Raskolnikof se echó a reír. Pero al punto se asombró de haber pronunciado sus últimas palabras con verdadera animación e incluso con cierto placer, él, que hasta entonces había sostenido la conversación como quien cumple una obligación penosa.
«Me parece que le voy tomando el gusto a estas cosas», pensó.
Pero de súbito se sintió dominado por una especie de agitación febril, como si una idea repentina e inquietante se hubiera apoderado de él. Este estado de ánimo llegó a ser muy pronto intolerable. Estaban ya ante la pensión Bakaleev.
—Entra tú solo —dijo de pronto Raskolnikof—. Yo vuelvo en seguida.
—¿Adónde vas, ahora que hemos llegado?
—Tengo algo que hacer. Es un asunto que no puedo dejar. Estaré de vuelta dentro de una media hora. Díselo a mi madre y a mi hermana.
—Espera, voy contigo.
—¿También tú te has propuesto perseguirme? —exclamó Raskolnikof con un gesto tan desesperado que Rasumikhine no se atrevió a insistir.
El estudiante permaneció un momento ante la puerta, siguiendo con mirada sombría a Raskolnikof, que se alejaba rápidamente en dirección a su domicilio. Al fin apretó los puños, rechinó los dientes y juró obligar a hablar francamente a Porfirio antes de que llegara la noche. Luego subió para tranquilizar a Pulqueria Alejandrovna, que empezaba a sentirse inquieta ante la tardanza de su hijo.
Cuando Raskolnikof llegó ante la casa en que habitaba tenía las sienes empapadas de sudor y respiraba con dificultad. Subió rápidamente la escalera, entró en su habitación, que estaba abierta, y la cerró. Inmediatamente, loco de espanto, corrió hacia el escondrijo donde había tenido guardados los objetos, introdujo la mano por debajo del papel y exploró hasta el último rincón del escondite. Nada, allí no había nada. Se levantó, lanzando un suspiro de alivio.
Hacía un momento, cuando se acercaba a la pensión Bakaleev, le había asaltado de súbito el temor de que algún objeto, una cadena, un par de gemeloso incluso alguno de los papeles en que iban envueltos, y sobre los que había escrito la vieja, se le hubiera escapado al sacarlos, quedando en alguna rendija, para servir más tarde de prueba irrecusable contra él.
Permaneció un momento sumido en una especie de ensoñación mientras una sonrisa extraña, humilde e inconsciente erraba en sus labios. Al fin cogió su gorra y salió de la habitación en silencio. Las ideas se confundían en su cerebro. Así, pensativo, bajó la escalera y llegó al portal.
—¡Aquí lo tiene usted! —dijo una voz potente.
Raskolnikof levantó la cabeza.
El portero, de pie en el umbral de la portería, señalaba a Raskolnikof y se dirigía a un individuo de escasa estatura, con aspecto de hombre del pueblo.
Vestía una especie de hopalanda sobre un chaleco y, visto de lejos, se le habría tomado por una campesina. Su cabeza, cubierta con un gorro grasiento, se inclinaba sobre su pecho. Era tan cargado de espaldas, que parecía jorobado.
Su rostro, fofo y arrugado, era el de un hombre de más de cincuenta años. Sus ojillos, cercados de grasa, lanzaban miradas sombrías.
—¿Qué pasa? —preguntó Raskolnikof acercándose al portero.
El desconocido empezó por dirigirle una mirada al soslayo; después lo examinó detenidamente, sin prisa; al fin, y sin pronunciar palabra, dio media vuelta y se marchó.
—¿Qué quería ese hombre? —preguntó Raskolnikof.
—Es un individuo que ha venido a preguntar si vivía aquí un estudiante que ha resultado ser usted, pues me ha dado su nombre y el de su patrona. En este momento ha bajado usted, yo le he señalado y él se ha ido. Eso es todo.
El portero parecía bastante asombrado, pero su perplejidad no duró mucho: después de reflexionar un instante, dio media vuelta y desapareció en la portería. Raskolnikof salió en pos del desconocido.
Apenas salió, lo vio por la acera de enfrente. Aquel hombre marchaba a un paso regular y lento, tenía la vista fija en el suelo y parecía reflexionar.
Raskolnikof le alcanzó en seguida, pero de momento se limitó a seguirle. Al fin se colocó a su lado y le miró de reojo. El desconocido advirtió al punto su presencia, le dirigió una rápida mirada y volvió a bajar los ojos. Durante un minuto avanzaron en silencio.
—Usted ha preguntado por mí al portero, ¿no? —dijo Raskolnikof en voz baja.
El otro no respondió. Ni siquiera levantó la vista. Hubo un nuevo silencio.
—Viene a preguntar por mí y ahora se calla… ¿Por qué?Raskolnikof hablaba con voz entrecortada. Las palabras parecían resistirse a salir de su boca.
Esta vez, el desconocido levantó la cabeza y dirigió al joven una mirada sombría y siniestra.
—Asesino —dijo de pronto, en voz baja pero clarísima.
Raskolnikof siguió a su lado. Sintió que las piernas le flaqueaban y vacilaban. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Su corazón dejó de latir como si se hubiera separado de su organismo. Dieron en silencio un centenar de pasos más. El desconocido no le miraba.
—Pero ¿qué dice usted? ¿Quién…quién es un asesino? —balbuceó al fin Raskolnikof, con voz apenas perceptible.
—Tú, tú eres un asesino —respondió el desconocido, articulando las palabras más claramente todavía.
Con una mirada triunfal y llena de odio, miró el rostro pálido y los ojos vidriosos de Raskolnikof. Entre tanto, habían llegado a una travesía. El desconocido dobló por ella y continuó su camino sin volverse. Raskolnikof se quedó clavado en el suelo, siguiendo al hombre con la vista. Éste se volvió para mirar al joven, que continuaba sin hacer el menor movimiento. La distancia no permitía distinguir sus rasgos, pero Raskolnikof creyó advertir que aquel hombre sonreía aún con su sonrisa glacial y llena de un odio triunfante.
Transido de espanto, temblándole las piernas, Raskolnikof volvió como pudo a su casa y subió a su habitación. Se quitó la gorra, la dejó sobre la mesa y permaneció inmóvil durante diez minutos. Al fin, ya en el límite de sus fuerzas, se dejó caer en el diván y se extendió penosamente, con un débil suspiro. Cerró los ojos y así estuvo una media hora.
No pensaba en nada concreto: sólo pasaban por su imaginación retazos de ideas, imágenes vagas que se hacinaban en desorden, rostros que había conocido en su infancia, fisonomías vistas una sola vez, casualmente, y que en otras circunstancias no habría podido recordar…Veía el campanario de la iglesia de V***, una mesa de billar y, junto a ella, de pie, un oficial desconocido…De un estanco instalado en un sótano salía un fuerte olor a tabaco…Una taberna, una escalera de servicio oscura como boca de lobo, cubiertas de cáscaras de huevo y toda clase de basuras caseras; el sonido de una campana dominical…Los objetos cambian de continuo y giran en torno de él como un frenético torbellino. Algunos le gustan e intenta atraparlos, pero al punto se desvanecen. Experimenta una ligera sensación de ahogo, pero en ella hay un algo agradable. Persiste el leve temblor que se ha apoderado de él, y tampoco esta sensación es ingrata…En esto oyó los pasos presurosos de Rasumikhine, seguidos de su voz, y cerró los ojos para que lo creyera dormido.
Rasumikhine abrió la puerta y permaneció un momento en el umbral, indeciso. Luego entró silenciosamente y se acercó al diván con grandes precauciones.
—No lo despiertes; déjalo dormir todo lo que quiera —murmuró Nastasia —. Ya comerá más tarde.
—Tienes razón —repuso Rasumikhine.
Los dos salieron de puntillas y cerraron la puerta.
Transcurrió una media hora. De súbito, Raskolnikof empezó a abrir poco a poco los ojos. Después hizo un rápido movimiento y quedó boca arriba, con las manos enlazadas bajo la nuca.
«¿Quién es? ¿Quién será ese hombre que parece haber surgido de debajo de la tierra? ¿Dónde estaba y qué vio? ¡Ah!, de que lo vio todo no hay duda.
Bien, pero ¿desde dónde presenció la escena? ¿Y por qué habrá esperado hasta este momento para dar señales de vida? ¿Cómo se las arreglaría para ver? Si parece imposible…Además —siguió reflexionando Raskolnikof, dominado por un terror glacial—, ahí está el estuche que Nicolás encontró detrás de la puerta… ¿Se podía esperar que ocurriera esto…? Pruebas…Basta equivocarme en una nimiedad para crear una prueba que va creciendo hasta alcanzar dimensiones gigantescas.»
Con profundo pesar, notó que las fuerzas le abandonaban, que una extrema debilidad le invadía.
«Debí suponerlo —se dijo con amarga ironía—. No sé cómo me atreví a hacerlo. Yo me conocía, yo sabía de lo que era capaz. Sin embargo, empuñé el hacha y derramé sangre…Debí preverlo todo…Pero ¿acaso no lo había previsto?»
Se dijo esto último con verdadera desesperación. Después le asaltó un nuevo pensamiento.
«No, esos hombres están hechos de otro modo. Un auténtico conquistador, uno de esos hombres a los que todo se les permite, cañonea Tolón, organiza matanzas en París, olvida su ejército en Egipto, pierde medio millón de hombres en la campaña de Rusia, se salva en Vilna por verdadera casualidad, por una equivocación, y, sin embargo, después de su muerte se le levantan estatuas. Esto prueba que, en efecto, todo se les permite. Pero esos hombres están hechos de bronce, no de carne.»
De pronto tuvo un pensamiento que le pareció divertido.«Napoleón, las Pirámides, Waterloo por un lado, y por otro una vieja y enjuta usurera que tiene debajo de la cama un arca forrada de tafilete rojo…
¿Cómo admitir que puede haber una semejanza entre ambas cosas? ¿Cómo podría admitirlo un Porfirio Petrovitch, por ejemplo? Completamente imposible: sus sentimientos estéticos se oponen a ello… ¡Un Napoleón introducirse debajo de la cama de una vieja…! ¡Inconcebible!»
De vez en cuando experimentaba una exaltación febril y creía desvariar.
«La vieja no significa nada —se dijo fogosamente—. Esto tal vez sea un error, pero no se trata de ella. La vieja ha sido sólo un accidente. Yo quería salvar el escollo rápidamente, de un salto. No he matado a un ser humano, sino un principio. Y el principio lo he matado, pero el salto no lo he sabido dar. Me he quedado a la parte de aquí; lo único que he sabido ha sido matar. Y ni siquiera esto lo he hecho bien del todo, al parecer…Un principio… ¿Por qué ese idiota de Rasumikhine atacará a los socialistas? Son personas laboriosas, hombres de negocios que se preocupan por el bienestar general…Sin embargo, sólo se vive una vez, y yo no quiero esperar esa felicidad universal. Ante todo, quiero vivir. Si no sintiese este deseo, sería preferible no tener vida. Al fin y al cabo, lo único que he hecho ha sido negarme a pasar por delante de una madre hambrienta, con mi rublo bien guardado en el bolsillo, esperando la llegada de la felicidad universal. Yo aporto, por decirlo así, mi piedra al edificio común, y esto es suficiente para que me sienta en paz… ¿Por qué, por qué me dejasteis partir? Tengo un tiempo determinado de vida y quiero también… ¡Ah! Yo no soy más que un gusano atiborrado de estética. Sí, un verdadero gusano y nada
más.»
Al pensar esto estalló en una risa de loco. Y se aferró a esta idea y empezó a darle todas las vueltas imaginables, con un acre placer.
«Sí, lo soy, aunque sólo sea, primero, porque me llamo gusano a mí mismo, y segundo, porque llevo todo un mes molestando a la Divina Providencia al ponerla por testigo de que yo no hacía aquello para procurarme satisfacciones materiales, sino con propósitos nobles y grandiosos. ¡Ah!, y también porque decidí observar la más rigurosa justicia y la más perfecta moderación en la ejecución de mi plan. En primer lugar elegí el gusano más nocivo de todos, y, en segundo, al matarlo, estaba dispuesto a no quitarle sino el dinero estrictamente necesario para emprender una nueva vida. Nada más y nada menos (el resto iría a parar a los conventos, según la última voluntad de la vieja) …En fin, lo cierto es que soy un gusano, de todas formas —añadió rechinando los dientes—. Porque soy tal vez más vil e innoble que el gusano al que asesiné y porque yo presentía que, después de haberlo matado, me diría esto mismo que me estoy diciendo… ¿Hay nada comparable a este horror?
¡Cuánta villanía! ¡Cuánta bajeza…! ¡Qué bien comprendo al Profeta, montado en su caballo y empuñando el sable! "¡Alá lo ordena! Sométete, pues,miserable y temblorosa criatura." Tiene razón, tiene razón el Profeta cuando alinea sus tropas en la calle y mata indistintamente a los culpables y a los justos, sin ni siquiera dignarse darles una explicación. Sométete, pues, miserable y temblorosa criatura, y guárdate de tener voluntad. Esto no es cosa tuya… ¡Oh! Jamás, jamás perdonaré a la vieja.»
Sus cabellos estaban empapados de sudor, temblaban sus resecos labios, su mirada se fijaba en el techo obstinadamente.
«Mi madre…mi hermana… ¡Cómo las quería…! ¿Por qué las odio ahora?
Sí, las odio con un odio físico. No puedo soportar su presencia. Hace unas horas, lo recuerdo perfectamente, me he acercado a mi madre y la he abrazado…Es horrible estrecharla entre mis brazos y pensar que si ella supiera… ¿Y si se lo contara todo…? Me quitaría un peso de encima…Ella debe de ser como yo.»
Pensó esto último haciendo un gran esfuerzo, como si no le fuera fácil luchar con el delirio que le iba dominando.
«¡Oh, cómo odio a la vieja ahora! Creo que la volvería a matar si resucitara… ¡Pobre Lisbeth! ¿Por qué la llevaría allí el azar…? ¡Qué extraño es que piense tan poco en ella! Es como si no la hubiese matado… ¡Lisbeth…!
¡Sonia…! ¡Pobres y bondadosas criaturas de dulce mirada…! ¡Queridas criaturas…! ¿Por qué no lloran? ¿Por qué no gimen? Dan todo lo que poseen con una mirada resignada y dulce… ¡Sonia, dulce Sonia…!»
Perdió la conciencia de las cosas y se sintió profundamente asombrado de verse en la calle sin poder recordar cómo había salido. Ya era de noche. Las sombras se espesaban y la luna resplandecía con intensidad creciente, pero la atmósfera era asfixiante. Las calles estaban repletas de gente. Se percibía un olor a cal, a polvo, a agua estancada.
Raskolnikof avanzaba, triste y preocupado. Sabía perfectamente que había salido de casa con un propósito determinado, que tenía que hacer algo urgente, pero no se acordaba de qué. De pronto se detuvo y miró a un hombre que desde la otra acera le llamaba con la mano. Atravesó la calle para reunirse con él, pero el desconocido dio media vuelta y se alejó, con la cabeza baja, sin volverse, como si no le hubiera llamado.
«A lo mejor, me ha parecido que me llamaba y no ha sido así», se dijo Raskolnikof. Pero juzgó que debía alcanzarle. Cuando estaba a una decena de pasos de él lo reconoció súbitamente y se estremeció. Era el desconocido de poco antes, vestido con las mismas ropas y con su espalda encorvada.
Raskolnikof lo siguió de lejos. El corazón le latía con violencia. Entraron en un callejón. El desconocido no se volvía.
«¿Sabrá que le sigo?», se preguntó Rodia.El hombre encorvado entró por la puerta principal de un gran edificio.
Raskolnikof se acercó a él y le miró con la esperanza de que se volviera y le llamase. En efecto, cuando el desconocido estuvo en el patio, se volvió y pareció indicarle que se acercara. Raskolnikof se apresuró a franquear el portal, pero cuando llegó al patio ya no vio a nadie. Por lo tanto, el hombre de la hopalanda había tomado la primera escalera. Raskolnikof corrió tras él.
Efectivamente, se oían pasos lentos y regulares a la altura del segundo piso.
Aquella escalera —cosa extraña— no era desconocida para Raskolnikof. Allí estaba la ventana del rellano del primer piso. Un rayo de luna misteriosa y triste se filtraba por los cristales. Y llegó al segundo piso.
«¡Pero si es aquí donde trabajaban los pintores!»
¿Cómo no habría reconocido antes la casa…? El ruido de los pasos del hombre que le precedía se extinguió.
«Por lo tanto, se ha detenido. Tal vez se haya ocultado en alguna parte…
He aquí el tercer piso. ¿Debo seguir subiendo o no? ¡Qué silencio…!»
El ruido de sus propios pasos le daba miedo.
«¡Señor, qué oscuridad! El desconocido debe de estar oculto por aquí, en algún rincón… ¡Toma! La puerta que da al rellano está abierta de par en par.»
Tras reflexionar un momento, entró. El vestíbulo estaba oscuro y vacío como una habitación desvalijada. Pasó a la sala lentamente, andando de puntillas. Toda ella estaba iluminada por una luna radiante. Nada había cambiado: allí estaban las sillas, el espejo, el sofá amarillo, los cuadros con sus marcos. Por la ventana se veía la luna, redonda y enorme, de un rojo cobrizo.
«Es la luna la que crea el silencio —pensó Raskolnikof—, la luna, que se ocupa en descifrar enigmas.»
Estaba inmóvil, esperando. A medida que iba aumentando el silencio nocturno, los latidos de su corazón eran más violentos y dolorosos. ¡Qué calma tan profunda…! De pronto se oyó un seco crujido, semejante al que produce una astilla de madera al quebrarse. Después todo volvió a quedar en silencio. Una mosca se despertó y se precipitó contra los cristales, dejando oír su bordoneo quejumbroso. En este momento, Raskolnikof descubrió en un rincón, entre la cómoda y la ventana, una capa colgada en la pared.
«¿Qué hace esa capa aquí? —pensó—. Entonces no estaba.»
Apartó la capa con cuidado y vio una silla, y en la silla, sentada en el borde y con el cuerpo doblado hacia delante, una vieja. Tenía la cabeza tan baja, que Raskolnikof no podía verle la cara. Pero no le cupo duda de que era ella…
Permaneció un momento inmóvil. «Tiene miedo», pensó mientras desprendía poco a poco el hacha del nudo corredizo. Después descargó un hachazo en lanuca de la vieja, y otro en seguida. Pero, cosa extraña, ella no hizo el menor movimiento: se habría dicho que era de madera. Sintió miedo y se inclinó hacia delante para examinarla, pero ella bajó la cabeza más todavía. Entonces él se inclinó hasta tocar el suelo con su cabeza y la miró de abajo arriba. Lo que vio le llenó de espanto: la vieja reventaba de risa, de una risa silenciosa que trataba de ahogar, haciendo todos los esfuerzos imaginables.
De súbito le pareció que la puerta del dormitorio estaba entreabierta y que alguien se reía allí también. Creyó oír un cuchicheo y se enfureció. Empezó a golpear la cabeza de la vieja con todas sus fuerzas, pero a cada hachazo redoblaban las risas y los cuchicheos en la habitación vecina, y lo mismo podía decirse de la vieja, cuya risa había cobrado una violencia convulsiva.
Raskolnikof intentó huir, pero el vestíbulo estaba lleno de gente. La puerta que daba a la escalera estaba abierta de par en par, y por ella pudo ver que también el rellano y los escalones estaban llenos de curiosos. Con las cabezas juntas, todos miraban, tratando de disimular. Todos esperaban en silencio. Se le oprimió el corazón. Las piernas se negaban a obedecerle; le parecía tener los pies clavados en el suelo…Intentó gritar y se despertó.
Tenía que hacer grandes esfuerzos para respirar, y aunque estaba bien despierto le parecía que su sueño continuaba. La causa de ello era que, en pie en el umbral de la habitación, cuya puerta estaba abierta de par en par, un hombre al que no había visto jamás le contemplaba atentamente.
Raskolnikof, que no había abierto los ojos del todo, se apresuró a volver a cerrarlos. Estaba echado boca arriba y no hizo el menor movimiento.
«¿Sigo soñando o ya estoy despierto?», se preguntó.
Y levantó los párpados casi imperceptiblemente para mirar al desconocido.
Éste seguía en el umbral, observándole con la misma atención. De pronto entró cautelosamente en el aposento, cerró la puerta tras él con todo cuidado, se acercó a la mesa, estuvo allí un minuto sin apartar los ojos del joven y, sin hacer el menor ruido, se sentó en una silla, cerca del diván. Dejó su sombrero en el suelo, apoyó las manos sobre el puño del bastón y puso la barbilla sobre las manos. Era evidente que se preparaba para una larga espera.
Raskolnikof le dirigió una mirada furtiva y pudo ver que el desconocido no era ya joven, pero sí de complexión robusta, y que llevaba barba, una barba espesa, rubia, que empezaba a blanquear.
Estuvieron así diez minutos. Había aún alguna claridad, pero el día tocaba a su fin. En la habitación reinaba el más profundo silencio. De la escalera no llegaba el menor ruido. Sólo se oía un moscardón que se había lanzado contra los cristales y que volaba junto a ellos, zumbando y golpeándolos obstinadamente. Al fin, este silencio se hizo insoportable. Raskolnikof seincorporó y quedó sentado en el diván.
—Bueno, ¿qué desea usted?
—Ya sabía yo que usted no estaba dormido de veras, sino que lo fingía — respondió el desconocido, sonriendo tranquilamente—. Permítame que me presente. Soy Arcadio Ivanovitch Svidrigailof…
****
Raskolnikof permaneció largo tiempo acostado. A veces, salía a medias de su letargo y se percataba de que la noche estaba muy avanzada, pero no pensaba en levantarse. Cuando el día apuntó, él seguía tendido de bruces en el diván, sin haber logrado sacudir aquel sopor que se había adueñado de todo su ser.
De la calle llegaron a su oído gritos estridentes y aullidos ensordecedores.
Estaba acostumbrado a oírlos bajo su ventana todas las noches a eso de las dos. Esta vez el escándalo lo despertó. «Ya salen los borrachos de las tabernas
—se dijo—. Deben de ser más de las dos.»
Y dio tal salto, que parecía que le habían arrancado del diván.
«¿Ya las dos? ¿Es posible?»
Se sentó y, de pronto, acudió a su memoria todo lo ocurrido.
En los primeros momentos creyó volverse loco. Sentía un frío glacial, pero esta sensación procedía de la fiebre que se había apoderado de él durante el sueño. Su temblor era tan intenso, que en la habitación resonaba el castañeteo de sus dientes. Un vértigo horrible le invadió. Abrió la puerta y estuvo un momento escuchando. Todo dormía en la casa. Paseó una mirada de asombro sobre sí mismo y por todo cuanto le rodeaba. Había algo que no comprendía.
¿Cómo era posible que se le hubiera olvidado pasar el pestillo de la puerta?
Además, se había acostado vestido e incluso con el sombrero, que se le había caído y estaba allí, en el suelo, al lado de su almohada.
«Si alguien entrara, creería que estoy borracho, pero…»
Corrió a la ventana. Había bastante claridad. Se inspeccionó cuidadosamente de pies a cabeza. Miró y remiró sus ropas. ¿Ninguna huella?
No, así no podía verse. Se desnudó, aunque seguía temblando por efecto de la fiebre, y volvió a examinar sus ropas con gran atención. Pieza por pieza, las miraba por el derecho y por el revés, temeroso de que le hubiera pasado algo por alto. Todas las prendas, hasta la más insignificante, las examinó tres veces.
Lo único que vio fue unas gotas de sangre coagulada en los desflecados bordes de los bajos del pantalón. Con un cortaplumas cortó estos flecos.
Se dijo que ya no tenía nada más que hacer. Pero de pronto se acordó de que la bolsita y todos los objetos que la tarde anterior había cogido del arca de la vieja estaban todavía en sus bolsillos. Aún no había pensado en sacarlospara esconderlos; no se le había ocurrido ni siquiera cuando había examinado
las ropas.
En fin, manos a la obra. En un abrir y cerrar de ojos vació los bolsillos sobre la mesa y luego los volvió del revés para convencerse de que no había quedado nada en ellos. Acto seguido se lo llevó todo a un rincón del cuarto, donde el papel estaba roto y despegado a trechos de la pared. En una de las bolsas que el papel formaba introdujo el montón de menudos paquetes. «Todo arreglado», se dijo alegremente. Y se quedó mirando con gesto estúpido la grieta del papel, que se había abierto todavía más.
De súbito se estremeció de pies a cabeza.
—¡Señor! ¡Dios mío! —murmuró, desesperado—. ¿Qué he hecho? ¿Qué me ocurre? ¿Es eso un escondite? ¿Es así como se ocultan las cosas?
Sin embargo, hay que tener en cuenta que Raskolnikof no había pensado para nada en aquellas joyas. Creía que sólo se apoderaría de dinero, y esto explica que no tuviera preparado ningún escondrijo. «¿Pero por qué me he alegrado? —se preguntó—. ¿No es un disparate esconder así las cosas? No cabe duda de que estoy perdiendo la razón.»
Sintiéndose en el límite de sus fuerzas, se sentó en el diván. Otra vez recorrieron su cuerpo los escalofríos de la fiebre. Maquinalmente se apoderó de su destrozado abrigo de estudiante, que tenía al alcance de la mano, en una silla, y se cubrió con él. Pronto cayó en un sueño que tenía algo de delirio.
Perdió por completo la noción de las cosas; pero al cabo de cinco minutos se despertó, se levantó de un salto y se arrojó con un gesto de angustia sobre sus ropas.
«¿Cómo puedo haberme dormido sin haber hecho nada? El nudo corredizo está todavía en el sitio en que lo cosí. ¡Haber olvidado un detalle tan importante, una prueba tan evidente!» Arrancó el cordón, lo deshizo e introdujo las tiras de tela debajo de su almohada, entre su ropa interior.
«Me parece que esos trozos de tela no pueden infundir sospechas a nadie.
Por lo menos, así lo creo», se dijo de pie en medio de la habitación.
Después, con una atención tan tensa que resultaba dolorosa, empezó a mirar en todas direcciones para asegurarse de que no se le había olvidado nada. Ya se sentía torturado por la convicción de que todo le abandonaba, desde la memoria a la más simple facultad de razonar.
«¿Es esto el comienzo del suplicio? Sí, lo es.»
Los flecos que había cortado de los bajos del pantalón estaban todavía en el suelo, en medio del cuarto, expuestos a las miradas del primero que llegase.—Pero ¿qué me pasa? —exclamó, confundido.
En este momento le asaltó una idea extraña: pensó que acaso sus ropas estaban llenas de manchas de sangre y que él no podía verlas debido a la merma de sus facultades. De pronto se acordó de que la bolsita estaba manchada también. «Hasta en mi bolsillo debe de haber sangre, ya que estaba húmeda cuando me la guardé.» Inmediatamente volvió del revés el bolsillo y vio que, en efecto, había algunas manchas en el forro. Un suspiro de alivio salió de lo más hondo de su pecho y pensó, triunfante: «La razón no me ha abandonado completamente: no he perdido la memoria ni la facultad de reflexionar, puesto que he caído en este detalle. Ha sido sólo un momento de debilidad mental producido por la fiebre.» Y arrancó todo el forro del bolsillo izquierdo del pantalón.
En este momento, un rayo de sol iluminó su bota izquierda, y Raskolnikof descubrió, a través de un agujero del calzado, una mancha acusadora en el calcetín. Se quitó la bota y comprobó que, en efecto, era una mancha de sangre: toda la puntera del calcetín estaba manchada… «Pero ¿qué hacer?
¿Dónde tirar los calcetines, los flecos, el bolsillo…?»
En pie en medio de la habitación, con aquellas piezas acusadoras en las manos, se preguntaba:
«¿Debo de echarlo todo en la estufa? No hay que olvidar que las investigaciones empiezan siempre por las estufas. ¿Y si lo quemara aquí mismo…? Pero ¿cómo, si no tengo cerillas? lo mejor es que me lo lleve y lo tire en cualquier parte. Sí, en cualquier parte y ahora mismo.» Y mientras hacía mentalmente esta afirmación, se sentó de nuevo en el diván. Luego, en vez de poner en práctica sus propósitos, dejó caer la cabeza en la almohada.
Volvía a sentir escalofríos. Estaba helado. De nuevo se echó encima su abrigo de estudiante.
Varias horas estuvo tendido en el diván. De vez en cuando pensaba: «Sí, hay que ir a tirar todo esto en cualquier parte, para no pensar más en ello. Hay que ir inmediatamente.» Y más de una vez se agitó en el diván con el propósito de levantarse, pero no le fue posible. Al fin un golpe violento dado en la puerta le sacó de su marasmo.
—¡Abre si no te has muerto! —gritó Nastasia sin dejar de golpear la puerta con el puño—. Siempre está tumbado. Se pasa el día durmiendo como un perro. ¡Como lo que es! ¡Abre ya! ¡Son más de las diez!
—Tal vez no esté —dijo una voz de hombre.
«La voz del portero —se dijo al punto Raskolnikof—. ¿Qué querrá de mí?»Se levantó de un salto y quedó sentado en el diván. El corazón le latía tan violentamente, que le hacía daño.
—Y echado el pestillo —observó Nastasia—. Por lo visto, tiene miedo de que se lo lleven… ¿Quieres levantarte y abrir de una vez?
«¿Qué querrán? ¿Qué hace aquí el portero? ¡Se ha descubierto todo, no cabe duda! ¿Debo abrir o hacerme el sordo? ¡Así cojan la peste!»
Se levantó a medias, tendió el brazo y tiró del pestillo. La habitación era tan estrecha, que podía abrir la puerta sin dejar el diván.
No se había equivocado: eran Nastasia y el portero.
La sirvienta le dirigió una mirada extraña. Raskolnikof miraba al portero con desesperada osadía. Éste presentaba al joven un papel gris, doblado y burdamente lacrado.
—Esto han traído de la comisaría.
—¿De qué comisaría?
—De la comisaría de policía. ¿De qué comisaría ha de ser?
—Pero ¿qué quiere de mí la policía?
—¿Yo qué sé? Es una citación y tiene que ir.
Miró fijamente a Raskolnikof, pasó una mirada por el aposento y se dispuso a marcharse.
—Tienes cara de enfermo —dijo Nastasia, que no quitaba ojo a Raskolnikof. Al oír estas palabras, el portero volvió la cabeza, y la sirvienta le dijo—: Tiene fiebre desde ayer.
Raskolnikof no contestó. Tenía aún el pliego en la mano, sin abrirlo.
—Quédate acostado —dijo Nastasia, compadecida, al ver que Raskolnikof se disponía a levantarse—. Si estás enfermo, no vayas. No hay prisa.
Tras una pausa, preguntó:
—¿Qué tienes en la mano?
Raskolnikof siguió la mirada de la sirvienta y vio en su mano derecha los flecos del pantalón, los calcetines y el bolsillo. Había dormido así. Más tarde recordó que en las vagas vigilias que interrumpían su sueño febril apretaba todo aquello fuertemente con la mano y que volvía a dormirse sin abrirla.
—¡Recoges unos pingajos y duermes con ellos como si fueran un tesoro!
Se echó a reír con su risa histérica. Raskolnikof se apresuró a esconder debajo del gabán el triple cuerpo del delito y fijó en la doméstica una miradaretadora.
Aunque en aquellos momentos fuera incapaz de discurrir con lucidez, se dio cuenta de que estaba recibiendo un trato muy distinto al que se da a una persona a la que van a detener.
Pero… ¿por qué le citaba la policía?
—Debes tomar un poco de té. Voy a traértelo. ¿Quieres? Ha sobrado.
—No, no quiero té —balbuceó—. Voy a ver qué quiere la policía. Ahora mismo voy a presentarme.
—¡Pero si no podrás ni bajar la escalera!
—He dicho que voy.
—Allá tú.
Salió detrás del portero. Inmediatamente, Raskolnikof se acercó a la ventana y examinó a la luz del día los calcetines y los flecos.
«Las manchas están, pero apenas se ven: el barro y el roce de la bota las ha esfumado. El que no lo sepa, no las verá. Por lo tanto y afortunadamente, Nastasia no las ha podido ver: estaba demasiado lejos.»
Entonces abrió el pliego con mano temblorosa. Hubo de leerlo y releerlo varias veces para comprender lo que decía. Era una citación redactada en la forma corriente, en la que se le indicaba que debía presentarse aquel mismo día, a las nueve y media, en la comisaría del distrito.
«¡Qué cosa más rara! —se dijo mientras se apoderaba de él una dolorosa ansiedad—. No tengo nada que ver con la policía, y me cita precisamente hoy.
¡Señor, que termine esto cuanto antes!»
Iba a arrodillarse para rezar, pero, en vez de hacerlo, se echó a reír. No se reía de los rezos, sino de sí mismo. Empezó a vestirse rápidamente.
«Si he de morir, ¿qué le vamos a hacer?»
Y se dijo inmediatamente:
«He de ponerme los calcetines. El polvo de las calles cubrirá las manchas.»
Apenas se hubo puesto el calcetín ensangrentado, se lo quitó con un gesto de horror e inquietud. Pero en seguida recordó que no tenía otros, y se lo volvió a poner, echándose de nuevo a reír.
«¡Bah! esto no son más que prejuicios. Todo es relativo en este mundo: los hábitos, las apariencias…, todo, en fin.»
Sin embargo, temblaba de pies a cabeza.«Ya está; ya lo tengo puesto y bien puesto.»
Pronto pasó de la hilaridad a la desesperación.
«¡Esto es superior a mis fuerzas!»
Las piernas le temblaban.
—¿De miedo? —barbotó.
Todo le daba vueltas; le dolía la cabeza a consecuencia de la fiebre.
«¡Esto es una celada! Quieren atraerme, cogerme desprevenido —pensó mientras se dirigía a la escalera—. Lo peor es que estoy aturdido, que puedo decir lo que no debo.»
Ya en la escalera, recordó que las joyas robadas estaban aún donde las había puesto, detrás del papel despegado y roto de la pared de la habitación.
«Tal vez hagan un registro aprovechando mi ausencia.»
Se detuvo un momento, pero era tal la desesperación que le dominaba, era su desesperación tan cínica, tan profunda, que hizo un gesto de impotencia y continuó su camino.
«¡Con tal que todo termine rápidamente…!»
El calor era tan insoportable como en los días anteriores. Hacía tiempo que no había caído ni una gota de agua. Siempre aquel polvo aquellos montones de cal y de ladrillos que obstruían las calles. Y el hedor de las tiendas llenas de suciedad, y de las tabernas, y aquel hervidero de borrachos, buhoneros, coches de alquiler…
El fuerte sol le cegó y le produjo vértigos. Los ojos le dolían hasta el extremo de que no podía abrirlos. (Así les ocurre en los días de sol a todos los que tienen fiebre.)
Al llegar a la esquina de la calle que había tomado el día anterior dirigió una mirada furtiva y angustiosa a la casa…y volvió en seguida los ojos.
«Si me interrogan, tal vez confiese», pensaba mientras se iba acercando a la comisaría.
La comisaría se había trasladado al cuarto piso de una casa nueva situada a unos trescientos metros de su alojamiento. Raskolnikof había ido una vez al antiguo local de la policía, pero de esto hacía mucho tiempo.
Al cruzar la puerta vio a la derecha una escalera, por la que bajaba un mujik con un cuaderno en la mano.
«Debe de ser un ordenanza. Por lo tanto, esa escalera conduce a la comisaría.»Y, aunque no estaba seguro de ello, empezó a subir. No quería preguntar a nadie.
«Entraré, me pondré de rodillas y lo confesaré todo», pensaba mientras se iba acercando al cuarto piso.
La escalera, pina y dura, rezumaba suciedad. Las cocinas de los cuatro pisos daban a ella y sus puertas estaban todo el día abiertas de par en par. El calor era asfixiante. Se veían subir y bajar ordenanzas con sus carpetas debajo del brazo, agentes y toda suerte de individuos de ambos sexos que tenían algún asunto en la comisaría. La puerta de las oficinas estaba abierta. Raskolnikof entró y se detuvo en la antesala, donde había varios mujiks. El calor era allí tan insoportable como en la escalera. Además, el local estaba recién pintado y se desprendía de él un olor que daba náuseas.
Después de haber esperado un momento, el joven pasó a la pieza contigua.
Todas las habitaciones eran reducidas y bajas de techo. La impaciencia le impedía seguir esperando y le impulsaba a avanzar. Nadie le prestaba la menor atención. En la segunda dependencia trabajaban varios escribientes que no iban mucho mejor vestidos que él. Todos tenían un aspecto extraño.
Raskolnikof se dirigió a uno de ellos.
—¿Qué quieres?
El joven le mostró la citación.
—¿Es usted estudiante? —preguntó otro, tras haber echado una ojeada al papel.
—Sí, estudiaba.
El escribiente lo observó sin ningún interés. Era un hombre de cabellos enmarañados y mirada vaga. Parecía dominado por una idea fija.
«Por este hombre no me enteraré de nada. Todo le es indiferente», pensó Raskolnikof.
—Vaya usted al secretario —dijo el escribiente, señalando con el dedo la habitación del fondo.
Raskolnikof se dirigió a ella. Esta pieza, la cuarta, era sumamente reducida y estaba llena de gente. Las personas que había en ella iban un poco mejor vestidas que las que el joven acababa de ver. Entre ellas había dos mujeres.
Una iba de luto y vestía pobremente. Estaba sentada ante el secretario y escribía lo que él le dictaba. La otra era de formas opulentas y cara colorada.
Vestía ricamente y llevaba en el pecho un broche de gran tamaño. Estaba aparte y parecía esperar algo. Raskolnikof presentó el papel al secretario. Éste le dirigió una ojeada y dijo:—¡Espere!
Después siguió dictando a la dama enlutada.
El joven respiró. «No me han llamado por lo que yo creía», se dijo. Y fue recobrándose poco a poco.
Luego pensó: «La menor torpeza, la menor imprudencia puede perderme…
Es lástima que no circule más aire aquí. Uno se ahoga. La cabeza me da más vueltas que nunca y soy incapaz de discurrir.»
Sentía un profundo malestar y temía no poder vencerlo. Trataba de fijar su pensamiento en cuestiones indiferentes, pero no lo conseguía. Sin embargo, el secretario le interesaba vivamente. Se dedicó a estudiar su fisonomía. Era un joven de unos veintidós años, pero su rostro, cetrino y lleno de movilidad, le hacía parecer menos joven. Iba vestido a la última moda. Una raya que era una obra de arte dividía en dos sus cabellos, brillantes de cosmético. Sus dedos, blancos y perfectamente cuidados, estaban cargados de sortijas. En su chaleco pendían varias cadenas de oro. Con gran desenvoltura, cambió unas palabras en francés con un extranjero que se hallaba cerca de él.
—Siéntese, Luisa Ivanovna —dijo después a la gruesa, colorada y ricamente ataviada señora, que permanecía en pie, como si no se atreviera a sentarse, aunque tenía una silla a su lado.
—Ich danke —respondió Luisa lvanovna en voz baja.
Se sentó con un frufrú de sedas. Su vestido, azul pálido guarnecido de blancos encajes, se hinchó en torno de ella como un globo y llenó casi la mitad de la pieza, a la vez que un exquisito perfume se esparcía por la habitación.
Pero ella parecía avergonzada de ocupar tanto espacio y oler tan bien. Sonreía con una expresión de temor y timidez y daba muestras de intranquilidad.
Al fin la dama enlutada se levantó, terminado el asunto que la había llevado allí.
En este momento entró ruidosamente un oficial, con aire resuelto y moviendo los hombros a cada paso. Echó sobre la mesa su gorra, adornada con una escarapela, y se sentó en un sillón. La dama lujosamente ataviada se apresuró a levantarse apenas le vio, y empezó a saludarle con un ardor extraordinario, y aunque él no le prestó la menor atención, ella no osó volver a sentarse en su presencia. Este personaje era el ayudante del comisario de policía. Ostentaba unos grandes bigotes rojizos que sobresalían horizontalmente por los dos lados de su cara. Sus facciones, extremadamente finas, sólo expresaban cierto descaro.
Miró a Raskolnikof al soslayo e incluso con una especie de indignación. Su
aspecto era por demás miserable, pero su actitud no tenía nada de modesta.Raskolnikof cometió la imprudencia de sostener con tanta osadía aquella
mirada, que el funcionario se sintió ofendido.
—¿Qué haces aquí tú? —exclamó éste, asombrado sin duda de que semejante desharrapado no bajara los ojos ante su mirada fulgurante.
—He venido porque me han llamado —repuso Raskolnikof—. He recibido una citación.
—Es ese estudiante al que se reclama el pago de una deuda —se apresuró a decir el secretario, levantando la cabeza de sus papeles—. Aquí está —y presentó un cuaderno a Raskolnikof, señalándole lo que debía leer.
«¿Una deuda…? ¿Qué deuda? —pensó Raskolnikof—. El caso es que ya estoy seguro de que no se me llama por…aquello.»
Se estremeció de alegría. De súbito experimentó un alivio inmenso, indecible, un bienestar inefable.
—Pero ¿a qué hora le han dicho que viniera? —le gritó el ayudante, cuyo mal humor había ido en aumento—. Le han citado a las nueve y media, y son ya más de las once.
—No me han entregado la citación hasta hace un cuarto de hora —repuso Raskolnikof en voz no menos alta. Se había apoderado de él una cólera repentina y se entregaba a ella con cierto placer—. ¡Bastante he hecho con venir enfermo y con fiebre!
—¡No grite, no grite!
—Yo no grito; estoy hablando como debo. Usted es el que grita. Soy estudiante y no tengo por qué tolerar que se dirijan a mí en ese tono.
Esta respuesta irritó de tal modo al oficial, que no pudo contestar en seguida: sólo sonidos inarticulados salieron de sus contraídos labios. Después saltó de su asiento.
—¡Silencio! ¡Está usted en la comisaría! Aquí no se admiten insolencias.
—¡También usted está en la comisaría! —replicó Raskolnikof—, y, no contento con proferir esos gritos, está fumando, lo que es una falta de respeto hacia todos nosotros.
Al pronunciar estas palabras experimentaba un placer indescriptible.
El secretario presenciaba la escena con una sonrisa. El fogoso ayudante pareció dudar un momento.
—¡Eso no le incumbe a usted! —respondió al fin con afectados gritos—.Lo que ha de hacer es prestar la declaración que se le pide. Enséñele el documento, Alejandro Grigorevitch. Se ha presentado una denuncia contrausted. ¡Usted no paga sus deudas! ¡Buen pájaro está hecho!
Pero Raskolnikof ya no le escuchaba: se había apoderado ávidamente del papel y trataba, con visible impaciencia, de hallar la clave del enigma. Una y otra vez leyó el documento, sin conseguir entender ni una palabra.
—Pero ¿qué es esto? —preguntó al secretario.
—Un efecto comercial cuyo pago se le reclama. Ha de entregar usted el importe de la deuda, más las costas, la multa, etcétera, o declarar por escrito en qué fecha podrá hacerlo. Al mismo tiempo, habrá de comprometerse a no salir de la capital, y también a no vender ni empeñar nada de lo que posee hasta que haya pagado su deuda. Su acreedor, en cambio, tiene entera libertad para poner en venta los bienes de usted y solicitar la aplicación de la ley.
—¡Pero si yo no debo nada a nadie!
—Ese punto no es de nuestra incumbencia. A nosotros se nos ha remitido un efecto protestado de ciento quince rublos, firmado por usted hace nueve meses en favor de la señora Zarnitzine, viuda de un asesor escolar, efecto que esta señora ha enviado al consejero Tchebarof en pago de una cuenta. En vista de ello, nosotros le hemos citado a usted para tomarle declaración.
—¡Pero si esa señora es mi patrona!
—¡Y eso qué importa!
El secretario le miraba con una sonrisa de superioridad e indulgencia, como a un novicio que empieza a aprender a costa suya lo que significa ser deudor. Era como si le dijese: «¿Eh? ¿Qué te ha parecido?»
Pero ¿qué importaban en aquel momento a Raskolnikof las reclamaciones de su patrona? ¿Valía la pena que se inquietara por semejante asunto, y ni siquiera que le prestara la menor atención? Estaba allí leyendo, escuchando, respondiendo, incluso preguntando, pero todo lo hacía maquinalmente. Todo su ser estaba lleno de la felicidad de sentirse a salvo, de haberse librado del temor que hacía unos instantes lo sobrecogía. Por el momento, había expulsado de su mente el análisis de su situación, todas las preocupaciones y previsiones temerosas. Fue un momento de alegría absoluta, animal.
Pero de pronto se desencadenó una tormenta en el despacho. El ayudante del comisario, todavía bajo los efectos de la afrenta que acababa de sufrir y deseoso de resarcirse, empezó de improviso a poner de vuelta y media a la dama del lujoso vestido, la cual, desde que le había visto entrar, no cesaba de mirarle con una sonrisa estúpida.
—Y tú, bribona —le gritó a pleno pulmón, después de comprobar que la señora de luto se había marchado ya—, ¿qué ha pasado en tu casa esta noche?
Dime: ¿qué ha pasado? Habéis despertado a todos los vecinos con vuestrosgritos, vuestras risas y vuestras borracheras. Por lo visto, te has empeñado en ir a la cárcel. Te lo ha advertido lo menos diez veces. La próxima vez te lo diré de otro modo. ¡No haces caso! ¡Eres una ramera incorregible!
Raskolnikof se quedó tan estupefacto al ver tratar de aquel modo a la elegante dama, que se le cayó el papel que tenía en la mano. Sin embargo, no tardó en comprender el porqué de todo aquello, y la cosa le pareció sobremanera divertida. Desde este momento escuchó con interés y haciendo esfuerzos por contener la risa. Su tensión nerviosa era extraordinaria.
—Bueno, bueno, Ilia Petrovitch…—empezó a decir el secretario, pero en seguida se dio cuenta de que su intervención sería inútil: sabía por experiencia que cuando el impetuoso oficial se disparaba, no había medio humano de detenerle.
En cuanto a la bella dama, la tempestad que se había desencadenado sobre ella empezó por hacerla temblar, pero —cosa extraña— a medida que las invectivas iban lloviendo sobre su cabeza, su cara iba mostrándose más amable, y más encantadora la sonrisa que dirigía al oficial. Multiplicaba las reverencias y esperaba impaciente el momento en que su censor le permitiera hablar.
—En mi casa no hay escándalos ni pendencias, señor capitán —se apresuró a decir tan pronto como le fue posible (hablaba el ruso fácilmente, pero con notorio acento alemán)—. Ni el menor escándalo —ella decía «echkándalo»—. Lo que ocurrió fue que un caballero llegó embriagado a mi casa…Se lo voy a contar todo, señor capitán. La culpa no fue mía. Mi casa es una casa seria, tan seria como yo, señor capitán.
Yo no quería «echkándalos»
…Él vino como una cuba y pidió tres botellas —la alemana decía «potellas»—. Después levantó las piernas y empezó a tocar el piano con los pies, cosa que está fuera de lugar en una casa seria como la mía. Y acabó por romper el piano, lo cual no me parece ni medio bien. Así se lo dije, y él cogió la botella y empezó a repartir botellazos a derecha e izquierda. Entonces llamé al portero, y cuando Karl llegó, él se fue hacia Karl y le dio un puñetazo en un ojo. También recibió Enriqueta. En cuanto a mí, me dio cinco bofetadas. En vista de esta forma de conducirse, tan impropia de una casa seria, señor capitán, yo empecé a protestar a gritos, y él abrió la ventana que da al canal y empezó a gruñir como un cerdo. ¿Comprende, señor capitán? ¡Se puso a hacer el cerdo en la ventana! Entonces, Karl empezó a tirarle de los faldones del frac para apartarlo de la ventana y…, se lo confieso, señor capitán…, se le quedó un faldón en las manos. Entonces empezó a gritar diciendo que man muss pagarle quince rublos de indemnización, y yo, señor capitán, le di cinco rublos por seis Rock. Como usted ve, no es un cliente deseable. Le doy mi palabra, señor capitán, de que todo el escándalo lo armó él. Y, además, me amenazó con contar en los periódicos toda la historia de mi vida.—Entonces, ¿es escritor?
—Sí, señor, y un cliente sin escrúpulos que se permite, aun sabiendo que está en una casa digna…
—Bueno, bueno; siéntate. Ya te he dicho mil veces…
—Ilia Petrovitch…—repitió el secretario, con acento significativo.
El ayudante del comisario le dirigió una rápida mirada y vio que sacudía ligeramente la cabeza.
—En fin, mi respetable Luisa Ivanovna —continuó el oficial—, he aquí mi última palabra en lo que a ti concierne. Como se produzca un nuevo escándalo en tu digna casa, te haré enchiquerar, como soléis decir los de tu noble clase.
¿Has entendido…? ¿De modo que el escritor, el literato, aceptó cinco rublos por su faldón en tu digna casa? ¡Bien por los escritores! —dirigió a Raskolnikof una mirada despectiva—. Hace dos días, un señor literato comió en una taberna y pretendió no pagar. Dijo al tabernero que le compensaría hablando de él en su próxima sátira. Y también hace poco, en un barco de recreo, otro escritor insultó groseramente a la respetable familia, madre a hija, de un consejero de Estado. Y a otro lo echaron a puntapiés de una pastelería.
Así son todos esos escritores, esos estudiantes, esos charlatanes…En fin, Luisa Ivanovna, ya puedes marcharte. Pero ten cuidado, porque no te perderé de
vista. ¿Entiendes?
Luisa Ivanovna empezó a saludar a derecha e izquierda calurosamente, y así, haciendo reverencias, retrocedió hasta la puerta. Allí tropezó con un gallardo oficial, de cara franca y simpática, encuadrada por dos soberbias patillas, espesas y rubias. Era el comisario en persona: Nikodim Fomitch. Al verle, Luisa Ivanovna se apresuró a inclinarse por última vez hasta casi tocar el suelo y salió del despacho con paso corto y saltarín.
—Eres el rayo, el trueno, el relámpago, la tromba, el huracán —dijo el comisario dirigiéndose amistosamente a su ayudante—. Te han puesto nervioso y tú te has dejado llevar de los nervios. Desde la escalera lo he oído.
—No es para menos —replicó en tono indiferente Ilia Petrovitch llevándose sus papeles a otra mesa, con su característico balanceo de hombros —. Juzgue usted mismo. Ese señor escritor, mejor dicho, estudiante, es decir, antiguo estudiante, no paga sus deudas, firma pagarés y se niega a dejar la habitación que tiene alquilada. Por todo ello se le denuncia, y he aquí que este señor se molesta porque enciendo un cigarrillo en su presencia. ¡Él, que sólo comete villanías! Ahí lo tiene usted. Mírelo; mire qué aspecto tan respetable tiene.
—La pobreza no es un vicio, mi buen amigo —respondió el comisario—.Todos sabemos que eres inflamable como la pólvora. Algo en su modo de ser te habrá ofendido y no has podido contenerte. Y usted tampoco —añadió dirigiéndose amablemente a Raskolnikof—. Pero usted no le conoce. Es un hombre excelente, créame, aunque explosivo como la pólvora. Sí, una verdadera pólvora: se enciende, se inflama, arde y todo pasa: entonces sólo queda un corazón de oro. En el regimiento le llamaban el «teniente Pólvora».
—¡Ah, qué regimiento aquél! —exclamó Ilia Petrovitch, conmovido por los halagos de su jefe aunque seguía enojado.
Raskolnikof experimentó de súbito el deseo de decir a todos algo desagradable.
—Escúcheme, capitán —dijo con la mayor desenvoltura, dirigiéndose al comisario—. Póngase en mi lugar. Estoy dispuesto a presentarle mis excusas si en algo le he ofendido, pero hágase cargo: soy un estudiante enfermo y pobre, abrumado por la miseria —así lo dijo: «abrumado»—. Tuve que dejar la universidad, porque no podía atender a mis necesidades. Pero he de recibir dinero: me lo enviarán mi madre y mi hermana, que residen en el distrito de.
***
Entonces pagaré. Mi patrona es una buena mujer, pero está tan indignada al ver que he perdido los alumnos que tenía y que no le pago desde hace cuatro meses, que ni siquiera me da mi ración de comida. En cuanto a su reclamación, no la comprendo. Me exige que le pague en seguida.
¿Acaso puedo hacerlo? Juzguen ustedes mismos.
—Todo eso no nos incumbe —volvió a decir el secretario.
—Permítame, permítame. Estoy completamente de acuerdo con usted, pero permítame que les dé ciertas explicaciones.
Raskolnikof seguía dirigiéndose al comisario y no al secretario. También procuraba atraerse la atención de Ilia Petrovitch, que, afectando una actitud desdeñosa, pretendía demostrarle que no le escuchaba, sino que estaba absorto en el examen de sus papeles.
—Permítame explicarle que hace tres años, desde que llegué de mi provincia, soy huésped de esa señora, y que al principio…, no tengo por qué ocultarlo…, al principio le prometí casarme con su hija. Fue una promesa simplemente verbal. Yo no estaba enamorado, pero la muchacha no me disgustaba…Yo era entonces demasiado joven…Mi patrona me abrió un amplio crédito, y empecé a llevar una vida…No tenía la cabeza bien sentada.
—Nadie le ha dicho que refiera esos detalles íntimos, señor —le interrumpió secamente Ilia Petrovitch, con una satisfacción mal disimulada—.Además, no tenemos tiempo para escucharlos.
Para Raskolnikof fue muy difícil seguir hablando, pero lo hizofogosamente.
—Permítame, permítame explicar, sólo a grandes rasgos, cómo ha ocurrido todo esto, aunque esté de acuerdo con usted en que mis palabras son inútiles…
Hace un año murió del tifus la muchacha y yo seguí hospedándome en casa de la señora Zarnitzine. Y cuando mi patrona se trasladó a la casa donde ahora habita, me dijo amistosamente que tenía entera confianza en mí; pero que desearía que le firmase un pagaré de ciento quince rublos, cantidad que, según mis cálculos, le debía…Permítame…Ella me aseguró que, una vez en posesión del documento, seguiría concediéndome un crédito ilimitado y que jamás, jamás…, repito sus palabras…, pondría el pagaré en circulación. Y ahora que no tengo lecciones ni dinero para comer, me exige que le pague…Es inexplicable.
—Esos detalles patéticos no nos interesan, señor —dijo Ilia Petrovitch con ruda franqueza—. Usted ha de limitarse a prestar la declaración y a firmar el compromiso escrito que se le exige. La historia de sus amores y todas esas tragedias y lugares comunes no nos conciernen en absoluto.
—No hay que ser tan duro —murmuró el comisario, yendo a sentarse en su mesa y empezando a firmar papeles. Parecía un poco avergonzado.
—Escriba usted —dijo el secretario a Raskolnikof.
—¿Qué he de escribir? —preguntó ásperamente el denunciado.
—Lo que yo le dicte.
Raskolnikof creyó advertir que el joven secretario se mostraba más desdeñoso con él después de su confesión; pero, cosa extraña, a él ya no le importaban lo más mínimo los juicios ajenos sobre su persona. Este cambio de actitud se había producido en Raskolnikof súbitamente, en un abrir y cerrar de ojos. Si hubiese reflexionado, aunque sólo hubiera sido un minuto, se habría asombrado, sin duda, de haber podido hablar como lo había hecho con aquellos funcionarios, a los que incluso obligó a escuchar sus confidencias. ¿A qué se debería su nuevo y repentino estado de ánimo? Si en aquel momento apareciese la habitación llena no de empleados de la policía, sino de sus amigos más íntimos, no habría sabido qué decirles, no habría encontrado una sola palabra sincera y amistosa en el gran vacío que se había hecho en su alma.
Le había invadido una lúgubre impresión de infinito y terrible aislamiento. No era el bochorno de haberse entregado a tan efusivas confidencias ante Ilia Petrovitch, ni la actitud jactanciosa y triunfante del oficial, lo que había producido semejante revolución en su ánimo. ¡Qué le importaba ya su bajeza!
¡Qué le importaban las arrogancias, los oficiales, las alemanas, las diligencias, las comisarías…! Aunque le hubiesen condenado a morir en la hoguera, no se habría inmutado. Es más: apenas habría escuchado la sentencia. Algo nuevo,jamás sentido y que no habría sabido definir, se había producido en su interior.
Comprendía, sentía con todo su ser que ya no podría conversar sinceramente con nadie, hacer confidencia alguna, no sólo a los empleados de la comisaría, sino ni siquiera a sus parientes más próximos: a su madre, a su hermana…
Nunca había experimentado una sensación tan extraña ni tan cruel, y el hecho de que él se diera cuenta de que no se trataba de un sentimiento razonado, sino de una sensación, la más espantosa y torturante que había tenido en su vida, aumentaba su tormento.
El secretario de la comisaría empezó a dictarle la fórmula de declaración utilizada en tales casos. «No siéndome posible pagar ahora, prometo saldar mi deuda en… (tal fecha). Igualmente, me comprometo a no salir de la capital, a no vender mis bienes, a no regalarlos…»
—¿Qué le pasa que apenas puede escribir? La pluma se le cae de las manos —dijo el secretario, observando a Raskolnikof atentamente—. ¿Está usted enfermo?
—Si…Me ha dado un mareo…Continúe.
—Ya está. Puede firmar.
El secretario tomó la hoja de manos de Raskolnikof y se volvió hacia los que esperaban.
Raskolnikof entregó la pluma, pero, en vez de levantarse, apoyó los codos en la mesa y hundió la cabeza entre las manos. Tenía la sensación de que le estaban barrenando el cerebro. De súbito le acometió un pensamiento incomprensible: levantarse, acercarse al comisario y referirle con todo detalle el episodio de la vieja; luego llevárselo a su habitación y mostrarle las joyas escondidas detrás del papel de la pared. Tan fuerte fue este impulso que se levantó dispuesto a llevar a cabo el propósito, pero de pronto se dijo: «¿No será mejor que lo piense un poco, aunque sea un minuto…? No, lo mejor es no pensarlo y quitarse de encima cuanto antes esta carga.
Pero se detuvo en seco y quedó clavado en el sitio. El comisario hablaba acaloradamente con Ilia Petrovitch. Raskolnikof le oyó decir:
—Es absurdo. Habrá que ponerlos en libertad a los dos. Todo contradice semejante acusación. Si hubiesen cometido el crimen, ¿con qué fin habrían ido a buscar al portero? ¿Para delatarse a sí mismos? ¿Para desorientar? No, es un ardid demasiado peligroso. Además, a Pestriakof, el estudiante, le vieron los dos porteros y una tendera ante la puerta en el momento en que llegó. Iba acompañado de tres amigos que le dejaron pero en cuya presencia preguntó al portero en qué piso vivía la vieja. ¿Habría hecho esta pregunta si hubiera ido a la casa con el propósito que se le atribuye? En cuanto a Koch, estuvo media hora en la orfebrería de la planta baja antes de subir a casa de la vieja. Eranexactamente las ocho menos cuarto cuando subió. Reflexionemos…
—Permítame. ¿Qué explicación puede darse a la contradicción en que han incurrido? Afirman que llamaron, que la puerta estaba cerrada. Sin embargo, tres minutos después, cuando vuelven a subir con el portero, la puerta está abierta.
—Ésa es la cuestión principal. No cabe duda de que el asesino estaba en el piso y había echado el cerrojo. Seguro que lo habrían atrapado si Koch no hubiese cometido la tontería de abandonar la guardia para bajar en busca de su amigo. El asesino aprovechó ese momento para deslizarse por la escalera y escapar ante sus mismas narices. Koch está aterrado; no cesa de santiguarse y decir que si se hubiese quedado junto a la puerta del piso, el asesino se habría arrojado sobre él y le habría abierto la cabeza de un hachazo. Va a hacer cantar un Tedeum…
—¿Y nadie ha visto al asesino?
—¿Cómo quiere usted que lo vieran? —dijo el secretario, que desde su puesto estaba atento a la conversación—. Esa casa es un arca de Noé.
—La cosa no puede estar más clara —dijo el comisario, en un tono de convicción.
—Por el contrario, está oscurísima —replicó Ilia Petrovitch.
Raskolnikof cogió su sombrero y se dirigió a la puerta. Pero no llegó a ella…
Cuando volvió en sí, se vio sentado en una silla. Alguien le sostenía por el lado derecho. A su izquierda, otro hombre le presentaba un vaso amarillento lleno de un líquido del mismo color. El comisario, Nikodim Fomitch, de pie ante él, le miraba fijamente. Raskolnikof se levantó.
—¿Qué le ha pasado? ¿Está enfermo? —le preguntó el comisario
secamente.
—Apenas podía sostener la pluma hace un momento, cuando escribía su declaración —observó el secretario, volviendo a sentarse y empezando de nuevo a hojear papeles.
—¿Hace mucho tiempo que está usted enfermo? —gritó Ilia Petrovitch desde su mesa, donde también estaba hojeando papeles. Se había acercado como todos los demás, a Raskolnikof y le había examinado durante su desvanecimiento. Cuando vio que volvía en sí, se apresuró a regresar a su puesto.
—Desde anteayer —balbuceó Raskolnikof.
—¿Salió usted ayer?—Sí.
—¿Aun estando enfermo?
—Sí.
—¿A qué hora?
—De siete a ocho.
—Permítame que le pregunte dónde estuvo.
—En la calle.
—He aquí una contestación clara y breve.
Raskolnikof había dado estas respuestas con voz dura y entrecortada.
Estaba pálido como un lienzo. Sus grandes ojos, negros y ardientes, no se abatían ante la mirada de Ilia Petrovitch.
—Apenas puede tenerse en pie, y tú todavía…—empezó a decir el
comisario.
—No se preocupe —repuso Ilia Petrovitch con acento enigmático.
Nikodim Fomitch iba a decir algo más, pero su mirada se encontró casualmente con la del secretario, que estaba fija en él, y esto fue suficiente para que se callara. Se hizo un silencio general, repentino y extraño.
—Ya no le necesitamos —dijo al fin Ilia Petrovitch—. Puede usted
marcharse.
Raskolnikof se fue. Apenas hubo salido, la conversación se reanudó entre los policías con gran vivacidad. La voz del comisario se oía más que las de sus compañeros. Parecía hacer preguntas.
Ya en la calle, Raskolnikof recobró por completo la calma.
«Sin duda, van a hacer un registro, y en seguida —se decía mientras se encaminaba a su alojamiento—. ¡Los muy canallas! Sospechan de mí.»
Y el terror que le dominaba poco antes volvió a apoderarse de él enteramente.
¿Y si el registro se ha efectuado ya? También podría ser que me encontrase con la policía en casa.»
Pero en su habitación todo estaba en orden y no había nadie. Nastasia nohabía tocado nada.
«Señor, ¿cómo habré podido dejar las joyas ahí?»
Corrió al rincón, introdujo la mano detrás del papel, retiró todos los objetos y fue echándolos en sus bolsillos. En total eran ocho piezas: dos cajitas que contenían pendientes o algo parecido (no se detuvo a mirarlo); cuatro pequeños estuches de tafilete; una cadena de reloj envuelta en un trozo de papel de periódico, y otro envoltorio igual que, al parecer, contenía una condecoración. Raskolnikof repartió todo esto por sus bolsillos, procurando que no abultara demasiado, cogió también la bolsita y salió de la habitación, dejando la puerta abierta de par en par.
Avanzaba con paso rápido y firme. Estaba rendido, pero conservaba la lucidez mental. Temía que la policía estuviera ya tomando medidas contra él; que al cabo de media hora, o tal vez sólo de un cuarto, hubiera decidido seguirle. Por lo tanto, había que apresurarse a hacer desaparecer aquellos objetos reveladores. No debía cejar en este propósito mientras le quedara el menor residuo de fuerzas y de sangre fría… ¿Adónde ir…? Este punto estaba ya resuelto. «Arrojaré las cosas al canal y el agua se las tragará, de modo que no quedará ni rastro de este asunto.» Así lo había decidido la noche anterior, en medio de su delirio, e incluso había intentado varias veces levantarse paraи llevar a cabo cuanto antes la idea.
Sin embargo, la ejecución de este plan presentaba grandes dificultades.
Durante más de media hora se limitó a errar por el malecón del canal, inspeccionando todas las escaleras que conducían al agua. En ninguna podía llevar a la práctica su propósito. Aquí había un lavadero lleno de lavanderas, allí varias barcas amarradas a la orilla. Además, el malecón estaba repleto de transeúntes. Se le podía ver desde todas partes, y a quien lo viera le extrañaría que un hombre bajara las escaleras expresamente para echar una cosa al agua.
Por añadidura, los estuches podían quedar flotando, y entonces todo el mundo los vería. Lo peor era que las personas con que se cruzaba le miraban de un modo singular, como si él fuera lo único que les interesara. «¿Por qué me mirarán así? —se decía—. ¿O todo será obra de mi imaginación?»
Al fin pensó que acaso sería preferible que se dirigiera al Neva. En sus malecones había menos gente. Allí llamaría menos la atención, le sería más fácil tirar las joyas y —detalle importantísimo— estaría más lejos de su barrio.
De pronto se preguntó, asombrado, por qué habría estado errando durante media hora ansiosamente por lugares peligrosos, cuando se le ofrecía una solución tan clara. Había perdido media hora entera tratando de poner en práctica un plan insensato forjado en un momento de desvarío. Cada vez era más propenso a distraerse, su memoria vacilaba, y él se daba cuenta de ello.
Había que apresurarse.Se dirigió al Neva por la avenida V***. Pero por el camino tuvo otra idea.
¿Por qué ir al Neva? ¿Por qué arrojar los objetos al agua? ¿No era preferible ir a cualquier lugar lejano, a las islas, por ejemplo, buscar un sitio solitario en el interior de un bosque y enterrar las cosas al pie de un árbol, anotando cuidadosamente el lugar donde se hallaba el escondite? Aunque sabía que en aquel momento era incapaz de razonar lógicamente, la idea le pareció sumamente práctica.
Pero estaba escrito que no había de llegar a las islas. Al desembocar en la plaza que hay al final de la avenida V*** vio a su izquierda la entrada de un gran patio protegido por altos muros. A la derecha había una pared que parecía no haber estado pintada nunca y que pertenecía a una casa de altura considerable. A la izquierda, paralela a esta pared, corría una valla de madera que penetraba derechamente unos veinte pasos en el patio y luego se desviaba hacia la izquierda. Esta empalizada limitaba un terreno desierto y cubierto de materiales. Al fondo del patio había un cobertizo cuyo techo rebasaba la altura de la valla. Este cobertizo debía de ser un taller de carpintería, de guarnicionería o algo similar. Todo el suelo del patio estaba cubierto de un negro polvillo de carbón.
«He aquí un buen sitio para tirar las joyas —pensó—. Después se va uno, y asunto concluido.»
Advirtiendo que no había nadie, penetró en el patio. Cerca de la puerta, ante la empalizada, había uno de esos canalillos que suelen verse en los edificios donde hay talleres. En la valla, sobre el canal, alguien había escrito con tiza y con las faltas de rigor: «Proivido acer aguas menores.» Desde luego, Raskolnikof no pensaba llamar la atención deteniéndose allí. Pensó: «Podría tirarlo todo aquí, en cualquier parte, y marcharme.
Miró nuevamente en todas direcciones y se llevó la mano al bolsillo. Pero en ese momento vio cerca del muro exterior, entre la puerta y el pequeño canal, una enorme piedra sin labrar, que debía de pesar treinta kilos largos. Del otro lado del muro, de la calle, llegaba el rumor de la gente, siempre abundante en aquel lugar. Desde fuera nadie podía verle, a menos que se asomara al patio. Sin embargo, esto podía suceder; por lo tanto, había que obrar rápidamente.
Se inclinó sobre la piedra, la cogió con ambas manos por la parte de arriba, reunió todas sus fuerzas y consiguió darle la vuelta. En el suelo apareció una cavidad. Raskolnikof vació en ella todo lo que llevaba en los bolsillos. La bolsita fue lo último que depositó. Sólo el fondo de la cavidad quedó ocupado.
Volvió a rodar la piedra y ésta quedó en el sitio donde antes estaba. Ahora sobresalía un poco más; pero Raskolnikof arrastró hasta ella un poco de tierra con el pie y todo quedó como si no se hubiera tocado.Salió y se dirigió a la plaza. De nuevo una alegría inmensa, casi insoportable, se apoderó momentáneamente de él. No había quedado ni rastro.
«¿Quién podrá pensar en esa piedra? ¿A quién se le ocurrirá buscar debajo?
Seguramente está ahí desde que construyeron la casa, y Dios sabe el tiempo que permanecerá en ese sitio todavía. Además, aunque se encontraran las joyas, ¿quién pensaría en mí? Todo ha terminado. Ha desaparecido hasta la última prueba.» Se echó a reír. Sí, más tarde recordó que se echó a reír con una risita nerviosa, muda, persistente. Aún se reía cuando atravesó la plaza. Pero su hilaridad cesó repentinamente cuando llegó al bulevar donde días atrás había encontrado a la jovencita embriagada.
Otros pensamientos acudieron a su mente. Le aterraba la idea de pasar ante el banco donde se había sentado a reflexionar cuando se marchó la muchacha.
El mismo temor le infundía un posible nuevo encuentro con el gendarme bigotudo al que había entregado veinte kopeks. «¡El diablo se lo lleve!
Siguió su camino, lanzando en todas direcciones miradas coléricas y distraídas. Todos sus pensamientos giraban en torno a un solo punto, cuya importancia reconocía. Se daba perfecta cuenta de que por primera vez desde hacía dos meses se enfrentaba a solas y abiertamente con el asunto.
«¡Que se vaya todo al diablo! —se dijo de pronto, en un arrebato de cólera —. El vino está escanciado y hay que beberlo. El demonio se lleve a la vieja y a la nueva vida… ¡Qué estúpido es todo esto, Señor! ¡Cuántas mentiras he dicho hoy! ¡Y cuántas bajezas he cometido! ¡En qué miserables vulgaridades he incurrido para atraerme la benevolencia del detestable Ilia Petrovitch! Pero, ¡bah!, qué importa. Me río de toda esa gente y de las torpezas que yo haya podido cometer. No es esto lo que debo pensar ahora…»
De súbito se detuvo; acababa de planteársele un nuevo problema, tan inesperado como sencillo, que le dejó atónito. «Si, como crees, has procedido en todo este asunto como un hombre inteligente y no como un imbécil, si perseguías una finalidad claramente determinada, ¿cómo se explica que no hayas dirigido ni siquiera una ojeada al interior de la bolsita, que no te hayas preocupado de averiguar lo que ha producido ese acto por el que has tenido que afrontar toda suerte de peligros y horrores? Hace un momento estabas dispuesto a arrojar al agua esa bolsa, esas joyas que ni siquiera has mirado…
¿Qué explicación puedes dar a esto?»
Todas estas preguntas tenían un sólido fundamento. Lo sabía desde antes de hacérselas. La noche en que había resuelto tirarlo todo al agua había tomado esta decisión sin vacilar, como si hubiese sido imposible obrar de otro modo. Sí, sabía todas estas cosas y recordaba hasta los menores detalles. Sabía que todo había de ocurrir como estaba ocurriendo; lo sabía desde el momento mismo en que había sacado los estuches del arca sobre la cual estabainclinado…Sí, lo sabía perfectamente.
«La causa de todo es que estoy muy enfermo —se dijo al fin sombríamente
—. Me torturo y me hiero a mí mismo. Soy incapaz de dirigir mis actos. Ayer, anteayer y todos estos días no he hecho más que martirizarme…Cuando esté curado, ya no me atormentaré. Pero ¿y si no me curo nunca? ¡Señor, qué harto estoy de toda esta historia…!»
Mientras así reflexionaba, proseguía su camino. Anhelaba librarse de estas preocupaciones, pero no sabía cómo podría conseguirlo. Una sensación nueva se apoderó de él con fuerza irresistible, y su intensidad aumentaba por momentos. Era un desagrado casi físico, un desagrado pertinaz, rencoroso, por todo lo que encontraba en su camino, por todas las cosas y todas las personas que lo rodeaban. Le repugnaban los transeúntes, sus caras, su modo de andar, sus menores movimientos. Sentía deseos de escupirles a la cara, estaba dispuesto a morder a cualquiera que le hablase.
Al llegar al malecón del Pequeño Neva, en Vasilievski Ostrof, se detuvo en seco cerca del puente.
«May vive en esa casa —pensó—. Pero ¿qué significa esto? Mis pies me han traído maquinalmente a la vivienda de Rasumikhine. Lo mismo me ocurrió el otro día. Esto es verdaderamente chocante. ¿He venido expresamente o estoy aquí por obra del azar? Pero esto poco importa. El caso es que dije que vendría a casa de Rasumikhine "al día siguiente". Pues bien, ya he venido. ¿Acaso tiene algo de particular que le haga una visita?»
Subió al quinto piso. En él habitaba Rasumikhine.
Se hallaba éste escribiendo en su habitación. Él mismo fue a abrir. No se habían visto desde hacía cuatro meses. Llevaba una bata vieja, casi hecha jirones. Sus pies sólo estaban protegidos por unas pantuflas. Tenía revuelto el cabello. No se había afeitado ni lavado. Se mostró asombrado al ver a Raskolnikof.
—¿De dónde sales? —exclamó mirando a su amigo de pies a cabeza.
Después lanzó un silbido—. ¿Tan mal te van las cosas? Evidentemente, hermano, nos aventajas a todos en elegancia —añadió, observando los andrajos de su camarada—. Siéntate; pareces cansado.
Y cuando Raskolnikof se dejó caer en el diván turco, tapizado de una tela vieja y rozada (un diván, entre paréntesis, peor que el suyo), Rasumikhine advirtió que su amigo parecía no encontrarse bien.
—Tú estás enfermo, muy enfermo. ¿Te has dado cuenta?
Intentó tomarle el pulso, pero Raskolnikof retiró la mano.
—¡Bah! ¿Para qué? —dijo—. He venido porque…me he quedado sinlecciones…, y yo quisiera…No, no me hacen falta para nada las lecciones.
Rasumikhine le observaba atentamente.
—¿Sabes una cosa, amigo? Estás delirando.
—Nada de eso; yo no deliro —replicó Raskolnikof levantándose.
Al subir a casa de Rasumikhine no había tenido en cuenta que iba a verse frente a frente con su amigo, y una entrevista, con quienquiera que fuese, le parecía en aquellos momentos lo más odioso del mundo. Apenas hubo franqueado la puerta del piso, sintió una cólera ciega contra Rasumikhine.
—¡Adiós! —exclamó dirigiéndose a la puerta.
—¡Espera, hombre, espera! ¿Estás loco?
—¡Déjame! —dijo Raskolnikof retirando bruscamente la mano que su
amigo le había cogido.
—Entonces, ¿a qué diablos has venido? Has perdido el juicio. Esto es una ofensa para mí. No consentiré que te vayas así.
—Bien, escucha. He venido a tu casa porque no conozco a nadie más que a ti para que me ayude a volver a empezar. Tú eres mejor que todos los demás, es decir, más inteligente, más comprensivo…Pero ahora veo que no necesito nada, ¿entiendes?, absolutamente nada…No me hacen falta los servicios ni la simpatía de los demás…Estoy solo y me basto a mí mismo…Esto es todo.
Déjame en paz.
—¡Pero escucha un momento, botarate! ¿Es que te has vuelto loco? Puedes hacer lo que quieras, pero yo tampoco tengo lecciones y me río de eso. Estoy en tratos con el librero Kheruvimof, que es una magnífica lección en su género. Yo no lo cambiaría por cinco lecciones en familias de comerciantes.
Ese hombre publica libritos sobre ciencias naturales, pues esto se vende como el pan. Basta buscar buenos títulos. Me has llamado imbécil más de una vez, pero estoy seguro de que hay otros más tontos que yo. Mi editor, que es poco menos que analfabeto, quiere seguir la corriente de la moda, y yo, naturalmente, le animo…Mira, aquí hay dos pliegos y medio de texto alemán.
Puro charlatanismo, a mi juicio. Dicho en dos palabras, la cuestión que estudia el autor es la de si la mujer es un ser humano. Naturalmente, él opina que sí y su labor consiste en demostrarlo elocuentemente. Kheruvimof considera que este folleto es de actualidad en estos momentos en que el feminismo está de moda, y yo me encargo de traducirlo. Podrá convertir en seis los dos pliegos y medio de texto alemán. Le pondremos un título ampuloso que llene media página y se venderá a cincuenta kopeks el ejemplar. Será un buen negocio. Se me paga la traducción a seis rublos el pliego, o sea quince rublos por todo el trabajo. Ya he cobrado seis por adelantado. Cuando terminemos este folletotraduciremos un libro sobre las ballenas, y para después ya hemos elegido unos cuantos chismes de Les Confessions. También los traduciremos. Alguien ha dicho a Kheruvimof que Rousseau es una especie de Radiscev.
Naturalmente, yo no he protestado. ¡Que se vayan al diablo…! Bueno, ¿quieres traducir el segundo pliego del folleto Es la mujer un ser humano? Si quieres, coge inmediatamente el pliego, plumas, papel (todos estos gastos van a cargo del editor), y aquí tienes tres rublos: como yo he recibido seis adelantados por toda la traducción, a ti te corresponden tres. Cuando hayas traducido el pliego, recibirás otros tres. Pero que te conste que no tienes nada que agradecerme. Por el contrario, apenas te he visto entrar, he pensado en tu ayuda. En primer lugar, yo no estoy muy fuerte en ortografía, y en segundo, mis conocimientos del alemán son más que deficientes. Por eso me veo obligado con frecuencia a inventar, aunque me consuelo pensando que la obra ha de ganar con ello. Es posible que me equivoque…Bueno, ¿aceptas?
Raskolnikof cogió en silencio el pliego de texto alemán y los tres rublos y se marchó sin pronunciar palabra. Rasumikhine le siguió con una mirada de asombro. Cuando llegó a la primera esquina, Raskolnikof volvió repentinamente sobre sus pasos y subió de nuevo al alojamiento de su amigo.
Ya en la habitación, dejó el pliego y los tres rublos en la mesa y volvió a marcharse, sin desplegar los labios.
Rasumikhine perdió al fin la paciencia.
—¡Decididamente, te has vuelto loco! —vociferó—. ¿Qué significa esta comedia? ¿Quieres volverme la cabeza del revés? ¿Para qué demonio has venido?
—No necesito traducciones —murmuró Raskolnikof sin dejar de bajar la escalera.
—Entonces, ¿qué es lo que necesitas? —le gritó Rasumikhine desde el rellano.
Raskolnikof siguió bajando en silencio.
—Oye, ¿dónde vives?
No obtuvo respuesta.
—¡Vete al mismísimo infierno!
Pero Raskolnikof estaba ya en la calle. Iba por el puente de Nicolás, cuando una aventura desagradable le hizo volver en sí momentáneamente. Un cochero cuyos caballos estuvieron a punto de arrollarlo le dio un fuerte latigazo en la espalda después de haberle dicho a gritos tres o cuatro veces que se apartase. Este latigazo despertó en él una ira ciega. Saltó hacia el pretil (sólo Dios sabe por qué hasta entonces había ido por medio de la calzada)rechinando los dientes. Todos los que estaban cerca se echaron a reír.
—¡Bien hecho!
—¡Estos granujas!
—Conozco a estos bribones. Se hacen el borracho, se meten bajo las ruedas y uno tiene que pagar daños y perjuicios.
—Algunos viven de eso.
Aún estaba apoyado en el pretil, frotándose la espalda, ardiendo de ira, siguiendo con la mirada el coche que se alejaba, cuando notó que alguien le ponía una moneda en la mano. Volvió la cabeza y vio a una vieja cubierta con un gorro y calzada con borceguíes de piel de cabra, acompañada de una joven —su hija sin duda— que llevaba sombrero y una sombrilla verde.
—Toma esto, hermano, en nombre de Cristo.
Él tomó la moneda y ellas continuaron su camino. Era una pieza de veinte kopeks. Se comprendía que, al ver su aspecto y su indumentaria, le hubieran tomado por un mendigo. La generosa ofrenda de los veinte kopeks se debía, sin duda, a que el latigazo había despertado la compasión de las dos mujeres.
Apretando la moneda con la mano, dio una veintena de pasos más y se detuvo de cara al río y al Palacio de Invierno. En el cielo no había ni una nube, y el agua del Neva —cosa extraordinaria— era casi azul. La cúpula de la catedral de San Isaac (aquél era precisamente el punto de la ciudad desde donde mejor se veía) lanzaba vivos reflejos. En el transparente aire se distinguían hasta los menores detalles de la ornamentación de la fachada.
El dolor del latigazo iba desapareciendo, y Raskolnikof, olvidándose de la humillación sufrida. Una idea, vaga pero inquietante, le dominaba. Permanecía inmóvil, con la mirada fija en la lejanía. Aquel sitio le era familiar. Cuando iba a la universidad tenía la costumbre de detenerse allí, sobre todo al regresar (lo había hecho más de cien veces), para contemplar el maravilloso panorama. En aquellos momentos experimentaba una sensación imprecisa y confusa que le llenaba de asombro. Aquel cuadro esplendoroso se le mostraba frío, algo así como ciego y sordo a la agitación de la vida…Esta triste y misteriosa impresión que invariablemente recibía le desconcertaba, pero no se detenía a analizarla: siempre dejaba para más adelante la tarea de buscarle una explicación…
Ahora recordaba aquellas incertidumbres, aquellas vagas sensaciones, y este recuerdo, a su juicio, no era puramente casual. El simple hecho de haberse detenido en el mismo sitio que antaño, como si hubiese creído que podía tener los mismos pensamientos e interesarse por los mismos espectáculos que entonces, e incluso que hacía poco, le parecía absurdo, extravagante y hastaalgo cómico, a pesar de que la amargura oprimía su corazón. Tenía la impresión de que todo este pasado, sus antiguos pensamientos e intenciones, los fines que había perseguido, el esplendor de aquel paisaje que tan bien conocía, se había hundido hasta desaparecer en un abismo abierto a sus pies…
Le parecía haber echado a volar y ver desde el espacio como todo aquello se esfumaba.
Al hacer un movimiento maquinal, notó que aún tenía en su mano cerrada la pieza de veinte kopeks. Abrió la mano, estuvo un momento mirando fijamente la moneda y luego levantó el brazo y la arrojó al río.
Inmediatamente emprendió el regreso a su casa. Tenía la impresión de que había cortado, tan limpiamente como con unas tijeras, todos los lazos que le unían a la humanidad, a la vida…
Caía la noche cuando llegó a su alojamiento. Por lo tanto, había estado vagando durante más de seis horas. Sin embargo, ni siquiera recordaba por qué calles había pasado. Se sentía tan fatigado como un caballo después de una carrera. Se desnudó, se tendió en el diván, se echó encima su viejo sobretodo y se quedó dormido inmediatamente.
La oscuridad era ya completa cuando le despertó un grito espantoso. ¡Qué grito, Señor…! Y después…Jamás había oído Raskolnikof gemidos, aullidos, sollozos, rechinar de dientes, golpes, como los que entonces oyó. Nunca habría podido imaginarse un furor tan bestial.
Se levantó aterrado y se sentó en el diván, trastornado por el horror y el miedo. Pero los golpes, los lamentos, las invectivas eran cada vez más violentos. De súbito, con profundo asombro, reconoció la voz de su patrona.
La viuda lanzaba ayes y alaridos. Las palabras salían de su boca anhelantes; debía de suplicar que no le pegasen más, pues seguían golpeándola brutalmente. Esto sucedía en la escalera. La voz del verdugo no era sino un ronquido furioso; hablaba con la misma rapidez, y sus palabras, presurosas y ahogadas, eran igualmente ininteligibles.
De pronto, Raskolnikof empezó a temblar como una hoja. Acababa de reconocer aquella voz. Era la de Ilia Petrovitch. Ilia Petrovitch estaba allí tundiendo a la patrona. La golpeaba con los pies, y su cabeza iba a dar contra los escalones; esto se deducía claramente del sonido de los golpes y de los gritos de la víctima.
Todo el mundo se conducía de un modo extraño. La gente acudía a la escalera, atraída por el escándalo, y allí se aglomeraba. Salían vecinos de todos los pisos. Se oían exclamaciones, ruidos de pasos que subían o bajaban, portazos…
«¿Pero por qué le pegan de ese modo? ¿Y por qué lo consienten los que loven?», se preguntó Raskolnikof, creyendo haberse vuelto loco.
Pero no, no se había vuelto loco, ya que era capaz de distinguir los diversos ruidos…
Por lo tanto, pronto subirían a su habitación. «Porque, seguramente, todo esto es por lo de ayer… ¡Señor, Señor…!»
Intentó pasar el pestillo de la puerta, pero no tuvo fuerzas para levantar el brazo. Por otra parte, ¿para qué? El terror helaba su alma, la paralizaba…Al fin, aquel escándalo que había durado diez largos minutos se extinguió poco a poco. La patrona gemía débilmente. Ilia Petrovitch seguía profiriendo juramentos y amenazas. Después, también él enmudeció y ya no se le volvió a oír.
«¡Señor! ¿Se habrá marchado? No, ahora se va. Y la patrona también, gimiendo, hecha un mar de lágrimas…»
Un portazo. Los inquilinos van regresando a sus habitaciones. Primero lanzan exclamaciones, discuten, se interpelan a gritos; después sólo cambian murmullos. Debían de ser muy numerosos; la casa entera debía de haber acudido.
¿Qué significa todo esto, Señor? ¿Para qué, en nombre del cielo, habrá venido este hombre aquí?»
Raskolnikof, extenuado, volvió a echarse en el diván. Pero no consiguió dormirse. Habría transcurrido una media hora, y era presa de un horror que no había experimentado jamás, cuando, de pronto, se abrió la puerta y una luz iluminó el aposento. Apareció Nastasia con una bujía y un plato de sopa en las manos. La sirvienta lo miró atentamente y, una vez segura de que no estaba dormido, depositó la bujía en la mesa y luego fue dejando todo lo demás: el pan, la sal, la cuchara, el plato.
—Seguramente no has comido desde ayer. Te has pasado el día en la calle aunque ardías de fiebre.
—Oye, Nastasia: ¿por qué le han pegado a la patrona?
Ella lo miró fijamente.
—¿Quién le ha pegado?
—Ha sido hace poco…, cosa de una media hora…En la escalera…Ilia
Petrovitch, el ayudante del comisario de policía, le ha pegado. ¿Por qué? ¿A qué ha venido…?
Nastasia frunció las cejas y le observó en silencio largamente. Su inquisitiva mirada turbó a Raskolnikof e incluso llegó a atemorizarle.—¿Por qué no me contestas, Nastasia? —preguntó con voz débil y acento tímido.
—Esto es la sangre —murmuró al fin la sirvienta, como hablando consigo misma.
—¿La sangre? ¿Qué sangre? —balbuceó él, palideciendo y retrocediendo hacia la pared.
Nastasia seguía observándole.
—Nadie le ha pegado a la patrona —dijo con voz firme y severa.
Él se quedó mirándola, sin respirar apenas.
—Lo he oído perfectamente —murmuró con mayor apocamiento aún—.No estaba dormido; estaba sentado en el diván, aquí mismo…lo he estado oyendo un buen rato…El ayudante del comisario ha venido…Todos los vecinos han salido a la escalera…
—Aquí no ha venido nadie. Es la sangre lo que te ha trastornado. Cuando la sangre no circula bien, se cuaja en el hígado y uno delira…Bueno, ¿vas a comer o no?
Raskolnikof no contestó. Nastasia, inclinada sobre él, seguía observándole atentamente y no se marchaba.
—Dame agua, Nastasiuchka.
Ella se fue y reapareció al cabo de dos minutos con un cantarillo. Pero en este punto se interrumpieron los pensamientos de Raskolnikof. Pasado algún tiempo, se acordó solamente de que había tomado un sorbo de agua fresca y luego vertido un poco sobre su pecho. Inmediatamente perdió el conocimiento.
Sin embargo, no estuvo por completo inconsciente durante su enfermedad: era el suyo un estado febril en el que cierta lucidez se mezclaba con el delirio.
Andando el tiempo, recordó perfectamente los detalles de este período. A veces le parecía ver varias personas reunidas alrededor de él. Se lo querían llevar. Hablaban de él y disputaban acaloradamente. Después se veía solo: inspiraba horror y todo el mundo le había dejado. De vez en cuando, alguien se atrevía a entreabrir la puerta y le miraba y le amenazaba. Estaba rodeado de enemigos que le despreciaban y se mofaban de él. Reconocía a Nastasia y veía a otra persona a la que estaba seguro de conocer, pero que no recordaba quién era, lo que le llenaba de angustia hasta el punto de hacerle llorar. A veces leparecía estar postrado desde hacía un mes; otras, creía que sólo llevaba enfermo un día. Pero el…suceso lo había olvidado completamente. Sin embargo, se decía a cada momento que había olvidado algo muy importante que debería recordar, y se atormentaba haciendo desesperados esfuerzos de memoria. Pasaba de los arrebatos de cólera a los de terror. Se incorporaba en su lecho y trataba de huir, pero siempre había alguien cerca que le sujetaba vigorosamente. Entonces él caía nuevamente en el diván, agotado, inconsciente. Al fin volvió en sí.
Eran las diez de la mañana. El sol, como siempre que hacía buen tiempo, entraba a aquella hora en la habitación, trazaba una larga franja luminosa en la pared de la derecha e iluminaba el rincón inmediato a la puerta. Nastasia estaba a su cabecera. Cerca de ella había un individuo al que Raskolnikof no conocía y que le observaba atentamente. Era un mozo que tenía aspecto de cobrador. La patrona echó una mirada al interior por la entreabierta puerta.
Raskolnikof se incorporó.
—¿Quién es, Nastasia? —preguntó, señalando al mozo.
—¡Ya ha vuelto en sí! —exclamó la sirvienta.
—¡Ya ha vuelto en sí! —repitió el desconocido.
Al oír estas palabras, la patrona cerró la puerta y desapareció. Era tímida y procuraba evitar los diálogos y las explicaciones. Tenía unos cuarenta años, era gruesa y fuerte, de ojos oscuros, cejas negras y aspecto agradable.
Mostraba esa bondad propia de las personas gruesas y perezosas y era exageradamente pudorosa.
—¿Quién es usted? —preguntó Raskolnikof al supuesto cobrador.
Pero en este momento la puerta se abrió y dio paso a Rasumikhine, que entró en la habitación inclinándose un poco, por exigencia de su considerable estatura.
—¡Esto es un camarote! —exclamó—. Estoy harto de dar cabezadas al techo. ¡Y a esto llaman habitación…! ¡Bueno, querido; ya has recobrado la razón, según me ha dicho Pachenka!
—Acaba de recobrarla —dijo la sirvienta.
—Acaba de recobrarla —repitió el mozo como un eco, con cara risueña.
—¿Y usted quién es? —le preguntó rudamente Rasumikhine—. Yo me llamo Vrasumivkine y no Rasumikhine, como me llama todo el mundo. Soy estudiante, hijo de gentilhombre, y este señor es amigo mío. Ahora diga quién es usted.
—Soy un empleado de la casa Chelopaief y he venido para cierto asunto.—Entonces, siéntese.
Al decir esto, Rasumikhine cogió una silla y se sentó al otro lado de la mesa.
—Has hecho bien en volver en ti —siguió diciendo—. Hace ya cuatro días que no te alimentas: lo único que has tomado ha sido unas cucharadas de té. Te he mandado a Zosimof dos veces. ¿Te acuerdas de Zosimof? Te ha reconocido detenidamente y ha dicho que no tienes nada grave: sólo un trastorno nervioso a consecuencia de una alimentación deficiente. «Falta de comida —dijo—.Esto es lo único que tiene. Todo se arreglará.» Está hecho un tío ese Zosimof.
Es ya un médico excelente…Bueno —dijo dirigiéndose al mozo—, no quiero hacerle perder más tiempo. Haga el favor de explicarme el motivo de su visita…Has de saber, Rodia, que es la segunda vez que la casa Chelopaief envía un empleado. Pero la visita anterior la hizo otro. ¿Quién es el que vino antes que usted?
—Sin duda, usted se refiere al que vino anteayer. Se llama Alexis Simonovitch y, en efecto, es otro empleado de la casa.
—Es un poco más comunicativo que usted, ¿no le parece?
—Desde luego, y tiene más capacidad que yo.
—¡Laudable modestia! Bien; usted dirá.
—Se trata —dijo el empleado, dirigiéndose a Raskolnikof— de que, atendiendo a los deseos de su madre, Atanasio Ivanovitch Vakhruchine, de quien usted, sin duda, habrá oído hablar más de una vez, le ha enviado cierta cantidad por mediación de nuestra oficina. Si está usted en posesión de su pleno juicio le entregaré treinta y cinco rublos que nuestra casa ha recibido de Atanasio Ivanovitch, el cual ha efectuado el envío por indicación de su madre.
Sin duda, ya estaría usted informado de esto.
—Sí, sí…, ya recuerdo…Vakhruchine…—murmuró Raskolnikof, pensativo.
—¿Oye usted? —exclamó Rasumikhine—. Conoce a Vakhruchine. Por lo tanto, está en su cabal juicio. Por otra parte, advierto que también usted es un hombre capacitado. Continúe. Da gusto oír hablar con sensatez.
—Pues sí, ese Vakhruchine que usted recuerda es Atanasio Ivanovitch, el mismo que ya otra vez, atendiendo a los deseos de su madre, le envió dinero de este mismo modo. Atanasio Ivanovitch no se ha negado a prestarle este servicio y ha informado del asunto a Simón Simonovitch, rogándole le haga entrega de treinta y cinco rublos. Aquí están.
—Emplea usted expresiones muy acertadas. Yo adoro también a esa madre. Y ahora juzgue usted mismo: ¿está o no en posesión de sus facultadesmentales?
—Le advierto que eso está fuera de mi incumbencia. Aquí se trata de que me eche una firma.
—Se la echará. ¿Es un libro donde ha de firmar?
—Sí, aquí lo tiene.
—Traiga…Vamos, Rodia; un pequeño esfuerzo. Incorpórate; yo te sostendré. Coge la pluma y pon tu nombre. En nuestros días, el dinero es la más dulce de las mieles.
—No vale la pena —dijo Raskolnikof rechazando la pluma.
—¿Qué es lo que no vale la pena?
—Firmar. No quiero firmar.
—¡Ésa es buena! En este caso, la firma es necesaria.
—Yo no necesito dinero.
—¿Que no necesitas dinero? Hermano, eso es una solemne mentira. Sé muy bien que el dinero te hace falta…Le ruego que tenga un poco de paciencia. Esto no es nada…Tiene sueños de grandeza. Estas cosas le ocurren incluso cuando su salud es perfecta. Usted es un hombre de buen sentido.
Entre los dos le ayudaremos, es decir, le llevaremos la mano, y firmará. ¡Hala, vamos!
—Puedo volver a venir.
—No, no. ¿Para qué tanta molestia…? ¡Usted es un hombre de buen sentido…! ¡Vamos, Rodia; no entretengas a este señor! ¡Ya ves que está esperando!
Y se dispuso a coger la mano de su amigo.
—Deja —dijo Raskolnikof—. Firmaré.
Cogió la pluma y firmó en el libro. El empleado entregó el dinero y se marchó.
—¡Bravo! Y ahora, amigo, ¿quieres comer?
—Sí.
—¿Hay sopa, Nastasia?
—Sí; ayer sobró.
—¿Está hecha con pasta de sopa y patatas?
—Sí.—Lo sabía. Tráenos también té.
—Bien.
Raskolnikof contemplaba esta escena con profunda sorpresa y una especie de inconsciente pavor. Decidió guardar silencio y esperar el desarrollo de los acontecimientos.
«Me parece que no deliro —pensó—. Todo esto tiene el aspecto de ser real.
Dos minutos después llegó Nastasia con la sopa y anunció que en seguida les serviría el té. Con la sopa había traído no sólo dos cucharas y dos platos, sino, cosa que no ocurría desde hacía mucho tiempo, el cubierto completo, con sal, pimienta, mostaza para la carne…Hasta estaba limpio el mantel.
—Nastasiuchka, Prascovia Pavlovna nos haría un bien si nos mandara dos botellitas de cerveza. Sería un buen final.
—¡Sabes cuidarte! —rezongó la sirvienta. Y salió a cumplir el encargo.
Raskolnikof seguía observando lo que ocurría en su presencia, con inquieta atención y fuerte tensión de ánimo. Entre tanto, Rasumikhine se había instalado en el diván, junto a él. Le rodeó el cuello con su brazo izquierdo tan torpemente como lo habría hecho un oso y, aunque tal ayuda era innecesaria, empezó a llevar a la boca de Raskolnikof, con la mano derecha, cucharadas de sopa, después de soplar sobre ellas para enfriarlas. Sin embargo, la sopa estaba apenas tibia. Raskolnikof sorbió ávidamente una, dos, tres cucharadas.
Entonces, súbitamente, Rasumikhine se detuvo y dijo que, para darle más,tenía que consultar a Zosimof.
En esto llegó Nastasia con las dos botellas de cerveza.
—¿Quieres té, Rodia? —preguntó Rasumikhine.
—Sí.
—Corre en busca del té, Nastasia; pues, en lo que concierne a esta pócima, me parece que podemos pasar por alto las reglas de la facultad… ¡Ah! ¡Llegó la cerveza!
Se sentó a la mesa, acercó a él la sopa y el plato de carne y empezó a devorar con tanto apetito como si no hubiera comido en tres días.
—Ahora, amigo Rodia, como aquí, en tu habitación, todos los días — masculló con la boca llena—. Ha sido cosa de Pachenka, tu amable patrona.
Yo, como es natural, no le llevo la contraria. Pero aquí llega Nastasia con el té.
¡Qué lista es esta muchacha! ¿Quieres cerveza, Nastenka?
—No gaste bromas.—¿Y té?
—¡Hombre, eso…!
—Sírvete…No, espera. Voy a servirte yo. Déjalo todo en la mesa.
Inmediatamente se posesionó de su papel de anfitrión y llenó primero una taza y después otra. Seguidamente dejó su almuerzo y fue a sentarse de nuevo en el diván. Otra vez rodeó la cabeza del enfermo con un brazo, la levantó y empezó a dar a su amigo cucharaditas de té, sin olvidarse de soplar en ellas con tanto esmero como si fuera éste el punto esencial y salvador del tratamiento.
Raskolnikof aceptaba en silencio estas solicitudes. Se sentía lo bastante fuerte para incorporarse, sentarse en el diván, sostener la cucharilla y la taza, e incluso andar, sin ayuda de nadie; pero, llevado de una especie de astucia, misteriosa e instintiva, se fingía débil, e incluso algo idiotizado, sin dejar de tener bien agudizados la vista y el oído.
Pero llegó un momento en que no pudo contener su mal humor: después de haber tomado una decena de cucharaditas de té, libertó su cabeza con un brusco movimiento, rechazó la cucharilla y dejó caer la cabeza en la almohada (ahora dormía con verdaderas almohadas rellenas de plumón y cuyas fundas eran de una blancura inmaculada). Raskolnikof observó este detalle y se sintió vivamente interesado.
—Es necesario que Pachenka nos envíe hoy mismo la frambuesa en dulce para prepararle un jarabe —dijo Rasumikhine volviendo a la mesa y reanudando su interrumpido almuerzo.
—¿Pero de dónde sacará las frambuesas? —preguntó Nastasia, que mantenía un platillo sobre la palma de su mano, con todos los dedos abiertos, y vertía el té en su boca, gota a gota haciéndolo pasar por un terrón de azúcar que sujetaba con los labios.
—Pues las sacará, sencillamente, de la frutería, mi querida Nastasia…No puedes figurarte, Rodia, las cosas que han pasado aquí durante tu enfermedad.
Cuando saliste corriendo de mi casa como un ladrón, sin decirme dónde vivías, decidí buscarte hasta dar contigo, para vengarme. En seguida empecé las investigaciones. ¡Lo que corrí, lo que interrogué…! No me acordaba de tu dirección actual, o tal vez, y esto es lo más probable, nunca la supe. De tu antiguo domicilio, lo único que recordaba era que estaba en el edificio Kharlamof, en las Cinco Esquinas… ¡Me harté de buscar! Y al fin resultó que no estaba en el edificio Kharlamof, sino en la casa Buch. ¡Nos armamos a veces unos líos con los nombres…! Estaba furioso. Al día siguiente se me ocurrió ir a las oficinas de empadronamiento, y cuál no sería mi sorpresa al ver que al cabo de dos minutos me daban tu dirección actual. Estás inscrito.—¿Inscrito yo?
—¡Claro! En cambio, no pudieron dar las señas del general Kobelev, que solicitaron mientras yo estaba allí. En fin, abreviemos. Apenas llegué allí, se me informó de todo lo que te había ocurrido, de todo absolutamente. Sí, lo sé todo. Se lo puedes preguntar a Nastasia. He trabado conocimiento con el comisario Nikodim Fomitch, me han presentado a Ilia Petrovitch, y conozco al portero, y al secretario Alejandro Grigorevitch Zamiotof. Finalmente, cuento con la amistad de Pachenka. Nastasia es testigo.
—La has engatusado.
Y, al decir esto, la sirvienta sonreía maliciosamente.
—Debes echar el azúcar en el té en vez de beberlo así, Nastasia
Nikiphorovna.
—¡Oye, mal educado! —replicó Nastasia. Pero en seguida se echó a reír de buena gana. Cuando se hubo calmado continuó—: Soy Petrovna y no Nikiphorovna.
—Lo tendré presente…Pues bien, amigo Rodia, dicho en dos palabras, yo me propuse cortar de cuajo, utilizando medios heroicos, cuantos prejuicios existían acerca de mi persona, pues es el caso que Pachenka tuvo conocimiento de mis veleidades…Por eso no esperaba que fuese tan… complaciente. ¿Qué opinas tú de todo esto?
Raskolnikof no contestó: se limitó a seguir fijando en él una mirada llena de angustia.
—Sí, está incluso demasiado bien informada —dijo Rasumikhine, sin que le afectara el silencio de Raskolnikof y como si asintiera a una respuesta de su amigo—. Conoce todos los detalles.
—¡Qué frescura! —exclamó Nastasia, que se retorcía de risa oyendo las genialidades de Rasumikhine.
—El mal está, querido Rodia, en que desde el principio seguiste una conducta equivocada. Procediste con ella con gran torpeza. Esa mujer tiene un carácter lleno de imprevistos. En fin, ya hablaremos de esto en mejor ocasión.
Pero es incomprensible que hayas llegado a obligarla a retirarte la comida…¿Y qué decir del pagaré? Sólo no estando en tu juicio pudiste firmarlo. ¡Y ese proyecto de matrimonio con Natalia Egorovna…! Ya ves que estoy al corriente de todo…Pero advierto que estoy tocando un punto delicado…
Perdóname; soy un asno…Y, ya que hablamos de esto, ¿no opinas que Prascovia Pavlovna es menos necia de lo que parece a primera vista?
—Sí —respondió Raskolnikof entre dientes y volviendo la cabeza, pues había comprendido que era más prudente dar la impresión de que aceptaba eldiálogo.
—¿Verdad que sí? —exclamó Rasumikhine, feliz ante el hecho de que Raskolnikof le hubiera contestado. Pero esto no quiere decir que sea inteligente. No, ni mucho menos. Tiene un carácter verdaderamente raro. A mí me desorienta a veces, palabra. No cabe duda de que ya ha cumplido los cuarenta, y dice que tiene treinta y seis, aunque bien es verdad que su aspecto autoriza el embuste. Por lo demás, te juro que yo sólo puedo juzgarla desde un punto de vista intelectual, puramente metafísico, por decirlo así. Pues nuestras relaciones son las más singulares del mundo. Yo no las comprendo…En fin, volvamos a nuestro asunto. Cuando ella vio que dejabas la universidad, que no dabas lecciones, que ibas mal vestido, y, por otra parte, cuando ya no te pudo considerar como persona de la familia, puesto que su hija había muerto, la inquietud se apoderó de ella. Y tú, para acabar de echarlo a perder, empezaste a vivir retirado en tu rincón. Entonces ella decidió que te fueras de su casa. Ya hacía tiempo que esta idea rondaba su imaginación. Y te hizo firmar ese pagaré que, según le aseguraste, pagaría tu madre…
—Esto fue una vileza mía —declaró Raskolnikof con voz clara y vibrante
—. Mi madre está poco menos que en la miseria. Mentí para que siguiera dándome habitación y comida.
—Es un proceder muy razonable. Lo que te echó todo a perder fue la conducta del señor Tchebarof, consejero y hombre de negocios. Sin su intervención, Pachenka no habría dado ningún paso contra ti: es demasiado tímida para eso. Pero el hombre de negocios no conoce la timidez, y lo primero que hizo fue preguntar: «¿Es solvente el firmante del efecto?»
Contestación: «Sí, pues tiene una madre que con su pensión de ciento veinte rublos pagará la deuda de su Rodienka, aunque para ello haya de quedarse sin comer; y también tiene una hermana que se vendería como esclava por él.» En esto se basó el señor Tchebarof…Pero ¿por qué te alteras? Conozco toda la historia. Comprendo que te expansionaras con Prascovia Pavlovna cuando veías en ella a tu futura suegra, pero…, te lo digo amistosamente, ahí está el quid de la cuestión. El hombre honrado y sensible se entrega fácilmente a las confidencias, y el hombre de negocios las recoge para aprovecharse. En una palabra, ella endosó el pagaré a Tchebarof, y éste no vaciló en exigir el pago.
Cuando me enteré de todo esto, me propuse, obedeciendo a la voz de mi conciencia, arreglar el asunto un poco a mi modo, pero, entre tanto, se estableció entre Pachenka y yo una corriente de buena armonía, y he puesto fin al asunto atacándolo en sus raíces, por decirlo así. Hemos hecho venir a Tchebarof, le hemos tapado la boca con una pieza de diez rublos y él nos ha devuelto el pagaré. Aquí lo tienes; tengo el honor de devolvértelo. Ahora solamente eres deudor de palabra. Tómalo.
Rasumikhine depositó el documento en la mesa. Raskolnikof le dirigió unamirada y volvió la cabeza sin desplegar los labios. Rasumikhine se molestó.
—Ya veo, querido Rodia, que vuelves a las andadas. Confiaba en distraerte y divertirte con mi charla, y veo que no consigo sino irritarte.
—¿Eres tú el que no conseguía reconocer durante mi delirio? —preguntó Raskolnikof, tras un breve silencio y sin volver la cabeza.
—Sí, mi presencia incluso te horrorizaba. El día que vine acompañado de Zamiotof te produjo verdadero espanto.
—¿Zamiotof, el secretario de la comisaría? ¿Por qué lo trajiste?
Para hacer estas preguntas, Raskolnikof se había vuelto con vivo impulso hacia Rasumikhine y le miraba fijamente.
—Pero ¿qué te pasa? Te has turbado. Deseaba conocerte. ¡Habíamos hablado tanto de ti! Por él he sabido todas las cosas que te he contado. Es un excelente muchacho, Rodia, y más que excelente…, dentro de su género, claro es. Ahora somos muy amigos; nos vemos casi todos los días. Porque, ¿sabes una cosa? Me he mudado a este barrio. Hace poco. Oye, ¿te acuerdas de Luisa Ivanovna?
—¿He hablado durante mi delirio?
—¡Ya lo creo!
—¿Y qué decía?
—Pues ya lo puedes suponer: esas cosas que dice uno cuando no está en su juicio…Pero no perdamos tiempo. Hablemos de nuestro asunto.
Se levantó y cogió su gorra.
—¿Qué decía?
—¡Mira que eres testarudo! ¿Acaso temes haber revelado algún secreto?
Tranquilízate: no has dicho ni una palabra de tu condesa. Has hablado mucho de un bulldog, de pendientes, de cadenas de reloj, de la isla Krestovsky, de un portero…Nikodim Fomitch e Ilia Petrovitch estaban también con frecuencia en tus labios. Además, parecías muy preocupado por una de tus botas, seriamente preocupado. No cesabas de repetir, gimoteando: «Dádmela; la quiero». El mismo Zamiotof empezó a buscarla por todas partes, y no le importó traerte esa porquería con sus manos, blancas, perfumadas y llenas de sortijas. Cuando recibiste esa asquerosa bota te calmaste. La tuviste en tus manos durante veinticuatro horas. No fue posible quitártela. Todavía debe de estar en el revoltijo de tu ropa de cama. También reclamabas unos bajos de pantalón deshilachados. ¡Y en qué tono tan lastimero los pedías! Había que oírte. Hicimos todo lo posible por averiguar de qué bajos se trataba. Pero no hubo medio de entenderte…Y vamos ya a nuestro asunto. Aquí tienes tustreinta y cinco rublos. Tomo diez, y dentro de un par de horas estaré de vuelta y te explicaré lo que he hecho con ellos. He de pasar por casa de Zosimof.
Hace rato que debería haber venido, pues son más de las once…Y tú, Nastenka, no te olvides de subir frecuentemente durante mi ausencia, para ver si quiere agua o alguna otra cosa. El caso es que no le falte nada…A Pachenka ya le daré las instrucciones oportunas al pasar.
—Siempre le llama Pachenka, el muy bribón —dijo Nastasia apenas hubo salido el estudiante.
Acto seguido abrió la puerta y se puso a escuchar. Pero muy pronto, sin poder contenerse, se fue a toda prisa escaleras abajo. Sentía gran curiosidad por saber lo que Rasumikhine decía a la patrona. Pero lo cierto era que el joven parecía haberla subyugado.
Apenas cerró Nastasia la puerta y se fue, el enfermo echó a sus pies la cubierta y saltó al suelo. Había esperado con impaciencia angustiosa, casi convulsiva, el momento de quedarse solo para poder hacer lo que deseaba.
Pero ¿qué era lo que deseaba hacer? No conseguía acordarse.
«Señor: sólo quisiera saber una cosa. ¿Lo saben todo o lo ignoran todavía?
Tal vez están aleccionados y no dan a entender nada porque estoy enfermo.
Acaso me reserven la sorpresa de aparecer un día y decirme que lo saben todo desde hace tiempo y que sólo callaban porque…Pero ¿qué iba yo a hacer? Lo he olvidado. Parece hecho adrede. Lo he olvidado por completo. Sin embargo, estaba pensando en ello hace apenas un minuto…»
Permanecía en pie en medio de la habitación y miraba a su alrededor con un gesto de angustia. Luego se acercó a la puerta, la abrió, aguzó el oído…No, aquello no estaba allí…De súbito creyó acordarse y, corriendo al rincón donde el papel de la pared estaba desgarrado, introdujo su mano en el hueco y hurgó…Tampoco estaba allí. Entonces se fue derecho a la estufa, la abrió y buscó entre las cenizas.
¡Allí estaban los bajos deshilachados del pantalón y los retales del forro del bolsillo! Por lo tanto, nadie había buscado en la estufa. Entonces se acordó de la bota de que Rasumikhine acababa de hablarle. Ciertamente estaba allí, en el diván, cubierta apenas por la colcha, pero era tan vieja y estaba tan sucia de barro, que Zamiotof no podía haber visto nada sospechoso en ella.
«Zamiotof…, la comisaría… ¿Por qué me habrán citado? ¿Dónde está la citación…? Pero ¿qué digo? ¡Si fue el otro día cuando tuve que ir…! También entonces examiné la bota… ¿Para qué habrá venido Zamiotof? ¿Por qué lo habrá traído Rasumikhine?»
Estaba extenuado. Volvió a sentarse en el diván.«¿Pero qué me sucede? ¿Estoy delirando todavía o todo esto es realidad?
Yo creo que es realidad… ¡Ahora me acuerdo de una cosa! ¡Huir, hay que huir, y cuanto antes…! Pero ¿adónde? Además ¿dónde está mi ropa? No tengo botas tampoco…Ya sé: me las han quitado, las han escondido…Pero ahí está mi abrigo. Sin duda se ha librado de las investigaciones…Y el dinero está sobre la mesa, afortunadamente… ¡Y el pagaré…! Cogeré el dinero y me iré a alquilar otra habitación, donde no puedan encontrarme…Sí, pero ¿y la oficina de empadronamiento? Me descubrirán. Rasumikhine daría conmigo…Es mejor irse lejos, fuera del país, a América…Desde allí me reiré de ellos…
Cogeré el pagaré: en América me será útil… ¿Qué más me llevaré…? Creen que estoy enfermo y que no me puedo marchar… ¡Ja, ja, ja…! He leído en sus ojos que lo saben todo…Lo que me inquieta es tener que bajar esta escalera…
Porque puede estar vigilada la salida, y entonces me daría de manos a boca con los agentes…Pero ¿qué hay allí? ¡Caramba, té! ¡Y cerveza, media botella de cerveza fresca!»
Cogió la botella, que contenía aún un buen vaso de cerveza, y se la bebió de un trago. Experimentó una sensación deliciosa, pues el pecho le ardía. Pero un minuto después ya se le había subido la bebida a la cabeza. Un ligero y no desagradable estremecimiento le recorrió la espalda. Se echó en el diván y se cubrió con la colcha. Sus pensamientos, ya confusos e incoherentes, se enmarañaban cada vez más. Pronto se apoderó de él una dulce somnolencia.
Apoyó voluptuosamente la cabeza en la almohada, se envolvió con la colcha que había sustituido a la vieja y destrozada manta, lanzó un débil suspiro y se sumió en un profundo y saludable sueño.
Le despertó un ruido de pasos, abrió los ojos y vio a Rasumikhine, que acababa de abrir la puerta y se había detenido en el umbral, vacilante.
Raskolnikof se levantó inmediatamente y se quedó mirándole con la expresión del que trata de recordar algo. Rasumikhine exclamó:
—¡Ya veo que estás despierto…! Bueno, aquí me tienes…
Y gritó, asomándose a la escalera:
—¡Nastasia, sube el paquete!
Luego añadió, dirigiéndose a Raskolnikof:
—Te voy a presentar las cuentas.
—¿Qué hora es? —preguntó el enfermo, paseando a su alrededor una mirada inquieta.
—Has echado un buen sueño, amigo. Deben de ser las seis de la tarde. Has dormido más de seis horas.
—¡Seis horas durmiendo, Señor…!—No hay ningún mal en ello. Por el contrario, el sueño es beneficioso.
¿Acaso tenías algún negocio urgente? ¿Una cita? Para eso siempre hay tiempo.
Hace ya tres horas que estoy esperando que te despiertes. He pasado dos veces por aquí y seguías durmiendo. También he ido dos veces a casa de Zosimof.
No estaba…Pero no importa: ya vendrá…Además, he tenido que hacer algunas cosillas. Hoy me he mudado de domicilio, Ilevándome a mi tío con todo lo demás…, pues has de saber que tengo a mi tío en casa. Bueno, ya hemos hablado bastante de cosas inútiles. Vamos a lo que interesa. Trae el paquete, Nastasia… ¿Y tú cómo estás, amigo mío?
—Me siento perfectamente. Ya no estoy enfermo…Oye, Rasumikhine: ¿hace mucho tiempo que estás aquí?
—Ya te he dicho que hace tres horas que estoy esperando que te despiertes.
—No, me refiero a antes.
—¿Cómo a antes?
—¿Desde cuándo vienes aquí?
—Ya te lo he dicho. ¿Lo has olvidado?
Raskolnikof quedó pensativo. Los acontecimientos de la jornada se le mostraban como a través de un sueño. Todos sus esfuerzos de memoria resultaban infructuosos. Interrogó a Rasumikhine con la mirada.
—Sí, lo has olvidado —dijo Rasumikhine—. Ya me había parecido a mí que no estabas en tus cabales cuando te hablé de eso…Pero el sueño te ha hecho bien. De veras: tienes mejor cara. Ya verás como recobras la memoria en seguida. Entre tanto, echa una mirada aquí, grande hombre.
Y empezó a deshacer aquel paquete que, al parecer, era para él cosa importante.
—Te aseguro, mi fraternal amigo, que era esto lo que más me interesaba.
Pues es preciso convertirte en lo que se llama un hombre. Empecemos por arriba. ¿Ves esta gorra? —preguntó sacando del paquete una bastante bonita, pero ordinaria y que no debía de haberle costado mucho—. Permíteme que te la pruebe.
—No, ahora no; después —rechazó Raskolnikof, apartando a su amigo con un gesto de impaciencia.
—No, amigo Rodia; debes obedecer; después sería demasiado tarde. Ten en cuenta que, como la he comprado a ojo, no podría dormir esta noche preguntándome si te vendría bien o no.
Se la probó y lanzó un grito triunfal.—¡Te está perfectamente! Cualquiera diría que está hecha a la medida. El cubrecabezas, amigo mío, es lo más importante de la vestimenta. Mi amigo
Tolstakof se descubre cada vez que entra en un lugar público donde todo el mundo permanece cubierto. La gente atribuye este proceder a sentimientos serviles, cuando lo único cierto es que está avergonzado de su sombrero, que es un nido de polvo. ¡Es un hombre tan tímido…! Oye, Nastenka, mira estos dos cubrecabezas y dime cuál prefieres, si este palmón —cogió de un rincón el deformado sombrero de su amigo, al que llamaba palmón por una causa que sólo él conocía— o esta joya… ¿Sabes lo que me ha costado, Rodia? A ver si lo aciertas… ¿A ti qué te parece, Nastasiuchka? —preguntó a la sirvienta, en vista de que su amigo no contestaba.
—Pues no creo que te haya costado menos de veinte kopeks.
—¿Veinte kopeks, calamidad? —exclamó Rasumikhine, indignado—. Hoy por veinte kopeks ni siquiera a ti se lo podría comprar… ¡Ochenta kopeks…!
Pero la he comprado con una condición: la de que el año que viene, cuando ya esté vieja, te darán otra gratis. Palabra de honor que éste ha sido el trato…
Bueno, pasemos ahora a los Estados Unidos, como llamábamos a esta prenda en el colegio. He de advertirte que estoy profundamente orgulloso del pantalón.
Y extendió ante Raskolnikof unos pantalones grises de una frágil tela estival.
—Ni una mancha, ni un boquete; aunque usados, están nuevos. El chaleco hace juego con el pantalón, como exige la moda. Bien mirado, debemos felicitarnos de que estas prendas no sean nuevas, pues así son más suaves, más flexibles…Ahora otra cosa, amigo Rodia. A mi juicio, para abrirse paso en el mundo hay que observar las exigencias de las estaciones. Si uno no pide espárragos en invierno, ahorra unos cuantos rublos. Y lo mismo pasa con la ropa. Estamos en pleno verano: por eso he comprado prendas estivales.
Cuando llegue el otoño necesitarás ropa de más abrigo. Por lo tanto, habrás de dejar ésta, que, por otra parte, estará hecha jirones…Bueno, adivina lo que han costado estas prendas. ¿Cuánto te parece? ¡Dos rublos y veinticinco kopeks!
Además, no lo olvides, en las mismas condiciones que la gorra: el año próximo te lo cambiarán gratuitamente. El trapero Fediaev no vende de otro modo. Dice que el que va a comprarle una vez no ha de volver jamás, pues lo que compra le dura toda la vida…Ahora vamos con las botas. ¿Qué te parecen? Ya se ve que están usadas, pero durarán todavía lo menos dos meses.
Están confeccionadas en el extranjero. Un secretario de la Embajada de Inglaterra se deshizo de ellas la semana pasada en el mercado. Sólo las había llevado seis días, pero necesitaba dinero. He dado por ellas un rublo y medio.
No son caras, ¿verdad?—Pero ¿y si no le vienen bien? —preguntó Nastasia.
—¿No venirle bien estas botas? Entonces, ¿para qué me he llevado esto?
—replicó Rasumikhine, sacando del bolsillo una agujereada y sucia bota de Raskolnikof—. He tomado mis precauciones. Las he medido con esta porquería. He procedido en todo concienzudamente. En cuanto a la ropa interior, me he entendido con la patrona. Ante todo, aquí tienes tres camisas de algodón con el plastrón de moda…Bueno, ahora hagamos cuentas: ochenta kopeks por la gorra, dos rublos veinticinco por los pantalones y el chaleco, uno cincuenta por las botas, cinco por la ropa interior (me ha hecho un precio por todo, sin detallar), dan un total de nueve rublos y cincuenta y cinco kopeks. O sea que tengo que devolverte cuarenta y cinco kopeks. Y ya estás completamente equipado, querido Rodia, pues tu gabán no sólo está en buen uso todavía, sino que conserva un sello de distinción. ¡He aquí la ventaja de vestirse en Charmar! En lo que concierne a los calcetines, tú mismo te los comprarás. Todavía nos quedan veinticinco buenos rublos. De Pachenka y de tu hospedaje no te has de preocupar: tienes un crédito ilimitado. Y ahora, querido, habrás de permitirnos que te mudemos la ropa interior. Esto es indispensable, pues en tu camisa puede cobijarse el microbio de la enfermedad.
—Déjame —le rechazó Raskolnikof. Seguía encerrado en una actitud sombría y había escuchado con repugnancia el alegre relato de su amigo.
—Es preciso, amigo Rodia —insistió Rasumikhine—. No pretendas que haya gastado en balde las suelas de mis zapatos…Y tú, Nastasiuchka, no te hagas la pudorosa y ven a ayudarme.
Y, a pesar de la resistencia de Raskolnikof, consiguió mudarle la ropa.
El enfermo dejó caer la cabeza en la almohada y guardó silencio durante más de dos minutos. «No quieren dejarme en paz, pensaba.»
Al fin, con la mirada fija en la pared, preguntó:
—¿Con qué dinero has comprado todo eso?
—¿Que con qué dinero? ¡Vaya una pregunta! Pues con el tuyo. Un empleado de una casa comercial de aquí ha venido a entregártelo hoy, por orden de Vakhruchine. Es tu madre quien te lo ha enviado. ¿Tampoco de esto te acuerdas?
—Sí, ahora me acuerdo —repuso Raskolnikof tras un largo silencio de sombría meditación.
Rasumikhine le observó con una expresión de inquietud.
En este momento se abrió la puerta y entró en la habitación un hombre alto y fornido. Su modo de presentarse evidenciaba que no era la primera vez quevisitaba a Raskolnikof.
—¡Al fin tenemos aquí a Zosimof! —exclamó Rasumikhine.
Zosimof era, como ya hemos dicho, alto y grueso. Tenía veintisiete años, una cara pálida, carnosa y cuidadosamente rasurada, y el cabello liso. Llevaba lentes y en uno de sus dedos, hinchados de grasa, un anillo de oro. Vestía un amplio, elegante y ligero abrigo y un pantalón de verano. Toda la ropa que llevaba tenía un sello de elegancia y era cómoda y de superior calidad. Su camisa era de una blancura irreprochable, y la cadena de su reloj, gruesa y maciza. En sus maneras había cierta flemática lentitud y una desenvoltura que parecía afectada. Ejercía una tenaz vigilancia sobre sí mismo, pero su presunción hallaba a cada momento el modo de delatarse. Entre sus conocidos cundía la opinión de que era un hombre difícil de tratar, pero todos reconocían su capacidad como médico.
—He pasado dos veces por tu casa, querido Zosimof —exclamó Rasumikhine—. Como ves, el enfermo ha vuelto en sí.
—Ya lo veo, ya lo veo —dijo Zosimof. Y preguntó a Raskolnikof, mirándole atentamente—: ¿Qué, cómo van esos ánimos?
Acto seguido se sentó en el diván, a los pies del enfermo, mejor dicho, se recostó cómodamente.
—Continúa con su melancolía —dijo Rasumikhine—. Hace un momento le ha faltado poco para echarse a llorar sólo porque le hemos mudado la ropa interior.
—Me parece muy natural, si no tenía ganas de mudarse. La muda podía esperar…El pulso es completamente normal…Un poco de dolor de cabeza, ¿eh?
—Estoy bien, estoy perfectamente —repuso Raskolnikof, irritado.
Al decir esto se había incorporado repentinamente, con los ojos centelleantes. Pero pronto volvió a dejar caer la cabeza en la almohada, quedando de cara a la pared. Zosimof le observaba con mirada atenta.
—Muy bien, la cosa va muy bien —dijo en tono negligente—. ¿Ha comido algo hoy?
Rasumikhine le explicó lo que había comido y le preguntó qué se le podía dar.—Eso tiene poca importancia…Té, sopa…Nada de setas ni de cohombros, por supuesto…Ni carnes fuertes…
Cambió una mirada con Rasumikhine y continuó:
—Pero, como ya he dicho, eso tiene poca importancia…Nada de pociones, nada de medicamentos. Ya veremos si mañana…El caso es que hoy hubiéramos podido…En fin, lo importante es que todo va bien.
—Mañana por la tarde me lo llevaré a dar un paseo —dijo Rasumikhine—.Iremos a los jardines Iusupof y luego al Palacio de Cristal.
—Mañana tal vez no convenga todavía…Aunque un paseo cortito…En fin, ya veremos.
—Lo que me contraría es que hoy estreno un nuevo alojamiento cerca de aquí y quisiera que estuviese con nosotros, aunque fuera echado en un diván…
Tú sí que vendrás, ¿eh? —preguntó de improviso a Zosimof—. No lo olvides; tienes que venir.
—Procuraré ir, pero hasta última hora me será imposible. ¿Has organizado una fiesta?
—No, simplemente una reunión íntima. Habrá arenques, vodka, té, un pastel.
—¿Quién asistirá?
—Camaradas, gente joven, nuevas amistades en su mayoría. También estará un tío mío, ya viejo, que ha venido por asuntos de negocio a Petersburgo. Nos vemos una vez cada cinco años.
—¿A qué se dedica?
—Ha pasado su vida vegetando como jefe de correos en una pequeña población. Tiene una modesta remuneración y ha cumplido ya los sesenta y cinco. No vale la pena hablar de él, aunque te aseguro que lo aprecio. También vendrá Porfirio Simonovitch, juez de instrucción y antiguo alumno de la
Escuela de Derecho. Creo que tú lo conoces.
—¿Es también pariente tuyo?
—¡Bah, muy lejano…! Pero ¿qué te pasa? Pareces disgustado. ¿Serás capaz de no venir porque un día disputaste con él?
—Eso me importa muy poco.
—¡Mejor que mejor! También asistirán algunos estudiantes, un profesor, un funcionario, un músico, un oficial, Zamiotof…
—¿Zamiotof? Te agradeceré que me digas lo que tú o él —indicó alenfermo con un movimiento de cabeza— tenéis que ver con ese Zamiotof.
—¡Ya salió aquello! Los principios…Tú estás sentado sobre tus principios como sobre muelles, y no te atreves a hacer el menor movimiento. Mi principio es que todo depende del modo de ser del hombre. Lo demás me importa un comino. Y Zamiotof es un excelente muchacho.
—Pero no demasiado escrupuloso en cuanto a los medios para enriquecerse.
—Admitamos que sea así. Eso a mí no me importa. ¿Qué importancia tiene? —exclamó Rasumikhine con una especie de afectada indignación—.¿Acaso he alabado yo este rasgo suyo? Yo sólo digo que es un buen hombre en su género. Además, si vamos a juzgar a los hombres aplicándoles las reglas generales, ¿cuántos quedarían verdaderamente puros? Apostaría cualquier cosa a que si se mostraran tan exigentes conmigo, resultaría que no valgo un bledo…ni aunque te englobaran a ti con mi persona.
—No exageres: yo daría dos bledos por ti.
—Pues a mí me parece que tú no vales más de uno…Bueno, continúo.
Zamiotof no es todavía más que un muchacho, y yo le tiro de las orejas.
Siempre es mejor tirar que rechazar. Si rechazas a un hombre, no podrás obligarlo a enmendarse, y menos si se trata de un muchacho. Debemos ser muy comprensivos con estos mozalbetes…Pero vosotros, estúpidos progresistas, vivís en las nubes. Despreciáis a la gente y no veis que así os perjudicáis a vosotros mismos…Y te voy a decir una cosa: Zamiotof y yo tenemos entre manos un asunto que nos interesa a los dos por igual.
—Me gustaría saber qué asunto es ése.
—Se trata del pintor, de ese pintor de brocha gorda. Conseguiremos que lo pongan en libertad. No será difícil, porque el asunto está clarísimo. Nos bastará presionar un poco para que quede la cosa resuelta.
—No sé a qué pintor té refieres.
—¿No? ¿Es posible que no té haya hablado de esto…? Se trata de la muerte de la vieja usurera. Hay un pintor mezclado en el suceso.
—Ya tenía noticias de ese asunto. Me enteré por los periódicos. Por eso sólo me interesó hasta cierto punto. Bueno, explícame.
—También asesinaron a Lisbeth —dijo de pronto Nastasia dirigiéndose a Raskolnikof. (Se había quedado en la habitación, apoyada en la pared, escuchando el diálogo).
—¿Lisbeth? —murmuró Raskolnikof, con voz apenas perceptible.
—Sí, Lisbeth, la vendedora de ropas usadas. ¿No la conocías? Venía a estacasa. Incluso arregló una de tus camisas.
Raskolnikof se volvió hacia la pared. Escogió del empapelado, de un amarillo sucio, una de las numerosas florecillas aureoladas de rayitas oscuras que había en él y se dedicó a examinarla atentamente. Observó los pétalos.
¿Cuántos había? Y todos los trazos, hasta los menores dentículos de la corola.
Sus miembros se entumecían, pero él no hacía el menor movimiento. Su mirada permanecía obstinadamente fija en la menuda flor.
—Bueno, ¿qué me estabas diciendo de ese pintor? —preguntó Zosimof, interrumpiendo con viva impaciencia la palabrería de Nastasia, que suspiró y se detuvo.
—Que se sospecha que es el autor del asesinato —dijo Rasumikhine, acalorado.
—¿Hay cargos contra él?
—Sí, y, fundándose en ellos, se le ha detenido. Pero, en realidad, estos cargos no son tales cargos, y esto es lo que pretendemos demostrar. La policía sigue ahora una falsa pista, como la siguió al principio con…, ¿cómo se llaman…? Koch y Pestriakof…Por muy poco que le afecte a uno el asunto, uno no puede menos de sublevarse ante una investigación conducida tan torpemente. Es posible que Pestriakof pase dentro de un rato por mi casa…A propósito, Rodia. Tú debes de estar enterado de todo esto, pues ocurrió antes de tu enfermedad, precisamente la víspera del día en que te desmayaste en la comisaría cuando se estaba hablando de ello.
—¿Quieres que te diga una cosa, Rasumikhine? —dijo Zosimof—. Te estoy observando desde hace un momento y veo que te alteras con una facilidad asombrosa.
—¡Qué importa! Eso no cambia en nada la cuestión —exclamó Rasumikhine dando un puñetazo en la mesa—. Lo más indignante de este asunto no son los errores de esa gente: uno puede equivocarse; las equivocaciones conducen a la verdad. Lo que me saca de mis casillas es que, aún equivocándose, se creen infalibles. Yo aprecio a Porfirio, pero… ¿Sabes lo que les desorientó al principio? Que la puerta estaba cerrada, y cuando Koch y Pestriakof volvieron a subir con el portero, la encontraron abierta. Entonces dedujeron que Pestriakof y Koch eran los asesinos de la vieja. Así razonan.
—No te acalores. Tenían que detenerlos…De ese Koch tengo noticias. Al parecer, compraba a la vieja los objetos que no se desempeñaban.
—No es un sujeto recomendable. También compraba pagarés. ¡Que el diablo se lo lleve! lo que me pone fuera de mí es la rutina, la anticuada e innoble rutina de esa gente. Éste era el momento de renunciar a los viejosprocedimientos y seguir nuevos sistemas. Los datos psicológicos bastarían para darles una nueva pista. Pero ellos dicen: «Nos atenemos a los hechos.»
Sin embargo, los hechos no son lo único que interesa. El modo de interpretarlos influye en un cincuenta por ciento como mínimo en el éxito de las investigaciones.
—¿Y tú sabes interpretar los hechos?
—Lo que te puedo decir es que cuando uno tiene la íntima convicción de que podría ayudar al esclarecimiento de la verdad, le es imposible contenerse… ¿Conoces los detalles del suceso?
—Estoy esperando todavía la historia de ese pintor de paredes.
—¡Ah, sí! Pues escucha. Al día siguiente del crimen, por la mañana, cuando la policía sólo pensaba aún en Koch y Pestriakof (a pesar de que éstos habían dado toda clase de explicaciones convincentes sobre sus pasos), he aquí que se produce un hecho inesperado. Un campesino llamado Duchkhine, que tiene una taberna frente a la casa del crimen, se presentó en la comisaría y entrega un estuche que contiene un par de pendientes de oro. A continuación refiere la siguiente historia:
«—Anteayer, un poco después de las ocho de la noche (hora que coincide con la del suceso), Nicolás, un pintor de oficio que frecuenta mi establecimiento, me trajo estos pendientes y me pidió que le prestara dos rublos, dejándome la joya en prenda.
»—¿De dónde has sacado esto? —le pregunté.
»Él me contestó que se los había encontrado en la calle, y yo no le hice más preguntas. Le di un rublo. Pensé que si yo no hacia la operación, se aprovecharía otro, que Nicolás se bebería el dinero de todas formas y que era preferible que la joya quedara en mis manos, pues estaba decidido a entregarla a la policía si me enteraba de que era un objeto robado, al venir alguien a reclamarla.»
—Naturalmente —dijo Rasumikhine—, esto era un cuento tártaro.
Duchkhine mentía descaradamente, pues le conozco y sé que cuando aceptó de Nicolás esos pendientes que valen treinta rublos no fue precisamente para entregarlos a la policía. Si lo hizo fue por miedo. Pero esto poco importa.
Dejemos que Duchkhine siga hablando.
«Conozco a Nicolás Demetiev desde mi infancia, pues nació, como yo, en el distrito de Zaraisk, gobierno de Riazán. No es un alcohólico, pero le gusta beber a veces. Yo sabía que él estaba pintando unas habitaciones en la casa de enfrente, con Mitri, que es paisano suyo. Apenas tuvo en sus manos el rublo, se bebió dos vasitos, pagó, se echó el cambio al bolsillo y se fue. Mitri noestaba con él entonces. A la mañana siguiente me enteré de que Alena Ivanovna y su hermana Lisbeth habían sido asesinadas a hachazos. Las conocía y sabía que la vieja prestaba dinero sobre los objetos de valor. Por eso tuve ciertas sospechas acerca de estos pendientes. Entonces me dirigí a la casa y empecé a investigar con el mayor disimulo, como si no me importara la cosa. Lo primero que hice fue preguntar:
»—¿Está Nicolás?
»Y Mitri me explicó que Nicolás no había ido al trabajo, que había vuelto a su casa bebido al amanecer, que había estado en ella no más de diez minutos y que había vuelto a marcharse. Mitri no le había vuelto a ver y estaba terminando solo el trabajo.
»El departamento donde trabajaban los dos pintores está en el segundo piso y da a la misma escalera que las habitaciones de las víctimas.
»Hechas estas averiguaciones y sin decir ni una palabra a nadie, reuní cuantos datos me fue posible acerca del asesinato y volví a mi casa sin que mis sospechas se hubieran desvanecido.
»A la mañana siguiente, o sea dos después del crimen —continuó Duchkhine—, apareció Nicolás en mi establecimiento. Había bebido, pero no demasiado, de modo que podía comprender lo que se le decía. Se sentó en un banco sin pronunciar palabra. En aquel momento sólo había en la taberna otro cliente, que dormía en un banco, y mis dos muchachos.
»—¿Has visto a Mitri? —pregunté a Nicolás.
»—No, no lo he visto —repuso.
»—Entonces, ¿no has venido por aquí?
»—No, no he venido desde anteayer.
»—¿Dónde has pasado esta noche?
»—En las Arenas, en casa de los Kolomensky.
»Entonces le pregunté:
»—¿De dónde sacaste los pendientes que me trajiste anteanoche?
»—Me los encontré en la acera —respondió con un tonillo sarcástico y sin mirarme.
»—¿Te has enterado de que aquella noche y a aquella hora ocurrió tal y tal cosa en la casa donde trabajabas?
»—No, no sabía nada de eso.
»Había escuchado mis últimas palabras con los ojos muy abiertos. Depronto se pone blanco como la cal, coge su gorro, se levanta…Yo intento detenerle.
»—Espera, Nicolás. ¿No quieres tomar nada?
»Y digo por señas a uno de mis muchachos que se sitúe en la puerta. Yo, entre tanto, salgo de detrás del mostrador. Pero él adivina mis intenciones y se planta de un salto en la calle. Inmediatamente echa a correr y desaparece tras la primera esquina. Desde este momento, ya no me cupo duda de que era culpable.»
—Lo mismo creo yo —dijo Zosimof.
—Espera, escucha el final…Naturalmente, la policía empezó a buscar a Nicolás por todas partes. Se detuvo a Duchkhine y se registró su casa. En la vivienda de Mitri y en casa de los Kolomensky no quedó nada por mirar y revolver. Al fin, anteayer se detuvo a Nicolás en una posada próxima a la Barrera. Al llegar a la posada, Nicolás se había quitado una cruz de plata que colgaba de su cuello y la había entregado al dueño de la posada para que se la cambiara por vodka. Se le dio la bebida. Unos minutos después, una campesina que volvía de ordeñar a las vacas vio en una cochera vecina, mirando por una rendija, a un hombre que evidentemente iba a ahorcarse.
Habla colgado una cuerda del techo y, después de hacer un nudo corredizo en el otro extremo, se había subido a un montón de leña y se disponía a pasar la cabeza por el nudo corredizo. La mujer empezó a gritar con todas sus fuerzas y acudió gente.
»—¡Vaya unos pasatiempos que té buscas!
»—Llevadme a la comisaría. Allí lo contaré todo.
»Se atendió a su demanda y se le condujo a la comisaría correspondiente, que es la de nuestro barrio. En seguida empezó el interrogatorio de rigor.
»—¿Quién es usted y qué edad tiene?
»—Tengo veintidós años y soy…, etcétera.
»Pregunta:
»—Mientras trabajaba usted con Mitri en tal casa, ¿no vio a nadie en la escalera a tal hora?
»Respuesta:
»—Subía y bajaba bastante gente, pero yo no me fijé en nadie.
»—¿Y no oyó usted ningún ruido?
»—No oí nada de particular.»—¿Sabía usted que tal día y a tal hora mataron y desvalijaron a la vieja del cuarto piso y a su hermana?
»—No lo sabía en absoluto. Me lo dijo Atanasio Pavlovitch anteayer en su taberna.
»—¿De dónde sacó los pendientes?
»—Me los encontré en la calle.
»—¿Por qué no fue a trabajar al día siguiente con su compañero Mitri?
»—Tenía ganas de divertirme.
»—¿Adónde fue?
»—De un lado a otro.
»—¿Por qué huyó usted de la taberna de Duchkhine?
»—Tenía miedo.
»—¿De qué?
»—De que me condenaran.
»—¿Cómo explica usted ese temor si tenía la conciencia tranquila?»
—Aunque parezca mentira, Zosimof —continuó Rasumikhine—, se le hizo esta pregunta y con estas mismas palabras. Lo sé de buena fuente… ¿Qué te parece? Dime: ¿qué te parece?
—Las pruebas son abrumadoras.
—Yo no té hablo de las pruebas, sino de la pregunta que se le hizo, del concepto que tiene de su deber esa gente, esos policías…En fin, dejemos esto…Desde luego, presionaron al detenido de tal modo, que acabó por declarar:
«—No fue en la calle donde encontré los pendientes, sino en el piso donde trabajaba con Mitri.
»—¿Cómo se produjo el hallazgo?
»—Lo voy a explicar. Mitri y yo estuvimos todo el día trabajando y, cuando nos íbamos a marchar, Mitri cogió un pincel empapado de pintura y me lo pasó por la cara. Después echó a correr escaleras abajo y yo fui tras él, bajando los escalones de cuatro en cuatro y lanzando juramentos. Cuando llegué a la entrada, tropecé con el portero y con unos señores que estaban con él y que no recuerdo cómo eran. El portero empezó a insultarme, el segundo portero hizo lo mismo; luego salió de la garita la mujer del primer portero y se sumó a los insultos. Finalmente, un caballero que en aquel momento entrabaen la casa acompañado de una señora nos puso también de vuelta y media porque no los dejábamos pasar. Cogí a Mitri del pelo, lo derribé y empecé a atizarle. Él, aunque estaba debajo, consiguió también asirme por el pelo y noté que me devolvía los golpes. Pero todo era broma. Al fin, Mitri consiguió libertarse y echó a correr por la calle. Yo le perseguí, pero, al ver que no le podía alcanzar, volví al piso donde trabajábamos para poner en orden las cosas que habíamos dejado de cualquier modo. Mientras las arreglaba, esperaba a Mitri. Creía que volvería de un momento a otro. De pronto, en un rincón del vestíbulo, detrás de la puerta, piso una cosa. La recojo, quito el papel que la envuelve y veo un estuche, y en el estuche los pendientes.»
—¿Detrás de la puerta? ¿Has dicho detrás de la puerta? —preguntó de súbito Raskolnikof, fijando en Rasumikhine una mirada llena de espanto.
Seguidamente, haciendo un gran esfuerzo, se incorporó y apoyó el codo en el diván.
—Sí, ¿y qué? ¿Por qué te pones así? ¿Qué té ha pasado? preguntó Rasumikhine levantándose de su asiento.
—No, nada —balbuceó Raskolnikof penosamente, dejando caer la cabeza en la almohada y volviéndose de nuevo hacia la pared.
Hubo un momento de silencio.
—Debía de estar medio dormido, ¿verdad? —preguntó Rasumikhine, dirigiendo a Zosimof una mirada interrogadora.
El doctor movió negativamente la cabeza.
—Bueno —dijo—, continúa. ¿Qué ocurrió después?
—¿Después? Pues ocurrió que, apenas vio los pendientes, se olvidó de su trabajo y de Mitri, cogió su gorro y corrió a la taberna de Duchkhine. Éste le dio, como ya sabemos, un rublo, y Nicolás le mintió diciendo que se había encontrado los pendientes en la calle. Luego se fue a divertirse. En lo que concierne al crimen, mantiene sus primeras declaraciones.»—Yo no sabía nada —insiste—, no supe nada hasta dos días después.
»—¿Y por qué se ocultó?
»—Por miedo.
»—¿Por qué quería ahorcarse?
»—Por temor.
»—¿Temor de qué?
»—De que me condenaran.
»Y esto es todo —terminó Rasumikhine—. ¿Qué conclusiones crees quehan sacado?
—No sé qué decirte. Existe una sospecha, discutible tal vez pero fundada.
No podían dejar en libertad a tu pintor de fachadas.
—¡Pero es que le atribuyen el asesinato! ¡No les cabe la menor duda!
—Óyeme. No te acalores. Has de convenir que si el día y a la hora del crimen, unos pendientes que estaban en el arca de la víctima pasaron a manos de Nicolás, es natural que se le pregunte cómo se los procuró. Es un detalle importante para la instrucción del sumario.
—¿Que cómo se los procuró? —exclamó Rasumikhine—. Pero ¿es posible que tú, doctor en medicina y, por lo tanto, más obligado que nadie a estudiar la naturaleza humana, y que has podido profundizar en ella gracias a tu profesión, no hayas comprendido el carácter de Nicolás basándote en los datos que te he dado? ¿Es posible que no estés convencido de que sus declaraciones en los interrogatorios que ha sufrido son la pura verdad? Los pendientes llegaron a sus manos exactamente como él ha dicho: pisó el estuche y lo recogió.
—Podrá decir la pura verdad; pero él mismo ha reconocido que mintió la primera vez.
—Oye, escúchame con atención. El portero, Koch, Pestriakof, el segundo portero, la mujer del primero, otra mujer que estaba en aquel momento en la portería con la portera, el consejero Krukof, que acababa de bajar de un coche y entraba en la casa con una dama cogida a su brazo; todas estas personas, es decir, ocho, afirman que Nicolás tiró a Mitri al suelo y lo mantuvo debajo de él, golpeándole, mientras Mitri cogía a su camarada por el pelo y le devolvía los golpes con creces. Están ante la puerta y dificultan el paso. Se les insulta desde todas partes, y ellos, como dos chiquillos (éstas son las palabras de los testigos), gritan, disputan, lanzan carcajadas, se hacen guiños y se persiguen por la calle. Como verdaderos chiquillos, ¿comprendes? Ten en cuenta que arriba hay dos cadáveres que todavía conservan calor en el cuerpo; sí, calor; no estaban todavía fríos cuando los encontraron…Supongamos que los autores del crimen son los dos pintores, o que sólo lo ha cometido Nicolás, y que han robado, forzando la cerradura del arca, o simplemente participado en el robo.
Ahora, admitido esto, permíteme una pregunta. ¿Se puede concebir la indiferencia, la tranquilidad de espíritu que demuestran esos gritos, esas risas, esa riña infantil en personas que acaban de cometer un crimen y están ante la misma casa en que lo han cometido? ¿Es esta conducta compatible con el hacha, la sangre, la astucia criminal y la prudencia que forzosamente han de acompañar a semejante acto? Cinco o diez minutos después de haber cometido el asesinato (no puede haber transcurrido más tiempo, ya que los cuerpos no se han enfriado todavía), salen del piso, dejando la puerta abierta y, aun sabiendoque sube gente a casa de la vieja, se ponen a juguetear ante la puerta de la casa, en vez de huir a toda prisa, y ríen y llaman la atención de la gente, cosa que confirman ocho testigos… ¡Qué absurdo!
—Sin duda, todo esto es extraño, incluso parece imposible, pero…
—¡No hay pero que valga! Yo reconozco que el hecho de que se encontraran los pendientes en manos de Nicolás poco después de cometerse el crimen constituye un grave cargo contra él. Sin embargo, este hecho queda explicado de un modo plausible en las declaraciones del acusado y, por lo tanto, es discutible. Además, hay que tener en cuenta los hechos que son favorables a Nicolás, y más aún cuando se da el caso de que estos hechos están fuera de duda. ¿Tú qué crees? Dado el carácter de nuestra jurisprudencia, ¿son capaces los jueces de considerar que un hecho fundado únicamente en una imposibilidad psicológica, en un estado de alma, por decirlo así, puede aceptarse como indiscutible y suficiente para destruir todos los cargos materiales, sean cuales fueren? No, no lo admitirán jamás. Han encontrado el estuche en sus manos y él quería ahorcarse, cosa que, a su juicio, no habría ocurrido si él no se hubiera sentido culpable…Ésta es la cuestión fundamental; esto es lo que me indigna, ¿comprendes?
—Sí, ya veo que estás indignado. Pero oye, tengo que hacerte una pregunta. ¿Hay pruebas de que esos pendientes se sacaron del arca de la vieja?
—Sí —repuso Rasumikhine frunciendo las cejas—. Koch reconoció la joya y dijo quién la había empeñado. Esta persona confirmó que los pendientes le pertenecían.
—Lamentable. Otra pregunta. ¿Nadie vio a Nicolás mientras Koch y Pestriakof subían al cuarto piso, con lo que quedaría probada la coartada?
—Desgraciadamente, nadie lo vio —repuso Rasumikhine, malhumorado —. Ni siquiera Koch y Pestriakof los vieron al subir. Claro que su testimonio no valdría ya gran cosa. «Vimos —dicen— que el piso estaba abierto y nos pareció que trabajaban en él, pero no prestamos atención a este detalle y no podríamos decir si los pintores estaban o no allí en aquel momento.»
—¿Así, la inculpabilidad de Nicolás descansa enteramente en las risas y en los golpes que cambió con su camarada…? En fin, admitamos que esto constituye una prueba importante en su favor. Pero dime: ¿cómo puedes explicar el proceso del hallazgo de los pendientes, si admites que el acusado dice la verdad, o sea que los encontró en el departamento donde trabajaba?
—¿Que cómo puedo explicarlo? Del modo más sencillo. La cosa está perfectamente clara. Por lo menos, el camino que hay que seguir para llegar a la verdad se nos muestra con toda claridad, y es precisamente esa joya la que lo indica. Los pendientes se le cayeron al verdadero culpable. Éste estabaarriba, en el piso de la vieja, mientras Koch y Pestriakof llamaban a la puerta.
Koch cometió la tontería de bajar a la entrada poco después que su compañero.
Entonces el asesino sale del piso y empieza a bajar la escalera, ya que no tiene otro camino para huir. A fin de no encontrarse con el portero, Koch y Pestriakof, ha de esconderse en el piso vacío que Nicolás y Mitri acaban de abandonar. Permanece oculto detrás de la puerta mientras los otros suben al piso de las víctimas, y, cuando el ruido de los pasos se aleja, sale de su escondite y baja tranquilamente. Es el momento en que Mitri y Nicolás echan a correr por la calle. Todos los que estaban ante la puerta se han dispersado.
Tal vez alguien le viera, pero nadie se fijó en él. ¡Entraba y salía tanta gente por aquella puerta! El estuche se le cayó del bolsillo cuando estaba oculto detrás de la puerta, y él no lo advirtió porque tenía otras muchas cosas en que pensar en aquel momento. Que el estuche estuviera allí demuestra que el asesino se escondió en el piso vacío. He aquí explicado todo el misterio.
—Ingenioso, amigo Rasumikhine, diabólicamente ingenioso, incluso demasiado ingenioso.
—¿Por qué demasiado?
—Porque todo es tan perfecto, porque los detalles están tan bien trabados, que uno cree hallarse ante una obra teatral.
Rasumikhine abrió la boca para protestar, pero en este momento se abrió la puerta, y los jóvenes vieron aparecer a un visitante al que ninguno de ellos conocía.
Era un caballero de cierta edad, movimientos pausados y fisonomía reservada y severa. Se detuvo en el umbral y paseó a su alrededor una mirada de sorpresa que no trataba de disimular y que resultaba un tanto descortés.
«¿Dónde me he metido?», parecía preguntarse. Observaba la habitación, estrecha y baja de techo como un camarote, con un gesto de desconfianza y una especie de afectado terror.
Su mirada conservó su expresión de asombro al fijarse en Raskolnikof, que seguía echado en el mísero diván, vestido con ropas no menos miserables, y que le miraba como los demás.
Después el visitante observó atentamente la barba inculta, los cabellos enmarañados y toda la desaliñada figura de Rasumikhine, que, a su vez y sin moverse de su sitio, le miraba con una curiosidad impertinente.Durante más de un minuto reinó en la estancia un penoso silencio, pero al fin, como es lógico, la cosa cambió.
Comprendiendo sin duda —pues ello saltaba a la vista— que su arrogancia no imponía a nadie en aquella especie de camarote de trasatlántico, el caballero se dignó humanizarse un poco y se dirigió a Zosimof cortésmente pero con cierta rigidez.
—Busco a Rodion Romanovitch Raskolnikof, estudiante o ex estudiante —dijo, articulando las palabras sílaba a sílaba.
Zosimof inició un lento ademán, sin duda para responder, pero Rasumikhine, aunque la pregunta no iba dirigida a él, se anticipó.
—Ahí lo tiene usted, en el diván —dijo—. ¿Y usted qué desea?
La naturalidad con que estas palabras fueron pronunciadas pareció ablandar al presuntuoso caballero, que incluso se volvió hacia Rasumikhine.
Pero en seguida se contuvo y, con un rápido movimiento, fijó de nuevo la mirada en Zosimof.
—Ahí tiene usted a Raskolnikof —repuso el doctor, indicando al enfermo con un movimiento de cabeza. Después lanzó un gran bostezo y, seguidamente y con gran lentitud, sacó del bolsillo de su chaleco un enorme reloj de oro, que consultó y volvió a guardarse, con la misma calma.
Raskolnikof, que en aquel momento estaba echado boca arriba, no quitaba ojo al recién llegado y seguía encerrado en su silencio. Ahora se veía su semblante, pues ya no contemplaba la florecilla del empapelado. Estaba pálido y en su expresión se leía un extraordinario sufrimiento. Era como si el enfermo acabara de salir de una operación o de experimentar terribles torturas…Sin embargo, el visitante desconocido le inspiraba un interés creciente, que primero fue sorpresa, en seguida desconfianza y finalmente temor.
Cuando Zosimof dijo: «Ahí tiene usted a Raskolnikof, éste se levantó con un movimiento tan repentino, que tuvo algo de salto, y manifestó, con voz débil y entrecortada pero agresiva:
—Si, yo soy Raskolnikof. ¿Qué desea usted?
El visitante le observó atentamente y repuso, en un tono lleno de dignidad:
—Soy Piotr Petrovitch Lujine. Tengo motivos para creer que mi nombre no le será enteramente desconocido.
Pero Raskolnikof, que esperaba otra cosa, se limitó a mirar a su interlocutor con gesto pensativo y estúpido, sin contestarle y como si aquélla fuera la primera vez que oía semejante nombre.
—¿Es posible que todavía no le hayan hablado de mí? —exclamó PiotrPetrovitch, un tanto desconcertado.
Por toda respuesta, Raskolnikof se dejó caer poco a poco sobre la almohada. Enlazó sus manos debajo de la nuca y fijó su mirada en el techo.
Lujine dio ciertas muestras de inquietud. Zosimof y Rasumikhine le observaban con una curiosidad creciente que acabó de desconcertarle.
—Yo creía…, yo suponía…—balbuceó— que una carta que se cursó hace diez días, tal vez quince…
—Pero oiga, ¿por qué se queda en la puerta? —le interrumpió Rasumikhine—. Si tiene usted algo que decir, entre y siéntese. Nastasia y usted no caben en el umbral. Nastasiuchka, apártate y deja pasar al señor.
Entre; aquí tiene una silla; pase por aquí.
Echó atrás su silla de modo que entre sus rodillas y la mesa quedó un estrecho pasillo, y, en una postura bastante incómoda, esperó a que pasara el visitante. Lujine comprendió que no podía rehusar y llegó, no sin dificultad, al asiento que se le ofrecía. Cuando estuvo sentado, fijó en Rasumikhine una mirada llena de inquietud.
—No esté usted violento —dijo éste levantando la voz—. Hace cinco días que Rodia está enfermo. Durante tres ha estado delirando. Hoy ha recobrado el conocimiento y ha comido con apetito. Aquí tiene usted a su médico, que lo acaba de reconocer. Yo soy un camarada suyo, un ex estudiante como él, y ahora hago el papel de enfermero. Por lo tanto, no haga caso de nosotros: siga usted conversando con él como si no estuviéramos.
—Muy agradecido, pero ¿no le parece a usted —se dirigía a Zosimof— que mi conversación y mi presencia pueden fatigar al enfermo?
—No —repuso Zosimof—. Por el contrario, su charla le distraerá.
Y volvió a lanzar un bostezo.
—¡Oh! Hace ya bastante tiempo que ha vuelto en sí: esta mañana —dijo Rasumikhine, cuya familiaridad respiraba tanta franqueza y simpatía, que Piotr Petrovitch empezó a sentirse menos cohibido. Además, hay que tener presente que el impertinente y desharrapado joven se había presentado como estudiante.
—Su madre…—comenzó a decir Lujine.
Rasumikhine lanzó un ruidoso gruñido. Lujine le miró con gesto interrogante.
—No, no es nada. Continúe.
—Su madre empezó a escribirle antes de que yo me pusiera en camino. Ya en Petersburgo, he retrasado adrede unos cuantos días mi visita paraasegurarme de que usted estaría al corriente de todo. Y ahora veo, con la natural sorpresa…
—Ya estoy enterado, ya estoy enterado —replicó de súbito Raskolnikof, cuyo semblante expresaba viva irritación—. Es usted el novio, ¿verdad? Bien, pues ya ve que lo sé.
Piotr Petrovitch se sintió profundamente herido por la aspereza de Raskolnikof, pero no lo dejó entrever. Se preguntaba a qué obedecía aquella actitud. Hubo una pausa que duró no menos de un minuto. Raskolnikof, que para contestarle se había vuelto ligeramente hacia él, empezó de súbito a examinarlo fijamente, con cierta curiosidad, como si no hubiese tenido todavía tiempo de verle o como si de pronto hubiese descubierto en él algo que le llamara la atención. Incluso se incorporó en el diván para poder observarlo mejor.
Sin duda, el aspecto de Piotr Petrovitch tenía un algo que justificaba el calificativo de novio que acababa de aplicársele tan gentilmente. Desde luego, se veía claramente, e incluso demasiado, que Piotr Petrovitch había aprovechado los días que llevaba en la capital para embellecerse, en previsión de la llegada de su novia, cosa tan inocente como natural. La satisfacción, acaso algo excesiva, que experimentaba ante su feliz transformación podía perdonársele en atención a las circunstancias. El traje del señor Lujine acababa de salir de la sastrería. Su elegancia era perfecta, y sólo en un punto permitía la crítica: el de ser demasiado nuevo. Todo en su indumentaria se ajustaba al plan establecido, desde el elegante y flamante sombrero, al que él prodigaba toda suerte de cuidados y tenía entre sus manos con mil precauciones, hasta los maravillosos guantes de color lila, que no llevaba puestos, sino que se contentaba con tenerlos en la mano. En su vestimenta predominaban los tonos suaves y claros. Llevaba una ligera y coquetona americana habanera, pantalones claros, un chaleco del mismo color, una fina camisa recién salida de la tienda y una encantadora y pequeña corbata de batista con listas de color de rosa. Lo más asombroso era que esta elegancia le sentaba perfectamente. Su fisonomía, fresca e incluso hermosa, no representaba los cuarenta y cinco años que ya habían pasado por ella. La encuadraban dos negras patillas que se extendían elegantemente a ambos lados del mentón, rasurado cuidadosamente y de una blancura deslumbrante. Su cabello se mantenía casi enteramente libre de canas, y un hábil peluquero había conseguido rizarlo sin darle, como suele ocurrir en estos casos, el ridículo aspecto de una cabeza de marido alemán. Lo que pudiera haber de desagradable y antipático en aquella fisonomía grave y hermosa no estaba en el exterior.
Después de haber examinado a Lujine con impertinencia, Raskolnikof sonrió amargamente, dejó caer la cabeza sobre la almohada y continuó contemplando el techo.Pero el señor Lujine parecía haber decidido tener paciencia y fingía no advertir las rarezas de Raskolnikof.
—Lamento profundamente encontrarle en este estado —dijo para reanudar la conversación—. Si lo hubiese sabido, habría venido antes a verle. Pero usted no puede imaginarse las cosas que tengo que hacer. Además, he de intervenir en un debate importante del Senado. Y no hablemos de esas ocupaciones cuya índole puede usted deducir: espero a su familia, es decir, a su madre y a su hermana, de un momento a otro.
Raskolnikof hizo un movimiento y pareció que iba a decir algo. Su semblante dejó entrever cierta agitación. Piotr Petrovitch se detuvo y esperó un momento, pero, viendo que Raskolnikof no desplegaba los labios, continuó:
—Sí, las espero de un momento a otro. Ya les he encontrado un alojamiento provisional.
—¿Dónde? —preguntó Raskolnikof con voz débil.
—Cerca de aquí, en el edificio Bakaleev.
—Eso está en el bulevar Vosnesensky —interrumpió Rasumikhine—. El comerciante Iuchine alquila dos pisos amueblados. Yo he ido a verlos.
—Sí, son departamentos amueblados…
—Aquello es un verdadero infierno, sucio, pestilente y, además, un lugar nada recomendable. Allí han ocurrido las cosas más viles. Sólo el diablo sabe qué vecindario es aquél. Yo mismo fui allí atraído por un asunto escandaloso.
Por lo demás, los departamentos se alquilan a buen precio.
—Como es natural, yo no pude procurarme todos esos informes, pues acababa de llegar a Petersburgo —dijo Piotr Petrovitch, un tanto molesto—; pero, sea como fuere, las dos habitaciones que he alquilado son muy limpias.
Además, hay que tener en cuenta que todo esto es provisional…Yo tengo ya contratado nuestro definitivo…, mejor dicho, nuestro futuro hogar —añadió volviéndose hacia Raskolnikof—. Sólo falta arreglarlo, y ya lo estoy haciendo.
Yo mismo tengo ahora una habitación amueblada bastante reducida. Está a dos pasos de aquí, en casa de la señora de Lipevechsel. Vivo con un joven que es amigo mío: Andrés Simonovitch Lebeziatnikof. Él es precisamente el que me ha indicado la casa Bakaleev.
—¿Lebeziatnikof? —preguntó Raskolnikof, pensativo, como si este nombre le hubiese recordado algo.
—Sí, Andrés Simonovitch Lebeziatnikof. Está empleado en un ministerio.
¿Le conoce usted?—No…, no —repuso Raskolnikof.
—Perdone, pero su exclamación me ha hecho suponer que lo conocía. Fui tutor suyo hace ya tiempo. Es un joven simpatiquísimo, que está al corriente de todas las ideas. A mí me gusta tratar con gente joven. Así se entera uno de las novedades que corren por el mundo.
Piotr Petrovitch miró a sus oyentes con la esperanza de percibir en sus semblantes un signo de aprobación.
—¿A qué clase de novedades se refiere? —preguntó Rasumikhine.
—A las de tipo más serio, es decir, más fundamental —repuso Piotr Petrovitch, al que el tema parecía encantar—. Hacía ya diez años que no había venido a Petersburgo. Todas las reformas sociales, todas las nuevas ideas han llegado a provincias, pero para darse exacta cuenta de estas cosas, para verlo todo, hay que estar en Petersburgo. Yo creo que el mejor modo de informarse de estas cuestiones es observar a las generaciones jóvenes…Y créame que estoy encantado.
—¿De qué?
—Es algo muy complejo. Puedo equivocarme, pero creo haber observado una visión más clara, un espíritu más crítico, por decirlo así, una actividad más razonada.
—Es verdad —dijo Zosimof entre dientes.
—No digas tonterías —replicó Rasumikhine—. El sentido de los negocios no nos llueve del cielo, sino que sólo lo podemos adquirir mediante un difícil aprendizaje. Y nosotros hace ya doscientos años que hemos perdido el hábito de la actividad…De las ideas —continuó, dirigiéndose a Piotr Petrovitch— puede decirse que flotan aquí y allá. Tenemos cierto amor al bien, aunque este amor sea, confesémoslo, un tanto infantil. También existe la honradez, aunque desde hace algún tiempo estemos plagados de bandidos. Pero actividad, ninguna en absoluto.
—No estoy de acuerdo con usted —dijo Lujine, visiblemente encantado—.Cierto que algunos se entusiasman y cometen errores, pero debemos ser indulgentes con ellos. Esos arrebatos y esas faltas demuestran el ardor con que se lanzan al empeño, y también las dificultades, puramente materiales, verdad es, con que tropiezan. Los resultados son modestos, pero no debemos olvidar que los esfuerzos han empezado hace poco. Y no hablemos de los medios que han podido utilizar. A mi juicio, no obstante, se han obtenido ya ciertos resultados. Se han difundido ideas nuevas que son excelentes; obras desconocidas aún, pero de gran utilidad, sustituyen a las antiguas producciones de tipo romántico y sentimental. La literatura cobra un carácter de madurez.Prejuicios verdaderamente perjudiciales han caído en el ridículo, han muerto…En una palabra, hemos roto definitivamente con el pasado, y esto, a mi juicio, constituye un éxito.
—Ha dado suelta a la lengua sólo para lucirse —gruñó inesperadamente Raskolnikof.
—¿Cómo? —preguntó Lujine, que no había entendido.
Pero Raskolnikof no le contestó.
—Todo eso es exacto —se apresuró a decir Zosimof.
—¿Verdad? —exclamó Piotr Petrovitch dirigiendo al doctor una mirada amable. Después se volvió hacia Rasumikhine con un gesto de triunfo y superioridad (sólo faltaba que le llamase «joven») y le dijo—: Convenga usted que todo se ha perfeccionado, o, si se prefiere llamarlo así, que todo ha progresado, por lo menos en los terrenos de las ciencias y la economía.
—Eso es un lugar común.
—No, no es un lugar común. Le voy a poner un ejemplo. Hasta ahora se nos ha dicho: «Ama a tu prójimo.» Pues bien, si pongo este precepto en práctica, ¿qué resultará? —Piotr Petrovitch hablaba precipitadamente—.Pues resultará que dividiré mi capa en dos mitades, daré una mitad a mi prójimo y los dos nos quedaremos medio desnudos. Un proverbio ruso dice que el que persigue varias liebres a la vez no caza ninguna. La ciencia me ordena amar a mi propia persona más que a nada en el mundo, ya que aquí abajo todo descansa en el interés personal. Si te amas a ti mismo, harás buenos negocios y conservarás tu capa entera. La economía política añade que cuanto más se elevan las fortunas privadas en una sociedad o, dicho en otros términos, más capas enteras se ven, más sólida es su base y mejor su organización. Por lo tanto, trabajando para mí solo, trabajo, en realidad, para todo el mundo, pues contribuyo a que mi prójimo reciba algo más que la mitad de mi capa, y no por un acto de generosidad individual y privada, sino a consecuencia del progreso general. La idea no puede ser más sencilla. No creo que haga falta mucha inteligencia para comprenderla. Sin embargo, ha necesitado mucho tiempo para abrirse camino entre los sueños y las quimeras que la ahogaban.
—Perdóneme —le interrumpió Rasumikhine—. Yo pertenezco a la categoría de los imbéciles. Dejemos ese asunto. Mi intención al dirigirle la palabra no era despertar su locuacidad. Tengo los oídos tan llenos de toda esa palabrería que no ceso de escuchar desde hace tres años, de todas esas trivialidades, de todos esos lugares comunes, que me sonroja no sólo hablar de ello, sino también que se hable delante de mí. Usted se ha apresurado a alardear ante nosotros de sus teorías, y no se lo censuro. Yo sólo deseaba saber quién es usted, pues en estos últimos tiempos se han introducido en losnegocios públicos tantos intrigantes, y esos desaprensivos han ensuciado de tal modo cuanto ha pasado por sus manos, que han formado a su alrededor un verdadero lodazal. Y no hablemos más de este asunto.
—Caballero —exclamó Lujine, herido en lo más vivo y adoptando una actitud llena de dignidad—, ¿quiere usted decir con eso que también yo…?
—¡De ningún modo! ¿Cómo podría yo permitirme…? En fin, basta ya…
Y después de cortar así el diálogo, Rasumikhine se apresuró a reanudar con Zosimof la conversación que había interrumpido la entrada de Piotr Petrovitch.
Éste tuvo el buen sentido de aceptar la explicación del estudiante, y adoptó la firme resolución de marcharse al cabo de dos minutos.
—Ya hemos trabado conocimiento —dijo a Raskolnikof—. Espero que, una vez esté curado, nuestras relaciones serán más íntimas, debido a las circunstancias que ya conoce usted. Le deseo un rápido restablecimiento.
Raskolnikof ni siquiera dio muestras de haberle oído, y Piotr Petrovitch se puso en pie.
—Seguramente —dijo Zosimof a Rasumikhine—, el asesino es uno de sus deudores.
—Seguramente —repitió Rasumikhine—. Porfirio no revela a nadie sus pensamientos pero sólo interroga a los que tenían algo empeñado en casa de la vieja.
—¿Los interroga? —exclamó Raskolnikof.
—Sí, ¿por qué?
—No, por nada.
—Pero ¿cómo sabe quiénes son? —preguntó Zosimof.
—Koch ha indicado algunos. Los nombres de otros figuraban en los papeles que envolvían los objetos, y otros, en fin, se han presentado espontáneamente al enterarse de lo ocurrido.
—El culpable debe de ser un profesional de gran experiencia. ¡Qué resolución, qué audacia!
—Pues no —replicó Rasumikhine—. En eso, tú y todo el mundo estáis equivocados. Yo estoy seguro de que es un inexperto, de que éste es su primer crimen. Si nos imaginamos un plan bien urdido y un criminal experimentado, nada tiene explicación. Para que la tenga, hay que suponer que es un principiante y admitir que sólo la suerte le ha permitido escapar. ¿Qué no podrá hacer el azar? Es muy posible que no previera ningún obstáculo. ¿Ycómo lleva a cabo el robo? Busca en la caja donde la vieja guardaba sus trapos, coge unos cuantos objetos que no valen más de treinta rublos y se llena con ellos los bolsillos. Sin embargo, en el cajón superior de la cómoda se ha encontrado una caja que contenía más de mil quinientos rublos en metálico y cierta cantidad de billetes. Ni siquiera supo robar. Lo único que supo hacer fue matar. ¡Lo dicho: un principiante! Perdió la cabeza, y si no lo han descubierto no lo debe a su destreza, sino al azar.
—¿Hablan ustedes del asesinato de esa vieja prestamista? —intervino Lujine, dirigiéndose a Zosimof. Con el sombrero en las manos se disponía a despedirse, pero deseaba decir todavía algunas cosas profundas. Quería dejar buen recuerdo en aquellos jóvenes. La vanidad podía en él más que la razón.
—Sí. ¿Ha oído usted hablar de ese crimen?
—¿Cómo no? Ha ocurrido en las cercanías de la casa donde me hospedo.
—¿Conoce usted los detalles?
—Los detalles, no, pero este asunto me interesa por la cuestión general que plantea. Dejemos a un lado el aumento incesante de la criminalidad durante los últimos cinco años en las clases bajas. No hablemos tampoco de la sucesión ininterrumpida de incendios provocados y actos de pillaje. Lo que me asombra es que la criminalidad crezca de modo parecido en las clases superiores. Un día nos enteramos de que un ex estudiante ha asaltado el coche de correos en la carretera. Otro, que hombres cuya posición los sitúa en las altas esferas fabrican moneda falsa. En Moscú se descubre una banda de falsificadores de billetes de la lotería, uno de cuyos jefes era un profesor de historia universal. Además, se da muerte a un secretario de embajada por una oscura cuestión de dinero…Si la vieja usurera ha sido asesinada por un hombre de la clase media (los mujiks no tienen el hábito de empeñar joyas), ¿cómo explicar este relajamiento moral en la clase más culta de nuestra ciudad?
—Los fenómenos económicos han producido transformaciones que…— comenzó a decir Zosimof.
—¿Cómo explicarlo? —le interrumpió Rasumikhine—. Pues precisamente por esa falta de actividad razonada.
—¿Qué quiere usted decir?
—¿Qué respondió ese profesor de historia universal cuando le interrogaron? «Cada cual se enriquece a su modo. Yo también he querido enriquecerme Lo más rápidamente posible.» No recuerdo las palabras que empleó, pero sé que quiso decir «ganar dinero rápidamente y sin esfuerzo». El hombre se acostumbra a vivir sin esfuerzo, a andar por el camino llano, a quele pongan la comida en la boca. Hoy cada uno se muestra como realmente es.
—Pero la moral, las leyes…
—¿Qué le sorprende? —preguntó repentinamente Raskolnikof—.Todo esto es la aplicación de sus teorías.
—¿De mis teorías?
—Sí, la conclusión lógica de los principios que acaba usted de exponer es que se puede incluso asesinar.
—Un momento, un momento…—exclamó Lujine.
—No estoy de acuerdo —dijo Zosimof.
Raskolnikof estaba pálido y respiraba con dificultad. Su labio superior
temblaba convulsivamente.
—Todo tiene su medida —dijo Lujine con arrogancia—. Una idea económica no ha sido nunca una incitación al crimen, y suponiendo…
—¿Acaso no es cierto —le interrumpió Raskolnikof con voz trémula de cólera, pero llena a la vez de un júbilo hostil— que usted dijo a su novia, en el momento en que acababa de aceptar su petición, que lo que más le complacía de ella era su pobreza, pues lo mejor es casarse con una mujer pobre para poder dominarla y recordarle el bien que se le ha hecho?
—Pero…—exclamó Lujine, trastornado por la cólera—. ¡Oh, qué modo de desnaturalizar mi pensamiento! Perdóneme, pero puedo asegurarle que las noticias que han llegado a usted sobre este punto no tienen la menor sombra de fundamento. Ya sé dónde está el origen del mal…Por lo menos, lo supongo…
Se lo diré francamente. Me pareció que su madre, pese a sus excelentes prendas, poseía un espíritu un tanto exaltado y propenso a las novelerías. Sin embargo, estaba muy lejos de creer que pudiera interpretar mis palabras con tanta inexactitud y que, al citarlas, alterase de tal modo su sentido. Además…
—¡Óigame! —bramó el joven, levantando la cabeza de la almohada y fijando en Lujine una mirada ardiente—. ¡Escuche!
—Usted dirá.
Lujine pronunció estas palabras en un tono de reto. A ellas siguió un silencio que duró varios segundos.
—Pues lo que quiero que sepa es que si usted se permite decir una palabra más contra mi madre, lo echo escaleras abajo.
—¡Pero Rodia! —exclamó Rasumikhine.
—¡Si, escaleras abajo!Lujine había palidecido y se mordía los labios.
—Óigame, señor —comenzó a decir, haciendo un gran esfuerzo por dominarse—: la acogida que usted me ha dispensado me ha demostrado claramente y desde el primer momento su enemistad hacia mí, y si he prolongado la visita ha sido solamente para acabar de cerciorarme. Habría perdonado muchas cosas a un enfermo, a un pariente; pero, después de lo ocurrido, ¡ni pensarlo!
—¡Yo no estoy enfermo! —exclamó Raskolnikof.
—¡Peor que peor!
—¡Váyase al diablo!
Lujine no había esperado esta invitación. Se deslizaba ya entre la silla y la mesa. Esta vez, Rasumikhine se levantó para dejarlo pasar. Lujine no se dignó mirarle y salió sin ni siquiera saludar a Zosimof, que desde hacía unos momentos le estaba diciendo por señas que dejara al enfermo tranquilo. Al verle alejarse con la cabeza baja, era fácil comprender que no olvidaría la terrible ofensa recibida.
—¡Vaya un modo de conducirse! —dijo Rasumikhine al enfermo, sacudiendo la cabeza con un gesto de preocupación.
—¡Déjame! ¡Dejadme todos! —gritó Raskolnikof en un arrebato de ira—.¿Me dejaréis de una vez, verdugos? No creáis que os temo. Ahora ya no temo a nadie, ¡a nadie! ¡Marchaos! ¡Quiero estar solo! ¿Lo oís? ¡Solo!
—Vámonos —dijo Zosimof a Rasumikhine.
—Pero ¿lo vamos a dejar así?
—Vámonos.
Rasumikhine reflexionó un momento. Después siguió a Zosimof.
Cuando estuvieron en la escalera, el doctor dijo:
—Si no le hubiésemos obedecido, habría sido peor. No hay que irritarlo.
—Pero ¿qué tiene?
—Le convendría una impresión fuerte que le sacara de sus pensamientos.
Ahora habría sido capaz de todo…Algo le preocupa profundamente. Es una obsesión que te corroe y te exaspera. Eso es lo que más me inquieta.
—Tal vez este señor Piotr Petrovitch tenga algo que ver con ello. De la conversación que ha sostenido con él se desprende que se va a casar con la hermana de Rodia y que nuestro amigo se ha enterado de ello poco antes de su enfermedad.—Sí, es el diablo el que lo ha traído, pues su visita lo ha echado todo a perder. Y ¿has observado que, aunque parece indiferente a todo, hay una cosa que le saca de su mutismo? Ese crimen…Oír hablar de él le pone fuera de sí.
—Lo he notado en seguida —respondió Rasumikhine—. Presta atención y se inquieta. Precisamente se puso enfermo el día en que oyó hablar de ese asunto en la comisaría. Incluso se desvaneció.
—Ven esta noche a mi casa. Quiero que me cuentes detalladamente todo eso. Me interesa mucho. Yo también tengo algo que contarte. Volveré a verle dentro de media hora. Por el momento no hay que temer ningún trastorno cerebral grave.
—Gracias por todo. Ahora voy a ver a Pachenka. Diré a Nastasia que lo vigile.
Cuando sus amigos se fueron, Raskolnikof dirigió una mirada llena de angustiosa impaciencia hasta Nastasia, pero ella no parecía dispuesta a marcharse.
—¿Te traigo ya el té? —preguntó.
—Después. Ahora quiero dormir. Vete.
Se volvió hacia la pared con un movimiento convulsivo, y Nastasia salió del aposento.
Apenas se hubo marchado la sirvienta, Raskolnikof se levantó, echó el cerrojo, deshizo el paquete de las prendas de vestir comprado por Rasumikhine y empezó a ponérselas. Aunque parezca extraño, se había serenado de súbito. La frenética excitación que hacía unos momentos le dominaba y el pánico de los últimos días habían desaparecido. Era éste su primer momento de calma, de una calma extraña y repentina. Sus movimientos, seguros y precisos, revelaban una firme resolución. «Hoy, de hoy no pasa», murmuró.
Se daba cuenta de su estado de debilidad, pero la extrema tensión de ánimo a la que debía su serenidad le comunicaba una gran serenidad en sí mismo y parecía darle fuerzas. Por lo demás, no temía caerse en la calle. Cuando estuvo enteramente vestido con sus ropas nuevas, permaneció un momento contemplando el dinero que Rasumikhine había dejado en la mesa. Tras unos segundos de reflexión, se lo echó al bolsillo. La cantidad ascendía a veinticinco rublos. Cogió también lo que a su amigo le había sobrado de losdiez rublos destinados a la compra de las prendas de vestir y, acto seguido, descorrió el cerrojo. Salió de la habitación y empezó a bajar la escalera. Al pasar por el piso de la patrona dirigió una mirada a la cocina, cuya puerta estaba abierta. Nastasia daba la espalda a la escalera, ocupada en avivar el fuego del samovar. No oyó nada. En lo que menos pensaba era en aquella fuga.
Momentos después ya estaba en la calle. Eran alrededor de las ocho y el sol se había puesto. La atmósfera era asfixiante, pero él aspiró ávidamente el polvoriento aire, envenenado por las emanaciones pestilentes de la ciudad.
Sintió un ligero vértigo, pero sus ardientes ojos y todo su rostro, descarnado y lívido, expresaron de súbito una energía salvaje. No llevaba rumbo fijo, y ni siquiera pensaba en ello. Sólo pensaba en una cosa: que era preciso poner fin a todo aquello inmediatamente y de un modo definitivo, y que si no lo conseguía no volvería a su casa, pues no quería seguir viviendo así. Pero ¿cómo lograrlo?
Del modo de «terminar», como él decía, no tenía la menor idea. Sin embargo, procuraba no pensar en ello; es más, rechazaba este pensamiento, porque le torturaba. Sólo tenía un sentimiento y una idea: que era necesario que todo cambiara, fuera como fuere y costara lo que costase. «Sí, cueste lo que cueste», repetía con una energía desesperada, con una firmeza indómita.
Dejándose llevar de una arraigada costumbre, tomó maquinalmente el camino de sus paseos habituales y se dirigió a la plaza del Mercado Central. A medio camino, ante la puerta de una tienda, en la calzada, vio a un joven que ejecutaba en un pequeño órgano una melodía sentimental. Acompañaba a una jovencita de unos quince años, que estaba de pie junto a él, en la acera, y que vestía como una damisela. Llevaba miriñaque, guantes, mantilla y un sombrero de paja con una pluma de un rojo de fuego, todo ello viejo y ajado.
Estaba cantando una romanza con una voz cascada, pero fuerte y agradable, con la esperanza de que le arrojaran desde la tienda una moneda de dos kopeks. Raskolnikof se detuvo junto a los dos o tres papanatas que formaban el público, escuchó un momento, sacó del bolsillo una moneda de cinco kopeks y la puso en la mano de la muchacha. Ésta interrumpió su nota más aguda y patética como si le hubiesen cortado la voz.
—¡Basta! —gritó a su compañero. Y los dos se trasladaron a la tienda siguiente.
—¿Le gustan las canciones callejeras? —preguntó de súbito Raskolnikof a un transeúnte de cierta edad que había escuchado a los músicos ambulantes y tenía aspecto de paseante desocupado.
El desconocido le miró con un gesto de asombro.
—A mí —continuó Raskolnikof, que parecía hablar de cualquier cosa menos de canciones— me gusta oír cantar al son del órgano en un atardecerotoñal, frío, sombrío y húmedo, húmedo sobre todo; uno de esos atardeceres en que todos los transeúntes tienen el rostro verdoso y triste, y especialmente cuando cae una nieve aguda y vertical que el viento no desvía. ¿Comprende?
A través de la nieve se percibe la luz de los faroles de gas…
—No sé…, no sé…Perdone —balbuceó el paseante, tan alarmado por las extrañas palabras de Raskolnikof como por su aspecto. Y se apresuró a pasar a la otra acera.
El joven continuó su camino y desembocó en la plaza del Mercado, precisamente por el punto donde días atrás el matrimonio de comerciantes hablaba con Lisbeth. Pero la pareja no estaba. Raskolnikof se detuvo al reconocer el lugar, miró en todas direcciones y se acercó a un joven que llevaba una camisa roja y bostezaba a la puerta de un almacén de harina.
—En esa esquina montan su puesto un comerciante y su mujer, que tiene aspecto de campesina, ¿verdad?
—Aquí vienen muchos comerciantes —respondió el joven, midiendo a Raskolnikof con una mirada de desdén.
—¿Cómo se llama?
—Como le pusieron al bautizarlo.
—¿Eres tal vez de Zaraisk? ¿De qué provincia?
El mozo volvió a mirar a Raskolnikof.
—Alteza, mi familia no es de ninguna provincia, sino de un distrito. Mi hermano, que es el que viaja, entiende de esas cosas. Pero yo, como tengo que quedarme aquí, no sé nada. Espero de la misericordia de su alteza que me perdone.
—¿Es un figón lo que hay allí arriba?
—Una taberna. Hay un billar e incluso algunas princesas. Es un lugar muy chic.
Raskolnikof atravesó la plaza. En uno de sus ángulos se apiñaba una multitud de mujiks. Se introdujo en lo más denso del grupo y empezó a mirar atentamente las caras de unos y otros. Pero los campesinos no le prestaban la menor atención. Todos hablaban a gritos, divididos en pequeños grupos.
Después de reflexionar un momento, prosiguió su camino en dirección al bulevar V***. Pronto dejó la plaza y se internó en una calleja que, formando un recodo, conduce a la calle de Sadovaya. Había recorrido muchas veces aquella callejuela. Desde hacía algún tiempo, una fuerza misteriosa le impulsaba a deambular por estos lugares cuando la tristeza le dominaba, con lo que se ponía más triste aún. Esta vez entró en la callejuelainconscientemente. Llegó ante un gran edificio donde todo eran figones y establecimientos de bebidas. De ellos salían continuamente mujeres destocadas y vestidas con negligencia (como quien no ha de alejarse de su casa), y formaban grupos aquí y allá, en la acera, y especialmente al borde de las escaleras que conducían a los tugurios de mala fama del subsuelo.
En uno de estos antros reinaba un estruendo ensordecedor. Se tocaba la guitarra, se cantaba y todo el mundo parecía divertirse. Ante la entrada había un nutrido grupo de mujeres. Unas estaban sentadas en los escalones, otras en la acera y otras, en fin, permanecían de pie ante la puerta, charlando. Un soldado, bebido, con el cigarrillo en la boca, erraba en torno de ellas, lanzando juramentos. Al parecer no se acordaba del sitio adonde quería dirigirse. Dos individuos desarrapados cambiaban insultos. Y, en fin, se veía un borracho tendido cuan largo era en medio de la calle.
Raskolnikof se detuvo junto al grupo principal de mujeres. Éstas platicaban con voces desgarradas. Vestían ropas de Indiana, llevaban la cabeza descubierta y calzado de cabritilla. Unas pasaban de los cuarenta; otras apenas habían cumplido los diecisiete. Todas tenían los ojos hinchados.
El canto y todos los ruidos que salían del tugurio subterráneo cautivaron a Raskolnikof. Entre las carcajadas y el alegre bullicio se oía una fina voz de falsete que entonaba una bella melodía, mientras alguien danzaba furiosamente al son de una guitarra, marcando el compás con los talones.
Raskolnikof, inclinado hacia el sótano, escuchaba, con semblante triste y soñador.
Mi hombre, amor mío, no me pegues sin razón, cantaba la voz aguda. El oyente mostraba un deseo tan ávido de captar hasta la última sílaba de esta canción, que se diría que aquello era para él cuestión de vida o muerte.
«¿Y si entrase? —pensó—. Se ríen. Es la embriaguez. ¿Y si yo me embriagase también?»
—¿No entra usted, caballero? —le preguntó una de las mujeres.
Su voz era clara y todavía fresca. Parecía joven y era la única del grupo que no inspiraba repugnancia.
Raskolnikof levantó la cabeza y exclamó mientras la miraba:
—¡Qué bonita eres!
Ella sonrió. El cumplido la había emocionado.
—Usted también es un guapo mozo —dijo.
—Demasiado delgado —dijo otra de aquellas mujeres, con voz cavernosa—. Seguro que acaba de salir del hospital.
—Parecen damas de la alta sociedad, pero esto no les impide tener la nariz chata —dijo de súbito un alegre mujik que pasaba por allí con la blusa desabrochada y el rostro ensanchado por una sonrisa—. ¡Esto alegra el corazón!
—En vez de hablar tanto, entra.
—Te obedezco, amor mío.
Dicho esto, entró…, y se fue rodando escaleras abajo.
Raskolnikof continuó su camino.
—¡Oiga, señor! —le gritó la muchacha apenas vio que echaba a andar.
—¿Qué?
Ella se turbó.
—Me encantaría pasar unas horas con usted, caballero; pero me siento cohibida en su presencia. Deme seis kopeks para beberme un vaso, amable
señor.
Raskolnikof buscó en su bolsillo y sacó todo lo que había en él: tres
monedas de cinco kopeks.
—¡Oh! ¡Qué príncipe tan generoso!
—¿Cómo te llamas?
—Llámame Duklida.
—¡Es vergonzoso! —exclamó una de las mujeres del grupo, sacudiendo la cabeza con un gesto de desesperación—. No comprendo cómo se puede mendigar de este modo. Sólo de pensarlo, me muero de vergüenza.
Raskolnikof miró con curiosidad a la mujer que había hablado así.
Representaba unos treinta años. Estaba picada de viruelas y salpicada de equimosis. Tenía el labio superior un poco hinchado. Había expresado su desaprobación en un tono de grave serenidad.
«¿Dónde he leído yo —pensaba Raskolnikof al alejarse— que un condenado a muerte decía, una hora antes de la ejecución de la sentencia, que antes que morir preferiría pasar la vida en una cumbre, en una roca escarpada donde tuviera el espacio justo para colocar los pies, una roca rodeada de precipicios o perdida en medio del océano sin fin, en una perpetua soledad, aunque esta vida durara mil años o fuera eterna? Vivir, vivir sea como fuere.
El caso es vivir…—y añadió al cabo de un momento—: El hombre es cobarde, y cobarde el que le reprocha esta cobardía.»Desembocó en otra calle.
«¡Mira, el Palacio de Cristal! Rasumikhine me hablaba de él no hace mucho. Pero ¿qué es lo que yo quería hacer? ¡Ah, sí! Leer…Zosimof ha dicho que leyó en la prensa…»
—¿Me dará los periódicos? —preguntó entrando en un salón de té espacioso, bastante limpio y que estaba casi vacío.
Sólo había dos o tres clientes tomando el té y, en un departamento algo lejano, un grupo de cuatro personas que bebían champán. Raskolnikof creyó reconocer a Zamiotof entre ellas, pero la distancia le impedía asegurar que fuese él.
«¡Bah, qué importa!», pensó.
—¿Quiere usted vodka? —preguntó el camarero.
—Tráeme té y los periódicos, los atrasados, los de estos últimos cinco días.
Te daré propina.
—Gracias, señor. Aquí tiene los de hoy, de momento. ¿Quiere vodka también?
El camarero le trajo el té y los demás periódicos. Raskolnikof se sentó y empezó a leer los títulos…Izler…Izler…Los Aztecas…Izler…Bartola… Massimo…Los Aztecas…Izler. Ojeó los sucesos: un hombre que se había caído por una escalera, un comerciante ebrio que había muerto abrasado, un incendio en el barrio de las Arenas, otro incendio en el nuevo barrio de Petersburgo, otro en este mismo barrio…Izler…Izler…Massimo… «¡Aquí está!»
Había encontrado al fin lo que buscaba, y empezó a leer. Las líneas danzaban ante sus ojos. Sin embargo, leyó el suceso hasta el fin de la información y buscó nuevas noticias sobre el hecho en los números siguientes.
Sus manos temblaban de impaciencia al pasar las páginas…
De pronto, alguien se sentó a su lado y él le dirigió una mirada. Era Zamiotof, Zamiotof en persona, con la misma indumentaria que llevaba en la comisaría. Lucía sus anillos, sus cadenas, sus cabellos negros, rizados, abrillantados y partidos por una raya perfecta. Llevaba su maravilloso chaleco, su americana un tanto gastada y su camisa no del todo nueva. Parecía de excelente humor, pues sonreía afectuosamente. El champán había coloreado su cetrino rostro.
—Pero ¿usted aquí? —dijo con un gesto de asombro y con el tono que habría adoptado para dirigirse a un viejo camarada—. Pero si Rasumikhine me dijo ayer que estaba usted todavía delirando. ¡Qué cosa tan rara! ¿Sabe queestuve en su casa?
Raskolnikof había presentido que el secretario de la comisaría se acercaría a él. Dejó los periódicos y se encaró con Zamiotof. En sus labios se percibía una sonrisa irónica que dejaba traslucir cierta irritación.
—Ya sé que vino usted —respondió—; ya me lo han dicho…Usted me buscó la bota… ¿Sabe que tiene subyugado a Rasumikhine? Dice que estuvieron ustedes dos en casa de Luisa Ivanovna, aquella a la que usted intentaba defender el otro día. Ya sabe lo que quiero decir. Usted hacía señas al «teniente Pólvora» y él no lo entendía. ¿Se acuerda usted? Sin embargo, no hacía falta ser un lince para comprenderlo. La cosa no podía estar más clara.
—¡Qué charlatán!
—¿Se refiere al «teniente Pólvora»?
—No, a su amigo Rasumikhine.
—¡Vaya, vaya, señor Zamiotof! ¡Para usted es la vida! Usted tiene entrada libre y gratuita en lugares encantadores. ¿Quién le ha invitado a champán ahora mismo?
—¿Invitado…? Hemos bebido champán. Pero ¿a santo de qué tenían que invitarme?
—Para corresponder a algún favor. Ustedes sacan provecho de todo.
Raskolnikof se echó a reír.
—No se enfade, no se enfade —añadió, dándole una palmada en la espalda —. Se lo digo sin malicia alguna, amistosamente, por pura diversión, como decía de los puñetazos que dio a Mitri el pintor que detuvieron ustedes por el asunto de la vieja.
—¿Cómo sabe usted que dijo eso?
—Yo sé muchas cosas, tal vez más que usted, sobre ese asunto…
—¡Qué raro está usted…! No me cabe duda de que está todavía enfermo.
No debió salir de casa.
—¿De modo que le parece que estoy raro?
—Sí. ¿Qué estaba leyendo?
—Los periódicos.
—Sólo hablan de incendios.
—Yo no leía los incendios.
Miró a Zamiotof con una expresión extraña. Una sonrisa irónica volvió atorcer sus labios.
—No —repitió—, yo no leía las noticias de los incendios —y añadió, guiñándole un ojo—: Confiese, querido amigo, que arde usted en deseos de saber lo que estaba leyendo.
—Se equivoca usted. Le he hecho esa pregunta por decir algo. ¿Es que no puede uno preguntar…? Pero ¿qué le sucede?
—Óigame: usted es un hombre culto, ¿verdad? Usted debe de haber leído mucho.
—He seguido seis cursos en el Instituto —repuso Zamiotof, un tanto orgulloso.
—¡Seis cursos! ¡Ah, querido amigo! Lleva una raya perfecta, sortijas…, en fin, que es usted un hombre rico… ¡Y qué linda presencia!
Raskolnikof soltó una carcajada en la misma cara de su interlocutor, el cual retrocedió, no porque se sintiera ofendido, sino a causa de la sorpresa.
—¡Qué extraño está usted! —dijo, muy serio, Zamiotof—. Yo creo que aún desvaría.
—¿Desvariar yo? Te equivocas, hijito…Así, ¿cree usted que estoy extraño? Y se pregunta usted por qué, ¿no?
—Sí.
—Y desea usted saber lo que he leído, lo que he buscado en estos periódicos…Mire, mire cuántos números he pedido…Esto es sospechoso, ¿verdad?
—Pero ¿qué dice usted?
—Usted cree que ha atrapado al pájaro en el nido.
—¿Qué pájaro?
—Después se lo diré. Ahora le voy a participar…, mejor dicho, a confesar…, no, tampoco…, ahora voy a prestar declaración y usted tomará nota. ¡Ésta es la expresión! Pues bien, declaro que he estado buscando y rebuscando…—hizo un guiño, seguido de una pausa— que he venido aquí a leer los detalles relacionados con la muerte de la vieja usurera.
Las últimas palabras las dijo en un susurro y acercando tanto su cara a la de Zamiotof, que casi llegó a tocarla.
El secretario se quedó mirándole fijamente, sin moverse y sin retirar la cabeza. Más tarde, al recordar este momento, Zamiotof se preguntaba, extrañado, cómo podían haber estado mirándose así, sin decirse nada, duranteun minuto.
—¿Qué me importa a mí lo que usted estuviera leyendo? —exclamó de pronto, desconcertado y molesto por aquella extraña actitud—. ¿Por qué cree usted que me ha de importar? ¿Qué tiene de particular que usted estuviera leyendo ese suceso?
Pero Raskolnikof, en voz baja como antes y sin hacer caso de las exclamaciones de Zamiotof, siguió diciendo:
—Me refiero a esa vieja de la que hablaban ustedes en la comisaría, ¿se acuerda?, cuando me desmayé… ¿Comprende usted ya?
—Pero ¿qué he de comprender? ¿Qué quiere usted decir? —preguntó Zamiotof, inquieto.
El semblante grave e inmóvil de Raskolnikof cambió de expresión repentinamente, y el ex estudiante se echó a reír con la misma risa nerviosa e incontenible que le había acometido momentos antes. De súbito le pareció que volvía a vivir intensamente las escenas turbadoras del crimen…Estaba detrás de la puerta con el hacha en la mano; el cerrojo se movía ruidosamente; al otro lado de la puerta, dos hombres la sacudían, tratando de forzarla y lanzando juramentos; y él se sentía dominado por el deseo de insultarlos, de hacerles hablar, de mofarse de ellos, de echarse a reír, con risa estrepitosa a grandes carcajadas…
—O está usted loco, o…—dijo Zamiotof.
Se detuvo ante la idea que de súbito le había asaltado.
—¿O qué…? Acabe, dígalo.
—No —replicó Zamiotof—. ¡Es tan absurdo…!
Los dos guardaron silencio. Raskolnikof, tras su repentino arrebato de hilaridad, quedó triste y pensativo. Se acodó en la mesa y apoyó la cabeza en las manos. Parecía haberse olvidado de la presencia de Zamiotof. Hubo un largo silencio.
—¿Por qué no se toma el té? —dijo Zamiotof—. Se va a enfriar
—¿Qué…? ¿El té…? ¡Ah, sí!
Raskolnikof tomó un sorbo, se echó a la boca un trozo de pan, fijó la mirada en Zamiotof y pareció ahuyentar sus preocupaciones. Su semblante recobró la expresión burlona que tenía hacía un momento. Después, Raskolnikof siguió tomándose el té.
—Actualmente, los crímenes se multiplican —dijo Zamiotof—. Hace poco leí en las Noticias de Moscú que habían detenido en esta ciudad a una bandade monederos falsos. Era una detestable organización que se dedicaba a fabricar billetes de Banco.
—Ese asunto ya es viejo —repuso con toda calma Raskolnikof—. Hace ya más de un mes que lo leí en la prensa. Así, ¿usted cree que esos falsificadores son unos bandidos?
—A la fuerza han de serlo.
—¡Bah! Son criaturas, chiquillos inconscientes, no verdaderos bandidos.
Se reúnen cincuenta para un negocio. Esto es un disparate. Aunque no fueran más que tres, cada uno de ellos habría de tener más confianza en los otros que en sí mismo, pues bastaría que cualquiera de ellos diera suelta a la lengua en un momento de embriaguez, para que todo se fuera abajo. ¡Chiquillos inconscientes, no lo dude! Envían a cualquiera a cambiar los billetes en los bancos. ¡Confiar una operación de esta importancia al primero que llega!
Además, admitamos que esos muchachos hayan tenido suerte y que hayan logrado ganar un millón cada uno. ¿Y después? ¡Toda la vida dependiendo unos de otros! ¡Es preferible ahorcarse! Esa banda ni siquiera supo poner en circulación los billetes. Uno va a cambiar billetes grandes en un banco. Le entregan cinco mil rublos y él los recibe con manos temblorosas. Cuenta cuatro mil, y el quinto millar se lo echa al bolsillo tal como se lo han dado, a toda prisa, pensando solamente en huir cuanto antes. Así da lugar a que sospechen de él. Y todo el negocio se va abajo por culpa de ese imbécil. ¡Es increíble!
—¿Increíble que sus manos temblaran? Pues yo lo comprendo perfectamente; me parece muy natural. Uno no es siempre dueño de sí mismo.
Hay cosas que están por encima de las fuerzas humanas.
—Pero ¡temblar sólo por eso!
—¿De modo que usted se cree capaz de hacer frente con serenidad a una situación así? Pues yo no lo seria. ¡Por ganarse cien rublos ir a cambiar billetes falsos! ¿Y adónde? A un banco, cuyo personal es gente experta en el descubrimiento de toda clase de ardides. No, yo habría perdido la cabeza.
¿Usted no?
Raskolnikof volvió a sentir el deseo de tirar de la lengua al secretario de la comisaría. Una especie de escalofrió le recorría la espalda.
—Yo habría procedido de modo distinto —manifestó—. Le voy a explicar cómo me habría comportado al cambiar el dinero. Yo habría contado los mil primeros rublos lo menos cuatro veces, examinando los billetes por todas partes. Después, el segundo fajo. De éste habría contado la mitad y entonces me habría detenido. Del montón habría sacado un billete de cincuenta rublos y lo habría mirado al trasluz, y después, antes de volver a colocarlo en el fajo, lohabría vuelto a examinar de cerca, como si temiese que fuera falso. Entonces habría empezado a contar una historia. «Tengo miedo, ¿sabe? Un pariente mío ha perdido de este modo el otro día veinticinco rublos.» Ya con el tercer millar en la mano, diría: «Perdone: me parece que no he contado bien el segundo fajo, que me he equivocado al llegar a la séptima centena.» Después de haber vuelto a contar el segundo millar, contaría el tercero con la misma calma, y luego los otros dos. Cuando ya los hubiera contado todos, habría sacado un billete del segundo millar y otro del quinto, por ejemplo, y habría rogado que me los cambiasen. Habría fastidiado al empleado de tal modo, que él sólo habría pensado en librarse de mí. Finalmente, me habría dirigido a la salida.
Pero, al abrir la puerta… «¡Ah, perdone!» y habría vuelto sobre mis pasos para hacer una pregunta. Así habría procedido yo.
—¡Es usted terrible! —exclamó Zamiotof entre risas—. Afortunadamente, eso no son más que palabras. Si usted se hubiera visto en el trance, habría obrado de modo muy distinto a como dice. Créame: no sólo usted o yo, sino ni el más ducho y valeroso aventurero habría sido dueño de sí en tales circunstancias. Pero no hay que ir tan lejos. Tenemos un ejemplo en el caso de la vieja asesinada en nuestro barrio. El autor del hecho ha de ser un bribón lleno de coraje, ya que ha cometido el crimen durante el día, y puede decirse que ha sido un milagro que no lo hayan detenido. Pues bien, sus manos temblaron. No pudo consumar el robo. Perdió la calma: los hechos lo demuestran.
Raskolnikof se sintió herido.
—¿De modo que los hechos lo demuestran? Pues bien, pruebe a atraparlo —dijo con mordaz ironía.
—No le quepa duda de que daremos con él.
—¿Ustedes? ¿Que ustedes darán con él? ¡Ustedes qué han de dar! Ustedes sólo se preocupan de averiguar si alguien derrocha el dinero. Un hombre que no tenía un cuarto empieza de pronto a tirar el dinero por la ventana. ¿Cómo no ha de ser el culpable? Teniendo esto en cuenta, un niño podría engañarlos por poco que se lo propusiera.
—El caso es que todos hacen lo mismo —repuso Zamiotof—. Después de haber demostrado tanta destreza como astucia al cometer el crimen, se dejan coger en la taberna. Y es que no todos son tan listos como usted. Usted, naturalmente, no iría a una taberna.
Raskolnikof frunció las cejas y miró a su interlocutor fijamente.
—¡Oh usted es insaciable! —dijo, malhumorado—. Usted quiere saber
cómo obraría yo si me viese en un caso así.—Exacto —repuso Zamiotof en un tono lleno de gravedad y firmeza.
Desde hacía unos momentos, su semblante revelaba una profunda seriedad.
—¿Es muy grande ese deseo?
—Mucho.
—Pues bien, he aquí cómo habría procedido yo.
Al decir esto, Raskolnikof acercó nuevamente su cara a la de Zamiotof y le miró tan fijamente, que esta vez el secretario no pudo evitar un estremecimiento.
—He aquí cómo habría procedido yo. Habría cogido las joyas y el dinero y, apenas hubiera dejado la casa, me habría dirigido a un lugar apartado, cercado de muros y desierto; un solar o algo parecido. Ante todo, habría buscado una piedra de gran tamaño, de unas cuarenta libras por lo menos, una de esas piedras que, terminada la construcción de un edificio, suelen quedar en algún rincón, junto a una pared. Habría levantado la piedra y entonces habría quedado al descubierto un hoyo. En este hoyo habría depositado las joyas y el dinero; luego habría vuelto a poner la piedra en su sitio y acercado un poco de tierra con el pie en torno alrededor. Luego me habría marchado y habría estado un año, o dos, o tres, sin volver por allí… ¡Y ya podrían ustedes buscar al culpable!
—¡Está usted loco! —exclamó Zamiotof.
Lo había dicho también en voz baja y se había apartado de Raskolnikof.
Éste palideció horriblemente y sus ojos fulguraban. Su labio superior temblaba convulsivamente. Se acercó a Zamiotof tanto como le fue posible y empezó a mover los labios sin pronunciar palabra. Así estuvo treinta segundos. Se daba perfecta cuenta de lo que hacía, pero no podía dominarse. La terrible confesión temblaba en sus labios, como días atrás el cerrojo en la puerta, y estaba a punto de escapársele.
—¿Y si yo fuera el asesino de la vieja y de Lisbeth? —preguntó, e inmediatamente volvió a la realidad.
Zamiotof le miró con ojos extraviados y se puso blanco como un lienzo.
Esbozó una sonrisa.
—¿Es posible? —preguntó en un imperceptible susurro.
Raskolnikof fijó en él una mirada venenosa.
—Confiese que se lo ha creído —dijo en un tono frío y burlón—. ¿Verdad
que sí? ¡Confiéselo!
—Nada de eso —replicó vivamente Zamiotof—. No lo creo en absoluto. Y ahora menos que nunca.—¡Ha caído usted, muchacho! ¡Ya le tengo! Usted no ha dejado de creerlo, por poco que sea, puesto que dice que ahora lo cree menos que nunca.
—No, no —exclamó Zamiotof, visiblemente confundido—. Yo no lo he creído nunca. Ha sido usted, confiéselo, el que me ha atemorizado para inculcarme esta idea.
—Entonces, ¿no lo cree usted? ¿Es que no se acuerda de lo que hablaron ustedes cuando salí de la comisaría? Además, ¿por qué el «teniente Pólvora» me interrogó cuando recobré el conocimiento?
Se levantó, cogió su gorra y gritó al camarero:
—¡Eh! ¿Cuánto le debo?
—Treinta kopeks —dijo el muchacho, que acudió a toda prisa.
—Toma. Y veinte de propina. ¡Mire, mire cuánto dinero! —continuó, mostrando a Zamiotof su temblorosa mano, llena de billetes—. Billetes rojos y azules, veinticinco rublos en billetes. ¿De dónde los he sacado? Y estas ropas nuevas, ¿cómo han llegado a mi poder? Usted sabe muy bien que yo no tenía un kopek. Lo sabe porque ha interrogado a la patrona. De esto no me cabe duda. ¿Verdad que la ha interrogado…? En fin, basta de charla… ¡Hasta más ver…! ¡Encantado!
Y salió del establecimiento, presa de una sensación nerviosa y extraña, en la que había cierto placer desesperado. Por otra parte, estaba profundamente abatido y su semblante tenía una expresión sombría. Parecía hallarse bajo los efectos de una crisis reciente. Una fatiga creciente le iba agotando. A veces recobraba de súbito las fuerzas por obra de una violenta excitación, pero las perdía inmediatamente, tan pronto como pasaba la acción de este estimulante ficticio.
Al quedarse solo, Zamiotof no se movió de su asiento. Allí estuvo largo rato, pensativo. Raskolnikof había trastornado inesperadamente todas sus ideas sobre cierto punto y fijado definitivamente su opinión.
«Ilia Petrovitch es un imbécil», se dijo.
Apenas puso los pies en la calle, Raskolnikof se dio de manos a boca con Rasumikhine, que se disponía a entrar en el salón de té. Estaban a un paso de distancia el uno del otro, y aún no se habían visto. Cuando al fin se vieron, se miraron de pies a cabeza. Rasumikhine estaba estupefacto. Pero, de súbito, la ira, una ira ciega, brilló en sus ojos.
—¿Conque estabas aquí? —vociferó—. ¡El hombre ha saltado de la cama y se ha escapado! ¡Y yo buscándote! ¡Hasta debajo del diván, hasta en el granero! He estado a punto de pegarle a Nastasia por culpa tuya… ¡Y miren ustedes de dónde sale…! Rodia, ¿qué quiere decir esto? Di la verdad.—Pues esto quiere decir que estoy harto de todos vosotros, que quiero estar solo —repuso con toda calma Raskolnikof.
—¡Pero si apenas puedes tenerte en pie, tienes los labios blancos como la cal y ni fuerzas te quedan para respirar! ¡Estúpido! ¿Qué haces en el Palacio de Cristal? ¡Dímelo!
—Déjame en paz —dijo Raskolnikof, tratando de pasar por el lado de su amigo.
Esta tentativa enfureció a Rasumikhine, que apresó por un hombro a Raskolnikof.
—¿Que te deje después de lo que has hecho? No sé cómo te atreves a decir una cosa así. ¿Sabes lo que voy a hacer? A cogerte debajo del brazo como un paquete, llevarte a casa y encerrarte.
—Óyeme, Rasumikhine —empezó a decir Raskolnikof en voz baja y con perfecta calma—: ¿es que no te das cuenta de que tu protección me fastidia?
¿Qué interés tienes en sacrificarte por una persona a la que molestan tus sacrificios e incluso se burla de ellos? Dime: ¿por qué viniste a buscarme cuando me puse enfermo? ¡Pero si entonces la muerte habría sido una felicidad para mí! ¿No lo he demostrado ya claramente que tu ayuda es para mí un martirio, que ya estoy harto? No sé qué placer se puede sentir torturando a la gente. Y te aseguro que todo esto perjudica a mi curación, pues estoy continuamente irritado. Hace poco, Zosimof se ha marchado para no mortificarme. ¡Déjame tú también, por el amor de Dios! ¿Con qué derecho pretendes retenerme a la fuerza? ¿No ves que ya he recobrado la razón por completo? Te agradeceré que me digas cómo he de suplicarte, para que me entiendas, que me dejes tranquilo, que no te sacrifiques por mí. ¡Dime que soy un ingrato, un ser vil, pero déjame en paz, déjame, por el amor de Dios!
Había pronunciado las primeras palabras en voz baja, feliz ante la idea del veneno que iba a derramar sobre su amigo, pero acabó por expresarse con una especie de delirante frenesí. Se ahogaba como en su reciente escena con Lujine.
Rasumikhine estuvo un momento pensativo. Después soltó el brazo de su amigo.
—¡Vete al diablo! —dijo con un gesto de preocupación.
Se había colmado su paciencia. Pero, apenas dio un paso Raskolnikof, le llamó, en un arranque repentino.
—¡Espera! ¡Escucha! Quiero decirte que tú y todos los de tu calaña, desde el primero hasta el último, sois unos vanidosos y unos charlatanes. Cuando sufrís una desgracia u os acecha un peligro, lo incubáis como incuba la gallinasus huevos, y ni siquiera en este caso os encontráis a vosotros mismos. No hay un átomo de vida personal, original, en vosotros. Es agua clara, no sangre, lo que corre por vuestras venas. Ninguno de vosotros me inspiráis confianza. Lo primero que os preocupa en todas las circunstancias es no pareceros a ningún otro ser humano.
Raskolnikof se dispuso a girar sobre sus talones. Rasumikhine le gritó, más indignado todavía:
—¡Escúchame hasta el final! Ya sabes que hoy estreno una nueva habitación. Mis invitados deben de estar ya en casa, pero he dejado allí a mi tío para que los atienda. Pues bien, si tú no fueras un imbécil, un verdadero imbécil, un idiota de marca mayor, un simple imitador de gentes extranjeras…
Oye, Rodia; yo reconozco que eres una persona inteligente, pero idiota a pesar de todo…Pues, si no fueses un imbécil, vendrías a pasar la velada en nuestra compañía en vez de gastar las suelas de tus botas yendo por las calles de un lado a otro. Ya que has salido sin deber, sigue fuera de casa…Tendrás un buen sillón; se lo pediré a la patrona…Un té modesto…Compañía agradable…Si lo prefieres, podrás estar echado en el diván: no por eso dejarás de estar con nosotros. Zosimof está invitado. ¿Vendrás?
—No.
—¡No lo creo! —gritó Rasumikhine, impaciente—. Tú no puedes saber que no irás. No puedes responder de tus actos y, además, no entiendes nada…
Yo he renegado de la sociedad mil veces y luego he vuelto a ella a toda prisa…Te sentirás avergonzado de tu conducta y volverás al lado de tus semejantes…Edificio Potchinkof, tercer piso. ¡No lo olvides!
—Si continúas así, un día te dejarás azotar por pura caridad.
—¿Yo? Le cortaré las orejas al que muestre tales intenciones. Edificio Potchinkof, número cuarenta y siete, departamento del funcionario Babuchkhine…
—No iré, Rasumikhine.
Y Raskolnikof dio media vuelta y empezó a alejarse.
—Pues yo creo que sí que vendrás, porque lo conozco… ¡Oye! ¿Está aquí Zamiotof?
—Sí.
—¿Habéis hablado?
—Sí.
—¿De qué…? ¡Bueno, no me lo digas si no quieres! ¡Vete al diablo!
Potchinkof, cuarenta y siete, Babuchkhine. ¡No lo olvides!Raskolnikof llegó a la Sadovaya, dobló la esquina y desapareció.
Rasumikhine le había seguido con la vista. Estaba pensativo. Al fin se encogió de hombros y entró en el establecimiento. Ya en la escalera, se detuvo.
—¡Que se vaya al diablo! —murmuró—. Habla como un hombre cuerdo y, sin embargo…Pero ¡qué imbécil soy! ¿Acaso los locos no suelen hablar como personas sensatas? Esto es lo que me parece que teme Zosimof —y se llevó el dedo a la sien— ¿Y qué ocurrirá si…? No se le puede dejar solo. Es capaz de tirarse al río…He hecho una tontería: no debí dejarlo.
Echó a correr en busca de Raskolnikof. Pero éste había desaparecido sin dejar rastro. Rasumikhine regresó al Palacio de Cristal para interrogar cuanto antes a Zamiotof.
Raskolnikof se había dirigido al puente de ***. Se internó en él, se acodó en el pretil y su mirada se perdió en la lejanía. Estaba tan débil, que le había costado gran trabajo llegar hasta allí. Sentía vivos deseos de sentarse o de tenderse en medio de la calle. Inclinado sobre el pretil, miraba distraído los reflejos sonrosados del sol poniente, las hileras de casas oscurecidas por las sombras crepusculares y a la orilla izquierda del río, el tragaluz de una lejana buhardilla, incendiado por un último rayo de sol. Luego fijó la vista en las aguas negras del canal y quedó absorto, en atenta contemplación. De pronto, una serie de círculos rojos empezaron a danzar ante sus ojos; las casas, los transeúntes, los malecones, empezaron también a danzar y girar. De súbito se estremeció. Una figura insólita, horrible, que acababa de aparecer ante él, le impresionó de tal modo, que no llegó a desvanecerse. Había notado que alguien acababa de detenerse cerca de él, a su derecha. Se volvió y vio una mujer con un pañuelo en la cabeza. Su rostro, amarillento y alargado, aparecía hinchado por la embriaguez. Sus hundidos ojos le miraron fijamente, pero, sin duda, no le vieron, porque no veían nada ni a nadie. De improviso, puso en el pretil el brazo derecho, levantó la pierna del mismo lado, saltó la baranda y se arrojó al canal.
El agua sucia se agitó y cubrió el cuerpo de la suicida, pero sólo momentáneamente, pues en seguida reapareció y empezó a deslizarse al suave impulso de la corriente. Su cabeza y sus piernas estaban sumergidas: únicamente su espalda permanecía a flote, con la blusa hinchada sobre ella como una almohada.
—¡Se ha ahogado! ¡Se ha ahogado! —gritaban de todas partes.
Acudía la gente; las dos orillas se llenaron de espectadores; la multitud de curiosos aumentaba en torno a Raskolnikof y le prensaba contra el pretil.
—¡Señor, pero si es Afrosiniuchka! —dijo una voz quejumbrosa—.¡Señor, sálvala! ¡Hermanos, almas generosas, salvadla!—¡Una barca! ¡Una barca! —gritó otra voz entre la muchedumbre.
Pero no fue necesario. Un agente de la policía bajó corriendo las escaleras que conducían al canal, se quitó el uniforme y las botas y se arrojó al agua. Su tarea no fue difícil. El cuerpo de la mujer, arrastrado por la corriente, había llegado tan cerca de la escalera, que el policía pudo asir sus ropas con la mano derecha y con la izquierda aferrarse a un palo que le tendía un compañero.
Sacaron del canal a la víctima y la depositaron en las gradas de piedra. La mujer volvió muy pronto en sí. Se levantó, lanzó varios estornudos y empezó a escurrir sus ropas, con gesto estúpido y sin pronunciar palabra.
—¡Virgen Santa! —gimoteó la misma voz de antes, esta vez al lado de Afrosiniuchka—. Se ha puesto a beber, a beber…Hace poco intentó ahorcarse, pero la descolgaron a tiempo. Hoy me he ido a hacer mis cosas, encargando a mi hija de vigilarla, y ya ven ustedes lo que ha ocurrido. Es vecina nuestra, ¿saben?, vecina nuestra. Vive aquí mismo, dos casas después de la esquina…
La multitud se fue dispersando. Los agentes siguieron atendiendo a la víctima. Uno de ellos mencionó la comisaría.
Raskolnikof asistía a esta escena con una extraña sensación de indiferencia, de embrutecimiento. Hizo una mueca de desaprobación y empezó a gruñir:
—Esto es repugnante…Arrojarse al agua no vale la pena…No pasará nada…Es tonto ir a la comisaría…Zamiotof no está allí. ¿Por qué…? Las comisarías están abiertas hasta las diez.
Se volvió de espaldas al pretil, se apoyó en él y lanzó una mirada en todas
direcciones.
«¡Bueno, vayamos!», se dijo. Y, dejando el puente, se dirigió a la comisaría. Tenía la sensación de que su corazón estaba vacío, y no quería reflexionar. Ya ni siquiera sentía angustia: un estado de apatía había reemplazado a la exaltación con que había salido de casa resuelto a terminar de una vez.
«Desde luego, esto es una solución —se decía, mientras avanzaba lentamente por la calzada que bordeaba el canal—. Sí, terminaré porque quiero terminar…Pero ¿es esto, realmente, una solución…? El espacio justo para poner los pies… ¡Vaya un final! Además, ¿se puede decir que esto sea un verdadero final…? ¿Debo contarlo todo o no…? ¡Demonio, qué rendido estoy! ¡Si pudiese sentarme o echarme aquí mismo…! Pero ¡qué vergüenza hacer una cosa así! ¡Se le ocurre a uno cada estupidez…!»
Para dirigirse a la comisaría tenía que avanzar derechamente y doblar a la izquierda por la segunda travesía. Inmediatamente encontraría lo que buscaba.Pero, al llegar a la primera esquina, se detuvo, reflexionó un momento y se internó en la callejuela. Luego recorrió dos calles más, sin rumbo fijo, con el deseo inconsciente de ganar unos minutos. Iba con la mirada fija en el suelo.
De súbito experimentó la misma sensación que si alguien le hubiera murmurado unas palabras al oído. Levantó la cabeza y advirtió que estaba a la puerta de «aquella» casa, la casa a la que no había vuelto desde «aquella» tarde.
Un deseo enigmático e irresistible se apoderó de él. Raskolnikof cruzó la entrada y se creyó obligado a subir al cuarto piso del primer cuerpo de edificio, situado a la derecha. La escalera era estrecha, empinada y oscura.
Raskolnikof se detenía en todos los rellanos y miraba con curiosidad a su alrededor. Al llegar al primero, vio que en la ventana faltaba un cristal.
«Entonces estaba», se dijo. Y poco después: «Éste es el departamento del segundo donde trabajaban Nikolachka y Mitri. Ahora está cerrado y la puerta pintada. Sin duda ya está habitado.» Luego el tercer piso, y en seguida el cuarto… «¡Éste es!» Raskolnikof tuvo un gesto de estupor: la puerta del piso estaba abierta y en el interior había gente, pues se oían voces. Esto era lo que menos esperaba. El joven vaciló un momento; después subió los últimos escalones y entró en el piso.
Lo estaban remozando, como habían hecho con el segundo. En él había dos empapeladores trabajando, cosa que le sorprendió sobremanera. No podría explicar el motivo, pero se había imaginado que encontraría el piso como lo dejó aquella tarde. Incluso esperaba, aunque de un modo impreciso, encontrar los cadáveres en el entarimado. Pero, en vez de esto, veía paredes desnudas, habitaciones vacías y sin muebles…Cruzó la habitación y se sentó en la ventana.
Los dos obreros eran jóvenes, pero uno mayor que el otro. Estaban pegando en las paredes papeles nuevos, blancos y con florecillas de color malva, para sustituir al empapelado anterior, sucio, amarillento y lleno de desgarrones. Esto desagradó profundamente a Raskolnikof. Miraba los nuevos papeles con gesto hostil: era evidente que aquellos cambios le contrariaban. Al parecer, los empapeladores se habían retrasado. De aquí que se apresurasen a enrollar los restos del papel para volver a sus casas. Sin prestar apenas atención a la entrada de Raskolnikof, siguieron conversando. Él se cruzó de brazos y se dispuso a escucharlos.
El de más edad estaba diciendo:
—Vino a mi casa al amanecer, cuando estaba clareando, ¿comprendes?, y llevaba el vestido de los domingos. «¿A qué vienen esas miradas tiernas?», le pregunté. Y ella me contestó: «Quiero estar sometida a tu voluntad desde este momento, Tite Ivanovitch…» Ya ves. Y, como te digo, iba la mar deemperifollada: parecía un grabado de revista de modas.
—¿Y qué es una revista de modas? —preguntó el más joven, con el deseo de que su compañero le instruyera.
—Pues una revista de modas, hijito, es una serie de figuras pintadas. Todas las semanas las reciben del extranjero nuestros sastres. Vienen por correo y sirven para saber cómo hay que vestir a las personas, tanto a las del sexo masculino como a las del sexo femenino. El caso es que son dibujos, ¿entiendes?
—¡Dios mío, qué cosas se ven en este Piter! —exclamó el joven, entusiasmado—. Excepto a Dios, aquí se encuentra todo.
—Todo, excepto eso, amigo —terminó el mayor con acento sentencioso.
Raskolnikof se levantó y pasó a la habitación contigua, aquella en donde había estado el arca, la cama y la cómoda. Sin muebles le pareció ridículamente pequeña. El papel de las paredes era el mismo. En un rincón se veía el lugar ocupado anteriormente por las imágenes santas. Después de echar una ojeada por toda la pieza, volvió a la ventana. El obrero de más edad se quedó mirándole.
—¿Qué desea usted? —le preguntó de pronto.
En vez de contestarle, Raskolnikof se levantó, pasó al vestíbulo y empezó a tirar del cordón de la campanilla. Era la misma; la reconoció por su sonido de hojalata. Tiró del cordón otra vez, y otra, aguzó el oído mientras trataba de recordar. La atroz impresión recibida el día del crimen volvió a él con intensidad creciente. Se estremecía cada vez que tiraba del cordón, y hallaba en ello un placer cuya violencia iba en aumento.
—Pero ¿qué quiere usted? ¿Y quién es? —le preguntó el empapelador de más edad, yendo hacia él.
Raskolnikof volvió a la habitación.
—Quiero alquilar este departamento —repuso—, y es natural que desee verlo.
—De noche no se miran los pisos. Además, ha de subir acompañado del portero.
—Veo que han lavado el suelo. ¿Van a pintarlo? ¿Queda alguna mancha de sangre?
—¿De qué sangre?
—Aquí mataron a la vieja y a su hermana. Allí había un charco de sangre.
—Pero ¿quién es usted? —exclamó, ya inquieto, el empapelador.—¿Yo?
—Sí.
—¿Quieres saberlo? Ven conmigo a la comisaría. Allí lo diré.
Los dos trabajadores se miraron con expresión interrogante.
—Ya es hora de que nos vayamos —dijo el mayor—. Incluso nos hemos retrasado. Vámonos, Aliochka. Tenemos que cerrar.
—Entonces, vamos —dijo Raskolnikof con un gesto de indiferencia.
Fue el primero en salir. Después empezó a bajar lentamente la escalera.
—¡Hola, portero! —exclamó cuando llegó a la entrada.
En la puerta había varias personas mirando a la gente que pasaba: los dos porteros, una mujer, un burgués en bata y otros individuos. Raskolnikof se fue derecho a ellos.
—¿Qué desea? —le preguntó uno de los porteros.
—¿Has estado en la comisaría?
—De allí vengo. ¿Qué desea usted?
—¿Están todavía los empleados?
—Sí.
—¿Está el ayudante del comisario?
—Hace un momento estaba. Pero ¿qué desea?
Raskolnikof no contestó; quedó pensativo.
—Ha venido a ver el piso —dijo el empapelador de más edad.
—¿Qué piso?
—El que nosotros estamos empapelando. Ha dicho que por qué han lavado la sangre, que allí se ha cometido un crimen y que él ha venido para alquilar una habitación. Casi rompe el cordón de la campanilla a fuerza de tirones.
Después ha dicho: «Vamos a la comisaría; allí lo contaré todo.» Y ha bajado
con nosotros.
El portero miró atentamente a Raskolnikof. En sus ojos había una mezcla
de curiosidad y recelo.
—Bueno, pero ¿quién es usted?
—Soy Rodion Romanovitch Raskolnikof, ex estudiante, y vivo en la calle vecina, edificio Schill, departamento catorce. Pregunta al portero: me conoce.Raskolnikof hablaba con indiferencia y estaba pensativo. Miraba obstinadamente la oscura calle, y ni una sola vez dirigió la vista a su
interlocutor.
—Diga: ¿para qué ha subido al piso?
—Quería verlo.
—Pero si en él no hay nada que ver…
—Lo más prudente sería llevarlo a la comisaría —dijo de pronto el
burgués.
Raskolnikof le miró por encima del hombro, lo observó atentamente y dijo, sin perder la calma ni salir de su indiferencia:
—Vamos.
—Sí, hay que llevarlo —insistió el burgués con vehemencia—. ¿A qué ha ido allá arriba? No cabe duda de que tiene algún peso en la conciencia.
—A lo mejor dice esas cosas porque está bebido —dijo el empapelador en voz baja.
—Pero ¿qué quiere usted? —exclamó de nuevo el portero, que empezaba a enfadarse de verdad—. ¿Con qué derecho viene usted a molestarnos?
—¿Es que tienes miedo de ir a la comisaría? —le preguntó Raskolnikof en son de burla.
—Es un vagabundo —opinó la mujer.
—¿Para qué discutir? —dijo el otro portero, un corpulento mujik que llevaba la blusa desabrochada y un manojo de llaves pendiente de la cintura—.¡Hala, fuera de aquí…! Desde luego, es un vagabundo… ¿Has oído? ¡Largo!
Y cogiendo a Raskolnikof por un hombro, lo echó a la calle.
Raskolnikof se tambaleó, pero no llegó a caer. Cuando hubo recobrado el equilibrio, los miró a todos en silencio y continuó su camino.
—Es un bribón —dijo el empapelador.
—Hoy cualquiera se puede convertir en un bribón —dijo la mujer.
—Aunque no sea nada más que un granuja, debimos llevarlo a la comisaría.
—Lo mejor es no mezclarse en estas cosas —opinó el corpulento mujik—.Desde luego, es un granuja. Estos tipos le enredan a uno de modo que luego
no sabe cómo salir.
«¿Voy o no voy?», se preguntó Raskolnikof deteniéndose en medio de unacallejuela y mirando a un lado y a otro, como si esperase un consejo.
Pero ninguna voz turbó el profundo silencio que le rodeaba. La ciudad parecía tan muerta como las piedras que pisaba, pero muerta solamente para él, solamente para él…
De súbito, distinguió a lo lejos, a unos doscientos metros aproximadamente, al final de una calle, un grupo de gente que vociferaba. En medio de la multitud había un coche del que partía una luz mortecina.
«¿Qué será?»
Dobló a la derecha y se dirigió al grupo. Se aferraba al menor incidente que pudiera retrasar la ejecución de su propósito, y, al darse cuenta de ello, sonrió. Su decisión era irrevocable: transcurridos unos momentos, todo aquello habría terminado para él.
En medio de la calle había una elegante calesa con un tronco de dos vivos caballos grises de pura sangre. El carruaje estaba vacío. Incluso el cochero había dejado el pescante y estaba en pie junto al coche, sujetando a los caballos por el freno. Una nutrida multitud se apiñaba alrededor del vehículo, contenida por agentes de la policía. Uno de éstos tenía en la mano una linterna encendida y dirigía la luz hacia abajo para iluminar algo que había en el suelo, ante las ruedas. Todos hablaban a la vez. Se oían suspiros y fuertes voces. El cochero, aturdido, no cesaba de repetir:
—¡Qué desgracia, Señor, qué desgracia!
Raskolnikof se abrió paso entre la gente, y entonces pudo ver lo que provocaba tanto alboroto y curiosidad. En la calzada yacía un hombre ensangrentado y sin conocimiento. Acababa de ser arrollado por los caballos.
Aunque iba miserablemente vestido, llevaba ropas de burgués. La sangre fluía de su cabeza y de su rostro, que estaba hinchado y lleno de morados y heridas.
Evidentemente, el accidente era grave.
—¡Señor! —se lamentaba el cochero—. ¡Bien sabe Dios que no he podido evitarlo! Si hubiese ido demasiado de prisa…, si no hubiese gritado…Pero iba poco a poco, a una marcha regular: todo el mundo lo ha visto. Y es que un hombre borracho no ve nada: esto lo sabemos todos. Lo veo cruzar la calle vacilando. Parece que va a caer. Le grito una vez, dos veces, tres veces.
Después retengo los caballos, y él viene a caer precisamente bajo las herraduras. ¿Lo ha hecho expresamente o estaba borracho de verdad? Loscaballos son jóvenes, espantadizos, y han echado a correr. Él ha empezado a gritar, y ellos se han lanzado a una carrera aún más desenfrenada. Así ha ocurrido la desgracia.
—Es verdad que el cochero ha gritado más de una vez y muy fuerte —dijo una voz.
—Tres veces exactamente —dijo otro—. Todo el mundo le ha oído.
Por otra parte, el cochero no parecía muy preocupado por las consecuencias del accidente. El elegante coche pertenecía sin duda a un señor importante y rico que debía de estar esperándolo en alguna parte. Esta circunstancia había provocado la solicitud de los agentes. Era preciso conducir al herido al hospital, pero nadie sabía su nombre.
Raskolnikof consiguió situarse en primer término. Se inclinó hacia delante y su rostro se iluminó súbitamente: había reconocido a la víctima.
—¡Yo lo conozco! ¡Yo lo conozco! —exclamó, abriéndose paso a codazos entre los que estaban delante de él—. Es un antiguo funcionario: el consejero titular Marmeladof. Vive cerca de aquí, en el edificio Kozel. ¡Llamen en seguida a un médico! Yo lo pago. ¡Miren!
Sacó dinero del bolsillo y lo mostró a un agente. Era presa de una agitación extraordinaria.
Los agentes se alegraron de conocer la identidad de la víctima.
Raskolnikof dio su nombre y su dirección e insistió con vehemencia en que transportaran al herido a su domicilio. No habría mostrado más interés si el atropellado hubiera sido su padre.
—El edificio Kozel —dijo— está aquí mismo, tres casas más abajo. Kozel es un acaudalado alemán. Sin duda estaba bebido y trataba de llegar a su casa.
Es un alcohólico…Tiene familia: mujer, hijos…Llevarlo al hospital sería una complicación. En el edificio Kozel debe de haber algún médico. ¡Yo lo pagaré!
¡Yo lo pagaré! En su casa le cuidarán. Si le llevan al hospital, morirá por el camino.
Incluso deslizó con disimulo unas monedas en la mano de uno de los agentes. Por otra parte, lo que él pedía era muy explicable y completamente legal. Había que proceder rápidamente. Se levantó al herido y almas caritativas se ofrecieron para transportarlo. El edificio Kozel estaba a unos treinta pasos del lugar donde se había producido el accidente. Raskolnikof cerraba la marcha e indicaba el camino, mientras sostenía la cabeza del herido con grandes precauciones.
—¡Por aquí! ¡Por aquí! Hay que llevar mucho cuidado cuando subamos la escalera. Hemos de procurar que su cabeza se mantenga siempre alta. Viren unpoco… ¡Eso es…! ¡Yo pagaré…! No soy un ingrato…
En esos momentos, Catalina Ivanovna se entregaba a su costumbre, como siempre que disponía de un momento libre, de ir y venir por su reducida habitación, con los brazos cruzados sobre el pecho, tosiendo y hablando en voz alta.
Desde hacía algún tiempo, le gustaba cada vez más hablar con su hija mayor, Polenka, niña de diez años que, aunque incapaz de comprender muchas cosas, se daba perfecta cuenta de que su madre tenía gran necesidad de expansionarse. Por eso fijaba en ella sus grandes e inteligentes ojos y se esforzaba por aparentar que todo lo comprendía. En aquel momento, la niña se dedicaba a desnudar a su hermanito, que había estado malucho todo el día, para acostarlo. El niño estaba sentado en una silla, muy serio, esperando que le quitaran la camisa para lavarla durante la noche. Silencioso e inmóvil, había juntado y estirado sus piernecitas y, con los pies levantados, exhibiendo los talones, escuchaba lo que decían su madre y su hermana. Tenía los labios proyectados hacia fuera y los ojos muy abiertos. Su gesto de atención e inmovilidad era el propio de un niño bueno cuando se le está desnudando para acostarlo. Una niña menor que él, vestida con auténticos andrajos, esperaba su turno de pie junto al biombo. La puerta que daba a la escalera estaba abierta para dejar salir el humo de tabaco que llegaba de las habitaciones vecinas y que a cada momento provocaba en la pobre tísica largos y penosos accesos de tos. Catalina Ivanovna parecía haber adelgazado sólo en unos días, y las siniestras manchas rojas de sus mejillas parecían arder con un fuego más vivo.
—Tal vez no me creas, Polenka —decía mientras medía con sus pasos la habitación—, pero no puedes imaginarte la atmósfera de lujo y magnificencia que había en casa de mis padres y hasta qué extremo este borracho me ha hundido en la miseria. También a vosotros os perderá. Mi padre tenía en el servicio civil un grado que correspondía al de coronel. Era ya casi gobernador; sólo tenía que dar un paso para llegar a serlo, y todo el mundo le decía:
«Nosotros le consideramos ya como nuestro gobernador, Iván Mikhailovitch.»
Cuando…—empezó a toser—. ¡Maldita sea! —exclamó después de escupir y llevándose al pecho las crispadas manos—. Pues cuando…Bueno, en el último baile ofrecido por el mariscal de la nobleza, la princesa Bezemelny, al verme… (ella fue la que me bendijo más tarde, en mi matrimonio con tu papá, Polia), pues bien, la princesa preguntó: «¿No es ésa la encantadora muchacha que bailó la danza del chal en la fiesta de clausura del Instituto…?» Hay que coser esta tela, Polenka. Mira qué boquete. Debiste coger la aguja y zurcirlo como yo te he enseñado, pues si se deja para mañana…—de nuevo tosió—, mañana…—volvió a toser—, ¡mañana el agujero será mayor! —gritó, a punto de ahogarse—. El paje, el príncipe Chtchegolskoi, acababa de llegar de Petersburgo…Había bailado la mazurca conmigo y estaba dispuesto a pedir mimano al día siguiente. Pero yo, después de darle las gracias en términos expresivos, le dije que mi corazón pertenecía desde hacía tiempo a otro. Este otro era tu padre, Polia. El mío estaba furioso… ¿Ya está? Dame esa camisa.
¿Y las medias…? Lida —dijo dirigiéndose a la niña más pequeña—, esta noche dormirás sin camisa…Pon con ella las medias: lo lavaremos todo a la vez… ¡Y ese desharrapado, ese borracho, sin llegar! Su camisa está sucia y destrozada…Preferiría lavarlo todo junto, para no fatigarme dos noches seguidas… ¡Señor! ¿Más todavía? —exclamó, volviendo a toser y viendo que el vestíbulo estaba lleno de gente y que varias personas entraban en la habitación, transportando una especie de fardo—. ¿Qué es eso, Señor? ¿Qué traen ahí?
—¿Dónde lo ponemos? —preguntó el agente, dirigiendo una mirada en torno de él, cuando introdujeron en la pieza a Marmeladof, ensangrentado e inanimado.
—En el diván; ponedlo en el diván —dijo Raskolnikof—. Aquí. La cabeza a este lado.
—¡Él ha tenido la culpa! ¡Estaba borracho! —gritó una voz entre la multitud.
Catalina Ivanovna estaba pálida como una muerta y respiraba con dificultad. La diminuta Lidotchka lanzó un grito, se arrojó en brazos de Polenka y se apretó contra ella con un temblor convulsivo.
Después de haber acostado a Marmeladof, Raskolnikof corrió hacia Catalina Ivanovna.
—¡Por el amor de Dios, cálmese! —dijo con vehemencia—. ¡No se asuste!
Atravesaba la calle y un coche le ha atropellado. No se inquiete; pronto volverá en sí. Lo han traído aquí porque lo he dicho yo. Yo estuve ya una vez en esta casa, ¿recuerda? ¡Volverá en sí! ¡Yo lo pagaré todo!
—¡Esto tenía que pasar! —exclamó Catalina Ivanovna, desesperada y abalanzándose sobre su marido.
Raskolnikof se dio cuenta en seguida de que aquella mujer no era de las que se desmayan por cualquier cosa. En un abrir y cerrar de ojos apareció una almohada debajo de la cabeza de la víctima, detalle en el que nadie había pensado. Catalina Ivanovna empezó a quitar ropa a su marido y a examinar las heridas. Sus manos se movían presurosas, pero conservaba la serenidad y se había olvidado de sí misma. Se mordía los trémulos labios para contener los gritos que pugnaban por salir de su boca.
Entre tanto, Raskolnikof envió en busca de un médico. Le habían dicho que vivía uno en la casa de al lado.—He enviado a buscar un médico —dijo a Catalina Ivanovna—. No se inquiete usted; yo lo pago. ¿No tiene agua? Deme también una servilleta, una toalla, cualquier cosa, pero pronto. Nosotros no podemos juzgar hasta qué extremo son graves las heridas…Está herido, pero no muerto; se lo aseguro…
Ya veremos qué dice el doctor.
Catalina Ivanovna corrió hacia la ventana. Allí había una silla desvencijada y, sobre ella, una cubeta de barro llena de agua. La había preparado para lavar por la noche la ropa interior de su marido y de sus hijos. Este trabajo nocturno lo hacía Catalina Ivanovna dos veces por semana cuando menos, e incluso con más frecuencia, pues la familia había llegado a tal grado de miseria, que ninguno de sus miembros tenía más de una muda. Y es que Catalina Ivanovna no podía sufrir la suciedad y, antes que verla en su casa, prefería trabajar hasta más allá del límite de sus fuerzas. Lavaba mientras todo el mundo dormía. Así podía tender la ropa y entregarla seca y limpia a la mañana siguiente a su esposo y a sus hijos.
Levantó la cubeta para llevársela a Raskolnikof, pero las fuerzas le fallaron y poco faltó para que cayera. Entre tanto, Raskolnikof había encontrado un trapo y, después de sumergirlo en el agua de la cubeta, lavó la ensangrentada cara de Marmeladof. Catalina Ivanovna permanecía de pie a su lado, respirando con dificultad. Se oprimía el pecho con las crispadas manos.
También ella tenía gran necesidad de cuidarse. Raskolnikof empezaba a decirse que tal vez había sido un error llevar al herido a su casa.
—Polia —exclamó Catalina Ivanovna—, corre a casa de Sonia y dile que a su padre le ha atropellado un coche y que venga en seguida. Si no estuviese en casa, dejas el recado a los Kapernaumof para que se lo den tan pronto como llegue. Anda, ve. Toma; ponte este pañuelo en la cabeza.
Entre tanto, la habitación se había ido llenando de curiosos de tal modo, que ya no cabía en ella ni un alfiler. Los agentes se habían marchado. Sólo había quedado uno que trataba de hacer retroceder al público hasta el rellano de la escalera. Pero, al mismo tiempo, los inquilinos de la señora Lipevechsel habían dejado sus habitaciones para aglomerarse en el umbral de la puerta interior y, al fin, irrumpieron en masa en la habitación del herido.
Catalina Ivanovna se enfureció.
—¿Es que ni siquiera podéis dejar morir en paz a una persona? —gritó a la muchedumbre de curiosos—. Esto es para vosotros un espectáculo, ¿verdad?
¡Y venís con el cigarrillo en la boca! —exclamó mientras empezaba a toser—.Sólo os falta haber venido con el sombrero puesto… ¡Allí veo uno que lo lleva! ¡Respetad la muerte! ¡Es lo menos que podéis hacer!
La tos ahogó sus palabras, pero lo que ya había dicho produjo su efecto.Por lo visto, los habitantes de la casa la temían. Los vecinos se marcharon uno tras otro con ese extraño sentimiento de íntima satisfacción que ni siquiera el hombre más compasivo puede menos de experimentar ante la desgracia ajena, incluso cuando la víctima es un amigo estimado.
Una vez habían salido todos, se oyó decir a uno de ellos, tras la puerta ya cerrada, que para estos casos estaban los hospitales y que no había derecho a turbar la tranquilidad de una casa.
—¡Pretender que no hay derecho a morir! —exclamó Catalina Ivanovna.
Y corrió hacia la puerta con ánimo de fulminar con su cólera a sus convecinos. Pero en el umbral se dio de manos a boca con la dueña de la casa en persona, la señora Lipevechsel, que acababa de enterarse de la desgracia y acudía para restablecer el orden en el departamento. Esta señora era una alemana que siempre andaba con enredos y chismes.
—¡Ah, Señor! ¡Dios mío! —exclamó golpeando sus manos una contra otra
—. Su marido borracho. Atropellamiento por caballo. Al hospital, al hospital.
Lo digo yo, la propietaria.
—¡Óigame, Amalia Ludwigovna! Debe usted pensar las cosas antes de decirlas —comenzó Catalina Ivanovna con altivez (le hablaba siempre en este tono, con objeto de que aquella mujer no olvidara en ningún momento su elevada condición, y ni siquiera ahora pudo privarse de semejante placer)—.Sí, Amalia Ludwigovna…
—Ya le he dicho más de una vez que no me llamo Amalia Ludwigovna. Yo soy Amal Iván.
—Usted no es Amal Iván, sino Amalia Ludwigovna, y como yo no formo parte de su corte de viles aduladores, tales como el señor Lebeziatnikof, que en este momento se está riendo detrás de la puerta —se oyó, en efecto, una risita socarrona detrás de la puerta y una voz que decía: «Se van a agarrar de las greñas»—, la seguiré llamando Amalia Ludwigovna. Por otra parte, a decir verdad, no sé por qué razón le molesta que le den este nombre. Ya ve usted lo que le ha sucedido a Simón Zaharevitch. Está muriéndose. Le ruego que cierre esa puerta y no deje entrar a nadie. Que le permitan tan sólo morir en paz. De lo contrario, yo le aseguro que mañana mismo el gobernador general estará informado de su conducta. El príncipe me conoce desde casi mi infancia y se acuerda perfectamente de Simón Zaharevitch, al que ha hecho muchos favores. Todo el mundo sabe que Simón Zaharevitch ha tenido numerosos amigos y protectores. Él mismo, consciente de su debilidad y cediendo a un sentimiento de noble orgullo, se ha apartado de sus amistades. Sin embargo, hemos encontrado apoyo en este magnánimo joven —señalaba a Raskolnikof —, que posee fortuna y excelentes relaciones y al que Simón Zaharevitchconocía desde su infancia. Y le aseguro a usted, Amalia Ludwigovna…
Todo esto fue dicho con precipitación creciente, pero un acceso de tos puso de pronto fin a la elocuencia de Catalina Ivanovna. En este momento, el moribundo recobró el conocimiento y lanzó un gemido. Su esposa corrió hacia él. Marmeladof había abierto los ojos y miraba con expresión inconsciente a Raskolnikof, que estaba inclinado sobre él. Su respiración era lenta y penosa; la sangre teñía las comisuras de sus labios, y su frente estaba cubierta de sudor.
No reconoció al joven; sus ojos empezaron a errar febrilmente por toda la estancia. Catalina Ivanovna le dirigió una mirada triste y severa, y las lágrimas fluyeron de sus ojos.
—¡Señor, tiene el pecho hundido! ¡Cuánta sangre! ¡Cuánta sangre! — exclamó en un tono de desesperación—. Hay que quitarle las ropas. Vuélvete un poco, Simón Zaharevitch, si te es posible.
Marmeladof la reconoció.
—Un sacerdote —pidió con voz ronca.
Catalina Ivanovna se fue hacia la ventana, apoyó la frente en el cristal y exclamó, desesperada:
—¡Ah, vida tres veces maldita!
—Un sacerdote —repitió el moribundo, tras una breve pausa.
—¡Silencio! —le dijo Catalina Ivanovna.
Él, obediente, se calló. Sus ojos buscaron a su mujer con una expresión tímida y ansiosa. Ella había vuelto junto a él y estaba a su cabecera. El herido se calmó, pero sólo momentáneamente. Pronto sus ojos se fijaron en la pequeña Lidotchka, su preferida, que temblaba convulsivamente en un rincón y le miraba sin pestañear, con una expresión de asombro en sus grandes ojos.
Marmeladof emitió unos sonidos imperceptibles mientras señalaba a la niña, visiblemente inquieto. Era evidente que quería decir algo.
—¿Qué quieres? —le preguntó Catalina Ivanovna.
—Va descalza, va descalza —murmuró el herido, fijando su mirada casi inconsciente en los desnudos piececitos de la niña.
—¡Calla! —gritó Catalina Ivanovna, irritada—. Bien sabes por qué va descalza.
—¡Bendito sea Dios! ¡Aquí está el médico! —exclamó Raskolnikof alegremente.
Entró el doctor, un viejecito alemán, pulcramente vestido, que dirigió en torno de él una mirada de desconfianza. Se acercó al herido, le tomó el pulso,examinó atentamente su cabeza y después, con ayuda de Catalina Ivanovna, le desabrochó la camisa, empapada en sangre. Al descubrir su pecho, pudo verse que estaba todo magullado y lleno de heridas. A la derecha tenía varias costillas rotas; a la izquierda, en el lugar del corazón, se veía una extensa mancha de color amarillo negruzco y aspecto horrible. Esta mancha era la huella de una violenta patada del caballo. El semblante del médico se ensombreció. El agente de policía le había explicado ya que aquel hombre había quedado prendido a la rueda de un coche y que el vehículo le había llevado a rastras unos treinta pasos.
—Es inexplicable —dijo el médico en voz baja a Raskolnikof— que no haya quedado muerto en el acto.
—En definitiva, ¿cuál es su opinión?
—Morirá dentro de unos instantes.
—Entonces, ¿no hay esperanza?
—Ni la más mínima…Está a punto de lanzar su último suspiro…Tiene en la cabeza una herida gravísima…Se podría intentar una sangría, pero, ¿para qué, si no ha de servir de nada? Dentro de cinco o seis minutos como máximo,
habrá muerto.
—Le ruego que pruebe a sangrarlo.
—Lo haré, pero ya le he dicho que no producirá ningún efecto, absolutamente ninguno.
En esto se oyó un nuevo ruido de pasos. La multitud que llenaba el vestíbulo se apartó y apareció un sacerdote de cabellos blancos. Venía a dar la extremaunción al moribundo. Le seguía un agente de la policía. El doctor le cedió su puesto, después de haber cambiado con él una mirada significativa.
Raskolnikof rogó al médico que no se marchara todavía. El doctor accedió, encogiéndose de hombros.
Se apartaron todos del herido. La confesión fue breve. El moribundo no podía comprender nada. Lo único que podía hacer era emitir confusos e inarticulados sonidos.
Catalina Ivanovna se llevó a Lidotchka y al niño a un rincón —el de la estufa— y allí se arrodilló con ellos. La niña no hacía más que temblar. El pequeñuelo, descansando con la mayor tranquilidad sobre sus desnudas rodillitas, levantaba su diminuta mano y hacía grandes signos de la cruz y profundas reverencias. Catalina Ivanovna se mordía los labios y contenía las lágrimas. Ella también rezaba y entre tanto, arreglaba de vez en cuando la camisa de su hijito. Luego echó sobre los desnudos hombros de la niña un pañuelo que sacó de la cómoda sin moverse de donde estaba.Los curiosos habían abierto de nuevo las puertas de comunicación. En el vestíbulo se hacinaba una multitud cada vez más compacta de espectadores.
Todos los habitantes de la casa estaban allí reunidos, pero ninguno pasaba del umbral. La escena no recibía más luz que la de un cabo de vela.
En este momento, Polenka, la niña que había ido en busca de su hermana, se abrió paso entre la multitud. Entró en la habitación, jadeando a causa de su carrera, se quitó el pañuelo de la cabeza, buscó a su madre con la vista, se acercó a ella y le dijo:
—Ya viene. La he encontrado en la calle.
Su madre la hizo arrodillar a su lado.
En esto, una muchacha se deslizó tímidamente y sin ruido a través de la muchedumbre. Su aparición en la estancia, entre la miseria, los harapos, la muerte y la desesperación, ofreció un extraño contraste. Iba vestida pobremente, pero en su barata vestimenta había ese algo de elegancia chillona propio de cierta clase de mujeres y que revela a primera vista su condición.
Sonia se detuvo en el umbral y, con los ojos desorbitados, empezó a pasear su mirada por la habitación. Su semblante tenía la expresión de la persona que no se da cuenta de nada. No pensaba en que su vestido de seda, procedente de una casa de compraventa, estaba fuera de lugar en aquella habitación, con su cola desmesurada, su enorme miriñaque, que ocupaba toda la anchura de la puerta, y sus llamativos colores. No pensaba en sus botines, de un tono claro, ni en su sombrilla, que había cogido a pesar de que en la oscuridad de la noche no tenía utilidad alguna, ni en su ridículo sombrero de paja, adornado con una pluma de un rojo vivo. Bajo este sombrero, ladinamente inclinado, se percibía una carita pálida, enfermiza, asustada, con la boca entreabierta y los ojos inmovilizados por el terror.
Sonia tenía dieciocho años. Era menuda, delgada, rubia y muy bonita; sus azules ojos eran maravillosos. Miraba fijamente el lecho del herido y al sacerdote, sin alientos, como su hermanita, a causa de la carrera. Al fin algunas palabras murmuradas por los curiosos debieron de sacarla de su estupor. Entonces bajó los ojos, cruzó el umbral y se detuvo cerca de la puerta.
El moribundo acababa de recibir la extremaunción. Catalina Ivanovna se acercó al lecho de su esposo. El sacerdote se apartó y antes de retirarse se creyó en el deber de dirigir unas palabras de consuelo a Catalina Ivanovna.
—¿Qué será de estas criaturas? —le interrumpió ella, con un gesto de desesperación, mostrándole a sus hijos.
—Dios es misericordioso. Confíe usted en la ayuda del Altísimo.
—¡Sí, sí! Misericordioso, pero no para nosotros.—Es un pecado hablar así, señora, un gran pecado —dijo el pope sacudiendo la cabeza.
—¿Y esto no es un pecado? —exclamó Catalina Ivanovna, señalando al agonizante.
—Acaso los que involuntariamente han causado su muerte ofrezcan a usted una indemnización, para reparar, cuando menos, los perjuicios materiales que le han ocasionado al privarla de su sostén.
—¡No me comprende usted! —exclamó Catalina Ivanovna con una mezcla de irritación y desaliento—. ¿Por qué me han de indemnizar? Ha sido él el que, en su inconsciencia de borracho, se ha arrojado bajo las patas de los caballos. Por otra parte, ¿de qué sostén habla usted? Él no era un sostén para nosotros, sino una tortura. Se lo bebía todo. Se llevaba el dinero de la casa para malgastarlo en la taberna. Se bebía nuestra sangre. Su muerte ha sido para nosotros una ventura, una economía.
—Hay que perdonar al que muere. Esos sentimientos son un pecado, señora, un gran pecado.
Mientras hablaba con el pope, Catalina Ivanovna no cesaba de atender a su marido. Le enjugaba el sudor y la sangre que manaban de su cabeza, le arreglaba las almohadas, le daba de beber, todo ello sin dirigir ni una mirada a su interlocutor. La última frase del sacerdote la llenó de ira.
—Padre, eso son palabras y nada más que palabras… ¡Perdonar…! Si no le hubiesen atropellado, esta noche habría vuelto borracho, llevando sobre su cuerpo la única camisa que tiene, esa camisa vieja y sucia, y se habría echado en la cama bonitamente para roncar, mientras yo habría tenido que estar trajinando toda la noche. Habría tenido que lavar sus harapos y los de los niños; después, ponerlos a secar en la ventana, y, finalmente, apenas apuntara el día, los habría tenido que remendar. ¡Así habría pasado yo la noche! No, no quiero oír hablar de perdón…Además, ya le he perdonado.
Un violento ataque de tos le impidió continuar. Escupió en su pañuelo y se lo mostró al sacerdote con una mano mientras con la otra se apretaba el pecho convulsivamente. El pañuelo estaba manchado de sangre.
El sacerdote bajó la cabeza y nada dijo.
Marmeladof agonizaba. No apartaba los ojos de Catalina Ivanovna, que se había inclinado nuevamente sobre él. El moribundo quería decir algo a su esposa y movía la lengua, pero de su boca no salían sino sonidos inarticulados.
Catalina Ivanovna, comprendiendo que quería pedirle perdón, le gritó con acento imperioso:
—¡Calla! No hace falta que digas nada. Ya sé lo que quieres decirme.El agonizante renunció a hablar, pero en este momento su errante mirada se dirigió a la puerta y descubrió a Sonia. Marmeladof no había advertido aún su presencia, pues la joven estaba arrodillada en un rincón oscuro.
—¿Quién es? ¿Quién es? —preguntó ansiosamente, con voz ahogada y ronca, indicando con los ojos, que expresaban una especie de horror, la puerta donde se hallaba su hija. Al mismo tiempo intentó incorporarse.
—¡Quieto! ¡Quieto! —exclamó Catalina Ivanovna.
Pero él, con un esfuerzo sobrehumano, consiguió incorporarse y permanecer unos momentos apoyado sobre sus manos. Entonces observó a su hija con amarga expresión, fijos y muy abiertos los ojos. Parecía no reconocerla. Jamás la había visto vestida de aquel modo. Allí estaba Sonia, insignificante, desesperada, avergonzada bajo sus oropeles, esperando humildemente que le llegara el turno de decir adiós a su padre. De súbito, el rostro de Marmeladof expresó un dolor infinito.
—¡Sonia, hija mía, perdóname! —exclamó.
Y al intentar tender sus brazos hacia ella, perdió su punto de apoyo y cayó pesadamente del diván, quedando con la faz contra el suelo. Todos se apresuraron a recogerlo y a depositarlo nuevamente en el diván. Pero aquello era ya el fin. Sonia lanzó un débil grito, abrazó a su padre y quedó como petrificada, con el cuerpo inanimado entre sus brazos. Así murió Marmeladof.
—¡Tenía que suceder! —exclamó Catalina Ivanovna mirando al cadáver de su marido—. ¿Qué haré ahora? ¿Cómo te enterraré? ¿Y cómo daré de comer mañana a mis hijos?
Raskolnikof se acercó a ella.
—Catalina Ivanovna —le dijo—, la semana pasada, su difunto esposo me contó la historia de su vida y todos los detalles de su situación. Le aseguro que hablaba de usted con la veneración más entusiasta. Desde aquella noche en que vi cómo les quería a todos ustedes, a pesar de sus flaquezas, y, sobre todo, cómo la respetaba y la amaba a usted, Catalina Ivanovna, me consideré amigo suyo. Permítame, pues, que ahora la ayude a cumplir sus últimos deberes con mi difunto amigo. Tenga…, veinticinco rublos. Tal vez este dinero pueda serle útil…Y yo…, en fin, ya volveré…Sí, volveré seguramente mañana…Adiós.
Ya nos veremos.
Salió a toda prisa de la habitación, se abrió paso vivamente entre la multitud que obstruía el rellano de la escalera, y se dio de manos a boca con Nikodim Fomitch, que había sido informado del accidente y había decidido realizar personalmente las diligencias de rigor. No se habían visto desde la visita de Raskolnikof a la comisaría, pero Nikodim Fomitch lo reconoció alpunto.
—¿Usted aquí? —exclamó.
—Sí —repuso Raskolnikof—. Han venido un médico y un sacerdote. No le ha faltado nada. No moleste demasiado a la pobre viuda: está enferma del pecho. Reconfórtela si le es posible…Usted tiene buenos sentimientos, no me cabe duda —y, al decir esto, le miraba irónicamente.
—Va usted manchado de sangre —dijo Nikodim Fomitch, al ver, a la luz del mechero de gas, varias manchas frescas en el chaleco de Raskolnikof.
—Sí, la sangre ha corrido sobre mí. Todo mi cuerpo está cubierto de sangre.
Dijo esto con un aire un tanto extraño. Después sonrió, saludó y empezó a bajar la escalera.
Iba lentamente, sin apresurarse, inconsciente de la fiebre que le abrasaba, poseído de una única e infinita sensación de nueva y potente vida que fluía por todo su ser. Aquella sensación sólo podía compararse con la que experimenta un condenado a muerte que recibe de pronto el indulto.
Al llegar a la mitad de la escalera fue alcanzado por el pope, que iba a entrar en su casa. Raskolnikof se apartó para dejarlo pasar. Cambiaron un saludo en silencio. Cuando llegaba a los últimos escalones, Raskolnikof oyó unos pasos apresurados a sus espaldas. Alguien trataba de darle alcance. Era Polenka. La niña corría tras él y le gritaba:
—¡Oiga, oiga!
Raskolnikof se volvió. Polenka siguió bajando y se detuvo cuando sólo la separaba de él un escalón. Un rayo de luz mortecina llegaba del patio.
Raskolnikof observó la escuálida pero linda carita que le sonreía y le miraba con alegría infantil. Era evidente que cumplía encantada la comisión que le habían encomendado.
—Escuche: ¿cómo se llama usted…? ¡Ah!, ¿y dónde vive? —preguntó precipitadamente, con voz entrecortada.
Él apoyó sus manos en los hombros de la niña y la miró con una expresión de felicidad. Ni él mismo sabía por qué se sentía tan profundamente complacido al contemplar a Polenka así.
—¿Quién te ha enviado?
—Mi hermana Sonia —respondió la niña, sonriendo más alegremente aún que antes.
—Lo sabía, estaba seguro de que te había mandado Sonia.—Y mamá también. Cuando mi hermana me estaba dando el recado, mamá se ha acercado y me ha dicho: «¡Corre, Polenka!»
—¿Quieres mucho a Sonia?
—La quiero más que a nadie —repuso la niña con gran firmeza. Y su sonrisa cobró cierta gravedad.
—¿Y a mí? ¿Me querrás?
La niña, en vez de contestarle, acercó a él su carita, contrayendo y adelantando los labios para darle un beso. De súbito, aquellos bracitos delgados como cerillas rodearon el cuello de Raskolnikof fuertemente, muy fuertemente, y Polenka, apoyando su infantil cabecita en el hombro del joven, rompió a llorar, apretándose cada vez más contra él.
—¡Pobre papá! —exclamó poco después, alzando su rostro bañado en lágrimas, que secaba con sus manos—. No se ven más que desgracias — añadió inesperadamente, con ese aire especialmente grave que adoptan los niños cuando quieren hablar como las personas mayores.
—¿Os quería vuestro padre?
—A la que más quería era a Lidotchka —dijo Polenka con la misma gravedad y ya sin sonreír—, porque es la más pequeña y está siempre enferma.
A ella le traía regalos y a nosotras nos enseñaba a leer, y también la gramática y el catecismo —añadió con cierta arrogancia—. Mamá no decía nada, pero nosotros sabíamos que esto le gustaba, y papá también lo sabía; y ahora mamá quiere que aprenda francés, porque dice que ya tengo edad para empezar a estudiar.
—¿Y las oraciones? ¿Las sabéis?
—¡Claro! Hace ya mucho tiempo. Yo, como soy ya mayor, rezo bajito y sola, y Kolia y Lidotchka rezan en voz alta con mamá. Primero dicen la oración a la Virgen, después otra: «Señor, perdona a nuestro otro papá y bendícelo.» Porque nuestro primer papá se murió, y éste era el segundo, y nosotros rezábamos también por el primero.
—Poletchka, yo me llamo Rodion. Nómbrame también alguna vez en tus oraciones… «Y también a tu siervo Rodion…» Basta con esto.
—Toda mi vida rezaré por usted —respondió calurosamente la niña.
Y de pronto se echó a reír, se arrojó sobre Raskolnikof y otra vez le rodeó el cuello con los brazos.
Raskolnikof le dio su nombre y su dirección y le prometió volver al día siguiente. La niña se separó de él entusiasmada. Ya eran más de las diez cuando el joven salió de la casa. Cinco minutos después se hallaba en elpuente, en el lugar desde donde la mujer se había arrojado al agua.
«¡Basta! —se dijo en tono solemne y enérgico—. ¡Atrás los espejismos, los vanos terrores, los espectros…! La vida está conmigo… ¿Acaso no la he sentido hace un momento? Mi vida no ha terminado con la de la vieja. Que Dios la tenga en la gloria. ¡Ya era hora de que descansara! Hoy empieza el reinado de la razón, de la luz, de la voluntad, de la energía…Pronto se verá…»
Lanzó esta exclamación con arrogancia, como desafiando a algún poder oculto y maléfico.
«¡Y pensar que estaba dispuesto a contentarme con la plataforma rocosa rodeada de abismos!
»Estoy muy débil, pero me siento curado…Yo sabía que esto había de suceder, lo he sabido desde el momento en que he salido de casa…A propósito: el edificio Potchinkof está a dos pasos de aquí. Iré a casa de Rasumikhine. Habría ido aunque hubiese tenido que andar mucho más… Dejémosle ganar la apuesta y divertirse. ¿Qué importa eso…? ¡Ah!, hay que tener fuerzas, fuerzas…Sin fuerzas no puede uno hacer nada. Y estas fuerzas hay que conseguirlas por la fuerza. Esto es lo que ellos no saben.»
Pronunció estas últimas palabras con un gesto de resolución, pero arrastrando penosamente los pies. Su orgullo crecía por momentos. Un gran cambio en el modo de ver las cosas se estaba operando en el fondo de su ser.
Pero ¿qué había ocurrido? Sólo un suceso extraordinario había podido producir en su alma, sin que él lo advirtiera, semejante cambio. Era como el náufrago que se aferra a la más endeble rama flotante. Estaba convencido de que podía vivir, de que «su vida no había terminado con la de la vieja». Era un juicio tal vez prematuro, pero él no se daba cuenta.
«Sin embargo —recordó de pronto—, he encargado que recen por el siervo Rodion. Es una medida de precaución muy atinada.»
Y se echó a reír ante semejante puerilidad. Estaba de un humor excelente.
Le fue fácil encontrar la habitación de Rasumikhine, pues el nuevo inquilino ya era conocido en la casa y el portero le indicó inmediatamente dónde estaba el departamento de su amigo. Aún no había llegado a la mitad de la escalera y ya oyó el bullicio de una reunión numerosa y animada. La puerta del piso estaba abierta y a oídos de Raskolnikof llegaron fuertes voces de gente que discutía. La habitación de Rasumikhine era espaciosa. En ella había unas quince personas. Raskolnikof se detuvo en el vestíbulo. Dos sirvientes de la patrona estaban muy atareados junto a dos grandes samovares rodeados de botellas, fuentes y platos llenos de entremeses y pastelillos procedentes de casa de la dueña del piso. Raskolnikof preguntó por Rasumikhine, que acudió al punto con gran alegría. Se veía inmediatamente que Rasumikhine habíabebido sin tasa y, aunque de ordinario no había medio de embriagarle, era evidente que ahora estaba algo mareado.
—Escucha —le dijo con vehemencia Raskolnikof—. He venido a decirte que has ganado la apuesta y que, en efecto, nadie puede predecir lo que hará.
En cuanto a entrar, no me es posible: estoy tan débil, que me parece que voy a caer de un momento a otro. Por lo tanto, adiós. Ven a verme mañana.
—¿Sabes lo que voy a hacer? Acompañarte a tu casa. Cuando tú dices que estás débil…
—¿Y tus invitados…? Oye, ¿quién es ese de cabello rizado que acaba de asomar la cabeza?
—¿Ése? ¡Cualquiera sabe! Tal vez un amigo de mi tío…O alguien que ha venido sin invitación…Dejaré a los invitados con mi tío. Es un hombre extraordinario. Es una pena que no puedas conocerle…Además, ¡que se vayan todos al diablo! Ahora se burlan de mí. Necesito refrescarme. Has llegado oportunamente, querido. Si tardas diez minutos más, me pego con alguien, palabra de honor. ¡Qué cosas tan absurdas dicen! No te puedes imaginar lo que es capaz de inventar la mente humana. Pero ahora pienso que sí que te lo puedes imaginar. ¿Acaso no mentimos nosotros? Dejémoslos que mientan: no acabarán con las mentiras…Espera un momento: voy a traerte a Zosimof.
Zosimof se precipitó sobre Raskolnikof ávidamente. Su rostro expresaba una profunda curiosidad, pero esta expresión se desvaneció muy pronto.
—Debe ir a acostarse inmediatamente —dijo, después de haber examinado a su paciente—, y tomará usted, antes de irse a la cama, uno de estos sellos que le he preparado. ¿Lo tomará?
—Como si quiere usted que tome dos.
El sello fue ingerido en el acto.
—Haces bien en acompañarlo a casa —dijo Zosimof a Rasumikhine—. Ya veremos cómo va la cosa mañana. Pero por hoy no estoy descontento. Observo una gran mejoría. Esto demuestra que no hay mejor maestro que la experiencia.
—¿Sabes lo que me ha dicho Zosimof en voz baja ahora mismo, cuando salíamos? —murmuró Rasumikhine apenas estuvieron en la calle—. No te lo diré todo, querido: son cosas de imbéciles…Pues Zosimof me ha dicho que charlase contigo por el camino y te tirase de la lengua para después contárselo a él todo. Cree que tú…que tú estás loco, o que te falta poco para estarlo. ¿Te has fijado? En primer lugar, tú eres tres veces más inteligente que él; en segundo, como no estás loco, puedes burlarte de esta idea disparatada, y, finalmente, ese fardo de carne especializado en cirugía está obsesionado desdehace algún tiempo por las enfermedades mentales. Pero algo le ha hecho cambiar radicalmente el juicio que había formado sobre ti, y es la conversación que has tenido con Zamiotof.
—Por lo visto, Zamiotof te lo ha contado todo.
—Todo. Y ha hecho bien. Esto me ha aclarado muchas cosas. Y a Zamiotof también…Sí, Rodia…, el caso es…Hay que reconocer que estoy un poco chispa…, ¡pero no importa…! El caso es que…Tenían cierta sospecha, ¿comprendes…?, y ninguno de ellos se atrevía a expresarla, ¿comprendes…?, porque era demasiado absurda…Y cuando han detenido a ese pintor de paredes, todo se ha disipado definitivamente. ¿Por qué serán tan estúpidos…?
Por poco le pego a Zamiotof aquel día…Pero que quede esto entre nosotros, querido; no dejes ni siquiera entrever que sabes nada del incidente. He observado que es muy susceptible. La cosa ocurrió en casa de Luisa…Pero hoy…, hoy todo está aclarado. El principal responsable de este absurdo fue Ilia Petrovitch, que no hacía más que hablar de tu desmayo en la comisaría.
Pero ahora está avergonzado de su suposición, pues yo sé que…
Raskolnikof escuchaba con avidez. Rasumikhine hablaba más de lo prudente bajo la influencia del alcohol.
—Yo me desmayé —dijo Raskolnikof— porque no pude resistir el calor asfixiante que hacía allí, ni el olor a pintura.
—No hace falta buscar explicaciones. ¡Qué importa el olor a pintura! Tú llevabas enfermo todo un mes; Zosimof así lo afirma… ¡Ah! No puedes imaginarte la confusión de ese bobo de Zamiotof. «Yo no valgo —ha dicho— ni el dedo meñique de ese hombre.» Es decir, del tuyo. Ya sabes, querido, que él da a veces pruebas de buenos sentimientos. La lección que ha recibido hoy en el Palacio de Cristal ha sido el colmo de la maestría. Tú has empezado por atemorizarlo, pero atemorizarlo hasta producirle escalofríos. Le has llevado casi a admitir de nuevo esa monstruosa estupidez, y luego, de pronto, le has sacado la lengua…Ha sido perfecto. Ahora se siente apabullado, pulverizado.
Eres un maestro, palabra, y ellos han recibido lo que merecen. ¡Qué lástima que yo no haya estado allí! Ahora él te estaba esperando en mi casa con ávida impaciencia. Porfirio también está deseoso de conocerte.
—¿También Porfirio…? Pero dime: ¿por qué me han creído loco?
—Tanto como loco, no…Yo creo, querido, que he hablado demasiado…A él le llamó la atención que a ti sólo te interesara este asunto…Ahora ya comprende la razón de este interés…porque conoce las circunstancias…y el motivo de que entonces te irritara. Y ello, unido a ese principio de enfermedad…Estoy un poco borracho, querido, pero el diablo sabe que a Zosimof le ronda una idea por la cabeza…Te repito que sólo piensa enenfermedades mentales…Tú no debes hacerle caso.
Los dos permanecieron en silencio durante unos segundos.
—Óyeme, Rasumikhine —dijo Raskolnikof—: quiero hablarte francamente. Vengo de casa de un difunto, que era funcionario…He dado a la familia todo mi dinero. Además, me ha besado una criatura de un modo que, aunque verdaderamente hubiera matado yo a alguien…Y también he visto a otra criatura que llevaba una pluma de un rojo de fuego…Pero estoy divagando…Me siento muy débil…Sostenme…Ya llegamos.
—¿Qué te pasa? ¿Qué tienes? —preguntó Rasumikhine, inquieto.
—La cabeza se me va un poco, pero no se trata de esto. Es que me siento triste, muy triste…, sí, como una damisela… ¡Mira! ¿Qué es eso? ¡Mira, mira…!
—¿Adónde?
—Pero ¿no lo ves? ¡Hay luz en mi habitación! ¿No la ves por la rendija?
Estaban en el penúltimo tramo, ante la puerta de la patrona, y desde allí se podía ver, en efecto, que en la habitación de Raskolnikof había luz.
—¡Qué raro! ¿Será Nastasia? —dijo Rasumikhine.
—Nunca sube a mi habitación a estas horas. Seguro que hace ya un buen rato que está durmiendo…Pero no me importa lo más mínimo. Adiós; buenas noches.
—¿Cómo se te ha ocurrido que pueda dejarte? Te acompañaré hasta tu habitación. Entraremos juntos.
—Eso ya lo sé. Pero quiero estrecharte aquí la mano y decirte adiós.
Vamos, dame la mano y digámonos adiós.
—Pero ¿qué demonios te pasa, Rodia?
—Nada. Vamos. Lo verás por tus propios ojos.
Empezaron a subir los últimos escalones, mientras Rasumikhine no podía menos de pensar que Zosimof tenía tal vez razón.
«A lo mejor, lo he trastornado con mi charla», se dijo.
Ya estaban cerca de la puerta, cuando, de súbito, oyeron voces en la habitación.
—Pero ¿qué pasa? —exclamó Rasumikhine.
Raskolnikof cogió el picaporte y abrió la puerta de par en par. Y cuando hubo abierto, se quedó petrificado. Su madre y su hermana estaban sentadas enel diván. Le esperaban desde hacía hora y media. ¿Cómo se explicaba que Raskolnikof no hubiera pensado ni remotamente que podía encontrarse con ellas, siendo así que aquel mismo día le habían anunciado dos veces su inminente llegada a Petersburgo?
Durante la hora y media de espera, las dos mujeres no habían cesado de hacer preguntas a Nastasia, que estaba aún ante ellas y las había informado de todo cuanto sabía acerca de Raskolnikof. Estaban aterradas desde que la sirvienta les había dicho que el huésped había salido de casa enfermo y seguramente bajo los efectos del delirio.
—Señor…, ¿qué será de él?
Y lloraban las dos. Habían sufrido lo indecible durante la larga espera.
Un grito de alegría acogió a Raskolnikof. Las dos mujeres se arrojaron sobre él. Pero él permanecía inmóvil, petrificado, como si repentinamente le hubieran arrancado la vida. Un pensamiento súbito, insoportable, lo había fulminado. Raskolnikof no podía levantar los brazos para estrecharlas entre ellos. No podía, le era materialmente imposible.
Su madre y su hermana, en cambio, no cesaban de abrazarlo, de estrujarlo, de llorar, de reír…Él dio un paso, vaciló y rodó por el suelo, desvanecido.
Gran alarma, gritos de horror, gemidos. Rasumikhine, que se había quedado en el umbral, entró presuroso en la habitación, levantó al enfermo con sus atléticos brazos y, en un abrir y cerrar de ojos, lo depositó en el diván.
—¡No es nada, no es nada! —gritaba a la hermana y a la madre—. Un simple mareo. El médico acaba de decir que está muy mejorado y que se curará por completo…Traigan un poco de agua…Miren, ya recobra el conocimiento.
Atenazó la mano de Dunetchka tan vigorosamente como si pretendiera triturársela y obligó a la joven a inclinarse para comprobar que, efectivamente, su hermano volvía en sí.
Tanto la hermana como la madre miraban a Rasumikhine con tierna gratitud, como si tuviesen ante sí a la misma Providencia. Sabían por Nastasia lo que había sido para Rodia, durante toda la enfermedad, aquel «avispado joven», como Pulquería Alejandrovna Raskolnikof le llamó aquella misma noche en una conversación íntima que sostuvo con su hija Dunia.
****
Una tarde extremadamente calurosa de principios de julio, un joven salió de la reducida habitación que tenía alquilada en la callejuela de S y, con paso lento e indeciso, se dirigió al puente K. Había tenido la suerte de no encontrarse con su patrona en la escalera.
Su cuartucho se hallaba bajo el tejado de un gran edificio de cinco pisos y, más que una habitación, parecía una alacena. En cuanto a la patrona, que le había alquilado el cuarto con servicio y pensión, ocupaba un departamento del piso de abajo; de modo que nuestro joven, cada vez que salía, se veía obligado a pasar por delante de la puerta de la cocina, que daba a la escalera y estaba casi siempre abierta de par en par.
En esos momentos experimentaba invariablemente una sensación ingrata de vago temor, que le humillaba y daba a su semblante una expresión sombría. Debía una cantidad considerable a la patrona y por eso temía encontrarse con ella. No es que fuera un cobarde ni un hombre abatido por la vida. Por el contrario, se hallaba desde hacía algún tiempo en un estado de irritación, de tensión incesante, que rayaba en la
hipocondría. Se había habituado a vivir tan encerrado en sí mismo, tan aislado, que no sólo temía encontrarse con su patrona, sino que rehuía toda relación con sus semejantes. La pobreza le abrumaba. Sin embargo, últimamente esta miseria había dejado de ser para él un sufrimiento. El joven había renunciado a todas sus ocupaciones diarias, a todo trabajo.
En el fondo, se mofaba de la patrona y de todas las intenciones que pudiera abrigar contra él, pero detenerse en la escalera para oír sandeces y vulgaridades, recriminaciones, quejas, amenazas, y tener que contestar con evasivas, excusas, embustes…No, más valía deslizarse por la escalera como un gato para pasar inadvertido y desaparecer.
Aquella tarde, el temor que experimentaba ante la idea de encontrarse con su acreedora le llenó de asombro cuando se vio en la calle.
«¡Que me inquieten semejantes menudencias cuando tengo en proyecto un negocio tan audaz! —pensó con una sonrisa extraña—. Sí, el hombre lo tiene todo al alcance de la mano, y, como buen holgazán, deja que todo pase ante sus mismas narices…Esto es ya un axioma…Es chocante que lo que más temor inspira a los hombres sea aquello que les aparta de sus costumbres. Sí, eso es lo que más los altera… ¡Pero esto ya es demasiado divagar! Mientras divago, no hago nada. Y también podría decir que no hacer nada es lo que melleva a divagar. Hace ya un mes que tengo la costumbre de hablar conmigo mismo, de pasar días enteros echado en mi rincón, pensando…Tonterías… Porque ¿qué necesidad tengo yo de dar este paso? ¿Soy verdaderamente capaz de hacer…"eso"? ¿Es que, por lo menos, lo he pensado en serio? De ningún modo: todo ha sido un juego de mi imaginación, una fantasía que me divierte…Un juego, sí; nada más que un juego.»
El calor era sofocante. El aire irrespirable, la multitud, la visión de los andamios, de la cal, de los ladrillos esparcidos por todas partes, y ese hedor especial tan conocido por los petersburgueses que no disponen de medios para alquilar una casa en el campo, todo esto aumentaba la tensión de los nervios, ya bastante excitados, del joven. El insoportable olor de las tabernas, abundantísimas en aquel barrio, y los borrachos que a cada paso se tropezaban a pesar de ser día de trabajo, completaban el lastimoso y horrible cuadro. Una expresión de amargo disgusto pasó por las finas facciones del joven. Era, dicho sea de paso, extraordinariamente bien parecido, de una talla que rebasaba la media, delgado y bien formado. Tenía el cabello negro y unos magníficos ojos oscuros. Pronto cayó en un profundo desvarío, o, mejor, en una especie de embotamiento, y prosiguió su camino sin ver o, más exactamente, sin querer ver nada de lo que le rodeaba.
De tarde en tarde musitaba unas palabras confusas, cediendo a aquella costumbre de monologar que había reconocido hacía unos instantes. Se daba cuenta de que las ideas se le embrollaban a veces en el cerebro, y de que estaba sumamente débil.
Iba tan miserablemente vestido, que nadie en su lugar, ni siquiera un viejo vagabundo, se habría atrevido a salir a la calle en pleno día con semejantes andrajos. Bien es verdad que este espectáculo era corriente en el barrio en que nuestro joven habitaba.
La vecindad del Mercado Central, la multitud de obreros y artesanos amontonados en aquellos callejones y callejuelas del centro de Petersburgo ponían en el cuadro tintes tan singulares, que ni la figura más chocante podía llamar a nadie la atención.
Por otra parte, se había apoderado de aquel hombre un desprecio tan feroz hacia todo, que, a pesar de su altivez natural un tanto ingenua, exhibía sus harapos sin rubor alguno. Otra cosa habría sido si se hubiese encontrado con alguna persona conocida o algún viejo camarada, cosa que procuraba evitar.
Sin embargo, se detuvo en seco y se llevó nerviosamente la mano al sombrero cuando un borracho al que transportaban, no se sabe adónde ni por qué, en una carreta vacía que arrastraban al trote dos grandes caballos, le dijo a voz en grito:—¡Eh, tú, sombrerero alemán!
Era un sombrero de copa alta, circular, descolorido por el uso, agujereado, cubierto de manchas, de bordes desgastados y lleno de abolladuras. Sin embargo, no era la vergüenza, sino otro sentimiento, muy parecido al terror, lo que se había apoderado del joven.
—Lo sabía —murmuró en su turbación—, lo presentía. Nada hay peor que esto. Una nadería, una insignificancia, puede malograr todo el negocio. Sí, este sombrero llama la atención; es tan ridículo, que atrae las miradas. El que va vestido con estos pingajos necesita una gorra, por vieja que sea; no esta cosa tan horrible. Nadie lleva un sombrero como éste. Se me distingue a una versta a la redonda. Te recordarán. Esto es lo importante: se acordarán de él, andando el tiempo, y será una pista…Lo cierto es que hay que llamar la atención lo menos posible. Los pequeños detalles…Ahí está el quid. Eso es lo que acaba por perderle a uno…
No tenía que ir muy lejos; sabía incluso el número exacto de pasos que tenía que dar desde la puerta de su casa; exactamente setecientos treinta. Los había contado un día, cuando la concepción de su proyecto estaba aún reciente. Entonces ni él mismo creía en su realización. Su ilusoria audacia, a la vez sugestiva y monstruosa, sólo servía para excitar sus nervios. Ahora, transcurrido un mes, empezaba a mirar las cosas de otro modo y, a pesar de sus enervantes soliloquios sobre su debilidad, su impotencia y su irresolución, se iba acostumbrando poco a poco, como a pesar suyo, a llamar «negocio» a aquella fantasía espantosa, y, al considerarla así, la podría llevar a cabo, aunque siguiera dudando de sí mismo.
Aquel día se había propuesto hacer un ensayo y su agitación crecía a cada paso que daba. Con el corazón desfallecido y sacudidos los miembros por un temblor nervioso, llegó, al fin, a un inmenso edificio, una de cuyas fachadas daba al canal y otra a la calle. El caserón estaba dividido en infinidad de pequeños departamentos habitados por modestos artesanos de toda especie: sastres, cerrajeros…Había allí cocineras, alemanes, prostitutas, funcionarios de ínfima categoría. El ir y venir de gente era continuo a través de las puertas y de los dos patios del inmueble. Lo guardaban tres o cuatro porteros, pero nuestro joven tuvo la satisfacción de no encontrarse con ninguno.
Franqueó el umbral y se introdujo en la escalera de la derecha, estrecha y oscura como era propio de una escalera de servicio. Pero estos detalles eran familiares a nuestro héroe y, por otra parte, no le disgustaban: en aquella oscuridad no había que temer a las miradas de los curiosos.
«Si tengo tanto miedo en este ensayo, ¿qué sería si viniese a llevar a cabo de verdad el "negocio"?», pensó involuntariamente al llegar al cuarto piso.Allí le cortaron el paso varios antiguos soldados que hacían el oficio de mozos y estaban sacando los muebles de un departamento ocupado —el joven lo sabía— por un funcionario alemán casado.
«Ya que este alemán se muda —se dijo el joven—, en este rellano no habrá durante algún tiempo más inquilino que la vieja. Esto está más que bien.»
Llamó a la puerta de la vieja. La campanilla resonó tan débilmente, que se diría que era de hojalata y no de cobre. Así eran las campanillas de los pequeños departamentos en todos los grandes edificios semejantes a aquél.
Pero el joven se había olvidado ya de este detalle, y el tintineo de la campanilla debió de despertar claramente en él algún viejo recuerdo, pues se estremeció. La debilidad de sus nervios era extrema.
Transcurrido un instante, la puerta se entreabrió. Por la estrecha abertura, la inquilina observó al intruso con evidente desconfianza. Sólo se veían sus ojillos brillando en la sombra. Al ver que había gente en el rellano, se tranquilizó y abrió la puerta. El joven franqueó el umbral y entró en un vestíbulo oscuro, dividido en dos por un tabique, tras el cual había una minúscula cocina. La vieja permanecía inmóvil ante él. Era una mujer menuda, reseca, de unos sesenta años, con una nariz puntiaguda y unos ojos chispeantes de malicia. Llevaba la cabeza descubierta, y sus cabellos, de un rubio desvaído y con sólo algunas hebras grises, estaban embadurnados de aceite. Un viejo chal de franela rodeaba su cuello, largo y descarnado como una pata de pollo, y, a pesar del calor, llevaba sobre los hombros una pelliza, pelada y amarillenta. La tos la sacudía a cada momento. La vieja gemía. El joven debió de mirarla de un modo algo extraño, pues los menudos ojos recobraron su expresión de desconfianza.
—Raskolnikof, estudiante. Vine a su casa hace un mes —barbotó rápidamente, inclinándose a medias, pues se había dicho que debía mostrarse muy amable.
—Lo recuerdo, muchacho, lo recuerdo perfectamente —articuló la vieja, sin dejar de mirarlo con una expresión de recelo.
—Bien; pues he venido para un negocillo como aquél —dijo Raskolnikof, un tanto turbado y sorprendido por aquella desconfianza.
«Tal vez esta mujer es siempre así y yo no lo advertí la otra vez», pensó, desagradablemente impresionado.
La vieja no contestó; parecía reflexionar. Después indicó al visitante la puerta de su habitación, mientras se apartaba para dejarle pasar.
—Entre, muchacho.
La reducida habitación donde fue introducido el joven tenía las paredesrevestidas de papel amarillo. Cortinas de muselina pendían ante sus ventanas, adornadas con macetas de geranios. En aquel momento, el sol poniente iluminaba la habitación.
«Entonces —se dijo de súbito Raskolnikof—, también, seguramente lucirá un sol como éste.»
Y paseó una rápida mirada por toda la habitación para grabar hasta el menor detalle en su memoria. Pero la pieza no tenía nada de particular. El mobiliario, decrépito, de madera clara, se componía de un sofá enorme, de respaldo curvado, una mesa ovalada colocada ante el sofá, un tocador con espejo, varias sillas adosadas a las paredes y dos o tres grabados sin ningún valor, que representaban señoritas alemanas, cada una con un pájaro en la mano. Esto era todo.
En un rincón, ante una imagen, ardía una lamparilla. Todo resplandecía de limpieza.
«Esto es obra de Lisbeth», pensó el joven.
Nadie habría podido descubrir ni la menor partícula de polvo en todo el departamento.
«Sólo en las viviendas de estas perversas y viejas viudas puede verse una limpieza semejante», se dijo Raskolnikof. Y dirigió, con curiosidad y al soslayo, una mirada a la cortina de indiana que ocultaba la puerta de la segunda habitación, también sumamente reducida, donde estaban la cama y la cómoda de la vieja, y en la que él no había puesto los pies jamás. Ya no había más piezas en el departamento.
—¿Qué desea usted? —preguntó ásperamente la vieja, que, apenas había entrado en la habitación, se había plantado ante él para mirarle frente a frente.
—Vengo a empeñar esto.
Y sacó del bolsillo un viejo reloj de plata, en cuyo dorso había un grabado que representaba el globo terrestre y del que pendía una cadena de acero.
—¡Pero si todavía no me ha devuelto la cantidad que le presté! El plazo terminó hace tres días.
—Le pagaré los intereses de un mes más. Tenga paciencia.
—¡Soy yo quien ha de decidir tener paciencia o vender inmediatamente el objeto empeñado, jovencito!
—¿Me dará una buena cantidad por el reloj, Alena Ivanovna?
—¡Pero si me trae usted una miseria! Este reloj no vale nada, mi buen amigo. La vez pasada le di dos hermosos billetes por un anillo que podíaobtenerse nuevo en una joyería por sólo rublo y medio.
—Deme cuatro rublos y lo desempeñaré. Es un recuerdo de mi padre.
Recibiré dinero de un momento a otro.
—Rublo y medio, y le descontaré los intereses.
—¡Rublo y medio! —exclamó el joven.
—Si no le parece bien, se lo lleva.
Y la vieja le devolvió el reloj. Él lo cogió y se dispuso a salir, indignado; pero, de pronto, cayó en la cuenta de que la vieja usurera era su último recurso y de que había ido allí para otra cosa.
—Venga el dinero —dijo secamente.
La vieja sacó unas llaves del bolsillo y pasó a la habitación inmediata.
Al quedar a solas, el joven empezó a reflexionar, mientras aguzaba el oído.
Hacía deducciones. Oyó abrir la cómoda.
«Sin duda, el cajón de arriba —dedujo—. Lleva las llaves en el bolsillo derecho. Un manojo de llaves en un anillo de acero. Hay una mayor que las otras y que tiene el paletón dentado. Seguramente no es de la cómoda. Por lo tanto, hay una caja, tal vez una caja de caudales. Las llaves de las cajas de caudales suelen tener esa forma… ¡Ah, qué innoble es todo esto!»
La vieja reapareció.
—Aquí tiene, amigo mío. A diez kopeks por rublo y por mes, los intereses del rublo y medio son quince kopeks, que cobro por adelantado. Además, por los dos rublos del préstamo anterior he de descontar veinte kopeks para el mes que empieza, lo que hace un total de treinta y cinco kopeks. Por lo tanto, usted ha de recibir por su reloj un rublo y quince kopeks. Aquí los tiene.
—Así, ¿todo ha quedado reducido a un rublo y quince kopeks?
—Exactamente.
El joven cogió el dinero. No quería discutir. Miraba a la vieja y no mostraba ninguna prisa por marcharse. Parecía deseoso de hacer o decir algo, aunque ni él mismo sabía exactamente qué.
—Es posible, Alena Ivanovna, que le traiga muy pronto otro objeto de plata…Una bonita pitillera que le presté a un amigo. En cuanto me la devuelva…
Se detuvo, turbado.
—Ya hablaremos cuando la traiga, amigo mío.—Entonces, adiós… ¿Está usted siempre sola aquí? ¿No está nunca su hermana con usted? —preguntó en el tono más indiferente que le fue posible, mientras pasaba al vestíbulo.
—¿A usted qué le importa?
—No lo he dicho con ninguna intención…Usted en seguida…Adiós, Alena Ivanovna.
Raskolnikof salió al rellano, presa de una turbación creciente. Al bajar la escalera se detuvo varias veces, dominado por repentinas emociones. Al fin, ya en la calle, exclamó:
—¡Qué repugnante es todo esto, Dios mío! ¿Cómo es posible que yo…?
No, todo ha sido una necedad, un absurdo —afirmó resueltamente—. ¿Cómo ha podido llegar a mi espíritu una cosa tan atroz? No me creía tan miserable.
Todo esto es repugnante, innoble, horrible. ¡Y yo he sido capaz de estar todo un mes pen…!
Pero ni palabras ni exclamaciones bastaban para expresar su turbación. La sensación de profundo disgusto que le oprimía y le ahogaba cuando se dirigía a casa de la vieja era ahora sencillamente insoportable. No sabía cómo librarse de la angustia que le torturaba. Iba por la acera como embriagado: no veía a nadie y tropezaba con todos. No se recobró hasta que estuvo en otra calle. Al levantar la mirada vio que estaba a la puerta de una taberna. De la acera partía una escalera que se hundía en el subsuelo y conducía al establecimiento. De él salían en aquel momento dos borrachos. Subían la escalera apoyados el uno en el otro e injuriándose. Raskolnikof bajó la escalera sin vacilar. No había entrado nunca en una taberna, pero entonces la cabeza le daba vueltas y la sed le abrasaba. Le dominaba el deseo de beber cerveza fresca, en parte para llenar su vacío estómago, ya que atribuía al hambre su estado. Se sentó en un rincón oscuro y sucio, ante una pringosa mesa, pidió cerveza y se bebió un vaso con avidez.
Al punto experimentó una impresión de profundo alivio. Sus ideas parecieron aclararse.
«Todo esto son necedades —se dijo, reconfortado—. No había motivo para perder la cabeza. Un trastorno físico, sencillamente. Un vaso de cerveza, un trozo de galleta, y ya está firme el espíritu, y el pensamiento se aclara, y la voluntad renace. ¡Cuánta nimiedad!»
Sin embargo, a despecho de esta amarga conclusión, estaba contento como el hombre que se ha librado de pronto de una carga espantosa, y recorrió con una mirada amistosa a las personas que le rodeaban. Pero en lo más hondo de su ser presentía que su animación, aquel resurgir de su esperanza, era algo enfermizo y ficticio. La taberna estaba casi vacía. Detrás de los dos borrachoscon que se había cruzado Raskolnikof había salido un grupo de cinco personas, entre ellas una muchacha. Llevaban una armónica. Después de su marcha, el local quedó en calma y pareció más amplio.
En la taberna sólo había tres hombres más. Uno de ellos era un individuo algo embriagado, un pequeño burgués a juzgar por su apariencia, que estaba tranquilamente sentado ante una botella de cerveza. Tenía un amigo al lado, un hombre alto y grueso, de barba gris, que dormitaba en el banco, completamente ebrio. De vez en cuando se agitaba en pleno sueño, abría los brazos, empezaba a castañetear los dedos, mientras movía el busto sin levantarse de su asiento, y comenzaba a canturrear una burda tonadilla, haciendo esfuerzos para recordar las palabras.
Durante un año entero acaricié a mi mujer…Duran…te un año entero a… ca…ricié a mi mu…jer.
O:
En la Podiatcheskaia me he vuelto a encontrar con mi antigua…
Pero nadie daba muestras de compartir su buen humor. Su taciturno compañero observaba estas explosiones de alegría con gesto desconfiado y casi hostil.
El tercer cliente tenía la apariencia de un funcionario retirado. Estaba sentado aparte, ante un vaso que se llevaba de vez en cuando a la boca, mientras lanzaba una mirada en torno de él. También este hombre parecía presa de cierta agitación interna.
Raskolnikof no estaba acostumbrado al trato con la gente y, como ya hemos dicho últimamente incluso huía de sus semejantes. Pero ahora se sintió de pronto atraído hacia ellos. En su ánimo acababa de producirse una especie de revolución. Experimentaba la necesidad de ver seres humanos. Estaba tan astiado de las angustias y la sombría exaltación de aquel largo mes que acababa de vivir en la más completa soledad, que sentía la necesidad de tonificarse en otro mundo, cualquiera que fuese y aunque sólo fuera por unos instantes. Por eso estaba a gusto en aquella taberna, a pesar de la suciedad que en ella reinaba. El tabernero estaba en otra dependencia, pero hacía frecuentes apariciones en la sala. Cuando bajaba los escalones, eran sus botas, sus elegantes botas bien lustradas y con anchas vueltas rojas, lo que primero se veía. Llevaba una blusa y un chaleco de satén negro lleno de mugre, e iba sin corbata. Su rostro parecía tan cubierto de aceite como un candado. Unmuchacho de catorce años estaba sentado detrás del mostrador; otro más joven aún servía a los clientes. Trozos de cohombro, panecillos negros y rodajas de pescado se exhibían en una vitrina que despedía un olor infecto. El calor era insoportable. La atmósfera estaba tan cargada de vapores de alcohol, que daba la impresión de poder embriagar a un hombre en cinco minutos.
A veces nos ocurre que personas a las que no conocemos nos inspiran un interés súbito cuando las vemos por primera vez, incluso antes de cruzar una palabra con ellas. Esta impresión produjo en Raskolnikof el cliente que permanecía aparte y que tenía aspecto de funcionario retirado. Algún tiempo después, cada vez que se acordaba de esta primera impresión, Raskolnikof la atribuía a una especie de presentimiento. Él no quitaba ojo al supuesto funcionario, y éste no sólo no cesaba de mirarle, sino que parecía ansioso de entablar conversación con él. A las demás personas que estaban en la taberna, sin excluir al tabernero, las miraba con un gesto de desagrado, con una especie de altivo desdén, como a personas que considerase de una esfera y de una educación demasiado inferiores para que mereciesen que él les dirigiera la palabra.
Era un hombre que había rebasado los cincuenta, robusto y de talla media.
Sus escasos y grises cabellos coronaban un rostro de un amarillo verdoso, hinchado por el alcohol. Entre sus abultados párpados fulguraban dos ojillos encarnizados pero llenos de vivacidad. Lo que más asombraba de aquella fisonomía era la vehemencia que expresaba —y acaso también cierta finura y un resplandor de inteligencia—, pero por su mirada pasaban relámpagos de locura. Llevaba un viejo y desgarrado frac, del que sólo quedaba un botón, que mantenía abrochado, sin duda con el deseo de guardar las formas. Un chaleco de nanquín dejaba ver un plastrón ajado y lleno de manchas. No llevaba barba, esa barba característica del funcionario, pero no se había afeitado hacía tiempo, y una capa de pelo recio y azulado invadía su mentón y sus carrillos.
Sus ademanes tenían una gravedad burocrática, pero parecía profundamente agitado. Con los codos apoyados en la grasienta mesa, introducía los dedos en su cabello, lo despeinaba y se oprimía la cabeza con ambas manos, dando visibles muestras de angustia. Al fin miró a Raskolnikof directamente y dijo, en voz alta y firme:
—Señor: ¿puedo permitirme dirigirme a usted para conversar en buena forma? A pesar de la sencillez de su aspecto, mi experiencia me induce a ver en usted un hombre culto y no uno de esos individuos que van de taberna en taberna. Yo he respetado siempre la cultura unida a las cualidades del corazón.
Soy consejero titular: Marmeladof, consejero titular. ¿Puedo preguntarle si también usted pertenece a la administración del Estado?
—No: estoy estudiando —repuso el joven, un tanto sorprendido por aquel lenguaje ampuloso y también al verse abordado tan directamente, tan aquemarropa, por un desconocido. A pesar de sus recientes deseos de compañía humana, fuera cual fuere, a la primera palabra que Marmeladof le había dirigido había experimentado su habitual y desagradable sentimiento de irritación y repugnancia hacia toda persona extraña que intentaba ponerse en relación con él.
—Es decir, que es usted estudiante, o tal vez lo ha sido —exclamó vivamente el funcionario—. Exactamente lo que me había figurado. He aquí el resultado de mi experiencia, señor, de mi larga experiencia.
Se llevó la mano a la frente con un gesto de alabanza para sus prendas intelectuales.
—Usted es hombre de estudios…Pero permítame…
Se levantó, vaciló, cogió su vaso y fue a sentarse al lado del joven. Aunque embriagado, hablaba con soltura y vivacidad. Sólo de vez en cuando se le trababa la lengua y decía cosas incoherentes. Al verle arrojarse tan ávidamente sobre Raskolnikof, cualquiera habría dicho que también él llevaba un mes sin desplegar los labios.
—Señor —siguió diciendo en tono solemne—, la pobreza no es un vicio: esto es una verdad incuestionable. Pero también es cierto que la embriaguez no es una virtud, cosa que lamento. Ahora bien, señor; la miseria sí que es un vicio. En la pobreza, uno conserva la nobleza de sus sentimientos innatos; en la indigencia, nadie puede conservar nada noble. Con el indigente no se emplea el bastón, sino la escoba, pues así se le humilla más, para arrojarlo de la sociedad humana. Y esto es justo, porque el indigente se ultraja a sí mismo.
He aquí el origen de la embriaguez, señor. El mes pasado, el señor Lebeziatnikof golpeó a mi mujer, y mi mujer, señor, no es como yo en modo alguno. ¿Comprende? Permítame hacerle una pregunta. Simple curiosidad.
¿Ha pasado usted alguna noche en el Neva, en una barca de heno?
—No, nunca me he visto en un trance así —repuso Raskolnikof.
—Pues bien, yo sí que me he visto. Ya llevo cinco noches durmiendo en el Neva.
Llenó su vaso, lo vació y quedó en una actitud soñadora. En efecto, briznas de heno se veían aquí y allá, sobre sus ropas y hasta en sus cabellos. A juzgar por las apariencias, no se había desnudado ni lavado desde hacía cinco días.
Sus manos, gruesas, rojas, de uñas negras, estaban cargadas de suciedad.
Todos los presentes le escuchaban, aunque con bastante indiferencia. Los chicos se reían detrás del mostrador. El tabernero había bajado expresamente para oír a aquel tipo. Se sentó un poco aparte, bostezando con indolencia, pero con aire de persona importante. Al parecer, Marmeladof era muy conocido en la casa. Ello se debía, sin duda, a su costumbre de trabar conversación concualquier desconocido que encontraba en la taberna, hábito que se convierte en verdadera necesidad, especialmente en los alcohólicos que se ven juzgados severamente, e incluso maltratados, en su propia casa. Así, tratan de justificarse ante sus compañeros de orgía y, de paso, atraerse su consideración.
—Pero di, so fantoche —exclamó el patrón, con voz potente—. ¿Por qué no trabajas? Si eres funcionario, ¿por qué no estás en una oficina del Estado?
—¿Que por qué no estoy en una oficina, señor? —dijo Marmeladof, dirigiéndose a Raskolnikof, como si la pregunta la hubiera hecho éste— ¿Dice usted que por qué no trabajo en una oficina? ¿Cree usted que esta impotencia no es un sufrimiento para mí? ¿Cree usted que no sufrí cuando el señor Lebeziatnikof golpeó a mi mujer el mes pasado, en un momento en que yo estaba borracho perdido? Dígame, joven: ¿no se ha visto usted en el caso…en el caso de tener que pedir un préstamo sin esperanza?
—Sí…Pero ¿qué quiere usted decir con eso de «sin esperanza»?
—Pues, al decir «sin esperanza», quiero decir «sabiendo que va uno a un fracaso». Por ejemplo, usted está convencido por anticipado de que cierto señor, un ciudadano íntegro y útil a su país, no le prestará dinero nunca y por nada del mundo… ¿Por qué se lo ha de prestar, dígame? Él sabe perfectamente que yo no se lo devolvería jamás. ¿Por compasión? El señor Lebeziatnikof, que está siempre al corriente de las ideas nuevas, decía el otro día que la compasión está vedada a los hombres, incluso para la ciencia, y que así ocurre en Inglaterra, donde impera la economía política. ¿Cómo es posible, dígame, que este hombre me preste dinero? Pues bien, aun sabiendo que no se le puede sacar nada, uno se pone en camino y…
—Pero ¿por qué se pone en camino? —le interrumpió Raskolnikof.
—Porque uno no tiene adónde ir, ni a nadie a quien dirigirse. Todos los hombres necesitan saber adónde ir, ¿no? Pues siempre llega un momento en que uno siente la necesidad de ir a alguna parte, a cualquier parte. Por eso, cuando mi hija única fue por primera vez a la policía para inscribirse, yo la acompañé… (porque mi hija está registrada como…) —añadió entre paréntesis, mirando al joven con expresión un tanto inquieta—. Eso no me importa, señor —se apresuró a decir cuando los dos muchachos se echaron a reír detrás del mostrador, e incluso el tabernero no pudo menos de sonreír—. Eso no me importa. Los gestos de desaprobación no pueden turbarme, pues esto lo sabe todo el mundo, y no hay misterio que no acabe por descubrirse. Y yo miro estas cosas no con desprecio, sino con resignación… ¡Sea, sea, pues!
Homo. Óigame, joven: ¿podría usted…? No, hay que buscar otra expresión más fuerte, más significativa. ¿Se atrevería usted a afirmar, mirándome a los ojos, que no soy un puerco?El joven no contestó.
—Bien —dijo el orador, y esperó con un aire sosegado y digno el fin de las risas que acababan de estallar nuevamente—. Bien, yo soy un puerco y ella una dama. Yo parezco una bestia, y Catalina Ivanovna, mi esposa, es una persona bien educada, hija de un oficial superior. Demos por sentado que yo soy un granuja y que ella posee un gran corazón, sentimientos elevados y una educación perfecta. Sin embargo… ¡Ah, si ella se hubiera compadecido de mí!
Y es que los hombres tenemos necesidad de ser compadecidos por alguien.
Pues bien, Catalina Ivanovna, a pesar de su grandeza de alma, es injusta…, aunque yo comprendo perfectamente que cuando me tira del pelo lo hace por mi bien. Te repito sin vergüenza, joven; ella me tira del pelo —insistió en un tono más digno aún, al oír nuevas risas—. ¡Ah, Dios mío! Si ella, solamente una vez…Pero, ¡bah!, vanas palabras…No hablemos más de esto…Pues es lo cierto que mi deseo se ha visto satisfecho más de una vez; sí, más de una vez me han compadecido. Pero mi carácter…Soy un bruto rematado.
—De acuerdo —observó el tabernero, bostezando.
Marmeladof dio un fuerte puñetazo en la mesa.
—Sí, un bruto…Sepa usted, señor, que me he bebido hasta sus medias. No los zapatos, entiéndame, pues, en medio de todo, esto sería una cosa en cierto modo natural; no los zapatos, sino las medias. Y también me he bebido su esclavina de piel de cabra, que era de su propiedad, pues se la habían regalado antes de nuestro casamiento. Entonces vivíamos en un helado cuchitril. Es invierno; ella se enfría; empieza a toser y a escupir sangre. Tenemos tres niños pequeños, y Catalina Ivanovna trabaja de sol a sol. Friega, lava la ropa, lava a los niños. Está acostumbrada a la limpieza desde su más tierna infancia…Todo esto con un pecho delicado, con una predisposición a la tisis. Yo lo siento de veras. ¿Creen que no lo siento? Cuanto más bebo, más sufro. Por eso, para sentir más, para sufrir más, me entrego a la bebida. Yo bebo para sufrir más profundamente.
Inclinó la cabeza con un gesto de desesperación.
—Joven —continuó mientras volvía a erguirse—, creo leer en su semblante la expresión de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a estos ociosos, que, además, ya la conocen, sino porque deseo que me escuche un hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educó en un pensionado aristocrático provincial, y que el día en que salió bailó la danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada con una medalla de oro y un diploma. La medalla…se vendió hace tiempo. En cuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunqueestaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido…Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable.
Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía…Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso —y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante—, pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida…Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida.
Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna
Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro.
En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno.
Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible eincapaz de contener sus impulsos…Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener…, pues…, ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch…, ¿ha oído usted hablar de él…?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido.
»Y los niños, hambrientos…
»Catalina Ivanovna va y viene por la habitación, retorciéndose las manos, las mejillas teñidas de manchas rojas, como es propio de la enfermedad que padece. Exclama:
»—En esta casa comes, bebes, estás bien abrigado, y lo único que haces es holgazanear.
»Y yo le pregunto: ¿qué podía beber ni comer, cuando incluso los niños llevaban más de tres días sin probar bocado? En aquel momento, yo estaba acostado y, no me importa decirlo, borracho. Pude oír una de las respuestas que mi hija (tímida, voz dulce, rubia, delgada, pálida carita) daba a su madrastra.
»—Yo no puedo hacer eso, Catalina Ivanovna.
»Ha de saber que Daría Frantzevna, una mala mujer a la que la policía conoce perfectamente, había venido tres veces a hacerle proposiciones por medio de la dueña de la casa.
»—Yo no puedo hacer eso —repitió, remedándola, Catalina Ivanovna—.¡Vaya un tesoro para que lo guardes con tanto cuidado!
»Pero no la acuse, señor. No se daba cuenta del alcance de sus palabras.
Estaba trastornada, enferma. Oía los gritos de los niños hambrientos y, además, su deseo era mortificar a Sonia, no inducirla…Catalina Ivanovna es así. Cuando oye llorar a los niños, aunque sea de hambre, se irrita y les pega.»Eran cerca de las cinco cuando, de pronto, vi que Sonetchka se levantaba, se ponía un pañuelo en la cabeza, cogía un chal y salía de la habitación. Eran más de las ocho cuando regresó. Entró, se fue derecha a Catalina Ivanovna y, sin desplegar los labios, depositó ante ella, en la mesa, treinta rublos. No pronunció ni una palabra, ¿sabe usted?, no miró a nadie; se limitó a coger nuestro gran chal de paño verde (tenemos un gran chal de paño verde que es propiedad común), a cubrirse con él la cabeza y el rostro y a echarse en la cama, de cara a la pared. Leves estremecimientos recorrían sus frágiles hombros y todo su cuerpo…Y yo seguía acostado, ebrio todavía. De pronto, joven, de pronto vi que Catalina Ivanovna, también en silencio, se acercaba a la cama de Sonetchka. Le besó los pies, los abrazó y así pasó toda la noche, sin querer levantarse. Al fin se durmieron, las dos, las dos se durmieron juntas, enlazadas…Ahí tiene usted…Y yo…yo estaba borracho.
Marmeladof se detuvo como si se hubiese quedado sin voz. Tras una pausa, llenó el vaso súbitamente, lo vació y continuó su relato.
—Desde entonces, señor, a causa del desgraciado hecho que le acabo de referir, y por efecto de una denuncia procedente de personas malvadas (Daría Frantzevna ha tomado parte activa en ello, pues dice que la hemos engañado), desde entonces, mi hija Sonia Simonovna figura en el registro de la policía y se ha visto obligada a dejarnos. La dueña de la casa, Amalia Feodorovna, no hubiera tolerado su presencia, puesto que ayudaba a Daría Frantzevna en sus manejos. Y en lo que concierne al señor Lebeziatnikof…, pues…sólo le diré que su incidente con Catalina Ivanovna se produjo a causa de Sonia. Al principio no cesaba de perseguir a Sonetchka. Después, de repente, salió a relucir su amor propio herido. «Un hombre de mi condición no puede vivir en la misma casa que una mujer de esa especie.» Catalina Ivanovna salió entonces en defensa de Sonia, y la cosa acabó como usted sabe. Ahora Sonia suele venir a vernos al atardecer y trae algún dinero a Catalina Ivanovna.
Tiene alquilada una habitación en casa del sastre Kapernaumof. Este hombre es cojo y tartamudo, y toda su numerosa familia tartamudea…Su mujer es tan tartamuda como él. Toda la familia vive amontonada en una habitación, y la de Sonia está separada de ésta por un tabique… ¡Gente miserable y tartamuda…!
Una mañana me levanto, me pongo mis harapos, levanto los brazos al cielo y voy a visitar a su excelencia Iván Afanassievitch. ¿Conoce usted a su excelencia Iván Afanassievitch? ¿No? Entonces no conoce usted al santo más santo. Es un cirio, un cirio que se funde ante la imagen del Señor…Sus ojos estaban llenos de lágrimas después de escuchar mi relato desde el principio hasta el fin.
»—Bien, Marmeladof —me dijo—. Has defraudado una vez las esperanzas que había depositado en ti. Voy a tomarte de nuevo bajo mi protección.
»Éstas fueron sus palabras.»—Procura no olvidarlo —añadió—. Puedes retirarte.
»Yo besé el polvo de sus botas…, pero sólo mentalmente, pues él, alto funcionario y hombre imbuido de ideas modernas y esclarecidas, no me habría permitido que se las besara de verdad. Volví a casa, y no puedo describirle el efecto que produjo mi noticia de que iba a volver al servicio activo y a cobrar un sueldo.
Marmeladof hizo una nueva pausa, profundamente conmovido. En ese momento invadió la taberna un grupo de bebedores en los que ya había hecho efecto la bebida. En la puerta del establecimiento resonaron las notas de un organillo, y una voz de niño, frágil y trémula, entonó la Petite Ferme. La sala se llenó de ruidos. El tabernero y los dos muchachos acudieron presurosos a servir a los recién llegados. Marmeladof continuó su relato sin prestarles atención. Parecía muy débil, pero, a medida que crecía su embriaguez, se iba mostrando más expansivo. El recuerdo de su último éxito, el nuevo empleo que había conseguido, le había reanimado y daba a su semblante una especie de resplandor. Raskolnikof le escuchaba atentamente.
—De esto hace cinco semanas. Pues sí, cuando Catalina Ivanovna y Sonetchka se enteraron de lo de mi empleo, me sentí como transportado al paraíso. Antes, cuando tenía que permanecer acostado, se me miraba como a una bestia y no oía más que injurias; ahora andaban de puntillas y hacían callar a los niños. «¡Silencio! Simón Zaharevitch ha trabajado mucho y está cansado.
Hay que dejarlo descansar.» Me daban café antes de salir para el despacho, e incluso nata. Compraban nata de verdad, ¿sabe usted?, lo que no comprendo es de dónde pudieron sacar los once rublos y medio que se gastaron en aprovisionar mi guardarropa. Botas, soberbios puños, todo un uniforme en perfecto estado, por once rublos y cincuenta kopeks. En mi primera jornada de trabajo, al volver a casa al mediodía, ¿qué es lo que vieron mis ojos? Catalina Ivanovna había preparado dos platos: sopa y lechón en salsa, manjar del que ni siquiera teníamos idea. Vestidos no tiene, ni siquiera uno. Sin embargo, se había compuesto como para ir de visita. Aun no teniendo ropa, se había arreglado. Ellas saben arreglarse con nada. Un peinado gracioso, un cuello blanco y muy limpio, unos puños, y parecía otra; estaba más joven y más bonita. Sonetchka, mi paloma, sólo pensaba en ayudarnos con su dinero, pero nos dijo: «Me parece que ahora no es conveniente que os venga a ver con frecuencia. Vendré alguna vez de noche, cuando nadie pueda verme.»
¿Comprende, comprende usted? Después de comer me fui a acostar, y entonces Catalina Ivanovna no pudo contenerse. Hacía apenas una semana había tenido una violenta disputa con Amalia Ivanovna, la dueña de la casa; sin embargo, la invitó a tomar café. Estuvieron dos horas charlando en voz baja.
»—Simón Zaharevitch —dijo Catalina Ivanovna— tiene ahora un empleoy recibe un sueldo. Se ha presentado a su excelencia, y su excelencia ha salido de su despacho, ha tendido la mano a Simón Zaharevitch, ha dicho a todos los demás que esperasen y lo ha hecho pasar delante de todos. ¿Comprende, comprende usted? "Naturalmente —le ha dicho su excelencia—, me acuerdo de sus servicios, Simón Zaharevitch, y, aunque usted no se portó como es debido, su promesa de no reincidir y, por otra parte, el hecho de que aquí ha ido todo mal durante su ausencia (¿se da usted cuenta de lo que esto significa?), me induce a creer en su palabra."
»Huelga decir —continuó Marmeladof— que todo esto lo inventó mi mujer, pero no por ligereza, ni para darse importancia. Es que ella misma lo creía y se consolaba con sus propias invenciones, palabra de honor. Yo no se lo reprocho, no se lo puedo reprochar. Y cuando, hace seis días, le entregué íntegro mi primer sueldo, veintitrés rublos y cuarenta kopeks, me llamó cariñito. "¡Cariñito mío!", me dijo, y tuvimos un íntimo coloquio, ¿comprende? Y dígame, se lo ruego: ¿qué encanto puedo tener yo y qué papel puedo hacer como esposo? Sin embargo, ella me pellizcó la cara y me llamó cariñito.
Marmeladof se detuvo. Intentó sonreír, pero su barbilla empezó a temblar.
Sin embargo, logró contenerse. Aquella taberna, aquel rostro de hombre acabado, las cinco noches pasadas en las barcas de heno, aquella botella y, unido a esto, la ternura enfermiza de aquel hombre por su esposa y su familia, tenían perplejo a su interlocutor. Raskolnikof estaba pendiente de sus labios, pero experimentaba una sensación penosa y se arrepentía de haber entrado en aquel lugar.
—¡Ah, señor, mi querido señor! —exclamó Marmeladof, algo repuesto—.Tal vez a usted le parezca todo esto tan cómico como a todos los demás; tal vez le esté fastidiando con todos estos pequeños detalles, miserables y estúpidos, de mi vida doméstica. Pero le aseguro que yo no tengo ganas de reír, pues siento todo esto. Todo aquel día inolvidable y toda aquella noche estuve urdiendo en mi mente los sueños más fantásticos: soñaba en cómo reorganizaría nuestra vida, en los vestidos que pondrían a los niños, en la tranquilidad que iba a tener mi esposa, en que arrancaría a mi hija de la vida de oprobio que llevaba y la restituiría al seno de la familia…Y todavía soñé muchas cosas más…Pero he aquí, caballero —y Marmeladof se estremeció de súbito, levantó la cabeza y miró fijamente a su interlocutor—, he aquí que al mismo día siguiente a aquel en que acaricié todos estos sueños (de esto hace exactamente cinco días), por la noche, inventé una mentira y, como un ladrón nocturno, robé la llave del baúl de Catalina Ivanovna y me apoderé del resto del dinero que le había entregado. ¿Cuánto había? No lo recuerdo. Pero… ¡miradme todos! Hace cinco días que no he puesto los pies en mi casa, y los míos me buscan, y he perdido mi empleo. El uniforme lo cambié por este trajeen una taberna del puente de Egipto. Todo ha terminado.
Se dio un puñetazo en la cabeza, apretó los dientes, cerró los ojos y se acodó en la mesa pesadamente. Poco después, su semblante se transformó y, mirando a Raskolnikof con una especie de malicia intencionada, de cinismo fingido, se echó a reír y exclamó:
—Hoy he estado en casa de Sonia. He ido a pedirle dinero para beber. ¡Ja, ja, ja!
—¿Y ella te lo ha dado? —preguntó uno de los que habían entrado últimamente, echándose también a reír.
—Esta media botella que ve usted aquí está pagada con su dinero — continuó Marmeladof, dirigiéndose exclusivamente a Raskolnikof—. Me ha dado treinta kopeks, los últimos, todo lo que tenía: lo he visto con mis propios ojos. Ella no me ha dicho nada; se ha limitado a mirarme en silencio…Ha sido una mirada que no pertenecía a la tierra, sino al cielo. Sólo allá arriba se puede sufrir así por los hombres y llorar por ellos sin condenarlos. Sí, sin condenarlos…Pero es todavía más amargo que no se nos condene. Treinta kopeks… ¿Acaso ella no los necesita? ¿No le parece a usted, mi querido señor, que ella ha de conservar una limpieza atrayente? Esta limpieza cuesta dinero; es una limpieza especial. ¿No le parece? Hacen falta cremas, enaguas almidonadas, elegantes zapatos que embellezcan el pie en el momento de saltar sobre un charco. ¿Comprende, comprende usted la importancia de esta limpieza? Pues bien; he aquí que yo, su propio padre, le he arrancado los treinta kopeks que tenía. Y me los bebo, ya me los he bebido. Dígame usted: ¿quién puede apiadarse de un hombre como yo? Dígame, señor: ¿tiene usted piedad de mí o no la tiene? Con franqueza, señor: ¿me compadece o no me compadece? ¡Ja, ja, ja!
Intentó llenarse el vaso, pero la botella estaba vacía.
—Pero ¿por qué te han de compadecer? —preguntó el tabernero, acercándose a Marmeladof.
La sala se llenó de risas mezcladas con insultos. Los primeros en reír e insultar fueron los que escuchaban al funcionario. Los otros, los que no habían prestado atención, les hicieron coro, pues les bastaba ver la cara del charlatán.
—¿Compadecerme? ¿Por qué me han de compadecer? —bramó de pronto Marmeladof, levantándose, abriendo los brazos con un gesto de exaltación, como si sólo esperase este momento—. ¿Por qué me han de compadecer?, me preguntas. Tienes razón: no merezco que nadie me compadezca; lo que merezco es que me crucifiquen. ¡Sí, la cruz, no la compasión…! ¡Crucifícame, juez! ¡Hazlo y, al crucificarme, ten piedad del crucificado! Yo mismo me encaminaré al suplicio, pues tengo sed de dolor y de lágrimas, no de alegría.¿Crees acaso, comerciante, que la media botella me ha proporcionado algún placer? Sólo dolor, dolor y lágrimas he buscado en el fondo de este frasco…Sí, dolor y lágrimas…Y los he encontrado, y los he saboreado. Pero nosotros no podemos recibir la piedad sino de Aquel que ha sido piadoso con todos los hombres; de Aquel que todo lo comprende, del único, de nuestro único Juez.
Él vendrá el día del Juicio y preguntará: «¿Dónde está esa joven que se ha sacrificado por una madrastra tísica y cruel y por unos niños que no son sus hermanos? ¿Dónde está esa joven que ha tenido piedad de su padre y no ha vuelto la cara con horror ante ese bebedor despreciable?» Y dirá a Sonia: «Ven. Yo te perdoné…, te perdoné…, y ahora te redimo de todos tus pecados, porque tú has amado mucho.» Sí, Él perdonará a mi Sonia, Él la perdonará, yo sé que Él la perdonará. Lo he sentido en mi corazón hace unas horas, cuando estaba en su casa…Todos seremos juzgados por Él, los buenos y los malos. Y nosotros oiremos también su verbo. Él nos dirá: «Acercaos, acercaos también vosotros, los bebedores; acercaos, débiles y desvergonzadas criaturas.» Y todos avanzaremos sin temor y nos detendremos ante Él. Y Él dirá: «¡Sois unos cerdos, lleváis el sello de la bestia y como bestias sois, pero venid conmigo también!» Entonces, los inteligentes y los austeros se volverán hacia Él y exclamarán: «Señor, ¿por qué recibes a éstos?» Y Él responderá: «Los recibo, ¡oh sabios!, los recibo, ¡oh personas sensatas!, porque ninguno de ellos se ha considerado jamás digno de este favor.» Y Él nos tenderá sus divinos brazos y nosotros nos arrojaremos en ellos, deshechos en lágrimas…, y lo comprenderemos todo, entonces lo comprenderemos todo…, y entonces todos comprenderán…También comprenderá Catalina Ivanovna… ¡Señor, venga a nos el reino!
Se dejó caer en un asiento, agotado, sin mirar a nadie, como si, en la profundidad de su delirio, se hubiera olvidado de todo lo que le rodeaba.
Sus palabras habían producido cierta impresión. Hubo unos instantes de silencio. Pero pronto estallaron las risas y las invectivas.
—¿Habéis oído?
—¡Viejo chocho!
—¡Burócrata!
Y otras cosas parecidas.
—¡Vámonos, señor! —exclamó de súbito Marmeladof, levantando la cabeza y dirigiéndose a Raskolnikof—. Lléveme a mi casa…El edificio Kozel…Déjeme en el patio…Ya es hora de que vuelva al lado de Catalina Ivanovna.
Hacía un rato que Raskolnikof había pensado marcharse, otorgando a Marmeladof su compañía y su sostén. Marmeladof tenía las piernas menosfirmes que la voz y se apoyaba pesadamente en el joven. Tenían que recorrer de doscientos a trescientos pasos. La turbación y el temor del alcohólico iban en aumento a medida que se acercaban a la casa.
—No es a Catalina Ivanovna a quien temo —balbuceaba, en medio de su inquietud—. No es la perspectiva de los tirones de pelo lo que me inquieta.
¿Qué es un tirón de pelos? Nada absolutamente. No le quepa duda de que no es nada. Hasta prefiero que me dé unos cuantos tirones. No, no es eso lo que temo. Lo que me da miedo es su mirada…, sí, sus ojos…Y también las manchas rojas de sus mejillas. Y su jadeo… ¿Ha observado cómo respiran estos enfermos cuando los conmueve una emoción violenta…? También me inquieta la idea de que voy a encontrar llorando a los niños, pues si Sonia no les ha dado de comer, no sé…, yo no sé cómo habrán podido…, no sé, no sé… Pero los golpes no me dan miedo…Le aseguro, señor, que los golpes no sólo no me hacen daño, sino que me proporcionan un placer…No podría pasar sin ellos. Lo mejor es que me pegue…Así se desahoga…Sí, prefiero que me pegue…Hemos llegado…Edificio Kozel…Kozel es un cerrajero alemán, un hombre rico…Lléveme a mi habitación.
Cruzaron el patio y empezaron a subir hacia el cuarto piso. La escalera estaba cada vez más oscura. Eran las once de la noche, y aunque en aquella época del año no hubiera, por decirlo así, noche en Petersburgo, es lo cierto que la parte alta de la escalera estaba sumida en la más profunda oscuridad.
La ahumada puertecilla que daba al último rellano estaba abierta. Un cabo de vela iluminaba una habitación miserable que medía unos diez pasos de longitud. Desde el vestíbulo se la podía abarcar con una sola mirada. En ella reinaba el mayor desorden. Por todas partes colgaban cosas, especialmente ropas de niño. Una cortina agujereada ocultaba uno de los dos rincones más distantes de la puerta. Sin duda, tras la cortina había una cama. En el resto de la habitación sólo se veían dos sillas y un viejo sofá cubierto por un hule hecho jirones. Ante él había una mesa de cocina, de madera blanca y no menos vieja.
Sobre esta mesa, en una palmatoria de hierro, ardía el cabo de vela.
Marmeladof tenía, pues, alquilada una habitación entera y no un simple rincón, pero comunicaba con otras habitaciones y era como un pasillo. La puerta que daba a las habitaciones, mejor dicho, a las jaulas, del piso de Amalia Lipevechsel, estaba entreabierta. Se oían voces y ruidos diversos. Las risas estallaban a cada momento. Sin duda, había allí gente que jugaba a las cartas y tomaba el té. A la habitación de Marmeladof llegaban a veces fragmentos de frases groseras.
Raskolnikof reconoció inmediatamente a Catalina Ivanovna. Era una mujer horriblemente delgada, fina, alta y esbelta, con un cabello castaño, bellotodavía. Como había dicho Marmeladof, sus pómulos estaban cubiertos de manchas rojas. Con los labios secos, la respiración rápida e irregular y oprimiéndose el pecho convulsivamente con las manos, se paseaba por la habitación. En sus ojos había un brillo de fiebre y su mirada tenía una dura fijeza. Aquel rostro trastornado de tísica producía una penosa impresión a la luz vacilante y mortecina del cabo de vela casi consumido.
Raskolnikof calculó que tenía unos treinta años y que la edad de Marmeladof superaba bastante a la de su mujer. Ella no advirtió la presencia de los dos hombres. Parecía sumida en un estado de aturdimiento que le impedía ver y oír.
La atmósfera de la habitación era irrespirable, pero la ventana estaba cerrada. De la escalera llegaban olores nauseabundos, pero la puerta del piso estaba abierta. En fin, la puerta interior, solamente entreabierta, dejaba pasar espesas nubes de humo de tabaco que hacían toser a Catalina Ivanovna; pero ella no se había preocupado de cerrar esta puerta.
El hijo menor, una niña de seis años, dormía sentada en el suelo, con el cuerpo torcido y la cabeza apoyada en el sofá. Su hermanito, que tenía un año más que ella, lloraba en un rincón y los sollozos sacudían todo su cuerpo.
Seguramente su madre le acababa de pegar. La mayor, una niña de nueve años, alta y delgada como una cerilla, llevaba una camisa llena de agujeros y, sobre los desnudos hombros, una capa de paño, que sin duda le venía bien dos años atrás, pero que ahora apenas le llegaba a las rodillas. Estaba al lado de su hermanito y le rodeaba el cuello con su descarnado brazo. Al mismo tiempo, seguía a su madre con una mirada temerosa de sus oscuros y grandes ojos, que parecían aún mayores en su pequeña y enjuta carita.
Marmeladof no entró en el piso: se arrodilló ante el umbral y empujó a Raskolnikof hacia el interior. Catalina Ivanovna se detuvo distraídamente al ver ante ella a aquel desconocido y, volviendo momentáneamente a la realidad, parecía preguntarse: ¿Qué hace aquí este hombre? Pero sin duda se imaginó en seguida que iba a atravesar la habitación para dirigirse a otra.
Entonces fue a cerrar la puerta de entrada y lanzó un grito al ver a su marido arrodillado en el umbral.
—¿Ya estás aquí? —exclamó, furiosa—. ¿Ya has vuelto? ¿Dónde está el dinero? ¡Canalla, monstruo! ¿Qué te queda en los bolsillos? ¡Éste no es el traje! ¿Qué has hecho de él? ¿Dónde está el dinero? ¡Habla!
Empezó a registrarle ávidamente. Marmeladof abrió al punto los brazos, dócilmente, para facilitar la tarea de buscar en sus bolsillos. No llevaba encima ni un kopek.
—¿Dónde está el dinero? —siguió vociferando la mujer—. ¡Señor! ¿Esposible que se lo haya bebido todo? ¡Quedaban doce rublos en el baúl!
En un arrebato de ira, cogió a su marido por los cabellos y le obligó a entrar a fuerza de tirones. Marmeladof procuraba aminorar su esfuerzo arrastrándose humildemente tras ella, de rodillas.
—¡Es un placer para mí, no un dolor! ¡Un placer, amigo mío! —exclamaba mientras su mujer le tiraba del pelo y lo sacudía.
Al fin su frente fue a dar contra el entarimado. La niña que dormía en el suelo se despertó y rompió a llorar. El niño, de pie en su rincón, no pudo soportar la escena: de nuevo empezó a temblar, a gritar, y se arrojó en brazos de su hermana, convulso y aterrado. La niña mayor temblaba como una hoja.
—¡Todo, todo se lo ha bebido! —gritaba, desesperada, la pobre mujer—. ¡Y estas ropas no son las suyas! ¡Están hambrientos! —señalaba a los niños, se retorcía los brazos—. ¡Maldita vida!
De pronto se encaró con Raskolnikof.
—¿Y a ti no te da vergüenza? ¡Vienes de la taberna! ¡Has bebido con él! ¡Fuera de aquí!
El joven, sin decir nada, se apresuró a marcharse. La puerta interior acababa de abrirse e iban asomando caras cínicas y burlonas, bajo el gorro encasquetado y con el cigarrillo o la pipa en la boca. Unos vestían batas caseras; otros, ropas de verano ligeras hasta la indecencia. Algunos llevaban las cartas en la mano. Se echaron a reír de buena gana al oír decir a Marmeladof que los tirones de pelo eran para él una delicia. Algunos entraron en la habitación. Al fin se oyó una voz silbante, de mal agüero. Era Amalia Ivanovna Lipevechsel en persona, que se abrió paso entre los curiosos, para restablecer el orden a su manera y apremiar por centésima vez a la desdichada mujer, brutalmente y con palabras injuriosas, a dejar la habitación al mismo día siguiente.
Antes de salir, Raskolnikof había tenido tiempo de llevarse la mano al bolsillo, coger las monedas que le quedaban del rublo que había cambiado en la taberna y dejarlo, sin que le viesen, en el alféizar de la ventana. Después, cuando estuvo en la escalera, se arrepintió de su generosidad y estuvo a punto de volver a subir.
«¡Qué estupidez he cometido! —pensó—. Ellos tienen a Sonia, y yo no tengo quien me ayude.»
Luego se dijo que ya no podía volver a recoger el dinero y que, aunque hubiese podido, no lo habría hecho, y decidió volverse a casa.
«Sonia necesita cremas —siguió diciéndose, con una risita sarcástica, mientras iba por la calle—. Es una limpieza que cuesta dinero. A lo mejor,Sonia está ahora sin un kopek, pues esta caza de hombres, como la de los animales, depende de la suerte. Sin mi dinero, tendrían que apretarse el cinturón. Lo mismo les ocurre con Sonia. En ella han encontrado una verdadera mina. Y se aprovechan…Sí, se aprovechan. Se han acostumbrado.
Al principio derramaron unas lagrimitas, pero después se acostumbraron.
¡Miseria humana! A todo se acostumbra uno.»
Quedó ensimismado. De pronto, involuntariamente, exclamó:
—Pero ¿y si esto no es verdad? ¿Y si el hombre no es un ser miserable, o, por lo menos, todos los hombres? Entonces habría que admitir que nos dominan los prejuicios, los temores vanos, y que uno no debe detenerse ante nada ni ante nadie. ¡Obrar: es lo que hay que hacer!
Al día siguiente se despertó tarde, después de un sueño intranquilo que no le había procurado descanso alguno. Se despertó de pésimo humor y paseó por su buhardilla una mirada hostil. La habitación no tenía más de seis pasos de largo y ofrecía el aspecto más miserable, con su papel amarillo y polvoriento, despegado a trozos, y tan baja de techo, que un hombre que rebasara sólo en unos centímetros la estatura media no habría estado allí a sus anchas, pues le habría cohibido el temor de dar con la cabeza en el techo. Los muebles estaban en armonía con el local. Consistían en tres sillas viejas, más o menos cojas; una mesa pintada, que estaba en un rincón y sobre la cual se veían, como tirados, algunos cuadernos y libros tan cubiertos de polvo que bastaba verlos para deducir que no los habían tocado hacía mucho tiempo, y, en fin, un largo y extraño diván que ocupaba casi toda la longitud y la mitad de la anchura de la pieza y que estaba tapizado de una indiana hecha jirones. Éste era el lecho de Raskolnikof, que solía acostarse completamente vestido y sin más mantas que su vieja capa de estudiante. Como almohada utilizaba un pequeño cojín, bajo el cual colocaba, para hacerlo un poco más alto, toda su ropa blanca, tanto la limpia como la sucia. Ante el diván había una mesita.
Era difícil imaginar una pobreza mayor y un mayor abandono; pero Raskolnikof, dado su estado de espíritu, se sentía feliz en aquel antro. Se había aislado de todo el mundo y vivía como una tortuga en su concha. La simple presencia de la sirvienta de la casa, que de vez en cuando echaba a su habitación una ojeada, le ponía fuera de sí. Así suele ocurrir a los enfermos mentales dominados por ideas fijas.
Hacía quince días que su patrona no le enviaba la comida, y ni siquiera lehabía pasado por la imaginación ir a pedirle explicaciones, aunque se quedaba sin comer. Nastasia, la cocinera y única sirvienta de la casa, estaba encantada con la actitud del inquilino, cuya habitación había dejado de barrer y limpiar hacía tiempo. Sólo por excepción entraba en la buhardilla a pasar la escoba.
Ella fue la que lo despertó aquella mañana.
—¡Vamos! ¡Levántate ya! —le gritó—. ¿Piensas pasarte la vida durmiendo? Son ya las nueve…Te he traído té. ¿Quieres una taza? Pareces un muerto.
El huésped abrió los ojos, se estremeció ligeramente y reconoció a la sirvienta.
—¿Me lo envía la patrona? —preguntó, incorporándose penosamente.
—¿Cómo se le ha ocurrido ese disparate?
Y puso ante él una rajada tetera en la que quedaba todavía un poco de té, y dos terrones de azúcar amarillento.
—Oye, Nastasia; hazme un favor —dijo Raskolnikof, sacando de un bolsillo un puñado de calderilla, cosa que pudo hacer porque, como de costumbre, se había acostado vestido—. Toma y ve a comprarme un panecillo blanco y un poco de salchichón del más barato.
—El panecillo blanco te lo traeré en seguida pero el salchichón… ¿No prefieres un plato de chtchis? Es de ayer y está riquísimo. Te lo guardé, pero viniste demasiado tarde. Palabra que está muy bueno.
Cuando trajo la sopa y Raskolnikof se puso a comer, Nastasia se sentó a su lado, en el diván, y empezó a charlar. Era una campesina que hablaba por los codos y que había llegado a la capital directamente de su aldea.
—Praskovia Pavlovna quiere denunciarte a la policía —dijo.
Él frunció las cejas.
—¿A la policía? ¿Por qué?
—Porque ni le pagas ni lo vas a hacer: la cosa no puede estar más clara.
—Es lo único que me faltaba —murmuró el joven, apretando los dientes
—. En estos momentos, esa denuncia sería un trastorno para mí. ¡Esa mujer es tonta! —añadió en voz alta—. Hoy iré a hablar con ella.
—Desde luego, es tonta. Tanto como yo. Pero tú, que eres inteligente, ¿por qué te pasas el día echado así como un saco? Y no se sabe ni siquiera qué color tiene el dinero. Dices que antes dabas lecciones a los niños. ¿Por qué ahora no haces nada?
—Hago algo —replicó Raskolnikof secamente, como hablando a la fuerza.—¿Qué es lo que haces?
—Un trabajo.
—¿Qué trabajo?
—Medito —respondió el joven gravemente, tras un silencio.
Nastasia empezó a retorcerse. Era un temperamento alegre y, cuando la hacían reír, se retorcía en silencio, mientras todo su cuerpo era sacudido por las mudas carcajadas.
—¿Has ganado mucho con tus meditaciones? —preguntó cuando al fin pudo hablar.
—No se pueden dar lecciones cuando no se tienen botas. Además, odio las lecciones: de buena gana les escupiría.
—No escupas tanto: el salivazo podría caer sobre ti.
—¡Para lo que se paga por las lecciones! ¡Unos cuantos kopeks! ¿Qué haría yo con eso?
Seguía hablando como a la fuerza y parecía responder a sus propios pensamientos.
—Entonces, ¿pretendes ganar una fortuna de una vez?
Raskolnikof le dirigió una mirada extraña.
—Sí, una fortuna —respondió firmemente tras una pausa.
—Bueno, bueno; no pongas esa cara tan terrible… ¿Y qué me dices del panecillo blanco? ¿Hay que ir a buscarlo, o no?
—Haz lo que quieras.
—¡Ah, se me olvidaba! Llegó una carta para ti cuando no estabas en casa.
—¿Una carta para mí? ¿De quién?
—Eso no lo sé. Lo que sé es que le di al cartero tres kopeks. Espero que me los devolverás.
—¡Tráela, por el amor de Dios! ¡Trae esa carta! —exclamó Raskolnikof, profundamente agitado—. ¡Señor…! ¡Señor…!
Un minuto después tenía la carta en la mano. Como había supuesto, era de su madre, pues procedía del distrito de R***. Estaba pálido. Hacía mucho tiempo que no había recibido ninguna carta; pero la emoción que agitaba su corazón en aquel momento obedecía a otra causa.
—¡Vete, Nastasia! ¡Vete, por el amor de Dios! Toma tus tres kopeks, pero vete en seguida; te lo ruego.La carta temblaba en sus manos. No quería abrirla en presencia de la sirvienta; deseaba quedarse solo para leerla. Cuando Nastasia salió, el joven se llevó el sobre a sus labios y lo besó. Después estuvo unos momentos contemplando la dirección y observando la caligrafía, aquella escritura fina y un poco inclinada que tan familiar y querida le era; la letra de su madre, a la que él mismo había enseñado a leer y escribir hacía tiempo. Retrasaba el momento de abrirla: parecía experimentar cierto temor. Al fin rasgó el sobre.
La carta era larga. La letra, apretada, ocupaba dos grandes hojas de papel por los dos lados.
«Mi querido Rodia —decía la carta—: hace ya dos meses que no te he escrito y esto ha sido para mí tan penoso, que incluso me ha quitado el sueño muchas noches. Perdóname este silencio involuntario. Ya sabes cuánto te quiero. Dunia y yo no tenemos a nadie más que a ti; tú lo eres todo para nosotras: toda nuestra esperanza, toda nuestra confianza en el porvenir. Sólo Dios sabe lo que sentí cuando me dijiste que habías tenido que dejar la universidad hacía ya varios meses por falta de dinero y que habías perdido las lecciones y no tenías ningún medio de vida. ¿Cómo puedo ayudarte yo, con mis ciento veinte rublos anuales de pensión? Los quince rublos que te envié hace cuatro meses, los pedí prestados, con la garantía de mi pensión, a un comerciante de esta ciudad llamado Vakruchine. Es una buena persona y fue amigo de tu padre; pero como yo le había autorizado por escrito a cobrar por mi cuenta la pensión, tenía que procurar devolverle el dinero, cosa que acabo de hacer. Ya sabes por qué no he podido enviarte nada en estos últimos meses.
»Pero ahora, gracias a Dios, creo que te podré mandar algo. Por otra parte, en estos momentos no podemos quejarnos de nuestra suerte, por el motivo que me apresuro a participarte. Ante todo, querido Rodia, tú no sabes que hace ya seis semanas que tu hermana vive conmigo y que ya no tendremos que volver a separarnos. Gracias a Dios, han terminado sus sufrimientos. Pero vayamos por orden: así sabrás todo lo ocurrido, todo lo que hasta ahora te hemos ocultado.»
Cuando hace dos meses me escribiste diciéndome que te habías enterado de que Dunia había caído en desgracia en casa de los Svidrigailof, que la trataban desconsideradamente, y me pedías que te lo explicara todo, no me pareció conveniente hacerlo. Si te hubiese contado la verdad, lo habrías dejado todo para venir, aunque hubieras tenido que hacer el mismo camino a pie, pues conozco tu carácter y tus sentimientos y sé que no habrías consentido que insultaran a tu hermana.
»Yo estaba desesperada, pero ¿qué podía hacer? Por otra parte, yo no sabía toda la verdad. El mal estaba en que Dunetchka, al entrar el año pasado en casa de los Svidrigailof como institutriz, había pedido por adelantado la importante cantidad de cien rublos, comprometiéndose a devolverlos con sushonorarios. Por lo tanto, no podía dejar la plaza hasta haber saldado la deuda.
Dunia (ahora ya puedo explicártelo todo, mi querido Rodia) había pedido esta suma especialmente para poder enviarte los sesenta rublos que entonces necesitabas con tanta urgencia y que, efectivamente, te mandamos el año pasado. Entonces te engañamos diciéndote que el dinero lo tenía ahorrado Dunia. No era verdad; la verdad es la que te voy a contar ahora, en primer lugar porque nuestra suerte ha cambiado de pronto por la voluntad de Dios, y también porque así tendrás una prueba de lo mucho que te quiere tu hermana y de la grandeza de su corazón.
»El señor Svidrigailof empezó por mostrarse grosero con ella, dirigiéndole toda clase de burlas y expresiones molestas, sobre todo cuando estaban en la mesa…Pero no quiero extenderme sobre estos desagradables detalles: no conseguiría otra cosa que irritarte inútilmente, ahora que ya ha pasado todo.
»En resumidas cuentas, que la vida de Dunetchka era un martirio, a pesar de que recibía un trato amable y bondadoso de Marfa Petrovna, la esposa del señor Svidrigailof, y de todas las personas de la casa. La situación de Dunia era aún más penosa cuando el señor Svidrigailof bebía más de la cuenta, cediendo a los hábitos adquiridos en el ejército.
»Y esto fue poco comparado con lo que al fin supimos. Figúrate que Svidrigailof, el muy insensato, sentía desde hacía tiempo por Dunia una pasión que ocultaba bajo su actitud grosera y despectiva. Tal vez estaba avergonzado y atemorizado ante la idea de alimentar, él, un hombre ya maduro, un padre de familia, aquellas esperanzas licenciosas e involuntarias hacia Dunia; tal vez sus groserías y sus sarcasmos no tenían más objeto que ocultar su pasión a los ojos de su familia. Al fin no pudo contenerse y, con toda claridad, le hizo proposiciones deshonestas. Le prometió cuanto puedas imaginarte, incluso abandonar a los suyos y marcharse con ella a una ciudad lejana, o al extranjero si lo prefería. Ya puedes suponer lo que esto significó para tu hermana. Dunia no podía dejar su puesto, no sólo porque no había pagado su deuda, sino por temor a que Marfa Petrovna sospechara la verdad, lo que habría introducido la discordia en la familia. Además, incluso ella habría sufrido las consecuencias del escándalo, pues demostrar la verdad no habría sido cosa fácil.
»Aún había otras razones para que Dunia no pudiera dejar la casa hasta seis semanas después. Ya conoces a Dunia, ya sabes que es una mujer inteligente y de carácter firme. Puede soportar las peores situaciones y encontrar en su ánimo la entereza necesaria para conservar la serenidad.
Aunque nos escribíamos con frecuencia, ella no me había dicho nada de todo esto para no apenarme. El desenlace sobrevino inesperadamente. Marfa Petrovna sorprendió un día en el jardín, por pura casualidad, a su marido en el momento en que acosaba a Dunia, y lo interpretó todo al revés, achacando la culpa a tu hermana. A esto siguió una violenta escena en el mismo jardín.Marfa Petrovna llegó incluso a golpear a Dunia: no quiso escucharla y estuvo vociferando durante más de una hora. Al fin la envió a mi casa en una simple carreta, a la que fueron arrojados en desorden sus vestidos, su ropa blanca y todas sus cosas: ni siquiera le permitió hacer el equipaje. Para colmo de desdichas, en aquel momento empezó a diluviar, y Dunia, después de haber sufrido las más crueles afrentas, tuvo que recorrer diecisiete verstas en una carreta sin toldo y en compañía de un mujik. Dime ahora qué podía yo contestar a tu carta, qué podía contarte de esta historia.
»Estaba desesperada. No me atrevía a decirte la verdad, ya que con ello sólo habría conseguido apenarte y desatar tu indignación. Además, ¿qué podías hacer tú? Perderte: esto es lo único. Por otra parte, Dunetchka me lo había prohibido. En cuanto a llenar una carta de palabras insulsas cuando mi alma estaba henchida de dolor, no me sentía capaz de hacerlo.
»Desde que se supo todo esto, fuimos el tema preferido por los murmuradores de la ciudad, y la cosa duró un mes entero. No nos atrevíamos ni siquiera a ir a cumplir con nuestros deberes religiosos, pues nuestra presencia era acogida con cuchicheos, miradas desdeñosas e incluso comentarios en voz alta. Nuestros amigos se apartaron de nosotras, nadie nos saludaba, e incluso sé de buena tinta que un grupo de empleadillos proyectaba contra nosotras la mayor afrenta: embadurnar con brea la puerta de nuestra casa. Por cierto que el casero nos había exigido que la desalojáramos.
»Y todo por culpa de Marfa Petrovna, que se había apresurado a difamar a Dunia por toda la ciudad. Venía casi a diario a esta población, en la que conoce a todo el mundo. Es una charlatana que se complace en contar historias de familia ante el primero que llega, y, sobre todo, en censurar a su marido públicamente, cosa que no me parece ni medio bien. Así, no es extraño que le faltara el tiempo para ir pregonando el caso de Dunia, no sólo por la ciudad, sino por toda la comarca.
»Caí enferma. Tu hermana fue más fuerte que yo. ¡Si hubieras visto la entereza con que soportaba su desgracia y procuraba consolarme y darme ánimos! Es un ángel…
»Pero la misericordia divina ha puesto fin a nuestro infortunio.
»El señor Svidrigailof ha recobrado la lucidez. Torturado por el remordimiento y compadecido sin duda de la suerte de tu hermana, ha presentado a Marfa Petrovna las pruebas más convincentes de la inocencia de Dunia: una carta que Dunetchka le había escrito antes de que la esposa los sorprendiera en el jardín, para evitar las explicaciones de palabra y demostrarle que no quería tener ninguna entrevista con él. En esta carta, que quedó en poder del señor Svidrigailof al salir de la casa Dunetchka, ésta le reprochaba vivamente y con sincera indignación la vileza de su conducta paracon Marfa Petrovna, le recordaba que era un hombre casado y padre de familia y le hacía ver la indignidad que cometía persiguiendo a una joven desgraciada e indefensa. En una palabra, querido Rodia, que esta carta respira tal nobleza de sentimientos y está escrita en términos tan conmovedores, que lloré cuando la leí, e incluso hoy no puedo releerla sin derramar unas lágrimas. Además, Dunia pudo contar al fin con el testimonio de los sirvientes, que sabían más de lo que el señor Svidrigailof suponía.
»Marfa Petrovna quedó por segunda vez estupefacta, como herida por un rayo, según su propia expresión, pero no dudó ni un momento de la inocencia de Dunia, y al día siguiente, que era domingo, lo primero que hizo fue ir a la iglesia e implorar a la Santa Virgen que le diera fuerzas para soportar su nueva desgracia y cumplir con su deber. Acto seguido vino a nuestra casa y nos refirió todo lo ocurrido, llorando amargamente. En un arranque de remordimiento, se arrojó en los brazos de Dunia y le suplicó que la perdonara.
Después, sin pérdida de tiempo, recorrió las casas de la ciudad, y en todas partes, entre sollozos y en los términos más halagadores, rendía homenaje a la inocencia, a la nobleza de sentimientos y a la integridad de la conducta de Dunia. No contenta con esto, mostraba y leía a todo el mundo la carta escrita por Dunetchka al señor Svidrigailof. E incluso dejaba sacar copias, cosa que me parece una exageración. Recorrió las casas de todas sus amistades, en lo cual empleó varios días. Ello dio lugar a que algunas de sus relaciones se molestaran al ver que daba preferencia a otros, lo que consideraban una injusticia. Al fin se determinó con toda exactitud el orden de las visitas, de modo que cada uno pudo saber de antemano el día que le tocaba el turno. En toda la ciudad se sabía dónde tenía que leer Marfa Petrovna la carta tal o cual día, y el vecindario adquirió la costumbre de reunirse en la casa favorecida, sin excluir aquellas familias que ya habían escuchado la lectura en su propio hogar y en el de otras familias amigas. Yo creo que en todo esto hay mucha exageración, pero así es el carácter de Marfa Petrovna. Por otra parte, es lo cierto que ella ha rehabilitado por completo a Dunetchka. Toda la vergüenza de esta historia ha caído sobre el señor Svidrigailof, a quien ella presenta como único culpable, y tan inflexiblemente, que incluso siento compasión de él. A mi juicio, la gente es demasiado severa con este insensato.
»Inmediatamente llovieron sobre Dunia ofertas para dar lecciones, pero ella las ha rechazado todas. Todo el mundo se ha apresurado a testimoniarle su consideración. Yo creo que a esto hay que atribuir principalmente el acontecimiento inesperado que va a cambiar, por decirlo así, nuestra vida. Has de saber, querido Rodia, que Dunia ha recibido una solicitud de matrimonio y la ha aceptado, lo que me apresuro a comunicarte. Aunque esto se ha hecho sin consultarte, espero que nos perdonarás, pues ya comprenderás que no podíamos retrasar nuestra decisión hasta que recibiéramos tu respuesta. Por otra parte, no habrías podido juzgar con acierto las cosas desde tan lejos.»He aquí cómo ha ocurrido todo:
»El prometido de tu hermana, Piotr Petrovitch Lujine, es consejero de los Tribunales y pariente lejano de Marfa Petrovna. Por mediación de ella, y después de intervenir activamente en este asunto, nos transmitió su deseo de entablar conocimiento con nosotras. Le recibimos cortésmente, tomamos café y, al día siguiente mismo, nos envió una carta en la que nos hacía su petición con finas expresiones y solicitaba una respuesta rápida y categórica. Es un hombre activo y que está siempre ocupadísimo. Ha de partir cuanto antes para Petersburgo y debe aprovechar el tiempo.
»Al principio, como comprenderás, nos quedamos atónitas, pues no esperábamos en modo alguno una solicitud de esta índole, y tu hermana y yo nos pasamos el día reflexionando sobre la cuestión. Es un hombre digno y bien situado. Presta servicios en dos departamentos y posee una pequeña fortuna.
Verdad es que tiene ya cuarenta y cinco años, pero su presencia es tan agradable, que estoy segura de que todavía gusta a las mujeres. Es austero y sosegado, aunque tal vez un poco altivo. Pero es muy posible que esto último sea tan sólo una apariencia engañosa.
»Ahora una advertencia, querido Rodia: cuando lo veas en Petersburgo, cosa que ocurrirá muy pronto, no te precipites a condenarlo duramente, siguiendo tu costumbre, si ves en él algo que te disguste. Te digo esto en un exceso de previsión, pues estoy segura de que producirá en ti una impresión favorable. Por lo demás, para conocer a una persona, hay que verla y observarla atentamente durante mucho tiempo, so pena de dejarte llevar de prejuicios y cometer errores que después no se reparan fácilmente.
»Todo induce a creer que Piotr Petrovitch es un hombre respetable a carta cabal. En su primera visita nos dijo que era un espíritu realista, que compartía en muchos puntos la opinión de las nuevas generaciones y que detestaba los prejuicios. Habló de otras muchas cosas, pues parece un poco vanidoso y le gusta que le escuchen, lo cual no es un crimen, ni mucho menos. Yo, naturalmente, no comprendí sino una pequeña parte de sus comentarios, pero Dunia me ha dicho que, aunque su instrucción es mediana, parece bueno e inteligente. Ya conoces a tu hermana, Rodia: es una muchacha enérgica, razonable, paciente y generosa, aunque posee (de esto estoy convencida) un corazón apasionado. Indudablemente, el motivo de este matrimonio no es, por ninguna de las dos partes, un gran amor; pero Dunia, además de inteligente, es una mujer de corazón noble, un verdadero ángel, y se impondrá el deber de hacer feliz a su marido, el cual, por su parte, procurará corresponderle, cosa que, hasta el momento, no tenemos motivo para poner en duda, pese a que el matrimonio, hay que confesarlo, se ha concretado con cierta precipitación. Por otra parte, siendo él tan inteligente y perspicaz, comprenderá que su felicidad conyugal dependerá de la que proporcione a Dunetchka.»En lo que concierne a ciertas disparidades de genio, de costumbres arraigadas, de opiniones (cosas que se ven en los hogares más felices), Dunetchka me ha dicho que está segura de que podrá evitar que ello sea motivo de discordia, que no hay que inquietarse por tal cosa, pues ella se siente capaz de soportar todas las pequeñas discrepancias, con tal que las relaciones matrimoniales sean sinceras y justas. Además, las apariencias son engañosas muchas veces. A primera vista, me ha parecido un tanto brusco y seco; pero esto puede proceder precisamente de su rectitud y sólo de su rectitud.
»En su segunda visita, cuando ya su petición había sido aceptada, nos dijo, en el curso de la conversación, que antes de conocer a Dunia ya había resuelto casarse con una muchacha honesta y pobre que tuviera experiencia de las dificultades de la vida, pues considera que el marido no debe sentirse en ningún caso deudor de la mujer y que, en cambio, es muy conveniente que ella vea en él un bienhechor. Sin duda, no me expreso con la amabilidad y delicadeza con que él se expresó, pues sólo he retenido la idea, no las palabras.
Además, habló sin premeditación alguna, dejándose llevar del calor de la conversación, tanto, que él mismo trató después de suavizar el sentido de sus palabras. Sin embargo, a mí me parecieron un tanto duras, y así se lo dije a Dunetchka; pero ella me contestó con cierta irritación que una cosa es decir y otra hacer, lo que sin duda es verdad. Dunia no pudo pegar ojo la noche que precedió a su respuesta y, creyendo que yo estaba dormida, se levantó y estuvo varias horas paseando por la habitación. Finalmente se arrodilló delante del icono y oró fervorosamente. Por la mañana me dijo que ya había decidido lo que tenía que hacer.
»Ya te he dicho que Piotr Petrovitch se trasladará muy pronto a Petersburgo, adonde le llaman intereses importantísimos, pues quiere establecerse allí como abogado. Hace ya mucho tiempo que ejerce y acaba de ganar una causa importante. Si ha de trasladarse inmediatamente a Petersburgo es porque ha de seguir atendiendo en el senado a cierto trascendental asunto.
Por todo esto, querido Rodia, este señor será para ti sumamente útil, y Dunia y yo hemos pensado que puedes comenzar en seguida tu carrera y considerar tu porvenir asegurado. ¡Oh, si esto llegara a realizarse! Sería una felicidad tan grande, que sólo la podríamos atribuir a un favor especial de la Providencia.
Dunia sólo piensa en esto. Ya hemos insinuado algo a Piotr Petrovitch. Él, mostrando una prudente reserva, ha dicho que, no pudiendo estar sin secretario, preferiría, naturalmente, confiar este empleo a un pariente que a un extraño, siempre y cuando aquél fuera capaz de desempeñarlo. (¿Cómo no has de ser capaz de desempeñarlo tú?) Sin embargo, manifestó al mismo tiempo el temor de que, debido a tus estudios, no dispusieras del tiempo necesario para trabajar en su bufete. Así quedó la cosa por el momento, pero Dunia sólo piensa en este asunto. Vive desde hace algunos días en un estado febril y haforjado ya sus planes para el futuro. Te ve trabajando con Piotr Petrovitch e incluso llegando a ser su socio, y eso sin dejar tus estudios de Derecho. Yo estoy de acuerdo en todo con ella, Rodia, y comparto sus proyectos y sus esperanzas, pues la cosa me parece perfectamente realizable, a pesar de las evasivas de Piotr Petrovitch, muy explicables, ya que él todavía no te conoce.
»Dunia está segura de que conseguirá lo que se propone, gracias a su influencia sobre su futuro esposo, influencia que no le cabe duda de que llegará a tener. Nos hemos guardado mucho de dejar traslucir nuestras esperanzas ante Piotr Petrovitch, sobre todo la de que llegues a ser su socio algún día. Es un hombre práctico y no le habría parecido nada bien lo que habría juzgado como un vano ensueño. Tampoco le hemos dicho ni una palabra de nuestra firme esperanza de que te ayude materialmente cuando estés en la universidad, y ello por dos razones. La primera es que a él mismo se le ocurrirá hacerlo, y lo hará del modo más sencillo, sin frases altisonantes.
Sólo faltaría que hiciera un feo sobre esta cuestión a Dunetchka, y más aún teniendo en cuenta que tú puedes llegar a ser su colaborador, su brazo derecho, por decirlo así, y recibir esta ayuda no como una limosna, sino como un anticipo por tu trabajo. Así es como Dunetchka desea que se desarrolle este asunto, y yo comparto enteramente su parecer.
»La segunda razón que nos ha movido a guardar silencio sobre este punto es que deseo que puedas mirarle de igual a igual en vuestra próxima entrevista.
Dunia le ha hablado de ti con entusiasmo, y él ha respondido que a los hombres hay que conocerlos antes de juzgarlos, y que no formará su opinión sobre ti hasta que te haya tratado.
»Ahora te voy a decir una cosa, mi querido Rodia. A mí me parece, por ciertas razones (que desde luego no tienen nada que ver con el carácter de Piotr Petrovitch y que tal vez son solamente caprichos de vieja), a mí me parece, repito, que lo mejor sería que, después del casamiento, yo siguiera viviendo sola en vez de instalarme en casa de ellos. Estoy completamente segura de que él tendrá la generosidad y la delicadeza de invitarme a no vivir separada de mi hija, y sé muy bien que, si todavía no ha dicho nada, es porque lo considera natural; pero yo no aceptaré. He observado en más de una ocasión que los yernos no suelen tener cariño a sus suegras, y yo no sólo no quiero ser una carga para nadie, sino que deseo vivir completamente libre mientras me queden algunos recursos y tenga hijos como Dunetchka y tú.
»Procuraré vivir cerca de vosotros, pues aún tengo que decirte lo más agradable, Rodia. Precisamente por serlo lo he dejado para el final de la carta.
Has de saber, querido hijo, que seguramente nos volveremos a reunir los tres muy pronto, y podremos abrazarnos tras una separación de tres años. Está completamente decidido que Dunia y yo nos traslademos a Petersburgo. No puedo decirte la fecha exacta de nuestra salida, pero puedo asegurarte que estámuy próxima: tal vez no tardemos más de ocho días en partir. Todo depende de Piotr Petrovitch, que nos avisará cuando tenga casa. Por ciertas razones, desea que la boda se celebre cuanto antes, lo más tarde antes de la cuaresma de la Asunción.
»¡Qué feliz seré cuando pueda estrecharte contra mi corazón! Dunia está loca de alegría ante la idea de volver a verte. Me ha dicho (en broma, claro es) ue esto habría sido motivo suficiente para decidirla a casarse con Piotr Petrovitch. Es un ángel.
»No quiere añadir nada a mi carta, pues tiene tantas y tantas cosas que decirte, que no siente el deseo de empuñar la pluma, ya que escribir sólo unas líneas sería en este caso completamente inútil. Me encarga que te envíe mil abrazos.
»Aunque estemos en vísperas de reunirnos, uno de estos días te enviaré algún dinero, la mayor cantidad que pueda. Ahora que todos saben por aquí que Dunetchka se va a casar con Piotr Petrovitch, nuestro crédito se ha reafirmado de súbito, y puedo asegurarte que Atanasio Ivanovitch está dispuesto a prestarme hasta setenta y cinco rublos, que devolveré con mi pensión. Por lo tanto, te podré mandar veinticinco o, tal vez treinta. Y aún te enviaría más si no temiese que me faltara para el viaje. Aunque Piotr Petrovitch haya tenido la bondad de encargarse de algunos de los gastos del traslado (de nuestro equipaje, incluido el gran baúl, que enviará por medio de sus amigos, supongo), tenemos que pensar en nuestra llegada a Petersburgo, donde no podemos presentarnos sin algún dinero para atender a nuestras necesidades, cuando menos durante los primeros días.
»Dunia y yo lo tenemos ya todo calculado al céntimo. El billete no nos resultará caro. De nuestra casa a la estación de ferrocarril más próxima sólo hay noventa verstas, y ya nos hemos puesto de acuerdo con un mujik que nos llevará en su carro. Después nos instalaremos alegremente en un departamento de tercera. Yo creo que podré mandarte, no veinticinco, sino treinta rublos.
»Basta ya. He llenado dos hojas y no dispongo de más espacio. Ya te lo he contado todo, ya estás informado del cúmulo de acontecimientos de estos últimos meses. Y ahora, mi querido Rodia, te abrazo mientras espero que nos volvamos a ver y te envío mi bendición maternal. Quiere a Dunia, quiere a tu hermana, Rodia, quiérela como ella te quiere a ti; ella, cuya ternura es infinita; ella, que te ama más que a sí misma. Es un ángel, y tú, toda nuestra vida, toda nuestra esperanza y toda nuestra fe en el porvenir. Si tú eres feliz, lo seremos nosotras también. ¿Sigues rogando a Dios, Rodia, crees en la misericordia de nuestro Creador y de nuestro Salvador? Sentiría en el alma que te hubieras contaminado de esa enfermedad de moda que se llama ateísmo. Si es así, piensa que ruego por ti. Acuérdate, querido, de cuando eras niño; entonces, enpresencia de tu padre, que aún vivía, tú balbuceabas tus oraciones sentado en mis rodillas. Y todos éramos felices.
»Hasta pronto. Te envío mil abrazos.
»Te querrá mientras viva
»PULQUERIA RASKOLNIKOVA.»
Durante la lectura de esta carta, las lágrimas bañaron más de una vez el rostro de Raskolnikof, y cuando hubo terminado estaba pálido, tenía las facciones contraídas y en sus labios se percibía una sonrisa densa, amarga, cruel. Apoyó la cabeza en su mezquina almohada y estuvo largo tiempo pensando. Su corazón latía con violencia, su espíritu estaba lleno de turbación.
Al fin sintió que se ahogaba en aquel cuartucho amarillo que más que habitación parecía un baúl o una alacena. Sus ojos y su cerebro reclamaban espacio libre. Cogió su sombrero y salió. Esta vez no temía encontrarse con la patrona en la escalera. Había olvidado todos sus problemas. Tomó el bulevar V***, camino de Vasilievski Ostrof. Avanzaba con paso rápido, como apremiado por un negocio urgente. Como de costumbre, no veía nada ni a nadie y susurraba palabras sueltas, ininteligibles. Los transeúntes se volvían a mirarle. Y se decían: «Está bebido.»
La carta de su madre le había trastornado, pero Raskolnikof no había vacilado un instante, ni siquiera durante la lectura, sobre el punto principal.
Acerca de esta cuestión, ya había tomado una decisión irrevocable: «Ese matrimonio no se llevará a cabo mientras yo viva. ¡Al diablo ese señor Lujine!»
«La cosa no puede estar más clara —pensaba, sonriendo con aire triunfal y malicioso, como si estuviese seguro de su éxito—. No, mamá; no, Dunia; no conseguiréis engañarme…Y todavía se disculpan de haber decidido la cosa por su propia cuenta y sin pedirme consejo. ¡Claro que no me lo han pedido!
Creen que es demasiado tarde para romper el compromiso. Ya veremos si se puede romper o no. ¡Buen pretexto alegan! Piotr Petrovitch está siempre tan ocupado, que sólo puede casarse a toda velocidad, como un ferrocarril en marcha. No, Dunetchka, lo veo todo claro; sé muy bien qué cosas son esas que me tienes que decir, y también lo que pensabas aquella noche en que ibas y venias por la habitación, y lo que confiaste, arrodillada ante la imagen que siempre ha estado en el dormitorio de mamá: la de la Virgen de Kazán. La subida del Gólgota es dura, muy dura…Decís que el asunto estádefinitivamente concertado. Tú, Avdotia Romanovna, has decidido casarte con un hombre de negocios, un hombre práctico que posee cierto capital (que ha amasado ya cierta fortuna: esto suena mejor e impone más respeto). Trabaja en dos departamentos del Estado y comparte las ideas de las nuevas generaciones (como dice mamá), y, según Dunetchka, parece un hombre bueno. Este "parece" es lo mejor: Dunetchka se casa impulsada por esta simple apariencia.
¡Magnifico, verdaderamente magnifico!
»…Me gustaría saber por qué me habla mamá de las nuevas generaciones.
¿Lo habrá hecho sencillamente para caracterizar al personaje o con la segunda intención de que me sea simpático el señor Lujine…? ¡Las muy astutas! Otra cosa que me gustaría aclarar es hasta qué punto han sido francas una con otra aquel día decisivo, aquella noche y después de aquella noche. ¿Hablarían claramente o comprenderían las dos, sin necesidad de decírselo, que tanto una como otra tenían una sola idea, un solo sentimiento y que las palabras eran inútiles? Me inclino por esta última hipótesis: es la que la carta deja entrever.
»A mamá le pareció un poco seco, y la pobre mujer, en su ingenuidad, se apresuró a decírselo a Dunia. Y Dunia, naturalmente, se enfadó y respondió con cierta brusquedad. Es lógico. ¿Cómo no perder la calma ante estas ingenuidades cuando la cosa está perfectamente clara y ya no es posible retroceder? ¿Y por qué me dirá: quiere a Dunia, Rodia, porque ella te quiere a ti más que a su propia vida? ¿No será que la tortura secretamente el remordimiento por haber sacrificado su hija a su hijo? "Tú eres toda nuestra vida, toda nuestra esperanza para el porvenir." ¡Oh mamá…!»
Su irritación crecía por momentos. Si se hubiera encontrado en aquel instante con el señor Lujine, estaba seguro de que lo habría matado.
«Cierto —prosiguió, cazando al vuelo los pensamientos que cruzaban su imaginación—, cierto que para conocer a un hombre es preciso observarlo largo tiempo y de cerca, pero el carácter del señor Lujine es fácil de descifrar.
Lo que más me ha gustado es el calificativo de hombre de negocios y eso de que parece bueno. ¡Vaya si lo es! ¡Encargarse de los gastos de transporte del equipaje, incluso el gran baúl…! ¡Qué generosidad! Y ellas, la prometida y la madre, se ponen de acuerdo con un mujik para trasladarse a la estación en una carreta cubierta (también yo he viajado así). Esto no tiene importancia: total, de la casa a la estación sólo hay noventa verstas. Después se instalarán alegremente en un vagón de tercera para recorrer un millar de verstas. Esto me parece muy natural, porque cada cual procede de acuerdo con los medios de que dispone. Pero usted, señor Lujine, ¿qué piensa de todo esto? Ella es su prometida, ¿no? Sin embargo, no se ha enterado usted de que la madre ha pedido un préstamo con la garantía de su pensión para atender a los gastos del viaje. Sin duda, usted ha considerado el asunto como un simple convenio comercial establecido a medias con otra persona y en el que, por lo tanto, cadasocio debe aportar la parte que le corresponde. Ya lo dice el proverbio: "El pan y la sal, por partes iguales; los beneficios, cada uno los suyos". Pero usted sólo ha pensado en barrer hacia dentro: los billetes son bastante más caros que el transporte del equipaje, y es muy posible que usted no tenga que pagar nada por enviarlo. ¿Es que no ven ellas estas cosas o es que no quieren ver nada? ¡Y dicen que están contentas! ¡Cuando pienso que esto no es sino la flor del árbol y que el fruto ha de madurar todavía! Porque lo peor de todo no es la cicatería, la avaricia que demuestra la conducta de ese hombre, sino el carácter general del asunto. Su proceder da una idea de lo que será el marido, una idea clara…
»¡Como si mama tuviera el dinero para arrojarlo por la ventana! ¿Con qué llegará a Petersburgo? Con tres rublos, o dos pequeños billetes, como los que mencionaba el otro día la vieja usurera… ¿Cómo cree que podrá vivir en Petersburgo? Pues es el caso que ha visto ya, por ciertos indicios, que le será imposible estar en casa de Dunia, ni siquiera los primeros días después de la boda. Ese hombre encantador habrá dejado escapar alguna palabrita que debe de haber abierto los ojos a mamá, a pesar de que ella se niegue a reconocerlo con todas sus fuerzas. Ella misma ha dicho que no quiere vivir con ellos. Pero ¿con qué cuenta? ¿Pretende acaso mantenerse con los ciento veinte rublos de la pensión, de los que hay que deducir el préstamo de Atanasio Ivanovitch? En nuestra pequeña ciudad desgasta la poca vista que le queda tejiendo prendas de lana y bordando puños, pero yo sé que esto no añade más de veinte rublos al año a los ciento veinte de la pensión; lo sé positivamente. Por lo tanto, y a pesar de todo, ellas fundan sus esperanzas en los sentimientos generosos del señor Lujine. Creen que él mismo les ofrecerá su apoyo y les suplicará que lo acepten. ¡Sí, si…! Esto es muy propio de dos almas románticas y hermosas.
Os presentan hasta el último momento un hombre con plumas de pavo real y no quieren ver más que el bien, nunca el mal, aunque esas plumas no sean sino el reverso de la medalla; no quieren llamar a las cosas por su nombre por adelantado; la sola idea de hacerlo les resulta insoportable. Rechazan la verdad con todas sus fuerzas hasta el momento en que el hombre por ellas idealizado les da un puñetazo en la cara. Me gustaría saber si el señor Lujine está condecorado. Estoy seguro de que posee la cruz de Santa Ana y se adorna con ella en los banquetes ofrecidos por los hombres de empresa y los grandes comerciantes. También la lucirá en la boda, no me cabe duda…En fin, ¡que se vaya al diablo!
»Esto tiene un pase en mamá, que es así, pero en Dunia es inexplicable. Te conozco bien, mi querida Dunetchka. Tenías casi veinte años cuando te vi por última vez, y sé perfectamente cómo es tu carácter. Mamá dice en su carta que Dunetchka posee tal entereza, que es capaz de soportarlo todo. Esto ya lo sabía yo: hace dos años y medio que sé que Dunetchka es capaz de soportarlo todo.
El hecho de que haya podido soportar al señor Svidrigailof y todas las complicaciones que este hombre le ha ocasionado demuestra que, en efecto, esuna mujer de gran entereza. Y ahora se imagina, lo mismo que mamá, que podrá soportar igualmente a ese señor Lujine que sustenta la teoría de la superioridad de las esposas tomadas en la miseria y para las que el marido aparece como un bienhechor, cosa que expone (es un detalle que no hay que olvidar) en su primera entrevista. Admitamos que las palabras se le han escapado, a pesar de ser un hombre razonable (seguramente no se le escaparon, ni mucho menos, aunque él lo dejara entrever así en las explicaciones que se apresuró a dar). Pero ¿qué se propone Dunia? Se ha dado cuenta de cómo es este hombre y sabe que habrá de compartir su vida con él, si se casa. Sin embargo, es una mujer que viviría de pan duro y agua, antes que vender su alma y su libertad moral: no las sacrificaría a las comodidades, no las cambiaría por todo el oro del mundo, y mucho menos, naturalmente, por el señor Lujine. No, la Dunia que yo conozco es distinta a la de la carta, y estoy seguro de que no ha cambiado. En verdad, su vida era dura en casa de Svidrigailof; no es nada grato pasar la existencia entera sirviendo de institutriz por doscientos rublos al año; pero estoy convencido de que mi hermana preferiría trabajar con los negros de un hacendado o con los sirvientes letones de un alemán del Báltico, que envilecerse y perder la dignidad encadenando su vida por cuestiones de interés con un hombre al que no quiere y con el que no tiene nada en común. Aunque el señor Lujine estuviera hecho de oro puro y brillantes, Dunia no se avendría a ser su concubina legítima. ¿Por qué, pues, lo ha aceptado?
»¿Qué misterio es éste? ¿Dónde está la clave del enigma? La cosa no puede estar más clara: ella no se vendería jamás por sí misma, por su bienestar, ni siquiera por librarse de la muerte. Pero lo hace por otro; se vende por un ser querido. He aquí explicado el misterio: se dispone a venderse por su madre y por su hermano…Cuando se llega a esto, incluso violentamos nuestras más puras convicciones. La persona pone en venta su libertad, su tranquilidad, su conciencia. "Perezca yo con tal que mis seres queridos sean felices." Es más, nos elaboramos una casuística sutil y pronto nos convencemos a nosotros mismos de que nuestra conducta es inmejorable, de que era necesaria, de que la excelencia del fin justifica nuestro proceder. Así somos. La cosa está clara como la luz.
»Es evidente que en este caso sólo se trata de Rodion Romanovitch Raskolnikof: él ocupa el primer plano. ¿Cómo proporcionarle la felicidad, permitirle continuar los estudios universitarios, asociarlo con un hombre bien situado, asegurar su porvenir? Andando el tiempo, tal vez llegue a ser un hombre rico, respetado, cubierto de honores, e incluso puede terminar su vida en plena celebridad… ¿Qué dice la madre? ¿Qué ha de decir? Se trata de Rodia, del incomparable Rodia, del primogénito. ¿Cómo no ha de sacrificar al hijo mayor la hija, aunque esta hija sea una Dunia? ¡Oh adorados e injustos seres! Aceptarían sin duda incluso la suerte de Sonetchka, SonetchkaMarmeladova, la eterna Sonetchka, que durará tanto como el mundo. Pero ¿habéis medido bien la magnitud del sacrificio? ¿Sabéis lo que significa? ¿No es demasiado duro para vosotras? ¿Es útil? ¿Es razonable? Has de saber, Dunetchka, que la suerte de Sonia no es más terrible que la vida al lado del señor Lujine. Mamá ha dicho que no es éste un matrimonio de amor. ¿Y qué ocurrirá si, además de no haber amor, tampoco hay estimación, pues, por el contrario, ya existe la antipatía, el horror, el desprecio? ¿Qué me dices a esto…? Habrá que conservar la "limpieza". Sí, eso es. ¿Comprendéis lo que esta limpieza significa? ¿Sabéis que para Lujine esta limpieza no difiere en nada de la de Sonetchka? E incluso es peor, pues, bien mirado, en tu caso, Dunetchka, hay cierta esperanza de comodidades, de cosas superfluas, cierta compensación, en fin, mientras que en el caso de Sonetchka se trata simplemente de no morirse de hambre. Esta "limpieza" cuesta cara, Dunetchka, muy cara. ¿Y qué sucederá si el sacrificio es superior a tus fuerzas, si te arrepientes de lo que has hecho? Entonces todo serán lágrimas derramadas en secreto, maldiciones y una amargura infinita, porque, en fin de cuentas, tú no eres una Marfa Petrovna. ¿Y qué será de mamá entonces? Ten presente que ya se siente inquieta y atormentada. ¿Qué será cuando vea las cosas con toda claridad? ¿Y yo? ¿Qué será de mí? Porque, en realidad, no habéis pensado en mí. ¿Por qué? Yo no quiero vuestro sacrificio, Dunetchka; no lo quiero, mamá. Esta boda no se llevará a cabo mientras yo viva. ¡No, no lo consentiré!»
De pronto volvió a la realidad y se detuvo.
«Dices que la boda no se celebrará, pero ¿qué harás para impedirla? Y ¿con qué derecho te opondrás? Tú les dedicarás toda tu vida, todo tu porvenir, pero cuando hayas terminado los estudios y estés situado. Ya sabemos lo que eso significa: no son más que castillos en el aire…Ahora, inmediatamente, ¿qué harás? Pues es ahora cuando has de hacer algo, ¿no comprendes? ¿Y qué es lo que haces? Las arruinas, pues si te han podido mandar dinero ha sido porque una ha pedido un préstamo sobre su pensión y la otra un anticipo en sus honorarios. ¿Cómo las librarás de los Atanasio Ivanovitch y de los Svidrigailof, tú, futuro millonario de imaginación, Zeus de fantasía que te irrogas el derecho de disponer de su destino? En diez años, tu madre habrá tenido tiempo para perder la vista haciendo labores y llorando, y la salud a fuerza de privaciones. ¿Y qué me dices de tu hermana? ¡Vamos, trata de imaginarte lo que será tu hermana dentro de diez años o en el transcurso de estos diez años! ¿Has comprendido?»
Se torturaba haciéndose estas preguntas y, al mismo tiempo, experimentaba una especie de placer. No podían sorprenderle, porque no eran nuevas para él: eran viejas cuestiones familiares que ya le habían hecho sufrir cruelmente, tanto, que su corazón estaba hecho jirones. Hacía ya tiempo que habíagerminado en su alma esta angustia que le torturaba. Luego había ido creciendo, amasándose, desarrollándose, y últimamente parecía haberse abierto como una flor y adoptado la forma de una espantosa, fantástica y brutal interrogación que le atormentaba sin descanso y le exigía imperiosamente una respuesta.
La carta de su madre había caído sobre él como un rayo. Era evidente que ya no había tiempo para lamentaciones ni penas estériles. No era ocasión de ponerse a razonar sobre su impotencia, sino que debía obrar inmediatamente y con la mayor rapidez posible. Había que tomar una determinación, una cualquiera, costara lo que costase. Había que hacer esto o…
—¡Renunciar a la verdadera vida! —exclamó en una especie de delirio—. Aceptar el destino con resignación, aceptarlo tal como es y para siempre, ahogar todas las aspiraciones, abdicar definitivamente el derecho de obrar, de vivir, de amar…
«¿Comprende usted lo que significa no tener adónde ir?» Éstas habían sido las palabras pronunciadas por Marmeladof la víspera y de las que Raskolnikof se había acordado súbitamente, porque «todo hombre debe tener un lugar adonde ir».
De pronto se estremeció. Una idea que había cruzado su mente el día anterior acababa de acudir nuevamente a su cerebro. Pero no era la vuelta de este pensamiento lo que le había sacudido. Sabía que la idea tenía que volver, lo presentía, lo esperaba. No obstante, no era exactamente la misma que la de la víspera. La diferencia consistía en que la del día anterior, idéntica a la de todo el mes último, no era más que un sueño, mientras que ahora…ahora se le presentaba bajo una forma nueva, amenazadora, misteriosa. Se daba perfecta cuenta de ello. Sintió como un golpe en la cabeza; una nube se extendió ante sus ojos.
Dirigió una rápida mirada en torno de él como si buscase algo.
Experimentaba la necesidad de sentarse. Su vista erraba en busca de un banco.
Estaba en aquel momento en el bulevar K***, y el banco se ofreció a sus ojos, a unos cien pasos de distancia. Aceleró el paso cuanto le fue posible, pero por el camino le ocurrió una pequeña aventura que absorbió su atención durante unos minutos. Estaba mirando el banco desde lejos, cuando advirtió que a unos veinte pasos delante de él había una mujer a la que empezó por no prestar más atención que a todas las demás cosas que había visto hasta aquel momento en su camino. ¡Cuántas veces entraba en su casa sin acordarse ni siquiera de las calles que había recorrido! Incluso se había acostumbrado a ir por la calle sin ver nada. Pero en aquella mujer había algo extraño que sorprendía desde el primer momento, y poco a poco se fue captando la atención de Raskolnikof. Al principio, esto ocurrió contra su voluntad eincluso le puso de mal humor, pero en seguida la impresión que le había dominado empezó a cobrar una fuerza creciente. De súbito le acometió el deseo de descubrir lo que hacía tan extraña a aquella mujer.
Desde luego, a juzgar por las apariencias, debía de ser una muchacha, una adolescente. Iba con la cabeza descubierta, sin sombrilla, a pesar del fuerte sol, y sin guantes, y balanceaba grotescamente los brazos al andar. Llevaba un ligero vestido de seda, mal ajustado al cuerpo, abrochado a medias y con un desgarrón en lo alto de la falda, en el talle. Un jirón de tela ondulaba a su espalda. Llevaba sobre los hombros una pañoleta y avanzaba con paso inseguro y vacilante.
Este encuentro acabó por despertar enteramente la atención de Raskolnikof. Alcanzó a la muchacha cuando llegaron al banco, donde ella, más que sentarse, se dejó caer y, echando la cabeza hacia atrás, cerró los ojos como si estuviera rendida de fatiga. Al observarla de cerca, advirtió que su estado obedecía a un exceso de alcohol. Esto era tan extraño, que Raskolnikof se preguntó en el primer momento si no se habría equivocado. Estaba viendo una carita casi infantil, de unos dieciséis años, tal vez quince, una carita orlada de cabellos rubios, bonita, pero algo hinchada y congestionada. La chiquilla parecía estar por completo inconsciente; había cruzado las piernas, adoptando una actitud desvergonzada, y todo parecía indicar que no se daba cuenta de que estaba en la calle.
Raskolnikof no se sentó, pero tampoco quería marcharse. Permanecía de pie ante ella, indeciso.
Aquel bulevar, poco frecuentado siempre, estaba completamente desierto a aquella hora: alrededor de la una de la tarde. Sin embargo, a unos cuantos pasos de allí, en el borde de la calzada, había un hombre que parecía sentir un vivo deseo de acercarse a la muchacha, por un motivo u otro. Sin duda había visto también a la joven antes de que llegara al banco y la había seguido, pero Raskolnikof le había impedido llevar a cabo sus planes. Dirigía al joven miradas furiosas, aunque a hurtadillas, de modo que Raskolnikof no se dio cuenta, y esperaba con impaciencia el momento en que el desharrapado joven le dejara el campo libre.
Todo estaba perfectamente claro. Aquel señor era un hombre de unos treinta años, bien vestido, grueso y fuerte, de tez roja y boca pequeña y encarnada, coronada por un fino bigote.
Al verle, Raskolnikof experimentó una violenta cólera. De súbito le acometió el deseo de insultar a aquel fatuo.
—Diga, Svidrigailof: ¿qué busca usted aquí? —exclamó cerrando los puños y con una sonrisa mordaz.—¿Qué significa esto? —exclamó el interpelado con arrogancia, frunciendo las cejas y mientras su semblante adquiría una expresión de asombro y disgusto.
—¡Largo de aquí! Esto es lo que significa.
—¿Cómo te atreves, miserable…?
Levantó su fusta. Raskolnikof se arrojó sobre él con los puños cerrados, sin pensar en que su adversario podía deshacerse sin dificultad de dos hombres como él. Pero en este momento alguien le sujetó fuertemente por la espalda.
Un agente de policía se interpuso entre los dos rivales.
—¡Calma, señores! No se admiten riñas en los lugares públicos.
Y preguntó a Raskolnikof, al reparar en su destrozado traje:
—¿Qué le ocurre a usted? ¿Cómo se llama?
Raskolnikof lo examinó atentamente. El policía tenía una noble cara de soldado y lucía mostachos y grandes patillas. Su mirada parecía llena de inteligencia.
—Precisamente es usted el hombre que necesito —gritó el joven cogiéndole del brazo—. Soy Raskolnikof, antiguo estudiante…Digo que lo necesito por usted —añadió dirigiéndose al otro—. Venga, guardia; quiero que vea una cosa…
Y sin soltar el brazo del policía lo condujo al banco.
—Venga…Mire…Está completamente embriagada. Hace un momento se paseaba por el bulevar. Sabe Dios lo que será, pero desde luego, no tiene aspecto de mujer alegre profesional. Yo creo que la han hecho beber y se han aprovechado de su embriaguez para abusar de ella. ¿Comprende usted?
Después la han dejado libre en este estado. Observe que sus ropas están desgarradas y mal puestas. No se ha vestido ella misma, sino que la han vestido. Esto es obra de unas manos inexpertas, de unas manos de hombre; se ve claramente. Y ahora mire para ese lado. Ese señor con el que he estado a punto de llegar a las manos hace un momento es un desconocido para mí: es la primera vez que le veo. Él la ha visto como yo, hace unos instantes, en su camino, se ha dado cuenta de que estaba bebida, inconsciente, y ha sentido un vivo deseo de acercarse a ella y, aprovechándose de su estado, llevársela Dios sabe adónde. Estoy seguro de no equivocarme. No me equivoco, créame. He visto cómo la acechaba. Yo he desbaratado sus planes, y ahora sólo espera que me vaya. Mire: se ha retirado un poco y, para disimular, está haciendo un cigarrillo. ¿Cómo podríamos librar de él a esta pobre chica y llevarla a su casa? Piense a ver si se le ocurre algo.
El agente comprendió al punto la situación y se puso a reflexionar. Lospropósitos del grueso caballero saltaban a la vista; pero había que conocer los de la muchacha. El agente se inclinó sobre ella para examinar su rostro desde más cerca y experimentó una sincera compasión.
—¡Qué pena! —exclamó, sacudiendo la cabeza—. Es una niña. Le han tendido un lazo, no cabe duda…Oiga, señorita, ¿dónde vive?
La muchacha levantó sus pesados párpados, miró con una expresión de aturdimiento a los dos hombres e hizo un gesto como para rechazar sus preguntas.
—Oiga, guardia —dijo Raskolnikof, buscando en sus bolsillos, de donde extrajo veinte kopeks—. Aquí tiene dinero. Tome un coche y llévela a su casa.
¡Si pudiéramos averiguar su dirección…!
—Señorita —volvió a decir el agente, cogiendo el dinero—: voy a parar un coche y la acompañaré a su casa. ¿Adónde hay que llevarla? ¿Dónde vive?
—¡Dejadme en paz! ¡Qué pelmas! —exclamó la muchacha, repitiendo el gesto de rechazar a alguien.
—Es lamentable. ¡Qué vergüenza! —se dolió el agente, sacudiendo la cabeza nuevamente con un gesto de reproche, de piedad y de indignación—.
Ahí está la dificultad —añadió, dirigiéndose a Raskolnikof y echándole por segunda vez una rápida mirada de arriba abajo. Sin duda le extrañaba que aquel joven andrajoso diera dinero—. ¿La ha encontrado usted lejos de aquí?
—le preguntó.
—Ya le he dicho que ella iba delante de mí por el bulevar. Se tambaleaba y, apenas ha llegado al banco, se ha dejado caer.
—¡Qué cosas tan vergonzosas se ven hoy en este mundo, Señor! ¡Tan joven, y ya bebida! No cabe duda de que la han engañado. Mire: sus ropas están llenas de desgarrones. ¡Ah, cuánto vicio hay hoy por el mundo! A lo mejor es hija de casa noble venida a menos. Esto es muy corriente en nuestros tiempos. Parece una muchacha de buena familia.
De nuevo se inclinó sobre ella. Tal vez él mismo era padre de jóvenes bien educadas que habrían podido pasar por señoritas de buena familia y finos modales.
—Lo más importante —exclamó Raskolnikof, agitado—, lo más importante es no permitir que caiga en manos de ese malvado. La ultrajaría por segunda vez; sus pretensiones son claras como el agua. ¡Mírelo! El muy granuja no se va.
Hablaba en voz alta y señalaba al desconocido con el dedo. Éste lo oyó y pareció que iba a dejarse llevar de la cólera, pero se contuvo y se limitó a dirigirle una mirada desdeñosa. Luego se alejó lentamente una docena depasos y se detuvo de nuevo.
—No permitir que caiga en sus manos —repitió el agente, pensativo—.Desde luego, eso se podría conseguir. Pero tenemos que averiguar su dirección. De lo contrario…Oiga, señorita. Dígame…
Se había inclinado de nuevo sobre ella. De súbito, la muchacha abrió los ojos por completo, miró a los dos hombres atentamente y, como si la luz se hiciera repentinamente en su cerebro, se levantó del banco y emprendió a la inversa el camino por donde había venido.
—¡Los muy insolentes! —murmuró—. ¡No me los puedo quitar de encima!
Y agitó de nuevo los brazos con el gesto del que quiere rechazar algo. Iba con paso rápido y todavía inseguro. El elegante desconocido continuó la persecución, pero por el otro lado de la calzada y sin perderla de vista.
—No se inquiete —dijo resueltamente el policía, ajustando su paso al de la muchacha—: ese hombre no la molestará. ¡Ah, cuánto vicio hay por el mundo!
—repitió, y lanzó un suspiro.
En ese momento, Raskolnikof se sintió asaltado por un impulso incomprensible.
—¡Oiga! —gritó al noble bigotudo.
El policía se volvió.
—¡Déjela! ¿A usted qué? ¡Deje que se divierta! —y señalaba al perseguidor—. ¿A usted qué?
El agente no comprendía. Le miraba con los ojos muy abiertos.
Raskolnikof se echó a reír.
—¡Bah! —exclamó el agente mientras sacudía la mano con ademán desdeñoso.
Y continuó la persecución del elegante señor y de la muchacha.
Sin duda había tomado a Raskolnikof por un loco o por algo peor.
Cuando el joven se vio solo se dijo, indignado: «Se lleva mis veinte kopeks. Ahora hará que el otro le pague también y le dejará la muchacha: así terminará la cosa. ¿Quién me ha mandado meterme a socorrerla? ¿Acaso esto es cosa mía? Sólo piensan en comerse vivos unos a otros. ¿A mí qué me importa? Tampoco sé cómo me he atrevido a dar esos veinte kopeks. ¡Como si fueran míos…!»
A pesar de estas extrañas palabras, tenía el corazón oprimido. Se sentó enel banco abandonado. Sus pensamientos eran incoherentes. Por otra parte, pensar, fuera en lo que fuere, era para él un martirio en aquel momento.
Hubiera deseado olvidarlo todo, dormirse, después despertar y empezar una nueva vida.
«¡Pobre muchacha! —se dijo mirando el pico del banco donde había estado sentada—. Cuando vuelva en sí, llorará y su madre se enterará de todo.
Primero, su madre le pegará, después la azotará cruelmente, como a un ser vil, y acto seguido, a lo mejor, la echará a la calle. Aunque no la eche, una Daría
Frantzevna cualquiera acabará por olfatear la presa, y ya tenemos a la pobre muchacha rodando de un lado a otro…Después el hospital (así ocurre siempre a las que tienen madres honestas y se ven obligadas a hacer las cosas discretamente), y después…después…otra vez al hospital. Dos o tres años de esta vida, y ya es un ser acabado; sí, a los dieciocho o diecinueve años, ya es una mujer agotada… ¡Cuántas he visto así! ¡Cuántas han llegado a eso! Sí, todas empiezan como ésta…Pero ¡qué me importa a mí! Un tanto por ciento al año ha de terminar así y desaparecer. Dios sabe dónde…, en el infierno, sin duda, para garantizar la tranquilidad de los demás… ¡Un tanto por ciento!
¡Qué expresiones tan finas, tan tranquilizadoras, tan técnicas, emplea la gente…! Un tanto por ciento; no hay, pues, razón, para inquietarse…Si se dijera de otro modo, la cosa cambiaria…, la preocupación sería mayor…
»¿Y si Dunetchka se viera englobada en este tanto por ciento, si no el año que corre, el que viene?
»Pero, a todo esto, ¿adónde voy? —pensó de súbito—. ¡Qué raro! Yo he salido de casa para ir a alguna parte; apenas he terminado de leer, he salido para… ¡Ahora me acuerdo: iba a Vasilievski Ostrof, a casa de Rasumikhine!
Pero ¿para qué? ¿A santo de qué se me ha ocurrido ir a ver a Rasumikhine?
¡Qué cosa tan extraordinaria!»
Ni él mismo comprendía sus actos. Rasumikhine era uno de sus antiguos compañeros de universidad. Hay que advertir que Raskolnikof, cuando estudiaba, vivía aparte de los demás alumnos, aislado, sin ir a casa de ninguno de ellos ni admitir sus visitas. Sus compañeros le habían vuelto pronto la espalda. No tomaba parte en las reuniones, en las polémicas ni en las diversiones de sus condiscípulos. Estudiaba con un ahínco, con un ardor que le había atraído la admiración de todos, pero ninguno le tenía afecto. Era pobre en extremo, orgulloso, altivo, y vivía encerrado en sí mismo como si guardara un secreto. Algunos de sus compañeros juzgaban que los consideraba como niños a los que superaba en cultura y conocimientos y cuyas ideas e intereses eran muy inferiores a los suyos.
Sin embargo, había hecho amistad con Rasumikhine. Por lo menos, se mostraba con él más comunicativo, más franco que con los demás. Y es queera imposible comportarse con Rasumikhine de otro modo. Era un muchacho alegre, expansivo y de una bondad que rayaba en el candor. Pero este candor no excluía los sentimientos profundos ni la perfecta dignidad. Sus amigos lo sabían, y por eso lo estimaban todos. Estaba muy lejos de ser torpe, aunque a veces se mostraba demasiado ingenuo. Tenía una cara expresiva; era alto y delgado, de cabello negro, e iba siempre mal afeitado. Hacía sus calaveradas cuando se presentaba la ocasión, y se le tenía por un hércules. Una noche que recorría las calles en compañía de sus camaradas había derribado de un solo puñetazo a un gendarme que medía como mínimo uno noventa de estatura.
Del mismo modo que podía beber sin tasa, era capaz de observar la sobriedad más estricta. Unas veces cometía locuras imperdonables; otras mostraba una prudencia ejemplar.
Rasumikhine tenía otra característica notable: ninguna contrariedad le turbaba; ningún revés le abatía. Podría haber vivido sobre un tejado, soportar el hambre más atroz y los fríos más crueles. Era extremadamente pobre, tenía que vivir de sus propios recursos y nunca le faltaba un medio u otro de ganarse la vida. Conocía infinidad de lugares donde procurarse dinero…, trabajando, naturalmente.
Se le había visto pasar todo un invierno sin fuego, y él decía que esto era agradable, ya que se duerme mejor cuando se tiene frío. Había tenido también que dejar la universidad por falta de recursos, pero confiaba en poder reanudar sus estudios muy pronto, y procuraba por todos los medios mejorar su situación pecuniaria.
Hacía cuatro meses que Raskolnikof no había ido a casa de Rasumikhine.
Y Rasumikhine ni siquiera conocía la dirección de su amigo. Un día, hacía unos dos meses, se habían encontrado en la calle, pero Raskolnikof se había desviado e incluso había pasado a la otra acera. Rasumikhine, aunque había reconocido perfectamente a su amigo, había fingido no verle, a fin de no avergonzarle.
No hace mucho —pensó— me propuse, en efecto, ir a pedir a Rasumikhine que me proporcionara trabajo (lecciones a otra cosa cualquiera); pero ahora ¿qué puede hacer por mí? Admitamos que me encuentre algunas lecciones e incluso que se reparta conmigo sus últimos kopeks, si tiene alguno, de modo que yo no pueda comprarme unas botas y adecentar mi traje, pues no voy a presentarme así a dar lecciones. Pero ¿qué haré después con unos cuantos kopeks? ¿Es esto acaso lo que yo necesito ahora? ¡Es sencillamenteridículo que vaya a casa de Rasumikhine!»
La cuestión de averiguar por qué se dirigía a casa de Rasumikhine le atormentaba más de lo que se confesaba a sí mismo. Buscaba afanosamente un sentido siniestro a aquel acto aparentemente tan anodino.
«¿Se puede admitir que me haya figurado que podría arreglarlo todo con la exclusiva ayuda de Rasumikhine, que en él podía hallar la solución de todos mis graves problemas?», se preguntó sorprendido.
Reflexionaba, se frotaba la frente. Y he aquí que de pronto —cosa inexplicable—, después de estar torturándose la mente durante largo rato, una idea extraordinaria surgió en su cerebro.
«Iré a casa de Rasumikhine —se dijo entonces con toda calma, como el que ha tomado una resolución irrevocable—; iré a casa de Rasumikhine, cierto, pero no ahora…; iré a su casa al día siguiente del hecho, cuando todo haya terminado y todo haya cambiado para mí.»
Repentinamente, Raskolnikof volvió en sí.
«Después del hecho —se dijo con un sobresalto—. Pero este hecho ¿se llevará a cabo, se realizará verdaderamente?»
Se levantó del banco y echó a andar con paso rápido. Casi corría, con la intención de volver a su casa. Pero al pensar en su habitación experimentó una impresión desagradable. Era en su habitación, en aquel miserable tabuco, donde había madurado la «cosa», hacía ya más de un mes. Raskolnikof dio media vuelta y continuó su marcha a la ventura.
Un febril temblor nervioso se había apoderado de él. Se estremecía. Tenía frío a pesar de que el calor era insoportable. Cediendo a una especie de necesidad interior y casi inconsciente, hizo un gran esfuerzo para fijar su atención en las diversas cosas que veía, con objeto de librarse de sus pensamientos; pero el empeño fue vano: a cada momento volvía a caer en su delirio. Estaba absorto unos instantes, se estremecía, levantaba la cabeza, paseaba la mirada a su alrededor y ya no se acordaba de lo que estaba pensando hacía unos segundos. Ni siquiera reconocía las calles que iba recorriendo. Así atravesó toda la isla Vasilievski, llegó ante el Pequeño Neva, pasó el puente y desembocó en las islas menores.
En el primer momento, el verdor y la frescura del paisaje alegraron sus cansados ojos, habituados al polvo de las calles, a la blancura de la cal, a los enormes y aplastantes edificios. Aquí la atmósfera no era irrespirable ni pestilente. No se veía ni una sola taberna…Pero pronto estas nuevas sensaciones perdieron su encanto para él, que otra vez cayó en un malestar enfermizo.A veces se detenía ante alguno de aquellos chalés graciosamente incrustados en la verde vegetación. Miraba por la verja y veía a lo lejos, en balcones y terrazas, mujeres elegantemente compuestas y niños que correteaban por el jardín. Lo que más le interesaba, lo que atraía especialmente sus miradas, eran las flores. De vez en cuando veía pasar elegantes jinetes, amazonas, magníficos carruajes. Los seguía atentamente con la mirada y los olvidaba antes de que hubieran desaparecido.
De pronto se detuvo y contó su dinero. Le quedaban treinta kopeks…
«Veinte al agente de policía, tres a Nastasia por la carta. Por lo tanto, ayer dejé en casa de los Marmeladof de cuarenta y siete a cincuenta…» Sin duda había hecho estos cálculos por algún motivo, pero lo olvidó apenas sacó el dinero del bolsillo y no volvió a recordarlo hasta que, al pasar poco después ante una tienda de comestibles, un tabernucho más bien, notó que estaba hambriento.
Entró en el figón, se bebió una copa de vodka y dio algunos bocados a un pastel que se llevó para darle fin mientras continuaba su paseo. Hacía mucho tiempo que no había probado el vodka, y la copita que se acababa de tomar le produjo un efecto fulminante. Las piernas le pesaban y el sueño le rendía. Se propuso volver a casa, pero, al llegar a la isla Petrovski, hubo de detenerse: estaba completamente agotado.
Salió, pues, del camino, se internó en los sotos, se dejó caer en la hierba y se quedó dormido en el acto.
Los sueños de un hombre enfermo suelen tener una nitidez extraordinaria y se asemejan a la realidad hasta confundirse con ella. Los sucesos que se desarrollan son a veces monstruosos, pero el escenario y toda la trama son tan verosímiles y están llenos de detalles tan imprevistos, tan ingeniosos, tan logrados, que el durmiente no podría imaginar nada semejante estando despierto, aunque fuera un artista de la talla de Pushkin o Turgueniev. Estos sueños no se olvidan con facilidad, sino que dejan una impresión profunda en el desbaratado organismo y el excitado sistema nervioso del enfermo.
Raskolnikof tuvo un sueño horrible. Volvió a verse en el pueblo donde vivió con su familia cuando era niño. Tiene siete años y pasea con su padre por los alrededores de la pequeña población, ya en pleno campo. Está nublado, el calor es bochornoso, el paisaje es exactamente igual al que él conserva en la memoria. Es más, su sueño le muestra detalles que ya había olvidado. El panorama del pueblo se ofrece enteramente a la vista. Ni un solo árbol, ni siquiera un sauce blanco en los contornos. Únicamente a lo lejos, en el horizonte, en los confines del cielo, por decirlo así, se ve la mancha oscura de un bosque.
A unos cuantos pasos del último jardín de la población hay una taberna, una gran taberna que impresionaba desagradablemente al niño, e incluso loatemorizaba, cuando pasaba ante ella con su padre. Estaba siempre llena de clientes que vociferaban, reían, se insultaban, cantaban horriblemente, con voces desgarradas, y llegaban muchas veces a las manos. En las cercanías de la taberna vagaban siempre hombres borrachos de caras espantosas. Cuando el niño los veía, se apretaba convulsivamente contra su padre y temblaba de pies a cabeza. No lejos de allí pasaba un estrecho camino eternamente polvoriento.
¡Qué negro era aquel polvo! El camino era tortuoso y, a unos trescientos pasos de la taberna, se desviaba hacia la derecha y contorneaba el cementerio.
En medio del cementerio se alzaba una iglesia de piedra, de cúpula verde.
El niño la visitaba dos veces al año en compañía de su padre y de su madre para oír la misa que se celebraba por el descanso de su abuela, muerta hacía ya mucho tiempo y a la que no había conocido. La familia llevaba siempre, en un plato envuelto con una servilleta, el pastel de los muertos, sobre el que había una cruz formada con pasas. Raskolnikof adoraba esta iglesia, sus viejas imágenes desprovistas de adornos, y también a su viejo sacerdote de cabeza temblorosa. Cerca de la lápida de su abuela había una pequeña tumba, la de su hermano menor, muerto a los seis meses y del que no podía acordarse porque no lo había conocido. Si sabía que había tenido un hermano era porque se lo habían dicho. Y cada vez que iba al cementerio, se santiguaba piadosamente ante la pequeña tumba, se inclinaba con respeto y la besaba.
Y ahora he aquí el sueño.
Va con su padre por el camino que conduce al cementerio. Pasan por delante de la taberna. Sin soltar la mano de su padre, dirige una mirada de horror al establecimiento. Ve una multitud de burguesas endomingadas, campesinas con sus maridos, y toda clase de gente del pueblo. Todos están ebrios; todos cantan. Ante la puerta hay un raro vehículo, una de esas enormes carretas de las que suelen tirar robustos caballos y que se utilizan para el transporte de barriles de vino y toda clase de mercancías. Raskolnikof se deleitaba contemplando estas hermosas bestias de largas crines y recias patas, que, con paso mesurado y natural y sin fatiga alguna arrastraban verdaderas montañas de carga. Incluso se diría que andaban más fácilmente enganchados a estos enormes vehículos que libres.
Pero ahora —cosa extraña— la pesada carreta tiene entre sus varas un caballejo de una delgadez lastimosa, uno de esos rocines de aldeano que él ha visto muchas veces arrastrando grandes carretadas de madera o de heno y que los mujiks desloman a golpes, llegando a pegarles incluso en la boca y en los ojos cuando los pobres animales se esfuerzan en vano por sacar al vehículo de un atolladero. Este espectáculo llenaba de lágrimas sus ojos cuando era niño y lo presenciaba desde la ventana de su casa, de la que su madre se apresuraba a retirarlo.De pronto se oye gran algazara en la taberna, de donde se ve salir, entre cantos y gritos, un grupo de corpulentos mujiks embriagados, luciendo camisas rojas y azules, con la balalaika en la mano y la casaca colgada descuidadamente en el hombro.
—¡Subid, subid todos! —grita un hombre todavía joven, de grueso cuello, cara mofletuda y tez de un rojo de zanahoria—. Os llevaré a todos. ¡Subid!
Estas palabras provocan exclamaciones y risas.
—¿Creéis que podrá con nosotros ese esmirriado rocín?
—¿Has perdido la cabeza, Mikolka? ¡Enganchar una bestezuela así a semejante carreta!
—¿No os parece, amigos, que ese caballejo tiene lo menos veinte años?
—¡Subid! ¡Os llevaré a todos! —vuelve a gritar Mikolka.
Y es el primero que sube a la carreta. Coge las riendas y su corpachón se instala en el pescante.
—El caballo bayo —dice a grandes voces— se lo llevó hace poco Mathiev, y esta bestezuela es una verdadera pesadilla para mí. Me gusta pegarle, palabra de honor. No se gana el pienso que se come. ¡Hala, subid! lo haré galopar, os aseguro que lo haré galopar.
Empuña el látigo y se dispone, con evidente placer, a fustigar al animalito.
—Ya lo oís: dice que lo hará galopar. ¡Ánimo y arriba! —exclamó una voz burlona entre la multitud.
—¿Galopar? Hace lo menos diez meses que este animal no ha galopado.
—Por lo menos, os llevará a buena marcha.
—¡No lo compadezcáis, amigos! ¡Coged cada uno un látigo! ¡Eso, buenos latigazos es lo que necesita esta calamidad!
Todos suben a la carreta de Mikolka entre bromas y risas. Ya hay seis arriba, y todavía queda espacio libre. En vista de ello, hacen subir a una campesina de cara rubicunda, con muchos bordados en el vestido y muchas cuentas de colores en el tocado. No cesa de partir y comer avellanas entre risas burlonas.
La muchedumbre que rodea a la carreta ríe también. Y, verdaderamente, ¿cómo no reírse ante la idea de que tan escuálido animal pueda llevar al galope semejante carga? Dos de los jóvenes que están en la carreta se proveen de látigos para ayudar a Mikolka. Se oye el grito de ¡Arre! y el caballo tira con todas sus fuerzas. Pero no sólo no consigue galopar, sino que apenas logra avanzar al paso. Patalea, gime, encorva el lomo bajo la granizada de latigazos.Las risas redoblan en la carreta y entre la multitud que la ve partir. Mikolka se enfurece y se ensaña en la pobre bestia, obstinado en verla galopar.
—¡Dejadme subir también a mí, hermanos! —grita un joven, seducido por el alegre espectáculo.
—¡Sube! ¡Subid! —grita Mikolka—. ¡Nos llevará a todos! Yo le obligaré a fuerza de golpes… ¡Latigazos! ¡Buenos latigazos!
La rabia le ciega hasta el punto de que ya ni siquiera sabe con qué pegarle para hacerle más daño.
—Papá, papaíto —exclama Rodia—. ¿Por qué hacen eso? ¿Por qué martirizan a ese pobre caballito?
—Vámonos, vámonos —responde el padre—. Están borrachos…Así se divierten, los muy imbéciles…Vámonos…, no mires…
E intenta llevárselo. Pero el niño se desprende de su mano y, fuera de sí, corre hacia la carreta. El pobre animal está ya exhausto. Se detiene, jadeante; luego empieza a tirar nuevamente…Está a punto de caer.
—¡Pegadle hasta matarlo! —ruge Mikolka—. ¡Eso es lo que hay que hacer! ¡Yo os ayudo!
—¡Tú no eres cristiano: eres un demonio! —grita un viejo entre la multitud.
Y otra voz añade:
—¿Dónde se ha visto enganchar a un animalito así a una carreta como ésa?
—¡Lo vas a matar! —vocifera un tercero.
—¡Id al diablo! El animal es mío y puedo hacer con él lo que me dé la gana. ¡Subid, subid todos! ¡He de hacerlo galopar!
De súbito, un coro de carcajadas ahoga la voz de Mikolka. El animal, aunque medio muerto por la lluvia de golpes, ha perdido la paciencia y ha empezado a cocear. Hasta el viejo, sin poder contenerse, participa de la alegría general. En verdad, la cosa no es para menos: ¡dar coces un caballo que apenas se sostiene sobre sus patas…!
Dos mozos se destacan de la masa de espectadores, empuñan cada uno un látigo y empiezan a golpear al pobre animal, uno por la derecha y otro por la izquierda.
—Pegadle en el hocico, en los ojos, ¡dadle fuerte en los ojos! —vocifera Mikolka.
—¡Cantemos una canción, camaradas! —dice una voz en la carreta—. Elestribillo tenéis que repetirlo todos.
Los mujiks entonan una canción grosera acompañados por un tamboril. El estribillo se silba. La campesina sigue partiendo avellanas y riendo con sorna.
Rodia se acerca al caballo y se coloca delante de él. Así puede ver cómo le pegan en los ojos…, ¡en los ojos…! Llora. El corazón se le contrae. Ruedan sus lágrimas. Uno de los verdugos le roza la cara con el látigo. Él ni siquiera se da cuenta. Se retuerce las manos, grita, corre hacia el viejo de barba blanca, que sacude la cabeza y parece condenar el espectáculo. Una mujer lo coge de la mano y se lo quiere llevar. Pero él se escapa y vuelve al lado del caballo, que, aunque ha llegado al límite de sus fuerzas, intenta aún cocear.
—¡El diablo te lleve! —vocifera Mikolka, ciego de ira.
Arroja el látigo, se inclina y coge del fondo de la carreta un grueso palo.
Sosteniéndolo con las dos manos por un extremo, lo levanta penosamente sobre el lomo de la víctima.
—¡Lo vas a matar! —grita uno de los espectadores.
—Seguro que lo mata —dice otro.
—¿Acaso no es mío? —ruge Mikolka.
Y golpea al animal con todas sus fuerzas. Se oye un ruido seco.
—¡Sigue! ¡Sigue! ¿Qué esperas? —gritan varias voces entre la multitud.
Mikolka vuelve a levantar el palo y descarga un segundo golpe en el lomo de la pobre bestia. El animal se contrae; su cuarto trasero se hunde bajo la violencia del golpe; después da un salto y empieza a tirar con todo el resto de sus fuerzas. Su propósito es huir del martirio, pero por todas partes encuentra los látigos de sus seis verdugos. El palo se levanta de nuevo y cae por tercera vez, luego por cuarta, de un modo regular. Mikolka se enfurece al ver que no ha podido acabar con el caballo de un solo golpe.
—¡Es duro de pelar! —exclama uno de los espectadores.
—Ya veréis como cae, amigos: ha llegado su última hora —dice otro de los curiosos.
—¡Coge un hacha! —sugiere un tercero—. ¡Hay que acabar de una vez!
—¡No decís más que tonterías! —brama Mikolka—. ¡Dejadme pasar!
Arroja el palo, se inclina, busca de nuevo en el fondo de la carreta y, cuando se pone derecho, se ve en sus manos una barra de hierro.
—¡Cuidado! —exclama.
Y, con todas sus fuerzas, asesta un tremendo golpe al desdichado animal.El caballo se tambalea, se abate, intenta tirar con un último esfuerzo, pero la barra de hierro vuelve a caer pesadamente sobre su espinazo. El animal se desploma como si le hubieran cortado las cuatro patas de un solo tajo.
—¡Acabemos con él! —ruge Mikolka como un loco, saltando de la carreta.
Varios jóvenes, tan borrachos y congestionados como él, se arman de lo primero que encuentran —látigos, palos, estacas— y se arrojan sobre el caballejo agonizante. Mikolka, de pie junto a la víctima, no cesa de golpearla con la barra. El animalito alarga el cuello, exhala un profundo resoplido y muere.
—¡Ya está! —dice una voz entre la multitud.
—Se había empeñado en no galopar.
—¡Es mío! —exclama Mikolka con la barra en la mano, enrojecidos los ojos y como lamentándose de no tener otra víctima a la que golpear.
—Desde luego, tú no crees en Dios —dicen algunos de los que han presenciado la escena.
El pobre niño está fuera de sí. Lanzando un grito, se abre paso entre la gente y se acerca al caballo muerto. Coge el hocico inmóvil y ensangrentado y lo besa; besa sus labios, sus ojos. Luego da un salto y corre hacia Mikolka blandiendo los puños. En este momento lo encuentra su padre, que lo estaba buscando, y se lo lleva.
—Ven, ven —le dice—. Vámonos a casa.
—Papá, ¿por qué han matado a ese pobre caballito? —gime Rodia.
Alteradas por su entrecortada respiración, sus palabras salen como gritos roncos de su contraída garganta.
—Están borrachos —responde el padre—. Así se divierten. Pero vámonos: aquí no tenemos nada que hacer.
Rodia le rodea con sus brazos. Siente una opresión horrible en el pecho.
Hace un esfuerzo por recobrar la respiración, intenta gritar…Se despierta.
Raskolnikof se despertó sudoroso: todo su cuerpo estaba húmedo, empapados sus cabellos. Se levantó horrorizado, jadeante…
—¡Bendito sea Dios! —exclamó—. No ha sido más que un sueño.
Se sentó al pie de un árbol y respiró profundamente.
«Pero ¿qué me ocurre? Debo de tener fiebre. Este sueño horrible lo demuestra.»
Tenía el cuerpo acartonado; en su alma todo era oscuridad y turbación.Apoyó los codos en las rodillas y hundió la cabeza entre las manos.
«¿Es posible, Señor, es realmente posible que yo coja un hacha y la golpee con ella hasta partirle el cráneo? ¿Es posible que me deslice sobre la sangre tibia y viscosa, para forzar la cerradura, robar y ocultarme con el hacha, temblando, ensangrentado? ¿Es posible, Señor?»
Temblaba como una hoja…
«Pero ¿a qué pensar en esto? —prosiguió, profundamente sorprendido—. Ya estaba convencido de que no sería capaz de hacerlo. ¿Por qué, pues, atormentarme así…? Ayer mismo, cuando hice el…ensayo, comprendí perfectamente que esto era superior a mis fuerzas. ¿Qué necesidad tengo de volver e interrogarme? Ayer, cuando bajaba aquella escalera, me decía que el proyecto era vil, horrendo, odioso. Sólo de pensar en él me sentía aterrado, con el corazón oprimido…No, no tendría valor; no lo tendría aunque supiera que mis cálculos son perfectos, que todo el plan forjado este último mes tiene la claridad de la luz y la exactitud de la aritmética…Nunca, nunca tendría valor… ¿Para qué, pues, seguir pensando en ello?»
Se levantó, lanzó una mirada de asombro en todas direcciones, como sorprendido de verse allí, y se dirigió al puente. Estaba pálido y sus ojos brillaban. Sentía todo el cuerpo dolorido, pero empezaba a respirar más fácilmente. Notaba que se había librado de la espantosa carga que durante tanto tiempo le había abrumado. Su alma se había aligerado y la paz reinaba en ella.
«Señor —imploró—, indícame el camino que debo seguir y renunciaré a ese maldito sueño.»
Al pasar por el puente contempló el Neva y la puesta del sol, hermosa y flamígera. Pese a su debilidad, no sentía fatiga alguna. Se diría que el temor que durante el mes último se había ido formando poco a poco en su corazón se había reventado de pronto. Se sentía libre, ¡libre! Se había roto el embrujo, la acción del maleficio había cesado.
Más adelante, cuando Raskolnikof recordaba este período de su vida y todo lo sucedido durante él, minuto por minuto, punto por punto, sentía una mezcla de asombro e inquietud supersticiosa ante un detalle que no tenía nada de extraordinario, pero que había influido decisivamente en su destino.
He aquí el hecho que fue siempre un enigma para él.
¿Por qué, aun sintiéndose fatigado, tan extenuado que debió regresar a casa por el camino más corto y más directo, había dado un rodeo por la plaza del Mercado Central, donde no tenía nada que hacer? Desde luego, esta vuelta no alargaba demasiado su camino, pero era completamente inútil. Cierto queinfinidad de veces había regresado a su casa sin saber las calles que había recorrido; pero ¿por qué aquel encuentro tan importante para él, a la vez que tan casual, que había tenido en la plaza del Mercado (donde no tenía nada que hacer), se había producido entonces, a aquella hora, en aquel minuto de su vida y en tales circunstancias que todo ello había de ejercer la influencia más grave y decisiva en su destino? Era para creer que el propio destino lo había preparado todo de antemano.
Eran cerca de las nueve cuando llegó a la plaza del Mercado Central. Los vendedores ambulantes, los comerciantes que tenían sus puestos al aire libre, los tenderos, los almacenistas, recogían sus cosas o cerraban sus establecimientos. Unos vaciaban sus cestas, otros sus mesas y todos guardaban sus mercancías y se disponían a volver a sus casas, a la vez que se dispersaban los clientes. Ante los bodegones que ocupaban los sótanos de los sucios y nauseabundos inmuebles de la plaza, y especialmente a las puertas de las tabernas, hormigueaba una multitud de pequeños traficantes y vagabundos.
Cuando salía de casa sin rumbo fijo, Raskolnikof frecuentaba esta plaza y las callejas de los alrededores. Sus andrajos no atraían miradas desdeñosas: allí podía presentarse uno vestido de cualquier modo, sin temor a llamar la atención. En la esquina del callejón K, un matrimonio de comerciantes vendía artículos de mercería expuestos en dos mesas: carretes de hilo, ovillos de algodón, pañuelos de indiana…También se estaban preparando para marcharse. Su retraso se debía a que se habían entretenido hablando con una conocida que se había acercado al puesto. Esta conocida era Elisabeth Ivanovna, o Lisbeth, como la solían llamar, hermana de Alena Ivanovna, viuda de un registrador, la vieja Alena, la usurera cuya casa había visitado Raskolnikof el día anterior para empeñar su reloj y hacer un «ensayo». Hacía tiempo que tenía noticias de esta Lisbeth, y también ella conocía un poco a Raskolnikof.
Era una doncella de treinta y cinco años, desgarbada, y tan tímida y bondadosa que rayaba en la idiotez. Temblaba ante su hermana mayor, que la tenía esclavizada; la hacía trabajar noche y día, e incluso llegaba a pegarle.
Plantada ante el comerciante y su esposa, con un paquete en la mano, los escuchaba con atención y parecía mostrarse indecisa. Ellos le hablaban con gran animación. Cuando Raskolnikof vio a Lisbeth experimentó un sentimiento extraño, una especie de profundo asombro, aunque el encuentro no tenía nada de sorprendente.
—Usted y nadie más que usted, Lisbeth Ivanovna, ha de decidir lo que debe hacer —decía el comerciante en voz alta—. Venga mañana a eso de las siete. Ellos vendrán también.
—¿Mañana? —dijo Lisbeth lentamente y con aire pensativo, como si no seatreviera a comprometerse.
—¡Qué miedo le tiene a Alena Ivanovna! —exclamó la esposa del comerciante, que era una mujer de gran desenvoltura y voz chillona—.Cuando la veo ponerse así, me parece estar mirando a una niña pequeña. Al fin y al cabo, esa mujer que la tiene en un puño no es más que su medio hermana.
—Le aconsejo que no diga nada a su hermana —continuó el marido—.
Créame. Venga a casa sin pedirle permiso. La cosa vale la pena. Su hermana tendrá que reconocerlo.
—Tal vez venga.
—De seis a siete. Los vendedores enviarán a alguien y usted resolverá.
—Le daremos una taza de té —prometió la vendedora.
—Bien, vendré —repuso Lisbeth, aunque todavía vacilante.
Y empezó a despedirse con su calma característica.
Raskolnikof había dejado ya tan atrás al matrimonio y su amiga, que no pudo oír ni una palabra más. Había acortado el paso insensiblemente y había procurado no perder una sola sílaba de la conversación. A la sorpresa del primer momento había sucedido gradualmente un horror que le produjo escalofríos. Se había enterado, de súbito y del modo más inesperado, de que al día siguiente, exactamente a las siete, Lisbeth, la hermana de la vieja, la única persona que la acompañaba, habría salido y, por lo tanto, que a las siete del día siguiente la vieja ¡estaría sola en la casa!
Raskolnikof estaba cerca de la suya. Entró en ella como un condenado a muerte. No intentó razonar. Además, no habría podido.
Sin embargo, sintió súbitamente y con todo su ser, que su libre albedrío y su voluntad ya no existían, que todo acababa de decidirse irrevocablemente.
Aunque hubiera esperado durante años enteros una ocasión favorable, aunque hubiera intentado provocarla, no habría podido hallar una mejor y que ofreciese más probabilidades de éxito que la que tan inesperadamente acababa de venírsele a las manos.
Y aún era menos indudable que el día anterior no le habría sido fácil averiguar, sin hacer preguntas sospechosas y arriesgadas, que al día siguiente, a una hora determinada, la vieja contra la que planeaba un atentado estaría completamente sola en su casa.
Raskolnikof se enteró algún tiempo después, por pura casualidad, de por qué el matrimonio de comerciantes había invitado a Lisbeth a ir a su casa. El asunto no podía ser más sencillo e inocente. Una familia extranjera venida a menos quería vender varios vestidos. Como esto no podía hacerse con provecho en el mercado, buscaban una vendedora a domicilio. Lisbeth se dedicaba a este trabajo y tenía una clientela numerosa, pues procedía con la mayor honradez: ponía siempre el precio más limitado, de modo que con ella no había lugar a regateos. Hablaba poco y, como ya hemos dicho, era humilde y tímida.
Pero, desde hacía algún tiempo, Raskolnikof era un hombre dominado por las supersticiones. Incluso era fácil descubrir en él los signos indelebles de esta debilidad. En el asunto que tanto le preocupaba se sentía especialmente inclinado a ver coincidencias sorprendentes, fuerzas extrañas y misteriosas. El invierno anterior, un estudiante amigo suyo llamado Pokorev le había dado, poco antes de regresar a Karkov, la dirección de la vieja Alena Ivanovna, por si tenía que empeñar algo. Pasó mucho tiempo sin que tuviera necesidad de ir a visitarla, pues con sus lecciones podía ir viviendo mal que bien. Pero, hacía seis semanas, había acudido a su memoria la dirección de la vieja. Tenía dos cosas para empeñar: un viejo reloj de plata de su padre y un anillo con tres piedrecillas rojas que su hermana le había entregado en el momento de separarse, para que tuviera un recuerdo de ella. Decidió empeñar el anillo.
Cuando vio a Alena Ivanovna, aunque no sabía nada de ella, sintió una repugnancia invencible.
Después de recibir dos pequeños billetes, Raskolnikof entró en una taberna que encontró en el camino. Se sentó, pidió té y empezó a reflexionar. Acababa de acudir a su mente, aunque en estado embrionario, como el polluelo en el huevo, una idea que le interesó extraordinariamente.
Una mesa casi vecina a la suya estaba ocupada por un estudiante al que no recordaba haber visto nunca y por un joven oficial. Habían estado jugando al billar y se disponían a tomar el té. De improviso, Raskolnikof oyó que el estudiante daba al oficial la dirección de Alena Ivanovna y empezaba a hablarle de ella. Esto le llamó la atención: hacía sólo un momento que la había dejado, y ya estaba oyendo hablar de la vieja. Sin duda, esto no era sino una simple coincidencia, pero su ánimo estaba dispuesto a entregarse a una impresión obsesionante y no le faltó ayuda para ello. El estudiante empezó a dar a su amigo detalles acerca de Alena Ivanovna.
—Es una mujer única. En su casa siempre puede uno procurarse dinero. Es rica como un judío y podría prestar cinco mil rublos de una vez. Sin embargo, no desprecia las operaciones de un rublo. Casi todos los estudiantes tenemos tratos con ella. Pero ¡qué miserable es!Y empezó a darle detalles de su maldad. Bastaba que uno dejara pasar un día después del vencimiento, para que se quedara con el objeto empeñado.
—Da por la prenda la cuarta parte de su valor y cobra el cinco y hasta el seis por ciento de interés mensual.
El estudiante, que estaba hablador, dijo también que la usurera tenía una hermana, Lisbeth, y que la menuda y horrible vieja la vapuleaba sin ningún miramiento, a pesar de que Lisbeth medía aproximadamente un metro ochenta de altura.
—¡Una mujer fenomenal! —exclamó el estudiante, echándose a reír.
Desde este momento, el tema de la charla fue Lisbeth. El estudiante hablaba de ella con un placer especial y sin dejar de reír. El oficial, que le escuchaba atentamente, le rogó que le enviara a Lisbeth para comprarle alguna ropa interior que necesitaba.
Raskolnikof no perdió una sola palabra de la conversación y se enteró de ciertas cosas: Lisbeth era medio hermana de Alena (tuvieron madres diferentes) y mucho más joven que ella, pues tenía treinta y cinco años. La vieja la hacía trabajar noche y día. Además de que guisaba y lavaba la ropa para su hermana y ella, cosía y fregaba suelos fuera de casa, y todo lo que ganaba se lo entregaba a Alena. No se atrevía a aceptar ningún encargo, ningún trabajo, sin la autorización de la vieja. Sin embargo, Alena —Lisbeth lo sabía— había hecho ya testamento y, según él, su hermana sólo heredaba los muebles. Dinero, ni un céntimo: lo legaba todo a un monasterio del distrito de N*** para pagar una serie perpetua de oraciones por el descanso de su alma.
Lisbeth procedía de la pequeña burguesía del tchin. Era una mujer desgalichada, de talla desmedida, de piernas largas y torcidas y pies enormes, como toda su persona, siempre calzados con zapatos ligeros. Lo que más asombraba y divertía al estudiante era que Lisbeth estaba continuamente encinta.
—Pero ¿no has dicho que no vale nada? —inquirió el oficial.
—Tiene la piel negruzca y parece un soldado disfrazado de mujer, pero no puede decirse que sea fea. Su cara no está mal, y menos sus ojos. La prueba es que gusta mucho. Es tan dulce, tan humilde, tan resignada…La pobre no sabe decir a nada que no: hace todo lo que le piden… ¿Y su sonrisa? ¡Ah, su sonrisa es encantadora!
—Ya veo que a ti también te gusta —dijo el oficial, echándose a reír.
—Por su extravagancia. En cambio, a esa maldita vieja, la mataría y le robaría sin ningún remordimiento, ¡palabra! —exclamó con vehemencia elestudiante.
El oficial lanzó una nueva carcajada, y Raskolnikof se estremeció. ¡Qué extraño era todo aquello!
—Oye —dijo el estudiante, cada vez más acalorado—, quiero exponerte una cuestión seria. Naturalmente, he hablado en broma, pero escucha. Por un lado tenemos una mujer imbécil, vieja, enferma, mezquina, perversa, que no es útil a nadie, sino que, por el contrario, es toda maldad y ni ella misma sabe por qué vive. Mañana morirá de muerte natural… ¿Me sigues? ¿Comprendes?
—Sí —afirmó el oficial, observando atentamente a su entusiasmado amigo.
—Continúo. Por otro lado tenemos fuerzas frescas, jóvenes, que se pierden, faltas de sostén, por todas partes, a miles. Cien, mil obras útiles se podrían mantener y mejorar con el dinero que esa vieja destina a un monasterio. Centenares, tal vez millares de vidas, se podrían encauzar por el buen camino; multitud de familias se podrían salvar de la miseria, del vicio, de la corrupción, de la muerte, de los hospitales para enfermedades venéreas…, todo con el dinero de esa mujer. Si uno la matase y se apoderara de su dinero para destinarlo al bien de la humanidad, ¿no crees que el crimen, el pequeño crimen, quedaría ampliamente compensado por los millares de buenas acciones del criminal? A cambio de una sola vida, miles de seres salvados de la corrupción. Por una sola muerte, cien vidas. Es una cuestión puramente aritmética. Además, ¿qué puede pesar en la balanza social la vida de una anciana esmirriada, estúpida y cruel? No más que la vida de un piojo o de una cucaracha. Y yo diría que menos, pues esa vieja es un ser nocivo, lleno de maldad, que mina la vida de otros seres. Hace poco le mordió un dedo a Lisbeth y casi se lo arranca.
—Sin duda —admitió el oficial—, no merece vivir. Pero la Naturaleza tiene sus derechos.
—¡Alto! A la Naturaleza se la corrige, se la dirige. De lo contrario, los prejuicios nos aplastarían. No tendríamos ni siquiera un solo gran hombre. Se habla del deber, de la conciencia, y no tengo nada que decir en contra, pero me pregunto qué concepto tenemos de ellos. Ahora voy a hacerte otra pregunta.
—No, perdona; ahora me toca a mí; yo también tengo algo que preguntarte.
—Te escucho.
—Pues bien, la pregunta es ésta. Has hablado con elocuencia, pero dime: ¿serías capaz de matar a esa vieja con tus propias manos?
—¡Claro que no! Estoy hablando en nombre de la justicia. No se trata demí.
—Pues yo creo que si tú no te atreves a hacerlo, no puedes hablar de justicia…Ahora vamos a jugar otra partida.
Raskolnikof se sentía profundamente agitado. Ciertamente, aquello no eran más que palabras, una conversación de las más corrientes sostenida por gente joven. Más de una vez había oído charlas análogas, con algunas variantes y sobre temas distintos. Pero ¿por qué había oído expresar tales pensamientos en el momento mismo en que ideas idénticas habían germinado en su cerebro? ¿Y por qué, cuando acababa de salir de casa de Alena Ivanovna con aquella idea embrionaria en su mente, había ido a sentarse al lado de unas personas que estaban hablando de la vieja?
Esta coincidencia le parecía siempre extraña. La insignificante conversación de café ejerció una influencia extraordinaria sobre él durante todo el desarrollo del plan. Ciertamente, pareció haber intervenido en todo ello la fuerza del destino.
Al regresar de la plaza se dejó caer en el diván y estuvo inmóvil una hora entera. Entre tanto, la oscuridad había invadido la habitación. No tenía velas.
Por otra parte, ni siquiera pensó en encender una luz. Más adelante, nunca pudo recordar si había pensado algo en aquellos momentos. Finalmente, sintió de nuevo escalofríos de fiebre y pensó con satisfacción que podía acostarse en el diván sin tener que quitarse la ropa. Pronto se sumió en un sueño pesado como el plomo.
Durmió largamente y casi sin soñar. A las diez de la mañana siguiente, Nastasia entró en la habitación. No conseguía despertarlo. Le llevaba pan y un poco de té en su propia tetera, como el día anterior.
—¡Eh! ¿Todavía acostado? —gritó, indignada—. ¡No haces más que dormir!
Raskolnikof se levantó con un gran esfuerzo. Le dolía la cabeza. Dio una vuelta por el cuarto y volvió a echarse en el diván.
—¿Otra vez a dormir? —exclamó Nastasia—. ¿Es que estás enfermo?
Raskolnikof no contestó.
—¿Quieres té?
—Más tarde —repuso el joven penosamente. Luego cerró los ojos y se volvió de cara a la pared.
Nastasia estuvo un momento contemplándolo.
—A lo mejor está enfermo de verdad —murmuró mientras se marchaba.A las dos volvió a aparecer con la sopa. Él estaba todavía acostado y no había probado el té. Nastasia se sintió incluso ofendida y empezó a zarandearlo.
—¿A qué viene tanta modorra? —gruñó, mirándole con desprecio.
Él se sentó en el diván, pero no pronunció ni una palabra. Permaneció con la mirada fija en el suelo.
—¡Bueno! Pero ¿estás enfermo o qué? —preguntó Nastasia.
Esta segunda pregunta quedó tan sin respuesta como la primera.
—Debes salir —dijo Nastasia tras un silencio—. Te conviene tomar un poco el aire. Comerás, ¿verdad?
—Más tarde —balbuceó débilmente Raskolnikof—. Ahora vete.
Y reforzó estas palabras con un ademán.
Ella permaneció todavía un momento en el cuarto, mirándolo con un gesto de compasión. Luego se fue.
Minutos después, Raskolnikof abrió los ojos, contempló largamente la sopa y el té, cogió la cuchara y empezó a comer.
Dio tres o cuatro cucharadas, sin apetito, maquinalmente. Se le había calmado el dolor de cabeza. Cuando terminó de comer se echó de nuevo en el diván. Pero no pudo dormir y se quedó inmóvil, de bruces, con la cabeza hundida en la almohada. Soñaba, y su sueño era extraño. Se imaginaba estar en África, en Egipto…La caravana con la que iba se había detenido en un oasis. Los camellos estaban echados, descansando. Las palmeras que los rodeaban balanceaban sus tupidos penachos. Los viajeros se disponían a comer, pero Raskolnikof prefería beber agua de un riachuelo que corría cerca de él con un rumoreo cantarín. El aire era deliciosamente fresco. El agua, fría y de un azul maravilloso, corría sobre un lecho de piedras multicolores y arena blanca con reflejos dorados…
De súbito, las campanadas de un reloj resonaron claramente en su oído. Se estremeció, volvió a la realidad, levantó la cabeza y miró hacia la ventana.
Entonces recobró por completo la lucidez y se levantó precipitadamente, como si lo arrancaran del diván. Se acercó a la puerta de puntillas, la entreabrió cautelosamente y aguzó el oído, tratando de percibir cualquier ruido que pudiera llegar de la escalera.
Su corazón latía con violencia. En la escalera reinaba la calma más absoluta; la casa entera parecía dormir…La idea de que había estado sumido desde el día anterior en un profundo sueño, sin haber hecho nada, sin haber preparado nada, le sorprendió: su proceder era absurdo, incomprensible. Sinduda, eran las campanadas de las seis las que acababa de oír…Súbitamente, a su embotamiento y a su inercia sucedió una actividad extraordinaria, desatinada y febril. Sin embargo, los preparativos eran fáciles y no exigían mucho tiempo. Raskolnikof procuraba pensar en todo, no olvidarse de nada.
Su corazón seguía latiendo con tal violencia, que dificultaba su respiración.
Ante todo, había que preparar un nudo corredizo y coserlo en el forro del gabán. Trabajo de un minuto. Introdujo la mano debajo de la almohada, sacó la ropa interior que había puesto allí y eligió una camisa sucia y hecha jirones.
Con varias tiras formó un cordón de unos cinco centímetros de ancho y treinta y cinco de largo. Lo dobló en dos, se quitó el gabán de verano, de un tejido de algodón tupido y sólido (el único sobretodo que tenía) y empezó a coser el extremo del cordón debajo del sobaco izquierdo. Sus manos temblaban. Sin embargo, su trabajo resultó tan perfecto, que cuando volvió a ponerse el gabán no se veía por la parte exterior el menor indicio de costura. El hilo y la aguja se los había procurado hacía tiempo y los guardaba, envueltos en un papel, en el cajón de su mesa. Aquel nudo corredizo, destinado a sostener el hacha, constituía un ingenioso detalle de su plan. No era cosa de ir por la calle con un hacha en la mano. Por otra parte, si se hubiese limitado a esconder el hacha debajo del gabán, sosteniéndola por fuera, se habría visto obligado a mantener continuamente la mano en el mismo sitio, lo cual habría llamado la atención.
El nudo corredizo le permitía llevar colgada el hacha y recorrer así todo el camino, sin riesgo alguno de que se le cayera. Además, llevando la mano en el bolsillo del gabán, podría sujetar por un extremo el mango del hacha e impedir su balanceo. Dada la amplitud de la prenda, que era un verdadero saco, no había peligro de que desde el exterior se viera lo que estaba haciendo aquella mano.
Terminada esta operación, Raskolnikof introdujo los dedos en una pequeña hendidura que había entre el diván turco y el entarimado y extrajo un menudo objeto que desde hacía tiempo tenía allí escondido. No se trataba de ningún objeto de valor, sino simplemente de un trocito de madera pulida del tamaño de una pitillera. Lo había encontrado casualmente un día, durante uno de sus paseos, en un patio contiguo a un taller. Después le añadió una planchita de hierro, delgada y pulida de tamaño un poco menor, que también, y aquel mismo día, se había encontrado en la calle. Juntó ambas cosas, las ató firmemente con un hilo y las envolvió en un papel blanco, dando al paquetito el aspecto más elegante posible y procurando que las ligaduras no se pudieran deshacer sin dificultad. Así apartaría la atención de la vieja de su persona por unos instantes, y él podría aprovechar la ocasión. La planchita de hierro no tenía más misión que aumentar el peso del envoltorio, de modo que la usurera no pudiera sospechar, aunque sólo fuera por unos momentos, que la supuesta prenda de empeño era un simple trozo de madera. Raskolnikof lo había guardado todo debajo del diván, diciéndose que ya lo retiraría cuando lonecesitara.
Poco después oyó voces en el patio.
—¡Ya son más de las seis!
—¡Dios mío, cómo pasa el tiempo!
Corrió a la puerta, escuchó, cogió su sombrero y empezó a bajar la escalera cautelosamente, con paso silencioso, felino…Le faltaba la operación más importante: robar el hacha de la cocina. Hacía ya tiempo que había elegido el hacha como instrumento. Él tenía una especie de podadera, pero esta herramienta no le inspiraba confianza, y todavía desconfiaba más de sus fuerzas. Por eso había escogido definitivamente el hacha.
Respecto a estas resoluciones, hemos de observar un hecho sorprendente: a medida que se afirmaban, le parecían más absurdas y monstruosas. A pesar de la lucha espantosa que se estaba librando en su alma, Raskolnikof no podía admitir en modo alguno que sus proyectos llegaran a realizarse.
Es más, si todo hubiese quedado de pronto resuelto, si todas las dudas se hubiesen desvanecido y todas las dificultades se hubiesen allanado, él, seguramente, habría renunciado en el acto a su proyecto, por considerarlo disparatado, monstruoso. Pero quedaban aún infinidad de puntos por dilucidar, numerosos problemas por resolver. Procurarse el hacha era un detalle insignificante que no le inquietaba lo más mínimo. ¡Si todo fuera tan fácil! Al atardecer, Nastasia no estaba nunca en casa: o pasaba a la de algún vecino o bajaba a las tiendas. Y siempre se dejaba la puerta abierta. Estas ausencias eran la causa de las continuas amonestaciones que recibía de su dueña. Así, bastaría entrar silenciosamente en la cocina y coger el hacha; y después, una hora más tarde, cuando todo hubiera terminado, volver a dejarla en su sitio.
Pero esto último tal vez no fuera tan fácil. Podía ocurrir que cuando él volviera y fuese a dejar el hacha en su sitio, Nastasia estuviera ya en la casa.
Naturalmente, en este caso, él tendría que subir a su aposento y esperar una nueva ocasión. Pero ¿y si ella, entre tanto, advertía la desaparición del hacha y la buscaba primero y después empezaba a dar gritos? He aquí cómo nacen las sospechas o, cuando menos, cómo pueden nacer.
Sin embargo, esto no eran sino pequeños detalles en los que no quería pensar. Por otra parte, no tenía tiempo. Sólo pensaba en la esencia del asunto: los puntos secundarios los dejaba para el momento en que se dispusiera a obrar. Pero esto último le parecía completamente imposible. No concebía que pudiera dar por terminadas sus reflexiones, levantarse y dirigirse a aquella casa. Incluso en su reciente «ensayo» (es decir, la visita que había hecho a la vieja para efectuar un reconocimiento definitivo en el lugar de la acción) distó mucho de creer que obraba en serio. Se había dicho: «Vamos a ver. Hagamosun ensayo, en vez de limitarnos a dejar correr la imaginación.» Pero no había podido desempeñar su papel hasta el último momento: habíase indignado contra sí mismo. No obstante, parecía que desde el punto de vista moral se podía dar por resuelto el asunto. Su casuística, cortante como una navaja de afeitar, había segado todas las objeciones. Pero cuando ya no pudo encontrarlas dentro de él, en su espíritu, empezó a buscarlas fuera, con la obstinación propia de su esclavitud mental, deseoso de hallar un garfio que lo retuviera.
Los imprevistos y decisivos acontecimientos del día anterior lo gobernaban de un modo poco menos que automático. Era como si alguien le llevara de la mano y le arrastrara con una fuerza irresistible, ciega, sobrehumana; como si un pico de sus ropas hubiera quedado prendido en un engranaje y él sintiera que su propio cuerpo iba a ser atrapado por las ruedas dentadas.
Al principio —de esto hacía ya bastante tiempo—, lo que más le preocupaba era el motivo de que todos los crímenes se descubrieran fácilmente, de que la pista del culpable se hallara sin ninguna dificultad.
Raskolnikof llegó a diversas y curiosas conclusiones. Según él, la razón de todo ello estaba en la personalidad del criminal más que en la imposibilidad material de ocultar el crimen.
En el momento de cometer el crimen, el culpable estaba afectado de una pérdida de voluntad y raciocinio, a los que sustituía una especie de inconsciencia infantil, verdaderamente monstruosa, precisamente en el momento en que la prudencia y la cordura le eran más necesarias. Atribuía este eclipse del juicio y esta pérdida de la voluntad a una enfermedad que se desarrollaba lentamente, alcanzaba su máxima intensidad poco antes de la perpetración del crimen, se mantenía en un estado estacionario durante su ejecución y hasta algún tiempo después (el plazo dependía del individuo), y terminaba al fin, como terminan todas las enfermedades.
Raskolnikof se preguntaba si era esta enfermedad la que motivaba el crimen, o si el crimen, por su misma naturaleza, llevaba consigo fenómenos que se confundían con los síntomas patológicos. Pero era incapaz de resolver este problema.
Después de razonar de este modo, se dijo que él estaba a salvo de semejantes trastornos morbosos y que conservaría toda su inteligencia y toda su voluntad durante la ejecución del plan, por la sencilla razón de que este plan no era un crimen. No expondremos la serie de reflexiones que le llevaron a esta conclusión. Sólo diremos que las dificultades puramente materiales, el lado práctico del asunto, le preocupaba muy poco.
«Bastaría —se decía— que conserve toda mi fuerza de voluntad y toda mi lucidez en el momento de llevar la empresa a la práctica. Entonces es cuandohabrá que analizar incluso los detalles más ínfimos.»
Pero este momento no llegaba nunca, por la sencilla razón de que Raskolnikof no se sentía capaz de tomar una resolución definitiva. Así, cuando sonó la hora de obrar, todo le pareció extraordinario, imprevisto como un producto del azar.
Antes de que terminara de bajar la escalera, ya le había desconcertado un detalle insignificante. Al llegar al rellano donde se hallaba la cocina de su patrona, cuya puerta estaba abierta como de costumbre, dirigió una mirada furtiva al interior y se preguntó si, aunque Nastasia estuviera ausente, no estaría en la cocina la patrona. Y aunque no estuviera en la cocina, sino en su habitación, ¿tendría la puerta bien cerrada? Si no era así, podría verle en el momento en que él cogía el hacha.
Tras estas conjeturas, se quedó petrificado al ver que Nastasia estaba en la cocina y, además, ocupada. Iba sacando ropa de un cesto y tendiéndola en una cuerda. Al aparecer Raskolnikof, la sirvienta se volvió y le siguió con la vista hasta que hubo desaparecido. Él pasó fingiendo no haberse dado cuenta de nada. No cabía duda: se había quedado sin hacha. Este contratiempo le abatió profundamente.
«¿De dónde me había sacado yo —me preguntaba mientras bajaba los últimos escalones— que era seguro que Nastasia se habría marchado a esta hora?» Estaba anonadado; incluso experimentaba un sentimiento de humillación. Su furor le llevaba a mofarse de sí mismo. Una cólera sorda, salvaje, hervía en él.
Al llegar a la entrada se detuvo indeciso. La idea de irse a pasear sin rumbo no le seducía; la de volver a su habitación, todavía menos. «¡Haber perdido una ocasión tan magnífica!», murmuró, todavía inmóvil y vacilante, ante la oscura garita del portero, cuya puerta estaba abierta. De pronto se estremeció.
En el interior de la garita, a dos pasos de él, debajo de un banco que había a la izquierda, brillaba un objeto…Raskolnikof miró en torno de él. Nadie. Se acercó a la puerta andando de puntillas, bajó los dos escalones que había en el umbral y llamó al portero con voz apagada.
«No está. Pero no debe de andar muy lejos, puesto que ha dejado la puerta abierta.»
Se arrojó sobre el hacha (pues era un hacha el brillante objeto), la sacó de debajo del banco, donde estaba entre dos leños, la colgó inmediatamente en el nudo corredizo, introdujo las manos en los bolsillos del gabán y salió de la garita. Nadie le había visto.
«No es mi inteligencia la que me ayuda, sino el diablo», se dijo con una sonrisa extraña.Esta feliz casualidad le enardeció extraordinariamente. Ya en la calle, echó a andar tranquilamente, sin apresurarse, con objeto de no despertar sospechas.
Apenas miraba a los transeúntes y, desde luego, no fijaba su vista en ninguno; su deseo era pasar lo más inadvertido posible.
De súbito se acordó de que su sombrero atraía las miradas de la gente.
«¡Qué estúpido he sido! Anteayer tenía dinero: habría podido comprarme una gorra.»
Y añadió una imprecación que le salió de lo más hondo.
Su mirada se dirigió casualmente al interior de una tienda y vio un reloj que señalaba las siete y diez minutos. No había tiempo que perder. Sin embargo, tenía que dar un rodeo, pues quería entrar en la casa por la parte posterior.
Cuando últimamente pensaba en la situación en que se hallaba en aquel momento, se figuraba que se sentiría aterrado. Pero ahora veía que no era así: no experimentaba miedo alguno. Por su mente desfilaban pensamientos, breves, fugitivos, que no tenían nada que ver con su empresa. Cuando pasó ante los jardines Iusupof, se dijo que en sus plazas se debían construir fuentes monumentales para refrescar la atmósfera, y seguidamente empezó a conjeturar que si el Jardín de Verano se extendiera hasta el Campo de Marte e incluso se uniera al parque Miguel, la ciudad ganaría mucho con ello. Luego se hizo una pregunta sumamente interesante: ¿por qué los habitantes de las grandes poblaciones tienen la tendencia, incluso cuando no los obliga la necesidad, a vivir en los barrios desprovistos de jardines y fuentes, sucios, llenos de inmundicias y, en consecuencia, de malos olores? Entonces recordó sus propios paseos por la plaza del Mercado y volvió momentáneamente a la realidad.
«¡Qué cosas tan absurdas se le ocurren a uno! lo mejor es no pensar en nada.»
Sin embargo, seguidamente, como en un relámpago de lucidez, se dijo: «Así les ocurre, sin duda, a los condenados a muerte: cuando los llevan al lugar de la ejecución, se aferran mentalmente a todo lo que ven en su camino».
Pero rechazó inmediatamente esta idea.
Ya estaba cerca. Ya veía la casa. Allí estaba su gran puerta cochera…
En esto, un reloj dio una campanada.
«¿Las siete y media ya? Imposible. Ese reloj va adelantado.»
Pero también esta vez tuvo suerte. Como si la cosa fuera intencionada, en el momento en que él llegó ante la casa penetraba por la gran puerta un carrocargado de heno. Raskolnikof se acercó a su lado derecho y pudo entrar sin que nadie lo viese. Al otro lado del carro había gente que disputaba: oyó sus voces. Pero ni nadie le vio a él ni él vio a nadie. Algunas de las ventanas que daban al gran patio estaban abiertas, pero él no levantó la vista: no se atrevió…La escalera que conducía a casa de Alena Ivanovna estaba a la derecha de la puerta. Raskolnikof se dirigió a ella y se detuvo, con la mano en el corazón, como si quisiera frenar sus latidos. Aseguró el hacha en el nudo corredizo, aguzó el oído y empezó a subir, paso a paso sigilosamente. No había nadie. Las puertas estaban cerradas. Pero al llegar al segundo piso, vio una abierta de par en par. Pertenecía a un departamento deshabitado, en el que trabajaban unos pintores. Estos hombres ni siquiera vieron a Raskolnikof. Pero él se detuvo un momento y se dijo: «Aunque hay dos pisos sobre éste, habría sido preferible que no estuvieran aquí esos hombres.»
Continuó en seguida la ascensión y llegó al cuarto piso. Allí estaba la puerta de las habitaciones de la prestamista. El departamento de enfrente seguía desalquilado, a juzgar por las apariencias, y el que estaba debajo mismo del de la vieja, en el tercero, también debía de estar vacío, ya que de su puerta había desaparecido la tarjeta que Raskolnikof había visto en su visita anterior.
Sin duda, los inquilinos se habían mudado.
Raskolnikof jadeaba. Estuvo un momento vacilando. «¿No será mejor que me vaya?» Pero ni siquiera se dio respuesta a esta pregunta. Aplicó el oído a la puerta y no oyó nada: en el departamento de Alena Ivanovna reinaba un silencio de muerte. Su atención se desvió entonces hacia la escalera: permaneció un momento inmóvil, atento al menor ruido que pudiera llegar desde abajo…
Luego miró en todas direcciones y comprobó que el hacha estaba en su sitio. Seguidamente se preguntó: «¿No estaré demasiado pálido…, demasiado trastornado? ¡Es tan desconfiada esa vieja! Tal vez me convendría esperar hasta tranquilizarme un poco.» Pero los latidos de su corazón, lejos de normalizarse, eran cada vez más violentos…Ya no pudo contenerse: tendió lentamente la mano hacia el cordón de la campanilla y tiró. Un momento después insistió con violencia.
No obtuvo respuesta, pero no volvió a llamar: además de no conducir a nada, habría sido una torpeza. No cabía duda de que la vieja estaba en casa; pero era suspicaz y debía de estar sola. Empezaba a conocer sus costumbres…
Aplicó de nuevo el oído a la puerta y… ¿Sería que sus sentidos se habían agudizado en aquellos momentos (cosa muy poco probable), o el ruido que oyó fue perfectamente perceptible? De lo que no le cupo duda es de que percibió que una mano se apoyaba en el pestillo, mientras el borde de un vestido rozaba la puerta. Era evidente que alguien hacía al otro lado de lapuerta lo mismo que él estaba haciendo por la parte exterior. Para no dar la impresión de que quería esconderse, Raskolnikof movió los pies y refunfuñó unas palabras. Luego tiró del cordón de la campanilla por tercera vez, sin violencia alguna, discretamente, con objeto de no dejar traslucir la menor impaciencia. Este momento dejaría en él un recuerdo imborrable. Y cuando, más tarde, acudía a su imaginación con perfecta nitidez, no comprendía cómo había podido desplegar tanta astucia en aquel momento en que su inteligencia parecía extinguirse y su cuerpo paralizarse…Un instante después oyó que descorrían el cerrojo.
Como en su visita anterior, Raskolnikof vio que la puerta se entreabría y que en la estrecha abertura aparecían dos ojos penetrantes que le miraban con desconfianza desde la sombra.
En este momento, el joven perdió la sangre fría y cometió una imprudencia que estuvo a punto de echarlo todo a perder.
Temiendo que la vieja, atemorizada ante la idea de verse a solas con un hombre cuyo aspecto no tenía nada de tranquilizador, intentara cerrar la puerta, Raskolnikof lo impidió mediante un fuerte tirón. La usurera quedó paralizada, pero no soltó el pestillo aunque poco faltó para que cayera de bruces. Después, viendo que la vieja permanecía obstinadamente en el umbral, para no dejarle el paso libre, él se fue derecho a ella. Alena Ivanovna, aterrada, dio un salto atrás e intentó decir algo. Pero no pudo pronunciar una sola palabra y se quedó mirando al joven con los ojos muy abiertos.
—Buenas tardes, Alena Ivanovna —empezó a decir en el tono más indiferente que le fue posible adoptar. Pero sus esfuerzos fueron inútiles: hablaba con voz entrecortada, le temblaban las manos—. Le traigo…, le traigo…una cosa para empeñar…Pero entremos: quiero que la vea a la luz.
Y entró en el piso sin esperar a que la vieja lo invitara. Ella corrió tras él, dando suelta a su lengua.
—¡Oiga! ¿Quién es usted? ¿Qué desea?
—Ya me conoce usted, Alena Ivanovna. Soy Raskolnikof…Tenga; aquí tiene aquello de que le hablé el otro día.
Le ofrecía el paquetito. Ella lo miró, como dispuesta a cogerlo, pero inmediatamente cambió de opinión. Levantó los ojos y los fijó en el intruso.
Lo observó con mirada penetrante, con un gesto de desconfianza eindignación. Pasó un minuto. Raskolnikof incluso creyó descubrir un chispazo de burla en aquellos ojillos, como si la vieja lo hubiese adivinado todo.
Notó que perdía la calma, que tenía miedo, tanto, que habría huido si aquel mudo examen se hubiese prolongado medio minuto más.
—¿Por qué me mira así, como si no me conociera? —exclamó Raskolnikof de pronto, indignado también—. Si le conviene este objeto, lo toma; si no, me dirigiré a otra parte. No tengo por qué perder el tiempo.
Dijo esto sin poder contenerse, a pesar suyo, pero su actitud resuelta pareció ahuyentar los recelos de Alena Ivanovna.
—¡Es que lo has presentado de un modo!
Y, mirando el paquetito, preguntó:
—¿Qué me traes?
—Una pitillera de plata. Ya le hablé de ella la última vez que estuve aquí.
Alena Ivanovna tendió la mano.
—Pero, ¿qué te ocurre? Estás pálido, las manos te tiemblan. ¿Estás enfermo?
—Tengo fiebre —repuso Raskolnikof con voz anhelante. Y añadió, con un visible esfuerzo—: ¿Cómo no ha de estar uno pálido cuando no come?
Las fuerzas volvían a abandonarle, pero su contestación pareció sincera. La usurera le quitó el paquetito de las manos.
—Pero ¿qué es esto? —volvió a preguntar, sopesándolo y dirigiendo nuevamente a Raskolnikof una larga y penetrante mirada.
—Una pitillera…de plata…Véala.
—Pues no parece que esto sea de plata… ¡Sí que la has atado bien!
Se acercó a la lámpara (todas las ventanas estaban cerradas, a pesar del calor asfixiante) y empezó a luchar por deshacer los nudos, dando la espalda a Raskolnikof y olvidándose de él momentáneamente.
Raskolnikof se desabrochó el gabán y sacó el hacha del nudo corredizo, pero la mantuvo debajo del abrigo, empuñándola con la mano derecha. En las dos manos sentía una tremenda debilidad y un embotamiento creciente.
Temiendo estaba que el hacha se le cayese. De pronto, la cabeza empezó a darle vueltas.
—Pero ¿cómo demonio has atado esto? ¡Vaya un enredo! —exclamó la vieja, volviendo un poco la cabeza hacia Raskolnikof.No había que perder ni un segundo. Sacó el hacha de debajo del abrigo, la levantó con las dos manos y, sin violencia, con un movimiento casi maquinal, la dejó caer sobre la cabeza de la vieja.
Raskolnikof creyó que las fuerzas le habían abandonado para siempre, pero notó que las recuperaba después de haber dado el hachazo.
La vieja, como de costumbre, no llevaba nada en la cabeza. Sus cabellos, grises, ralos, empapados en aceite, se agrupaban en una pequeña trenza que hacía pensar en la cola de una rata, y que un trozo de peine de asta mantenía fija en la nuca. Como era de escasa estatura, el hacha la alcanzó en la parte anterior de la cabeza. La víctima lanzó un débil grito y perdió el equilibrio. Lo único que tuvo tiempo de hacer fue sujetarse la cabeza con las manos. En una de ellas tenía aún el paquetito. Raskolnikof le dio con todas sus fuerzas dos nuevos hachazos en el mismo sitio, y la sangre manó a borbotones, como de un recipiente que se hubiera volcado. El cuerpo de la víctima se desplomó definitivamente. Raskolnikof retrocedió para dejarlo caer. Luego se inclinó sobre la cara de la vieja. Ya no vivía. Sus ojos estaban tan abiertos, que parecían a punto de salírsele de las órbitas. Su frente y todo su rostro estaban rígidos y desfigurados por las convulsiones de la agonía.
Raskolnikof dejó el hacha en el suelo, junto al cadáver, y empezó a registrar, procurando no mancharse de sangre, el bolsillo derecho, aquel bolsillo de donde él había visto, en su última visita, que la vieja sacaba las llaves. Conservaba plenamente la lucidez; no estaba aturdido; no sentía vértigos. Más adelante recordó que en aquellos momentos había procedido con gran atención y prudencia, que incluso había sido capaz de poner sus cinco sentidos en evitar mancharse de sangre…Pronto encontró las llaves, agrupadas en aquel llavero de acero que él ya había visto.
Corrió con las llaves al dormitorio. Era una pieza de medianas dimensiones. A un lado había una gran vitrina llena de figuras de santos; al otro, un gran lecho, perfectamente limpio y protegido por una cubierta acolchada confeccionada con trozos de seda de tamaño y color diferentes.
Adosada a otra pared había una cómoda. Al acercarse a ella le ocurrió algo extraño: apenas empezó a probar las llaves para intentar abrir los cajones experimentó una sacudida. La tentación de dejarlo todo y marcharse le asaltó de súbito. Pero estas vacilaciones sólo duraron unos instantes. Era demasiado tarde para retroceder. Y cuando sonreía, extrañado de haber tenido semejante ocurrencia, otro pensamiento, una idea realmente inquietante, se apoderó de su imaginación. Se dijo que acaso la vieja no hubiese muerto, que tal vez volviese en sí…Dejó las llaves y la cómoda y corrió hacia el cuerpo yaciente.
Cogió el hacha, la levantó…, pero no llegó a dejarla caer: era indudable que la vieja estaba muerta.Se inclinó sobre el cadáver para examinarlo de cerca y observó que tenía el cráneo abierto. Iba a tocarlo con el dedo, pero cambió de opinión: esta prueba era innecesaria.
Sobre el entarimado se había formado un charco de sangre. En esto, Raskolnikof vio un cordón en el cuello de la vieja y empezó a tirar de él; pero era demasiado resistente y no se rompía. Además, estaba resbaladizo, impregnado de sangre…Intentó sacarlo por la cabeza de la víctima; tampoco lo consiguió: se enganchaba en alguna parte. Perdiendo la paciencia, pensó utilizar el hacha: partiría el cordón descargando un hachazo sobre el cadáver.
Pero no se decidió a cometer esta atrocidad. Al fin, tras dos minutos de tanteos, logró cortarlo, manchándose las manos de sangre pero sin tocar el cuerpo de la muerta. Un instante después, el cordón estaba en sus manos.
Como había supuesto, era una bolsita lo que pendía del cuello de la vieja.
También colgaban del cordón una medallita esmaltada y dos cruces, una de madera de ciprés y otra de cobre. La bolsita era de piel de camello; rezumaba grasa y estaba repleta de dinero. Raskolnikof se la guardó en el bolsillo sin abrirla. Arrojó las cruces sobre el cuerpo de la vieja y, esta vez cogiendo el hacha, volvió precipitadamente al dormitorio.
Una impaciencia febril le impulsaba. Cogió las llaves y reanudó la tarea.
Pero sus tentativas de abrir los cajones fueron infructuosas, no tanto a causa del temblor de sus manos como de los continuos errores que cometía. Veía, por ejemplo, que una llave no se adaptaba a una cerradura, y se obstinaba en introducirla. De pronto se dijo que aquella gran llave dentada que estaba con las otras pequeñas en el llavero no debía de ser de la cómoda (se acordaba de que ya lo había pensado en su visita anterior), sino de algún cofrecillo, donde tal vez guardaba la vieja todos sus tesoros.
Se separó, pues, de la cómoda y se echó en el suelo para mirar debajo de la cama, pues sabía que era allí donde las viejas solían guardar sus riquezas. En efecto, vio un arca bastante grande —de más de un metro de longitud—, tapizada de tafilete rojo. La llave dentada se ajustaba perfectamente a la cerradura.
Abierta el arca, apareció un paño blanco que cubría todo el contenido.
Debajo del paño había una pelliza de piel de liebre con forro rojo. Bajo la piel, un vestido de seda, y debajo de éste, un chal. Más abajo sólo había, al parecer, trozos de tela.
Se limpió la sangre de las manos en el forro rojo.
«Como la sangre es roja, se verá menos sobre el rojo.»
De pronto cambió de expresión y se dijo, aterrado:«¡Qué insensatez, Señor! ¿Acabaré volviéndome loco?»
Pero cuando empezó a revolver los trozos de tela, de debajo de la piel salió un reloj de oro. Entonces no dejó nada por mirar. Entre los retazos del fondo aparecieron joyas, objetos empeñados, sin duda, que no habían sido retirados todavía: pulseras, cadenas, pendientes, alfileres de corbata…Algunas de estas joyas estaban en sus estuches; otras, cuidadosamente envueltas en papel de periódico en doble, y el envoltorio bien atado. No vaciló ni un segundo: introdujo la mano y empezó a llenar los bolsillos de su pantalón y de su gabán sin abrir los paquetes ni los estuches.
Pero de pronto hubo de suspender el trabajo. Le parecía haber oído un rumor de pasos en la habitación inmediata. Se quedó inmóvil, helado de espanto…No, todo estaba en calma; sin duda, su oído le había engañado. Pero de súbito percibió un débil grito, o, mejor, un gemido sordo, entrecortado, que se apagó en seguida. De nuevo y durante un minuto reinó un silencio de muerte. Raskolnikof, en cuclillas ante el arca, esperó, respirando apenas. De pronto se levantó empuñó el hacha y corrió a la habitación vecina. En esta habitación estaba Lisbeth. Tenía en las manos un gran envoltorio y contemplaba atónita el cadáver de su hermana. Estaba pálida como una muerta y parecía no tener fuerzas para gritar. Al ver aparecer a Raskolnikof, empezó a temblar como una hoja y su rostro se contrajo convulsivamente. Probó a levantar los brazos y no pudo; abrió la boca, pero de ella no salió sonido alguno. Lentamente fue retrocediendo hacia un rincón, sin dejar de mirar a Raskolnikof en silencio, aquel silencio que no tenía fuerzas para romper. Él se arrojó sobre ella con el hacha en la mano. Los labios de la infeliz se torcieron con una de esas muecas que solemos observar en los niños pequeños cuando ven algo que les asusta y empiezan a gritar sin apartar la vista de lo que causa su terror.
Era tan cándida la pobre Lisbeth y estaba tan aturdida por el pánico, que ni siquiera hizo el movimiento instintivo de levantar las manos para proteger su cabeza: se limitó a dirigir el brazo izquierdo hacia el asesino, como si quisiera apartarlo. El hacha cayó de pleno sobre el cráneo, hendió la parte superior del hueso frontal y casi llegó al occipucio. Lisbeth se desplomó. Raskolnikof perdió por completo la cabeza, se apoderó del envoltorio, después lo dejó caer y corrió al vestíbulo.
Su terror iba en aumento, sobre todo después de aquel segundo crimen que no había proyectado, y sólo pensaba en huir. Si en aquel momento hubiese sido capaz de ver las cosas más claramente, de advertir las dificultades, el horror y lo absurdo de su situación; si hubiese sido capaz de prever los obstáculos que tenía que salvar y los crímenes que aún habría podido cometer para salir de aquella casa y volver a la suya, acaso habría renunciado a la lucha y se habría entregado, pero no por cobardía, sino por el horror que leinspiraban sus crímenes. Esta sensación de horror aumentaba por momentos.
Por nada del mundo habría vuelto al lado del arca, y ni siquiera a las dos habitaciones interiores.
Sin embargo, poco a poco iban acudiendo a su mente otros pensamientos.
Incluso llegó a caer en una especie de delirio. A veces se olvidaba de las cosas esenciales y fijaba su atención en los detalles más superfluos. Sin embargo, como dirigiera una mirada a la cocina y viese que debajo de un banco había un cubo con agua, se le ocurrió lavarse las manos y limpiar el hacha. Sus manos estaban manchadas de sangre, pegajosas. Introdujo el hacha en el cubo; después cogió un trozo de jabón que había en un plato agrietado sobre el alféizar de la ventana y se lavó.
Seguidamente sacó el hacha del cubo, limpió el hierro y estuvo lo menos tres minutos frotando el mango, que había recibido salpicaduras de sangre. Lo secó todo con un trapo puesto a secar en una cuerda tendida a través de la cocina, y luego examinó detenidamente el hacha junto a la ventana. Las huellas acusadoras habían desaparecido, pero el mango estaba todavía húmedo.
Después de colgar el hacha del nudo corredizo, debajo de su gabán, inspeccionó sus pantalones, su americana, sus botas, tan minuciosamente como le permitió la escasa luz que había en la cocina.
A simple vista, su indumentaria no presentaba ningún indicio sospechoso.
Sólo las botas estaban manchadas de sangre. Mojó un trapo y las lavó. Pero sabía que no veía bien y que tal vez no percibía manchas perfectamente visibles.
Luego quedó indeciso en medio de la cocina, presa de un pensamiento angustioso: se decía que tal vez se había vuelto loco, que no se hallaba en disposición de razonar ni de defenderse, que sólo podía ocuparse en cosas que le conducían a la perdición.
«¡Señor! ¡Dios mío! Es preciso huir, huir…» Y corrió al vestíbulo.
Entonces sintió el terror más profundo que había sentido en toda su vida.
Permaneció un momento inmóvil, como si no pudiera dar crédito a sus ojos: la puerta del piso, la que daba a la escalera, aquella a la que había llamado hacía unos momentos, la puerta por la cual había entrado, estaba entreabierta, y así había estado durante toda su estancia en el piso…Sí, había estado abierta. La vieja se había olvidado de cerrarla, o tal vez no fue olvido, sino precaución…
Lo chocante era que él había visto a Lisbeth dentro del piso… ¿Cómo no se le ocurrió pensar que si había entrado sin llamar, la puerta tenía que estar abierta? ¡No iba a haber entrado filtrándose por la pared!
Se arrojó sobre la puerta y echó el cerrojo.«Acabo de hacer otra tontería. Hay que huir, hay que huir…»
Descorrió el cerrojo, abrió la puerta y aguzó el oído. Así estuvo un buen rato. Se oían gritos lejanos. Sin duda llegaban del portal. Dos fuertes voces cambiaban injurias.
«¿Qué hará ahí esa gente?»
Esperó. Al fin las voces dejaron de oírse, cesaron de pronto. Los que disputaban debían de haberse marchado.
Ya se disponía a salir, cuando la puerta del piso inferior se abrió estrepitosamente, y alguien empezó a bajar la escalera canturreando.
«Pero ¿por qué harán tanto ruido?», pensó.
Cerró de nuevo la puerta, y de nuevo esperó. Al fin todo quedó sumido en un profundo silencio. No se oía ni el rumor más leve. Pero ya iba a bajar, cuando percibió ruido de pasos. El ruido venía de lejos, del principio de la escalera seguramente. Andando el tiempo, Raskolnikof recordó perfectamente que, apenas oyó estos pasos, tuvo el presentimiento de que terminarían en el cuarto piso, de que aquel hombre se dirigía a casa de la vieja. ¿De dónde nació este presentimiento? ¿Acaso el ruido de aquellos pasos tenía alguna particularidad significativa? Eran lentos, pesados, regulares…
Los pasos llegaron al primer piso. Siguieron subiendo. Eran cada vez más perceptibles. Llegó un momento en que incluso se oyó un jadeo asmático…Ya estaba en el tercer piso… «¡Viene aquí, viene aquí…!» Raskolnikof quedó petrificado. Le parecía estar viviendo una de esas pesadillas en que nos vemos perseguidos por enemigos implacables que están a punto de alcanzarnos y asesinarnos, mientras nosotros nos sentimos como clavados en el suelo, sin poder hacer movimiento alguno para defendernos.
Las pisadas se oían ya en el tramo que terminaba en el cuarto piso. De pronto, Raskolnikof salió de aquel pasmo que le tenía inmóvil, volvió al interior del departamento con paso rápido y seguro, cerró la puerta y echó el cerrojo, todo procurando no hacer ruido.
El instinto lo guiaba. Una vez bien cerrada la puerta, se quedó junto a ella, encogido, conteniendo la respiración.
El desconocido estaba ya en el rellano. Se encontraba frente a Raskolnikof, en el mismo sitio desde donde el joven había tratado de percibir los ruidos del interior hacía un rato, cuando sólo la puerta lo separaba de la vieja.
El visitante respiró varias veces profundamente.
«Debe de ser un hombre alto y grueso», pensó Raskolnikof llevando la mano al mango del hacha. Verdaderamente, todo aquello parecía un malsueño. El desconocido tiró violentamente del cordón de la campanilla.
Cuando vibró el sonido metálico, al visitante le pareció oír que algo se movía dentro del piso, y durante unos segundos escuchó atentamente. Volvió a llamar, volvió a escuchar y, de pronto, sin poder contener su impaciencia, empezó a sacudir la puerta, asiendo firmemente el tirador.
Raskolnikof miraba aterrado el cerrojo, que se agitaba dentro de la hembrilla, dando la impresión de que iba a saltar de un momento a otro. Un siniestro horror se apoderó de él.
Tan violentas eran las sacudidas, que se comprendían los temores de Raskolnikof. Momentáneamente concibió la idea de sujetar el cerrojo, y con él la puerta, pero desistió al comprender que el otro podía advertirlo. Perdió por completo la serenidad; la cabeza volvía a darle vueltas. «Voy a caer», se dijo.
Pero en aquel momento oyó que el desconocido empezaba a hablar, y esto le devolvió la calma.
—¿Estarán durmiendo o las habrán estrangulado? —murmuró—. ¡El diablo las lleve! A las dos: a Alena Ivanovna, la vieja bruja, y a Lisbeth Ivanovna, la belleza idiota… ¡Abrid de una vez, mujerucas…! Están durmiendo, no me cabe duda.
Estaba desesperado. Tiró del cordón lo menos diez veces más y tan fuerte como pudo. Se veía claramente que era un hombre enérgico y que conocía la casa.
En este momento se oyeron, ya muy cerca, unos pasos suaves y rápidos.
Evidentemente, otra persona se dirigía al piso cuarto. Raskolnikof no oyó al nuevo visitante hasta que estaban llegando al descansillo.
—No es posible que no haya nadie —dijo el recién llegado con voz sonora y alegre, dirigiéndose al primer visitante, que seguía haciendo sonar la campanilla—. Buenas tardes, Koch.
«Un hombre joven, a juzgar por su voz», se dijo Raskolnikof inmediatamente.
—No sé qué demonios ocurre —repuso Koch—. Hace un momento casi echo abajo la puerta… ¿Y usted de qué me conoce?
—¡Qué mala memoria! Anteayer le gané tres partidas de billar, una tras otra, en el Gambrinus.
—¡Ah, sí!
—¿Y dice usted que no están? ¡Qué raro! Hasta me parece imposible. ¿Adónde puede haber ido esa vieja? Tengo que hablar con ella.
—Yo también tengo que hablarle, amigo mío.—¡Qué le vamos a hacer! —exclamó el joven—. Nos tendremos que ir por donde hemos venido. ¡Y yo que creía que saldría de aquí con dinero!
—¡Claro que nos tendremos que marchar! Pero ¿por qué me citó? Ella misma me dijo que viniera a esta hora. ¡Con la caminata que me he dado para venir de mi casa aquí! ¿Dónde diablo estará? No lo comprendo. Esta bruja decrépita no se mueve nunca de casa, porque apenas puede andar. ¡Y, de pronto, se le ocurre marcharse a dar un paseo!
—¿Y si preguntáramos al portero?
—¿Para qué?
—Para saber si está en casa o cuándo volverá.
—¡Preguntar, preguntar…! ¡Pero si no sale nunca!
Volvió a sacudir la puerta.
—¡Es inútil! ¡No hay más solución que marcharse!
—¡Oiga! —exclamó de pronto el joven—. ¡Fíjese bien! La puerta cede un poco cuando se tira.
—Bueno, ¿y qué?
—Esto demuestra que no está cerrada con llave, sino con cerrojo. ¿Lo oye resonar cuando se mueve la puerta?
—¿Y qué?
—Pero ¿no comprende? Esto prueba que una de ellas está en la casa. Si hubieran salido las dos, habrían cerrado con llave por fuera; de ningún modo habrían podido echar el cerrojo por dentro… ¿Lo oye, lo oye? Hay que estar en casa para poder echar el cerrojo, ¿no comprende? En fin, que están y no quieren abrir.
—¡Sí! ¡Claro! ¡No cabe duda! —exclamó Koch, asombrado—. Pero ¿qué demonio estarán haciendo?
Y empezó a sacudir la puerta furiosamente.
—¡Déjelo! Es inútil —dijo el joven—. Hay algo raro en todo esto. Ha
llamado usted muchas veces, ha sacudido violentamente la puerta, y no abren.
Esto puede significar que las dos están desvanecidas o…
—¿O qué?
—Lo mejor es que vayamos a avisar al portero para que vea lo que ocurre.
—Buena idea.
Los dos se dispusieron a bajar.—No —dijo el joven—; usted quédese aquí. Iré yo a buscar al portero.
—¿Por qué he de quedarme?
—Nunca se sabe lo que puede ocurrir.
—Bien, me quedaré.
—Óigame: estoy estudiando para juez de instrucción. Aquí hay algo que no está claro; esto es evidente…, ¡evidente!
Después de decir esto en un tono lleno de vehemencia, el joven empezó a bajar la escalera a grandes zancadas.
Cuando se quedó solo, Koch llamó una vez más, discretamente, y luego, pensativo, empezó a sacudir la puerta para convencerse de que el cerrojo estaba echado. Seguidamente se inclinó, jadeante, y aplicó el ojo a la cerradura. Pero no pudo ver nada, porque la llave estaba puesta por dentro.
En pie ante la puerta, Raskolnikof asía fuertemente el mango del hacha.
Era presa de una especie de delirio. Estaba dispuesto a luchar con aquellos hombres si conseguían entrar en el departamento. Al oír sus golpes y sus comentarios, más de una vez había estado a punto de poner término a la situación hablándoles a través de la puerta. A veces le dominaba la tentación de insultarlos, de burlarse de ellos, e incluso deseaba que entrasen en el piso.
«¡Que acaben de una vez!» pensaba.
—Pero ¿dónde se habrá metido ese hombre? —murmuró el de fuera.
Habían pasado ya varios minutos y nadie subía. Koch empezaba a perder la calma.
—Pero ¿dónde se habrá metido ese hombre? —gruñó.
Al fin, agotada su paciencia, se fue escaleras abajo con su paso lento, pesado, ruidoso.
«¿Qué hacer, Dios mío?»
Raskolnikof descorrió el cerrojo y entreabrió la puerta. No se percibía el menor ruido. Sin más vacilaciones, salió, cerró la puerta lo mejor que pudo y empezó a bajar. Inmediatamente —sólo había bajado tres escalones— oyó gran alboroto más abajo. ¿Qué hacer? No había ningún sitio donde esconderse…Volvió a subir a toda prisa.
—¡Eh, tú! ¡Espera!
El que profería estos gritos acababa de salir de uno de los pisos inferiores y corría escaleras abajo, no ya al galope, sino en tromba.
—¡Mitri, Mitri, Miiitri! —vociferaba hasta desgañitarse—. ¿Te has vueltoloco? ¡Así vayas a parar al infierno!
Los gritos se apagaron; los últimos habían llegado ya de la entrada. Todo volvió a quedar en silencio. Pero, transcurridos apenas unos segundos, varios hombres que conversaban a grandes voces empezaron a subir tumultuosamente la escalera. Eran tres o cuatro. Raskolnikof reconoció la sonora voz del joven de antes.
Comprendiendo que no los podía eludir, se fue resueltamente a su encuentro.
«¡Sea lo que Dios quiera! Si me paran, estoy perdido, y si me dejan pasar, también, pues luego se acordarán de mí.»
El encuentro parecía inevitable. Ya sólo les separaba un piso. Pero, de pronto…, ¡la salvación! Unos escalones más abajo, a su derecha, vio un piso abierto y vacío. Era el departamento del segundo, donde trabajaban los pintores. Como si lo hubiesen hecho adrede, acababan de salir. Seguramente fueron ellos los que bajaron la escalera corriendo y alborotando. Los techos estaban recién pintados. En medio de una de las habitaciones había todavía una cubeta, un bote de pintura y un pincel. Raskolnikof se introdujo en el piso furtivamente y se escondió en un rincón. Tuvo el tiempo justo. Los hombres estaban ya en el descansillo. No se detuvieron: siguieron subiendo hacia el cuarto sin dejar de hablar a voces. Raskolnikof esperó un momento. Después salió de puntillas y se lanzó velozmente escaleras abajo.
Nadie en la escalera; nadie en el portal. Salió rápidamente y dobló hacia la izquierda.
Sabía perfectamente que aquellos hombres estarían ya en el departamento de la vieja, que les habría sorprendido encontrar abierta la puerta que hacía unos momentos estaba cerrada; que estarían examinando los cadáveres; que en seguida habrían deducido que el criminal se hallaba en el piso cuando ellos llamaron, y que acababa de huir. Y tal vez incluso sospechaban que se había ocultado en el departamento vacío cuando ellos subían.
Sin embargo, Raskolnikof no se atrevía a apresurar el paso; no se atrevía aunque tendría que recorrer aún un centenar de metros para llegar a la primera esquina.
«Si entrara en un portal —se decía— y me escondiese en la escalera…No, sería una equivocación… ¿Debo tirar el hacha? ¿Y si tomara un coche? ¡Tampoco, tampoco…!»
Las ideas se le embrollaban en el cerebro. Al fin vio una callejuela y penetró en ella más muerto que vivo. Era evidente que estaba casi salvado.
Allí corría menos riesgo de infundir sospechas. Además, la estrecha calleestaba llena de transeúntes, entre los que él era como un grano de arena, Pero la tensión de ánimo le había debilitado de tal modo que apenas podía andar. Gruesas gotas de sudor resbalaban por su semblante; su cuello estaba empapado.
—¡Vaya merluza, amigo! —le gritó una voz cuando desembocaba en el canal.
Había perdido por completo la cabeza; cuanto más andaba, más turbado se sentía.
Al llegar al malecón y verlo casi vacío, el miedo de llamar la atención le sobrecogió, y volvió a la callejuela. Aunque estaba a punto de caer desfallecido, dio un rodeo para llegar a su casa.
Cuando cruzó la puerta, aún no había recobrado la presencia de ánimo. Ya en la escalera, se acordó del hacha. Aún tenía que hacer algo importantísimo: dejar el hacha en su sitio sin llamar la atención.
Raskolnikof no estaba en situación de comprender que, en vez de dejar el hacha en el lugar de donde la había cogido, era preferible deshacerse de ella, arrojándola, por ejemplo, al patio de cualquier casa.
Sin embargo, todo salió a pedir de boca. La puerta de la garita estaba cerrada, pero no con llave. Esto parecía indicar que el portero estaba allí. Sin embargo, Raskolnikof había perdido hasta tal punto la facultad de razonar, que se fue hacia la garita y abrió la puerta.
Si en aquel momento hubiese aparecido el portero y le hubiera preguntado:
«¿Qué desea?», él, seguramente, le habría devuelto el hacha con el gesto más natural.
Pero la garita estaba vacía como la vez anterior, y Raskolnikof pudo dejar el hacha debajo del banco, entre los leños, exactamente como la encontró. Inmediatamente subió a su habitación, sin encontrar a nadie en la escalera.
La puerta del departamento de la patrona estaba cerrada.
Ya en su aposento, se echó vestido en el diván y quedó sumido en una especie de inconsciencia que no era la del sueño. Si alguien hubiese entrado entonces en el aposento, Raskolnikof, sin duda, se habría sobresaltado y habría proferido un grito. Su cabeza era un hervidero de retazos de ideas, pero él no podía captar ninguno, por mucho que se empeñaba en ello.
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Последние воспоминания
Половина июня. День жаркий и удушливый; в городе невозможно оставаться: пыль, известь, перестройки, раскаленные камни, отравленный испарениями воздух... Но вот, о радость! загремел где-то гром: мало-помалу небо нахмурилось; повеял ветер, гоня перед собою клубы городской пыли. Несколько крупных капель тяжело упало на землю, а за ними вдруг как будто разверзлось всё небо, и целая река воды пролилась над городом. Когда чрез полчаса снова просияло солнце, я отворил окно моей каморки и жадно, всею усталою грудью, дохнул свежим воздухом. В упоении я было хотел уже бросить перо, и все дела мои, и самого антрепренера, и бежать к нашим на Васильевский. Но хоть и велик был соблазн, я-таки успел побороть себя и с какою-то яростию снова напал на бумагу: во что бы то ни стало нужно было кончить! Антрепренер велит и иначе не даст денег. Меня там ждут, но зато я вечером буду свободен, совершенно свободен, как ветер, и сегодняшний вечер вознаградит меня за эти последние два дня и две ночи, в которые я написал три печатных листа с половиною.
И вот наконец кончена и работа; бросаю перо и подымаюсь, ощущаю боль в спине и в груди и дурман в голове. Знаю, что в эту минуту нервы мои расстроены в сильной степени, и как будто слышу последние слова, сказанные мне моим старичком доктором: "Нет, никакое здоровье не выдержит подобных напряжений, потому что это невозможно!" Однако ж покамест это возможно! Голова моя кружится; я едва стою на ногах, но радость, беспредельная радость наполняет мое сердце. Повесть моя совершенно кончена, и антрепренер, хотя я ему и много теперь должен, все-таки даст мне хоть сколько-нибудь, увидя в своих руках добычу, -- хоть пятьдесят рублей, а я давным-давно не видал у себя в руках таких денег. Свобода и деньги!.. В восторге я схватил шляпу, рукопись под мышку и бегу стремглав, чтоб застать дома нашего драгоценнейшего Александра Петровича.
Я застаю его, но уже на выходе. Он, в свою очередь, только что кончил одну не литературную, но зато очень выгодную спекуляцию и, выпроводив наконец какого-то черномазенького жидка, с которым просидел два часа сряду в своем кабинете, приветливо подает мне руку и своим мягким, милым баском спрашивает о моем здоровье. Это добрейший человек, и я, без шуток, многим ему обязан. Чем же он виноват, что в литературе он всю жизнь был только антрепренером? Он смекнул, что литературе надо антрепренера, и смекнул очень вовремя, честь ему и слава за это -- антрепренерская, разумеется.
Он с приятной улыбкой узнаёт, что повесть кончена и что следующий номер книжки, таким образом, обеспечен в главном отделе, и удивляется, как это я мог хоть что-нибудь кончить, и при этом премило острит. Затем идет к своему железному сундуку, чтоб выдать мне обещанные пятьдесят рублей, а мне между тем протягивает другой, враждебный, толстый журнал и указывает на несколько строк в отделе критики, где говорится два слова и о последней моей повести.
Смотрю: это статья "переписчика". Меня не то чтоб ругают, но и не то чтоб хвалят, и я очень доволен. Но "переписчик" говорит, между прочим, что от сочинений моих вообще "пахнет потом", то есть я до того над ними потею, тружусь, до того их обделываю и отделываю, что становится приторно.
Мы с антрепренером хохочем. Я докладываю ему, что прошлая повесть моя была написана в две ночи, а теперь в два дня и две ночи написано мною три с половиной печатных листа, -- и если б знал это "переписчик", упрекающий меня в излишней копотливости и в тугой медленности моей работы!
-- Однако ж вы сами виноваты, Иван Петрович. Зачем же вы так запаздываете, что приходится вот работать по ночам?
Александр Петрович, конечно, милейший человек, хотя у него есть особенная слабость -- похвастаться своим литературным суждением именно перед теми, которые, как и сам он подозревает, понимают его насквозь. Но мне не хочется рассуждать с ним об литературе, я получаю деньги и берусь за шляпу. Александр Петрович едет на Острова на свою дачу и, услышав, что я на Васильевский, благодушно предлагает довезти меня в своей карете.
-- У меня ведь новая каретка; вы не видали? Премиленькая.
Мы сходим к подъезду. Карета действительно премиленькая, и Александр Петрович на первых порах своего владения ею ощущает чрезвычайное удовольствие и даже некоторую душевную потребность подвозить в ней своих знакомых.
В карете Александр Петрович опять несколько раз пускается в рассуждения о современной литературе. При мне он не конфузится и преспокойно повторяет разные чужие мысли, слышанные им на днях от кого-нибудь из литераторов, которым он верит и чье суждение уважает. При этом ему случается иногда уважать удивительные вещи. Случается ему тоже перевирать чужое мнение или вставлять его не туда, куда следует, так что выходит бурда. Я сижу, молча слушаю и дивлюсь разнообразию и прихотливости страстей человеческих. "Ну, вот человек, -- думаю я про себя, -- сколачивал бы себе деньги да сколачивал; нет, ему еще нужно славы, литературной славы, славы хорошего издателя, критика!"
В настоящую минуту он силится подробно изложить мне одну литературную мысль, слышанную им дня три тому назад от меня же, и против которой он, три дня тому назад, со мной же спорил, а теперь выдает ее за свою. Но с Александром Петровичем такая забывчивость поминутно случается, и он известен этой невинной слабостью между всеми своими знакомыми. Как он рад теперь, ораторствуя в своей карете, как доволен судьбой, как благодушен! Он ведет учено-литературный разговор, и даже мягкий, приличный его басок отзывается ученостью. Мало-помалу он залиберальничался и переходит к невинно-скептическому убеждению, что в литературе нашей, да и вообще ни в какой и никогда, не может быть ни у кого честности и скромности, а есть только одно "взаимное битье друг друга по мордасам" -- особенно при начале подписки. Я думаю про себя, что Александр Петрович наклонен даже всякого честного и искреннего литератора за его честность и искренность считать если не дураком, то по крайней мере простофилей. Разумеется, такое суждение прямо выходит из чрезвычайной невинности Александра Петровича.
Но я уже его не слушаю. На Васильевском острове он выпускает меня из кареты, и я бегу к нашим. Вот и Тринадцатая линия, вот и их домик. Анна Андреевна, увидя меня, грозит мне пальцем, махает на меня руками и шикает на меня, чтоб я не шумел.
-- Нелли только что заснула, бедняжка! -- шепчет она мне поскорее, -- ради бога, не разбудите! Только уж очень она, голубушка, слаба. Боимся мы за нее. Доктор говорит, что это покамест ничего. Да что от него путного-то добьешься, от вашего доктора! И не грех вам это, Иван Петрович? Ждали вас, ждали к обеду-то... ведь двое суток не были!..
-- Но ведь я объявил еще третьего дня, что не буду двое суток, -- шепчу я Анне Андреевне. -- Надо было работу кончать...
-- Да ведь к обеду сегодня обещался же прийти! Что ж не приходил? Нелли нарочно с постельки встала, ангельчик мой, в кресло покойное ее усадили, да и вывезли к обеду: "Хочу, дескать, с вами вместе Ваню ждать", а наш Ваня и не бывал. Ведь шесть часов скоро! Где протаскался-то? Греховодники вы эдакие! Ведь ее вы так расстроили, что уж я не знала, как и уговорить... благо заснула, голубушка. А Николай Сергеич к тому же в город ушел (к чаю-то будет!); одна и бьюсь... Место-то ему, Иван Петрович, выходит; только как подумаю, что в Перми, так и захолонет у меня на душе...
-- А где Наташа?
-- В садике, голубка, в садике! Сходите к ней... Что-то она тоже у меня такая... Как-то и не соображу... Ох, Иван Петрович, тяжело мне душой! Уверяет, что весела и довольна, да не верю я ей... Сходи-ка к ней, Ваня, да мне и расскажи ужо потихоньку, что с ней... Слышишь?
Но я уже не слушаю Анну Андреевну, а бегу в садик. Этот садик принадлежит к дому; он шагов в двадцать пять длиною и столько же в ширину и весь зарос зеленью. В нем три высоких старых, раскидистых дерева, несколько молодых березок, несколько кустов сирени, жимолости, есть уголок малинника, две грядки с клубникой и две узеньких извилистых дорожки, вдоль и поперек садика.
Старик от него в восторге и уверяет, что в нем скоро будут расти грибы. Главное же в том, что Нелли полюбила этот садик, и ее часто вывозят в креслах на садовую дорожку, а Нелли теперь идол всего дома. Но вот и Наташа; она с радостью встречает меня и протягивает мне руку. Как она худа, как бледна! Она тоже едва оправилась от болезни.
-- Совсем ли кончил, Ваня? -- спрашивает она меня.
-- Совсем, совсем! И на весь вечер совершенно свободен.
-- Ну, слава богу! Торопился? Портил?
-- Что ж делать! Впрочем, это ничего. У меня выработывается, в такую напряженную работу, какое-то особенное раздражение нервов; я яснее соображаю, живее и глубже чувствую, и даже слог мне вполне подчиняется, так что в напряженной-то работе и лучше выходит. Всё хорошо...
-- Эх, Ваня, Ваня!
Я замечаю, что Наташа в последнее время стала страшно ревнива к моим литературным успехам, к моей славе. Она перечитывает всё, что я в последний год напечатал, поминутно расспрашивает о дальнейших планах моих, интересуется каждой критикой, на меня написанной, сердится на иные и непременно хочет, чтоб я высоко поставил себя в литературе. Желания ее выражаются до того сильно и настойчиво, что я даже удивляюсь теперешнему ее направлению.
-- Ты только испишешься, Ваня, -- говорит она мне, -- изнасилуешь себя и испишешься; а кроме того, и здоровье погубишь. Вон С ***, тот в два года по одной повести пишет, а N * в десять лет всего только один роман написал. Зато как у них отчеканено, отделано! Ни одной небрежности не найдешь.
-- Да, они обеспечены и пишут не на срок; а я -- почтовая кляча! Ну, да это всё вздор! Оставим это, друг мой. Что, нет ли нового?
-- Много. Во-первых, от него письмо.
-- Еще?
-- Еще. -- И она подала мне письмо от Алеши. Это уже третье после разлуки. Первое он написал еще из Москвы и написал точно в каком-то припадке. Он уведомлял, что обстоятельства так сошлись, что ему никак нельзя воротиться из Москвы в Петербург, как было проектировано при разлуке. Во втором письме он спешил известить, что приезжает к нам на днях, чтоб поскорей обвенчаться с Наташей, что это решено и никакими силами не может быть остановлено. А между тем по тону всего письма было ясно, что он в отчаянии, что посторонние влияния уже вполне отяготели над ним и что он уже сам себе не верил. Он упоминал, между прочим, что Катя -- его провидение и что она одна утешает и поддерживает его. Я с жадностью раскрыл его теперешнее, третье письмо.
Оно было на двух листах, написано отрывочно, беспорядочно, наскоро и неразборчиво, закапано чернилами и слезами. Начиналось тем, что Алеша отрекался от Наташи и уговаривал ее забыть его. Он силился доказать, что союз их невозможен, что посторонние, враждебные влияния сильнее всего и что, наконец, так и должно быть: и он и Наташа вместе будут несчастны, потому что они неровня. Но он не выдержал и вдруг, бросив свои рассуждения и доказательства, тут же, прямо, не разорвав и не отбросив первой половины письма, признавался, что он преступник перед Наташей, что он погибший человек и не в силах восстать против желаний отца, приехавшего в деревню. Писал он, что не в силах выразить своих мучений; признавался, между прочим, что вполне сознает в себе возможность составить счастье Наташи, начинал вдруг доказывать, что они вполне ровня; с упорством, со злобою опровергал доводы отца; в отчаянии рисовал картину блаженства всей жизни, которое готовилось бы им обоим, ему и Наташе, в случае их брака, проклинал себя за свое малодушие и -- прощался навеки! Письмо было написано с мучением; он, видимо, писал вне себя; у меня навернулись слезы... Наташа подала мне другое письмо, от Кати. Это письмо пришло в одном конверте с Алешиным, но особо запечатанное. Катя довольно кратко, в нескольких строках, уведомляла, что Алеша действительно очень грустит, много плачет и как будто в отчаянии, даже болен немного, но что она с ним и что он будет счастлив. Между прочим, Катя силилась растолковать Наташе, чтоб она не подумала, что Алеша так скоро мог утешиться и что будто грусть его не серьезна. "Он вас не забудет никогда, -- прибавляла Катя, -- да и не может забыть никогда, потому что у него не такое сердце; любит он вас беспредельно, будет всегда любить, так что если разлюбит вас хоть когда-нибудь, если хоть когда-нибудь перестанет тосковать при воспоминании о вас, то я сама разлюблю его за это тотчас же..."
Я возвратил Наташе оба письма; мы переглянулись с ней и не сказали ни слова. Так было и при первых двух письмах, да и вообще о прошлом мы теперь избегали говорить, как будто между нами это было условлено. Она страдала невыносимо, я это видел, но не хотела высказываться даже и передо мной. После возвращения в родительский дом она три недели вылежала в горячке и теперь едва оправилась. Мы даже мало говорили и о близкой перемене нашей, хотя она и знала, что старик получает место и что нам придется скоро расстаться. Несмотря на то, она до того была ко мне нежна, внимательна, до того занималась всем, что касалось до меня, во всё это время; с таким настойчивым, упорным вниманием выслушивала всё, что я должен был ей рассказывать о себе, что сначала мне это было даже тяжело: мне казалось, что она хотела меня вознаградить за прошлое. Но эта тягость быстро исчезла: я понял, что в ней совсем другое желание, что она просто любит меня, любит бесконечно, не может жить без меня и не заботиться о всем, что до меня касается, и я думаю, никогда сестра не любила до такой степени своего брата, как Наташа любила меня. Я очень хорошо знал, что предстоявшая нам разлука давила ее сердце, что Наташа мучилась; она знала тоже, что и я не могу без нее жить; но мы об этом не говорили, хотя и подробно разговаривали о предстоящих событиях...
Я спросил о Николае Сергеиче.
-- Он скоро, я думаю, воротится, -- отвечала Наташа, -- обещал к чаю.
-- Это он всё о месте хлопочет?
-- Да; впрочем, место уж теперь без сомнения будет; да и уходить ему было сегодня, кажется, незачем, -- прибавила она в раздумье, -- мог бы и завтра.
-- Зачем же он ушел?
-- А потому что я письмо получила... Он до того болен мной, -- прибавила Наташа, помолчав, -- что мне это даже тяжело, Ваня. Он, кажется, и во сне только одну меня видит. Я уверена, что он, кроме того: что со мной, как живу я, о чем теперь думаю? -- ни о чем более и не помышляет. Всякая тоска моя отзывается в нем. Я ведь вижу, как он неловко иногда старается пересилить себя и показать вид, что обо мне не тоскует, напускает на себя веселость, старается смеяться и нас смешить. Маменька тоже в эти минуты сама не своя, и тоже не верит его смеху, и вздыхает... Такая она неловкая... Прямая душа! -- прибавила она со смехом. -- Вот как я получила сегодня письма, ему и понадобилось сейчас убежать, чтоб не встречаться со мной глазами... Я его больше себя, больше всех на свете люблю, Ваня, -- прибавила она, потупив голову и сжав мою руку, -- даже больше тебя...
Мы прошли два раза по саду, прежде чем она начала говорить.
-- У нас сегодня Маслобоев был и вчера тоже был, -- сказала она.
-- Да, он в последнее время очень часто повадился к вам.
-- И знаешь ли, зачем он здесь? Маменька в него верует, как не знаю во что. Она думает, что он до того всё это знает (ну там законы и всё это), что всякое дело может обделать. Как ты думаешь, какая у ней теперь мысль бродит? Ей, про себя, очень больно и жаль, что я не сделалась княгиней. Эта мысль ей жить не дает, и, кажется, она вполне открылась Маслобоеву. С отцом она боится говорить об этом и думает: не поможет ли ей в чем-нибудь Маслобоев, нельзя ли как хоть по законам? Маслобоев, кажется, ей не противоречит, а она его вином потчует, -- прибавила с усмешкой Наташа.
-- От этого проказника станется. Да почему же ты знаешь?
-- Да ведь маменька мне сама проговорилась... намеками...
-- Что Нелли? Как она? -- спросил я.
-- Я даже удивляюсь тебе, Ваня: до сих пор ты об ней не спросил! -- с упреком сказала Наташа. Нелли была идолом у всех в этом доме. Наташа ужасно полюбила ее, и Нелли отдалась ей наконец всем своим сердцем. Бедное дитя! Она и не ждала, что сыщет когда-нибудь таких людей, что найдет столько любви к себе, и я с радостию видел, что озлобленное сердце размягчилось и душа отворилась для нас всех. Она с каким-то болезненным жаром откликнулась на всеобщую любовь, которою была окружена, в противоположность всему своему прежнему, развившему в ней недоверие, злобу и упорство. Впрочем, и теперь Нелли долго упорствовала, долго намеренно таила от нас слезы примирения, накипавшие в ней, и наконец отдалась нам совсем. Она сильно полюбила Наташу, затем старика. Я же сделался ей чем-то до того необходимым, что болезнь ее усиливалась, если я долго не приходил. В последний раз, расставаясь на два дня, чтоб кончить наконец запущенную мною работу, я должен был много уговаривать ее... конечно, обиняками. Нелли всё еще стыдилась слишком прямого, слишком беззаветного проявления своего чувства...
Она всех нас очень беспокоила. Молча и безо всяких разговоров решено было, что она останется навеки в доме Николая Сергеича, а между тем отъезд приближался, а ей становилось всё хуже и хуже.
Она заболела с того самого дня, как мы пришли с ней тогда к старикам, в день примирения их с Наташей. Впрочем, что ж я? Она и всегда была больна. Болезнь постепенно росла в ней и прежде, но теперь начала усиливаться с чрезвычайною быстротою. Я не знаю и не могу определить в точности ее болезни. Припадки, правда, повторялись с ней несколько чаще прежнего; но, главное, какое-то изнурение и упадок всех сил, беспрерывное лихорадочное и напряженное состояние -- всё это довело ее в последние дни до того, что она уже не вставала с постели. И странно: чем более одолевала ее болезнь, тем мягче, тем ласковее, тем открытее к нам становилась Нелли. Три дня тому назад она поймала меня за руку, когда я проходил мимо ее кроватки, и потянула меня к себе. В комнате никого не было. Лицо ее было в жару (она ужасно похудела), глаза сверкали огнем. Она судорожно-страстно потянулась ко мне, и когда я наклонился к ней, она крепко обхватила мою шею своими смуглыми худенькими ручками и крепко поцеловала меня, а потом тотчас же потребовала к себе Наташу; я позвал ее; Нелли непременно хотелось, чтоб Наташа присела к ней на кровать и смотрела на нее...
-- Мне самой на вас смотреть хочется, -- сказала она. -- Я вас вчера во сне видела и сегодня ночью увижу... вы мне часто снитесь... всякую ночь...
Ей, очевидно, хотелось что-то высказать, чувство давило ее; но она и сама не понимала своих чувств и не знала, как их выразить...
Николая Сергеича она любила почти более всех, кроме меня. Надо сказать, что и Николай Сергеич чуть ли не так же любил ее, как и Наташу. Он имел удивительное свойство развеселять и смешить Нелли. Только что он, бывало, придет к ней, тотчас же и начинается смех и даже шалости. Больная девочка развеселялась как ребенок, кокетничала с стариком, подсмеивалась над ним, рассказывала ему свои сны и всегда что-нибудь выдумывала, заставляла рассказывать и его, и старик до того был рад, до того был доволен, смотря на свою "маленькую дочку Нелли", что каждый день всё более и более приходил от нее в восторг.
-- Ее нам всем бог послал в награду за наши страдания, -- сказал он мне раз, уходя от Нелли и перекрестив ее по обыкновению на ночь.
Каждый день, по вечерам, когда мы все собирались вместе (Маслобоев тоже приходил почти каждый вечер), приезжал иногда и старик доктор, привязавшийся всею душою к Ихменевым; вывозили и Нелли в ее кресле к нам за круглый стол. Дверь на балкон отворялась. Зеленый садик, освещенный заходящим солнцем, был весь на виду. Из него пахло свежей зеленью и только что распустившеюся сиренью. Нелли сидела в своем кресле, ласково на всех нас посматривала и прислушивалась к нашему разговору. Иногда же оживлялась и сама и неприметно начинала тоже что-нибудь говорить... Но в такие минуты мы все слушали ее обыкновенно даже с беспокойством, потому что в ее воспоминаниях были темы, которых нельзя было касаться. И я, и Наташа, и Ихменевы чувствовали и сознавали всю нашу вину перед ней, в тот день, когда она, трепещущая и измученная, должна была рассказать нам свою историю. Доктор особенно был против этих воспоминаний, и разговор обыкновенно старались переменить. В таких случаях Нелли старалась не показать нам, что понимает наши усилия, и начинала смеяться с доктором или с Николаем Сергеичем...
И однако ж, ей делалось всё хуже и хуже. Она стала чрезвычайно впечатлительна. Сердце ее билось неправильно. Доктор сказал мне даже, что она может умереть очень скоро.
Я не говорил этого Ихменевым, чтоб не растревожить их. Николай Сергеич был вполне уверен, что она выздоровеет к дороге.
-- Вот и папенька воротился, -- сказала Наташа, заслышав его голос. -- Пойдем, Ваня.
Николай Сергеич, едва переступив за порог, по обыкновению своему, громко заговорил. Анна Андреевна так и замахала на него руками. Старик тотчас же присмирел и, увидя меня и Наташу, шепотом и с уторопленным видом стал нам рассказывать о результате своих похождений: место, о котором он хлопотал, было за ним, и он очень был рад.
-- Через две недели можно и ехать, -- сказал он, потирая руки, и заботливо, искоса взглянул на Наташу. Но та ответила ему улыбкой и обняла его, так что сомнения его мигом рассеялись.
-- Поедем, поедем, друзья мои, поедем! -- заговорил он, обрадовавшись. -- Вот только ты, Ваня, только с тобой расставаться больно... (Замечу, что он ни разу не предложил мне ехать с ними вместе, что, судя по его характеру, непременно бы сделал... при других обстоятельствах, то есть если б не знал моей любви к Наташе).
-- Ну, что ж делать, друзья, что ж делать! Больно мне, Ваня; но перемена места нас всех оживит... Перемена места -- значит перемена всего! -- прибавил он, еще раз взглянув на дочь.
Он верил в это и был рад своей вере.
-- А Нелли? -- сказала Анна Андреевна.
-- Нелли? Что ж... она, голубчик мой, больна немножко, но к тому-то времени уж наверно выздоровеет. Ей и теперь лучше: как ты думаешь, Ваня? -- проговорил он, как бы испугавшись, и с беспокойством смотрел на меня, точно я-то и должен был разрешить его недоумения.
-- Что она? Как спала? Не было ли с ней чего? Не проснулась ли она теперь? Знаешь что, Анна Андреевна: мы столик-то придвинем поскорей на террасу, принесут самовар, придут наши, мы все усядемся, и Нелли к нам выйдет... Вот и прекрасно. Да уж не проснулась ли она? Пойду я к ней. Только посмотрю на нее... не разбужу, не беспокойся! -- прибавил он, видя, что Анна Андреевна снова замахала на него руками.
Но Нелли уж проснулась. Через четверть часа мы все, по обыкновению, сидели вокруг стола за вечерним самоваром.
Нелли вывезли в креслах. Явился доктор, явился и Маслобоев. Он принес для Нелли большой букет сирени; но сам был чем-то озабочен и как будто раздосадован.
Кстати: Маслобоев ходил чуть не каждый день. Я уже говорил, что все, и особенно Анна Андреевна, чрезвычайно его полюбили, но никогда ни слова не упоминалось у нас вслух об Александре Семеновне; не упоминал о ней и сам Маслобоев. Анна Андреевна, узнав от меня, что Александра Семеновна еще не успела сделаться его законной супругой, решила про себя, что и принимать ее и говорить об ней в доме нельзя. Так и наблюдалось, и этим очень обрисовывалась и сама Анна Андреевна. Впрочем, не будь у ней Наташи и, главное, не случись того, что случилось, она бы; может быть, и не была так разборчива.
Нелли в этот вечер была как-то особенно грустна и даже чем-то озабочена. Как будто она видела дурной сон и задумалась о нем. Но подарку Маслобоева она очень обрадовалась и с наслаждением поглядывала на цветы, которые поставили перед ней в стакане.
-- Так ты очень любишь цветочки, Нелли? -- сказал старик. -- Постой же! -- прибавил он с одушевлением, -- завтра же... ну, да вот увидишь сама!..
-- Люблю, -- отвечала Нелли, -- и помню, как мы мамашу с цветами встречали. Мамаша, еще когда мы были там (там значило теперь за границей), была один раз целый месяц очень больна. Я и Генрих сговорились, что когда она встанет и первый раз выйдет из своей спальни, откуда она целый месяц не выходила, то мы и уберем все комнаты цветами. Вот мы так и сделали. Мамаша сказала с вечера, что завтра утром она непременно выйдет вместе с нами завтракать. Мы встали рано-рано. Генрих принес много цветов, и мы всю комнату убрали зелеными листьями и гирляндами. И плющ был. и еще такие широкие листья, -- уж не знаю, как они называются, -- и еще другие листья, которые за всё цепляются, и белые цветы большие были, и нарциссы были, а я их больше всех цветов люблю, и розаны были, такие славные розаны, и много-много было цветов. Мы их все развесили в гирляндах и в горшках расставили, и такие цветы тут были, что как целые деревья, в больших кадках; их мы по углам расставили и у кресел мамаши, и как мамаша вышла, то удивилась и очень обрадовалась, а Генрих был рад... Я это теперь помню...
В этот вечер Нелли была как-то особенно слаба и слабонервна. Доктор с беспокойством взглядывал на нее. Но ей хотелось говорить. И долго, до самых сумерек, рассказывала она о своей прежней жизни там; мы ее не прерывали. Там с мамашей и с Генрихом они много ездили, и прежние воспоминания ярко восставали в ее памяти. Она с волнением рассказывала о голубых небесах, о высоких горах, со снегом и льдами, которые она видела и проезжала, о горных водопадах; потом об озерах и долинах Италии, о цветах и деревьях, об сельских жителях, об их одежде и об их смуглых лицах и черных глазах; рассказывала про разные встречи и случаи, бывшие с ними. Потом о больших городах и дворцах, о высокой церкви с куполом, который весь вдруг иллюминовался разноцветными огнями; потом об жарком, южном городе с голубыми небесами и с голубым морем... Никогда еще Нелли не рассказывала нам так подробно воспоминаний своих. Мы слушали ее с напряженным вниманием. Мы все знали только до сих пор другие ее воспоминания -- в мрачном, угрюмом городе, с давящей, одуряющей атмосферой, с зараженным воздухом, с драгоценными палатами, всегда запачканными грязью; с тусклым, бедным солнцем и с злыми, полусумасшедшими людьми, от которых так много и она, и мамаша ее вытерпели. И мне представилось, как они обе в грязном подвале, в сырой сумрачный вечер, обнявшись на бедной постели своей, вспоминали о своем прошедшем, о покойном Генрихе и о чудесах других земель... Представилась мне и Нелли, вспоминавшая всё это уже одна, без мамаши своей, когда Бубнова побоями и зверскою жестокостью хотела сломить ее и принудить на недоброе дело...
Но наконец с Нелли сделалось дурно, и ее отнесли назад. Старик очень испугался и досадовал, что ей дали так много говорить. С ней был какой-то припадок, вроде обмирания. Этот припадок повторялся с ней уже несколько раз. Когда он кончился, Нелли настоятельно потребовала меня видеть. Ей надо было что-то сказать мне одному. Она так упрашивала об этом, что в этот раз доктор сам настоял, чтоб исполнили ее желание, и все вышли из комнаты.
-- Вот что, Ваня, -- сказала Нелли, когда мы остались вдвоем, -- я знаю, они думают, что я с ними поеду; но я не поеду, потому что не могу, и останусь пока у тебя, и мне это надо было сказать тебе.
Я стал было ее уговаривать; сказал, что у Ихменевых ее все так любят, что ее за родную дочь почитают. Что все будут очень жалеть о ней. Что у меня, напротив, ей тяжело будет жить и что хоть я и очень ее люблю, но что, нечего делать, расстаться надо.
-- Нет, нельзя! -- настойчиво ответила Нелли, -- потому что я вижу часто мамашу во сне, и она говорит мне, чтоб я не ездила с ними и осталась здесь; она говорит, что я очень много согрешила, что дедушку одного оставила, и всё плачет, когда это говорит. Я хочу остаться здесь и ходить за дедушкой, Ваня.
-- Но ведь твой дедушка уж умер, Нелли, -- сказал я, выслушав ее с удивлением.
Она подумала и пристально посмотрела на меня.
-- Расскажи мне, Ваня, еще раз, -- сказала она, -- как дедушка умер. Всё расскажи и ничего не пропускай.
Я был изумлен ее требованием, но, однако ж, принялся рассказывать во всей подробности. Я подозревал, что с нею бред или, по крайней мере, что после припадка голова ее еще не совсем свежа.
Она внимательно выслушала мой рассказ, и помню, как ее черные, сверкающие больным, лихорадочным блеском глаза пристально и неотступно следили за мной во всё продолжение рассказа. В комнате было уже темно.
-- Нет, Ваня, он не умер! -- сказала она решительно, всё выслушав и еще раз подумав. -- Мамаша мне часто говорит о дедушке, и когда я вчера сказала ей: "Да ведь дедушка умер", она очень огорчилась, заплакала и сказала мне, что нет, что мне нарочно так сказали, а что он ходит теперь и милостыню просит, "так же как мы с тобой прежде просили, -- говорила мамаша, -- и всё ходит по тому месту, где мы с тобой его в первый раз встретили, когда я упала перед ним и Азорка узнал меня..."
-- Это сон, Нелли, сон больной, потому что ты теперь сама больна, -- сказал я ей.
-- Я и сама всё думала, что это только сон, -- сказала Нелли, -- и не говорила никому. Только тебе одному всё рассказать хотела. Но сегодня, когда я заснула после того, как ты не пришел, то увидела во сне и самого дедушку. Он сидел у себя дома и ждал меня, и был такой страшный, худой, и сказал, что он два дня ничего не ел и Азорка тоже, и очень на меня сердился и упрекал меня. Он мне тоже сказал, что у него совсем нет нюхательного табаку, а что без этого табаку он и жить не может. Он и в самом деле, Ваня, мне прежде это один раз говорил, уж после того как мамаша умерла, когда я приходила к нему. Тогда он был совсем больной и почти ничего уж не понимал. Вот как я услышала это от него сегодня, и думаю: пойду я, стану на мосту и буду милостыню просить, напрошу и куплю ему и хлеба, и вареного картофелю, и табаку. Вот будто я стою прошу и вижу, что дедушка около ходит, помедлит немного и подойдет ко мне, и смотрит, сколько я набрала, и возьмет себе. Это, говорит, на хлеб, теперь на табак сбирай. Я сбираю, а он подойдет и отнимет у меня. Я ему и говорю, что и без того всё отдам ему и ничего себе не спрячу. "Нет, говорит, ты у меня воруешь; мне и Бубнова говорила, что ты воровка, оттого-то я тебя к себе никогда не возьму. Куды ты еще пятак дела?" Я заплакала тому, что он мне не верит, а он меня не слушает и всё кричит: "Ты украла один пятак!" -- и стал бить меня, тут же на мосту, и больно бил. И я очень плакала... Вот я и подумала теперь, Ваня, что он непременно жив и где-нибудь один ходит и ждет, чтоб я к нему пришла...
Я снова начал ее уговаривать и разуверять и наконец, кажется, разуверил. Она отвечала, что боится теперь заснуть, потому что дедушку увидит. Наконец крепко обняла меня...
-- А все-таки я не могу тебя покинуть, Ваня! -- сказала она мне, прижимаясь к моему лицу своим личиком. -- Если б и дедушки не было, я всё с тобой не расстанусь.
В доме все были испуганы припадком Нелли. Я потихоньку пересказал доктору все ее грезы и спросил у него окончательно, как он думает о ее болезни?
-- Ничего еще неизвестно, -- отвечал он, соображая, -- я покамест догадываюсь, размышляю, наблюдаю, но... ничего неизвестно. Вообще выздоровление невозможно. Она умрет. Я им не говорю, потому что вы так просили, но мне жаль, и я предложу завтра же консилиум. Может быть, болезнь примет после консилиума другой оборот. Но мне очень жаль эту девочку, как дочь мою... Милая, милая девочка! И с таким игривым умом!
Николай Сергеич был в особенном волнении.
-- Вот что, Ваня, я придумал, -- сказал он, -- она очень любит цветы. Знаешь что? Устроим-ка ей завтра, как она проснется, такой же прием, с цветами, как она с этим Генрихом для своей мамаши устроила, вот что сегодня рассказывала... Она это с таким волнением рассказывала...
-- То-то с волнением, -- отвечал я. -- Волнения-то ей теперь вредны...
-- Да, но приятные волнения другое дело! Уж поверь, голубчик, опытности моей поверь, приятные волнения ничего; приятные волнения даже излечить могут, на здоровье подействовать...
Одним словом, выдумка старика до того прельщала его самого, что он уже пришел от нее в восторг. Невозможно было и возражать ему. Я спросил совета у доктора, но прежде чем тот собрался сообразить, старик уже схватил свой картуз и побежал обделывать дело.
-- Вот что, -- сказал он мне, уходя, -- тут неподалеку есть одна оранжерея; богатая оранжерея. Садовники распродают цветы, можно достать, и предешево!.. Удивительно даже, как дешево! Ты внуши это Анне Андреевне, а то она сейчас рассердится за расходы... Ну, так вот... Да! вот что еще, дружище: куда ты теперь? Ведь отделался, кончил работу, так чего ж тебе домой-то спешить? Ночуй у нас, наверху, в светелке: помнишь, как прежде бывало. И тюфяк твой и кровать -- всё там на прежнем месте стоит и не тронуто. Заснешь, как французский король. А? останься-ка. Завтра проснемся пораньше, принесут цветы, и к восьми часам мы вместе всю комнату уберем. И Наташа поможет: у ней вкусу-то ведь больше, чем у нас с тобой... Ну, соглашаешься? Ночуешь?
Решили, что я останусь ночевать. Старик обделал дело. Доктор и Маслобоев простились и ушли. У Ихменевых ложились спать рано, в одиннадцать часов. Уходя, Маслобоев был в задумчивости и хотел мне что-то сказать, но отложил до другого раза. Когда же я, простясь с стариками, поднялся в свою светелку, то, к удивлению моему, увидел его опять. Он сидел в ожидании меня за столиком и перелистывал какую-то книгу.
-- Воротился с дороги, Ваня, потому лучше уж теперь рассказать. Садись-ка, Видишь, дело-то всё такое глупое, досадно даже...
-- Да что такое?
-- Да подлец твой князь разозлил еще две недели тому назад; да так разозлил, что я до сих пор злюсь.
-- Что, что такое? Разве ты всё еще с князем в сношениях?
-- Ну, вот уж ты сейчас: "что, что такое?", точно и бог знает что случилось. Ты, брат Ваня, ни дать ни взять, моя Александра Семеновна, и вообще всё это несносное бабье... Терпеть не могу бабья!.. Ворона каркнет -- сейчас и "что, что такое?"
-- Да ты не сердись.
-- Да я вовсе не сержусь, а на всякое дело надо смотреть обыкновенными глазами, не преувеличивая... вот что.
Он немного помолчал, как будто всё еще сердясь на меня. Я не прерывал его.
-- Видишь, брат, -- начал он опять, -- напал я на один след... то есть в сущности вовсе не напал и не было никакого следа, а так мне показалось... то есть из некоторых соображений я было вывел, что Нелли... может быть... Ну, одним словом, Князева законная дочь.
-- Что ты!
-- Ну, и заревел сейчас: "что ты!" То есть ровно ничего говорить нельзя с этими людьми! -- вскричал он, неистово махнув рукой. -- Я разве говорил тебе что-нибудь положительно, легкомысленная ты голова? Говорил я тебе, что она доказанная законная Князева дочь? Говорил или нет?..
-- Послушай, душа моя, -- прервал я его в сильном волнении, -- ради бога, не кричи и объясняйся точно и ясно. Ей-богу, пойму тебя. Пойми, до какой степени это важное дело и какие последствия...
-- То-то последствия, а из чего? Где доказательства? Дела не так делаются, и я тебе под секретом теперь говорю. А зачем я об этом с тобой заговорил -- потом объясню. Значит, так надо было. Молчи и слушай и знай, что всё это секрет...
Видишь, как было дело. Еще зимой, еще прежде, чем Смит умер, только что князь воротился из Варшавы, и начал он это дело. То есть начато оно было и гораздо раньше, еще в прошлом году. Но тогда он одно разыскивал, а теперь начал разыскивать другое. Главное дело в том, что он нитку потерял. Тринадцать лет, как он расстался в Париже с Смитихой и бросил ее, но все эти тринадцать лет он неуклонно следил за нею, знал, что она живет с Генрихом, про которого сегодня рассказывали, знал, что у ней Нелли, знал, что сама она больна; ну, одним словом, всё знал, только вдруг и потерял нитку. А случилось это, кажется, вскоре по смерти Генриха, когда Смитиха собралась в Петербург. В Петербурге он, разумеется, скоро бы ее отыскал, под каким бы именем она ни воротилась в Россию; да дело в том, что заграничные его агенты его ложным свидетельством обманули: уверили его, что она живет в одном каком-то заброшенном городишке в южной Германии; сами они обманулись по небрежности: одну приняли за другую. Так и продолжалось год или больше. По прошествии года князь начал сомневаться: по некоторым фактам ему еще прежде стало казаться, что это не та. Теперь вопрос: куда делась настоящая Смитиха? И пришло ему в голову (так, даже безо всяких данных): не в Петербурге ли она? Покамест за границей шла одна справка, он уже здесь затеял другую, но, видно, не хотел употреблять слишком официального пути и познакомился со мной. Ему меня рекомендовали: так и так, дескать, занимается делами, любитель, -- ну и так далее, и так далее...
Ну, так вот и разъяснил он мне дело; только темно, чертов сын, разъяснил, темно и двусмысленно. Ошибок было много, повторялся несколько раз, факты в различных видах в одно и то же время передавал... Ну, известно, как ни хитри, всех ниток не спрячешь. Я, разумеется, начал с подобострастия и простоты душевной, -- словом, рабски предан; а по правилу, раз навсегда мною принятому, а вместе с тем и по закону природы (потому что это закон природы) сообразил, во-первых: ту ли надобность мне высказали?
Во-вторых: не скрывается ли под высказанной надобностью какой-нибудь другой, недосказанной? Ибо в последнем случае, как, вероятно, и ты, милый сын, можешь понять поэтической своей головой, -- он меня обкрадывал: ибо одна надобность, положим, рубль стоит, а другая вчетверо стоит; так дурак же я буду, если за рубль передам ему то, что четырех стоит. Начал я вникать и догадываться и мало-помалу стал нападать на следы; одно у него самого выпытал, другое -- кой от кого из посторонних, насчет третьего своим умом дошел. Спросишь ты неравно: почему именно я так вздумал действовать? Отвечу: хоть бы по тому одному, что князь слишком уж что-то захлопотал, чего-то уж очень испугался. Потому в сущности -- чего бы, кажется, пугаться? Увез от отца любовницу, она забеременела, а он ее бросил. Ну, что тут удивительного? Милая, приятная шалость и больше ничего. Не такому человеку, как князь, этого бояться! Ну, а он боялся... Вот мне и сомнительно стало. Я, брат, на некоторые прелюбопытные следы напал, между прочим через Генриха. Он, конечно, умер; но от одной из кузин его (теперь за одним булочником здесь, в Петербурге), страстно влюбленной в него прежде и продолжавшей любить его лет пятнадцать сряду, несмотря на толстого фатера-булочника, с которым невзначай прижила восьмерых детей, -- от этой-то кузины, говорю, я и успел, через посредство разных многосложных маневров, узнать важную вещь: Генрих писал ей по немецкому обыкновению письма и дневники, а перед смертью прислал ей кой-какие свои бумаги. Она, дура, важного-то в этих письмах не понимала, а понимала в них только те места, где говорится о луне, о мейн либер Августине и о Виланде еще, кажется. Но я-то сведения нужные получил и через эти письма на новый след напал. Узнал я, например, о господине Смите, о капитале, у него похищенном дочкой, о князе, забравшем в свои руки капитал; наконец, среди разных восклицаний, обиняков и аллегорий проглянула мне в письмах и настоящая суть: то есть, Ваня, понимаешь! Ничего положительного. Дурачина Генрих нарочно об этом скрывал и только намекал, ну, а из этих намеков, из всего-то вместе взятого, стала выходить для меня небесная гармония: князь ведь был на Смитихе-то женат! Где женился, как, когда именно, за границей или здесь, где документы? -- ничего неизвестно. То есть, брат Ваня, я волосы рвал с досады и отыскивал-отыскивал, то есть дни и ночи разыскивал!
Разыскал я наконец и Смита, а он вдруг и умри. Я даже на него живого-то и не успел посмотреть. Тут, по одному случаю, узнаю я вдруг, что умерла одна подозрительная для меня женщина на Васильевском острове, справляюсь -- и нападаю на след. Стремлюсь на Васильевский, и, помнишь, мы тогда встретились. Много я тогда почерпнул. Одним словом, помогла мне тут во многом и Нелли...
-- Послушай, -- прервал я его, -- неужели ты думаешь, что Нелли знает...
-- Что?
-- Что она дочь князя?
-- Да ведь ты сам знаешь, что она дочь князя, -- отвечал он, глядя на меня с какою-то злобною укоризною, -- ну, к чему такие праздные вопросы делать, пустой ты человек? Главное не в этом, а в том, что она знает, что она не просто дочь князя, а законная дочь князя, -- понимаешь ты это?
-- Быть не может! -- вскричал я.
-- Я и сам говорил себе "быть не может" сначала, даже и теперь иногда говорю себе "быть не может"! Но в том-то и дело, что это быть может и, по всей вероятности, есть.
-- Нет, Маслобоев, это не так, ты увлекся, -- вскричал я. -- Она не только не знает этого, но она и в самом деле незаконная дочь. Неужели мать, имея хоть какие-нибудь документы в руках, могла выносить такую злую долю, как здесь в Петербурге, и, кроме того, оставить свое дитя на такое сиротство? Полно! Этого быть не может.
-- Я и сам это думал, то есть это даже до сих пор стоит передо мной недоумением. Но опять-таки дело в том, что ведь Смитиха была сама по себе безумнейшая и сумасброднейшая женщина в мире.
Необыкновенная она женщина была; ты сообрази только все обстоятельства: ведь это романтизм, -- всё это надзвездные глупости в самом диком и сумасшедшем размере. Возьми одно: с самого начала она мечтала только о чем-то вроде неба на земле и об ангелах, влюбилась беззаветно, поверила безгранично и, я уверен, с ума сошла потом не оттого, что он ее разлюбил и бросил, а оттого, что в нем она обманулась, что он способен был ее обмануть и бросить; оттого, что ее ангел превратился в грязь, оплевал и унизил ее. Ее романтическая и безумная душа не вынесла этого превращения. А сверх того и обида: понимаешь, какая обида! В ужасе и, главное, в гордости она отшатнулась от него с безграничным презрением. Она разорвала все связи, все документы; плюнула на деньги, даже забыла, что они не ее, а отцовы, и отказалась от них, как от грязи, как от пыли, чтоб подавить своего обманщика душевным величием, чтоб считать его своим вором и иметь право всю жизнь презирать его, и тут же, вероятно, сказала, что бесчестием себе почитает называться и женой его. У нас развода нет, но de facto 1 они развелись, и ей ли было после умолять его о помощи! Вспомни, что она, сумасшедшая, говорила Нелли уже на смертном одре: не ходи к ним, работай, погибни, но не ходи к ним, кто бы ни звал тебя (то есть она и тут мечтала еще, что ее позовут, а следственно, будет случай отметить еще раз, подавить презрением зовущего, -- одним словом, кормила себя вместо хлеба злобной мечтой). Много, брат, я выпытал и у Нелли; даже и теперь иногда выпытываю. Конечно, мать ее была больна, в чахотке; эта болезнь особенно развивает озлобление и всякого рода раздражения; но, однако ж, я наверно знаю, через одну куму у Бубновой, что она писала к князю, да, к князю, к самому князю...
1 фактически (лат.).
-- Писала! И дошло письмо? -- вскричал я с нетерпением.
-- Вот то-то и есть, не знаю, дошло ли оно. Раз Смитиха сошлась с этой кумой (помнишь, у Бубновой девка-то набеленная? -- теперь она в смирительном доме), ну и посылала с ней это письмо и написала уж его, да и не отдала, назад взяла; это было за три недели до ее смерти... Факт значительный: если раз уж решалась послать, так всё равно, хоть и взяла обратно: могла другой раз послать.
Итак, посылала ли она письмо или не посылала -- не знаю; но есть одно основание предположить, что не посылала, потому что князь узнал наверно, что она в Петербурге и где именно, кажется, уже после смерти ее. То-то, должно быть, обрадовался!
-- Да, я помню, Алеша говорил о каком-то письме, которое его очень обрадовало, но это было очень недавно, всего каких-нибудь два месяца. Ну, что ж дальше, дальше, как же ты-то с князем?
-- Да что я-то с князем? Пойми: полнейшая нравственная уверенность и ни одного положительного доказательства, -- ни одного, как я ни бился. Положение критическое! Надо было за границей справки делать, а где за границей? -- неизвестно. Я, разумеется, понял, что предстоит мне бой, что я только могу его испугать намеками, прикинуться, что знаю больше, чем в самом деле знаю...
-- Ну, и что ж?
-- Не дался в обман, а, впрочем, струсил, до того струсил, что трусит и теперь. У нас было несколько сходок; каким он Лазарем было прикинулся! Раз, по дружбе, сам мне всё принялся рассказывать.
Это когда думал, что я всё знаю. Хорошо рассказывал, с чувством, откровенно -- разумеется, бессовестно лгал. Вот тут я и измерил, до какой степени он меня боялся. Прикидывался я перед ним одно время ужаснейшим простофилей, а наружу показывал, что хитрю. Неловко его запугивал, то есть нарочно неловко; грубостей ему нарочно наделал, грозить ему было начал, -- ну, всё для того, чтоб он меня за простофилю принял и как-нибудь да проговорился. Догадался, подлец! Другой раз я пьяным прикинулся, тоже толку не вышло: хитер! Ты, брат, можешь ли это понять, Ваня, мне всё надо было узнать, в какой степени он меня опасается, и второе: представить ему, что я больше знаю, чем знаю в самом деле...
-- Ну, что ж наконец-то?
-- Да ничего не вышло. Надо было доказательств, фактов, а их у меня не было. Одно только он понял, что я все-таки могу сделать скандал. Конечно, он только скандала одного и боялся, тем более что здесь связи начал заводить. Ведь ты знаешь, что он женится?
-- Нет...
-- В будущем году! Невесту он себе еще в прошлом году приглядел; ей было тогда всего четырнадцать лет, теперь ей уж пятнадцать, кажется, еще в фартучке ходит, бедняжка. Родители рады!
Понимаешь, как ему надо было, чтоб жена умерла? Генеральская дочка, денежная девочка -- много денег! Мы, брат Ваня, с тобой никогда так не женимся... Только чего я себе во всю жизнь не прощу, -- вскричал Маслобоев, крепко стукнув кулаком по столу, -- это -- что он оплел меня, две недели назад... подлец!
-- Как так?
-- Да так. Я вижу, он понял, что у меня нет ничего положительного, и, наконец, чувствую про себя, что чем больше дело тянуть, тем скорее, значит, поймет он мое бессилие. Ну, и согласился принять от него две тысячи.
-- Ты взял две тысячи!..
-- Серебром, Ваня; скрепя сердце взял. Ну, двух ли тысяч такое дело могло стоить! С унижением взял. Стою перед ним, как оплеванный; он говорит: я вам, Маслобоев, за ваши прежние труды еще не заплатил (а за прежние он давно заплатил сто пятьдесят рублей, по условию), ну, так вот я еду; тут две тысячи, и потому, надеюсь, всё наше дело совершенно теперь кончено. Ну, я и отвечал ему: "Совершенно кончено, князь", а сам и взглянуть в его рожу не смею; думаю: так и написано теперь на ней: "Что, много взял? Так только, из благодушия одного дураку даю!" Не помню, как от него и вышел!
-- Да ведь это подло, Маслобоев! -- вскричал я, -- что ж ты сделал с Нелли?
-- Это не просто подло, это каторжно, это пакостно... Это... это... да тут и слов нет, чтобы выразить!
-- Боже мой! Да ведь он по крайней мере должен бы хоть обеспечить Нелли!
-- То-то должен. А чем принудить? Запугать? Небось не испугается: ведь я деньги взял. Сам, сам перед ним признался, что всего страху-то у меня на две тысячи рублей серебром, сам себя оценил в эту сумму! Чем его теперь напугаешь?
-- И неужели, неужели дело Нелли так и пропало? -- вскричал я почти в отчаянии.
-- Ни за что! -- вскричал с жаром Маслобоев и даже как-то весь встрепенулся. -- Нет, я ему этого не спущу! Я опять начну новое дело, Ваня: я уж решился! Что ж, что я взял две тысячи? Наплевать. Я, выходит, за обиду взял, потому что он, бездельник, меня надул, стало быть, насмеялся надо мною. Надул, да еще насмеялся! Нет, я не позволю над собой смеяться... Теперь я, Ваня, уж с самой Нелли начну. По некоторым наблюдениям, я вполне уверен, что в ней заключается вся развязка этого дела. Она всё знает, всё... Ей сама мать рассказала. В горячке, в тоске могла рассказать. Некому было жаловаться, подвернулась Нелли, она ей и рассказала. А может быть, и на документики какие-нибудь нападем, -- прибавил он в сладком восторге, потирая руки. -- Понимаешь теперь, Ваня, зачем я сюда шляюсь? Во-первых, из дружбы к тебе, это само собою; но главное -- наблюдаю Нелли, а в-третьих, друг Ваня, хочешь не хочешь, а ты должен мне помогать, потому что ты имеешь влияние на Нелли!..
-- Непременно, клянусь тебе, -- вскричал я, -- и надеюсь, Маслобоев, что ты, главное, для Нелли будешь стараться -- для бедной, обиженной сироты, а не для одной только собственной выгоды...
-- Да тебе-то какое дело, для чьей выгоды я буду стараться, блаженный ты человек? Только бы сделать -- вот что главное! Конечно, главное для сиротки, это и человеколюбие велит. Но ты, Ванюша, не осуждай меня безвозвратно, если я и об себе позабочусь. Я человек бедный, а он бедных людей не смей обижать. Он у меня мое отнимает, да еще и надул, подлец, вдобавок. Так я, по-твоему, такому мошеннику должен в зубы смотреть? Морген-фри!
Но цветочный праздник наш на другой день не удался. Нелли сделалось хуже, и она уже не могла выйти из комнаты.
И уж никогда больше она не выходила из этой комнаты.
Она умерла две недели спустя. В эти две недели своей агонии она уже ни разу не могла совершенно прийти в себя и избавиться от своих странных фантазий. Рассудок ее как будто помутился. Она твердо была уверена, до самой смерти своей, что дедушка зовет ее к себе и сердится на нее, что она не приходит, стучит на нее палкою и велит ей идти просить у добрых людей на хлеб и на табак. Часто она начинала плакать во сне и, просыпаясь, рассказывала, что видела мамашу.
Иногда только рассудок как будто возвращался к ней вполне. Однажды мы оставались одни: она потянулась ко мне и схватила мою руку своей худенькой, воспаленной от горячечного жару ручкой.
-- Ваня, -- сказала она мне, -- когда я умру, женись на Наташе!
Это, кажется, была постоянная и давнишняя ее идея. Я молча улыбнулся ей. Увидя мою улыбку, она улыбнулась сама, с шаловливым видом погрозила мне своим худеньким пальчиком и тотчас же начала меня целовать.
За три дня до своей смерти, в прелестный летний вечер, она попросила, чтоб подняли штору и отворили окно в ее спальне. Окно выходило в садик; она долго смотрела на густую зелень, на заходящее солнце и вдруг попросила, чтоб нас оставили одних.
-- Ваня, -- сказала она едва слышным голосом, потому что была уже очень слаба, -- я скоро умру. Очень скоро, и хочу тебе сказать, чтоб ты меня помнил. На память я тебе оставлю вот это (и она показала мне большую ладонку, которая висела у ней на груди вместе с крестом). Это мне мамаша оставила, умирая. Так вот, когда я умру, ты и сними эту ладонку, возьми себе и прочти, что в ней есть. Я и всем им сегодня скажу, чтоб они одному тебе отдали эту ладонку. И когда ты прочтешь, что в ней написано, то поди к нему и скажи, что я умерла, а его не простила. Скажи ему тоже, что я Евангелие недавно читала. Там сказано: прощайте всем врагам своим. Ну, так я это читала, а его все-таки не простила, потому что когда мамаша умирала и еще могла говорить, то последнее, что она сказала, было: "Проклинаю его", ну так и я его проклинаю, не за себя, а. за мамашу проклинаю... Расскажи же ему, как умирала мамаша, как я осталась одна у Бубновой; расскажи, как ты видел меня у Бубновой, всё, всё расскажи и скажи тут же, что я лучше хотела быть у Бубновой, а к нему не пошла...
Говоря это, Нелли побледнела, глаза ее сверкали и сердце начало стучать так сильно, что она опустилась на подушки и минуты две не могла проговорить слова.
-- Позови их, Ваня, -- сказала она наконец слабым голосом, -- я хочу с ними со всеми проститься. Прощай, Ваня!..
Она крепко-крепко обняла меня в последний раз. Вошли все наши. Старик не мог понять, что она умирает; допустить этой мысли не мог. Он до последнего времени спорил со всеми нами и уверял, что она выздоровеет непременно. Он весь высох от заботы, он просиживал у кровати Нелли по целым дням и даже ночам... Последние ночи он буквально не спал. Он старался предупредить малейшую прихоть, малейшее желание Нелли и, выходя от нее к нам, горько плакал, но через минуту опять начинал надеяться и уверять нас, что она выздоровеет. Он заставил цветами всю ее комнату. Один раз купил он целый букет прелестнейших роз, белых и красных, куда-то далеко ходил за ними и принес своей Нелличке... Всем этим он очень волновал ее. Она не могла не отзываться всем сердцем своим на такую всеобщую любовь. В этот вечер, в вечер прощанья ее с нами, старик никак не хотел прощаться с ней навсегда. Нелли улыбнулась ему и весь вечер старалась казаться веселою, шутила с ним, даже смеялась... Мы все вышли от нее почти в надежде, но на другой день она уже не могла говорить. Через два дня она умерла.
Помню, как старик убирал ее гробик цветами и с отчаянием смотрел на ее исхудалое мертвое личико, на ее мертвую улыбку, на руки ее, сложенные крестом на груди. Он плакал над ней, как над своим родным ребенком. Наташа, я, мы все утешали его, но он был неутешен и серьезно заболел после похорон Нелли.
Анна Андреевна сама отдала мне ладонку, которую сняла с ее груди. В этой ладонке было письмо матери Нелли к князю. Я прочитал его в день смерти Нелли. Она обращалась к князю с проклятием, говорила, что не может простить ему, описывала всю последнюю жизнь свою, все ужасы, на которые оставляет Нелли, и умоляла его сделать хоть что-нибудь для ребенка. "Он ваш, -- писала она, -- это дочь ваша, и вы сами знаете, что она ваша, настоящая дочь. Я велела ей идти к вам, когда я умру, и отдать вам в руки это письмо. Если вы не отвергнете Нелли, то, может быть, там я прощу вас, и в день суда сама стану перед престолом божиим и буду умолять Судию простить вам грехи ваши. Нелли знает содержание письма моего; я читала его ей; я разъяснила ей всё, она знает всё, всё..."
Но Нелли не исполнила завещания: она знала всё, но не пошла к князю и умерла непримиренная.
Когда мы воротились с похорон Нелли, мы с Наташей пошли в сад. День был жаркий, сияющий светом. Через неделю они уезжали. Наташа взглянула на меня долгим, странным взглядом.
-- Ваня, -- сказала она. -- Ваня, ведь это был сон!
-- Что было сон? -- спросил я.
-- Всё, всё, -- отвечала она, -- всё, за весь этот год. Ваня, зачем я разрушила твое счастье? И в глазах ее я прочел: "Мы бы могли быть навеки счастливы вместе!"
Не стану описывать моего озлобления. Несмотря на то что можно было всего ожидать, я был поражен; точно он предстал передо мной во всем своем безобразии совсем неожиданно. Впрочем, помню, ощущения мои были смутны: как будто я был чем-то придавлен, ушиблен, и черная тоска всё больше и больше сосала мне сердце; я боялся за Наташу. Я предчувствовал ей много мук впереди и смутно заботился, как бы их обойти, как бы облегчить эти последние минуты перед окончательной развязкой всего дела. В развязке же сомнения не было никакого. Она приближалась, и как было не угадать, какова она будет!
Я и не заметил, как дошел домой, хотя дождь мочил меня всю дорогу. Было уже часа три утра. Не успел я стукнуть в дверь моей квартиры, как послышался стон, и дверь торопливо начала отпираться, как будто Нелли и не ложилась спать, а всё время сторожила меня у самого порога. Свечка горела. Я взглянул в лицо Нелли и испугался: оно всё изменилось; глаза горели, как в горячке, и смотрели как-то дико, точно она не узнавала меня. С ней был сильный жар.
-- Нелли, что с тобой, ты больна? -- спросил я, наклоняясь к ней и обняв ее рукой.
Она трепетно прижалась ко мне, как будто боялась чего-то, что-то заговорила, скоро, порывисто, как будто только и ждала меня, чтоб поскорей мне это рассказать. Но слова ее были бессвязны и странны; я ничего не понял, она была в бреду.
Я повел ее поскорей на постель. Но она всё бросалась ко мне и прижималась крепко, как будто в испуге, как будто прося защитить себя от кого-то, и когда уже легла в постель, всё еще хваталась за мою руку и крепко держала ее, боясь, чтоб я опять не ушел. Я был до того потрясен и расстроен нервами, что, глядя на нее, даже заплакал. Я сам был болен. Увидя мои слезы, она долго и неподвижно вглядывалась в меня с усиленным, напряженным вниманием, как будто стараясь что-то осмыслить и сообразить. Видно было, что ей стоило это больших усилий. Наконец что-то похожее на мысль прояснилось в лице ее; после сильного припадка падучей болезни она обыкновенно некоторое время не могла соображать свои мысли и внятно произносить слова. Так было и теперь: сделав над собой чрезвычайное усилие, чтоб выговорить мне что-то, и догадавшись, что я не понимаю, она протянула свою ручонку и начала отирать мои слезы, потом обхватила мою шею, нагнула меня к себе и поцеловала.
Было ясно: с ней без меня был припадок, и случился он именно в то мгновение, когда она стояла у самой двери. Очнувшись от припадка, она, вероятно, долго не могла прийти в себя. В это время действительность смешивается с бредом, и ей, верно, вообразилось что-нибудь ужасное, какие-нибудь страхи. В то же время она смутно сознавала, что я должен воротиться и буду стучаться у дверей, а потому, лежа у самого порога на полу, чутко ждала моего возвращения и приподнялась на мой первый стук.
"Но для чего ж она как раз очутилась у дверей?" -- подумал я и вдруг с удивлением заметил, что она была в шубейке (я только что купил ей у знакомой старухи торговки, зашедшей ко мне на квартиру и уступавшей мне иногда свой товар в долг); следовательно, она собиралась куда-то идти со двора и, вероятно, уже отпирала дверь, как вдруг эпилепсия поразила ее. Куда ж она хотела идти? Уж не была ли она и тогда в бреду?
Между тем жар не проходил, и она скоро опять впала в бред и беспамятство. С ней был уже два раза припадок на моей квартире, но всегда оканчивался благополучно, а теперь она была точно в горячке. Посидев над ней с полчаса, я примостил к дивану стулья и лег, как был, одетый, близ нее, чтобы скорей проснуться, если б она меня позвала. Свечки я не тушил. Много раз еще я взглядывал на нее прежде, чем сам заснул. Она была бледна; губы -- запекшиеся от жару и окровавленные, вероятно, от падения; с лица не сходило выражение страха и какой-то мучительной тоски, которая, казалось, не покидала ее даже во сне. Я решился назавтра как можно раньше сходить к доктору, если б ей стало хуже. Боялся я, чтоб не приключилось настоящей горячки.
"Это ее князь напугал!" -- подумал я с содроганием и вспомнил рассказ его о женщине, бросившей ему в лицо свои деньги.
... Прошло две недели; Нелли выздоравливала. Горячки с ней не было, но была она сильно больна. Она встала, с постели уже в конце апреля, в светлый, ясный день. Была страстная неделя.
Бедное создание! Я не могу продолжать рассказа в прежнем порядке. Много прошло уже времени до теперешней минуты, когда я записываю всё это прошлое, но до сих пор с такой тяжелой, пронзительной тоской вспоминается мне это бледное, худенькое личико, эти пронзительные долгие взгляды ее черных глаз, когда, бывало, мы оставались вдвоем, и она смотрит на меня с своей постели, смотрит, долго смотрит, как бы вызывая меня угадать, что у ней на уме; но видя, что я не угадываю и всё в прежнем недоумении, тихо и как будто про себя улыбнется и вдруг ласково протянет мне свою горячую ручку с худенькими, высохшими пальчиками. Теперь всё прошло, уж всё известно, а до сих пор я не знаю всей тайны этого больного, измученного и оскорбленного маленького сердца.
Я чувствую, что я отвлекусь от рассказа, но в эту минуту мне хочется думать об одной только Нелли. Странно: теперь, когда я лежу на больничной койке один, оставленный всеми, кого я так много и сильно любил, -- теперь иногда одна какая-нибудь мелкая черта из того времени, тогда часто для меня не приметная и скоро забываемая, вдруг приходя на память, внезапно получает в моем уме совершенно другое значение, цельное и объясняющее мне теперь то, чего я даже до сих пор не умел понять.
Первые четыре дня ее болезни мы, я и доктор, ужасно за нее боялись, но на пятый день доктор отвел меня в сторону и сказал мне, что бояться нечего и она непременно выздоровеет. Это был тот самый доктор, давно знакомый мне старый холостяк, добряк и чудак, которого я призывал еще в первую болезнь Нелли и который так поразил ее своим Станиславом на шее, чрезвычайных размеров.
-- Стало быть, совсем нечего бояться! -- сказал я, обрадовавшись.
-- Да, она теперь выздоровеет, но потом она весьма скоро умрет.
-- Как умрет! Да почему же! -- вскричал я, ошеломленный таким приговором.
-- Да, она непременно весьма скоро умрет. У пациентки органический порок в сердце, и при малейших неблагоприятных обстоятельствах она сляжет снова. Может быть, снова выздоровеет, но потом опять сляжет снова и наконец умрет.
-- И неужели ж нельзя никак спасти ее? Нет, этого быть не может!
-- Но это должно быть. И однако, при удалении неблагоприятных обстоятельств, при спокойной и тихой жизни, когда будет более удовольствий, пациентка еще может быть отдалена от смерти, и даже бывают случаи... неожиданные... ненормальные и странные... одним словом, пациентка даже может быть спасена, при совокуплении многих благоприятных обстоятельств, но радикально спасена -- никогда.
-- Но боже мой, что же теперь делать?
-- Следовать советам, вести покойную жизнь и исправно принимать порошки. Я заметил, что эта девица капризна, неровного характера и даже насмешлива; она очень не любит исправно принимать порошки и вот сейчас решительно отказалась.
-- Да, доктор. Она действительно странная, но я всё приписываю болезненному раздражению. Вчера она была очень послушна; сегодня же, когда я ей подносил лекарство, она пихнула ложку как будто нечаянно, и всё пролилось. Когда же я хотел развести новый порошок, она вырвала у меня всю коробку и ударила ее об пол, а потом залилась слезами... Только, кажется, не оттого, что ее заставляли принимать порошки, -- прибавил я, подумав.
-- Гм! ирритация. Прежние большие несчастия (я подробно и откровенно рассказал доктору многое из истории Нелли, и рассказ мой очень поразил его), всё это в связи, и вот от этого и болезнь.
Покамест единственное средство -- принимать порошки, и она должна принять порошок. Я пойду и еще раз постараюсь внушить ей ее обязанность слушаться медицинских советов и... то есть говоря вообще... принимать порошки.
Мы оба вышли из кухни (в которой и происходило наше свидание), и доктор снова приблизился к постели больной. Но Нелли, кажется, нас слышала: по крайней мере, она приподняла голову с подушек и, обратив в нашу сторону ухо, всё время чутко прислушивалась. Я заметил это в щель полуотворенной двери; когда же мы пошли к ней, плутовка юркнула вновь под одеяло и поглядывала на нас с насмешливой улыбкой. Бедняжка очень похудела в эти четыре дня болезни: глаза ввалились, жар всё еще не проходил. Тем страннее шел к ее лицу шаловливый вид и задорные блестящие взгляды, очень удивлявшие доктора, самого добрейшего из всех немецких людей в Петербурге. Он серьезно, но стараясь как можно смягчить свой голос, ласковым и нежнейшим тоном изложил необходимость и спасительность порошков, а следственно, и обязанность каждого больного принимать их. Нелли приподняла было голову, но вдруг, по-видимому совершенно нечаянным движением руки, задела ложку, и всё лекарство пролилось опять на пол. Я уверен, она это сделала нарочно.
-- Это очень неприятная неосторожность, -- спокойно сказал старичок, -- и я подозреваю, что вы сделали это нарочно, что очень непохвально. Но... можно всё исправить и еще развести порошок.
Нелли засмеялась ему прямо в глаза.
Доктор методически покачал головою.
-- Это очень нехорошо, -- сказал он, разводя новый порошок, -- очень, очень непохвально.
-- Не сердитесь на меня, -- отвечала Нелли, тщетно стараясь не засмеяться снова, -- я непременно приму... А любите вы меня?
-- Если вы будете вести себя похвально, то очень буду любить.
-- Очень?
-- Очень.
-- А теперь не любите?
-- И теперь люблю.
-- А поцелуете меня, если я захочу вас поцеловать? -- Да, если вы будете того заслуживать.
Тут Нелли опять не могла вытерпеть и снова засмеялась.
-- У пациентки веселый характер, но теперь -- это нервы и каприз, -- прошептал мне доктор с самым серьезным видом.
-- Ну, хорошо, я выпью порошок, -- вскрикнула вдруг своим слабым голоском Нелли, -- но когда я вырасту и буду большая, вы возьмете меня за себя замуж?
Вероятно, выдумка этой новой шалости очень ей нравилась; глаза ее так и горели, а губки так и подергивало смехом в ожидании ответа несколько изумленного доктора.
-- Ну да, -- отвечал он, улыбаясь невольно этому новому капризу, -- ну да, если вы будете добрая и благовоспитанная девица, будете послушны и будете...
-- Принимать порошки? -- подхватила Нелли.
-- Ого! ну да, принимать порошки. Добрая девица, -- шепнул он мне снова, -- в ней много, много... доброго и умного, но, однако ж... замуж... какой странный каприз...
И он снова поднес ей лекарство. Но в этот раз она даже и не схитрила, а просто снизу вверх подтолкнула рукой ложку, и всё лекарство выплеснулось прямо на манишку и на лицо бедному старичку.
Нелли громко засмеялась, но не прежним простодушным и веселым смехом. В лице ее промелькнуло что-то жестокое, злое. Во всё это время она как будто избегала моего взгляда, смотрела на одного доктора и с насмешкою, сквозь которую проглядывало, однако же, беспокойство, ждала, что-то будет теперь делать "смешной" старичок.
-- О! вы опять... Какое несчастие! Но... можно еще развести порошок, -- проговорил старик, отирая платком лицо и манишку.
Это ужасно поразило Нелли. Она ждала нашего гнева, думала, что ее начнут бранить, упрекать, и, может быть, ей, бессознательно, того только и хотелось в эту минуту, -- чтоб иметь предлог тотчас же заплакать, зарыдать, как в истерике, разбросать опять порошки, как давеча, и даже разбить что-нибудь с досады, и всем этим утолить свое капризное, наболевшее сердечко. Такие капризы бывают и не у одних больных, и не у одной Нелли. Как часто, бывало, я ходил взад и вперед по комнате с бессознательным желанием, чтоб поскорей меня кто-нибудь обидел или сказал слово, которое бы можно было принять за обиду, и поскорей сорвать на чем-нибудь сердце. Женщины же, "срывая" таким образом сердце, начинают плакать самыми искренними слезами, а самые чувствительные из них даже доходят до истерики. Дело очень простое и самое житейское и бывающее чаще всего, когда есть другая, часто никому не известная печаль в сердце и которую хотелось бы, да нельзя никому высказать.
Но вдруг пораженная ангельской добротою обиженного ею старичка и терпением, с которым он снова разводил ей третий порошок, не сказав ей ни одного слова упрека, Нелли вдруг притихла.
Насмешка слетела с ее губок, краска ударила ей в лицо, глаза повлажнели; она мельком взглянула на меня и тотчас же отворотилась. Доктор поднес ей лекарство. Она смирно и робко выпила его, схватив красную пухлую руку старика, и медленно поглядела ему в глаза.
-- Вы... сердитесь... что я злая, -- сказала было она, но не докончила, юркнула под одеяло, накрылась с головой и громко, истерически зарыдала.
-- О дитя мое, не плачьте... Это ничего... Это нервы; выпейте воды.
Но Нелли не слушала.
-- Утешьтесь... не расстраивайте себя, -- продолжал он, чуть сам не хныча над нею, потому что был очень чувствительный человек, -- я вас прощаю и замуж возьму, если вы, при хорошем поведении честной девицы, будете...
-- Принимать порошки! -- послышалось из-под одеяла с тоненьким, как колокольчик, нервическим смехом, прерываемым рыданиями, -- очень мне знакомым смехом.
-- Доброе, признательное дитя, -- сказал доктор торжественно и чуть не со слезами на глазах. -- Бедная девица!
И с этих пор между ним и Нелли началась какая-то странная, удивительная симпатия. Со мной же, напротив, Нелли становилась всё угрюмее, нервичнее и раздражительнее. Я не знал, чему это приписать, и дивился на нее, тем более что эта перемена произошла в ней как-то вдруг. В первые дни болезни она была со мной чрезвычайно нежна и ласкова; казалось, не могла наглядеться на меня, не отпускала от себя, схватывала мою руку своею горячею рукой и садила меня возле себя, и если замечала, что я угрюм и встревожен, старалась развеселить меня, шутила, играла со мной и улыбалась мне, видимо подавляя свои собственные страдания. Она не хотела, чтоб я работал по ночам или сидел, сторожил ее, и печалилась, видя, что я ее не слушаюсь. Иногда я замечал в ней озабоченный вид; она начинала расспрашивать и выпытывать от меня, почему я печалюсь, что у меня на уме; но странно, когда доходило до Наташи, она тотчас же умолкала или начинала заговаривать о другом. Она как будто избегала говорить о Наташе, и это поразило меня. Когда я приходил, она радовалась. Когда же я брался за шляпу, она смотрела уныло и как-то странно, как будто с упреком, провожала меня глазами.
На четвертый день ее болезни я весь вечер и даже далеко за полночь просидел у Наташи. Нам было тогда о чем говорить. Уходя же из дому, я сказал моей больной, что ворочусь очень скоро, на что и сам рассчитывал. Оставшись у Наташи почти нечаянно, я был спокоен насчет Нелли: она оставалась не одна. С ней сидела Александра Семеновна, узнавшая от Маслобоева, зашедшего ко мне на минуту, что Нелли больна и я в больших хлопотах и один-одинехонек. Боже мой, как захлопотала добренькая Александра Семеновна:
-- Так, стало быть, он и обедать к нам теперь не придет!.. Ах, боже мой! И один-то он, бедный, один. Ну, так покажем же мы теперь ему наше радушие. Вот случай выдался, так и не надо его упускать.
Тотчас же она явилась у нас, привезя с собой на извозчике целый узел. Объявив с первого слова, что теперь и не уйдет от меня, и приехала, чтоб помогать мне в хлопотах, она развязала узел. В нем были сиропы, варенья для больной, цыплята и курица, в случае если больная начнет выздоравливать, яблоки для печенья, апельсины, киевские сухие варенья (на случай если доктор позволит), наконец, белье, простыни, салфетки, женские рубашки, бинты, компрессы -- точно на целый лазарет.
-- Всё-то у нас есть, -- говорила она мне, скоро и хлопотливо выговаривая каждое слово, как будто куда-то торопясь, -- ну, а вот вы живете по-холостому. У вас ведь этого всего мало. Так уж позвольте мне... и Филипп Филиппыч так приказал. Ну, что же теперь... поскорей, поскорей! Что же теперь надо делать? Что она? В памяти? Ах, так ей нехорошо лежать, надо поправить подушку, чтоб ниже лежала голова, да знаете ли... не лучше ли кожаную подушку? От кожаной-то холодит. Ах, какая я дура! И на ум не пришло привезть. Я поеду за ней... Не нужно ли огонь развести? Я свою старуху вам пришлю. У меня есть знакомая старуха. У вас ведь никого нет из женской прислуги... Ну, что же теперь делать? Это что? Трава... доктор прописал? Верно, для грудного чаю? Сейчас пойду разведу огонь.
Но я ее успокоил, и она очень удивилась и даже опечалилась, что дела-то оказывается вовсе не так много. Это, впрочем, не обескуражило ее совершенно. Она тотчас же подружилась с Нелли и много помогала мне во всё время ее болезни, навещала нас почти каждый день и всегда, бывало, приедет с таким видом, как будто что-нибудь пропало или куда-то уехало и надо поскорее ловить. Она всегда прибавляла, что так и Филипп Филиппыч приказал. Нелли она очень понравилась. Они полюбили одна другую, как две сестры, и я думаю, что Александра Семеновна во многом была такой же точно ребенок, как и Нелли. Она рассказывала ей разные истории, смешила ее, и Нелли потом часто скучала, когда Александра Семеновна уезжала домой.
Первое же ее появление у нас удивило мою больную, но она тотчас же догадалась, зачем приехала незваная гостья, и, по обыкновению своему, даже нахмурилась, сделалась молчалива и нелюбезна.
-- Она зачем к нам приезжала? -- спросила Нелли как будто с недовольным видом, когда Александра Семеновна уехала.
-- Помочь тебе, Нелли, и ходить за тобой.
-- Да что ж?.. За что же? Ведь я ей ничего такого не сделала.
-- Добрые люди и не ждут, чтоб им прежде делали, Нелли. Они и без этого любят помогать тем, кто нуждается. Полно, Нелли; на свете очень много добрых людей. Только твоя-то беда, что ты их не встречала и не встретила, когда было надо.
Нелли замолчала; я отошел от нее. Но четверть часа спустя она сама подозвала меня к себе слабым голосом, попросила было пить и вдруг крепко обняла меня, припала к моей груди и долго не выпускала меня из своих рук. На другой день, когда приехала Александра Семеновна, она встретила ее с радостной улыбкой, но как будто всё еще стыдясь ее отчего-то.
Вот в этот-то день я и был у Натащи весь вечер. Я пришел уже поздно. Нелли спала. Александре Семеновне тоже хотелось спать, но она всё сидела над больною и ждала меня. Тотчас же торопливым шепотом начала она мне рассказывать, что Нелли сначала была очень весела, даже много смеялась, но потом стала скучна и, видя, что я не прихожу, замолчала и задумалась. "Потом стала жаловаться, что у ней голова болит, заплакала и так разрыдалась, что уж я и не знала, что с нею делать, -- прибавила Александра Семеновна. -- Заговорила было со мной о Наталье Николаевне, но я ей ничего не могла сказать; она и перестала расспрашивать и всё потом плакала, так и уснула в слезах. Ну, прощайте же, Иван Петрович; ей все-таки легче, как я заметила, а мне надо домой, так и Филипп Филиппыч приказал. Уж я признаюсь вам, ведь он меня этот раз только на два часа отпустил, а я уж сама осталась. Да что, ничего, не беспокойтесь обо мне; не смеет он сердиться... Только вот разве... Ах, боже мой, голубчик Иван Петрович, что мне делать: всё-то он теперь домой хмельной приходит! Занят он чем-то очень, со мной не говорит, тоскует, дело у него важное на уме; я уж это вижу, а вечером все-таки пьян... Подумаю только: воротился он теперь домой, кто-то его там уложит? Ну, еду, еду, прощайте. Прощайте, Иван Петрович. Книги я у вас тут смотрела: сколько книг-то у вас, и всё, должно быть, умные; а я-то дура, ничего-то я никогда не читала... Ну, до завтра..."
Но назавтра же Нелли проснулась грустная и угрюмая, нехотя отвечала мне. Сама же ничего со мной не заговаривала, точно сердилась на меня. Я заметил только несколько взглядов ее, брошенных на меня вскользь, как бы украдкой; в этих взглядах было много какой-то затаенной сердечной боли, но все-таки в них проглядывала нежность, которой не было, когда она прямо глядела на меня. В этот-то день и происходила сцена при приеме лекарства с доктором; я не знал, что подумать.
Но Нелли переменилась ко мне окончательно. Ее странности, капризы, иногда чуть не ненависть ко мне -- всё это продолжалось вплоть до самого того дня, когда она перестала жить со мной, вплоть до самой той катастрофы, которая развязала весь наш роман. Но об этом после.
Случалось иногда, впрочем, что она вдруг становилась на какой-нибудь час ко мне по-прежнему ласкова. Ласки ее, казалось, удвоивались в эти мгновения; чаще всего в эти же минуты она горько плакала. Но часы эти проходили скоро, и она впадала опять в прежнюю тоску и опять враждебно смотрела на меня, или капризилась, как при докторе, или вдруг, заметив, что мне неприятна какая-нибудь ее новая шалость, начинала хохотать и всегда почти кончала слезами.
Она поссорилась даже раз с Александрой Семеновной, сказала ей, что ничего не хочет от нее. Когда же я стал пенять ей, при Александре же Семеновне, она разгорячилась, отвечала с какой-то порывчатой, накопившейся злобой, но вдруг замолчала и ровно два дня ни одного слова не говорила со мной, не хотела принять ни одного лекарства, даже не хотела пить и есть, и только старичок доктор сумел уговорить и усовестить ее.
Я сказал уже, что между доктором и ею, с самого дня приема лекарства, началась какая-то удивительная симпатия. Нелли очень полюбила его и всегда встречала его с веселой улыбкой, как бы ни была грустна перед его приходом. С своей стороны, старичок начал ездить к нам каждый день, а иногда и по два раза в день, даже и тогда, когда Нелли стала ходить и уже совсем выздоравливала, и казалось, она заворожила его так, что он не мог прожить дня, не слыхав ее смеху и шуток над ним, нередко очень забавных. Он стал возить ей книжки с картинками, всё назидательного свойства. Одну он нарочно купил для нее. Потом стал возить ей сласти, конфет в хорошеньких коробочках. В такие разы он входил обыкновенно с торжественным видом, как будто был именинник, и Нелли тотчас же догадывалась, что он приехал с подарком. Но подарка он не показывал, а только хитро смеялся, усаживался подле Нелли, намекал, что если одна молодая девица умела вести себя хорошо и заслужить в его отсутствие уважение, то такая молодая девица достойна хорошей награды. При этом он так простодушно и добродушно на нее поглядывал, что Нелли хоть и смеялась над ним самым откровенным смехом, но вместе с тем искренняя, ласкающая привязанность просвечивалась в эту минуту в ее проясневших глазках. Наконец старик торжественно подымался со стула, вынимал коробочку с конфетами и, вручая ее Нелли, непременно прибавлял: "Моей будущей и любезной супруге". В эту минуту он сам был, наверно, счастливее Нелли.
После этого начинались разговоры, и каждый раз он серьезно и убедительно уговаривал ее беречь здоровье и давал ей убедительные медицинские советы.
-- Более всего надо беречь свое здоровье, -- говорил он догматическим тоном, -- и во-первых, и главное, для того чтоб остаться в живых, а во-вторых, чтобы всегда быть здоровым и, таким образом, достигнуть счастия в жизни. Если вы имеете, мое милое дитя, какие-нибудь горести, то забывайте их или лучше всего старайтесь о них не думать. Если же не имеете никаких горестей, то... также о них не думайте, а старайтесь думать об удовольствиях... о чем-нибудь веселом, игривом...
-- А об чем же это веселом, игривом думать? -- спрашивала Нелли.
Доктор немедленно становился в тупик.
-- Ну, там... об какой-нибудь невинной игре, приличной вашему возрасту; или там... ну, что-нибудь эдакое...
-- Я не хочу играть; я не люблю играть, -- говорила Нелли. -- А вот я люблю лучше новые платья.
-- Новые платья! Гм. Ну, это уже не так хорошо. Надо во всём удовольствоваться скромною долей в жизни. А впрочем... пожалуй... можно любить и новые платья.
-- А вы много мне сошьете платьев, когда я за вас замуж выйду?
-- Какая идея! -- говорил доктор и уж невольно хмурился. Нелли плутовски улыбалась и даже раз, забывшись, с улыбкою взглянула и на меня. -- А впрочем... я вам сошью платье, если вы его заслужите своим поведением, -- продолжал доктор.
-- А порошки нужно будет каждый день принимать, когда я за вас замуж выйду?
-- Ну, тогда можно будет и не всегда принимать порошки, -- и доктор начинал улыбаться.
Нелли прерывала разговор смехом. Старичок смеялся вслед за ней и с любовью следил за ее веселостью.
-- Игривый ум! -- говорил он, обращаясь ко мне. -- Но всё еще виден каприз и некоторая прихотливость и раздражительность.
Он был прав. Я решительно не знал, что делалось с нею. Она как будто совсем не хотела говорить со мной, точно я перед ней в чем-нибудь провинился. Мне это было очень горько. Я даже сам нахмурился и однажды целый день не заговаривал с нею, но на другой день мне стало стыдно. Часто она плакала, и я решительно не знал, чем ее утешить. Впрочем, она однажды прервала со мной свое молчание.
Раз я воротился домой перед сумерками и увидел, что Нелли быстро спрятала под подушку книгу. Это был мой роман, который она взяла со стола и читала в мое отсутствие. К чему же было его прятать от меня? Точно она стыдится, -- подумал я, но не показал виду, что заметил что-нибудь. Четверть часа спустя, когда я вышел на минутку в кухню, она быстро вскочила с постели и положила роман на прежнее место: воротясь, я увидал уже его на столе. Через минуту она позвала меня к себе; в голосе ее отзывалось какое-то волнение. Уже четыре дня как она почти не говорила со мной.
-- Вы... сегодня... пойдете к Наташе? -- спросила она меня прерывающимся голосом.
-- Да, Нелли; мне очень нужно ее видеть сегодня. Нелли замолчала.
-- Вы... очень ее любите? -- спросила она опять слабым голосом.
-- Да, Нелли, очень люблю.
-- И я ее люблю, -- прибавила она тихо. Затем опять наступило молчание.
-- Я хочу к ней и с ней буду жить, -- начала опять Нелли, робко взглянув на меня.
-- Это нельзя, Нелли, -- отвечал я, несколько удивленный. -- Разве тебе дурно у меня?
-- Почему ж нельзя? -- и она вспыхнула. -- Ведь уговариваете же вы меня, чтоб я пошла жить к ее отцу; а я не хочу идти. У ней есть служанка?
-- Есть.
-- Ну, так пусть она отошлет свою служанку, а я ей буду служить. Всё буду ей делать и ничего с нее не возьму; я любить се буду и кушанье буду варить. Вы так и скажите ей сегодня.
-- Но к чему же, что за фантазия, Нелли? И как же ты о ней судишь: неужели ты думаешь, что она согласится взять тебя вместо кухарки? Уж если возьмет она тебя, то как свою ровную, как младшую сестру свою.
-- Нет, я не хочу как ровная. Так я не хочу...
-- Почему же?
Нелли молчала. Губки ее подергивало: ей хотелось плакать.
-- Ведь тот, которого она теперь любит, уедет от нее и ее одну бросит? -- спросила она наконец. Я удивился.
-- Да почему ты это знаешь, Нелли?
-- Вы и сами говорили мне всё, и третьего дня, когда муж Александры Семеновны приходил утром, я его спрашивала: он мне всё и сказал.
-- Да разве Маслобоев приходил утром?
-- Приходил, -- отвечала она, потупив глазки.
-- А зачем же ты мне не сказала, что он приходил?
-- Так...
Я подумал с минуту. Бог знает, зачем этот Маслобоев шляется, с своею таинственностью. Что за сношения завел? Надо бы его увидать.
-- Ну, так что ж тебе, Нелли, если он ее бросит?
-- Ведь вы ее любите же очень, -- отвечала Нелли, не подымая на меня глаз. -- А коли любите, стало быть, замуж ее возьмете, когда тот уедет.
-- Нет, Нелли, она меня не любит так, как я ее люблю, да и я... Нет, не будет этого, Нелли.
-- А я бы вам обоим служила, как служанка ваша, а вы бы жили и радовались, -- проговорила она чуть не шепотом, не смотря на меня.
"Что с ней, что с ней!" -- подумал я, и вся душа перевернулась во мне. Нелли замолчала и более во весь вечер не сказала ни слова. Когда же я ушел, она заплакала, плакала весь вечер, как донесла мне Александра Семеновна, и так и уснула в слезах. Даже ночью, во сне, она плакала и что-то ночью говорила в бреду.
Но с этого дня она сделалась еще угрюмее и молчаливее и совсем уж не говорила со мной. Правда, я заметил два-три взгляда ее, брошенные на меня украдкой, и в этих взглядах было столько нежности! Но это проходило вместе с мгновением, вызвавшим эту внезапную нежность, и, как бы в отпор этому вызову, Нелли чуть не с каждым часом делалась всё мрачнее, даже с доктором, удивлявшимся перемене ее характера. Между тем она уже совсем почти выздоровела, и доктор позволил ей наконец погулять на свежем воздухе, но только очень немного. Погода стояла светлая, теплая. Была страстная неделя, приходившаяся в этот раз очень поздно; я вышел поутру; мне надо было непременно быть у Наташи, но я положил раньше воротиться домой, чтоб взять Нелли и идти с нею гулять; дома же покамест оставил ее одну.
Но не могу выразить, какой удар ожидал меня дома. Я спешил домой. Прихожу и вижу, что ключ торчит снаружи у двери. Вхожу: никого нет. Я обмер. Смотрю: на столе бумажка, и на ней написано карандашом крупным, неровным почерком:
"Я ушла от вас и больше к вам никогда не приду. Но я вас очень люблю.
Ваша верная Нелли".
Я вскрикнул от ужаса и бросился вон из квартиры.
Я еще не успел выбежать на улицу, не успел сообразить, что и как теперь делать, как вдруг увидел, что у наших ворот останавливаются дрожки и с дрожек сходит Александра Семеновна, ведя за руку Нелли. Она крепко держала ее, точно боялась, чтоб она не убежала другой раз. Я так и бросился к ним.
-- Нелли, что с тобой! -- закричал я, -- куда ты уходила, зачем?
-- Постойте, не торопитесь; пойдемте-ка поскорее к вам, там всё и узнаете, -- защебетала Александра Семеновна, -- какие вещи-то я вам расскажу, Иван Петрович, -- шептала она наскоро дорогою. --
Дивиться только надо... Вот пойдемте, сейчас узнаете.
На лице ее было написано, что у ней были чрезвычайно важные новости.
-- Ступай, Нелли, ступай, приляг немножко, -- сказала она, когда мы вошли в комнаты, -- ведь ты устала; шутка ли, сколько обегала; а после болезни-то тяжело; приляг, голубчик, приляг. А мы с вами уйдемте-ка пока отсюда, не будем ей мешать, пусть уснет. -- И она мигнула мне, чтоб я вышел с ней в кухню.
Но Нелли не прилегла, она села на диван и закрыла обеими руками лицо.
Мы вышли, и Александра Семеновна наскоро рассказала мне, в чем дело. Потом я узнал еще более подробностей. Вот как это всё было.
Уйдя от меня часа за два до моего возвращения и оставив мне записку, Нелли побежала сперва к старичку доктору. Адрес его она успела выведать еще прежде. Доктор рассказывал мне, что он так и обмер, когда увидел у себя Нелли, и всё время, пока она была у него, "не верил глазам своим". "Я и теперь не верю, -- прибавил он в заключение своего рассказа, -- и никогда этому не поверю". И однако ж, Нелли действительно была у него. Он сидел спокойно в своем кабинете, в креслах, в шлафроке и за кофеем, когда она вбежала и бросилась к нему на шею, прежде чем он успел опомниться.
Она плакала, обнимала и целовала его, целовала ему руки и убедительно, хотя и бессвязно, просила его, чтоб он взял ее жить к себе; говорила, что не хочет и не может более жить со мной, потому и ушла от меня; что ей тяжело; что она уже не будет более смеяться над ним и говорить об новых платьях и будет вести себя хорошо, будет учиться, выучится "манишки ему стирать и гладить" (вероятно, она сообразила всю свою речь дорогою, а может быть, и раньше) и что, наконец, будет послушна и хоть каждый день будет принимать какие угодно порошки. А что если она говорила тогда, что замуж хотела за него выйти, так ведь это она шутила, что она и не думает об этом. Старый немец был так ошеломлен, что сидел всё время, разинув рот, подняв свою руку, в которой держал сигару, и забыв о сигаре, так что она и потухла.
-- Мадмуазель, -- проговорил он наконец, получив кое-как употребление языка, -- мадмуазель, сколько я вас понял, вы просите, чтоб я вам дал место у себя. Но это -- невозможно! Вы видите, я очень стеснен и не имею значительного дохода... И, наконец, так прямо, не подумав... Это ужасно! И, наконец, вы, сколько я вижу, бежали из своего дома. Это очень непохвально и невозможно... И, наконец, я вам позволил только немного гулять, в ясный день, под надзором вашего благодетеля, а вы бросаете своего благодетеля и бежите ко мне, тогда как вы должны беречь себя и... и... принимать лекарство. И, наконец... наконец, я ничего не понимаю...
Нелли не дала ему договорить. Она снова начала плакать, снова упрашивать его, но ничего не помогло. Старичок всё более и более впадал в изумление и всё более и более ничего не понимал. Наконец Нелли бросила его, вскрикнула: "Ах, боже мой!" -- и выбежала из комнаты. "Я был болен весь этот день, -- прибавил доктор, заключая свой рассказ, -- и на ночь принял декокт..."
А Нелли бросилась к Маслобоевым. Она запаслась и их адресом и отыскала их, хотя и не без труда. Маслобоев был дома. Александра Семеновна так и всплеснула руками, когда услышала просьбу Нелли взять ее к ним. На ее же расспросы: почему ей так хочется, что ей тяжело, что ли, у меня? -- Нелли ничего не отвечала и бросилась, рыдая, на стул. "Она так рыдала, так рыдала, -- рассказывала мне Александра Семеновна, -- что я думала, она умрет от этого". Нелли просилась хоть в горничные, хоть в кухарки, говорила, что будет пол мести и научится белье стирать. (На этом мытье белья она основывала какие-то особенные надежды и почему-то считала это самым сильным прельщением, чтоб ее взяли). Мнение Александры Семеновны было оставить ее у себя до разъяснения дела, а мне дать знать. Но Филипп Филиппыч решительно этому воспротивился и тотчас же приказал отвезти беглянку ко мне. Дорогою Александра Семеновна обнимала и целовала ее, отчего Нелли еще больше начинала плакать. Смотря на нее, расплакалась и Александра Семеновна. Так обе всю дорогу и плакали.
-- Да почему же, почему же, Нелли, ты не хочешь у него жить; что он, обижает тебя, что ли? -- спрашивала, заливаясь слезами, Александра Семеновна.
-- Нет, не обижает.
-- Ну, так отчего же?
-- Так, не хочу у него жить... не могу... я такая с ним всё злая... а он добрый... а у вас я не буду злая, я буду работать, -- проговорила она, рыдая как в истерике.
-- Отчего же ты с ним такая злая, Нелли?..
-- Так...
-- И только я от нее это "так" и выпытала, -- заключила Александра Семеновна, отирая свои слезы, -- что это она за горемычная такая? Родимец, что ли, это? Как вы думаете, Иван Петрович?
Мы вошли к Нелли; она лежала, скрыв лицо в подушках, и плакала. Я стал перед ней на колени, взял ее руки и начал целовать их. Она вырвала у меня руки и зарыдала еще сильнее. Я не знал, что и говорить. В эту минуту вошел старик Ихменев.
-- А я к тебе по делу, Иван, здравствуй! -- сказал он, оглядывая нас всех и с удивлением видя меня на коленях. Старик был болен всё последнее время. Он был бледен и худ, но, как будто храбрясь перед кем-то, презирал свою болезнь, не слушал увещаний Анны Андреевны, не ложился, а продолжал ходить по своим делам.
-- Прощайте покамест, -- сказала Александра Семеновна, пристально посмотрев на старика. -- Мне Филипп Филиппыч приказал как можно скорее воротиться. Дело у нас есть. А вечером, в сумерки, приеду к вам, часика два посижу.
-- Кто такая? -- шепнул мне старик, по-видимому думая о другом. Я объяснил.
-- Гм. А вот я по делу, Иван...
Я знал, по какому он делу, и ждал его посещения. Он пришел переговорить со мной и с Нелли и перепросить ее у меня. Анна Андреевна соглашалась наконец взять в дом сиротку. Случилось это вследствие наших тайных разговоров: я убедил Анну Андреевну и сказал ей, что вид сиротки, которой мать была тоже проклята своим отцом, может быть, повернет сердце нашего старика на другие мысли. Я так ярко разъяснил ей свой план, что она теперь сама уже стала приставать к мужу, чтоб взять сиротку. Старик с готовностью принялся за дело: ему хотелось, во-первых, угодить своей Анне Андреевне, а во-вторых, у него были свои особые соображения... Но всё это я объясню потом подробнее...
Я сказал уже, что Нелли не любила старика еще с первого его посещения. Потом я заметил, что даже какая-то ненависть проглядывала в лице ее, когда произносили при ней имя Ихменева. Старик начал дело тотчас же, без околичностей. Он прямо подошел к Нелли, которая всё еще лежала, скрыв лицо свое в подушках, и, взяв ее за руку, спросил: хочет ли она перейти к нему жить вместо дочери?
-- У меня была дочь, я ее любил больше самого себя, -- заключил старик, -- но теперь ее нет со мной. Она умерла. Хочешь ли ты заступить ее место в моем доме и... в моем сердце?
И в его глазах, сухих и воспаленных от лихорадочного жара, накипела слеза.
-- Нет, не хочу, -- отвечала Нелли, не подымая головы.
-- Почему же, дитя мое? У тебя нет никого. Иван не может держать тебя вечно при себе, а у меня ты будешь как в родном доме.
-- Не хочу, потому что вы злой. Да, злой, злой, -- прибавила она, подымая голову и садясь на постели против старика. -- Я сама злая, и злее всех, но вы еще злее меня!.. -- Говоря это, Нелли побледнела, глаза ее засверкали; даже дрожавшие губы ее побледнели и искривились от прилива какого-то сильного ощущения. Старик в недоумении смотрел на нее.
-- Да, злее меня, потому что вы не хотите простить свою дочь; вы хотите забыть ее совсем и берете к себе другое дитя, а разве можно забыть свое родное дитя? Разве вы будете любить меня? Ведь как только вы на меня взглянете, так и вспомните, что я вам чужая и что у вас была своя дочь, которую вы сами забыли, потому что вы жестокий человек. А я не хочу жить у жестоких людей, не хочу, не хочу!.. -- Нелли всхлипнула и мельком взглянула на меня.
-- Послезавтра Христос воскрес, все целуются и обнимаются, все мирятся, все вины прощаются... Я ведь знаю... Только вы один, вы... у! жестокий! Подите прочь!
Она залилась слезами. Эту речь она, кажется, давно уже сообразила и вытвердила, на случай если старик еще раз будет ее приглашать к себе. Старик был поражен и побледнел. Болезненное ощущение выразилось в лице его.
-- И к чему, к чему, зачем обо мне все так беспокоятся? Я не хочу, не хочу! -- вскрикнула вдруг Нелли в каком-то исступлении, -- я милостыню пойду просить!
-- Нелли, что с тобой? Нелли, друг мой! -- вскрикнул я невольно, но восклицанием моим только подлил к огню масла.
-- Да, я буду лучше ходить по улицам и милостыню просить, а здесь не останусь, -- кричала она, рыдая. -- И мать моя милостыню просила, а когда умирала, сама сказала мне: будь бедная и лучше милостыню проси, чем... Милостыню не стыдно просить: я не у одного человека прошу, я у всех прошу, а все не один человек; у одного стыдно, а у всех не стыдно; так мне одна нищенка говорила; ведь я маленькая, мне негде взять. Я у всех и прошу. А здесь я не хочу, не хочу, не хочу, я злая; я злее всех; вот какая я злая!
И Нелли вдруг совершенно неожиданно схватила со столика чашку и бросила ее об пол.
-- Вот теперь и разбилась, -- прибавила она, с каким-то вызывающим торжеством смотря на меня. -- Чашек-то всего две, -- прибавила она, -- я и другую разобью... Тогда из чего будете чай-то пить?
Она была как взбешенная и как будто сама ощущала наслаждение в этом бешенстве, как будто сама сознавала, что это и стыдно и нехорошо, и в то же время как будто поджигала себя на дальнейшие выходки.
-- Она больна у тебя, Ваня, вот что, -- сказал старик, -- или... я уж и не понимаю, что это за ребенок. Прощай!
Он взял свою фуражку и пожал мне руку. Он был как убитый; Нелли страшно оскорбила его; всё поднялось во мне:
-- И не пожалела ты его, Нелли! -- вскричал я, когда мы остались одни, -- и не стыдно, не стыдно тебе! Нет, ты не добрая, ты и вправду злая! -- и как был без шляпы, так и побежал я вслед за стариком.
Мне хотелось проводить его до ворот и хоть два слова сказать ему в утешение. Сбегая с лестницы, я как будто еще видел перед собой лицо Нелли, страшно побледневшее от моих упреков.
Я скоро догнал моего старика.
-- Бедная девочка оскорблена, и у ней свое горе, верь мне, Иван; а я ей о своем стал расписывать, -- сказал он, горько улыбаясь. -- Я растравил ее рану. Говорят, сытый голодного не разумеет; а я, Ваня, прибавлю, что и голодный голодного не всегда поймет. Ну, прощай!
Я было заговорил о чем-то постороннем, но старик только рукой махнул.
-- Полно меня-то утешать; лучше смотри, чтоб твоя-то не убежала от тебя; она так и смотрит, -- прибавил он с каким-то озлоблением и пошел от меня скорыми шагами, помахивая и постукивая своей палкой по тротуару.
Он и не ожидал, что будет пророком.
Что сделалось со мной, когда, воротясь к себе, я, к ужасу моему, опять не нашел дома Нелли! Я бросился в сени, искал ее на лестнице, кликал, стучался даже у соседей и спрашивал о ней; поверить я не мог и не хотел, что она опять бежала. И как она могла убежать? Ворота в доме одни; она должна была пройти мимо нас, когда я разговаривал с стариком. Но скоро, к большому моему унынию, я сообразил, что она могла прежде спрятаться где-нибудь на лестнице и выждать, пока я пройду обратно домой, а потом бежать, так что я никак не мог ее встретить. Во всяком случае, она не могла далеко уйти.
В сильном беспокойстве выбежал я опять на поиски, оставив на всякий случай квартиру отпертою.
Прежде всего я отправился к Маслобоевым. Маслобоевых я не застал дома, ни его, ни Александры Семеновны. Оставив у них записку, в которой извещал их о новой беде, и прося, если к ним придет Нелли, немедленно дать мне знать, я пошел к доктору; того тоже не было дома, служанка объявила мне, что, кроме давешнего посещения, другого не было. Что было делать? Я отправился к Бубновой и узнал от знакомой мне гробовщицы, что хозяйка со вчерашнего дня сидит за что-то в полиции, а Нелли там с тех пор и не видали. Усталый, измученный, я побежал опять к Маслобоевым; тот же ответ: никого не было, да и они сами еще не возвращались. Записка моя лежала на столе. Что было мне делать?
В смертельной тоске возвращался я к себе домой поздно вечером. Мне надо было в этот вечер быть у Наташи; она сама звала меня еще утром. Но я даже и не ел ничего в этот день; мысль о Нелли возмущала всю мою душу. "Что же это такое? -- думал я. -- Неужели ж это такое мудреное следствие болезни? Уж не сумасшедшая ли она или сходит с ума? Но, боже мой, где она теперь, где я сыщу ее!"
Только что я это воскликнул, как вдруг увидел Нелли, в нескольких шагах от меня, на В-м мосту. Она стояла у фонаря и меня не видела. Я хотел бежать к ней, но остановился. "Что ж это она здесь делает?" -- подумал я в недоумении и, уверенный, что теперь уж не потеряю ее, решился ждать и наблюдать за ней. Прошло минут десять, она всё стояла, посматривая на прохожих. Наконец прошел один старичок, хорошо одетый, и Нелли подошла к нему: тот, не останавливаясь, вынул что-то из кармана и подал ей. Она ему поклонилась. Не могу выразить, что почувствовал я в это мгновение. Мучительно сжалось мое сердце; как будто что-то дорогое, что я любил, лелеял и миловал, было опозорено и оплевано передо мной в эту минуту, но вместе с тем и слезы потекли из глаз моих.
Да, слезы о бедной Нелли, хотя я в то же время чувствовал непримиримое негодование: она не от нужды просила; она была не брошенная, не оставленная кем-нибудь на произвол судьбы; бежала не от жестоких притеснителей, а от друзей своих, которые ее любили и лелеяли. Она как будто хотела кого-то изумить или испугать своими подвигами; точно она хвасталась перед кем-то? Но что-то тайное зрело в ее душе... Да, старик был прав; она оскорблена, рана ее не могла зажить, и она как бы нарочно старалась растравлять свою рану этой таинственностью, этой недоверчивостью ко всем нам; точно она наслаждалась сама своей болью, этим эгоизмом страдания, если так можно выразиться. Это растравление боли и это наслаждение ею было мне понятно: это наслаждение многих обиженных и оскорбленных, пригнетенных судьбою и сознающих в себе ее несправедливость. Но на какую же несправедливость нашу могла пожаловаться Нелли? Она как будто хотела нас удивить и испугать своими капризами и дикими выходками, точно она в самом деле перед нами хвалилась... Но нет! Она теперь одна, никто не видит из нас, что она просила милостыню. Неужели ж она сама про себя находила в этом наслаждение? Для чего ей милостыня, для чего ей деньги?
Получив подаяние, она сошла с моста и подошла к ярко освещенным окнам одного магазина. Тут она принялась считать свою добычу; я стоял в десяти шагах. Денег в руке ее было уже довольно; видно, что она с самого утра просила. Зажав их в руке, она перешла через улицу и вошла в мелочную лавочку. Я тотчас же подошел к дверям лавочки, отворенным настежь, и смотрел: что она там будет делать?
Я видел, что она положила на прилавок деньги и ей подали чашку, простую чайную чашку, очень похожую на ту, которую она давеча разбила, чтоб показать мне и Ихменеву, какая она злая. Чашка эта стоила, может быть, копеек пятнадцать, может быть, даже и меньше. Купец завернул ее в бумагу, завязал и отдал Нелли, которая торопливо с довольным видом вышла из лавочки.
-- Нелли! -- вскрикнул я, когда она поравнялась со мною, -- Нелли!
Она вздрогнула, взглянула на меня, чашка выскользнула из ее рук, упала на мостовую и разбилась. Нелли была бледна; но, взглянув на меня и уверившись, что я всё видел и знаю, вдруг покраснела; этой краской сказывался нестерпимый, мучительный стыд. Я взял ее за руку и повел домой; идти было недалеко. Мы ни слова не промолвили дорогою. Придя домой, я сел; Нелли стояла передо мной, задумчивая и смущенная, бледная по-прежнему, опустив в землю глаза. Она не могла смотреть на меня.
-- Нелли, ты просила милостыню?
-- Да! -- прошептала она и еще больше потупилась.
-- Ты хотела набрать денег, чтоб купить разбитую давеча чашку?
-- Да...
-- Но разве я попрекал тебя, разве я бранил тебя за эту чашку? Неужели ж ты не видишь, Нелли, сколько злого, самодовольно злого в твоем поступке? Хорошо ли это? Неужели тебе не стыдно? Неужели...
-- Стыдно... -- прошептала она чуть слышным голосом, и слезинка покатилась по ее щеке.
-- Стыдно... -- повторил я за ней. -- Нелли, милая, если я виноват перед тобой, прости меня и помиримся.
Она взглянула на меня, слезы брызнули из ее глаз, и она бросилась ко мне на грудь.
В эту минуту влетела Александра Семеновна.
-- Что! Она дома? Опять? Ах, Нелли, Нелли, что это с тобой делается? Ну да хорошо, что по крайней мере дома... где вы отыскали ее, Иван Петрович?
Я мигнул Александре Семеновне, чтоб она не расспрашивала, и она поняла меня. Я нежно простился с Нелли, которая всё еще горько плакала, и упросил добренькую Александру Семеновну посидеть с ней до моего возвращения, а сам побежал к Наташе. Я опоздал и торопился.
В этот вечер решалась наша судьба: нам было много о чем говорить с Наташей, но я все-таки ввернул словечко о Нелли и рассказал всё, что случилось, со всеми подробностями. Рассказ мой очень заинтересовал и даже поразил Наташу.
-- Знаешь что, Ваня, -- сказала она, подумав, -- мне кажется, она тебя любит.
-- Что... как это? -- спросил я в удивлении.
-- Да, это начало любви, женской любви...
-- Что ты, Наташа, полно! Ведь она ребенок!
-- Которому скоро четырнадцать лет. Это ожесточение оттого, что ты не понимаешь ее любви, да и она-то, может быть, сама не понимает себя; ожесточение, в котором много детского, но серьезное, мучительное. Главное -- она ревнует тебя ко мне. Ты так меня любишь, что, верно, и дома только обо мне одной заботишься, говоришь и думаешь, а потому на нее обращаешь мало внимания. Она заметила это, и ее это уязвило. Она, может быть, хочет говорить с тобой, чувствует потребность раскрыть перед тобой свое сердце, не умеет, стыдится, сама не понимает себя, ждет случая, а ты, вместо того чтоб ускорить этот случай, отдаляешься от нее, убегаешь от нее ко мне и даже, когда она была больна, по целым дням оставлял ее одну. Она и плачет об этом: ей тебя недостает, и пуще всего ей больно, что ты этого не замечаешь. Ты вот и теперь, в такую минуту, оставил ее одну для меня. Да она больна будет завтра от этого. И как ты мог оставить ее? Ступай к ней скорее...
-- Я и не оставил бы ее, но...
-- Ну да, я сама тебя просила прийти. А теперь ступай.
-- Пойду, но только, разумеется, я ничему этому не верю.
-- Оттого что всё это на других не похоже. Вспомни ее историю, сообрази всё и поверишь. Она росла не так, как мы с тобой...
Воротился я все-таки поздно. Александра Семеновна рассказала мне, что Нелли опять, как в тот вечер, очень много плакала "и так и уснула в слезах", как тогда. "А уж теперь я уйду, Иван Петрович, так и Филипп Филиппыч приказал. Ждет он меня, бедный".
Я поблагодарил ее и сел у изголовья Нелли. Мне самому было тяжело, что я мог оставить ее в такую минуту. Долго, до глубокой ночи сидел я над нею, задумавшись... Роковое это было время.
Но надо рассказать, что случилось в эти две недели...
После достопамятного для меня вечера, проведенного мною с князем в ресторане у Б., я несколько дней сряду был в постоянном страхе за Наташу. "Чем грозил ей этот проклятый князь и чем именно хотел отметить ей?" -- спрашивал я сам себя поминутно и терялся в разных предположениях. Я пришел наконец к заключению, что угрозы его были не вздор, не фанфаронство и что, покамест она живет с Алешей, князь действительно мог наделать ей много неприятностей. Он мелочен, мстителен, зол и расчетлив, думал я. Трудно, чтоб он мог забыть оскорбление и не воспользоваться каким-нибудь случаем к отмщению. Во всяком случае, он указал мне на один пункт во всем этом деле и высказался насчет этого пункта довольно ясно: он настоятельно требовал разрыва Алеши с Наташей и ожидал от меня, чтоб я приготовил ее к близкой разлуке и так приготовил, чтоб не было "сцен, пасторалей и шиллеровщины". Разумеется, он хлопотал всего более о том, чтоб Алеша остался им доволен и продолжал его считать нежным отцом; а это ему было очень нужно для удобнейшего овладения впоследствии Катиными деньгами. Итак, мне предстояло приготовить Наташу к близкой разлуке. Но в Наташе я заметил сильную перемену: прежней откровенности ее со мною и помину не было; мало того, она как будто стала со мной недоверчива. Утешения мои ее только мучили; мои расспросы всё более и более досаждали ей, даже сердили ее. Сижу, бывало, у ней, гляжу на нее! Она ходит, скрестив руки, по комнате из угла в угол, мрачная, бледная, как будто в забытьи, забыв даже, что и я тут, подле нее. Когда же ей случалось взглянуть на меня (а она даже и взглядов моих избегала), то нетерпеливая досада вдруг проглядывала в ее лице и она быстро отворачивалась. Я понимал, что она сама обдумывала, может быть, какой-нибудь свой собственный план о близком, предстоящем разрыве, и могла ли она его без боли, без горечи обдумывать? А я был убежден, что она уже решилась на разрыв. Но все-таки меня мучило и пугало ее мрачное отчаяние. К тому же говорить с ней, утешать ее я иногда и не смел, а потому со страхом ожидал, чем это всё разрешится.
Что же касается до ее сурового и неприступного вида со мной, то это меня хоть и беспокоило, хоть и мучило, но я был уверен в сердце моей Наташи: я видел, что ей очень тяжело и что она была слишком расстроена. Всякое постороннее вмешательство возбуждало в ней только досаду, злобу. В таком случае особенно вмешательство близких друзей, знающих наши тайны, становится нам всего досаднее. Но я знал тоже очень хорошо, что в последнюю минуту Наташа придет же ко мне снова и в моем же сердце будет искать себе облегчения.
О моем разговоре с князем я, разумеется, ей умолчал: рассказ мой только бы взволновал и расстроил ее еще более. Я сказал ей только так, мимоходом, что был с князем у графини и убедился, что он ужасный подлец. Но она и не расспрашивала про него, чему я был очень рад; зато жадно выслушала всё, что я рассказал ей о моем свидании с Катей. Выслушав, она тоже ничего не сказала и о ней, но краска покрыла ее бледное лицо, и весь почти этот день она была в особенном волнении. Я не скрыл ничего о Кате и прямо признался, что даже и на меня Катя произвела прекрасное впечатление. Да и к чему было скрывать? Ведь Наташа угадала бы, что я скрываю, и только рассердилась бы на меня за это. А потому я нарочно рассказывал как можно подробнее, стараясь предупредить все ее вопросы, тем более что ей самой в ее положении трудно было меня расспрашивать: легко ли в самом деле, под видом равнодушия, выпытывать о совершенствах своей соперницы?
Я думал, что она еще не знает, что Алеша, по непременному распоряжению князя, должен был сопровождать графиню и Катю в деревню, и затруднялся, как открыть ей это, чтоб по возможности смягчить удар. Но каково же было мое изумление, когда Наташа с первых же слов остановила меня и сказала, что нечего ее утешать, что она уже пять дней, как знает про это.
-- Боже мой! -- вскричал я, -- да кто же тебе сказал?
-- Алеша.
-- Как? Он уже сказал?
-- Да, и я на всё решилась, Ваня, -- прибавила она с таким видом, который ясно и как-то нетерпеливо предупреждал меня, чтоб я и не продолжал этого разговора.
Алеша довольно часто бывал у Наташи, но всё на минутку; один раз только просидел у ней несколько часов сряду; но это было без меня. Входил он обыкновенно грустный, смотрел на нее робко и нежно; но Наташа так нежно, так ласково встречала его, что он тотчас же всё забывал и развеселялся. Ко мне он тоже начал ходить очень часто, почти каждый день. Правда, он очень мучился, но не мог и минуты пробыть один с своей тоской и поминутно прибегал ко мне за утешением.
Что мог я сказать ему? Он упрекал меня в холодности, в равнодушии, даже в злобе к нему; тосковал, плакал, уходил к Кате и уж там утешался.
В тот день, когда Наташа объявила мне, что знает про отъезд (это было с неделю после разговора моего с князем), он вбежал ко мне в отчаянии, обнял меня, упал ко мне на грудь и зарыдал как ребенок. Я молчал и ждал, что он скажет.
-- Я низкий, я подлый человек, Ваня, -- начал он мне, -- спаси меня от меня самого. Я не оттого плачу, что я низок и подл, но оттого, что через меня Наташа будет несчастна. Ведь я оставляю ее на несчастье... Ваня, друг мой, скажи мне, реши за меня, кого я больше люблю из них: Катю или Наташу?
-- Этого я не могу решить, Алеша, -- отвечал я, -- тебе лучше знать, чем мне...
-- Нет, Ваня, не то; ведь я не так глуп, чтоб задавать такие вопросы; но в том-то и дело, что я тут сам ничего не знаю. Я спрашиваю себя и не могу ответить. А ты смотришь со стороны и, может, больше моего знаешь... Ну, хоть и не знаешь, то скажи, как тебе кажется?
-- Мне кажется, что Катю ты больше любишь.
-- Тебе так кажется! Нет, нет, совсем нет! Ты совсем не угадал. Я беспредельно люблю Наташу. Я ни за что, никогда не могу ее оставить; я это и Кате сказал, и Катя совершенно со мною согласна. Что ж ты молчишь? Вот, я видел, ты сейчас улыбнулся. Эх, Ваня, ты никогда не утешал меня, когда мне было слишком тяжело, как теперь... Прощай!
Он выбежал из комнаты, оставив чрезвычайное впечатление в удивленной Нелли, молча выслушавшей наш разговор. Она тогда была еще больна, лежала в постели и принимала лекарство. Алеша никогда не заговаривал с нею и при посещениях своих почти не обращал на нее никакого внимания.
Через два часа он явился снова, и я удивился его радостному лицу. Он опять бросился ко мне на шею и обнял меня.
-- Кончено дело! -- вскричал он, -- все недоумения разрешены. От вас я прямо пошел к Наташе: я был расстроен, я не мог быть без нее. Войдя, я упал перед ней на колени и целовал ее ноги: мне это нужно было, мне хотелось этого; без этого я бы умер с тоски. Она молча обняла меня и заплакала. Тут я прямо ей сказал, что Катю люблю больше ее...
-- Что ж она?
-- Она ничего не отвечала, а только ласкала и утешала меня, -- меня, который ей это сказал! Она умеет утешать, Иван Петрович! О, я выплакал перед ней всё горе, всё ей высказал. Я прямо сказал, что люблю очень Катю, но что как бы я ее ни любил и кого бы я ни любил, я все-таки без нее, без Наташи, обойтись не могу и умру. Да, Ваня, дня не проживу без нее, я это чувствую, да! и потому мы решили немедленно с ней обвенчаться; а так как до отъезда нельзя этого сделать, потому что теперь Великий пост и венчать не станут, то уж по приезде моем, а это будет к первому июня. Отец позволит, в этом нет и сомнения. Что же касается до Кати, то что ж такое! Я ведь не могу жить без Наташи... Обвенчаемся и тоже туда с ней поедем, где Катя...
Бедная Наташа! Каково было ей утешать этого мальчика, сидеть над ним, выслушать его признание и выдумать ему, наивному эгоисту, для спокойствия его, сказку о скором браке. Алеша действительно на несколько дней успокоился. Он и бегал к Наташе, собственно, из того, что слабое сердце его не в силах было одно перенесть печали. Но все-таки, когда время начало приближаться к разлуке, он опять впал в беспокойство, в слезы и опять прибегал ко мне и выплакивал свое горе. В последнее время он так привязался к Наташе, что не мог ее оставить и на день, не только на полтора месяца. Он вполне был, однако ж, уверен до самой последней минуты, что оставляет ее только на полтора месяца и что по возвращении его будет их свадьба. Что же касается до Наташи, то она в свою очередь вполне понимала, что вся судьба ее меняется, что Алеша уж никогда теперь к ней не воротится и что так тому и следует быть.
День разлуки их наступил. Наташа была больна, -- бледная, с воспаленным взглядом, с запекшимися тубами, изредка разговаривала сама с собою, изредка быстро и пронзительно взглядывала на меня, не плакала, не отвечала на мои вопросы и вздрагивала, как листок на дереве, когда раздавался звонкий голос входившего Алеши. Она вспыхивала, как зарево, и спешила к нему; судорожно обнимала его, целовала его, смеялась... Алеша вглядывался в нее, иногда с беспокойством расспрашивал, здорова ли она, утешал, что уезжает ненадолго, что потом их свадьба. Наташа делала видимые усилия, перемогала себя и давила свои слезы. Она не плакала перед ним.
Один раз он заговорил, что надо оставить ей денег на всё время его отъезда и чтоб она не беспокоилась, потому что отец обещал ему дать много на дорогу. Наташа нахмурилась. Когда же мы остались вдвоем, я объявил, что у меня есть для нее сто пятьдесят рублей, на всякий случай. Она не расспрашивала, откуда эти деньги. Это было за два дня до отъезда Алеши и накануне первого и последнего свидания Наташи с Катей. Катя прислала с Алешей записку, в которой просила Наташу позволить посетить себя завтра; причем писала и ко мне: она просила и меня присутствовать при их свидании.
Я непременно решился быть в двенадцать часов (назначенный Катей час) у Наташи, несмотря ни на какие задержки; а хлопот и задержек было много. Не говоря уже о Нелли, в последнее время мне было много хлопот у Ихменевых.
Эти хлопоты начались еще неделю назад. Анна Андреевна прислала в одно утро за мною с просьбой бросить всё и немедленно спешить к ней по очень важному делу, не терпящему ни малейшего отлагательства. Придя к ней, я застал ее одну: она ходила по комнате вся в лихорадке от волнения и испуга, с трепетом ожидая возвращения Николая Сергеича. По обыкновению, я долго не мог добиться от нее, в чем дело и чего она так испугалась, а между тем, очевидно, каждая минута была дорога. Наконец, после горячих и ненужных делу попреков: "зачем я не хожу и оставляю их, как сирот, одних в горе", так что уж "бог знает что без меня происходит", -- она объявила мне, что Николай Сергеич в последние три дня был в таком волнении, "что и описать невозможно".
-- Просто на себя не похож, -- говорила она, -- в лихорадке, по ночам, тихонько от меня, на коленках перед образом молится, во сне бредит, а наяву как полуумный: стали вчера есть щи, а он ложку подле себя отыскать не может, спросишь его про одно, а он отвечает про другое. Из дому стал поминутно уходить: "всё по делам, говорит, ухожу, адвоката видеть надо"; наконец, сегодня утром заперся у себя в кабинете: "мне, говорит, нужную бумагу по тяжебному делу надо писать". Ну, какую, думаю про себя, тебе бумагу писать, когда ложку подле прибора не мог отыскать? Однако в замочную щелку я подсмотрела: сидит, пишет, а сам так и заливается-плачет. Какую же такую, думаю, деловую бумагу так пишут? Али, может, ему уж так Ихменевку нашу жалко; стало быть, уж совсем пропала наша Ихменевка! Вот думаю я это, а он вдруг вскочил из-за стола да как ударит пером по столу, раскраснелся, глаза сверкают, схватился за фуражку и выходит ко мне. "Я, говорит, Анна Андреевна, скоро приду". Ушел он, а я тотчас же к его столику письменному; бумаг у него по нашей тяжбе там пропасть такая лежит, что уж он мне и прикасаться к ним не позволяет. Сколько раз, бывало, прошу: "Дай ты мне хоть раз бумаги поднять, я бы пыль со столика стерла". Куды, закричит, замашет руками: нетерпеливый он такой стал здесь в Петербурге, крикун. Так вот я к столику-то подошла и ищу: которая это бумага, что он сейчас-то писал? Потому доподлинно знаю, что он ее с собой не взял, а когда вставал из-за стола, то под другие бумаги сунул. Ну вот, батюшка, Иван Петрович, что я нашла, посмотри-ка.
И она подала мне лист почтовой бумаги, вполовину исписанный, но с такими помарками, что в иных местах разобрать было невозможно.
Бедный старик! С первых строк можно было догадаться, что и к кому он писал. Это было письмо к Наташе, к возлюбленной его Наташе. Он начинал горячо и нежно: он обращался к ней с прощением и звал ее к себе. Трудно было разобрать всё письмо, написанное нескладно и порывисто, с бесчисленными помарками. Видно только было, что горячее чувство, заставившее его схватить перо и написать первые, задушевные строки, быстро, после этих первых строк, переродилось в другое: старик начинал укорять дочь, яркими красками описывал ей ее преступление, с негодованием напоминал ей о ее упорстве, упрекал в бесчувственности, в том, что она ни разу, может быть, и не подумала, что сделала с отцом и матерью. За ее гордость он грозил ей наказанием и проклятием и кончал требованием, чтоб она немедленно и покорно возвратилась домой, и тогда, только тогда, может быть, после покорной и примерной новой жизни "в недрах семейства", мы решимся простить тебя, писал он. Видно было, что первоначальное, великодушное чувство свое он, после нескольких строк, принял за слабость, стал стыдиться ее и, наконец, почувствовав муки оскорбленной гордости, кончал гневом и угрозами. Старушка стояла передо мной, сложа руки и в страхе ожидая, что я скажу по прочтении письма.
Я высказал ей всё прямо, как мне казалось. Именно: что старик не в силах более жить без Наташи и что положительно можно сказать о необходимости скорого их примирения; но что, однако же, всё зависит от обстоятельств. Я объяснил при этом мою догадку, что, во-первых, вероятно, дурной исход процесса сильно расстроил и потряс его, не говоря уже о том, насколько было уязвлено его самолюбие торжеством над ним князя и сколько негодования возродилось в нем при таком решении дела. В такие минуты душа не может не искать себе сочувствия, и он еще сильнее вспомнил о той, которую всегда любил больше всего на свете. Наконец, может быть и то: он, наверно, слышал (потому что он следит и всё знает про Наташу), что Алеша скоро оставляет ее. Он мог понять, каково было ей теперь, и по себе почувствовал, как необходимо было ей утешение. Но все-таки он не мог преодолеть себя, считая себя оскорбленным и униженным дочерью. Ему, верно, приходило на мысль, что все-таки не она идет к нему первая; что, может быть, даже она и не думает об них и потребности не чувствует к примирению. Так он должен был думать, заключил я мое мнение, и вот почему не докончил письма, и, может быть, из всего этого произойдут еще новые оскорбления, которые еще сильнее почувствуются, чем первые, и, кто знает, примирение, может быть, еще надолго отложится...
Старушка плакала, меня слушая. Наконец, когда я сказал, что мне необходимо сейчас же к Наташе и что я опоздал к ней, она встрепенулась и объявила, что и забыла о главном. Вынимая письмо из-под бумаг, она нечаянно опрокинула на него чернильницу. Действительно, целый угол был залит чернилами, и старушка ужасно боялась, что старик по этому пятну узнает, что без него перерыли бумаги и что Анна Андреевна прочла письмо к Наташе. Ее страх был очень основателен: уж из одного того, что мы знаем его тайну, он со стыда и досады мог продлить свою злобу и из гордости упорствовать в прощении.
Но, рассмотрев дело, я уговорил старушку не беспокоиться. Он встал из-за письма в таком волнении, что мог и не помнить всех мелочей, и теперь, вероятно, подумает, что сам запачкал письмо и забыл об этом. Утешив таким образом Анну Андреевну, мы осторожно положили письмо на прежнее место, а я вздумал, уходя, переговорить с нею серьезно о Нелли. Мне казалось, что бедная брошенная сиротка, у которой мать была тоже проклята своим отцом, могла бы грустным, трагическим рассказом о прежней своей жизни и о смерти своей матери тронуть старика и подвигнуть его на великодушные чувства. Всё готово, всё созрело в его сердце; тоска по дочери стала уже пересиливать его гордость и оскорбленное самолюбие. Недоставало только толчка, последнего удобного случая, и этот удобный случай могла бы заменить Нелли. Старушка слушала меня с чрезвычайным вниманием: всё лицо ее оживилось надеждой и восторгом. Она тотчас же стала меня упрекать: зачем я давно ей этого не сказал? нетерпеливо начала меня расспрашивать о Нелли и кончила торжественным обещанием, что сама теперь будет просить старика, чтоб взял в дом сиротку. Она уже начала искренно любить Нелли, жалела о том, что она больна, расспрашивала о ней, принудила меня взять для Нелли банку варенья, за которым сама побежала в чулан; принесла мне пять целковых, предполагая, что у меня нет денег для доктора, и, когда я их не взял, едва успокоилась и утешилась тем, что Нелли нуждается в платье и белье и что, стало быть, можно еще ей быть полезною, вследствие чего стала тотчас же перерывать свой сундук и раскладывать все свои платья, выбирая из них те, которые можно было подарить "сиротке".
А я пошел к Наташе. Подымаясь на последнюю лестницу, которая, как я уже сказал прежде, шла винтом, я заметил у ее дверей человека, который хотел уже было постучаться, но, заслышав мои шаги, приостановился. Наконец, вероятно после некоторого колебания, вдруг оставил свое намерение и пустился вниз. Я столкнулся с ним на последней забежной ступеньке, и каково было мое изумление, когда я узнал Ихменева. На лестнице и днем было очень темно. Он прислонился к стене, чтобы дать мне пройти, и помню странный блеск его глаз, пристально меня рассматривавших. Мне казалось, что он ужасно покраснел; по крайней мере он ужасно смешался и даже потерялся.
-- Эх, Ваня, да это ты! -- проговорил он неровным голосом, -- а я здесь к одному человеку... к писарю... всё по делу... недавно переехал... куда-то сюда... да не здесь, кажется, живет. Я ошибся. Прощай.
И он быстро пустился вниз по лестнице.
Я решился до времени не говорить Наташе об этой встрече, но непременно сказать ей тотчас же, когда она останется одна, по отъезде Алеши. В настоящее же время она была так расстроена, что хотя бы и поняла и осмыслила вполне всю силу этого факта, но не могла бы его так принять и прочувствовать, как впоследствии, в минуту подавляющей последней тоски и отчаяния. Теперь же минута была не та.
В тот день я бы мог сходить к Ихменевым, и подмывало меня на это, но я не пошел. Мне казалось, что старику будет тяжело смотреть на меня; он даже мог подумать, что я нарочно прибежал вследствие встречи. Пошел я к ним уже на третий день; старик был грустен, но встретил меня довольно развязно и всё говорил о делах.
-- А что, к кому это ты тогда ходил, так высоко, вот помнишь, мы встретились, когда бишь это? -- третьего дня, кажется, -- спросил он вдруг довольно небрежно, но все-таки как-то отводя от меня свои глаза в сторону.
-- Приятель один живет, -- отвечал я, тоже отводя глаза в сторону.
-- А! А я писаря моего искал, Астафьева; на тот дом указали... да ошибся... Ну, так вот я тебе про дело-то говорил: в сенате решили... -- и т. д., и т. д.
Он даже покраснел, когда начал говорить о деле.
Я рассказал всё в тот же день Анне Андреевне, чтоб обрадовать старушку, умоляя ее, между прочим, не заглядывать ему теперь в лицо с особенным видом, не вздыхать, не делать намеков и, одним словом, ни под каким видом не показывать, что ей известна эта последняя его выходка. Старушка до того удивилась и обрадовалась, что даже сначала мне не поверила. С своей стороны, она рассказала мне, что уже намекала Николаю Сергеичу о сиротке, но что он промолчал, тогда как прежде сам всё упрашивал взять в дом девочку. Мы решили, что завтра она попросит его об этом прямо, без всяких предисловий и намеков. Но назавтра оба мы были в ужасном испуге и беспокойстве.
Дело в том, что Ихменев виделся утром с чиновником, хлопотавшим по его делу. Чиновник объявил ему, что видел князя и что князь хоть и оставляет Ихменевку за собой, но "вследствие некоторых семейных обстоятельств" решается вознаградить старика и выдать ему десять тысяч. От чиновника старик прямо прибежал ко мне, ужасно расстроенный; глаза его сверкали бешенством. Он вызвал меня, неизвестно зачем, из квартиры на лестницу и настоятельно стал требовать, чтоб я немедленно шел к князю и передал ему вызов на дуэль. Я был так поражен, что долго не мог ничего сообразить.
Начал было его уговаривать. Но старик пришел в такое бешенство, что с ним сделалось дурно. Я бросился к себе за стаканом воды; но, воротясь, уже не застал Ихменева на лестнице.
На другой день я отправился к нему, но его уже не было дома; он исчез на целых три дня.
На третий день мы узнали всё. От меня он кинулся прямо к князю, не застал его дома и оставил ему записку; в записке он писал, что знает о словах его, сказанных чиновнику, что считает их себе смертельным оскорблением, а князя низким человеком и вследствие всего этого вызывает его на дуэль, предупреждая при этом, чтоб князь не смел уклоняться от вызова, иначе будет обесчещен публично.
Анна Андреевна рассказывала мне, что он воротился домой в таком волнении и расстройстве, что даже слег. С ней был очень нежен, но на расспросы ее отвечал мало, и видно было, что он чего-то ждал с лихорадочным нетерпением. На другое утро пришло по городской почте письмо; прочтя его, он вскрикнул и схватил себя за голову. Анна Андреевна обмерла от страха. Но он тотчас же схватил шляпу, палку и выбежал вон.
Письмо было от князя. Сухо, коротко и вежливо он извещал Ихменева, что в словах своих, сказанных чиновнику, он никому не обязан никаким отчетом. Что хотя он очень сожалеет Ихменева за проигранный процесс, но при всем своем сожалении никак не может найти справедливым, чтоб проигравший в тяжбе имел право, из мщения, вызывать своего соперника на дуэль. Что же касается до "публичного бесчестия", которым ему грозили, то князь просил Ихменева не беспокоиться об этом, потому что никакого публичного бесчестия не будет, да и быть не может; что письмо его немедленно будет передано куда следует и что предупрежденная полиция, наверно, в состоянии принять надлежащие меры к обеспечению порядка и спокойствия.
Ихменев с письмом в руке тотчас же бросился к князю. Князя опять не было дома; но старик успел узнать от лакея, что князь теперь, верно, у графа N. Долго не думая, он побежал к графу. Графский швейцар остановил его, когда уже он подымался на лестницу. Взбешенный до последней степени старик ударил его палкой. Тотчас же его схватили, вытащили на крыльцо и передали полицейским, которые препроводили его в часть. Доложили графу. Когда же случившийся тут князь объяснил сластолюбивому старичку, что этот самый Ихменев -- отец той самой Натальи Николаевны (а князь не раз прислуживал графу по этим делам), то вельможный старичок только засмеялся и переменил гнев на милость: сделано было распоряжение отпустить Ихменева на все четыре стороны; но выпустили его только на третий день, причем (наверно, по распоряжению князя) объявили старику, что сам князь упросил графа его помиловать.
Старик воротился домой как безумный, бросился на постель и целый час лежал без движения; наконец приподнялся и, к ужасу Анны Андреевны, объявил торжественно, что навеки проклинает свою дочь и лишает ее своего родительского благословения.
Анна Андреевна пришла в ужас, но надо было помогать старику, и она, сама чуть не без памяти, весь этот день и почти всю ночь ухаживала за ним, примачивала ему голову уксусом, обкладывала льдом. С ним был жар и бред. Я оставил их уже в третьем часу ночи. Но наутро Ихменев встал и в тот же день пришел ко мне, чтоб окончательно взять к себе Нелли. Но о сцене его с Нелли я уже рассказывал; эта сцена потрясла его окончательно. Воротясь домой, он слег в постель. Всё это происходило в страстную пятницу, когда было назначено свидание Кати и Наташи, накануне отъезда Алеши и Кати из Петербурга. На этом свидании я был: оно происходило рано утром, еще до прихода ко мне старика и до первого побега Нелли.
Алеша приехал еще за час до свидания предупредить Наташу. Я же пришел именно в то мгновение, когда коляска Кати остановилась у наших ворот. С Катей была старушка француженка, которая, после долгих упрашиваний и колебаний, согласилась наконец сопровождать ее и даже отпустить ее наверх к Наташе одну, но не иначе, как с Алешей; сама же осталась дожидаться в коляске. Катя подозвала меня и, не выходя из коляски, просила вызвать к ней Алешу. Наташу я застал в слезах; и Алеша и она -- оба плакали. Услышав, что Катя уже здесь, она встала со стула, отерла слезы и с волнением стала против дверей. Одета она была в это утро вся в белом. Темно-русые волосы ее были зачесаны гладко и назади связывались густым узлом. Эту прическу я очень любил. Увидав, что я остался с нею, Наташа попросила и меня пойти тоже навстречу гостям.
-- До сих пор я не могла быть у Наташи, -- говорила мне Катя, подымаясь на лестницу. -- Меня так шпионили, что ужас. Madame Albert я уговаривала целых две недели, наконец-то согласилась. А вы, а вы, Иван Петрович, ни разу ко мне не зашли! Писать я вам тоже не могла, да и охоты не было, потому что письмом ничего не разъяснишь. А как мне надо было вас видеть... Боже мой, как у меня теперь сердце бьется...
-- Лестница крутая, -- отвечал я.
-- Ну да... и лестница... а что, как вы думаете: не будет сердиться на меня Наташа?
-- Нет, за что же?
-- Ну да... конечно, за что же; сейчас сама увижу; к чему же и спрашивать?..
Я вел ее под руку. Она даже побледнела и, кажется, очень боялась. На последнем повороте она остановилась перевести дух, но взглянула на меня и решительно поднялась наверх.
Еще раз она остановилась в дверях и шепнула мне: "Я просто войду и скажу ей, что я так в нее верила, что приехала не опасаясь... впрочем, что ж я разговариваю; ведь я уверена, что Наташа благороднейшее существо. Не правда ли?"
Она вошла робко, как виноватая, и пристально взглянула на Наташу, которая тотчас же улыбнулась ей. Тогда Катя быстро подошла к ней, схватила ее за руки и прижалась к ее губам своими пухленькими губками. Затем, еще ни слова не сказав Наташе, серьезно и даже строго обратилась к Алеше и попросила его оставить нас на полчаса одних.
-- Ты не сердись, Алеша, -- прибавила она, -- это я потому, что мне много надо переговорить с Наташей, об очень важном и о серьезном, чего ты не должен слышать. Будь же умен, поди. А вы, Иван Петрович, останьтесь. Вы должны выслушать весь наш разговор.
-- Сядем, -- сказала она Наташе по уходе Алеши, -- я так, против вас сяду. Мне хочется сначала на вас посмотреть.
Она села почти прямо против Наташи и несколько мгновений пристально на нее смотрела. Наташа отвечала ей невольной улыбкой.
-- Я уже видела вашу фотографию, -- сказала Катя, -- мне показывал Алеша.
-- Что ж, похожа я на портрете?
-- Вы лучше, -- ответила Катя решительно и серьезно. -- Да я так и думала, что вы лучше.
-- Право? А я вот засматриваюсь на вас. Какая вы хорошенькая!
-- Что вы! Куды мне!.. голубчик вы мой! -- прибавила она, дрожавшей рукой взяв руку Наташи, и обе опять примолкли, всматриваясь друг в друга. -- Вот что, мой ангел, -- прервала Катя, -- нам всего полчаса быть вместе; madame Albert и на это едва согласилась, а нам много надо переговорить... Я хочу... я должна... ну я вас просто спрошу: очень вы любите Алешу?
-- Да, очень.
-- А если так... если вы очень любите Алешу... то... вы должны любить и его счастье... -- прибавила она робко и шепотом.
-- Да, я хочу, чтоб он был счастлив...
-- Это так... но вот, в чем вопрос: составлю ли я его счастье? Имею ли я право так говорить, потому что я его у вас отнимаю. Если вам кажется и мы решим теперь, что с вами он будет счастливее, то... то...
-- Это уже решено, милая Катя, ведь вы же сами видите, что всё решено, -- отвечала тихо Наташа и склонила голову. Ей было, видимо, тяжело продолжать разговор.
Катя приготовилась, кажется, на длинное объяснение на тему: кто лучше составит счастье Алеши и кому из них придется уступить? Но после ответа Наташи тотчас же поняла, что всё уже давно решено и говорить больше не об чем. Полураскрыв свои хорошенькие губки, она с недоумением и с печалью смотрела на Наташу, всё еще держа ее руку в своей.
-- А вы его очень любите? -- спросила вдруг Наташа.
-- Да; и вот я тоже хотела вас спросить и ехала с тем: скажите мне, за что именно вы его любите?
-- Не знаю, -- отвечала Наташа, и как будто горькое нетерпение послышалось в ее ответе.
-- Умен он, как вы думаете? -- спросила Катя.
-- Нет, я так его, просто люблю.
-- И я тоже. Мне его всё как будто жалко.
-- И мне тоже, -- отвечала Наташа.
-- Что с ним делать теперь! И как он мог оставить вас для меня, не понимаю! -- воскликнула Катя. -- Вот как теперь увидала вас и не понимаю! -- Наташа не отвечала и смотрела в землю. Катя помолчала немного и вдруг, поднявшись со стула, тихо обняла ее. Обе, обняв одна другую, заплакали. Катя села на ручку кресел Наташи, не выпуская ее из своих объятий, и начала целовать ее руки.
-- Если б вы знали, как я вас люблю! -- проговорила она плача. -- Будем сестрами, будем всегда писать друг другу... а я вас буду вечно любить... я вас буду так любить, так любить...
-- Он вам о нашей свадьбе, в июне месяце, говорил? -- спросила Наташа.
-- Говорил. Он говорил, что и вы согласны. Ведь это всё только так, чтоб его утешить, не правда ли?
-- Конечно.
-- Я так и поняла. Я буду его очень любить, Наташа, и вам обо всем писать. Кажется, он будет теперь скоро моим мужем; на то идет. И они все так говорят. Милая Наташечка, ведь вы пойдете теперь... в ваш дом?
Наташа не отвечала ей, но молча и крепко поцеловала ее.
-- Будьте счастливы! -- сказала она.
-- И... и вы... и вы тоже, -- проговорила Катя. В это мгновение отворилась дверь, и вошел Алеша. Он не мог, он не в силах был переждать эти полчаса и, увидя их обеих в объятиях друг у друга и плакавших, весь изнеможенный, страдающий, упал на колена перед Наташей и Катей.
-- Чего же ты-то плачешь? -- сказала ему Наташа, -- что разлучаешься со мной? Да надолго ли? В июне приедешь?
-- И свадьба ваша будет тогда, -- поспешила сквозь слезы проговорить Катя, тоже в утешение Алеше.
-- Но я не могу, я не могу тебя и на день оставить, Наташа. Я умру без тебя... ты не знаешь, как ты мне теперь дорога! Именно теперь!..
-- Ну, так вот как ты сделай, -- сказала, вдруг оживляясь, Наташа, -- ведь графиня останется хоть сколько-нибудь в Москве?
-- Да, почти неделю, -- подхватила Катя.
-- Неделю! Так чего ж лучше: ты завтра проводишь их до Москвы, это всего один день, и тотчас же приезжай сюда. Как им надо будет выезжать из Москвы, мы уж тогда совсем, на месяц, простимся, и ты воротишься в Москву их провожать.
-- Ну, так, так... А вы все-таки лишних четыре дня пробудете вместе, -- вскрикнула восхищенная Катя, обменявшись многозначительным взглядом с Наташей.
Не могу выразить восторга Алеши от этого нового проекта. Он вдруг совершенно утешился; его лицо засияло радостию, он обнимал Наташу, целовал руки Кати, обнимал меня. Наташа с грустною улыбкою смотрела на него, но Катя не могла вынести. Она переглянулась со мной горячим, сверкающим взглядом, обняла Наташу и встала со стула, чтоб ехать. Как нарочно, в эту минуту француженка прислала человека с просьбою окончить свидание поскорее и что условленные полчаса уже прошли.
Наташа встала. Обе стояли одна против другой, держась за руки и как будто силясь передать взглядом всё, что скопилось в душе.
-- Ведь мы уж больше никогда не увидимся, -- сказала Катя.
-- Никогда, Катя, -- отвечала Наташа.
-- Ну, так простимся. -- Обе обнялись.
-- Не проклинайте меня, -- прошептала наскоро Катя, -- а я... всегда... будьте уверены... он будет счастлив... Пойдем, Алеша, проводи меня! -- быстро произнесла она, схватывая его руку.
-- Ваня! -- сказала мне Наташа, взволнованная и измученная, когда они вышли, -- ступай за ними и ты и... не приходи назад: у меня будет Алеша до вечера, до восьми часов; а вечером ему нельзя, он уйдет. Я останусь одна... Приходи часов в девять. Пожалуйста!
Когда в девять часов, оставив Нелли (после разбитой чашки) с Александрой Семеновной, я пришел к Наташе, она уже была одна и с нетерпением ждала меня. Мавра подала нам самовар; Наташа налила мне чаю, села на диван и подозвала меня поближе к себе.
-- Вот и кончилось всё, -- сказала она, пристально взглянув на меня. Никогда не забуду я этого взгляда.
-- Вот и кончилась наша любовь. Полгода жизни! И на всю жизнь, -- прибавила она, сжимая мне руку. Ее рука горела. Я стал уговаривать ее одеться потеплее и лечь в постель.
-- Сейчас, Ваня, сейчас, мой добрый друг. Дай мне поговорить и припомнить немного... Я теперь как разбитая... Завтра в последний раз его увижу, в десять часов... в последний!
-- Наташа, у тебя лихорадка, сейчас будет озноб; пожалей себя...
-- Что же? Ждала я тебя теперь, Ваня, эти полчаса, как он ушел, и как ты думаешь, о чем думала, о чем себя спрашивала? Спрашивала: любила я его иль не любила и что это такое была наша любовь?
Что, тебе смешно, Ваня, что я об этом только теперь себя спрашиваю?
-- Не тревожь себя, Наташа...
-- Видишь, Ваня: ведь я решила, что я его не любила как ровню, так, как обыкновенно женщина любит мужчину. Я любила его как... почти как мать. Мне даже кажется, что совсем и не бывает на свете такой любви, чтоб оба друг друга любили как ровные, а? Как ты думаешь?
Я с беспокойством смотрел на нее и боялся, не начинается ли с ней горячка. Как будто что-то увлекало ее; она чувствовала какую-то особенную потребность говорить; иные слова ее были как будто без связи, и даже иногда она плохо выговаривала их. Я очень боялся.
-- Он был мой, -- продолжала она. -- Почти с первой встречи с ним у меня явилось тогда непреодолимое желание, чтоб он был мой, поскорей мой, и чтоб он ни на кого не глядел, никого не знал, кроме меня, одной меня... Катя давеча хорошо сказала: я именно любила его так, как будто мне всё время было отчего-то его жалко... Было у меня всегда непреодолимое желание, даже мучение, когда я оставалась одна, о том, чтоб он был ужасно и вечно счастлив. На его лицо (ты ведь знаешь выражение его лица, Ваня) я спокойно смотреть не могла: такого выражения ни у кого не бывает, а засмеется он, так у меня холод и дрожь была... Право!..
-- Наташа, послушай...
-- Вот говорили, -- перебила она, -- да и ты, впрочем, говорил, что он без характера и... и умом недалек, как ребенок. Ну, а я это-то в нем и любила больше всего... веришь ли этому? Не знаю, впрочем, любила ли именно одно это: так, просто, всего его любила, и будь он хоть чем-нибудь другой, с характером иль умнее, я бы, может, и не любила его так. Знаешь, Ваня, я тебе признаюсь в одном: помнишь, у нас была ссора, три месяца назад, когда он был у той, как ее, у этой Минны... я узнала, выследила, и веришь ли: мне ужасно было больно, а в то же время как будто и приятно... но знаю, почему... одна уж мысль, что он тоже, как большой какой-нибудь, вместе с другими большими по красавицам разъезжает, тоже к Минне поехал! Я... Какое наслаждение было мне тогда в этой ссоре; а потом простить его... о милый!
Она взглянула мне в лицо и как-то странно рассмеялась. Потом как будто задумалась, как будто всё еще припоминала. И долго сидела она так, с улыбкой на губах, вдумываясь в прошедшее.
-- Я ужасно любила его прощать, Ваня, -- продолжала она, -- знаешь что, когда он оставлял меня одну, я хожу, бывало, по комнате, мучаюсь, плачу, а сама иногда подумаю: чем виноватее он передо мной, тем ведь лучше... да! И знаешь: мне всегда представлялось, что он как будто такой маленький мальчик: я сижу, а он положил ко мне на колени голову, заснул, а я его тихонько по голове глажу, ласкаю... Всегда так воображала о нем, когда его со мной не было... Послушай, Ваня, -- прибавила она вдруг, -- какая это прелесть Катя!
Мне показалось, что она сама нарочно растравляет свою рану, чувствуя в этом какую-то потребность, -- потребность отчаяния, страданий... И так часто бывает это с сердцем, много потерявшим!
-- Катя, мне кажется, может его сделать счастливым, -- продолжала она. -- Она с характером и говорит, как будто такая убежденная, и с ним она такая серьезная, важная, -- всё об умных вещах говорит, точно большая. А сама-то, сама-то -- настоящий ребенок! Милочка, милочка! О! пусть они будут счастливы! Пусть, пусть, пусть!..
И слезы, рыдания вдруг разом так и хлынули из ее сердца. Целых полчаса она не могла прийти в себя и хоть сколько-нибудь успокоиться.
Милый ангел Наташа! Еще в этот же вечер, несмотря на свое горе, она смогла-таки принять участие и в моих заботах, когда я, видя, что она немножко успокоилась, или, лучше сказать, устала, и думая развлечь ее, рассказал ей о Нелли... Мы расстались в этот вечер поздно; я дождался, пока она заснула, и, уходя, просил Мавру не отходить от своей больной госпожи всю ночь.
-- О, поскорее, поскорее! -- восклицал я, возвращаясь домой, -- поскорее конец этим мукам! Хоть чем-нибудь, хоть как-нибудь, но только скорее, скорее!
Наутро, ровно в десять часов, я уже был у нее. В одно время со мной приехал и Алеша... прощаться. Не буду говорить, не хочу вспоминать об этой сцене. Наташа как будто дала себе слово скрепить себя, казаться веселее, равнодушнее, но не могла. Она обняла Алешу судорожно, крепко. Мало говорила с ним, но глядела на него долго, пристально, мученическим и словно безумным взглядом.
Жадно вслушивалась в каждое слово его и, кажется, ничего не понимала из того, что он ей говорил. Помню, он просил простить ему, простить ему и любовь эту и всё, чем он оскорблял ее в это время, свои измены, свою любовь к Кате, отъезд... Он говорил бессвязно, слезы душили его. Иногда он вдруг принимался утешать ее, говорил, что едет только на месяц или много что на пять недель, что приедет летом, тогда будет их свадьба, и отец согласится, и, наконец, главное, что ведь он послезавтра приедет из Москвы, и тогда целых четыре дня они еще пробудут вместе и что, стало быть, теперь расстаются на один только день...
Странное дело: сам он был вполне уверен, что говорит правду и что непременно послезавтра воротится из Москвы... Чего же сам он так плакал и мучился?
Наконец часы пробили одиннадцать. Я насилу мог уговорить его ехать. Московский поезд отправлялся ровно в двенадцать. Оставался один час. Наташа мне сама потом говорила, что не помнит, как последний раз взглянула на него. Помню, что она перекрестила его, поцеловала и, закрыв руками лицо, бросилась назад в комнату. Мне же надо было проводить Алешу до самого экипажа, иначе он непременно бы воротился и никогда бы не сошел с лестницы.
-- Вся надежда на вас, -- говорил он мне, сходя вниз. -- Друг мой, Ваня! Я перед тобой виноват и никогда не мог заслужить твоей любви, но будь мне до конца братом: люби ее, не оставляй ее, пиши мне обо всем как можно подробнее и мельче, как можно мельче пиши, чтоб больше уписалось. Послезавтра я здесь опять, непременно, непременно! Но потом, когда я уеду, пиши!
Я посадил его на дрожки.
-- До послезавтра! -- закричал он мне с дороги. -- Непременно!
С замиравшим сердцем воротился я наверх к Наташе. Она стояла посреди комнаты, скрестив руки, и в недоумении на меня посмотрела, точно не узнавала меня. Волосы ее сбились как-то на сторону; взгляд был мутный и блуждающий. Мавра, как потерянная, стояла в дверях, со страхом смотря на нее.
Вдруг глаза Наташи засверкали:
-- А! Это ты! Ты! -- вскричала она на меня. -- Только ты один теперь остался. Ты его ненавидел! Ты никогда ему не мог простить, что я его полюбила... Теперь ты опять при мне! Что ж? Опять утешать пришел меня, уговаривать, чтоб я шла к отцу, который меня бросил и проклял. Я так и знала еще вчера, еще за два месяца!.. Не хочу, не хочу! Я сама проклинаю их!.. Поди прочь, я не могу тебя видеть! Прочь, прочь!
Я понял, что она в исступлении и что мой вид возбуждает в ней гнев до безумия, понял, что так и должно было быть, и рассудил лучше выйти. Я сел на лестнице, на первую ступеньку и -- ждал. Иногда я подымался, отворял дверь, подзывал к себе Мавру и расспрашивал ее; Мавра плакала.
Так прошло часа полтора. Не могу изобразить, что я вынес в это время. Сердце замирало во мне и мучилось от беспредельной боли. Вдруг дверь отворилась, и Наташа выбежала на лестницу, в шляпке и бурнусе. Она была как в беспамятстве и сама потом говорила мне, что едва помнит это и не знает, куда и с каким намерением она хотела бежать.
Я не успел еще вскочить с своего места и куда-нибудь от нее спрятаться, как вдруг она меня увидала и, как пораженная, остановилась передо мной без движения. "Мне вдруг припомнилось, -- говорила она мне потом, -- что я, безумная, жестокая, могла выгнать тебя, тебя, моего друга, моего брата, моего спасителя! И как увидела, что ты, бедный, обиженный мною, сидишь у меня на лестнице, не уходишь и ждешь, пока я тебя опять позову, -- боже! -- если б ты знал, Ваня, что тогда со мной сталось! Как будто в сердце мне что-то вонзили..."
-- Ваня! Ваня! -- закричала она, протягивая мне руки, -- ты здесь!.. -- и упала в мои объятия.
Я подхватил ее и понес в комнату. Она была в обмороке! "Что делать? -- думал я. -- С ней будет горячка, это наверно!"
Я решился бежать к доктору; надо было захватить болезнь. Съездить же можно было скоро; до двух часов мой старик немец обыкновенно сидел дома. Я побежал к нему, умоляя Мавру ни на минуту, ни на секунду не уходить от Наташи и не пускать ее никуда. Бог мне помог: еще бы немного, и я бы не застал моего старика дома. Он встретился уже мне на улице, когда выходил из квартиры. Мигом я посадил его на моего извозчика, так что он еще не успел удивиться, и мы пустились обратно к Наташе.
Да, бог мне помог! В полчаса моего отсутствия случилось у Наташи такое происшествие, которое бы могло совсем убить ее, если б мы с доктором не подоспели вовремя. Не прошло и четверти часа после моего отъезда, как вошел князь. Он только что проводил своих и явился к Наташе прямо с железной дороги. Этот визит, вероятно, уже давно был решен и обдуман им. Наташа сама рассказывала мне потом, что в первое мгновение она даже и не удивилась князю. "Мой ум помешался", -- говорила она.
Он сел против нее, глядя на нее ласковым, соболезнующим взглядом.
-- Милая моя, -- сказал он, вздохнув, -- я понимаю ваше горе; я знал, как будет тяжела вам эта минута, и положил себе за долг посетить вас. Утешьтесь, если можете, хоть тем, что, отказавшись от
Алеши, вы составили его счастье. Но вы лучше меня это понимаете, потому что решились на великодушный подвиг...
"Я сидела и слушала, -- рассказывала мне Наташа, -- но я сначала, право, как будто не понимала его. Помню только, что пристально, пристально глядела на него. Он взял мою руку и начал пожимать ее в своей. Это ему, кажется, было очень приятно. Я же до того была не в себе, что и не подумала вырвать у него руку".
-- Вы поняли, -- продолжал он, -- что, став женою Алеши, могли возбудить в нем впоследствии к себе ненависть, и у вас достало благородной гордости, чтоб сознать это и решиться... но -- ведь не хвалить же я вас приехал. Я хотел только заявить перед вами, что никогда и нигде не найдете вы лучшего друга, как я. Я вам сочувствую и жалею вас. Во всем этом деле я принимал невольное участие, но -- я исполнял свой долг. Ваше прекрасное сердце поймет это и примирится с моим... А мне было тяжелее вашего, поверьте!
-- Довольно, князь, -- сказала Наташа. -- Оставьте меня в покое.
-- Непременно, я уйду скоро, -- отвечал он, -- но я люблю вас, как дочь свою, и вы позволите мне посещать себя. Смотрите на меня теперь как на вашего отца и позвольте мне быть вам полезным.
-- Мне ничего не надо, оставьте меня, -- прервала опять Наташа.
-- Знаю, вы горды... Но я говорю искренно, от сердца. Что намерены вы теперь делать? Помириться с родителями? Доброе бы оно дело, но ваш отец несправедлив, горд и деспот; простите меня, но это так. В вашем доме вы встретите теперь одни попреки и новые мучения... Но, однако же, надо, чтоб вы были независимы, а моя обязанность, мой священный долг -- заботиться теперь о вас и помогать вам. Алеша умолял меня не оставлять вас и быть вашим другом. Но и кроме меня есть люди, вам глубоко преданные. Вы мне, вероятно, позволите представить вам графа N. Он с превосходным сердцем, родственник наш и даже, можно сказать, благодетель всего нашего семейства; он многое делал для Алеши. Алеша очень уважал и любил его. Он очень сильный человек, с большим влиянием, уже старичок, и принимать его вам, девице, можно. Я уж говорил ему про вас. Он может пристроить вас и, если захотите, доставит вам превосходное место... у одной из своих родственниц.
Я давно уже, прямо и откровенно, объяснил ему всё наше дело, и он до того увлекся своим добрым и благороднейшим чувством, что даже сам упрашивает меня теперь как можно скорее представиться вам... Это человек, сочувствующий всему прекрасному, поверьте мне, -- щедрый, почтенный старичок, способный ценить достоинство и еще даже недавно благороднейшим образом обошелся с вашим отцом в одной истории.
Наташа приподнялась, как уязвленная. Теперь она уж понимала его.
-- Оставьте меня, оставьте сейчас же! -- закричала она.
-- Но, мой друг, вы забываете: граф может быть полезен и вашему отцу...
-- Мой отец ничего не возьмет от вас. Оставите ли вы меня! -- закричала еще раз Наташа.
-- О боже, как вы нетерпеливы и недоверчивы! Чем заслужил я это, -- произнес князь, с некоторым беспокойством осматриваясь кругом, -- во всяком случае вы позволите мне, -- продолжал он, вынимая большую пачку из кармана, -- вы позволите мне оставить у вас это доказательство моего к вам участия и в особенности участия графа N, побудившего меня своим советом. Здесь, в этом пакете, десять тысяч рублей. Подождите, мой друг, -- подхватил он, видя, что Наташа с гневом поднялась с своего места, -- выслушайте терпеливо всё: вы знаете, отец ваш проиграл мне тяжбу, и эти десять тысяч послужат вознаграждением, которое...
-- Прочь, -- закричала Наташа, -- прочь с этими деньгами! Я вас вижу насквозь... о низкий, низкий, низкий человек!
Князь поднялся со стула, бледный от злости.
Вероятно, он приехал с тем, чтоб оглядеть местность, разузнать положение и, вероятно, крепко рассчитывал на действие этих десяти тысяч рублей перед нищею и оставленною всеми Наташей... Низкий и грубый, он не раз подслуживался графу N, сластолюбивому старику, в такого рода делах. Но он ненавидел Наташу и, догадавшись, что дело не пошло на лад, тотчас же переменил тон и с злою радостию поспешил оскорбить ее, чтоб не уходить по крайней мере даром.
-- Вот уж это и нехорошо, моя милая, что вы так горячитесь, -- произнес он несколько дрожащим голосом от нетерпеливого наслаждения видеть поскорее эффект своей обиды, -- вот уж это и нехорошо.
Вам предлагают покровительство, а вы поднимаете носик... А того и не знаете, что должны быть мне благодарны; уже давно мог бы я посадить вас в смирительный дом, как отец развращаемого вами молодого человека, которого вы обирали, да ведь не сделал же этого... хе-хе-хе-хе!
Но мы уже входили. Услышав еще из кухни голоса, я остановил на одну секунду доктора и вслушался в последнюю фразу князя. Затем раздался отвратительный хохот его и отчаянное восклицание
Наташи: "О боже мой!" В эту минуту я отворил дверь и бросился на князя.
Я плюнул ему в лицо и изо всей силы ударил его по щеке. Он хотел было броситься на меня, но, увидав, что нас двое, пустился бежать, схватив сначала со стола свою пачку с деньгами. Да, он сделал это; я сам видел. Я бросил ему вдогонку скалкой, которую схватил в кухне, на столе... Вбежав опять в комнату, я увидел, что доктор удерживал Наташу, которая билась и рвалась у него из рук, как в припадке. Долго мы не могли успокоить ее; наконец нам удалось уложить ее в постель; она была как в горячечном бреду.
-- Доктор! Что с ней? -- спросил я, замирая от страха.
-- Подождите, -- отвечал он, -- надо еще приглядеться к болезни и потом уже сообразить... но, вообще говоря, дело очень нехорошо. Может кончиться даже горячкой... Впрочем, мы примем меры...
Но меня уже осенила другая мысль. Я умолил доктора остаться с Наташей еще на два или на три часа и взял с него слово не уходить от нее ни на одну минуту. Он дал мне слово, и я побежал домой.
Нелли сидела в углу, угрюмая и встревоженная, и странно поглядывала на меня. Должно быть, я и сам был странен.
Я схватил ее на руки, сел на диван, посадил к себе на колени и горячо поцеловал ее. Она вспыхнула.
-- Нелли, ангел! -- сказал я, -- хочешь ли ты быть нашим спасением? Хочешь ли спасти всех нас? Она с недоумением посмотрела на меня.
-- Нелли! Вся надежда теперь на тебя! Есть один отец: ты его видела и знаешь; он проклял свою дочь и вчера приходил просить тебя к себе вместо дочери. Теперь ее, Наташу (а ты говорила, что любишь ее!), оставил тот, которого она любила и для которого ушла от отца. Он сын того князя, который приезжал, помнишь, вечером ко мне и застал еще тебя одну, а ты убежала от него и потом была больна... Ты ведь знаешь его? Он злой человек!
-- Знаю, -- отвечала Нелли, вздрогнула и побледнела.
-- Да, он злой человек. Он ненавидел Наташу за то, что его сын, Алеша, хотел на ней жениться. Сегодня уехал Алеша, а через час его отец уже был у ней и оскорбил ее, и грозил ее посадить в смирительный дом, и смеялся над ней. Понимаешь меня, Нелли?
Черные глаза ее сверкнули, но она тотчас же их опустила,
-- Понимаю, -- прошептала она чуть слышно.
-- Теперь Наташа одна, больная; я оставил ее с нашим доктором, а сам прибежал к тебе. Слушай, Нелли: пойдем к отцу Наташи; ты его не любишь, ты к нему не хотела идти, но теперь пойдем к нему вместе. Мы войдем, и я скажу, что ты теперь хочешь быть у них вместо дочери, вместо Наташи. Старик теперь болен, потому что проклял Наташу и потому что отец Алеши еще на днях смертельно оскорбил его. Он не хочет и слышать теперь про дочь, но он ее любит, любит, Нелли, и хочет с ней примириться; я знаю это, я всё знаю! Это так!.. Слышишь ли, Нелли?
-- Слышу, -- произнесла она тем же шепотом. Я говорил ей, обливаясь слезами. Она робко взглядывала на меня.
-- Веришь ли этому?
-- Верю.
-- Ну так я войду с тобой, посажу тебя, и тебя примут, обласкают и начнут расспрашивать. Тогда я сам так подведу разговор, что тебя начнут расспрашивать о том, как ты жила прежде: о твоей матери и о твоем дедушке. Расскажи им, Нелли, всё так, как ты мне рассказывала. Всё, всё расскажи, просто и ничего не утаивая. Расскажи им, как твою мать оставил злой человек, как она умирала в подвале у Бубновой, как вы с матерью вместе ходили по улицам и просили милостыню; что говорила она тебе и о чем просила тебя, умирая... Расскажи тут же и про дедушку. Расскажи, как он не хотел прощать твою мать, и как она посылала тебя к нему в свой предсмертный час, чтоб он пришел к ней простить ее, и как он не хотел... и как она умерла. Всё, всё расскажи! И как расскажешь всё это, то старик почувствует всё это и в своем сердце. Он ведь знает, что сегодня бросил ее Алеша и она осталась, униженная и поруганная, одна, без помощи и без защиты, на поругание своему врагу. Он всё это знает... Нелли! спаси Наташу! Хочешь ли ехать?
-- Да, -- отвечала она, тяжело переводя дух и каким-то странным взглядом, пристально и долго, посмотрев на меня; что-то похожее на укор было в этом взгляде, и я почувствовал это в моем сердце.
Но я не мог оставить мою мысль. Я слишком верил в нее. Я схватил за руку Нелли, и мы вышли. Был уже третий час пополудни. Находила туча. Всё последнее время погода стояла жаркая и удушливая, но теперь послышался где-то далеко первый, ранний весенний гром. Ветер пронесся по пыльным улицам.
Мы сели на извозчика. Всю дорогу Нелли молчала, изредка только взглядывала на меня всё тем же странным и загадочным взглядом. Грудь ее волновалась, и, придерживая ее на дрожках, я слышал, как в моей ладони колотилось ее маленькое сердечко, как будто хотело выскочить вон.
Дорога мне казалась бесконечною. Наконец мы приехали, и я вошел к моим старикам с замиранием сердца. Я не знал, как выйду из их дома, но знал, что мне во что бы то ни стало надо выйти с прощением и примирением.
Был уже четвертый час. Старики сидели одни, по обыкновению. Николай Сергеич был очень расстроен и болен и полулежал, протянувшись в своем покойном кресле, бледный и изнеможенный, с головой, обвязанной платком. Анна Андреевна сидела возле него, изредка примачивала ему виски уксусом и беспрестанно, с пытливым и страдальческим видом, заглядывала ему в лицо, что, кажется, очень беспокоило старика и даже досаждало ему. Он упорно молчал, она не смела говорить. Наш внезапный приезд поразил их обоих. Анна Андреевна чего-то вдруг испугалась, увидя меня с Нелли, и в первые минуты смотрела на нас так, как будто в чем-нибудь вдруг почувствовала себя виноватою.
-- Вот я привез к вам мою Нелли, -- сказал я, входя. -- Она надумалась и теперь сама захотела к вам. Примите и полюбите...
Старик подозрительно взглянул на меня, и уже по одному взгляду можно было угадать, что ему всё известно, то есть что Наташа теперь уже одна, оставлена, брошена и, может быть, уже оскорблена.
Ему очень хотелось проникнуть в тайну нашего прибытия, и он вопросительно смотрел на меня и на Нелли. Нелли дрожала, крепко сжимая своей рукой мою, смотрела в землю и изредка только бросала кругом себя пугливый взгляд, как пойманный зверок. Но скоро Анна Андреевна опомнилась и догадалась: она так и кинулась к Нелли, поцеловала ее, приласкала, даже заплакала и с нежностью усадила ее возле себя, не выпуская из своей руки ее руку. Нелли с любопытством и с каким-то удивлением оглядела ее искоса.
Но, обласкав и усадив Нелли подле себя, старушка уже и не знала больше, что делать, и с наивным ожиданием стала смотреть на меня. Старик поморщился, чуть ли не догадавшись, для чего я привел Нелли. Увидев, что я замечаю его недовольную мину и нахмуренный лоб, он поднес к голове свою руку и сказал мне отрывисто:
-- Голова болит, Ваня.
Мы всё еще сидели и молчали; я обдумывал, что начать. В комнате было сумрачно; надвигалась черная туча, и вновь послышался отдаленный раскат грома.
-- Гром-то как рано в эту весну, -- сказал старик. -- А вот в тридцать седьмом году, помню, в наших местах был еще раньше.
Анна Андреевна вздохнула.
-- Не поставить ли самоварчик? -- робко спросила она; но никто ей не ответил, и она опять обратилась к Нелли.
-- Как тебя, моя голубушка, звать? -- спросила она ее. Нелли слабым голосом назвала себя и еще больше потупилась. Старик пристально поглядел на нее.
-- Это Елена, что ли? -- продолжала, оживляясь, старушка.
-- Да, -- отвечала Нелли, и опять последовало минутное молчание.
-- У сестрицы Прасковьи Андреевны была племянница Елена, -- проговорил Николай Сергеич, -- тоже Нелли звали. Я помню.
-- Что ж у тебя, голубушка, ни родных, ни отца, ни матери нету? -- спросила опять Анна Андреевна.
-- Нет, -- отрывисто и пугливо прошептала Нелли.
-- Слышала я это, слышала. А давно ли матушка твоя померла?
-- Недавно.
-- Голубчик ты мой, сироточка, -- продолжала старушка, жалостливо на нее поглядывая. Николай Сергеич в нетерпении барабанил по столу пальцами.
-- Матушка-то твоя из иностранок, что ли, была? Так, что ли, вы рассказывали, Иван Петрович? -- продолжались робкие расспросы старушки.
Нелли бегло взглянула на меня своими черными глазами, как будто призывая меня на помощь. Она как-то неровно и тяжело дышала.
-- У ней, Анна Андреевна, -- начал я, -- мать была дочь англичанина и русской, так что скорее была русская; Нелли же родилась за границей.
-- Как же ее матушка-то с супругом своим за границу поехала?
Нелли вдруг вся вспыхнула. Старушка мигом догадалась, что обмолвилась, и вздрогнула под гневным взглядом старика. Он строго посмотрел на нее и отворотился было к окну.
-- Ее мать была дурным и подлым человеком обманута, -- произнес он, вдруг обращаясь к Анне Андреевне. -- Она уехала с ним от отца и передала отцовские деньги любовнику; а тот выманил их у нее обманом, завез за границу, обокрал и бросил. Один добрый человек ее не оставил и помогал ей до самой своей смерти. А когда он умер, она, два года тому назад, воротилась назад к отцу. Так, что ли, ты рассказывал, Ваня? -- спросил он отрывисто.
Нелли в величайшем волнении встала с места и хотела было идти к дверям.
-- Поди сюда, Нелли, -- сказал старик, протягивая наконец ей руку. -- Сядь здесь, сядь возле меня, вот тут, -- сядь! -- Он нагнулся, поцеловал ее в лоб и тихо начал гладить ее по головке. Нелли так вся и затрепетала... но сдержала себя. Анна Андреевна в умилении, с радостною надеждою смотрела, как ее Николай Сергеич приголубил наконец сиротку.
-- Я знаю, Нелли, что твою мать погубил злой человек, злой и безнравственный, но знаю тоже, что она отца своего любила и почитала, -- с волнением произнес старик, продолжая гладить Нелли по головке и не стерпев, чтоб не бросить нам в эту минуту этот вызов. Легкая краска покрыла его бледные щеки; он старался не взглядывать на нас.
-- Мамаша любила дедушку больше, чем ее дедушка любил, -- робко, но твердо проговорила Нелли, тоже стараясь ни на кого не взглянуть.
-- А ты почему знаешь? -- резко спросил старик, не выдержав, как ребенок, и как будто сам стыдясь своего нетерпения.
-- Знаю, -- отрывисто отвечала Нелли. -- Он не принял матушку и... прогнал ее...
Я видел, что Николаю Сергеичу хотелось было что-то сказать, возразить, сказать, например, что старик за дело не принял дочь, но он поглядел на нас и смолчал.
-- Как же, где же вы жили-то, когда дедушка вас не принял? -- спросила Анна Андреевна, в которой вдруг родилось упорство и желание продолжать именно на эту тему.
-- Когда мы приехали, то долго отыскивали дедушку, -- отвечала Нелли, -- но никак не могли отыскать. Мамаша мне и сказала тогда, что дедушка был прежде очень богатый и фабрику хотел строить, а что теперь он очень бедный, потому что тот, с кем мамаша уехала, взял у ней все дедушкины деньги и не отдал ей. Она мне это сама сказала.
-- Гм... -- отозвался старик.
-- И она говорила мне еще, -- продолжала Нелли, всё более и более оживляясь и как будто желая возразить Николаю Сергеичу, но обращаясь к Анне Андреевне, -- она мне говорила, что дедушка на нее очень сердит, и что она сама во всем перед ним виновата, и что нет у ней теперь на всей земле никого, кроме дедушки. И когда говорила мне, то плакала... "Он меня не простит, -- говорила она, еще когда мы сюда ехали, -- но, может быть, тебя увидит и тебя полюбит, а за тебя и меня простит". Мамаша очень любила меня, и когда это говорила, то всегда меня целовала, а к дедушке идти очень боялась. Меня же учила молиться за дедушку, и сама молилась и много мне еще рассказывала, как она прежде жила с дедушкой и как дедушка ее очень любил, больше всех. Она ему на фортепьяно играла и книги читала по вечерам, а дедушка ее целовал и много ей дарил... всё дарил, так что один раз они и поссорились, в мамашины именины; потому что дедушка думал, что мамаша еще не знает, какой будет подарок, а мамаша уже давно узнала какой. Мамаше хотелось серьги, а дедушка всё нарочно обманывал ее и говорил, что подарит не серьги, а брошку; и когда он принес серьги и как увидел, что мамаша уж знает, что будут серьги, а не брошка, то рассердился за то, что мамаша узнала, и половину дня не говорил с ней, а потом сам пришел ее целовать и прощенья просить...
Нелли рассказывала с увлечением, и даже краска заиграла на ее бледных больных щечках.
Видно было, что ее мамаша не раз говорила с своей маленькой Нелли о своих прежних счастливых днях, сидя в своем угле, в подвале, обнимая и целуя свою девочку (всё, что у ней осталось отрадного в жизни) и плача над ней, а в то же время и не подозревая, с какою силою отзовутся эти рассказы ее в болезненно впечатлительном и рано развившемся сердце больного ребенка.
Но увлекшаяся Нелли как будто вдруг опомнилась, недоверчиво осмотрелась кругом и притихла. Старик наморщил лоб и снова забарабанил по столу; у Анны Андреевны показалась на глазах слезинка, и она молча отерла ее платком.
-- Мамаша приехала сюда очень больная, -- прибавила Нелли тихим голосом, -- у ней грудь очень болела. Мы долго искали дедушку и не могли найти, а сами нанимали в подвале, в углу.
-- В углу, больная-то! -- вскричала Анна Андреевна.
-- Да... в углу... -- отвечала Нелли. Мамаша была бедная. Мамаша мне говорила, -- прибавила она, оживляясь, -- что не грех быть бедной, а что грех быть богатым и обижать... и что ее бог наказывает.
-- Что же вы на Васильевском нанимали? Это там у Бубновой, что ли? -- спросил старик, обращаясь ко мне и стараясь выказать некоторую небрежность в своем вопросе. Спросил же, как будто ему неловко было сидеть молча.
-- Нет, не там... а сперва в Мещанской, -- отвечала Нелли. -- Там было очень темно и сыро, -- продолжала она, помолчав, -- и матушка очень заболела, но еще тогда ходила. Я ей белье мыла, а она плакала. Там тоже жила одна старушка, капитанша, и жил отставной чиновник, и всё приходил пьяный, и всякую ночь кричал и шумел. Я очень боялась его. Матушка брала меня к себе на постель и обнимала меня, а сама вся, бывало, дрожит, а чиновник кричит и бранится. Он хотел один раз прибить капитаншу, а та была старая старушка и ходила с палочкой. Мамаше стало жаль ее, и она за нее заступилась; чиновник и ударил мамашу, а я чиновника...
Нелли остановилась. Воспоминание взволновало ее; глазки ее засверкали.
-- Господи боже мой! -- вскричала Анна Андреевна, до последней степени заинтересованная рассказом и не спускавшая глаз с Нелли, которая преимущественно обращалась к ней.
-- Тогда мамаша вышла, -- продолжала Нелли, -- и меня увела с собой. Это было днем. Мы всё ходили по улицам, до самого вечера, и мамаша всё плакала и всё ходила, а меня вела за руку. Я очень устала; мы и не ели этот день. А мамаша всё сама с собой говорила и мне всё говорила: "Будь бедная, Нелли, и когда я умру, не слушай никого и ничего. Ни к кому не ходи; будь одна, бедная, и работай, а нет работы, так милостыню проси, а к ним не ходи". Только в сумерки мы переходили через одну большую улицу; вдруг мамаша закричала: "Азорка! Азорка!" -- и вдруг большая собака, без шерсти, подбежала к мамаше, завизжала и бросилась к ней, а мамаша испугалась, стала бледная, закричала и бросилась на колени перед высоким стариком, который шел с палкой и смотрел в землю.
А этот высокий старик и был дедушка, и такой сухощавый, в дурном платье. Тут-то я в первый раз и увидала дедушку. Дедушка тоже очень испугался и весь побледнел, и как увидал, что мамаша лежит подле него и обхватила его ноги, -- он вырвался, толкнул мамашу, ударил по камню палкой и пошел скоро от нас. Азорка еще остался и всё выл и лизал мамашу, потом побежал к дедушке, схватил его за полу и потащил назад, а дедушка его ударил палкой. Азорка опять к нам было побежал, да дедушка кликнул его, он и побежал за дедушкой и всё выл. А мамаша лежала как мертвая, кругом народ собрался, полицейские пришли. Я всё кричала и подымала мамашу. Она и встала, огляделась кругом и пошла за мной. Я ее повела домой. Люди на нас долго смотрели и всё головой качали...
Нелли приостановилась перевести дух и скрепить себя. Она была очень бледна, но решительность сверкала в ее взгляде. Видно было, что она решилась наконец всё говорить. В ней было даже что-то вызывающее в эту минуту.
-- Что ж, -- заметил Николай Сергеич неровным голосом, с какою-то раздражительною резкостью, -- что ж, твоя мать оскорбила своего отца, и он за дело отверг ее...
-- Матушка мне то же говорила, -- резко подхватила Нелли, -- и, как мы шли домой, всё говорила: это твой дедушка, Нелли, а я виновата перед ним, вот он и проклял меня, за это меня теперь бог и наказывает, и весь вечер этот и все следующие дни всё это же говорила. А говорила, как будто себя не помнила...
Старик смолчал.
-- А потом как же вы на другую-то квартиру перебрались? -- спросила Анна Андреевна, продолжавшая тихо плакать.
-- Мамаша в ту же ночь заболела, а капитанша отыскала квартиру у Бубновой, а на третий день мы и переехали, и капитанша с нами; и как переехали, мамаша совсем слегла и три недели лежала больная, а я ходила за ней. Деньги у нас совсем все вышли, и нам помогла капитанша и Иван Александрыч.
-- Гробовщик, хозяин, -- сказал я в пояснение.
-- А когда мамаша встала с постели и стала ходить, тогда мне про Азорку и рассказала.
Нелли приостановилась. Старик как будто обрадовался, что разговор перешел на Азорку.
-- Что ж она про Азорку тебе рассказывала? -- спросил он, еще более нагнувшись в своих креслах, точно чтоб еще больше скрыть свое лицо и смотреть вниз.
-- Она всё мне говорила про дедушку, -- отвечала Нелли, -- и больная всё про него говорила, и когда в бреду была, тоже говорила. Вот она как стала выздоравливать, то и начала мне опять рассказывать, как она прежде жила... тут и про Азорку рассказала, потому что раз где-то на реке, за городом, мальчишки тащили Азорку на веревке топить, а мамаша дала им денег и купила у них Азорку. Дедушка, как увидел Азорку, стал над ним очень смеяться. Только Азорка и убежал. Мамаша стала плакать; дедушка испугался и сказал, что даст сто рублей тому, кто приведет Азорку. На третий день его и привели; дедушка сто рублей отдал и с этих пор стал любить Азорку. А мамаша так его стала любить, что даже на постель с собой брала. Она мне рассказывала, что Азорка прежде с комедиантами по улицам ходил, и служить умел, и обезьяну на себе возил, и ружьем умел делать, и много еще умел... А когда мамаша уехала от дедушки, то дедушка и оставил Азорку у себя и всё с ним ходил, так что на улице, как только мамаша увидала Азорку, тотчас же и догадалась, что тут же и дедушка...
Старик, видимо, ожидал не того об Азорке и всё больше и больше хмурился. Он уж не расспрашивал более ничего.
-- Так как же, вы так больше и не видали дедушку? -- спросила Анна Андреевна.
-- Нет, когда мамаша стала выздоравливать, тогда я встретила опять дедушку. Я ходила в лавочку за хлебом: вдруг увидела человека с Азоркой, посмотрела и узнала дедушку. Я посторонилась и прижалась к стене. Дедушка посмотрел на меня, долго смотрел и такой был страшный, что я его очень испугалась, и прошел мимо; Азорка же меня припомнил и начал скакать подле меня и мне руки лизать. Я поскорей пошла домой, посмотрела назад, а дедушка зашел в лавочку. Тут я подумала: верно, расспрашивает, и испугалась еще больше, и когда пришла домой, то мамаше ничего не сказала, чтоб мамаша опять не сделалась больна. Сама же в лавочку на другой день не ходила; сказала, что у меня голова болит; а когда пошла на третий день, то никого не встретила и ужасно боялась, так что бегом бежала. А еще через день вдруг я иду, только что за угол зашла, а дедушка передо мной и Азорка. Я побежала и поворотила в другую улицу и с другой стороны в лавочку зашла; только вдруг прямо на него опять и наткнулась и так испугалась, что тут же и остановилась и не могу идти. Дедушка стал передо мною и опять долго смотрел на меня, а потом погладил меня по головке, взял за руку и повел меня, а Азорка за нами и хвостом махает. Тут я и увидала, что дедушка и ходить прямо уж не может и всё на палку упирается, а руки у него совсем дрожат. Он меня привел к разносчику, который на углу сидел и продавал пряники и яблоки. Дедушка купил пряничного петушка и рыбку, и одну конфетку, и яблоко, и когда вынимал деньги из кожаного кошелька, то руки у него очень тряслись, и он уронил пятак, а я подняла ему. Он мне этот пятак подарил, и пряники отдал, и погладил меня по голове, но опять ничего не сказал, а пошел от меня домой.
Тогда я пришла к мамаше и рассказала ей всё про дедушку, и как я сначала его боялась и пряталась от него. Мамаша мне сперва не поверила, а потом так обрадовалась, что весь вечер меня расспрашивала, целовала и плакала, и когда я уж ей всё рассказала, то она мне вперед приказала: чтоб я никогда не боялась дедушку и что, стало быть, дедушка любит меня, коль нарочно приходил ко мне. И велела, чтоб я ласкалась к дедушке и говорила с ним. А на другой день всё меня высылала несколько раз поутру, хотя я и сказала ей, что дедушка приходил всегда только перед вечером. Сама же она за мной издали шла и за углом пряталась и на другой день также, но дедушка не пришел, а в эти дни шел дождь, и матушка очень простудилась, потому что всё со мной выходила за ворота, и опять слегла.
Дедушка же пришел через неделю и опять мне купил одну рыбку и яблоко и опять ничего не сказал. А когда уж он пошел от меня, я тихонько пошла за ним, потому что заранее так вздумала, чтоб узнать, где живет дедушка, и сказать мамаше. Я шла издали по другой стороне улицы, так чтоб дедушка меня не видал. А жил он очень далеко, не там, где после жил и умер, а в Гороховой, тоже в большом. доме, в четвертом этаже. Я всё это узнала и поздно воротилась домой. Мамаша очень испугалась, потому что не знала, где я была. Когда же я рассказала, то мамаша опять очень обрадовалась и тотчас же хотела идти к дедушке, на другой же день; но на другой день стала думать и бояться и всё боялась, целых три дня; так и не ходила. А потом позвала меня и сказала: вот что, Нелли, я теперь больна и не могу идти, а я написала письмо твоему дедушке, поди к нему и отдай письмо. И смотри, Нелли, как он его прочтет, что скажет и что будет делать; а ты стань на колени, целуй его и проси его, чтоб он простил твою мамашу... И мамаша очень плакала, и всё меня целовала, и крестила в дорогу, и богу молилась, и меня с собой на колени перед образом поставила и хоть очень была больна, но вышла меня провожать к воротам, и когда я оглядывалась, она всё стояла и глядела на меня, как я иду...
Я пришла к дедушке и отворила дверь, а дверь была без крючка. Дедушка сидел за столом и кушал хлеб с картофелем, а Азорка стоял перед ним, смотрел, как он ест, и хвостом махал. У дедушки тоже и в той квартире были окна низкие, темные и тоже только один стол и стул. А жил он один. Я вошла, и он так испугался, что весь побледнел и затрясся. Я тоже испугалась и ничего не сказала, а только подошла к столу и положила письмо. Дедушка как увидал письмо, то так рассердился, что вскочил, схватил палку и замахнулся на меня, но не ударил, а только вывел меня в сени и толкнул меня. Я еще не успела и с первой лестницы сойти, как он отворил опять дверь и выбросил мне назад письмо нераспечатанное. Я пришла домой и всё рассказала. Тут матушка слегла опять...
В эту минуту раздался довольно сильный удар грома, и дождь крупным ливнем застучал в стекла; в комнате стемнело. Старушка словно испугалась и перекрестилась. Мы все вдруг остановились.
-- Сейчас пройдет, -- сказал старик, поглядывая на окна; затем встал и прошелся взад и вперед по комнате.
Нелли искоса следила за ним взглядом. Она была в чрезвычайном, болезненном волнении. Я видел это; но на меня она как-то избегала глядеть.
-- Ну, что ж дальше? -- спросил старик, снова усевшись в свои кресла.
Нелли пугливо огляделась кругом.
-- Так ты уж больше и не видала своего дедушку?
-- Нет, видела...
-- Да, да! Рассказывай, голубчик мой, рассказывай, -- подхватила Анна Андреевна.
-- Я его три недели не видела, -- начала Нелли, -- до самой зимы. Тут зима стала, и снег выпал. Когда же я встретила дедушку опять, на прежнем месте, то очень обрадовалась... потому что мамаша тосковала, что он не ходит. Я, как увидела его, нарочно побежала на другую сторону улицы, чтоб он видел, что я бегу от него. Только я оглянулась и вижу, что дедушка сначала скоро пошел за мной, а потом и побежал, чтоб меня догнать, и стал кричать мне: "Нелли, Нелли!" И Азорка бежал за ним. Мне жалко стало, я и остановилась. Дедушка подошел, и взял меня за руку, и повел, а когда увидел, что я плачу, остановился, посмотрел на меня, нагнулся и поцеловал. Тут он увидал, что у меня башмаки худые, и спросил: разве у меня нет других. Я тотчас же сказала ему поскорей, что у мамаши совсем нет денег и что нам хозяева из одной жалости есть дают. Дедушка ничего не сказал, но повел меня на рынок и купил мне башмаки и велел тут же их надеть, а потом повел меня к себе, в Гороховую, а прежде зашел в лавочку и купил пирог и две конфетки, и когда мы пришли, сказал, чтоб я ела пирог, и смотрел на меня, когда я ела, а потом дал мне конфетки. А Азорка положил лапы на стол и тоже просил пирога, я ему и дала, и дедушка засмеялся. Потом взял меня, поставил подле себя, начал по голове гладить и спрашивать: училась ли я чему-нибудь и что я знаю? Я ему сказала, а он велел мне, как только мне можно будет, каждый день, в три часа, ходить к нему, и что он сам будет учить меня. Потом сказал мне, чтоб я отвернулась и смотрела в окно, покамест он скажет, чтоб я опять повернулась к нему. Я так и стояла, но тихонько обернулась назад и увидела, что он распорол свою подушку, с нижнего уголка, и вынул четыре целковых. Когда вынул, принес их мне и сказал: "Это тебе одной". Я было взяла, но потом подумала и сказала: "Коли мне одной, так не возьму". Дедушка вдруг рассердился и сказал мне: "Ну, бери как знаешь, ступай". Я вышла, а он и не поцеловал меня.
Как я пришла домой, всё мамаше и рассказала. А мамаше всё становилось хуже и хуже. К гробовщику ходил один студент; он лечил мамашу и велел ей лекарства принимать.
А я ходила к дедушке часто; мамаша так приказывала. Дедушка купил Новый завет и географию и стал меня учить; а иногда рассказывал/какие на свете есть земли, и какие люди живут, и какие моря, и что было прежде, и как Христос нас всех простил. Когда я его сама спрашивала, то он был очень рад; потому я и стала часто его спрашивать, и он всё рассказывал и про бога много говорил. А иногда мы не учились и с Азоркой играли: Азорка меня очень стал любить, и я его выучила через палку скакать, и дедушка смеялся и всё меня по головке гладил. Только дедушка редко смеялся. Один раз много говорит, а то вдруг замолчит и сидит, как будто заснул, а глаза открыты. Так и досидит до сумерек, а в сумерки он такой становится страшный, старый такой... А то, бывало, приду к нему, а он сидит на своем стуле, думает и ничего не слышит, и Азорка подле него лежит. Я жду, жду и кашляю; дедушка всё не оглядывается. Я так и уйду. А дома мамаша так уж и ждет меня: она лежит, а я ей рассказываю всё, всё, так и ночь придет, а я всё говорю, и она всё слушает про дедушку: что он делал сегодня и что мне рассказывал, какие истории, и что на урок мне задал. А как начну про Азорку, что я его через палку заставляла скакать и что дедушка смеялся, то и она вдруг начнет смеяться и долго, бывало, смеется и радуется и опять заставляет повторить, а потом молиться начнет. А я всё думала: что ж мамаша так любит дедушку, а он ее не любит, и когда пришла к дедушке, то нарочно стала ему рассказывать, как мамаша его любит. Он всё слушал, такой сердитый, а всё слушал и ни слова не говорил; тогда я и спросила, отчего мамаша его так любит, что всё об нем спрашивает, а он никогда про мамашу не спрашивает. Дедушка рассердился и выгнал меня за дверь; я немножко постояла за дверью, а он вдруг опять отворил и позвал меня назад, и всё сердился и молчал. А когда потом мы начали Закон божий читать, я опять спросила: отчего же Иисус Христос сказал: любите друг друга и прощайте обиды, а он не хочет простить мамашу? Тогда он вскочил и закричал, что это мамаша меня научила, вытолкнул меня в другой раз вон и сказал, чтоб я никогда не смела теперь к нему приходить. А я сказала, что я и сама теперь к нему не приду, и ушла от него... А дедушка на другой день из квартиры переехал...
-- Я сказал, что дождь скоро пройдет, вот и прошел, вот и солнышко... смотри, Ваня, -- сказал Николай Сергеевич, оборотясь к окну.
Анна Андреевна поглядела на него в чрезвычайном недоумении, и вдруг негодование засверкало в глазах доселе смирной и напуганной старушки. Молча взяла она Нелли за руку и посадила к себе на колени.
-- Рассказывай мне, ангел мой, -- сказала она, -- я буду тебя слушать. Пусть те, у кого жестокие сердца...
Она не договорила и заплакала. Нелли вопросительно взглянула на меня как бы в недоумении и в испуге. Старик посмотрел на меня, пожал плечами было, но тотчас же отвернулся.
-- Продолжай, Нелли, -- сказал я.
-- Я три дня не ходила к дедушке, -- начала опять Нелли, -- а в это время мамаше стало худо. Деньги у нас все вышли, а лекарства не на что было купить, да и не ели мы ничего, потому что у хозяев тоже ничего не было, и они стали нас попрекать, что мы на их счет живем. Тогда я на третий день утром встала и начала одеваться. Мамаша спросила: куда я иду? Я и сказала: к дедушке, просить денег, и она обрадовалась, потому что я уже рассказала мамаше всё, как он прогнал меня от себя, и сказала ей, что не хочу больше ходить к дедушке, хоть она и плакала и уговаривала меня идти. Я пришла и узнала, что дедушка переехал, и пошла искать его в новый дом. Как только я пришла к нему в новую квартиру, он вскочил, бросился на меня и затопал ногами, и я ему тотчас сказала, что мамаша очень больна, что на лекарство надо денег, пятьдесят копеек, а нам есть нечего. Дедушка закричал и вытолкал меня на лестницу и запер за мной дверь на крючок. Но когда он толкал меня, я ему сказала, что я на лестнице буду сидеть и до тех пор не уйду, покамест он денег не даст. Я и сидела на лестнице. Немного спустя он отворил дверь и увидел, что я сижу, и опять затворил. Потом долго прошло, он опять отворил, опять увидал меня и опять затворил. И потом много раз отворял и смотрел. Наконец вышел с Азоркой, запер дверь и прошел мимо меня со двора и ни слова мне не сказал. И я ни слова не сказала, и так и осталась сидеть, и сидела до сумерек.
-- Голубушка моя, -- вскричала Анна Андреевна, -- да ведь холодно, знать, на лестнице-то было!
-- Я была в шубке, -- отвечала Нелли.
-- Да что ж в шубке... голубчик ты мой, сколько ты натерпелась! Что ж он, дедушка-то твой?
Губки у Нелли начало было потрогивать, но она сделала чрезвычайное усилие и скрепила себя.
-- Он пришел, когда уже стало совсем темно, и, входя, наткнулся на меня и закричал: кто тут? Я сказала, что это я. А он, верно, думал, что я давно ушла, и как увидал, что я всё еще тут, то очень удивился и долго стоял передо мной. Вдруг ударил по ступенькам палкой, побежал, отпер свою дверь и через минуту вынес мне медных денег, всё пятаки, и бросил их в меня на лестницу. "Вот тебе, закричал, возьми, это у меня всё, что было, и скажи твоей матери, что я ее проклинаю", -- а сам захлопнул дверь. А пятаки покатились по лестнице. Я начала подбирать их в темноте, и дедушка, видно, догадался, что он разбросал пятаки и что в темноте мне их трудно собрать, отворил дверь и вынес свечу, и при свечке я скоро их собрала. И дедушка сам сбирал вместе со мной, и сказал мне, что тут всего должно быть семь гривен, и сам ушел. Когда я пришла домой, я отдала деньги и всё рассказала мамаше, и мамаше сделалось хуже, а сама я всю ночь была больна и на другой день тоже вся в жару была, но я только об одном думала, потому что сердилась на дедушку, и когда мамаша заснула, пошла на улицу, к дедушкиной квартире, и, не доходя, стала на мосту. Тут и прошел тот...
-- Это Архипов, -- сказал я, -- тот, об котором я говорил, Николай Сергеич, вот что с купцом у Бубновой был и которого там отколотили. Это в первый раз Нелли его тогда увидала... Продолжай, Нелли.
-- Я остановила его и попросила денег, рубль серебром. Он посмотрел на меня и спросил: "Рубль серебром?" Я сказала: "Да". Тогда он засмеялся и сказал мне: "Пойдем со мной". Я не знала, идти ли, вдруг подошел один старичок, в золотых очках, -- а он слышал, как я спрашивала рубль серебром, -- нагнулся ко мне и спросил, для чего я непременно столько хочу. Я сказала ему, что мамаша больна и что нужно столько на лекарство. Он спросил, где мы живем, и записал, и дал мне бумажку, рубль серебром. А тот, как увидал старика в очках, ушел и не звал меня больше с собой. Я пошла в лавочку и разменяла рубль на медные; тридцать копеек завернула в бумажку и отложила мамаше, а семь гривен не завернула в бумажку, а нарочно зажала в руках и пошла к дедушке. Как пришла к нему, то отворила дверь, стала на пороге, размахнулась и бросила ему с размаху все деньги, так они и покатились по полу.
-- Вот, возьмите ваши деньги! -- сказала я ему. -- Не надо их от вас мамаше, потому что вы ее проклинаете, -- хлопнула дверью и тотчас же убежала прочь.
Ее глаза засверкали, и она с наивно вызывающим видом взглянула на старика.
-- Так и надо, -- сказала Анна Андреевна, не смотря на Николая Сергеича и крепко прижимая к себе Нелли, -- так и надо с ним; твой дедушка был злой и жестокосердый...
-- Гм! -- отозвался Николай Сергеич.
-- Ну, так как же, как же? -- с нетерпением спрашивала Анна Андреевна.
-- Я перестала ходить больше к дедушке, и он перестал ходить ко мне, -- отвечала Нелли.
-- Что ж, как же вы остались с мамашей-то? Ох, бедные вы, бедные!
-- А мамаше стало еще хуже, и она уже редко вставала с постели, -- продолжала Нелли, и голос ее задрожал и прервался. -- Денег у нас уж ничего больше не было, я и стала ходить с капитаншей. А капитанша по домам ходила, тоже и на улице людей хороших останавливала и просила, тем и жила. Она говорила мне, что она не нищая, а что у ней бумаги есть, где ее чин написан и написано тоже, что она бедная. Эти бумаги она и показывала, и ей за это деньги давали. Она и говорила мне, что у всех просить не стыдно. Я и ходила с ней, и нам подавали, тем мы и жили. Мамаша узнала про это, потому что жильцы стали попрекать, что она нищая, а Бубнова сама приходила к мамаше и говорила, что лучше б она меня к ней отпустила, а не просить милостыню. Она и прежде к мамаше приходила и ей денег носила; а когда мамаша не брала от нее, то Бубнова говорила: зачем вы такие гордые, и кушанье присылала. А как сказала она это теперь про меня, то мамаша заплакала, испугалась, а Бубнова начала ее бранить, потому что была пьяна, и сказала, что я и без того нищая и с капитаншей хожу, и в тот же вечер выгнала капитаншу из дому. Мамаша как узнала про всё, то стала плакать, потом вдруг встала с постели, оделась, схватила меня за руку и повела за собой. Иван Александрыч стал ее останавливать, но она не слушала, и мы вышли. Мамаша едва могла ходить и каждую минуту садилась на улице, а я ее придерживала. Мамаша всё говорила, что идет к дедушке и чтоб я вела ее, а уж давно стала ночь. Вдруг мы пришли в большую улицу; тут перед одним домом останавливались кареты и много выходило народу, а в окнах везде был свет, и слышна была музыка. Мамаша остановилась, схватила меня и сказала мне тогда: "Нелли, будь бедная, будь всю жизнь бедная, не ходи к ним, кто бы тебя ни позвал, кто бы ни пришел. И ты бы могла там быть, богатая и в хорошем платье, да я этого не хочу. Они злые и жестокие, и вот тебе мое приказание: оставайся бедная, работай и милостыню проси, а если кто придет за тобой, скажи: не хочу к вам!.." Это мне говорила мамаша, когда больна была, и я всю жизнь хочу ее слушаться, -- прибавила Нелли, дрожа от волнения, с разгоревшимся личиком, -- и всю жизнь буду служить и работать, и к вам пришла тоже служить и работать, а не хочу быть как дочь...
-- Полно, полно, голубка моя, полно! -- вскрикнула старушка, крепко обнимая Нелли. -- Ведь матушка твоя была в это время больна, когда говорила.
-- Безумная была, -- резко заметил старик.
-- Пусть безумная! -- подхватила Нелли, резко обращаясь к нему, -- пусть безумная, но она мне так приказала, так я и буду всю жизнь. И когда она мне это сказала, то даже в обморок упала.
-- Господи боже! -- вскрикнула Анна Андреевна, -- больная-то, на улице, зимой?..
-- Нас хотели взять в полицию, но один господин вступился, расспросил у меня квартиру, дал мне десять рублей и велел отвезти мамашу к нам домой на своих лошадях. После этого мамаша уж и не вставала, а через три недели умерла...
-- А отец-то что ж? Так и не простил? -- вскрикнула Анна Андреевна.
-- Не простил! -- отвечала Нелли, с мучением пересиливая себя. -- За неделю до смерти мамаша подозвала меня и сказала: "Нелли, сходи еще раз к дедушке, в последний раз, и попроси, чтоб он пришел ко мне и простил меня; скажи ему, что я через несколько дней умру и тебя одну на свете оставляю. И скажи ему еще, что мне тяжело умирать..." Я и пошла, постучалась к дедушке, он отворил и, как увидел меня, тотчас хотел было передо мной дверь затворитъ, но я ухватилась за дверь обеими руками и закричала ему: "Мамаша умирает, вас зовет, идите!.." Но он оттолкнул меня и захлопнул дверь. Я воротилась к мамаше, легла подле нее, обняла ее и ничего не сказала... Мамаша тоже обняла меня и ничего не расспрашивала...
Тут Николай Сергеич тяжело оперся рукой на стол и встал, но, обведя нас всех каким-то странным, мутным взглядом, как бы в бессилии опустился в кресла. Анна Андреевна уже не глядела на него, но, рыдая, обнимала Нелли...
-- Вот в последний день, перед тем как ей умереть, перед вечером, мамаша подозвала меня к себе, взяла меня за руку и сказала: "Я сегодня умру, Нелли", хотела было еще говорить, но уж не могла.
Я смотрю на нее, а она уж как будто меня и не видит, только в руках мою руку крепко держит. Я тихонько вынула руку и побежала из дому, и всю дорогу бежала бегом и прибежала к дедушке. Как он увидел меня, то вскочил со стула и смотрит, и так испугался, что совсем стал такой бледный и весь задрожал. Я схватила его за руку и только одно выговорила: "Сейчас умрет". Тут он вдруг так и заметался; схватил свою палку и побежал за мной; даже и шляпу забыл, а было холодно. Я схватила шляпу и надела ее ему, и мы вместе выбежали. Я торопила его и говорила, чтоб он нанял извозчика, потому что мамаша сейчас умрет; но у дедушки было только семь копеек всех денег. Он останавливал извозчиков, торговался, но они только смеялись, и над Азоркой смеялись, а Азорка с нами бежал, и мы всё дальше и дальше бежали. Дедушка устал и дышал трудно, но всё торопился и бежал. Вдруг он упал, и шляпа с него соскочила. Я подняла его, надела ему опять шляпу и стала его рукой вести, и только перед самой ночью мы пришли домой... Но матушка уже лежала мертвая. Как увидел ее дедушка, всплеснул руками, задрожал и стал над ней, а сам ничего не говорит. Тогда я подошла к мертвой мамаше, схватила дедушку за руку и закричала ему: "Вот, жестокий и злой человек, вот, смотри!.. смотри!" -- тут дедушка закричал и упал на пол как мертвый...
Нелли вскочила, высвободилась из объятий Анны Андреевны и стала посреди нас, бледная, измученная и испуганная. Но Анна Андреевна бросилась к ней и, снова обняв ее, закричала как будто в каком-то вдохновении:
-- Я, я буду тебе мать теперь, Нелли, а ты мое дитя! Да, Нелли, уйдем, бросим их всех, жестоких и злых! Пусть потешаются над людьми, бог, бог зачтет им... Пойдем, Нелли, пойдем отсюда, пойдем!..
Я никогда, ни прежде, ни после, не видал ее в таком состоянии, да и не думал, чтоб она могла быть когда-нибудь так взволнована. Николай Сергеич выпрямился в креслах, приподнялся и прерывающимся голосом спросил:
-- Куда ты, Анна Андреевна?
-- К ней, к дочери, к Наташе! -- закричала она и потащила Нелли за собой к дверям.
-- Постой, постой, подожди!..
-- Нечего ждать, жестокосердый и злой человек! Я долго ждала, и она долго ждала, а теперь прощай!..
Ответив это, старушка обернулась, взглянула на мужа и остолбенела: Николай Сергеич стоял перед ней, захватив свою шляпу, и дрожавшими бессильными руками торопливо натягивал на себя свое пальто.
-- И ты... и ты со мной! -- вскрикнула она, с мольбою сложив руки и недоверчиво смотря на него, как будто не смея и поверить такому счастью.
-- Наташа, где моя Наташа! Где она! Где дочь моя! -- вырвалось наконец из груди старика. -- Отдайте мне мою Наташу! Где, где она! -- и, схватив костыль, который я ему подал, он бросился к дверям.
-- Простил! Простил! -- вскричала Анна Андреевна.
Но старик не дошел до порога. Дверь быстро отворилась, и в комнату вбежала Наташа, бледная, с сверкающими глазами, как будто в горячке. Платье ее было измято и смочено дождем. Платочек, которым она накрыла голову, сбился у ней на затылок, и на разбившихся густых прядях ее волос сверкали крупные капли дождя. Она вбежала, увидала отца и с криком бросилась перед ним на колена, простирая к нему руки.
Но он уже держал ее в своих объятиях!..
Он схватил ее и, подняв как ребенка, отнес в свои кресла, посадил ее, а сам упал перед ней на колена. Он целовал ее руки, ноги; он торопился целовать ее, торопился наглядеться на нее, как будто еще не веря, что она опять вместе с ним, что он опять ее видит и слышит, -- ее, свою дочь, свою Наташу! Анна Андреевна, рыдая, охватила ее, прижала голову ее к своей груди и так и замерла в этом объятии, не в силах произнесть слова.
-- Друг мой!.. жизнь моя!.. радость моя!.. -- бессвязно восклицал старик, схватив руки Наташи и, как влюбленный, смотря в бледное, худенькое, но прекрасное личико ее, в глаза ее, в которых блистали слезы. -- Радость моя, дитя мое! -- повторял он и опять смолкал и с благоговейным упоением глядел на нее. -- Что же, что же мне сказали, что она похудела! -- проговорил он с торопливою, как будто детскою улыбкою, обращаясь к нам и всё еще стоя перед ней на коленах. -- Худенькая, правда, бледненькая, но посмотри на нее, какая хорошенькая! Еще лучше, чем прежде была, да, лучше! -- прибавил он, невольно умолкая под душевной болью, радостною болью, от которой как будто душу ломит надвое.
-- Встаньте, папаша! Да встаньте же, -- говорила Наташа, -- ведь мне тоже хочется вас целовать...
-- О милая! Слышишь, слышишь, Аннушка, как она это хорошо сказала, -- и он судорожно обнял ее.
-- Нет, Наташа, мне, мне надо у твоих ног лежать до тех пор, пока сердце мое услышит, что ты простила меня, потому что никогда, никогда не могу заслужить я теперь от тебя прощения! Я отверг тебя, я проклинал тебя, слышишь, Наташа, я проклинал тебя, -- и я мог это сделать!.. А ты, а ты, Наташа: и могла ты поверить, что я тебя проклял! И поверила -- ведь поверила! Не надо было верить! Не верила бы, -- просто бы не верила! Жестокое сердечко! Что же ты не шла ко мне? Ведь ты знала, как я приму тебя!.. О Наташа, ведь ты помнишь, как я прежде тебя любил: ну, а теперь и во всё это время я тебя вдвое, в тысячу раз больше любил, чем прежде! Я тебя с кровью любил! Душу бы из себя с кровью вынул, сердце свое располосовал да к ногам твоим положил бы!.. О радость моя!
-- Да поцелуйте же меня, жестокий вы человек, в губы, в лицо поцелуйте, как мамаша целует! -- воскликнула Наташа больным, расслабленным, полным слезами радости голосом.
-- И в глазки тоже! И в глазки тоже! Помнишь, как прежде, -- повторял старик после долгого, сладкого объятия с дочерью. -- О Наташа! Снилось ли тебе когда про нас? А мне ты снилась чуть не каждую ночь, и каждую ночь ты ко мне приходила, и я над тобой плакал, а один раз ты, как маленькая, пришла, помнишь, когда еще тебе только десять лет было и ты на фортепьяно только что начинала учиться, -- пришла в коротеньком платьице, в хорошеньких башмачках и с ручками красненькими... ведь у ней красненькие такие ручки были тогда, помнишь, Аннушка?-- пришла ко мне, на колени села и обняла меня... И ты, и ты, девочка ты злая! И ты могла думать, что я проклял тебя, что я не приму тебя, если б ты пришла!.. Да ведь я... слушай, Наташа: да ведь я часто к тебе ходил, и мать не знала, и никто не знал; то под окнами у тебя стою, то жду: полсутки иной раз жду где-нибудь на тротуаре у твоих ворот! Не выйдешь ли ты, чтоб издали только посмотреть на тебя! А то у тебя по вечерам свеча на окошке часто горела; так сколько раз я, Наташа, по вечерам к тебе ходил, хоть на свечку твою посмотреть, хоть тень твою в окне увидать, благословить тебя на ночь. А ты благословляла ли меня на ночь? Думала ли обо мне? Слышало ли твое сердечко, что я тут под окном? А сколько раз зимой я поздно ночью на твою лестницу подымусь и в темных сенях стою, сквозь дверь прислушиваюсь: не услышу ли твоего голоска? Не засмеешься ли ты? Проклял? Да ведь я в этот вечер к тебе приходил, простить тебя хотел и только от дверей воротился... О Наташа!
Он встал, он приподнял ее из кресел и крепко-крепко прижал ее к сердцу.
-- Она здесь опять, у моего сердца! -- вскричал он, -- о, благодарю тебя, боже, за всё, за всё, и за гнев твой и за милость твою!.. И за солнце твое, которое просияло теперь, после грозы, на нас! За всю эту минуту благодарю! О! пусть мы униженные, пусть мы оскорбленные, но мы опять вместе, и пусть, пусть теперь торжествуют эти гордые и надменные, унизившие и оскорбившие нас! Пусть они бросят в нас камень! Не бойся, Наташа... Мы пойдем рука в руку, и я скажу им: это моя дорогая, это возлюбленная дочь моя, это безгрешная дочь моя, которую вы оскорбили и унизили, но которую я, я люблю и которую благословляю во веки веков!..
-- Ваня! Ваня!.. -- слабым голосом проговорила Наташа, протягивая мне из объятий отца свою руку.
О! никогда я не забуду, что в эту минуту она вспомнила обо мне и позвала меня!
-- Где же Нелли? -- спросил старик, озираясь.
-- Ах, где же она? -- вскрикнула старушка, -- голубчик мой! Ведь мы так ее и оставили!
Но ее не было в комнате; она незаметно проскользнула в спальню. Все пошли туда. Нелли стояла в углу, за дверью, и пугливо пряталась от нас.
-- Нелли, что с тобой, дитя мое! -- воскликнул старик, желая обнять ее. Но она как-то долго на него посмотрела...
-- Мамаша, где мамаша? -- проговорила она, как в беспамятстве, -- где, где моя мамаша? -- вскрикнула она еще раз, протягивая свои дрожащие руки к нам, и вдруг страшный, ужасный крик вырвался из ее груди; судороги пробежали по лицу ее, и она в страшном припадке упала на пол...
Давно уже наступили сумерки, настал вечер, и только тогда я очнулся от мрачного кошмара и вспомнил о настоящем.
-- Нелли, -- сказал я, -- вот ты теперь больна, расстроена, а я должен тебя оставить одну, взволнованную и в слезах. Друг мой! Прости меня и узнай, что тут есть тоже одно любимое и непрощенное существо, несчастное, оскорбленное и покинутое. Она ждет меня. Да и меня самого влечет теперь после твоего рассказа так, что я, кажется, не перенесу, если не увижу ее сейчас, сию минуту....
Не знаю, поняла ли Нелли всё, что я ей говорил. Я был взволнован и от рассказа и от недавней болезни; но я бросился к Наташе. Было уже поздно, час девятый, когда я вошел к ней.
Еще на улице, у ворот дома, в котором жила Наташа, я заметил коляску, и мне показалось, что это коляска князя. Вход к Наташе был со двора. Только что я стал входить на лестницу, я заслышал перед собой, одним всходом выше, человека, взбиравшегося ощупью, осторожно, очевидно незнакомого с местностью. Мне вообразилось, что это должен быть князь; но вскоре я стал разуверяться. Незнакомец, взбираясь наверх, ворчал и проклинал дорогу и всё сильнее и энергичнее, чем выше он подымался. Конечно, лестница была узкая, грязная, крутая, никогда не освещенная; но таких ругательств, какие начались в третьем этаже, я бы никак не мог приписать князю: взбиравшийся господин ругался, как извозчик. Но с третьего этажа начался свет; у Наташиных дверей горел маленький фонарь. У самой двери я нагнал моего незнакомца, и каково же было мое изумление, когда я узнал в нем князя. Кажется, ему чрезвычайно было неприятно так нечаянно столкнуться со мною. Первое мгновение он не узнал меня; но вдруг всё лицо его преобразилось. Первый, злобный и ненавистный взгляд его на меня сделался вдруг приветливым и веселым, и он с какою-то необыкновенною радостью протянул мне обе руки.
-- Ах, это вы! А я только что хотел было стать на колена и молить бога о спасении моей жизни. Слышали, как я ругался?
И он захохотал простодушнейшим образом. Но вдруг лицо его приняло серьезное и заботливое выражение.
-- И Алеша мог поместить Наталью Николаевну в такой квартире! -- сказал он, покачивая головою. -- Вот эти-то так называемые мелочи и обозначают человека. Я боюсь за него. Он добр, у него благородное сердце, но вот вам пример: любит без памяти, а помещает ту, которую любит, в такой конуре. Я даже слышал, что иногда хлеба не было, -- прибавил он шепотом, отыскивая ручку колокольчика. -- У меня голова трещит, когда подумаю о его будущности, а главное, о будущности Анны Николаевны, когда она будет его женой...
Он ошибся именем и не заметил того, с явною досадою не находя колокольчика. Но колокольчика и не было. Я подергал ручку замка, и Мавра тотчас же нам отворила, суетливо встречая нас. В кухне, отделявшейся от крошечной передней деревянной перегородкой, сквозь отворенную дверь заметны были некоторые приготовления: всё было как-то не по-всегдашнему, вытерто и вычищено; в печи горел огонь; на столе стояла какая-то новая посуда. Видно было, что нас ждали. Мавра бросилась снимать наши пальто.
-- Алеша здесь? -- спросил я ее.
-- Не бывал, -- шепнула она мне как-то таинственно.
Мы вошли к Наташе. В ее комнате не было никаких особенных приготовлений; всё было по-старому. Впрочем, у нее всегда было всё так чисто и мило, что нечего было и прибирать. Наташа встретила нас, стоя перед дверью. Я поражен был болезненной худобой и чрезвычайной бледностью ее лица, хотя румянец и блеснул на одно мгновение на ее помертвевших щеках. Глаза были лихорадочные.
Она молча и торопливо протянула князю руку, приметно суетясь и теряясь. На меня же она и не взглянула. Я стоял и ждал молча.
-- Вот и я! -- дружески и весело заговорил князь, -- только несколько часов как воротился. Всё это время вы не выходили из моего ума (он нежно поцеловал ее руку), -- и сколько, сколько я передумал о вас! Сколько выдумал вам сказать, передать... Ну, да мы наговоримся! Во-первых, мой ветрогон, которого, я вижу, еще здесь нет...
-- Позвольте, князь, -- перебила его Наташа, покраснев и смешавшись, -- мне надо сказать два слова Ивану Петровичу. Ваня, пойдем... два слова...
Она схватила меня за руку и повела за ширмы.
-- Ваня, -- сказала она шепотом, заведя меня в самый темный угол, -- простишь ты меня или нет?
-- Наташа, полно, что ты!
-- Нет, нет, Ваня, ты слишком часто и слишком много прощал мне, но ведь есть же конец всякому терпению. Ты меня никогда не разлюбишь, я знаю, но ты меня назовешь неблагодарною, а я вчера и третьего дня была пред тобой неблагодарная, эгоистка, жестокая...
Она вдруг залилась слезами и прижалась лицом к моему плечу.
-- Полно, Наташа, -- спешил я разуверить ее. -- Ведь я был очень болен всю ночь: даже и теперь едва стою на ногах, оттого и не заходил ни вечером вчера, ни сегодня, а ты и думаешь, что я рассердился... Друг ты мой дорогой, да разве я не знаю, что теперь в твоей душе делается?
-- Ну и хорошо... значит, простил, как всегда, -- сказала она, улыбаясь сквозь слезы и сжимая до боли мою руку. -- Остальное после. Много надо сказать тебе, Ваня. А теперь к нему...
-- Поскорей, Наташа; мы так его вдруг оставили...
-- Вот ты увидишь, увидишь, что будет, -- наскоро шепнула она мне. -- Я теперь знаю всё, всё угадала. Виноват всему он. Этот вечер много решит. Пойдем!
Я не понял, но спросить было некогда. Наташа вышла к князю с светлым лицом. Он всё еще стоял со шляпой в руках. Она весело перед ним извинилась, взяла у него шляпу, сама придвинула ему стул, и мы втроем уселись кругом ее столика.
-- Я начал о моем ветренике, -- продолжал князь, -- я видел его только одну минуту и то на улице, когда он садился ехать к графине Зинаиде Федоровне. Он ужасно спешил и, представьте, даже не хотел встать, чтоб войти со мной в комнаты после четырех дней разлуки. И, кажется, я в том виноват, Наталья Николаевна, что он теперь не у вас и что мы пришли прежде него; я воспользовался случаем, и так как сам не мог быть сегодня у графини, то дал ему одно поручение. Но он явится сию минуту.
-- Он вам наверно обещал приехать сегодня? -- спросила Наташа с самым простодушным видом, смотря на князя.
-- Ах, боже мой, еще бы он не приехал; как это вы спрашиваете! -- воскликнул он с удивлением, всматриваясь в нее. -- Впрочем, понимаю: вы на него сердитесь. Действительно, как будто дурно с его стороны прийти всех позже. Но, повторяю, виноват в этом я. Не сердитесь и на него. Он легкомысленный, ветреник; я его не защищаю, но некоторые особенные обстоятельства требуют, чтоб он не только не оставлял теперь дома графини и некоторых других связей, но, напротив, как можно чаще являлся туда. Ну, а так как он, вероятно, не выходит теперь от вас и забыл всё на свете, то, пожалуйста, не сердитесь, если я буду иногда брать его часа на два, не больше, по моим поручениям. Я уверен, что он еще ни разу не был у княгини К. с того вечера, и так досадую, что не успел давеча расспросить его!..
Я взглянул на Наташу. Она слушала князя с легкой полунасмешливой улыбкой. Но он говорил так прямо, так натурально. Казалось, не было возможности в чем-нибудь подозревать его.
-- И вы вправду не знали, что он у меня во все эти дни ни разу не был? -- спросила Наташа тихим и спокойным голосом, как будто говоря о самом обыкновенном для нее происшествии.
-- Как! Ни разу не был? Позвольте, что вы говорите! -- сказал князь, по-видимому в чрезвычайном изумлении.
-- Вы были у меня во вторник, поздно вечером; на другое утро он заезжал ко мне на полчаса, и с тех пор я его не видала ни разу.
-- Но это невероятно! (Он изумлялся всё более и более). Я именно думал, что он не выходит от вас. Извините, это так странно... просто невероятно.
-- Но, однако ж, верно, и как жаль: я нарочно ждала вас, думала от вас-то и узнать, где он находится?
-- Ах, боже мой! Да ведь он сейчас же будет здесь! Но то, что вы мне сказали, меня до того поразило, что я... признаюсь, я всего ожидал от него, но этого... этого!
-- Как вы изумляетесь! А я так думала, что вы не только не станете изумляться, но даже заранее знали, что так и будет.
-- Знал! Я? Но уверяю же вас, Наталья Николаевна, что видел его только одну минуту сегодня и больше никого об нем не расспрашивал; и мне странно, что вы мне как будто не верите, -- продолжал он, оглядывая нас обоих.
-- Сохрани бог, -- подхватила Наташа, -- совершенно уверена, что вы сказали правду.
И она засмеялась снова, прямо в глаза князю, так, что его как будто передернуло.
-- Объяснитесь, -- сказал он в замешательстве.
-- Да тут нечего и объяснять. Я говорю очень просто. Вы ведь знаете, какой он ветреный, забывчивый. Ну вот, как ему дана теперь полная свобода, он и увлекся.
-- Но так увлекаться невозможно, тут что-нибудь да есть, и только что он приедет, я заставлю его объяснить это дело. Но более всего меня удивляет, что вы как будто и меня в чем-то обвиняете, тогда как меня даже здесь и не было. А впрочем, Наталья Николаевна, я вижу, вы на него очень сердитесь, -- и это понятно! Вы имеете на то все права, и... и... разумеется, я первый виноват, ну хоть потому только, что я первый подвернулся; не правда ли? -- продолжал он, обращаясь ко мне с раздражительною усмешкою.
Наташа вспыхнула.
-- Позвольте, Наталья Николаевна, -- продолжал он с достоинством, -- соглашаюсь, что я виноват, но только в том, что уехал на другой день после нашего знакомства, так что вы, при некоторой мнительности, которую я замечаю в вашем характере, уже успели изменить обо мне ваше мнение, тем более что тому способствовали обстоятельства. Не уезжал бы я -- вы бы меня узнали лучше, да и Алеша не ветреничал бы под моим надзором. Сегодня же вы услышите, что я наговорю ему.
-- То есть сделаете, что он мною начнет тяготиться. Невозможно, чтоб, при вашем уме, вы вправду думали, что такое средство мне поможет.
-- Так уж не хотите ли вы намекнуть, что я нарочно хочу так устроить, чтоб он вами тяготился? Вы обижаете меня, Наталья Николаевна.
-- Я стараюсь как можно меньше употреблять намеков, с кем бы я ни говорила, -- отвечала Наташа, -- напротив, всегда стараюсь говорить как можно прямее, и вы, может быть, сегодня же убедитесь в этом. Обижать я вас не хочу, да и незачем, хоть уж потому только, что вы моими словами не обидитесь, что бы я вам ни сказала. В этом я совершенно уверена, потому что совершенно понимаю наши взаимные отношения: ведь вы на них не можете смотреть серьезно, не правда ли? Но если я в самом деле вас обидела, то готова просить прощения, чтоб исполнить перед вами все обязанности... гостеприимства.
Несмотря на легкий и даже шутливый тон, с которым Наташа произнесла эту фразу, со смехом на губах, никогда еще я не видал ее до такой степени раздраженною. Теперь только я понял, до чего наболело у нее в сердце в эти три дня. Загадочные слова ее, что она уже всё знает и обо всем догадалась, испугали меня; они прямо относились к князю. Она изменила о нем свое мнение и смотрела на него как на своего врага, -- это было очевидно. Она, видимо, приписывала его влиянию все свои неудачи с Алешей и, может быть, имела на это какие-нибудь данные. Я боялся между ними внезапной сцены. Шутливый тон ее был слишком обнаружен, слишком не закрыт. Последние же слова ее князю о том, что он не может смотреть на их отношения серьезно, фраза об извинении по обязанности гостеприимства, ее обещание, в виде угрозы, доказать ему в этот же вечер, что она умеет говорить прямо, -- всё это было до такой степени язвительно и немаскировано, что не было возможности, чтоб князь не понял всего этого. Я видел, что он изменился в лице, но он умел владеть собою. Он тотчас же показал вид, что не заметил этих слов, не понял их настоящего смысла, и, разумеется, отделался шуткой.
-- Боже меня сохрани требовать извинений! -- подхватил он смеясь. -- Я вовсе не того хотел, да и не в моих правилах требовать извинения от женщины. Еще в первое наше свидание я отчасти предупредил вас о моем характере, а потому вы, вероятно, не рассердитесь на меня за одно замечание, тем более что оно будет вообще о всех женщинах; вы тоже, вероятно, согласитесь с этим замечанием, -- продолжал он, с любезностью обращаясь ко мне. -- Именно, я заметил, в женском характере есть такая черта, что если, например, женщина в чем виновата, то скорей она согласится потом, впоследствии, загладить свою вину тысячью ласк, чем в настоящую минуту, во время самой очевидной улики в проступке, сознаться в нем и попросить прощения. Итак, если только предположить, что я вами обижен, то теперь, в настоящую минуту, я нарочно не хочу извинения; мне выгоднее будет впоследствии, когда вы сознаете вашу ошибку и захотите ее загладить перед мной... тысячью ласк. А вы так добры, так чисты, свежи, так наружу, что минута, когда вы будете раскаиваться, предчувствую это, будет очаровательна. Л лучше, вместо извинения, скажите мне теперь, не могу ли я сегодня же чем-нибудь доказать вам, что я гораздо искреннее и прямее поступаю с вами, чем вы обо мне думаете?
Наташа покраснела. Мне тоже показалось, что в ответе князя слышится какой-то уж слишком легкий, даже небрежный тон, какая-то нескромная шутливость.
-- Вы хотите мне доказать, что вы со мной прямы и простодушны? -- спросила Наташа, с вызывающим видом смотря на него.
-- Да.
-- Если так, исполните мою просьбу.
-- Заранее даю слово.
-- Вот она: ни одним словом, ни одним намеком обо мне не беспокоить Алешу ни сегодня, ни завтра. Ни одного упрека за то, что он забыл меня; ни одного наставления. Я именно хочу встретить его так, как будто ничего между нами не было, чтоб он и заметить ничего не мог. Мне это надо. Дадите вы мне такое слово?
-- С величайшим удовольствием, -- отвечал князь, -- и позвольте мне прибавить от всей души, что я редко в ком встречал более благоразумного и ясного взгляда на такие дела... Но вот, кажется, и Алеша.
Действительно, в передней послышался шум. Наташа вздрогнула и как будто к чему-то приготовилась. Князь сидел с серьезною миною и ожидал, что-то будет; он пристально следил на Наташей. Но дверь отворилась, и к нам влетел Алеша.
Он именно влетел с каким-то сияющим лицом, радостный, веселый. Видно было, что он весело и счастливо провел эти четыре дня. На нем как будто написано было, что он хотел нам что-то сообщить.
-- Вот и я! -- провозгласил он на всю комнату. -- Тот, которому бы надо быть раньше всех. Но сейчас узнаете всё, всё всё! Давеча, папаша, мы с тобой двух слов не успели сказать, а мне много надо было сказать тебе. Это он мне только в добрые свои минуты позволяет говорить себе: ты, -- прервал он, обращаясь ко мне, -- ей-богу, в иное время запрещает! И какая у него является тактика: начинает сам говорить мне вы. Но с этого дня я хочу, чтоб у него всегда были добрые минуты, и сделаю так! Вообще я весь переменился в эти четыре дня, совершенно, совершенно переменился и всё вам расскажу. Но это впереди. А главное теперь: вот она! вот она! опять! Наташа, голубчик, здравствуй, ангел ты мой! -- говорил он, усаживаясь подле нее и жадно целуя ее руку, --тосковал-то я по тебе в эти дни! Но что хочешь -- не мог! Управиться не мог. Милая ты моя! Как будто ты похудела немножко, бледненькая стала какая...
Он в восторге покрывал ее руки поцелуями, жадно смотрел на нее своими прекрасными глазами, как будто не мог наглядеться. Я взглянул на Наташу и по лицу ее угадал, что у нас были одни мысли: он был вполне невинен. Да и когда, как этот невинный мог бы сделаться виноватым? Яркий румянец прилил вдруг к бледным щекам Наташи, точно вся кровь, собравшаяся в ее сердце, отхлынула вдруг в голову. Глаза ее засверкали, и она гордо взглянула на князя.
-- Но где же... ты был... столько дней? -- проговорила она сдержанным и прерывающимся голосом. Она тяжело и неровно дышала. Боже мой, как она любила его!
-- То-то и есть, что я в самом деле как будто виноват перед тобой; да что: как будто! разумеется, виноват, и сам это знаю, и приехал с тем, что знаю. Катя вчера и сегодня говорила мне, что не может женщина простить такую небрежность (ведь она всё знает, что было у нас здесь во вторник; я на другой же день рассказал). Я с ней спорил, доказывал ей, говорил, что эта женщина называется Наташа и что во всем свете, может быть, только одна есть равная ей: это Катя; и я приехал сюда, разумеется зная, что я выиграл в споре. Разве такой ангел, как ты, может не простить? "Не был, стало быть, непременно что-нибудь помешало, а не то что разлюбил", -- вот как будет думать моя Наташа! Да и как тебя разлюбить? Разве возможно? Всё сердце наболело у меня по тебе. Но я все-таки виноват! А когда узнаешь всё, меня же первая оправдаешь! Сейчас всё расскажу, мне надобно излить душу пред всеми вами; с тем и приехал. Хотел было сегодня (было полминутки свободной) залететь к тебе, чтоб поцеловать тебя на лету, но и тут неудача: Катя немедленно потребовала к себе по важнейшим делам. Это еще до того времени, когда я на дрожках сидел, папа, и ты меня видел; это я другой раз, по другой записке к Кате тогда ехал. У нас ведь теперь целые дни скороходы с записками из дома в дом бегают. Иван Петрович, вашу записку я только вчера ночью успел прочесть, и вы совершенно правы во всем, что вы там написали. Но что же делать: физическая невозможность! Так и подумал: завтра вечером во всем оправдаюсь; потому что уж сегодня вечером невозможно мне было не приехать к тебе, Наташа.
-- Какая это записка? -- спросила Наташа.
-- Он у меня был, не застал, разумеется, и сильно разругал в письме, которое мне оставил, за то, что к тебе не хожу. И он совершенно прав. Это было вчера.
Наташа взглянула на меня.
-- Но если у тебя доставало времени бывать с утра до вечера у Катерины Федоровны... -- начал было князь.
-- Знаю, знаю, что ты скажешь, -- перебил Алеша: -- "Если мог быть у Кати, то у тебя должно быть вдвое причин быть здесь". Совершенно с тобой согласен и даже прибавлю от себя: не вдвое причин, а в миллион больше причин! Но, во-первых, бывают же странные, неожиданные события в жизни, которые всё перемешивают и ставят вверх дном. Ну, вот и со мной случились такие события. Говорю же я, что в эти дни я совершенно изменился, весь до конца ногтей; стало быть, были же важные обстоятельства!
-- Ах, боже мой, да что же с тобой было! Не томи, пожалуйста! -- вскричала Наташа, улыбаясь на горячку Алеши.
В самом деле, он был немного смешон: он торопился; слова вылетали у него быстро, часто, без порядка, какой-то стукотней. Ему всё хотелось говорить, говорить, рассказать. Но, рассказывая, он все-таки не покидал руки Наташи и беспрерывно подносил ее к губам, как будто не мог нацеловаться.
-- В том-то и дело, что со мной было, -- продолжал Алеша. -- Ах, друзья мои! Что я видел, что делал, каких людей узнал! Во-первых, Катя: это такое совершенство! Я ее совсем, совсем не знал до сих пор! И тогда, во вторник, когда я говорил тебе об ней, Наташа, -- помнишь, я еще с таким восторгом говорил, ну, так и тогда даже я ее совсем почти не знал. Она сама таилась от меня до самого теперешнего времени. Но теперь мы совершенно узнали друг друга. Мы с ней уж теперь на ты. Но начну сначала: во-первых, Наташа, если б ты могла только слышать, что она говорила мне про тебя, когда я на другой день, в среду, рассказал ей, что здесь между нами было... А кстати: припоминаю, каким я был глупцом перед тобой, когда я приехал к тебе тогда утром, в среду! Ты встречаешь меня с восторгом, ты вся проникнута новым положением нашим, ты хочешь говорить со мной обо всем этом; ты грустна и в то же время шалишь и играешь со мной, а я -- такого солидного человека из себя корчу! О глупец! Глупец! Ведь, ей-богу же, мне хотелось порисоваться, похвастаться, что я скоро буду мужем, солидным человеком, и нашел же перед кем хвастаться, -- перед тобой! Ах, как, должно быть, ты тогда надо мной смеялась и как я стоил твоей насмешки!
Князь сидел молча и с какой-то торжествующе иронической улыбкой смотрел на Алешу. Точно он рад был, что сын выказывает себя с такой легкомысленной и даже смешной точки зрения. Весь этот вечер я прилежно наблюдал его и совершенно убедился, что он вовсе не любит сына, хотя и говорили про слишком горячую отцовскую любовь его.
-- После тебя я поехал к Кате, -- сыпал свой рассказ Алеша. -- Я уже сказал, что мы только в это утро совершенно узнали друг друга, и странно как-то это произошло... не помню даже... Несколько горячих слов, несколько ощущений, мыслей, прямо высказанных, и мы -- сблизились навеки. Ты должна, должна узнать ее, Наташа! Как она рассказала, как она растолковала мне тебя! Как объяснила мне, какое ты сокровище для меня!
Мало-помалу она объяснила мне все свои идеи и свой взгляд на жизнь; это такая серьезная, такая восторженная девушка! Она говорила о долге, о назначении нашем, о том, что мы все должны служить человечеству, и так как мы совершенно сошлись, в какие-нибудь пять-шесть часов разговора, то кончили тем, что поклялись друг другу в вечной дружбе и в том, что во всю жизнь нашу будем действовать вместе!
-- В чем же действовать? -- с удивлением спросил князь.
-- Я так изменился, отец, что всё это, конечно, должно удивлять тебя; даже заранее предчувствую все твои возражения, -- отвечал торжественно Алеша. -- Все вы люди практические, у вас столько выжитых правил, серьезных, строгих; на всё новое, на всё молодое, свежее вы смотрите недоверчиво, враждебно, насмешливо. Но теперь уж я не тот, каким ты знал меня несколько дней тому назад. Я другой! Я смело смотрю в глаза всему и всем на свете. Если я знаю, что мое убеждение справедливо, я преследую его до последней крайности; и если я не собьюсь с дороги, то я честный человек. С меня довольно. Говорите после того, что хотите, я в себе уверен.
-- Ого! -- сказал князь насмешливо.
Наташа с беспокойством оглядела нас. Она боялась за Алешу. Ему часто случалось очень невыгодно для себя увлекаться в разговоре, и она знала это. Ей не хотелось, чтоб Алеша выказал себя с смешной стороны перед нами и особенно перед отцом.
-- Что ты, Алеша! Ведь это уж философия какая-то, -- сказала она, -- тебя, верно, кто-нибудь научил... ты бы лучше рассказывал.
-- Да я и рассказываю! -- вскричал Алеша. -- Вот видишь: у Кати есть два дальние родственника, какие-то кузены, Левенька и Боренька, один студент, а другой просто молодой человек. Она с ними имеет сношения, а те -- просто необыкновенные люди! К графине они почти не ходят, по принципу. Когда мы говорили с Катей о назначении человека, о призвании и обо всем этом, она указала мне на них и немедленно дала мне к ним записку; я тотчас же полетел с ними знакомиться. В тот же вечер мы сошлись совершенно. Там было человек двенадцать разного народу -- студентов, офицеров, художников; был один писатель... они все вас знают, Иван Петрович, то есть читали ваши сочинения и много ждут от вас в будущем. Так они мне сами сказали. Я говорил им, что с вами знаком, и обещал им вас познакомить с ними. Все они приняли меня по-братски, с распростертыми объятиями. Я с первого же разу сказал им, что буду скоро женатый человек; так они и принимали меня за женатого человека. Живут они в пятом этаже, под крышами; собираются как можно чаще, но преимущественно по средам, к Левеньке и Бореньке. Это всё молодежь свежая; все они с пламенной любовью ко всему человечеству; все мы говорили о нашем настоящем, будущем, о науках, о литературе и говорили так хорошо, так прямо и просто... Туда тоже ходит один гимназист. Как они обращаются между собой, как они благородны! Я не видал еще до сих пор таких! Где я бывал до сих пор? Что я видал? На чем я вырос? Одна ты только, Наташа, и говорила мне что-нибудь в этом роде. Ах, Наташа, ты непременно должна познакомиться с ними; Катя уже знакома. Они говорят об ней чуть не с благоговением, и Катя уже говорила Левеньке и Бореньке, что когда она войдет в права над своим состоянием, то непременно тотчас же пожертвует миллион на общественную пользу.
-- И распорядителями этого миллиона, верно, будут Левенька и Боренька и их вся компания? -- спросил князь.
-- Неправда, неправда; стыдно, отец, так говорить! -- с жаром вскричал Алеша, -- я подозреваю твою мысль! А об этом миллионе действительно был у нас разговор, и долго решали: как его употребить?
Решили наконец, что прежде всего на общественное просвещение...
-- Да, я действительно не совсем знал до сих пор Катерину Федоровну, -- заметил князь как бы про себя, всё с той же насмешливой улыбкой. -- Я, впрочем, многого от нее ожидал, но этого...
-- Чего этого! -- прервал Алеша, -- что тебе так странно? Что это выходит несколько из вашего порядка? Что никто до сих пор не жертвовал миллиона, а она пожертвует? Это, что ли? Но, что ж, если она не хочет жить на чужой счет; потому что жить этими миллионами значит жить на чужой счет (я только теперь это узнал). Она хочет быть полезна отечеству и всем и принесть на общую пользу свою лепту. Про лепту-то еще мы в прописях читали, а как эта лепта запахла миллионом, так уж тут и не то? И на чем держится всё это хваленое благоразумие, в которое я так верил! Что ты так смотришь на меня, отец? Точно ты видишь перед собой шута, дурачка! Ну, что ж что дурачок! Послушала бы ты, Наташа, что говорила об этом Катя: "Не ум главное, а то, что направляет его, -- натура, сердце, благородные свойства, развитие". Но главное, на этот счет есть гениальное выражение Безмыгина. Безмыгин -- это знакомый Левеньки и Бореньки и, между нами, голова, и действительно гениальная голова! Не далее как вчера он сказал к разговору: дурак, сознавшийся, что он дурак, есть уже не дурак! Какова правда! Такие изречения у него поминутно. Он сыплет истинами.
-- Действительно гениально! -- заметил князь.
-- Ты всё смеешься. Но ведь я от тебя ничего никогда не слыхал такого; и от всего вашего общества тоже никогда не слыхал. У вас, напротив, всё это как-то прячут, всё бы пониже к земле, чтоб все росты, все носы выходили непременно по каким-то меркам, по каким-то правилам -- точно это возможно! Точно это не в тысячу раз невозможнее, чем то, об чем мы говорим и что думаем. А еще называют нас утопистами! Послушал бы ты, как они мне вчера говорили...
-- Но что же, об чем вы говорите и думаете? Расскажи, Алеша, я до сих пор как-то не понимаю, -- сказала Наташа.
-- Вообще обо всем, что ведет к прогрессу, к гуманности, к любви; всё это говорится по поводу современных вопросов. Мы говорим о гласности, о начинающихся реформах, о любви к человечеству, о современных деятелях; мы их разбираем, читаем. Но главное, мы дали друг другу слово быть совершенно между собой откровенными и прямо говорить друг другу всё о самих себе, не стесняясь.
Только откровенность, только прямота могут достигнуть цели. Об этом особенно старается Безмыгин. Я рассказал об этом Кате, и она совершенно сочувствует Безмыгину. И потому мы все, под руководством Безмыгина, дали себе слово действовать честно и прямо всю жизнь, и что бы ни говорили о нас, как бы ни судили о нас, -- не смущаться ничем, не стыдиться нашей восторженности, наших увлечений, наших ошибок и идти напрямки. Коли ты хочешь, чтоб тебя уважали, во-первых и главное, уважай сам себя; только этим, только самоуважением ты заставишь и других уважать себя.
Это говорит Безмыгин, и Катя совершенно с ним согласна.
Вообще мы теперь уговариваемся в наших убеждениях и положили заниматься изучением самих себя порознь, а все вместе толковать друг другу друг друга...
-- Что за галиматья! -- вскричал князь с беспокойством, -- и кто этот Безмыгин? Нет, это так оставить нельзя...
-- Чего нельзя оставить? -- подхватил Алеша, -- слушай, отец, почему я говорю всё это теперь, при тебе? Потому что хочу и надеюсь ввести и тебя в наш круг. Я дал уже там и за тебя слово. Ты смеешься, ну, я так и знал, что ты будешь смеяться! Но выслушай! Ты добр, благороден; ты поймешь. Ведь ты не знаешь, ты не видал никогда этих людей, не слыхал их самих. Положим, что ты обо всем этом слышал, всё изучил, ты ужасно учен; но самих-то их ты не видал, у них не был, а потому как же ты можешь судить о них верно! Ты только воображаешь, что знаешь. Нет, ты побудь у них, послушай их и тогда, -- и тогда я даю слово за тебя, что ты будешь наш! А главное, я хочу употребить все средства, чтоб спасти тебя от гибели в твоем обществе, к которому ты так прилепился, и от твоих убеждений.
Князь молча и с ядовитейшей насмешкой выслушал эту выходку; злость была в лице его. Наташа следила за ним с нескрываемым отвращением. Он видел это, но показывал, что не замечает. Но как только Алеша кончил, князь вдруг разразился смехом. Он даже упал на спинку стула, как будто был не в силах сдержать себя. Но смех этот был решительно выделанный. Слишком заметно было, что он смеялся единственно для того, чтоб как можно сильнее обидеть и унизить своего сына. Алеша действительно огорчился; всё лицо его изобразило чрезвычайную грусть. Но он терпеливо переждал, когда кончится веселость отца.
-- Отец, -- начал он грустно, -- для чего же ты смеешься надо мной? Я шел к тебе прямо и откровенно. Если, по твоему мнению, я говорю глупости, вразуми меня, а не смейся надо мною. Да и над чем смеяться? Над тем, что для меня теперь свято, благородно? Ну, пусть я заблуждаюсь, пусть это всё неверно, ошибочно, пусть я дурачок, как ты несколько раз называл меня; но если я и заблуждаюсь, то искренно, честно; я не потерял своего благородства. Я восторгаюсь высокими идеями. Пусть они ошибочны, но основание их свято. Я ведь сказал тебе, что ты и все ваши ничего еще не сказали мне такого же, что направило бы меня, увлекло бы за собой. Опровергни их, скажи мне что-нибудь лучше ихнего, и я пойду за тобой, но не смейся надо мной, потому что это очень огорчает меня.
Алеша произнес это чрезвычайно благородно и с каким-то строгим достоинством. Наташа с сочувствием следила за ним. Князь даже с удивлением выслушал сына и тотчас же переменил свой тон.
-- Я вовсе не хотел оскорбить тебя, друг мой, -- отвечал он, -- напротив, я о тебе сожалею. Ты приготовляешься к такому шагу в жизни, при котором пора бы уже перестать быть таким легкомысленным мальчиком. Вот моя мысль. Я смеялся невольно и совсем не хотел оскорблять тебя.
-- Почему же так показалось мне? -- продолжал Алеша с горьким чувством. -- Почему уже давно мне кажется, что ты смотришь на меня враждебно, с холодной насмешкой, а не как отец на сына?
Почему мне кажется, что если б я был на твоем месте, я б не осмеял так оскорбительно своего сына, как ты теперь меня. Послушай: объяснимся откровенно, сейчас, навсегда, так, чтоб уж не оставалось больше никаких недоумений. И... я хочу говорить всю правду: когда я вошел сюда, мне показалось, что и здесь произошло какое-то недоумение; не так как-то ожидал я вас встретить здесь вместе. Так или нет? Если так, то не лучше ли каждому высказать свои чувства? Сколько зла можно устранить откровенностью!
-- Говори, говори, Алеша! -- сказал князь. -- То, что ты предлагаешь нам, очень умно. Может быть, с этого и надо было начать, -- прибавил он, взглянув на Наташу.
-- Не рассердись же за полную мою откровенность, -- начал Алеша, -- ты сам ее хочешь, сам вызываешь. Слушай. Ты согласился на мой брак с Наташей; ты дал нам это счастье и для этого победил себя самого. Ты был великодушен, и мы все оценили твой благородный поступок. Но почему же теперь ты с какой-то радостью беспрерывно намекаешь мне, что я еще смешной мальчик и вовсе не гожусь быть мужем; мало того, ты как будто хочешь осмеять, унизить, даже как будто очернить меня в глазах Наташи. Ты очень рад всегда, когда можешь хоть чем-нибудь меня выказать с смешной стороны; это я заметил не теперь, а уже давно. Как будто ты именно стараешься для чего-то доказать нам, что брак наш смешон, нелеп и что мы не пара. Право, как будто ты сам не веришь в то, что для нас предназначаешь; как будто смотришь на всё это как на шутку, на забавную выдумку, на какой-то смешной водевиль... Я ведь не из сегодняшних только слов твоих это вывожу. Я в тот же вечер, во вторник же, как воротился к тебе отсюда, слышал от тебя несколько странных выражений, изумивших, даже огорчивших меня. И в среду, уезжая, ты тоже сделал несколько каких-то намеков на наше теперешнее положение, сказал и о ней -- не оскорбительно, напротив, но как-то не так, как бы я хотел слышать от тебя, как-то слишком легко, как-то без любви, без такого уважения к ней... Это трудно рассказать, но тон ясен; сердце слышит. Скажи же мне, что я ошибаюсь. Разуверь меня, ободри меня и... и ее, потому что ты и ее огорчил. Я это угадал с первого же взгляда, как вошел сюда...
Алеша высказал это с жаром и с твердостью. Наташа с какою-то торжественностью его слушала и вся в волнении, с пылающим лицом, раза два проговорила про себя в продолжение его речи: "Да, да, это так!" Князь смутился.
-- Друг мой, -- отвечал он, -- я, конечно, не могу припомнить всего, что говорил тебе; но очень странно, если ты принял мои слова в такую сторону. Готов разуверить тебя всем, чем только могу. Если я теперь смеялся, то и это понятно. Скажу тебе, что моим смехом я даже хотел прикрыть мое горькое чувство. Когда соображу теперь, что ты скоро собираешься быть мужем, то это мне теперь кажется совершенно несбыточным, нелепым, извини меня, даже смешным. Ты меня укоряешь за этот смех, а я говорю, что всё это через тебя. Винюсь и я: может быть, я сам мало следил за тобой в последнее время и потому только теперь, в этот вечер, узнал, на что ты можешь быть способен. Теперь уже я трепещу, когда подумаю о твоей будущности с Натальей Николаевной: я поторопился; я вижу, что вы очень несходны между собою. Всякая любовь проходит, а несходство навсегда остается. Я уж и не говорю о твоей судьбе, но подумай, если только в тебе честные намерения, вместе с собой ты губишь и Наталью Николаевну, решительно губишь! Вот ты говорил теперь целый час о любви к человечеству, о благородстве убеждений, о благородных людях, с которыми познакомился; а спроси Ивана Петровича, что говорил я ему давеча, когда мы поднялись в четвертый этаж, по здешней отвратительной лестнице, и оставались здесь у дверей, благодаря бога за спасение наших жизней и ног? Знаешь ли, какая мысль мне невольно тотчас же пришла в голову? Я удивился, как мог ты, при такой любви к Наталье Николаевне, терпеть, чтоб она жила в такой квартире? Как ты не догадался, что если не имеешь средств, если не имеешь способностей исполнять свои обязанности, то не имеешь права и быть мужем, не имеешь права брать на себя никаких обязательств. Одной любви мало; любовь оказывается делами; а ты как рассуждаешь: "Хоть и страдай со мной, но живи со мной", -- ведь это не гуманно, это не благородно! Говорить о всеобщей любви, восторгаться общечеловеческими вопросами и в то же время делать преступления против любви и не замечать их -- непонятно! Не перебивайте меня, Наталья Николаевна, дайте мне кончить; мне слишком горько, и я должен высказаться. Ты говорил, Алеша, что в эти дни увлекался всем, что благородно, прекрасно, честно, и укорял меня, что в нашем обществе нет таких увлечений, а только одно сухое благоразумие. Посмотри же: увлекаться высоким и прекрасным и после того, что было здесь во вторник, четыре дня пренебрегать тою, которая, кажется бы, должна быть для тебя дороже всего на свете!
Ты даже признался о твоем споре с Катериной Федоровной, что Наталья Николаевна так любит тебя, так великодушна, что простит тебе твой проступок. Но какое право ты имеешь рассчитывать на такое прощение и предлагать об этом пари? И неужели ты ни разу не подумал, сколько горьких мыслей, сколько сомнений, подозрений послал ты в эти дни Наталье Николаевне? Неужели, потому что ты там увлекся какими-то новыми идеями, ты имел право пренебречь самою первейшею своею обязанностью? Простите меня, Наталья Николаевна, что я изменил моему слову. Но теперешнее дело серьезнее этого слова: вы сами поймете это... Знаешь ли ты, Алеша, что я застал Наталью Николаевну среди таких страданий, что понятно, в какой ад ты обратил для нее эти четыре дня, которые, напротив, должны бы быть лучшими днями ее жизни. Такие поступки, с одной стороны, и -- слова, слова и слова -- с другой... неужели я не прав. И ты можешь после этого обвинять меня, когда сам кругом виноват?
Князь кончил. Он даже увлекся своим красноречием и не мог скрыть от нас своего торжества. Когда Алеша услышал о страданиях Наташи, то с болезненной тоской взглянул на нее, но Наташа уже решилась.
-- Полно, Алеша, не тоскуй, -- сказала она, -- другие виноватее тебя. Садись и выслушай, что я скажу сейчас твоему отцу. Пора кончить!
-- Объяснитесь, Наталья Николаевна, -- подхватил князь, -- убедительно прошу вас! Я уже два часа слышу об этом загадки. Это становится невыносимо, и, признаюсь, не такой ожидал я здесь встречи.
-- Может быть; потому что думали очаровать нас словами, так что мы и не заметим ваших тайных намерений. Что вам объяснять! Вы сами всё знаете и всё понимаете. Алеша прав. Самое первое желание ваше-- разлучить нас. Вы заранее почти наизусть знали всё, что здесь случится, после того вечера, во вторник, и рассчитали всё как по пальцам. Я уже сказала вам, что вы смотрите и на меня и на сватовство, вами затеянное, не серьезно. Вы шутите с нами; вы играете и имеете вам известную цель. Игра ваша верная. Алеша был прав, когда укорял вас, что вы смотрите на всё это как на водевиль. Вы бы, напротив, должны были радоваться, а не упрекать Алешу, потому что он, не зная ничего, исполнил всё, что вы от него ожидали; может быть, даже и больше.
Я остолбенел от изумления. Я и ожидал, что в этот вечер случится какая-нибудь катастрофа. Но слишком резкая откровенность Наташи и нескрываемый презрительный тон ее слов изумили меня до последней крайности. Стало быть, она действительно что-то знала, думал я, и безотлагательно решилась на разрыв. Может быть, даже с нетерпением ждала князя, чтобы разом всё прямо в глаза ему высказать. Князь слегка побледнел. Лицо Алеши изображало наивный страх и томительное ожидание.
-- Вспомните, в чем вы меня сейчас обвинили! -- вскричал князь, -- и хоть немножко обдумайте ваши слова... я ничего не понимаю.
-- А! Так вы не хотите понять с двух слов, -- сказала Наташа, -- даже он, даже вот Алеша вас понял так же, как и я, а мы с ним не сговаривались, -- даже не видались! И ему тоже показалось, что вы играете с нами недостойную, оскорбительную игру, а он любит вас и верит в вас, как в божество. Вы не считали за нужное быть с ним поосторожнее, похитрее; рассчитывали, что он не догадается. Но у него чуткое, нежное, впечатлительное сердце, и ваши слова, ваш тон, как он говорит, у него остались на сердце...
-- Ничего, ничего не понимаю! -- повторил князь, с видом величайшего изумления обращаясь ко мне, точно брал меня в свидетели. Он был раздражен и разгорячился. -- Вы мнительны, вы в тревоге, -- продолжал он, обращаясь к ней, -- просто-запросто вы ревнуете к Катерине Федоровне и потому готовы обвинить весь свет и меня первого, и... и позвольте уж всё сказать: странное мнение можно получить о вашем характере... Я не привык к таким сценам; я бы ни минуты не остался здесь после этого, если б не интересы моего сына... Я всё еще жду, не благоволите ли вы объясниться?
-- Так вы все-таки упрямитесь и не хотите понять с двух слов, несмотря на то что всё это наизусть знаете? Вы непременно хотите, чтоб я вам всё прямо высказала?
-- Я только этого и добиваюсь.
-- Хорошо же, слушайте же, -- вскричала Наташа, сверкая глазами от гнева, -- я выскажу всё, всё!
Она встала и начала говорить стоя, не замечая того от волнения. Князь слушал, слушал и тоже встал с места. Вся сцена становилась слишком торжественною.
-- Припомните сами свои слова во вторник, -- начала Наташа. -- Вы сказали: мне нужны деньги, торные дороги, значение в свете, -- помните?
-- Помню.
-- Ну, так для того-то, чтобы добыть эти деньги, чтобы добиться всех этих успехов, которые у вас ускользали из рук, вы и приезжали сюда во вторник и выдумали это сватовство, считая, что эта шутка вам поможет поймать то, что от вас ускользало.
-- Наташа, -- вскричал я, -- подумай, что ты говоришь!
-- Шутка! Расчет! -- повторял князь с видом крайне оскорбленного достоинства.
Алеша сидел убитый горем и смотрел, почти ничего не понимая.
-- Да, да, не останавливайте меня, я поклялась всё высказать, -- продолжала раздраженная Наташа. -- Вы помните сами: Алеша не слушался вас. Целые полгода вы трудились над ним, чтоб отвлечь его от меня. Он не поддавался вам. И вдруг у вас настала минута, когда время уже не терпело. Упустить его, и невеста, деньги, главное -- деньги, целых три миллиона приданого, ускользнут у вас из-под пальцев. Оставалось одно: чтоб Алеша полюбил ту, которую вы назначили ему в невесты; вы думали: если полюбит, то, может быть, и отстанет от меня...
-- Наташа, Наташа! -- с тоскою вскричал Алеша. -- Что ты говоришь!
-- Вы так и сделали, -- продолжала она, не останавливаясь на крик Алеши, -- но -- и тут опять та же, прежняя история! Всё бы могло уладиться, да я-то опять мешаю! Одно только могло вам подать надежду: вы, как опытный и хитрый человек, может быть, уж и тогда заметили, что Алеша иногда как будто тяготится своей прежней привязанностью. Вы не могли не заметить, что он начинает мною пренебрегать, скучать, по пяти дней ко мне не ездит. Авось наскучит совсем и бросит, как вдруг, во вторник, решительный поступок Алеши поразил вас совершенно. Что вам делать!..
-- Позвольте, -- вскричал князь, -- напротив, этот факт...
-- Я говорю, -- настойчиво перебила Наташа, -- вы спросили себя в тот вечер: "Что теперь делать?" -- и решили: позволить ему жениться на мне, не в самом деле, а только так, на словах, чтоб только его успокоить. Срок свадьбы, думали вы, можно отдалять сколько угодно; а между тем новая любовь началась; вы это заметили. И вот на этом-то начале новой любви вы всё и основали.
-- Романы, романы, -- произнес князь вполголоса, как будто про себя, -- уединение, мечтательность и чтение романов!
-- Да, на этой-то новой любви вы всё и основали, -- повторила Наташа, не слыхав и не обратив внимания на слова князя, вся в лихорадочном жару и всё более и более увлекаясь, -- и какие шансы для этой новой любви! Ведь она началась еще тогда, когда он еще не узнал всех совершенств этой девушки! В ту самую минуту, когда он, в тот вечер, открывается этой девушке, что не может ее любить, потому что долг и другая любовь запрещают ему, -- эта девушка вдруг выказывает пред ним столько благородства, столько сочувствия к нему и к своей сопернице, столько сердечного прощения, что он хоть и верил в ее красоту, но и не думал до этого мгновения, чтоб она была так прекрасна! Он и ко мне тогда приехал, -- только и говорил, что о ней; она слишком поразила его. Да, он назавтра же непременно должен был почувствовать неотразимую потребность увидеть опять это прекрасное существо, хоть из одной только благодарности. Да и почему ж к ней не ехать? Ведь та, прежняя, уже не страдает, судьба ее решена, ведь той целый век отдается, а тут одна какая-нибудь минутка... И что за неблагодарная была бы Наташа, если б она ревновала даже к этой минуте? И вот незаметно отнимается у этой Наташи, вместо минуты, день, другой, третий. А между тем в это время девушка выказывается перед ним в совершенно неожиданном, новом виде; она такая благородная, энтузиастка и в то же время такой наивный ребенок, и в этом так сходна с ним характером. Они клянутся друг другу в дружбе, в братстве, хотят не разлучаться всю жизнь. "В какие-нибудь пять-шесть часов разговора" вся душа его открывается для новых ощущений, и сердце его отдается всё... Придет наконец время, думаете вы, он сравнит свою прежнюю любовь с своими новыми, свежими ощущениями: там всё знакомое, всегдашнее; там так серьезны, требовательны; там его ревнуют, бранят; там слезы... А если и начинают с ним шалить, играть, то как будто не с ровней, а с ребенком... а главное: всё такое прежнее, известное...
Слезы и горькая спазма душили ее, но Наташа скрепилась еще на минуту.
-- Что ж дальше? А дальше время; ведь не сейчас же назначена свадьба с Наташей; времени много, и всё изменится... А тут ваши слова, намеки, толкования, красноречие... Можно даже и поклеветать на эту досадную Наташу; можно выставить ее в таком невыгодном свете и... как это всё разрешится -- неизвестно, но победа ваша! Алеша! Не вини меня, друг мой! Не говори, что я не понимаю твоей любви и мало ценю ее. Я ведь знаю, что ты и теперь любишь меня и что в эту минуту, может быть, и не понимаешь моих жалоб. Я знаю, что я очень-очень худо сделала, что теперь это всё высказала.
Но что же мне делать, если я это всё понимаю и всё больше и больше люблю тебя... совсем... без памяти!
Она закрыла лицо руками, упала в кресла и зарыдала как ребенок. Алеша с криком бросился к ней. Он никогда не мог видеть без слез ее слезы.
Ее рыдания, кажется, очень помогли князю: все увлечения Наташи в продолжение этого длинного объяснения, все резкости ее выходок против него, которыми уж из одного приличия надо было обидеться, всё это теперь, очевидно, можно было свести на безумный порыв ревности, на оскорбленную любовь, даже на болезнь. Даже следовало выказать сочувствие...
-- Успокойтесь, утешьтесь, Наталья Николаевна, -- утешал князь, -- всё это исступление, мечты, уединение... Вы так были раздражены его легкомысленным поведением... Но ведь это только одно легкомыслие с его стороны. Самый главный факт, про который вы особенно упоминали, происшествие во вторник, скорей бы должно доказать вам всю безграничность его привязанности к вам, а вы, напротив, подумали...
-- О, не говорите мне, не мучайте меня хоть теперь! -- прервала Наташа, горько плача, -- мне всё уже сказало сердце, и давно сказало! Неужели вы думаете, что я не понимаю, что прежняя любовь его вся прошла... Здесь, в этой комнате, одна... когда он оставлял, забывал меня... я всё это пережила... всё передумала... Что ж мне и делать было! Я тебя не виню, Алеша... Что вы меня обманываете? Неужели ж вы думаете, что я не пробовала сама себя обманывать!.. О, сколько раз, сколько раз! Разве я не вслушивалась в каждый звук его голоса? Разве я не научилась читать по его лицу, по его глазам?.. Всё, всё погибло, всё схоронено... О, я несчастная!
Алеша плакал перед ней на коленях.
-- Да, да, это я виноват! Всё от меня!.. -- повторял он среди рыданий.
-- Нет, не вини себя, Алеша... тут есть другие... враги наши. Это они... они!
-- Но позвольте же наконец, -- начал князь с некоторым нетерпением, -- на каком основании приписываете вы мне все эти... преступления? Ведь это одни только ваши догадки, ничем не доказанные...
-- Доказательств! -- вскричала Наташа, быстро приподымаясь с кресел, -- вам доказательств, коварный вы человек! Вы не могли, не могли действовать иначе, когда приходили сюда с вашим предложением! Вам надо было успокоить вашего сына, усыпить его угрызения, чтоб он свободнее и спокойнее отдался весь Кате; без этого он всё бы вспоминал обо мне, не поддавался бы вам, а вам наскучило дожидаться. Что, разве это неправда?
-- Признаюсь, -- отвечал князь с саркастической улыбкой, -- если б я хотел вас обмануть, я бы действительно так рассчитал; вы очень... остроумны, но ведь это надобно доказать и тогда уже оскорблять людей такими упреками...
-- Доказать! А ваше всё прежнее поведение, когда вы отбивали его от меня? Тот, который научает сына пренебрегать и играть такими обязанностями из-за светских выгод, из-за денег, -- развращает его! Что вы говорили давеча о лестнице и о дурной квартире? Не вы ли отняли у него жалованье, которое прежде давали ему, чтоб принудить нас разойтись через нужду и голод? Через вас и эта квартира, и эта лестница, а вы же его теперь попрекаете, двуличный вы человек! И откуда у вас вдруг явился тогда, в тот вечер, такой жар, такие новые, вам не свойственные убеждения? И для чего я вам так понадобилась? Я ходила здесь эти четыре дня; я всё обдумала, всё взвесила, каждое слово ваше, выражение вашего лица и убедилась, что всё это было напускное, шутка, комедия, оскорбительная, низкая и недостойная... Я ведь знаю вас, давно знаю! Каждый раз, когда Алеша приезжал от вас, я по лицу его угадывала всё, что вы ему говорили, внушали; все влияния ваши на него изучила! Нет, вам не обмануть меня! Может быть, у вас есть и еще какие-нибудь расчеты, может быть, я и не самое главное теперь высказала; но всё равно! Вы меня обманывали -- это главное! Это вам и надо было сказать прямо в лицо!..
-- Только-то? Это все доказательства? Но подумайте, исступленная вы женщина: этой выходкой (как вы называете мое предложение во вторник) я слишком себя связывал. Это было бы слишком легкомысленно для меня.
-- Чем, чем вы себя связывали? Что значит в ваших глазах обмануть меня? Да и что такое обида какой-то девушке! Ведь она несчастная беглянка, отверженная отцом, беззащитная, замаравшая себя, безнравственная! Стоит ли с ней церемониться, коли эта шутка может принесть хоть какую-нибудь, хоть самую маленькую выгоду!
-- В какое же положение вы сами ставите себя, Наталья Николаевна, подумайте! Вы непременно настаиваете, что с моей стороны было вам оскорбление. Но ведь это оскорбление так важно, так унизительно, что я не понимаю, как можно даже предположить его, тем более настаивать на нем. Нужно быть уж слишком ко всему приученной, чтоб так легко допускать это, извините меня. Я вправе упрекать вас, потому что вы вооружаете против меня сына: если он не восстал теперь на меня за вас, то сердце его против меня...
-- Нет, отец, нет, -- вскричал Алеша, -- если я не восстал на тебя, то верю, что ты не мог оскорбить, да и не могу я поверить, чтоб можно было так оскорблять!
-- Слышите? -- вскричал князь.
-- Наташа, во всем виноват я, не обвиняй его. Это грешно и ужасно!
-- Слышишь, Ваня? Он уж против меня! -- вскричала Наташа.
-- Довольно! -- сказал князь, -- надо кончить эту тяжелую сцену. Этот слепой и яростный порыв ревности вне всяких границ рисует ваш характер совершенно в новом для меня виде. Я предупрежден.
Мы поторопились, действительно поторопились. Вы даже и не замечаете, как оскорбили меня; для вас это ничего. Поторопились... поторопились... конечно, слово мое должно быть свято, но... я отец и желаю счастья моему сыну...
-- Вы отказываетесь от своего слова, -- вскричала Наташа вне себя, -- вы обрадовались случаю! Но знайте, что я сама, еще два дня тому, здесь, одна, решилась освободить его от его слова, а теперь подтверждаю при всех. Я отказываюсь!
-- То есть, может быть, вы хотите воскресить в нем все прежние беспокойства, чувство долга, всю "тоску по своим обязанностям" (как вы сами давеча выразились), для того чтоб этим снова привязать его к себе по-старому. Ведь это выходит по вашей же теории; я потому так и говорю; но довольно; решит время. Я буду ждать минуты более спокойной, чтоб объясниться с вами. Надеюсь, мы не прерываем отношений наших окончательно. Надеюсь тоже, вы научитесь лучше ценить меня. Я еще сегодня хотел было вам сообщить мой проект насчет ваших родных, из которого бы вы увидали... но довольно! Иван Петрович! -- прибавил он, подходя ко мне, -- теперь более чем когда-нибудь мне будет драгоценно познакомиться с вами ближе, не говоря уже о давнишнем желании моем. Надеюсь, вы поймете меня. На днях я буду у вас; вы позволите?
Я поклонился. Мне самому казалось, что теперь я уже не мог избежать его знакомства. Он пожал мне руку, молча поклонился Наташе и вышел с видом оскорбленного достоинства.
Несколько минут мы все не говорили ни слова. Наташа сидела задумавшись, грустная и убитая. Вся ее энергия вдруг ее оставила. Она смотрела прямо перед собой, ничего не видя, как бы забывшись и держа руку Алеши в своей руке. Тот тихо доплакивал свое горе, изредка взглядывая на нее с боязливым любопытством.
Наконец он робко начал утешать ее, умолял не сердиться, винил себя; видно было, что ему очень хотелось оправдать отца и что это особенно у него лежало на сердце; он несколько раз заговаривал об этом, но не смел ясно высказаться, боясь снова возбудить гнев Наташи. Он клялся ей во всегдашней, неизменной любви и с жаром оправдывался в своей привязанности к Кате; беспрерывно повторял, что он любит Катю только как сестру, как милую, добрую сестру, которую не может оставить совсем, что это было бы даже грубо и жестоко с его стороны, и всё уверял, что если Наташа узнает Катю, то они обе тотчас же подружатся, так что никогда не разойдутся, и тогда уже никаких не будет недоразумений. Эта мысль ему особенно нравилась. Бедняжка не лгал нисколько. Он не понимал опасений Наташи, да и вообще не понял хорошо, что она давеча говорила его отцу. Понял только, что они поссорились, и это-то особенно лежало камнем на его сердце.
-- Ты меня винишь за отца? -- спросила Наташа.
-- Могу ль я винить, -- отвечал он с горьким чувством, -- когда сам всему причиной и во всем виноват? Это я довел тебя до такого гнева, а ты в гневе и его обвинила, потому что хотела меня оправдать; ты меня всегда оправдываешь, а я не стою того. Надо было сыскать виноватого, вот ты и подумала, что он. А он, право, право, не виноват! -- воскликнул Алеша, одушевляясь. -- И с тем ли он приезжал сюда! Того ли ожидал!
Но, видя, что Наташа смотрит на него с тоской и упреком, тотчас оробел.
-- Ну не буду, не буду, прости меня, -- сказал он. -- Я всему причиною!
-- Да, Алеша, -- продолжала она с тяжким чувством. -- Теперь он прошел между нами и нарушил весь наш мир, на всю жизнь. Ты всегда в меня верил больше, чем во всех; теперь же он влил в твое сердце подозрение против меня, недоверие, ты винишь меня, он взял у меня половину твоего сердца. Черная кошка пробежала между нами.
-- Не говори так, Наташа. Зачем ты говоришь: "черная кошка"?-- Он огорчился выражением.
-- Он фальшивою добротою, ложным великодушием привлек тебя к себе, -- продолжала Наташа, -- и теперь всё больше и больше будет восстановлять тебя против меня.
-- Клянусь тебе, что нет! -- вскричал Алеша еще с большим жаром. -- Он был раздражен, когда сказал, что "поторопились", -- ты увидишь сама, завтра же, на днях, он спохватится, и если он до того рассердился, что в самом деле не захочет нашего брака, то я, клянусь тебе, его не послушаюсь. У меня, может быть, достанет на это силы... И знаешь, кто нам поможет, -- вскричал он вдруг с восторгом от своей идеи, -- Катя нам поможет! И ты увидишь, ты увидишь, что за прекрасное это созданье! Ты увидишь, хочет ли она быть твоей соперницей и разлучить нас! И как ты несправедлива была давеча, когда говорила, что я из таких, которые могут разлюбить на другой день после свадьбы! Как это мне горько было слышать! Нет, я не такой, и если я часто ездил к Кате...
-- Полно, Алеша, будь у ней, когда хочешь. Я не про то давеча говорила. Ты не понял всего. Будь счастлив с кем хочешь. Не могу же я требовать у твоего сердца больше, чем оно может мне дать...
Вошла Мавра.
-- Что ж, подавать чай, что ли? Шутка ли, два часа самовар кипит; одиннадцать часов.
Она спросила грубо и сердито; видно было, что она очень не в духе и сердилась на Наташу. Дело в том, что она все эти дни, со вторника, была в таком восторге, что ее барышня (которую она очень любила) выходит замуж, что уже успела разгласить это по всему дому, в околодке, в лавочке, дворнику. Она хвалилась и с торжеством рассказывала, что князь важный человек, генерал и ужасно богатый, сам приезжал просить согласия ее барышни, и она, Мавра, собственными ушами это слышала, и вдруг, теперь, всё пошло прахом. Князь уехал рассерженный, и чаю не подавали, и, уж разумеется, всему виновата барышня. Мавра слышала, как она говорила с ним непочтительно.
-- Что ж... подай, -- отвечала Наташа.
-- Ну, а закуску-то подавать, что ли?
-- Ну, и закуску, -- Наташа смешалась.
-- Готовили, готовили! -- продолжала Мавра, -- со вчерашнего дня без ног. За вином на Невский бегала, а тут... -- И она вышла, сердито хлопнув дверью.
Наташа покраснела и как-то странно взглянула на меня. Между тем подали чай, тут же и закуску; была дичь, какая-то рыба, две бутылки превосходного вина от Елисеева. "К чему ж это все наготовили?" -- подумал я.
-- Это я, видишь, Ваня, вот какая, -- сказала Наташа, подходя к столу и конфузясь даже передо мной. -- Ведь предчувствовала, что всё это сегодня так выйдет, как вышло, а все-таки думала, что авось, может быть, и не так кончится. Алеша приедет, начнет мириться, мы помиримся; все мои подозрения окажутся несправедливыми, меня разуверят, и... на всякий случай я и приготовила закуску. Что ж, думала, мы заговоримся, засидимся...
Бедная Наташа! Она так покраснела, говоря это. Алеша пришел в восторг.
-- Вот видишь, Наташа! -- вскричал он. -- Сама ты себе не верила; два часа тому назад еще не верила своим подозрениям! Нет, это надо всё поправить; я виноват, я всему причиной, я всё и поправлю. Наташа, позволь мне сейчас же к отцу! Мне надо его видеть; он обижен, он оскорблен; его надо утешить, я ему выскажу всё, всё от себя, только от одного себя; ты тут не будешь замешана. И я всё улажу... Не сердись на меня, что я так хочу к нему и что тебя хочу оставить. Совсем не то: мне жаль его; он оправдается перед тобой; увидишь... Завтра, чем свет, я у тебя, и весь день у тебя, к Кате не поеду...
Наташа его не останавливала, даже сама посоветовала ехать. Она ужасно боялась, что Алеша будет теперь нарочно, через силу, просиживать у нее целые дни и наскучит ею. Она просила только, чтоб он от ее имени ничего не говорил, и старалась повеселее улыбнуться ему на прощание. Он уже хотел было выйти, но вдруг подошел к ней, взял ее за обе руки и сел подле нее. Он смотрел на нее с невыразимою нежностью.
-- Наташа, друг мой, ангел мой, не сердись на меня, и не будем никогда ссориться. И дай мне слово, что будешь всегда во всем верить мне, а я тебе. Вот что, мой ангел, я тебе расскажу теперь: были мы раз с тобой в ссоре, не помню за что; я был виноват. Мы не говорили друг с другом. Мне не хотелось просить прощения первому, а было мне ужасно грустно. Я ходил по городу, слонялся везде, заходил к приятелям, а в сердце было так тяжело, так тяжело... И пришло мне тогда на ум: что если б ты, например, от чего-нибудь заболела и умерла. И когда я вообразил себе это, на меня вдруг нашло такое отчаяние, точно я в самом деле навеки потерял тебя. Мысли всё шли тяжелее, ужаснее. И вот мало-помалу я стал воображать себе, что пришел будто я к тебе на могилу, упал на нее без памяти, обнял ее и замер в тоске. Вообразил я себе, как бы я целовал эту могилу, звал бы тебя из нее, хоть на одну минуту, и молил бы у бога чуда, чтоб ты хоть на одно мгновение воскресла бы передо мною; представилось мне, как бы я бросился обнимать тебя, прижал бы к себе, целовал и, кажется, умер бы тут от блаженства, что хоть одно мгновение мог еще раз, как прежде, обнять тебя. И когда я воображал себе это, мне вдруг подумалось: вот я на одно мгновение буду просить тебя у бога, а между тем была же ты со мною шесть месяцев и в эти шесть месяцев сколько раз мы поссорились, сколько дней мы не говорили друг с другом! Целые дни мы были в ссоре и пренебрегали нашим счастьем, а тут только на одну минуту вызываю тебя из могилы и за эту минуту готов заплатить всею жизнью!.. Как вообразил я это всё, я не мог выдержать и бросился к тебе скорей, прибежал сюда, а ты уж ждала меня, и, когда мы обнялись после ссоры, помню, я так крепко прижал тебя к груди, как будто и в самом деле лишаюсь тебя. Наташа! не будем никогда ссориться! Это так мне всегда тяжело! И можно ли, господи! подумать, чтоб я мог оставить тебя!
Наташа плакала. Они крепко обнялись друг с другом, и Алеша еще раз поклялся ей, что никогда ее не оставит. Затем он полетел к отцу. Он был в твердой уверенности, что всё уладит, всё устроит.
-- Всё кончено! Всё пропало! -- сказала Наташа, судорожно сжав мою руку. -- Он меня любит и никогда не разлюбит; но он и Катю любит и через несколько времени будет любить ее больше меня. А эта ехидна князь не будет дремать, и тогда...
-- Наташа! Я сам верю, что князь поступает не чисто, но...
-- Ты не веришь всему, что я ему высказала! Я заметила это по твоему лицу. Но погоди, сам увидишь, права была я или нет? Я ведь еще только вообще говорила, а бог знает, что у него еще в мыслях!
Это ужасный человек! Я ходила эти четыре дня здесь по комнате и догадалась обо всем. Ему именно надо было освободить, облегчить сердце Алеши от его грусти, мешавшей ему жить, от обязанностей любви ко мне. Он выдумал это сватовство и для того еще, чтоб втереться между нами своим влиянием и очаровать Алешу благородством и великодушием. Это правда, правда, Ваня! Алеша именно такого характера. Он бы успокоился на мой счет; тревога бы у него прошла за меня. Он бы думал: что ведь теперь уж она жена моя, навеки со мной, и невольно бы обратил больше внимания на Катю. Князь, видно, изучил эту Катю и угадал, что она пара ему, что она может его сильней увлечь, чем я. Ох, Ваня! На тебя вся моя надежда теперь: он для чего-то хочет с тобой сойтись, знакомиться. Не отвергай этого и старайся, голубчик, ради бога поскорее попасть к графине. Познакомься с этой Катей, разгляди ее лучше и скажи мне: что она такое? Мне надо, чтоб там был твой взгляд. Никто так меня не понимает, как ты, и ты поймешь, что мне надо. Разгляди еще, в какой степени они дружны, что между ними, об чем они говорят; Катю, Катю, главное рассмотри... Докажи мне еще это раз, милый, возлюбленный мой Ваня, докажи мне еще раз свою дружбу! На тебя, только на тебя теперь и надежда моя!..
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Когда я воротился домой, был уже первый час ночи. Нелли отворила мне с заспанным лицом. Она улыбнулась и светло посмотрела на меня. Бедняжка очень досадовала на себя, что заснула. Ей всё хотелось меня дождаться. Она сказала, что меня кто-то приходил спрашивать, сидел с ней и оставил на столе записку. Записка была от Маслобоева. Он звал меня к себе завтра, в первом часу. Мне хотелось расспросить Нелли, но я отложил до завтра, настаивая, чтоб она непременно шла спать; бедняжка и без того устала, ожидая меня, и заснула только за полчаса до моего прихода.
Наутро Нелли рассказала мне про вчерашнее посещение довольно странные вещи. Впрочем, уж и то было странно, что Маслобоев вздумал в этот вечер прийти: он наверно знал, что я не буду дома; я сам предуведомил его об этом при последнем нашем свидании и очень хорошо это помнил. Нелли рассказывала, что сначала она было не хотела отпирать, потому что боялась: было уж восемь часов вечера. Но он упросил ее через запертую дверь, уверяя, что если он не оставит мне теперь записку, то завтра мне почему-то будет очень худо. Когда она его впустила, он тотчас же написал записку, подошел к ней и уселся подле нее на диване. "Я встала и не хотела с ним говорить, -- рассказывала Нелли, -- я его очень боялась; он начал говорить про Бубнову, как она теперь сердится, что она уж не смеет меня теперь взять, и начал вас хвалить; сказал, что он с вами большой друг и вас маленьким мальчиком знал. Тут я стала с ним говорить. Он вынул конфеты и просил, чтоб и я взяла; я не хотела; он стал меня уверять тогда, что он добрый человек, умеет петь песни и плясать; вскочил и начал плясать. Мне стало смешно. Потом сказал, что посидит еще немножко, -- дождусь Ваню, авось воротится, -- и очень просил меня, чтоб я не боялась и села подле него. Я села; но говорить с ним ничего не хотела. Тогда он сказал мне, что знал мамашу и дедушку и... тут я стала говорить. И он долго сидел".
-- А об чем же вы говорили?
-- О мамаше... о Бубновой... о дедушке. Он сидел часа два.
Нелли как будто не хотелось рассказывать, об чем они говорили. Я не расспрашивал, надеясь узнать всё от Маслобоева. Мне показалось только, что Маслобоев нарочно заходил без меня, чтоб застать Нелли одну. "Для чего ему это?" -- подумал я.
Она показала мне три конфетки, которые он ей дал. Это были леденцы в зеленых и красных бумажках, прескверные и, вероятно, купленные в овощной лавочке. Нелли засмеялась, показывая мне их.
-- Что ж ты их не ела? -- спросил я.
-- Не хочу, -- отвечала она серьезно, нахмурив брови. -- Я и не брала у него; он сам на диване оставил...
В этот день мне предстояло много ходьбы. Я стал прощаться с Нелли.
-- Скучно тебе одной? -- спросил я ее, уходя.
-- И скучно и не скучно. Скучно потому, что вас долго нет.
И она с такою любовью взглянула на меня, сказав это. Всё это утро она смотрела на меня таким же нежным взглядом и казалась такою веселенькою, такою ласковою, и в то же время что-то стыдливое, даже робкое было в ней, как будто она боялась чем-нибудь досадить мне, потерять мою привязанность и... и слишком высказаться, точно стыдясь этого.
-- А чем же не скучно-то? Ведь ты сказала, что тебе "и скучно и не скучно"? -- спросил я, невольно улыбаясь ей, так становилась она мне мила и дорога.
-- Уж я сама знаю чем, -- отвечала она, усмехнувшись, и чего-то опять застыдилась. Мы говорили на пороге, у растворенной двери. Нелли стояла передо мной, потупив глазки, одной рукой схватившись за мое плечо, а другою пощипывая мне рукав сюртука.
-- Что ж это, секрет? -- спросил я.
-- Нет... ничего... я -- я вашу книжку без вас читать начала, -- проговорила она вполголоса и, подняв на меня нежный, проницающий взгляд, вся закраснелась.
-- А, вот как! Что ж, нравится тебе? -- я был в замешательстве автора, которого похвалили в глаза, но я бы бог знает что дал, если б мог в эту минуту поцеловать ее. Но как-то нельзя было поцеловать.
Нелли помолчала.
-- Зачем, зачем он умер? -- спросила она с видом глубочайшей грусти, мельком взглянув на меня и вдруг опять опустив глаза,
-- Кто это?
-- Да вот этот, молодой, в чахотке... в книжке-то?
-- Что ж делать, так надо было, Нелли.
-- Совсем не надо, -- отвечала она почти шепотом, но как-то вдруг, отрывисто, чуть не сердито, надув губки и еще упорнее уставившись глазами в пол.
Прошла еще минута.
-- А она... ну, вот и они-то... девушка и старичок, -- шептала она, продолжая как-то усиленнее пощипывать меня за рукав, -- что ж, они будут жить вместе? И не будут бедные?
-- Нет, Нелли, она уедет далеко; выйдет замуж за помещика, а он один останется, -- отвечал я с крайним сожалением, действительно сожалея, что не могу ей сказать чего-нибудь утешительнее.
-- Ну, вот... Вот! Вот как это! У, какие!.. Я и читать теперь не хочу!
И она сердито оттолкнула мою руку, быстро отвернулась от меня, ушла к столу и стала лицом к углу, глазами в землю. Она вся покраснела и неровно дышала, точно от какого-то ужасного огорчения.
-- Полно, Нелли, ты рассердилась! -- начал я, подходя к ней, -- ведь это всё неправда, что написано, -- выдумка; ну, чего ж тут сердиться! Чувствительная ты девочка!
-- Я не сержусь, -- проговорила она робко, подняв на меня такой светлый, такой любящий взгляд; потом вдруг схватила мою руку, прижала к моей груди лицо и отчего-то заплакала.
Но в ту же минуту и засмеялась, -- и плакала и смеялась -- всё вместе. Мне тоже было и смешно и как-то... сладко. Но она ни за что не хотела поднять ко мне голову, и когда я стал было отрывать ее личико от моего плеча, она всё крепче приникала к нему и всё сильнее и сильнее смеялась.
Наконец кончилась эта чувствительная сцена. Мы простились; я спешил. Нелли, вся разрумянившаяся и всё еще как будто пристыженная и с сияющими, как звездочки, глазками, выбежала за мной на самую лестницу и просила воротиться скорее. Я обещал, что непременно ворочусь к обеду и как можно пораньше.
Сначала я пошел к старикам. Оба они хворали. Анна Андреевна была совсем больная; Николай Сергеич сидел у себя в кабинете. Он слышал, что я пришел, но я знал, что по обыкновению своему он выйдет не раньше, как через четверть часа, чтоб дать нам наговориться. Я не хотел очень расстраивать Анну Андреевну и потому смягчал по возможности мой рассказ о вчерашнем вечере, но высказал правду; к удивлению моему, старушка хоть и огорчилась, но как-то без удивления приняла известие о возможности разрыва.
-- Ну, батюшка, так я и думала, -- сказала она. -- Вы ушли тогда, а я долго продумала и надумалась, что не бывать этому. Не заслужили мы у господа бога, да и человек-то такой подлый; можно ль от него добра ожидать. Шутка ль, десять тысяч с нас задаром берет, знает ведь, что задаром, и все-таки берет. Последний кусок хлеба отнимает; продадут Ихменевку. А Наташечка справедлива и умна, что им не поверила. Да знаете ль вы еще, батюшка, -- продолжала она, понизив голос, -- мой-то, мой-то! Совсем напротив этой свадьбы идет. Проговариваться стал: не хочу, говорит! Я сначала думала, что он блажит; нет, взаправду. Что ж тогда с ней-то будет, с голубушкой? Ведь он ее тогда совсем проклянет. Ну, а тот-то, Алеша-то, он-то что?
И долго еще она меня расспрашивала и по обыкновению своему охала и сетовала с каждым моим ответом.
Вообще я заметил, что она в последнее время как-то совсем потерялась. Всякое известие потрясало ее. Скорбь об Наташе убивала ее сердце и здоровье.
Вошел старик, в халате, в туфлях; он жаловался на лихорадку, но с нежностью посмотрел на жену и всё время, как я у них был, ухаживал за ней, как нянька, смотрел ей в глаза, даже робел перед нею.
Во взглядах его было столько нежности. Он был испуган ее болезнью; чувствовал, что лишится всего в жизни, если и ее потеряет.
Я просидел у них с час. Прощаясь, он вышел за мною до передней и заговорил о Нелли. У него была серьезная мысль принять ее к себе в дом вместо дочери. Он стал советоваться со мной, как склонить на то Анну Андреевну. С особенным любопытством расспрашивал меня о Нелли и не узнал ли я о ней еще чего нового? Я наскоро рассказал ему. Рассказ мой произвел на него впечатление.
-- Мы еще поговорим об этом, -- сказал он решительно, -- а покамест... а впрочем, я сам к тебе приду, вот только немножко поправлюсь здоровьем. Тогда и решим.
Ровно в двенадцать часов я был у Маслобоева. К величайшему моему изумлению, первое лицо, которое я встретил, войдя к нему, был князь. Он в передней надевал свое пальто, а Маслобоев суетливо помогал ему и подавал ему его трость. Он уж говорил мне о своем знакомстве с князем, но все-таки эта встреча чрезвычайно изумила меня.
Князь как будто смешался, увидев меня.
-- Ах, это вы! -- вскрикнул он как-то уж слишком с жаром, -- представьте, какая встреча! Впрочем, я сейчас узнал от господина Маслобоева, что вы с ним знакомы. Рад, рад, чрезвычайно рад, что вас встретил; я именно желал вас видеть и надеюсь как можно скорее заехать к вам, вы позволите? У меня просьба до вас: помогите мне, разъясните теперешнее положение наше. Вы, верно, поняли, что я говорю про вчерашнее... Вы там знакомы дружески, вы следили за всем ходом этого дела: вы имеете влияние... Ужасно жалею, что не могу с вами теперь же... Дела! Но на днях и даже, может быть, скорее я буду иметь удовольствие быть у вас. А теперь...
Он как-то уж слишком крепко пожал мне руку, перемигнулся с Маслобоевым и вышел.
-- Скажи ты мне, ради бога... -- начал было я, входя в комнату.
-- Ровно-таки ничего тебе не скажу, -- перебил Маслобоев; поспешно хватая фуражку и направляясь в переднюю, -- дела! Я, брат, сам бегу, опоздал!..
-- Да ведь ты сам написал, что в двенадцать часов.
-- Что ж такое, что написал? Вчера тебе написал, а сегодня мне написали, да так, что лоб затрещал, -- такие дела! Ждут меня. Прости, Ваня. Всё, что могу предоставить тебе в удовлетворение, это исколотить меня за то, что напрасно тебя потревожил. Если хочешь удовлетвориться, то колоти, но только ради Христа поскорее! Не задержи, дела, ждут...
-- Да зачем мне тебя колотить? Дела, так спеши, у всякого бывает свое непредвиденное. А только...
-- Нет, про только-то уж я скажу, -- перебил он, выскакивая в переднюю и надевая шинель (за ним и я стал одеваться). -- У меня и до тебя дело; очень важное дело, за ним-то я и звал тебя; прямо до тебя касается и до твоих интересов. А так как в одну минуту, теперь, рассказать нельзя, то дай ты, ради бога, слово, что придешь ко мне сегодня ровно в семь часов, ни раньше, ни позже. Буду дома.
-- Сегодня, -- сказал я в нерешимости, -- ну, брат, я сегодня вечером хотел было зайти...
-- Зайди, голубчик, сейчас туда, куда ты хотел вечером зайти, а вечером ко мне. Потому, Ваня, и вообразить не можешь, какие я вещи тебе сообщу.
-- Да изволь, изволь; что бы такое? Признаюсь, ты завлек мое любопытство.
Между тем мы вышли из ворот дома и стояли на тротуаре.
-- Так будешь? -- спросил он настойчиво.
-- Сказал, что буду.
-- Нет, дай честное слово.
-- Фу, какой! Ну, честное слово.
-- Отлично и благородно. Тебе куда?
-- Сюда, -- отвечал я, показывая направо.
-- Ну, а мне сюда, -- сказал он, показывая налево. -- Прощай, Ваня! Помни, семь часов. "Странно", -- подумал я, смотря ему вслед.
Вечером я хотел быть у Наташи. Но так как теперь дал слово Маслобоеву, то и рассудил отправиться к ней сейчас. Я был уверен, что застану у ней Алешу. Действительно, он был там и ужасно обрадовался, когда я вошел.
Он был очень мил, чрезвычайно нежен с Наташей и даже развеселился с моим приходом. Наташа хоть и старалась казаться веселою, но видно было, что через силу.
Лицо ее было больное и бледное; плохо спала ночью. К Алеше она была как-то усиленно ласкова.
Алеша хоть и много говорил, много рассказывал, по-видимому желая развеселить ее и сорвать улыбку с ее невольно складывавшихся не в улыбку губ, но заметно обходил в разговоре Катю и отца.
Вероятно, вчерашняя его попытка примирения не удалась.
-- Знаешь что? Ему ужасно хочется уйти от меня, -- шепнула мне наскоро Наташа, когда он вышел на минуту что-то сказать Мавре, -- да и боится. А я сама боюсь ему сказать, чтоб он уходил, потому что он тогда, пожалуй, нарочно не уйдет, а пуще всего боюсь, что он соскучится и за это совсем охладеет ко мне! Как сделать?
-- Боже, в какое положение вы сами себя ставите! И какие вы мнительные, как вы следите друг за другом! Да просто объясниться, ну и кончено. Вот через это-то положение он, может быть, и действительно соскучится.
-- Как же быть? -- вскричала она, испуганная.
-- Постой, я вам всё улажу... -- и я вышел в кухню под предлогом попросить Мавру обтереть одну очень загрязнившуюся мою калошу.
-- Осторожнее, Ваня! -- закричала она мне вслед. Только что я вошел к Мавре, Алеша так и бросился ко мне, точно меня ждал:
-- Иван Петрович, голубчик, что мне делать? Посоветуйте мне: я еще вчера дал слово быть сегодня, именно теперь, у Кати. Не могу же я манкировать! Я люблю Наташу как не знаю что, готов просто в огонь, но, согласитесь сами, там совсем бросить, ведь это нельзя...
-- Ну что ж, поезжайте...
-- Да как же Наташа-то? Ведь я огорчу ее, Иван Петрович, выручите как-нибудь...
-- По-моему, лучше поезжайте. Вы знаете, как она вас любит; ей всё будет казаться, что вам с ней скучно и что вы с ней сидите насильно. Непринужденнее лучше. Впрочем, пойдемте, я вам помогу.
-- Голубчик, Иван Петрович! Какой вы добрый! Мы вошли; через минуту я сказал ему:
-- А я видел сейчас вашего отца.
-- Где? -- вскричал он, испуганный.
-- На улице, случайно. Он остановился со мной на минуту, опять просил быть знакомым. Спрашивал об вас: не знаю ли я, где теперь вы? Ему очень надо было вас видеть, что-то сказать вам.
-- Ах, Алеша, съезди, покажись ему, -- подхватила Наташа, понявшая, к чему я клоню.
-- Но... где ж я его теперь встречу? Он дома?
-- Нет, помнится, он сказал, что он у графини будет.
-- Ну, так как же... -- наивно произнес Алеша, печально смотря на Наташу.
-- Ах, Алеша, так что же! -- сказала она. -- Неужели ж ты вправду хочешь оставить это знакомство, чтоб меня успокоить. Ведь это по-детски. Во-первых, это невозможно, а во-вторых, ты просто будешь неблагороден перед Катей. Вы друзья; разве можно так грубо разрывать связи. Наконец, ты меня просто обижаешь, коли думаешь, что я так тебя ревную. Поезжай, немедленно поезжай, я прошу тебя!
Да и отец твой успокоится.
-- Наташа, ты ангел, а я твоего пальчика не стою! -- вскричал Алеша с восторгом и с раскаянием. -- Ты так добра, а я... я... ну узнай же! Я сейчас же просил, там, в кухне, Ивана Петровича, чтоб он помог мне уехать от тебя. Он это и выдумал. Но не суди меня, ангел Наташа! Я не совсем виноват, потому что люблю тебя в тысячу раз больше всего на свете и потому выдумал новую мысль: открыться во всем Кате и немедленно рассказать ей всё наше теперешнее положение и всё, что вчера было. Она что-нибудь выдумает для нашего спасения, она нам всею душою предана...
-- Ну и ступай, -- отвечала Наташа, улыбаясь, -- и вот что, друг мой, я сама хотела бы очень познакомиться с Катей. Как бы это устроить?
Восторгу Алеши не было пределов. Он тотчас же пустился в предположения, как познакомиться. По его выходило очень легко: Катя выдумает. Он развивал свою идею с жаром, горячо. Сегодня же обещался и ответ принести, через два же часа, и вечер просидеть у Наташи.
-- Вправду приедешь? -- спросила Наташа, отпуская его.
-- Неужели ты сомневаешься? Прощай, Наташа, прощай, возлюбленная ты моя, -- вечная моя возлюбленная! Прощай, Ваня! Ах, боже мой, я вас нечаянно назвал Ваней; послушайте, Иван Петрович, я вас люблю -- зачем мы не на ты. Будем на ты.
-- Будем на ты.
-- Слава богу! Ведь мне это сто раз в голову приходило. Да я всё как-то не смел вам сказать. Вот и теперь вы говорю. А ведь это очень трудно ты говорить. Это, кажется, где-то у Толстого хорошо выведено: двое дали друг другу слово говорить ты, да и никак не могут и всё избегают такие фразы, в которых местоимения. Ах, Наташа! Перечтем когда-нибудь "Детство и отрочество"; ведь как хорошо!
-- Да уж ступай, ступай, -- прогоняла Наташа, смеясь, -- заболтался от радости...
-- Прощай! Через два часа у тебя!
Он поцеловал у ней руку и поспешно вышел.
-- Видишь, видишь, Ваня! -- проговорила она и залилась слезами.
Я просидел с ней часа два, утешал ее и успел убедить во всем. Разумеется, она была во всем права, во всех своих опасениях. У меня сердце ныло в тоске, когда я думал о теперешнем ее положении; боялся я за нее. Но что ж было делать?
Странен был для меня и Алеша: он любил ее не меньше, чем прежде, даже, может быть, и сильнее, мучительнее, от раскаяния и благодарности. Но в то же время новая любовь крепко вселялась в его сердце. Чем это кончится -- невозможно было предвидеть. Мне самому ужасно любопытно было посмотреть на Катю. Я снова обещал Наташе познакомиться с нею.
Под конец она даже как будто развеселилась. Между прочим, я рассказал ей всё о Нелли, о Маслобоеве, о Бубновой, о сегодняшней встрече моей у Маслобоева с князем и о назначенном свидании в семь часов. Всё это ужасно ее заинтересовало. О стариках я говорил с ней немного, а о посещении Ихменева умолчал, до времени; предполагаемая дуэль Николая Сергеича с князем могла испугать ее. Ей тоже показались очень странными сношения князя с Маслобоевым и чрезвычайное его желание познакомиться со мною, хотя всё это и довольно объяснялось теперешним положением...
Часа в три я воротился домой. Нелли встретила меня с своим светлым личиком...
Ровно в семь часов вечера я уже был у Маслобоева. Он встретил меня с громкими криками и с распростертыми объятиями. Само собою разумеется, он был вполпьяна. Но более всего меня удивили чрезвычайные приготовления к моей встрече. Видно было, что меня ожидали.
Хорошенький томпаковый самовар кипел на круглом столике, накрытом прекрасною и дорогою скатертью. Чайный прибор блистал хрусталем, серебром и фарфором. На другом столе, покрытом другого рода, но не менее богатой скатертью, стояли на тарелках конфеты, очень хорошие, варенья киевские, жидкие и сухие, мармелад, пастила, желе, французские варенья, апельсины, яблоки и трех или четырех сортов орехи, -- одним словом, целая фруктовая лавка. На третьем столе, покрытом белоснежною скатертью, стояли разнообразнейшие закуски: икра, сыр, пастет, колбасы, копченый окорок, рыба и строй превосходных хрустальных графинов с водками многочисленных сортов и прелестнейших цветов -- зеленых, рубиновых, коричневых, золотых. Наконец, на маленьком столике, в стороне, тоже накрытом белою скатертью, стояли две вазы с шампанским. На столе перед диваном красовались три бутылки: сотерн, лафит и коньяк, -- бутылки елисеевские и предорогие. За чайным столиком сидела Александра Семеновна хоть и в простом платье и уборе, но, видимо, изысканном и обдуманном, правда, очень удачно. Она понимала, что к ней идет, и, видимо, этим гордилась; встречая меня, она привстала с некоторою торжественностью. Удовольствие и веселость сверкали на ее свеженьком личике. Маслобоев сидел в прекрасных китайских туфлях, в дорогом халате и в свежем щегольском белье. На рубашке его были везде, где только можно было прицепить, модные запонки и пуговки. Волосы были расчесаны, напомажены и с косым пробором, по-модному.
Я так был озадачен, что остановился среди комнаты и смотрел, раскрыв рот, то на Маслобоева, то на Александру Семеновну, самодовольство которой доходило до блаженства.
-- Что это, Маслобоев? Разве у тебя сегодня званый вечер? -- вскричал я наконец с беспокойством.
-- Нет, ты один, -- отвечал он торжественно.
-- Да что же это (я указал на закуски), ведь тут можно накормить целый полк?
-- И напоить -- главное забыл: напоить! -- прибавил Маслобоев.
-- И это всё для одного меня?
-- И для Александры Семеновны. Всё это ей угодно было так сочинить.
-- Ну, вот уж! Я так и знала! -- воскликнула, закрасневшись, Александра Семеновна, но нисколько не потеряв своего довольного вида. -- Гостя прилично принять нельзя: тотчас я виновата!
-- С самого утра, можешь себе представить, с самого утра, только что узнала, что ты придешь на вечер, захлопотала; в муках была...
-- И тут солгал! Вовсе не с самого утра, а со вчерашнего вечера. Ты вчера вечером, как пришел, так и сказал мне, что они в гости на целый вечер придут...
-- Это вы ослышались-с.
-- Вовсе не ослышалась, а так было. Я никогда не лгу. А почему ж гостя не встретить? Живем-живем, никто-то к нам не ходит, а всё-то у нас есть. Пусть же хорошие люди видят, что и мы умеем, как люди, жить.
-- И, главное, узнают, какая вы великолепная хозяйка и распорядительница, -- прибавил Маслобоев. -- Представь, дружище, я-то, я-то за что тут попался. Рубашку голландскую на меня напялили, запонки натыкали, туфли, халат китайский, волосы расчесала мне сама и распомадила: бергамот-с; духами какими-то попрыскать хотела: крем-брюле, да уж тут я не вытерпел, восстал, супружескую власть показал...
-- Вовсе не бергамот, а самая лучшая французская помада, из фарфоровой расписной баночки! -- подхватила, вся вспыхнув, Александра Семеновна. -- Посудите сами, Иван Петрович, ни в театр, ни танцевать никуда не пускает, только платья дарит, а что мне в платье-то? Наряжусь да и хожу одна по комнате. Намедни упросила, совсем уж было собрались в театр; только что отвернулась брошку прицепить, а он к шкапику: одну, другую, да и накатился. Так и остались. Никто-то, никто-то, никто-то не ходит к нам в гости; а только по утрам, по делам какие-то люди ходят; меня и прогонят. А между тем и самовары, и сервиз есть, и чашки хорошие -- всё это есть, всё дареное. И съестное-то нам носят, почти одно вино покупаем да какую-нибудь помаду, да вот там закуски, -- пастет, окорока да конфеты для вас купили... Хоть бы посмотрел кто, как мы живем! Целый год думала: вот придет гость, настоящий гость, мы всё это и покажем, и угостим: и люди похвалят, и самим любо будет; а что его, дурака, напомадила, так он и не стоит того; ему бы всё в грязном ходить. Вон какой халат на нем: подарили, да стоит ли он такого халата? Ему бы только нализаться прежде всего. Вот увидите, что он вас будет прежде чаю водкой просить.
-- А что! Ведь и вправду дело: выпьем-ка, Ваня, золотую и серебряную, а потом, с освеженной душой и к другим напиткам приступим.
-- Ну, так я и знала!
-- Не беспокойтесь, Сашенька, и чайку выпьем, с коньячком, за ваше здоровье-с.
-- Ну, так и есть! -- вскричала она, всплеснув руками. -- Чай ханский, по шести целковых, третьего дня купец подарил, а он его с коньяком хочет пить. Не слушайте, Иван Петрович, вот я вам сейчас налью... увидите, сами увидите, какой чай!
И она захлопотала у самовара.
Было понятно, что рассчитывали меня продержать весь вечер. Александра Семеновна целый год ожидала гостя и теперь готовилась отвести на мне душу. Всё это было не в моих расчетах.
-- Послушай, Маслобоев, -- сказал я, усаживаясь, -- ведь я к тебе вовсе не в гости; я по делам; ты сам меня звал что-то сообщить...
-- Ну, так ведь дело делом, а приятельская беседа своим чередом.
-- Нет, душа моя, не рассчитывай. В половину девятого -- и прощай. Дело есть; я дал слово...
-- Не думаю. Помилуй, что ж ты со мной делаешь? Что ж ты с Александрой-то Семеновной делаешь? Ты взгляни на нее: обомлела. За что ж меня напомадила-то: ведь на мне бергамот; подумай!
-- Ты всё шутишь, Маслобоев. Я Александре Семеновне поклянусь, что на будущей неделе, ну хоть в пятницу, приду к вам обедать; а теперь, брат, я дал слово, или, лучше сказать, мне просто надобно быть в одном месте. Лучше объясни мне: что ты хотел сообщить?
-- Так неужели ж вы только до половины девятого! -- вскричала Александра Семеновна робким и жалобным голосом, чуть не плача и подавая мне чашку превосходного чаю.
-- Не беспокойтесь, Сашенька; всё это вздор, -- подхватил Маслобоев. -- Он останется; это вздор. А вот что ты лучше скажи мне, Ваня, куда это ты всё уходишь? Какие у тебя дела? Можно узнать?
Ведь ты каждый день куда-то бегаешь, не работаешь...
-- А зачем тебе? Впрочем, может быть, скажу после. А вот объясни-ка ты лучше, зачем ты приходил ко мне вчера, когда я сам сказал тебе, помнишь, что меня не будет дома?
-- Потом вспомнил, а вчера забыл. Об деле действительно хотел с тобою поговорить, но пуще всего надо было утешить Александру Семеновну. "Вот, говорит, есть человек, оказался приятель, зачем не позовешь?" И уж меня, брат, четверо суток за тебя продергивают. За бергамот мне, конечно, на том свете сорок грехов простят, но, думаю, отчего же не посидеть вечерок по-приятельски? Я и употребил стратагему: написал, что, дескать, такое дело, что если не придешь, то все наши корабли потонут.
Я попросил его вперед так не делать, а лучше прямо предуведомить. Впрочем, это объяснение меня не совсем удовлетворило.
-- Ну, а давеча-то зачем бежал от меня? -- спросил я.
-- А давеча действительно было дело, настолечко не солгу.
-- Не с князем ли?
-- А вам нравится наш чай? -- спросила медовым голоском Александра Семеновна.
Вот уж пять минут она ждала, что я похвалю их чай, а я и не догадался.
-- Превосходный, Александра Семеновна, великолепный! Я еще и не пивал такого.
Александра Семеновна так и зарделась от удовольствия и бросилась наливать мне еще.
-- Князь! -- вскричал Маслобоев, -- этот князь, брат, такая шельма, такой плут... ну! Я, брат, вот что тебе скажу: я хоть и сам плут, но из одного целомудрия не захотел бы быть в его коже! Но довольно; молчок! Только это одно об нем и могу сказать.
-- А я, как нарочно, пришел к тебе, чтобы и об нем расспросить между прочим. Но это после. А зачем ты вчера без меня моей Елене леденцов давал да плясал перед ней? И об чем ты мог полтора часа с ней говорить!
-- Елена, это маленькая девочка, лет двенадцати или одиннадцати, живет до времени у Ивана Петровича, -- объяснил Маслобоев, вдруг обращаясь к Александре Семеновне. -- Смотри, Ваня, смотри, -- продолжал он, показывая на нее пальцем, -- так вся и вспыхнула, как услышала, что я незнакомой девушке леденцов носил, так и зарделась, так и вздрогнула, точно мы вдруг из пистолета выстрелили... ишь глазенки-то, так и сверкают, как угольки. Да уж нечего, Александра Семеновна, нечего скрывать! Ревнивы-с. Не растолкуй я, что это одиннадцатилетняя девочка, так меня тотчас же за вихры оттаскала бы: и бергамот бы не спас!
-- Он и теперь не спасет!
И с этими словами Александра Семеновна одним прыжком прыгнула к нам из-за чайного столика, и прежде чем Маслобоев успел заслонить свою голову, она схватила его за клочок волос и порядочно продернула.
-- Вот тебе, вот тебе! Не смей говорить перед гостем, что я ревнива, не смей, не смей, не смей!
Она даже раскраснелась и хоть смеялась, но Маслобоеву досталось порядочно.
-- Про всякий стыд рассказывает! -- серьезно прибавила она, обратясь ко мне.
-- Ну, Ваня, таково-то житье мое! По этой причине непременно водочки! -- решил Маслобоев, оправляя волосы и чуть не бегом направляясь к графину. Но Александра Семеновна предупредила его: подскочила к столу, налила сама, подала и даже ласково потрепала его по щеке. Маслобоев с гордостью подмигнул мне глазом, щелкнул языком и торжественно выпил свою рюмку.
-- Насчет леденцов трудно сообразить, -- начал он, усаживаясь подле меня на диване. -- Я их купил третьего дня, в пьяном виде, в овощной лавочке, -- не знаю для чего. Впрочем, может быть, для того, чтоб поддержать отечественную торговлю и промышленность, -- не знаю наверно; помню только, что я шел тогда по улице пьяный, упал в грязь, рвал на себе волосы и плакал о том, что ни к чему не способен. Я, разумеется, об леденцах забыл, так они и остались у меня в кармане до вчерашнего дня, когда я сел на них, садясь на твой диван. Насчет танцев же опять тот же нетрезвый вид: вчера я был достаточно пьян, а в пьяном виде я, когда бываю доволен судьбою, иногда танцую. Вот и всё; кроме разве того, что эта сиротка возбудила во мне жалость; да, кроме того, она и говорить со мной не хотела, как будто сердилась. Я и ну танцевать, чтоб развеселить ее, и леденчиками попотчевал.
-- А не подкупал ее, чтоб у ней кое-что выведать, и, признайся откровенно: нарочно ты зашел ко мне, зная, что меня дома не будет, чтоб поговорить с ней между четырех глаз и что-нибудь выведать, или нет? Ведь я знаю, ты с ней часа полтора просидел, уверил ее, что ее мать покойницу знаешь, и что-то выспрашивал.
Маслобоев прищурился и плутовски усмехнулся.
-- А ведь идея-то была бы недурна, -- сказал он. -- Нет, Ваня, это не то. То есть, почему не расспросить при случае; но это не то. Слушай, старинный приятель, я хоть теперь и довольно пьян, по обыкновению, но знай, что с злым умыслом Филипп тебя никогда не обманет, с злым то есть умыслом.
-- Ну, а без злого умысла?
-- Ну... и без злого умысла. Но к черту это, выпьем, и об деле! Дело-то пустое, -- продолжал он, выпив. -- Эта Бубнова не имела никакого права держать эту девочку; я всё разузнал. Никакого тут усыновления или прочего не было. Мать должна была ей денег, та и забрала к себе девчонку. Бубнова хоть и плутовка, хоть и злодейка, но баба-дура, как и все бабы. У покойницы был хороший паспорт; следственно, всё чисто. Елена может жить у тебя, хотя бы очень хорошо было, если б какие-нибудь люди семейные и благодетельные взяли ее серьезно на воспитание. Но покамест пусть она у тебя.
Это ничего; я тебе всё обделаю: Бубнова и пальцем пошевелить не смеет. О покойнице же матери я почти ничего не узнал точного. Она чья-то вдова, по фамилии Зальцман.
-- Так, мне так и Нелли говорила.
-- Ну, так и кончено. Теперь же, Ваня, -- начал он с некоторою торжественностью, -- я имею к тебе одну просьбицу. Ты же исполни. Расскажи мне по возможности подробнее, что у тебя за дела, куда ты ходишь, где бываешь по целым дням? Я хоть отчасти и слышал и знаю, но мне надобно знать гораздо подробнее.
Такая торжественность удивила меня и даже обеспокоила.
-- Да что такое? Для чего тебе это знать? Ты так торжественно спрашиваешь...
-- Вот что, Ваня, без лишних слов: я тебе хочу оказать услугу. Видишь, дружище, если б я с тобой хитрил, я бы у тебя и без торжественности умел выпытать. А ты подозреваешь, что я с тобой хитрю: давеча, леденцы-то; я ведь понял. Но так как я с торжественностью говорю, значит, не для себя интересуюсь, а для тебя. Так ты не сомневайся и говори напрямик, правду -- истинную...
-- Да какую услугу? Слушай, Маслобоев, для чего ты не хочешь мне рассказать что-нибудь о князе? Мне это нужно. Вот это будет услуга.
-- О князе! гм... Ну, так и быть, прямо скажу: я и выспрашиваю теперь тебя по поводу князя.
-- Как?
-- А вот как: я, брат, заметил, что он как-то в твои дела замешался; между прочим, он расспрашивал меня об тебе. Уж как он узнал, что мы знакомы, -- это не твое дело. А только главное в том: берегись ты этого князя. Это Иуда-предатель и даже хуже того. И потому, когда я увидал, что он отразился в твоих делах, то вострепетал за тебя. Впрочем, я ведь ничего не знаю; для того-то и прошу тебя рассказать, чтоб я мог судить... И даже для того тебя сегодня к себе призвал. Вот это-то и есть то важное дело; прямо объясняю.
-- По крайней мере ты мне скажешь хоть что-нибудь, хоть то, почему именно я должен опасаться князя.
-- Хорошо, так и быть; я, брат, вообще употребляюсь иногда по иным делам. Но рассуди: мне ведь иные и доверяются-то потому, что я не болтун. Как же я тебе буду рассказывать? Так и не взыщи, если расскажу вообще, слишком вообще, для того только, чтоб показать: какой, дескать, он выходит подлец. Ну, начинай же сначала ты, про свое.
Я рассудил, что в моих делах мне решительно нечего было скрывать от Маслобоева. Дело Наташи было не секретное; к тому же я мог ожидать для нее некоторой пользы от Маслобоева. Разумеется, в моем рассказе я, по возможности, обошел некоторые пункты. Маслобоев в особенности внимательно слушал всё, что касалось князя; во многих местах меня останавливал, многое вновь переспрашивал, так что я рассказал ему довольно подробно. Рассказ мой продолжался с полчаса.
-- Гм! умная голова у этой девицы, -- решил Маслобоев. -- Если, может быть, и не совсем верно догадалась она про князя, то уж то одно хорошо, что с первого шагу узнала, с кем имеет дело, и прервала все сношения. Молодец Наталья Николаевна! Пью за ее здоровье! (Он выпил.) Тут не только ум, тут сердца надо было, чтоб не дать себя обмануть. И сердце не выдало. Разумеется, ее дело проиграно: князь настоит на своем, и Алеша ее бросит. Жаль одного, Ихменева, -- десять тысяч платить этому подлецу! Да кто у него по делу-то ходил, кто хлопотал? Небось сам! Э-эх! То-то все эти горячие и благородные! Никуда не годится народ! С князем не так надо было действовать. Я бы такого адвокатика достал Ихменеву -- э-эх! -- И он с досадой стукнул по столу.
-- Ну, теперь что же князь-то?
-- А ты всё о князе. Да что об нем говорить; и не рад, что вызвался. Я ведь, Ваня, только хотел тебя насчет этого мошенника предуведомить, чтобы, так сказать, оградить тебя от его влияния. Кто с ним связывается, тот не безопасен. Так ты держи ухо востро; вот и всё. А ты уж и подумал, что я тебе бог знает какие парижские тайны хочу сообщить. И видно, что романист! Ну, что говорить о подлеце?
Подлец так и есть подлец... Ну, вот, например, расскажу тебе одно его дельце, разумеется без мест, без городов, без лиц, то есть без календарской точности. Ты знаешь, что он еще в первой молодости, когда принужден был жить канцелярским жалованьем, женился на богатой купчихе. Ну, с этой купчихой он не совсем вежливо обошелся, и хоть не в ней теперь дело, но замечу, друг Ваня, что он всю жизнь наиболее по таким делам любил промышлять. Вот еще случай: поехал он за границу. Там...
-- Постой, Маслобоев, про которую ты поездку говоришь? В котором году?
-- Ровно девяносто девять лет тому назад и три месяца. Ну-с, там он и сманил одну дочь у одного отца да и увез с собой в Париж. Да ведь как сделал-то! Отец был вроде какого-то заводчика или участвовал в каком-то эдаком предприятии. Наверно не знаю. Я ведь если и рассказываю тебе, то по собственным умозаключениям и соображениям из других данных. Вот князь его и надул, тоже в предприятие с ним вместе залез. Надул вполне и деньги с него взял. Насчет взятых денег у старика были, разумеется, кой-какие документы. А князю хотелось так взять, чтоб и не отдать, по-нашему -- просто украсть. У старика была дочь, и дочь-то была красавица, а у этой красавицы был влюбленный в нее идеальный человек, братец Шиллеру, поэт, в то же время купец, молодой мечтатель, одним словом -- вполне немец, Феферкухен какой-то.
-- То есть это фамилия его Феферкухен?
-- Ну, может, и не Феферкухен, черт его дери, не в нем дело. Только князь-то и подлез к дочери, да так подлез, что она влюбилась в него, как сумасшедшая. Князю и захотелось тогда двух вещей: во-первых, овладеть дочкой, а во-вторых, документами во взятой у старика сумме. Ключи от всех ящиков стариковых были у его дочери. Старик же любил дочь без памяти, до того, что замуж ее отдавать не хотел. Серьезно. Ко всякому жениху ревновал, не понимал, как можно расстаться с нею, и Феферкухена прогнал, чудак какой-то англичанин...
-- Англичанин? Да где же всё это происходило?
-- Я только так сказал: англичанин, для сравнения, а ты уж и подхватил. Было ж это в городе Санта-фе-де-Богота, а может, и в Кракове, но вернее всего, что в фюрстентум Нассау, вот что на зельтерской воде написано, именно в Нассау; довольно с тебя? Ну-с, вот-с князь девицу-то сманил, да и увез от отца, да по настоянию князя девица захватила с собой и кой-какие документики. Ведь бывает же такая любовь, Ваня! Фу ты, боже мой, а ведь девушка была честная, благородная, возвышенная! Правда, может, толку-то большого в бумагах не знала. Ее заботило одно: отец проклянет. Князь и тут нашелся; дал ей форменное, законное обязательство, что на ней женится. Таким образом и уверил ее, что они так только поедут, на время, прогуляются, а когда гнев старика поутихнет, они и воротятся к нему обвенчанные и будут втроем век жить, добра наживать и так далее до бесконечности. Бежала она, старик-то ее проклял да и обанкрутился. За нею в Париж потащился и Фрауенмильх, всё бросил и торговлю бросил; влюблен был уж очень.
-- Стой! Какой Фрауенмильх?
-- Ну тот, как его! Фейербах-то... тьфу, проклятый: Феферкухен! Ну-с, князю разумеется, жениться нельзя было: что, дескать, графиня Хлестова скажет? Как барон Помойкин об этом отзовется?
Следовательно, надо было надуть. Ну, надул-то он слишком нагло. Во-первых, чуть ли не бил ее, во-вторых, нарочно пригласил к себе Феферкухена, тот и ходил, другом ее сделался, ну, хныкали вместе, по целым вечерам одни сидели, несчастья свои оплакивали, тот утешал: известно, божьи души. Князь-то нарочно так подвел: раз застает их поздно да и выдумал, что они в связи, придрался к чему-то: своими глазами, говорит, видел. Ну и вытолкал их обоих за ворота, а сам на время в Лондон уехал. А та была уж на сносях; как выгнали ее, она и родила дочь... то есть не дочь, а сына, именно сынишку, Володькой и окрестили. Феферкухен восприемником был. Ну вот и поехала она с Феферкухеном. У того маленькие деньжонки были. Объехала она Швейцарию, Италию... во всех то есть поэтических землях была, как и следует. Та всё плакала, а Феферкухен хныкал, и много лет таким образом прошло, и девочка выросла. И для князя-то всё бы хорошо было, да одно нехорошо: обязательство жениться он у ней назад не выхлопотал. "Низкий ты человек, -- сказала она ему при прощании, -- ты меня обокрал, ты меня обесчестил и теперь оставляешь. Прощай! Но обязательства тебе не отдам. Не потому, что я когда-нибудь хотела за тебя выйти, а потому, что ты этого документа боишься. Так пусть он и будет у меня вечно в руках". Погорячилась, одним словом, но князь, впрочем, остался покоен. Вообще эдаким подлецам превосходно иметь дело с так называемыми возвышенными существами. Они так благородны, что их весьма легко обмануть, а во-вторых, они всегда отделываются возвышенным и благородным презрением вместо практического применения к делу закона, если только можно его применить. Ну, вот хоть бы эта мать: отделалась гордым презрением и хоть оставила у себя документ, но ведь князь знал, что она скорее повесится, чем употребит его в дело: ну, и был покоен до времени. А она хоть и плюнула ему в его подлое лицо, да ведь у ней Володька на руках оставался: умри она, что с ним будет? Но об этом не рассуждалось. Брудершафт тоже ободрял ее и не рассуждал; Шиллера читали. Наконец, Брудершафт отчего-то скиснул и умер...
-- То есть Феферкухен?
-- Ну да, черт его дери! А она...
-- Постой! Сколько лет они странствовали?
-- Ровнешенько двести. Ну-с, она и воротилась в Краков. Отец-то не принял, проклял, она умерла, а князь перекрестился от радости. Я там был, мед пил, по усам текло, а в рот не попало, дали мне шлык, а я в подворотню шмыг... выпьем, брат Ваня!
-- Я подозреваю, что ты у него по этому делу хлопочешь, Маслобоев.
-- Тебе непременно этого хочется?
-- Но не понимаю только, что ты-то тут можешь сделать!
-- А видишь, она как воротилась в Мадрид-то после десятилетнего отсутствия, под чужим именем, то надо было всё это разузнать и о Брудершафте, и о старике, и действительно ли она воротилась, и о птенце, и умерла ли она, и нет ли бумаг, и так далее до бесконечности. Да еще кой о чем. Сквернейший человек, берегись его, Ваня, а об Маслобоеве вот что думай: никогда, ни за что не называй его подлецом! Он хоть и подлец (по-моему, так нет человека не подлеца), но не против тебя. Я крепко пьян, но слушай: если когда-нибудь, близко ли, далеко ли, теперь ли, или на будущий год, тебе покажется, что Маслобоев против тебя в чем-нибудь схитрил (и, пожалуйста, не забудь этого слова схитрил), -- то знай, что без злого умысла. Маслобоев над тобой наблюдает. И потому не верь подозрениям, а лучше приди и объяснись откровенно и по-братски с самим Маслобоевым. Ну, теперь хочешь пить?
-- Нет.
-- Закусить?
-- Нет, брат, извини...
-- Ну, так и убирайся, без четверти девять, а ты спесив. Теперь тебе уже пора.
-- Как? Что? Напился пьян да и гостя гонит! Всегда-то он такой! Ах, бесстыдник! -- вскричала чуть не плача Александра Семеновна.
-- Пеший конному не товарищ! Александра Семеновна, мы остаемся вместе и будем обожать друг друга. А это генерал! Нет, Ваня, я соврал; ты не генерал, а я -- подлец! Посмотри, на что я похож теперь? Что я перед тобой? Прости, Ваня, не осуди и дай излить...
Он обнял меня и залился слезами. Я стал уходить.
-- Ах, боже мой! А у нас и ужинать приготовлено, -- говорила Александра Семеновна в ужаснейшем горе. -- А в пятницу-то придете к нам?
-- Приду, Александра Семеновна, честное слово, приду.
-- Да вы, может быть, побрезгаете, что он вот такой... пьяный. Не брезгайте, Иван Петрович, он добрый, очень добрый, а уж вас как любит! Он про вас мне и день и ночь теперь говорит, всё про вас.
Нарочно ваши книжки купил для меня; я еще не прочла; завтра начну. А уж мне-то как хорошо будет, когда вы придете! Никого-то не вижу, никто-то не ходит к нам посидеть. Всё у нас есть, а сидим одни. Теперь вот я сидела, всё слушала, всё слушала, как вы говорили, и как это хорошо... Так до пятницы...
Я шел и торопился домой: слова Маслобоева слишком меня поразили. Мне бог знает что приходило в голову... Как нарочно, дома меня ожидало одно происшествие, которое меня потрясло, как удар электрической машины.
Против самых ворот дома, в котором я квартировал, стоял фонарь. Только что я стал под ворота, вдруг от самого фонаря бросилась на меня какая-то странная фигура, так что я даже вскрикнул, какое-то живое существо, испуганное, дрожащее, полусумасшедшее, и с криком уцепилось за мои руки. Ужас охватил меня. Это была Нелли!
-- Нелли! Что с тобой? -- закричал я. -- Что ты!
-- Там, наверху... он сидит... у нас...
-- Кто такой? Пойдем; пойдем вместе со мной.
-- Не хочу, не хочу! Я подожду, пока он уйдет... в сенях... не хочу.
Я поднялся к себе с каким-то странным предчувствием, отворил дверь и -- увидел князя. Он сидел у стола и читал роман. По крайней мере, книга была раскрыта.
-- Иван Петрович! -- вскричал он с радостью. -- Я так рад, что вы наконец воротились. Только что хотел было уезжать. Более часу вас ждал. Я дал сегодня слово, по настоятельнейшей и убедительнейшей просьбе графини, приехать к ней сегодня вечером с вами. Она так просила, так хочет с вами познакомиться! Так как уж вы дали мне обещание, то я рассудил заехать к вам самому, пораньше, покамест вы еще не успели никуда отправиться, и пригласить вас с собою. Представьте же мою печаль; приезжаю: ваша служанка объявляет, что вас нет дома. Что делать! Я ведь дал честное слово явиться с вами; а потому сел вас подождать, решив, что прожду четверть часа. Но вот они, четверть часа: развернул ваш роман и зачитался. Иван Петрович! Ведь это совершенство!
Ведь вас не понимают после этого! Ведь вы у меня слезы исторгли. Ведь я плакал, а я не очень часто плачу...
-- Так вы хотите, чтоб я ехал? Признаюсь вам, теперь... хоть я вовсе не прочь, но...
-- Ради бога, поедемте! Что же со мной-то вы сделаете? Ведь я вас ждал полтора часа!.. Притом же мне с вами так надо, так надо поговорить -- вы понимаете о чем? Вы всё это дело знаете лучше меня... Мы, может быть, решим что-нибудь, остановимся на чем-нибудь, подумайте! Ради бога, не отказывайте.
Я рассудил, что рано ли, поздно ли надо будет ехать. Положим, Наташа теперь одна, я ей нужен, но ведь она же сама поручила мне как можно скорей узнать Катю. К тому же, может быть, и Алеша там... Я знал, что Наташа не будет покойна, прежде чем я не принесу ей известий о Кате, и решился ехать. Но меня смущала Нелли.
-- Погодите, -- сказал я князю и вышел на лестницу. Нелли стояла тут, в темном углу.
-- Почему ты не хочешь идти, Нелли? Что он тебе сделал? Что с тобой говорил?
-- Ничего.. Я не хочу, не хочу... -- повторяла она, -- я боюсь...
Как я ее ни упрашивал -- ничто не помогало. Я уговорился с ней, чтоб как только я выйду с князем, она бы вошла в комнату и заперлась.
-- И не пускай к себе никого, Нелли, как бы тебя ни упрашивали.
-- А вы с ним едете?
-- С ним.
Она вздрогнула и схватила меня за руки, точно хотела упросить, чтоб я не ехал, но не сказала ни слова. Я решил расспросить ее подробно завтра.
Попросив извинения у князя, я стал одеваться. Он наг чал уверять меня, что туда не надо никаких гардеробов, никаких туалетов. "Так, разве посвежее что-нибудь! -- прибавил он, инквизиторски оглядев меня с головы до ног, -- знаете, все-таки эти светские предрассудки... ведь нельзя же совершенно от них избавиться. Этого совершенства вы в нашем свете долго не найдете", -- заключил он, с удовольствием увидав, что у меня есть фрак.
Мы вышли. Но я оставил его на лестнице, вошел в комнату, куда уже проскользнула Нелли, и еще раз простился с нею. Она была ужасно взволнована. Лицо ее посинело. Я боялся за нее; мне тяжко было ее оставить.
-- Странная это у вас служанка, -- говорил мне князь, сходя с лестницы. -- Ведь эта маленькая девочка ваша служанка?
-- Нет... она так... живет у меня покамест.
-- Странная девочка. Я уверен, что она сумасшедшая. Представьте себе, сначала отвечала мне хорошо, но потом, когда разглядела меня, бросилась ко мне, вскрикнула, задрожала, вцепилась в меня... что-то хочет сказать -- не может. Признаюсь, я струсил, хотел уж бежать от нее, но она, слава богу, сама от меня убежала. Я был в изумлении. Как это вы уживаетесь?
-- У нее падучая болезнь, -- отвечал я. -- А, вот что! Ну, это не так удивительно... если она с припадками.
Мне тут же показалось одно: что вчерашний визит ко мне Маслобоева, тогда как он знал, что я не дома, что сегодняшний мой визит к Маслобоеву, что сегодняшний рассказ Маслобоева, который он рассказал в пьяном виде и нехотя, что приглашение быть у него сегодня в семь часов, что его убеждения не верить в его хитрость и, наконец, что князь, ожидающий меня полтора часа и, может быть, знавший, что я у Маслобоева, тогда как Нелли выскочила от него на улицу, -- что всё это имело между собой некоторую связь. Было о чем задуматься.
У ворот дожидалась его коляска. Мы сели и поехали.
Ехать было недолго, к Торговому мосту. Первую минуту мы молчали. Я всё думал: как-то он со мной заговорит? Мне казалось, что он будет меня пробовать, ощупывать, выпытывать. Но он заговорил без всяких изворотов и прямо приступил к делу.
-- Меня чрезвычайно заботит теперь одно обстоятельство, Иван Петрович, -- начал он, -- о котором я хочу прежде всего переговорить с вами и попросить у вас совета: я уж давно решил отказаться от выигранного мною процесса и уступить спорные десять тысяч Ихменеву. Как поступить?
"Не может быть, чтоб ты не знал, как поступить, -- промелькнуло у меня в мыслях. -- Уж не на смех ли ты меня подымаешь?"
-- Не знаю, князь, -- отвечал я как можно простодушнее, -- в чем другом, то есть что касается Натальи Николаевны, я готов сообщить вам необходимые для вас и для нас всех сведения, но в этом деле вы, конечно, знаете больше моего.
-- Нет, нет, конечно, меньше. Вы с ними знакомы, и, может быть, даже сама Наталья Николаевна вам не раз передавала свои мысли на этот счет; а это для меня главное руководство. Вы можете мне много помочь; дело же крайне затруднительное. Я готов уступить и даже непременно положил уступить, как бы ни кончились все прочие дела; вы понимаете? Но как, в каком виде сделать эту уступку, вот в чем вопрос? Старик горд, упрям; пожалуй, меня же обидит за мое же добродушие и швырнет мне эти деньги назад.
-- Но позвольте, вы как считаете эти деньги: своими или его?
-- Процесс выигран мною, следственно, моими.
-- Но по совести?
-- Разумеется, считаю моими, -- отвечал он, несколько пикированный моею бесцеремонностью, -- впрочем, вы, кажется, не знаете всей сущности этого дела. Я не виню старика в умышленном обмане и, признаюсь вам, никогда не винил. Вольно ему было самому напустить на себя обиду. Он виноват в недосмотре, в нерачительности о вверенных ему делах, а, по бывшему уговору нашему, за некоторые из подобных дел он должен был отвечать. Но знаете ли вы, что даже и не в этом дело: дело в нашей ссоре, во взаимных тогдашних оскорблениях; одним словом, в обоюдно уязвленном самолюбии. Я, может быть, и внимания не обратил бы тогда на эти дрянные десять тысяч; но вам, разумеется, известно, из-за чего и как началось тогда всё это дело. Соглашаюсь, я был мнителен, я был, пожалуй, неправ (то есть тогда неправ), но я не замечал этого и, в досаде, оскорбленный его грубостями, не хотел упустить случая и начал дело. Вам всё это, пожалуй, покажется с моей стороны не совсем благородным. Я не оправдываюсь; замечу вам только, что гнев и, главное, раздраженное самолюбие -- еще не есть отсутствие благородства, а есть дело естественное, человеческое, и, признаюсь, повторяю вам, я ведь почти вовсе не знал Ихменева и совершенно верил всем этим слухам насчет Алеши и его дочери, а следственно, мог поверить и умышленной краже денег... Но это в сторону.
Главное в том: что мне теперь делать? Отказаться от денег; но если я тут же скажу, что считаю и теперь свой иск правым, то ведь это значит: я их дарю ему. А тут прибавьте еще щекотливое положение насчет Натальи Николаевны... Он непременно швырнет мне эти деньги назад.
-- Вот видите, сами же вы говорите: швырнет; следовательно, считаете его человеком честным, а поэтому и можете быть совершенно уверены, что он не крал ваших денег. А если так, почему бы вам не пойти к нему и не объявить прямо, что считаете свой иск незаконным? Это было бы благородно, и Ихменев, может быть, не затруднился бы тогда взять свои деньги.
-- Гм... свои деньги; вот в том-то и дело; что же вы со мной-то делаете? Идти и объявить ему, что считаю свой иск незаконным. Да зачем же ты искал, коли знал, что ищешь незаконно? -- так мне все в глаза скажут. А я этого не заслужил, потому что искал законно; я нигде не говорил и не писал, что он у меня крал; но в его неосмотрительности, в легкомыслии, в неуменье вести дела и теперь уверен.
Эти деньги положительно мои, и потому больно взводить самому на себя поклеп, и, наконец, повторяю вам, старик сам взвел на себя обиду, а вы меня заставляете в этой обиде у него прощения просить, -- это тяжело.
-- Мне кажется, если два человека хотят помириться, то...
-- То это легко, вы думаете?
-- Да.
-- Нет, иногда очень нелегко, тем более...
-- Тем более если с этим связаны другие обстоятельства. Вот в этом я с вами согласен, князь. Дело Натальи Николаевны и вашего сына должно быть разрешено вами во всех тех пунктах, которые от вас зависят, и разрешено вполне удовлетворительно для Ихменевых. Только тогда вы можете объясниться с Ихменевым и о процессе совершенно искренно. Теперь же, когда еще ничего не решено, у вас один только путь: признаться в несправедливости вашего иска и признаться открыто, а если надо, так и публично, -- вот мое мнение; говорю вам прямо, потому что вы же сами спрашивали моего мнения и, вероятно, не желали, чтоб я с вами хитрил. Это же дает мне смелость спросить вас: для чего вы беспокоитесь об отдаче этих денег Ихменеву? Если вы считаете себя в этом иске правым, то для чего отдавать? Простите мое любопытство, но это так связано с другими обстоятельствами...
-- А как вы думаете? -- спросил он вдруг, как будто совершенно не слыхал моего вопроса, -- уверены ли вы, что старик Ихменев откажется от десяти тысяч, если б даже вручить ему деньги безо всяких оговорок и... и... и всяких этих смягчений?
-- Разумеется, откажется!
Я весь так и вспыхнул и даже вздрогнул от негодования. Этот нагло скептический вопрос произвел на меня такое же впечатление, как будто князь мне плюнул прямо в глаза. К моему оскорблению присоединилось и другое: грубая, великосветская манера, с которою он, не отвечая на мой вопрос и как будто не заметив его, перебил его другим, вероятно давая мне заметить, что я слишком увлекся и зафамильярничал, осмелившись предлагать ему такие вопросы. Я до ненависти не любил этого великосветского маневра и всеми силами еще прежде отучал от него Алешу.
-- Гм... вы слишком пылки, и на свете некоторые дела не так делаются, как вы воображаете, -- спокойно заметил князь на мое восклицание. -- Я, впрочем, думаю, что об этом могла бы отчасти решить Наталья Николаевна; вы ей передайте это. Она могла бы посоветовать.
-- Ничуть, -- отвечал я грубо. -- Вы не изволили выслушать, что я начал вам говорить давеча, и перебили меня. Наталья Николаевна поймет, что если вы возвращаете деньги неискренно и без всяких этих, как вы говорите, смягчений, то, значит, вы платите отцу за дочь, а ей за Алешу, -- одним словом, награждаете деньгами...
-- Гм... вот вы как меня понимаете, добрейший мой Иван Петрович. -- Князь засмеялся. Для чего он засмеялся? -- А между тем, -- продолжал он, -- нам еще столько, столько надо вместе переговорить.
Но теперь некогда. Прошу вас только, поймите одно: дело касается прямо Натальи Николаевны и всей ее будущности, и всё это зависит отчасти от того, как мы с вами это решим и на чем остановимся.
Вы тут необходимы, -- сами увидите. И потому, если вы продолжаете быть привязанным к Наталье Николаевне, то и не можете отказаться от объяснений со мною, как бы мало ни чувствовали ко мне симпатии. Но мы приехали... A bientТt.1
1 До скорого свидания (франц.)
Графиня жила прекрасно. Комнаты были убраны комфортно и со вкусом, хотя вовсе не пышно. Всё, однако же, носило на себе характер временного пребывания; это была только приличная квартира на время, а не постоянное, утвердившееся жилье богатой фамилии со всем размахом барства и со всеми его прихотями, принимаемыми за необходимость. Носился слух, что графиня на лето едет в свое имение (разоренное и перезаложенное), в Симбирскую губернию, и что князь сопровождает ее. Я уже слышал про это и с тоскою подумал: как поступит Алеша, когда Катя уедет с графиней? С Наташей я еще не заговаривал об этом, боялся; но по некоторым признакам успел заметить, что, кажется, и ей этот слух известен. Но она молчала и страдала про себя.
Графиня приняла меня прекрасно, приветливо протянула мне руку и подтвердила, что давно желала меня у себя видеть. Она сама разливала чай из прекрасного серебряного самовара, около которого мы и уселись: я, князь и еще какой-то очень великосветский господин пожилых лет и со звездой, несколько накрахмаленный, с дипломатическими приемами. Этого гостя, кажется, очень уважали. Графиня, воротясь из-за границы, не успела еще в эту зиму завести в Петербурге больших связей и основать свое положение, как хотела и рассчитывала. Кроме этого гостя, никого не было, и никто не являлся во весь вечер. Я искал глазами Катерину Федоровну; она была в другой комнате с Алешей, но, услышав о нашем приезде, тотчас же вышла к нам. Князь с любезностию поцеловал у ней руку, а графиня указала ей на меня. Князь тотчас же нас познакомил. Я с нетерпеливым вниманием в нее вглядывался: это была нежная блондиночка, одетая в белое платье, невысокого роста, с тихим и спокойным выражением лица, с совершенно голубыми глазами, как говорил Алеша, с красотой юности и только. Я ожидал встретить совершенство красоты, но красоты не было. Правильный, нежно очерченный овал лица, довольно правильные черты, густые и действительно прекрасные волосы, обыденная домашняя их прическа, тихий, пристальный взгляд; при встрече с ней где-нибудь я бы прошел мимо нее, не обратив на нее никакого особенного внимания; но это было только с первого взгляда, и я успел несколько лучше разглядеть ее потом, в этот вечер. Уж одно то, как она подала мне руку, с каким-то наивно усиленным вниманием продолжая смотреть мне в глаза и не говоря мне ни слова, поразило меня своею странностию, и я отчего-то невольно улыбнулся ей. Видно, я тотчас же почувствовал перед собой существо чистое сердцем. Графиня пристально следила за нею. Пожав мне руку, Катя с какою-то поспешностью отошла от меня и села в другом конце комнаты, вместе с Алешей. Здороваясь со мной, Алеша шепнул мне: "Я здесь только на минутку, но сейчас туда".
"Дипломат" -- не знаю его фамилии и называю его дипломатом, чтобы как-нибудь назвать, -- говорил спокойно и величаво, развивая какую-то идею. Графиня внимательно его слушала. Князь одобрительно и льстиво улыбался; оратор часто обращался к нему, вероятно ценя в нем достойного слушателя. Мне дали чаю и оставили меня в покое, чему я был очень рад. Между тем я всматривался в графиню. По первому впечатлению она мне как-то нехотя понравилась. Может быть, она была уже не молода, но мне казалось, что ей не более двадцати восьми лет. Лицо ее было еще свежо и когда-то, в первой молодости, должно быть, было очень красиво. Темно-русые волосы были еще довольно густы; взгляд был чрезвычайно добрый, но какой-то ветреный и шаловливо насмешливый. Но теперь она для чего-то видимо себя сдерживала. В этом взгляде выражалось тоже много ума, но более всего доброты и веселости. Мне показалось, что преобладающее ее качество было некоторое легкомыслие, жажда наслаждений и какой-то добродушный эгоизм, может быть даже и большой. Она была под началом у князя, который имел на нее чрезвычайное влияние. Я знал, что они были в связи, слышал также, что он был уж слишком не ревнивый любовник во время их пребывания за границей; но мне всё казалось -- кажется и теперь, -- что их связывало, кроме бывших отношений, еще что-то другое, отчасти таинственное, что-нибудь вроде взаимного обязательства, основанного на каком-нибудь расчете... одним словом, что-то такое должно было быть. Знал я тоже, что князь в настоящее время тяготился ею, а между тем отношения их не прерывались. Может быть, их тогда особенно связывали виды на Катю, которые, разумеется, в инициативе своей должны были принадлежать князю. На этом основании князь и отделался от брака с графиней, которая этого действительно требовала, убедив ее содействовать браку Алеши с ее падчерицей. Так, по крайней мере, я заключал по прежним простодушным рассказам Алеши, который хоть что-нибудь да мог же заметить. Мне всё казалось тоже, отчасти из тех же рассказов, что князь, несмотря на то что графиня была в его полном повиновении, имел какую-то причину бояться ее. Даже Алеша это заметил. Я узнал потом, что князю очень хотелось выдать графиню за кого-нибудь замуж и что отчасти с этою целью он и отсылал ее в Симбирскую губернию, надеясь приискать ей приличного мужа в провинции.
Я сидел и слушал, не зная, как бы мне поскорее поговорить глаз на глаз с Катериной Федоровной. Дипломат отвечал на какой-то вопрос графини о современном положении дел, о начинающихся реформах и о том, следует ли их бояться или нет? Он говорил много и долго, спокойно и как власть имеющий. Он развивал свою идею тонко и умно, но идея была отвратительная. Он именно настаивал на том, что весь этот дух реформ и исправлений слишком скоро принесет известные плоды; что, увидя эти плоды, возьмутся за ум и что не только в обществе (разумеется, в известной его части) пройдет этот новый дух, но увидят по опыту ошибку и тогда с удвоенной энергией начнут поддерживать старое. Что опыт, хоть бы и печальный, будет очень выгоден, потому что научит, как поддерживать это спасительное старое, принесет для этого новые данные; а следственно, даже надо желать, чтоб теперь поскорее дошло до последней степени неосторожности. "Без нас нельзя, -- заключил он, -- без нас ни одно общество еще никогда не стояло. Мы не потеряем, а напротив, еще выиграем; мы всплывем, всплывем, и девиз наш в настоящую минуту должен быть: "Pire ça va, mieux ça est"". 1 нязь улыбнулся ему с отвратительным сочувствием. Оратор был совершенно доволен собою. Я был так глуп, что хотел было возражать; сердце кипело во мне. Но меня остановил ядовитый взгляд князя; он мельком скользнул в мою сторону, и мне показалось, что князь именно ожидает какой-нибудь странной и юношеской выходки с моей стороны; ему, может быть, даже хотелось этого, чтоб насладиться тем, как я себя скомпрометирую. Вместе с тем я был твердо уверен, что дипломат непременно не заметит моего возражения. а может быть, даже и самого меня. Мне скверно стало сидеть с ними; но выручил Алеша.
1 Чем хуже, тем лучше (франц.)
Он тихонько подошел ко мне, тронул меня за плечо и попросил на два слова. Я догадался, что он послом от Кати. Так и было. Через минуту я уже сидел рядом с нею. Сначала она всего меня пристально оглядела, как будто говоря про себя: "вот ты какой", и в первую минуту мы оба не находили слов для начала разговора. Я, однако ж, был уверен, что ей стоит только заговорить, чтоб уж и не останавливаться, хоть до утра. "Какие-нибудь пять-шесть часов разговора", о которых рассказывал Алеша, мелькнули у меня в уме. Алеша сидел тут же и с нетерпением ждал, как-то мы начнем.
-- Что ж вы ничего не говорите? -- начал он, с улыбкою смотря на нас. -- Сошлись и молчат.
-- Ах, Алеша, какой ты... мы сейчас, -- отвечала Катя. -- Нам ведь так много надо переговорить вместе, Иван Петрович, что не знаю, с чего и начать. Мы очень поздно знакомимся; надо бы раньше, хоть я вас и давным-давно знаю. И так мне хотелось вас видеть. Я даже думала вам письмо написать...
-- О чем? -- спросил я, невольно улыбаясь.
-- Мало ли о чем, -- отвечала она серьезно. -- Вот хоть бы о том, правду ли он рассказывает про Наталью Николаевну, что она не оскорбляется, когда он ее в такое время оставляет одну? Ну, можно ли так поступать, как он? Ну, зачем ты теперь здесь, скажи, пожалуйста?
-- Ах, боже мой, да я сейчас и поеду. Я ведь сказал, что здесь только одну минутку пробуду, на вас обоих посмотрю, как вы вместе будете говорить, а там и туда.
-- Да что мы вместе, ну вот и сидим, -- видел? И всегда-то он такой, -- прибавила она, слегка краснея и указывая мне на него пальчиком. -- "Одну минутку, говорит, только одну минутку", а смотришь, и до полночи просидел, а там уж и поздно. "Она, говорит, не сердится, она добрая", -- вот он как рассуждает! Ну, хорошо ли это, ну, благородно ли?
-- Да я, пожалуй, поеду, -- жалобно отвечал Алеша, -- только мне бы очень хотелось побыть с вами...
-- А что тебе с нами? Нам, напротив, надо о многом наедине переговорить. Да послушай, ты не сердись; это необходимость -- пойми хорошенько.
-- Если необходимость, то я сейчас же... чего же тут сердиться. Я только на минуточку к Левеньке, а там тотчас и к ней. Вот что, Иван Петрович, -- продолжал он, взяв свою шляпу, -- вы знаете, что отец хочет отказаться от денег, которые выиграл по процессу с Ихменева.
-- Знаю, он мне говорил.
-- Как благородно он это делает. Вот Катя не верит, что он делает благородно. Поговорите с ней об этом. Прощай, Катя, и, пожалуйста, не сомневайся, что я люблю Наташу. И зачем вы все навязываете мне эти условия, упрекаете меня, следите за мной, -- точно я у вас под надзором! Она знает, как я ее люблю, и уверена во мне, и я уверен, что она во мне уверена. Я люблю ее безо всего, безо всяких обязательств. Я не знаю, как я ее люблю. Просто люблю. И потому нечего меня допрашивать, как виноватого. Вот спроси Ивана Петровича, теперь уж он здесь и подтвердит тебе, что Наташа ревнива и хоть очень любит меня, но в любви ее много эгоизма, потому что она ничем не хочет для меня пожертвовать.
-- Как это? -- спросил я в удивлении, не веря ушам своим.
-- Что ты это, Алеша? -- чуть не вскрикнула Катя, всплеснув своими руками.
-- Ну да; что ж тут удивительного? Иван Петрович знает. Она всё требует, чтоб я с ней был. Она хоть и не требует этого, но видно, что ей этого хочется.
-- И не стыдно, не стыдно это тебе! -- сказала Катя, вся загоревшись от гнева.
-- Да что же стыдно-то? Какая ты, право, Катя! Я ведь люблю ее больше, чем она думает, а если б она любила меня настоящим образом, так, как я ее люблю, то, наверно, пожертвовала бы мне своим удовольствием. Она, правда, и сама отпускает меня, да ведь я вижу по лицу, что это ей тяжело, стало быть, для меня всё равно что и не отпускает.
-- Нет, это неспроста! -- вскричала Катя, снова обращаясь ко мне с сверкающим гневным взглядом. -- Признавайся, Алеша, признавайся сейчас, это всё наговорил тебе отец? Сегодня наговорил? И, пожалуйста, не хитри со мной: я тотчас узнаю! Так или нет?
-- Да, говорил, -- отвечал смущенный Алеша, -- что ж тут такого? Он говорил со мной сегодня так ласково, так по-дружески, а ее всё мне хвалил, так что я даже удивился: она его так оскорбила, а он ее же так хвалит.
-- А вы, вы и поверили, -- сказал я, -- вы, которому она отдала всё, что могла отдать, и даже теперь, сегодня же всё ее беспокойство было об вас, чтоб вам не было как-нибудь скучно, чтоб как-нибудь не лишить вас возможности видеться с Катериной Федоровной! Она сама мне это говорила сегодня. И вдруг вы поверили фальшивым наговорам! Не стыдно ли вам?
-- Неблагодарный! Да что, ему никогда ничего не стыдно! -- проговорила Катя, махнув на него рукой, как будто на совершенно потерянного человека.
-- Да что вы в самом деле! -- продолжал Алеша жалобным голосом. -- И всегда-то ты такая, Катя! Всегда ты во мне одно худое подозреваешь... Уж не говорю про Ивана Петровича! Вы думаете, я не люблю Наташу. Я не к тому сказал, что она эгоистка. Я хотел только сказать, что она меня уж слишком любит, так что уж из меры выходит, а от этого и мне и ей тяжело. А отец меня никогда не проведет, хоть бы и хотел. Не дамся. Он вовсе не говорил, что она эгоистка, в дурном смысле слова; я ведь понял. Он именно сказал точь-в-точь так же, как я теперь передал: что она до того уж слишком меня любит, до того сильно, что уж это выходит просто эгоизм, так что и мне и ей тяжело, а впоследствии и еще тяжелее мне будет. Что ж, ведь это он правду сказал, меня любя, и это вовсе не значит, что он обижал Наташу; напротив, он видел в ней самую сильную любовь, любовь без меры, до невозможности...
Но Катя прервала его и не дала ему кончить. Она с жаром начала укорять его, доказывать, что отец для того и начал хвалить Наташу, чтоб обмануть его видимою добротою, и всё это с намерением расторгнуть их связь, чтоб невидимо и неприметно вооружить против нее самого Алешу. Она горячо и умно вывела, как Наташа любила его, как никакая любовь не простит того, что он с ней делает, -- и что настоящий-то эгоист и есть он сам, Алеша. Мало-помалу Катя довела его до ужасной печали и до полного раскаяния; он сидел подле нас, смотря в землю, уже ничего не отвечая, совершенно уничтоженный и с страдальческим выражением в лице. Но Катя была неумолима. Я с крайним любопытством всматривался в нее. Мне хотелось поскорее узнать эту странную девушку. Она была совершенный ребенок, но какой-то странный, убежденный ребенок, с твердыми правилами и с страстной, врожденной любовью к добру и к справедливости. Если ее действительно можно было назвать еще ребенком, то она принадлежала к разряду задумывающихся детей, довольно многочисленному в наших семействах. Видно было, что она уже много рассуждала. Любопытно было бы заглянуть в эту рассуждающую головку и подсмотреть, как смешивались там совершенно детские идеи и представления с серьезно выжитыми впечатлениями и наблюдениями жизни (потому что Катя уже жила), а вместе с тем и с идеями, еще ей не знакомыми, не выжитыми ею, но поразившими ее отвлеченно, книжно, которых уже должно было быть очень много и которые она, вероятно, принимала за выжитые ею самою. Во весь этот вечер и впоследствии, мне кажется, я довольно хорошо изучил ее. Сердце в ней было пылкое и восприимчивое. Она в иных случаях как будто пренебрегала уменьем владеть собою, ставя прежде всего истину, а всякую жизненную выдержку считала за условный предрассудок и, кажется, тщеславилась таким убеждением, что случается со многими пылкими людьми, даже и не в очень молодых годах. Но это-то и придавало ей какую-то особенную прелесть. Она очень любила мыслить и добиваться истины, но была до того не педант, до того с ребяческими, детскими выходками, что вы с первого взгляда начинали любить в ней все ее оригинальности и мириться с ними. Я вспомнил Левеньку и Бореньку, и мне показалось, что всё это совершенно в порядке вещей. И странно: лицо ее, в котором я не заметил ничего особенно прекрасного с первого взгляда, в этот же вечер поминутно становилось для меня всё прекраснее и привлекательнее. Это наивное раздвоение ребенка и размышляющей женщины, эта детская и в высшей степени правдивая жажда истины и справедливости и непоколебимая вера в свои стремления -- всё это освещало ее лицо каким-то прекрасным светом искренности, придавало ему какую-то высшую, духовную красоту, и вы начинали понимать, что не так скоро можно исчерпать всё значение этой красоты, которая не поддается вся сразу каждому обыкновенному, безучастному взгляду. И я понял, что Алеша должен был страстно привязаться к ней. Если он не мог сам мыслить и рассуждать, то любил именно тех, которые за него мыслили и даже желали, -- а Катя уже взяла его под опеку. Сердце его было благородно и неотразимо, разом покорялось всему, что было честно и прекрасно, а Катя уже много и со всею искренностью детства и симпатии перед ним высказалась. У него не было ни капли собственной воли; у ней было очень много настойчивой, сильно и пламенно настроенной воли, а Алеша мог привязаться только к тому, кто мог им властвовать и даже повелевать. Этим отчасти привязала его к себе Наташа, в начале их связи, но в Кате было большое преимущество перед Наташей -- то, что она сама была еще дитя и, кажется, еще долго должна была оставаться ребенком. Эта детскость ее, ее яркий ум и в то же время некоторый недостаток рассудка -- всё это было как-то более сродни для Алеши. Он чувствовал это, и потому Катя влекла его к себе всё сильней и сильней. Я уверен, что когда они говорили между собой наедине, то рядом с серьезными "пропагандными" разговорами Кати дело, может быть, доходило у них и до игрушек. И хоть Катя, вероятно, очень часто журила Алешу и уже держала его в руках, но ему, очевидно, было с ней легче, чем с Наташей. Они были более пара друг другу, а это было главное.
-- Полно, Катя, полно, довольно; ты всегда права выходишь, а я нет. Это потому, что в тебе душа чище моей, -- сказал Алеша, вставая и подавая ей на прощанье руку. -- Сейчас же и к ней, и к Левеньке не заеду...
-- И нечего тебе у Левеньки делать; а что теперь слушаешься и едешь, то в этом ты очень мил.
-- А ты в тысячу раз всех милее, -- отвечал грустный Алеша. -- Иван Петрович, мне нужно вам два слова сказать.
Мы отошли на два шага.
-- Он добрый, он благородный, -- поспешно начала Катя, когда я уселся опять подле нее, -- но мы об нем потом будем много говорить; а теперь нам прежде всего нужно условиться: вы как считаете князя?
-- Очень нехорошим человеком.
-- И я тоже. Следственно, мы в этом согласны, а потому нам легче будет судить. Теперь о Наталье Николаевне... Знаете, Иван Петрович, я теперь как впотьмах, я вас ждала, как света. Вы мне всё это разъясните, потому что в самом-то главном пункте я сужу по догадкам, из того, что мне рассказывал Алеша. А больше не от кого было узнать. Скажите же, во-первых (это главое), как по вашему мнению: будут Алеша и Наташа вместе счастливы или нет? Это мне прежде всего нужно знать для окончательного моего решения, чтоб уж самой знать, как поступать.
-- Как же можно об этом сказать наверно?..
-- Да, разумеется, не наверно, -- перебила она, -- а как вам кажется? -- потому что вы очень умный человек.
-- По-моему, они не могут быть счастливы.
-- Почему же?
-- Они не пара.
-- Я так и думала! -- И она сложила ручки, как бы в глубокой тоске.
-- Расскажите подробнее. Слушайте: я ужасно желаю видеть Наташу, потому что мне много надо с ней переговорить, и мне кажется, что мы с ней всё решим. А теперь я всё ее представляю себе в уме: она должна быть ужасно умна, серьезная, правдивая и прекрасная собой. Ведь так?
-- Так.
-- Так и я была уверена. Ну, так если она такая, как же она могла полюбить Алешу, такого мальчика? Объясните мне это; я часто об этом думаю.
-- Этого нельзя объяснить, Катерина Федоровна; трудно представить, за что и как можно полюбить. Да, он ребенок. Но знаете ли, как можно полюбить ребенка? (Сердце мое размягчилось, глядя на нее и на ее глазки, пристально, с глубоким, серьезным и нетерпеливым вниманием устремленные на меня). И чем больше Наташа сама не похожа на ребенка, -- продолжал я, -- чем серьезнее она, тем скорее она могла полюбить его. Он правдив, искренен, наивен ужасно, а иногда грациозно наивен. Она, может быть, полюбила его -- как бы это сказать?.. Как будто из какой-то жалости. Великодушное сердце может полюбить из жалости... Впрочем, я чувствую, что я вам ничего не могу объяснить, но зато спрошу вас самих: ведь вы его любите?
Я смело задал ей этот вопрос и чувствовал, что поспешностью такого вопроса я не могу смутить беспредельной, младенческой чистоты этой ясной души.
-- Ей-богу, еще не знаю, -- тихо отвечала она мне, светло смотря мне в глаза, -- но, кажется, очень люблю...
-- Ну, вот видите. А можете ли изъяснить, за что его любите?
-- В нем лжи нет, -- отвечала она, подумав, -- и когда он посмотрит прямо в глаза и что-нибудь говорит мне при этом, то мне это очень нравится... Послушайте, Иван Петрович, вот я с вами говорю об этом, я девушка, а вы мужчина; хорошо ли я это делаю или нет?
-- Да что же тут такого?
-- То-то. Разумеется, что же тут такого? А вот они (она указала глазами на группу, сидевшую за самоваром), они, наверно, сказали бы, что это нехорошо. Правы они или нет?
-- Нет! Ведь вы не чувствуете в сердце, что поступаете дурно, стало быть...
-- Так я и всегда делаю, -- перебила она, очевидно спеша как можно больше наговориться со мною, -- как только я в чем смущаюсь, сейчас спрошу свое сердце, и коль оно спокойно, то и я спокойна.
Так и всегда надо поступать. И я потому с вами говорю так совершенно откровенно, как будто сама с собою, что, во-первых, вы прекрасный человек, и я знаю вашу прежнюю историю с Наташей до Алеши, и я плакала, когда слушала.
-- А вам кто рассказывал?
-- Разумеется, Алеша, и сам со слезами рассказывал: это было очень хорошо с его стороны, и мне очень понравилось. Мне кажется, он вас больше любит, чем вы его, Иван Петрович. Вот эдакими-то вещами он мне и нравится. Ну, а во-вторых, я потому с вами так прямо говорю, как сама с собою, что вы очень умный человек и много можете мне дать советов и научить меня.
-- Почему же вы знаете, что я до того умен, что могу вас учить?
-- Ну вот; что это вы! -- Она задумалась.
-- Я ведь только так об этом заговорила; будемте говорить о самом главном. Научите меня, Иван Петрович: вот я чувствую теперь, что я Наташина соперница, я ведь это знаю, как же мне поступать? Я потому и спросила вас: будут ли они счастливы. Я об этом день и ночь думаю. Положение Наташи ужасно, ужасно! Ведь он совсем ее перестал любить, а меня всё больше и больше любит. Ведь так?
-- Кажется, так.
-- И ведь он ее не обманывает. Он сам не знает, что перестает любить, а она наверно это знает. Каково же она мучается!
-- Что же вы хотите делать, Катерина Федоровна?
-- Много у меня проектов, -- отвечала она серьезно, -- а между тем я всё путаюсь. Потому-то и ждала вас с таким нетерпением, чтоб вы мне всё это разрешили. Вы всё это гораздо лучше меня знаете.
Ведь вы для меня теперь как будто какой-то бог. Слушайте, я сначала так рассуждала: если они любят друг друга, то надобно, чтоб они были счастливы, и потому я должна собой пожертвовать и им помогать. Ведь так!
-- Я знаю, что вы и пожертвовали собой.
-- Да, пожертвовала, а потом как он начал приезжать ко мне и всё больше и больше меня любить, так я стала задумываться про себя и всё думаю: пожертвовать или нет? Ведь это очень худо, не правда ли?
-- Это естественно, -- отвечал я, -- так должно быть... и вы не виноваты.
-- Не думаю; это вы потому говорите, что очень добры. А я так думаю, что у меня сердце не совсем чистое. Если б было чистое сердце, я бы знала, как решить. Но оставим это! Потом я узнала побольше об их отношениях от князя, от maman, от самого Алеши и догадалась, что они не ровня; вы вот теперь подтвердили. Я и задумалась еще больше: как же теперь? Ведь если они будут несчастливы, так ведь им лучше разойтись; а потом и положила: расспросить вас подробнее обо всем и поехать самой к Наташе, а уж с ней и решить всё дело.
-- Но как же решить-то, вот вопрос?
-- Я так и скажу ей: "Ведь вы его любите больше всего, а потому и счастье его должны любить больше своего; следственно, должны с ним расстаться".
-- Да, но каково же ей будет это слышать? А если она согласится с вами, то в силах ли она будет это сделать?
-- Вот об этом-то я и думаю день и ночь и... и...
И она вдруг заплакала.
-- Вы не поверите, как мне жалко Наташу, -- прошептала она дрожавшими от слез губками.
Нечего было тут прибавлять. Я молчал, и мне самому хотелось заплакать, смотря на нее, так, от любви какой-то. Что за милый был это ребенок! Я уж не спрашивал ее, почему она считает себя способною сделать счастье Алеши.
-- Вы ведь любите музыку? -- спросила она, несколько успокоившись, еще задумчивая от недавних слез.
-- Люблю, -- отвечал я с некоторым удивлением.
-- Если б было время, я бы вам сыграла Третий концерт Бетховена. Я его теперь играю. Там все эти чувства... точно так же, как я теперь чувствую. Так мне кажется. Но это в другой раз; а теперь надо говорить.
Начались у нас переговоры о том, как ей видеться с Наташей и как это всё устроить. Она объявила мне, что за ней присматривают, хотя мачеха ее добрая и любит ее, но ни за что не позволит ей познакомиться с Натальей Николаевной; а потому она и решилась на хитрость. Поутру она иногда ездит гулять, почти всегда с графиней. Иногда же графиня не ездит с нею, а отпускает ее одну с француженкой, которая теперь больна. Бывает же это, когда у графини болит голова; а потому и ждать надо, когда у ней заболит голова. А до этого она уговорит свою француженку (что-то вроде компаньонки, старушка), потому что француженка очень добра. В результате выходило, что никак нельзя было определить заранее дня, назначенного для визита к Наташе.
-- С Наташей вы познакомитесь и не будете раскаиваться, -- сказал я. -- Она вас сама очень хочет узнать, и это нужно хоть для того только, чтоб ей знать, кому она передает Алешу. О деле же этом не тоскуйте очень. Время и без ваших забот решит. Ведь вы едете в деревню?
-- Да, скоро, может быть через месяц, -- отвечала она, -- и я знаю, что на этом настаивает князь.
-- Как вы думаете, поедет с вами Алеша?
-- Вот и я об этом думала! -- проговорила она, пристально смотря на меня. -- Ведь он поедет.
-- Поедет.
-- Боже мой, что из этого всего выйдет -- не знаю. Послушайте, Иван Петрович. Я вам обо всем буду писать, буду часто писать и много. Уж я теперь пошла вас мучить. Вы часто будете к нам приходить?
-- Не знаю, Катерина Федоровна: это зависит от обстоятельств. Может быть, и совсем не буду ходить.
-- Почему же?
-- Это будет зависеть от разных причин, а главное, от отношений моих с князем.
-- Это нечестный человек, -- сказала решительно Катя. -- А знаете, Иван Петрович, что если б я к Вам приехала! Это хорошо бы было или не хорошо?
-- Как вы сами думаете?
-- Я думаю, что хорошо. Так, навестила бы вас... -- прибавила она, улыбнувшись. -- Я ведь к тому говорю, что я, кроме того, что вас уважаю, -- я вас очень люблю... И у вас научиться многому можно. А я вас люблю... И ведь это не стыдно, что я вам про всё это говорю?
-- Чего же стыдно? Вы сами мне уже дороги, как родная.
-- Ведь вы хотите быть моим другом?
-- О да, да! -- отвечал я.
-- Ну, а они непременно бы сказали, что стыдно и не следует так поступать молодой девушке, -- заметила она, снова указав мне на собеседников у чайного стола. Замечу здесь, что князь, кажется, нарочно оставил нас одних вдоволь наговориться.
-- Я ведь знаю очень хорошо, -- прибавила она, -- князю хочется моих денег. Про меня они думают, что я совершенный ребенок, и даже мне прямо это говорят. Я же не думаю этого. Я уж не ребенок.
Странные они люди: сами ведь они точно дети; ну, из чего хлопочут?
-- Катерина Федоровна, я забыл спросить: кто эти Левенька и Боренька, к которым так часто ездит Алеша?
-- Это мне дальняя родня. Они очень умные и очень честные, но уж много говорят... Я их знаю... И она улыбнулась.
-- Правда ли, что вы хотите им подарить со временем миллион?
-- Ну, вот видите, ну хоть бы этот миллион, уж они так болтают о нем, что уж и несносно становится. Я, конечно, с радостию пожертвую на всё полезное, к чему ведь такие огромные деньги, не правда ли? Но ведь когда еще я его пожертвую; а они уж там теперь делят, рассуждают, кричат, спорят: куда лучше употребить его, даже ссорятся из-за этого, -- так что уж это и странно. Слишком торопятся. Но все-таки они такие искренние и... умные. Учатся. Это всё же лучше, чем как другие живут. Ведь так?
И много еще мы говорили с ней. Она мне рассказала чуть не всю свою жизнь и с жадностью слушала мои рассказы. Всё требовала, чтоб я всего более рассказывал ей про Наташу и про Алешу. Было уже двенадцать часов, когда князь подошел ко мне и дал знать, что пора откланиваться. Я простился. Катя горячо пожала мне руку и выразительно на меня взглянула. Графиня просила меня бывать; мы вышли вместе с князем.
Не могу удержаться от странного и, может быть, совершенно не идущего к делу замечания. Из трехчасового моего разговора с Катей я вынес, между прочим, какое-то странное, но вместе с тем глубокое убеждение, что она до того еще вполне ребенок, что совершенно не знает всей тайны отношений мужчины и женщины. Это придавало необыкновенную комичность некоторым ее рассуждениям и вообще серьезному тону, с которым она говорила о многих очень важных вещах...
-- А знаете ли что, -- сказал мне князь, садясь вместе со мною в коляску, -- что если б нам теперь поужинать, а? Как вы думаете?
-- Право, не знаю, князь, -- отвечал я, колеблясь, -- я никогда не ужинаю...
-- Ну, разумеется, и поговорим за ужином, -- прибавил он, пристально и хитро смотря мне прямо в глаза.
Как было не понять! "Он хочет высказаться, -- подумал я, -- а мне ведь того и надо". Я согласился.
-- Дело в шляпе. В Большую Морскую, к Б.
-- В ресторан? -- спросил я с некоторым замешательством.
-- Да. А что ж? Я ведь редко ужинаю дома. Неужели ж вы мне не позволите пригласить вас?
-- Но я вам сказал уже, что я никогда не ужинаю.
-- Что за дело один раз. К тому же ведь это я вас приглашаю...
То есть заплачу за тебя; я уверен, что он прибавил это нарочно. Я позволил везти себя, но в ресторане решился платить за себя сам. Мы приехали. Князь взял особую комнату и со вкусом и знанием дела выбрал два-три блюда. Блюда были дорогие, равно как и бутылка тонкого столового вина, которую он велел принести. Всё это было не по моему карману. Я посмотрел на карту и велел принести себе полрябчика и рюмку лафиту. Князь взбунтовался.
-- Вы не хотите со мной ужинать! Ведь это даже смешно. Pardon, mon ami, 1но ведь это... возмутительная щепетильность. Это уж самое мелкое самолюбие. Тут замешались чуть ли не сословные интересы, и бьюсь об заклад, что это так. Уверяю вас, что вы меня обижаете.
1 Извините, мой друг (франц.).
Но я настоял на своем.
-- Впрочем, как хотите, -- прибавил он. -- Я вас не принуждаю... скажите, Иван Петрович, можно мне с вами говорить вполне дружелюбно?
-- Я вас прошу об этом.
-- Ну так, по-моему, такая щепетильность вам же вредит. Так же точно вредят себе и все ваши этим же самым. Вы литератор, вам нужно знать свет, а вы всего чуждаетесь. Я не про рябчиков теперь говорю, но ведь вы готовы отказываться совершенно от всякого сообщения с нашим кругом, а это положительно вредно. Кроме того, что вы много теряете, -- ну, одним словом, карьеру, -- кроме того, хоть одно то, что надобно самому узнать, что вы описываете, а у вас там, в повестях, и графы, и князья, и будуары... впрочем, что ж я? У вас там теперь всё нищета, потерянные шинели, ревизоры, задорные офицеры, чиновники, старые годы и раскольничий быт, знаю, знаю.
-- Но вы ошибаетесь, князь; если я не хожу в так называемый вами "высший круг", то это потому, что там, во-первых, скучно, а во-вторых, нечего делать! Но и, наконец, я все-таки бываю...
-- Знаю, у князя Р., раз в год; я там вас и встретил. А остальное время года вы коснеете в демократической гордости и чахнете на ваших чердаках, хотя и не все так поступают из ваших. Есть такие искатели приключений, что даже меня тошнит...
-- Я просил бы вас, князь, переменить этот разговор и не возвращаться к нам на чердаки.
-- Ах, боже мой, вот вы и обиделись. Впрочем, сами же вы позволили мне говорить с вами дружелюбно. Но, виноват, я ничем еще не заслужил вашей дружбы. Вино порядочное. Попробуйте.
Он налил мне полстакана из своей бутылки.
-- Вот видите, мой милый Иван Петрович, я ведь очень хорошо понимаю, что навязываться на дружбу неприлично. Ведь не все же мы грубы и наглы с вами, как вы о нас воображаете; ну, я тоже очень хорошо понимаю, что вы сидите здесь со мной не из расположения ко мне, а оттого, что я обещался с вами поговорить. Не правда ли? Он засмеялся.
-- А так как вы наблюдаете интересы известной особы, то вам и хочется послушать, что я буду говорить. Так ли? -- прибавил он с злою улыбкою.
-- Вы не ошиблись, -- прервал я с нетерпением (я видел, что он был из тех, которые, видя человека хоть капельку в своей власти, сейчас же дают ему это почувствовать. Я же был в его власти; я не мог уйти, не выслушав всего, что он намерен был сказать, и он знал это очень хорошо. Его тон вдруг изменился и всё больше и больше переходил в нагло фамильярный и насмешливый). -- Вы не ошиблись, князь; я именно за этим и приехал, иначе, право, не стал бы сидеть... так поздно.
Мне хотелось сказать: иначе ни за что бы не остался с вами, но я не сказал и перевернул по-другому, не из боязни, а из проклятой моей слабости и деликатности. Ну как в самом деле сказать человеку грубость прямо в глаза, хотя он и стоил того и хотя я именно и хотел сказать ему грубость? Мне кажется, князь это приметил по моим глазам и с насмешкою смотрел на меня во всё продолжение моей фразы, как бы наслаждаясь моим малодушием и точно подзадоривая меня своим взглядом: "А что, не посмел, сбрендил, то-то, брат!" Это наверно так было, потому что он, когда я кончил, расхохотался и с какой-то протежирующей лаской потрепал меня по колену.
"Смешишь же ты, братец", -- прочитал я в его взгляде. "Постой же!" -- подумал я про себя.
-- Мне сегодня очень весело! -- вскричал он, -- и, право, не знаю почему. Да, да, мой друг, да! Я именно об этой особе и хотел говорить. Надо же окончательно высказаться, договориться до чего-нибудь, и надеюсь, что в этот раз вы меня совершенно поймете. Давеча я с вами заговорил об этих деньгах и об этом колпаке-отце, шестидесятилетнем младенце... Ну! Не стоит теперь и поминать. Я ведь это так говорил! Ха-ха-ха, ведь вы литератор, должны же были догадаться...
Я с изумлением смотрел на него. Кажется, он был еще не пьян.
-- Ну, а что касается до этой девушки, то, право, я ее уважаю, даже люблю, уверяю вас; капризна она немножко, но ведь "нет розы без шипов", как говорили пятьдесят лет назад, и хорошо говорили: шипы колются, но ведь это-то и заманчиво, и хоть мой Алексей дурак, но я ему отчасти уже простил -- за хороший вкус. Короче, мне эти девицы нравятся, и у меня -- он многознаменательно сжал губы
-- даже виды особенные... Ну, да это после...
-- Князь! Послушайте, князь! -- вскричал я, -- я не понимаю в вас этой быстрой перемены, но... перемените разговор, прошу вас!
-- Вы опять горячитесь! Ну, хорошо... переменю, переменю! Только вот что хочу спросить у вас, мой добрый друг: очень вы ее уважаете?
-- Разумеется, -- отвечал я с грубым нетерпением.
-- Ну, ну и любите? -- продолжал он, отвратительно скаля зубы и прищурив глаза.
-- Вы забываетесь! -- вскричал я.
-- Ну, не буду, не буду! Успокойтесь! В удивительнейшем расположении духа я сегодня. Мне так весело, как давно не бывало. Не выпить ли нам шампанского! Как думаете, мой поэт?
-- Я не буду пить, не хочу!
-- И не говорите! Вы непременно должны мне составить сегодня компанию. Я чувствую себя прекрасно, и так как я добр до сентиментальности, то и не могу быть счастливым один. Кто знает, мы, может быть, еще дойдем до того, что выпьем на ты, ха-ха-ха! Нет, молодой мой друг, вы меня еще не знаете! Я уверен, что вы меня полюбите. Я хочу, чтоб вы разделили сегодня со мною и горе и радость, и веселье и слезы, хотя, надеюсь, что я-то, по крайней мере, не заплачу. Ну как же, Иван Петрович? Ведь вы сообразите только, что если не будет того, что мне хочется, то всё мое вдохновение пройдет, пропадет, улетучится, и вы ничего не услышите; ну, а ведь вы здесь единственно для того, чтоб что-нибудь услышать. Не правда ли? -- прибавил он, опять нагло мне подмигивая, -- ну так и выбирайте.
Угроза была важная. Я согласился. "Уж не хочет ли он меня напоить пьяным?" -- подумал я. Кстати, здесь место упомянуть об одном слухе про князя, слухе, который уже давно дошел до меня.
Говорили про него, что он -- всегда такой приличный и изящный в обществе -- любит иногда по ночам пьянствовать, напиваться как стелька и потаенно развратничать, гадко и таинственно развратничать... Я слыхал о нем ужасные слухи... Говорят, Алеша знал о том, что отец иногда пьет, и старался скрывать это перед всеми и особенно перед Наташей. Однажды было он мне проговорился, но тотчас же замял разговор и не отвечал на мои расспросы. Впрочем, я не от него и слышал и, признаюсь, прежде не верил; теперь же ждал, что будет.
Подали вино; князь налил два бокала, себе и мне.
-- Милая, милая девочка, хоть и побранила меня! -- продолжал он, с наслаждением смакуя вино, -- но эти милые существа именно тут-то и милы, в такие именно моменты... А ведь она, наверно, думала, что меня пристыдила, помните в тот вечер, разбила в прах! Ха-ха-ха! И как к ней идет румянец! Знаток вы в женщинах? Иногда внезапный румянец ужасно идет к бледным щекам, заметили вы это? Ах, боже мой! Да вы, кажется, опять сердитесь?
-- Да, сержусь! -- вскричал я, уже не сдерживая себя, -- и не хочу, чтоб вы говорили теперь о Наталье Николаевне... то есть говорили в таком тоне. Я... я не позволю вам этого!
-- Ого! Ну, извольте, сделаю вам удовольствие, переменю тему. Я ведь уступчив и мягок, как тесто. Будем говорить об вас. Я вас люблю, Иван Петрович, если б вы знали, какое дружеское, какое искреннее я беру в вас участие...
-- Князь, не лучше ли говорить о деле, -- прервал я его.
-- То есть о нашем деле, хотите вы сказать. Я вас понимаю с полуслова, mon ami, но вы и не подозреваете, как близко мы коснемся к делу, если заговорим теперь об вас и если, разумеется, вы меня не прервете. Итак, продолжаю: я хотел вам сказать, мой бесценный Иван Петрович, что жить так, как вы живете, значит просто губить себя. Уж вы позвольте мне коснуться этой деликатной материи; я из дружбы. Вы бедны, вы берете у вашего антрепренера вперед, платите свои должишки, на остальное питаетесь полгода одним чаем и дрожите на своем чердаке в ожидании, когда напишется ваш роман в журнал вашего антрепренера; ведь так?
-- Хоть и так, но всё же это...
-- Почетнее, чем воровать, низкопоклонничать, брать взятки, интриговать, ну и прочее и прочее. Знаю, знаю, что вы хотите сказать; всё это давно напечатано.
-- А следственно, вам нечего и говорить о моих делах. Неужели я вас должен, князь, учить деликатности.
-- Ну, уж конечно, не вы. Только что же делать, если мы именно касаемся этой деликатной струны. Ведь не обходить же ее. Ну, да впрочем, оставим чердаки в покое. Я и сам до них не охотник, разве в известных случаях (и он отвратительно захохотал). А вот что меня удивляет: что за охота вам играть роль второго лица? Конечно, один ваш писатель даже, помнится, сказал где-то: что, может быть, самый великий подвиг человека в том, если он сумеет ограничиться в жизни ролью второго лица... Кажется, что-то эдакое! Об этом я еще где-то разговор слышал, но ведь Алеша отбил у вас невесту, я ведь это знаю, а вы, как какой-нибудь Шиллер, за них же распинаетесь, им же прислуживаете и чуть ли у них не на побегушках... Вы уж извините меня, мой милый, но ведь это какая-то гаденькая игра в великодушные чувства... Как это вам не надоест, в самом деле! Даже стыдно. Я бы, кажется, на вашем месте умер с досады; а главное: стыдно, стыдно!
-- Князь! Вы, кажется, нарочно привезли меня сюда, чтоб оскорбить! -- вскричал я вне себя от злости.
-- О нет, мой друг, нет, я в эту минуту просто-запросто деловой человек и хочу вашего счастья. Одним словом, я хочу уладить всё дело. Но оставим на время всё дело, а вы меня дослушайте до конца, постарайтесь не горячиться, хоть две какие-нибудь минутки. Ну, как вы думаете, что если б вам жениться? Видите, я ведь теперь совершенно говорю о постороннем; что ж вы на меня с таким удивлением смотрите?
-- Жду, когда вы всё кончите, -- отвечал я, действительно смотря на него с удивлением.
-- Да высказывать-то нечего. Мне именно хотелось знать, что бы вы сказали, если б вам кто-нибудь из друзей ваших, желающий вам основательного, истинного счастья, не эфемерного какого-нибудь, предложил девушку, молоденькую, хорошенькую, но... уже кое-что испытавшую; я говорю аллегорически, но вы меня понимаете, ну, вроде Натальи Николаевны, разумеется с приличным вознаграждением... (Заметьте, я говорю о постороннем, а не о нашем деле); ну, что бы вы сказали?
-- Я скажу вам, что вы... сошли с ума.
-- Ха-ха-ха! Ба! Да вы чуть ли не бить меня собираетесь?
Я действительно готов был на него броситься. Дальше я не мог выдержать. Он производил на меня впечатление какого-то гада, какого-то огромного паука, которого мне ужасно хотелось раздавить. Он наслаждался своими насмешками надо мною; он играл со мной, как кошка с мышью, предполагая, что я весь в его власти. Мне казалось (и я понимал это), что он находил какое-то удовольствие, какое-то, может быть, даже сладострастие в своей низости и в этом нахальстве, в этом цинизме, с которым он срывал, наконец, передо мной свою маску. Он хотел насладиться моим удивлением, моим ужасом. Он меня искренно презирал и смеялся надо мною.
Я предчувствовал еще с самого начала, что всё это преднамеренно и к чему-нибудь клонится; но я был в таком положении, что во что бы то ни стало должен был его дослушать. Это было в интересах Наташи, и я должен был решиться на всё и всё перенести, потому что в эту минуту, может быть, решалось всё дело. Но как можно было слушать эти цинические, подлые выходки на ее счет, как можно было это переносить хладнокровно? А он, вдобавок к тому, сам очень хорошо понимал, что я не могу его не выслушать, и это еще усугубляло обиду. "Впрочем, он ведь сам нуждается во мне", -- подумал я и стал отвечать ему резко и бранчиво. Он понял это.
-- Вот что, молодой мой друг, -- начал он, серьезно смотря на меня, -- нам с вами эдак продолжать нельзя, а потому лучше уговоримся. Я, видите ли, намерен был вам кое-что высказать, ну, а вы уж должны быть так любезны, чтобы согласиться выслушать, что бы я ни сказал. Я желаю говорить, как хочу и как мне нравится, да по-настоящему так и надо. Ну, так как же, молодой мой друг, будете вы терпеливы?
Я скрепился и смолчал, несмотря на то что он смотрел на меня с такою едкою насмешкою, как будто сам вызывал меня на самый резкий протест. Но он понял, что я уже согласился не уходить, и продолжал:
-- Не сердитесь на меня, друг мой. Вы ведь на что рассердились? На одну наружность, не правда ли? Ведь вы от меня, в самой сущности дела, ничего другого и не ожидали, как бы я ни говорил с вами: с раздушенною ли вежливостью, или как теперь; следовательно, смысл все-таки был бы тот же, как и теперь. Вы меня презираете, не правда ли? Видите ли, сколько во мне этой милой простоты, откровенности, этой bonhomie. 1Я вам во всем признаюсь, даже в моих детских капризах. Да, mon cher, 2 а, побольше bonhomie и с вашей стороны, и мы сладимся, сговоримся совершенно и наконец поймем друг друга окончательно.
1 добродушия (франц.)
2 мой дорогой (франц.).
А на меня не дивитесь: мне до того, наконец, надоели все эти невинности, все эти Алешины пасторали, вся эта шиллеровщина, все эти возвышенности в этой проклятой связи с этой Наташей (впрочем, очень миленькой девочкой), что я, так сказать, поневоле рад случаю над всем этим погримасничать. Ну, случай и вышел. К тому же я и хотел перед вами излить мою душу. Ха-ха-ха!
-- Вы меня удивляете, князь, и я вас не узнаю. Вы впадаете в тон полишинеля; эти неожиданные откровенности...
-- Ха-ха-ха, а ведь это верно отчасти! Премиленькое сравнение! ха-ха-ха! Я кучу, мой друг, я кучу, я рад и доволен, ну, а вы, мой поэт, должны уж оказать мне всевозможное снисхождение. Но давайте-ка лучше пить, -- решил он, совершенно довольный собою и подливая в бокал. -- Вот что, друг мой, уж один тот глупый вечер, помните, у Наташи, доконал меня окончательно. Правда, сама она была очень мила, но я вышел оттуда с ужасной злобой и не хочу этого забыть. Ни забыть, ни скрывать. Конечно, будет и наше время и даже быстро приближается, но теперь мы это оставим. А между прочим, я хотел объяснить вам, что у меня именно есть черта в характере, которую вы еще не знали, -- это ненависть ко всем этим пошлым, ничего не стоящим наивностям и пасторалям, и одно из самых пикантных для меня наслаждений всегда было прикинуться сначала самому на этот лад, войти в этот тон, обласкать, ободрить какого-нибудь вечно юного Шиллера и потом вдруг, сразу огорошить его; вдруг поднять перед ним маску и из восторженного лица сделать ему гримасу, показать ему язык именно в ту минуту, когда он менее всего ожидает этого сюрприза. Что? Вы этого не понимаете, вам это кажется гадким, нелепым, неблагородным, может быть, так ли?
-- Разумеется, так.
-- Вы откровенны. Ну, да что же делать, если самого меня мучат! Глупо и я откровенен, но уж таков мой характер. Впрочем, мне хочется рассказать кой-какие черты из моей жизни. Вы меня поймете лучше, и это будет очень любопытно. Да, я действительно, может быть, сегодня похож на полишинеля; а ведь полишинель откровенен, не правда ли?
-- Послушайте, князь, теперь поздно, и, право...
-- Что? Боже, какая нетерпимость! Да и куда спешить? Ну, посидим, поговорим по-дружески, искренно, знаете, эдак за бокалом вина, как добрые приятели. Вы думаете, я пьян: ничего, это лучше. Ха-ха-ха! Право, эти дружеские сходки всегда так долго потом памятны, с таким наслаждением об них вспоминается. Вы недобрый человек, Иван Петрович. Сентиментальности в вас нет, чувствительности. Ну, что вам часик для такого друга, как я? К тому же ведь это тоже касается к делу... Ну, как этого не понять? А еще литератор; да вы бы должны были случай благословлять. Ведь вы можете с меня тип писать, ха-ха-ха! Боже, как я мило откровенен сегодня!
Он видимо хмелел. Лицо его изменилось и приняло какое-то злобное выражение. Ему, очевидно, хотелось язвить, колоть, кусать, насмехаться. "Это отчасти и лучше, что он пьян, -- подумал я, -- пьяный всегда разболтает". Но он был себе на уме.
-- Друг мой, -- начал он, видимо наслаждаясь собою, -- я сделал вам сейчас одно признание, может быть даже и неуместное, о том, что у меня иногда является непреодолимое желание показать кому-нибудь в известном случае язык. За эту наивную и простодушную откровенность мою вы сравнили меня с полишинелем, что меня искренно рассмешило. Но если вы упрекаете меня или дивитесь на меня, что я с вами теперь груб и, пожалуй, еще неблагопристоен, как мужик, -- одним словом, вдруг переменил с вами тон, то вы в этом случае совершенно несправедливы. Во-первых, мне так угодно, во-вторых, я не у себя, а с вами... то есть я хочу сказать, что мы теперь кутим, как добрые приятели, а в-третьих, я ужасно люблю капризы. Знаете ли, что когда-то я из каприза даже был метафизиком и филантропом и вращался чуть ли не в таких же идеях, как вы? Это, впрочем, было ужасно давно, в златые дни моей юности. Помню, я еще тогда приехал к себе в деревню с гуманными целями и, разумеется, скучал на чем свет стоит; и вы не поверите, что тогда случилось со мною? От скуки я начал знакомиться с хорошенькими девочками... Да уж вы не гримасничаете ли? О молодой мой друг! Да ведь мы теперь в дружеской сходке. Когда ж и покутить, когда ж и распахнуться! Я ведь русская натура, неподдельная русская натура, патриот, люблю распахнуться, да и к тому же надо ловить минуту и насладиться жизнью. Умрем и -- что там! Ну, так вот-с я и волочился. Помню, еще у одной пастушки был муж, красивый молодой мужичок. Я его больно наказал и в солдаты хотел отдать (прошлые проказы, мой поэт!), да и не отдал в солдаты. Умер он у меня в больнице... У меня ведь в селе больница была, на двенадцать кроватей, -- великолепно устроенная; чистота, полы паркетные. Я, впрочем, ее давно уж уничтожил, а тогда гордился ею: филантропом был; ну, а мужичка чуть не засек за жену... Ну, что вы опять гримасу состроили? Вам отвратительно слушать? Возмущает ваши благородные чувства? Ну, ну, успокойтесь! Всё это прошло. Это я сделал, когда романтизировал, хотел быть благодетелем человечества, филантропическое общество основать... в такую тогда колею попал. Тогда и сек. Теперь не высеку; теперь надо гримасничать; теперь мы все гримасничаем -- такое время пришло... Но более всего меня смешит теперь дурак Ихменев. Я уверен, что он знал весь этот пассаж с мужичком... и что ж? Он из доброты своей души, созданной, кажется, из патоки, и оттого, что влюбился тогда в меня и сам же захвалил меня самому себе, -- решился ничему не верить и не поверил; то есть факту не поверил и двенадцать лет стоял за меня горой до тех пор, пока до самого не коснулось. Ха-ха-ха! Ну, да всё это вздор! Выпьем, мой юный друг. Послушайте: любите вы женщин?
Я ничего не отвечал. Я только слушал его. Он уж начал вторую бутылку.
-- А я люблю о них говорить за ужином. Познакомил бы я вас после ужина с одной mademoiselle Phileberte -- а? Как вы думаете? Да что с вами? Вы и смотреть на меня не хотите... гм!
Он было задумался. Но вдруг поднял голову, как-то значительно взглянул на меня и продолжал.
-- Вот что, мой поэт, хочу я вам открыть одну тайну природы, которая, кажется, вам совсем неизвестна. Я уверен, что вы меня называете в эту минуту грешником, может быть, даже подлецом, чудовищем разврата и порока. Но вот что я вам скажу! Если б только могло быть (чего, впрочем, по человеческой натуре никогда быть не может), если б могло быть, чтоб каждый из нас описал всю свою подноготную, но так, чтоб не побоялся изложить не только то, что он боится сказать и ни за что не скажет людям, не только то, что он боится сказать своим лучшим друзьям, но даже и то, в чем боится подчас признаться самому себе, -- то ведь на свете поднялся бы тогда такой смрад, что нам бы всем надо было задохнуться. Вот почему, говоря в скобках, так хороши наши светские условия и приличия. В них глубокая мысль -- не скажу, нравственная, но просто предохранительная, комфортная, что, разумеется, еще лучше, потому что нравственность в сущности тот же комфорт, то есть изобретена единственно для комфорта. Но о приличиях после, я теперь сбиваюсь, напомните мне о них потом. Заключу же так: вы меня обвиняете в пороке, разврате, безнравственности, а я, может быть, только тем и виноват теперь, что откровеннее других и больше ничего; что не утаиваю того, что другие скрывают даже от самих себя, как сказал я прежде... Это я скверно делаю, но я теперь так хочу. Впрочем, не беспокойтесь, -- прибавил он с насмешливою улыбкой, -- я сказал "виноват", но ведь я вовсе не прошу прощения. Заметьте себе еще: я не конфужу вас, не спрашиваю о том: нет ли у вас у самого каких-нибудь таких же тайн, чтоб вашими тайнами оправдать и себя... Я поступаю прилично и благородно. Вообще я всегда поступаю благородно...
-- Вы просто заговариваетесь, -- сказал я, с презрением смотря на него.
-- Заговариваетесь, ха-ха-ха! А сказать, об чем вы теперь думаете? Вы думаете: зачем это я завез вас сюда и вдруг, ни с того ни с сего, так перед вами разоткровенничался? Так или нет?
-- Так.
-- Ну, это вы после узнаете.
-- А проще всего, выпили чуть не две бутылки и... охмелели.
-- То есть просто пьян. И это может быть. "Охмелели!" -- то есть это понежнее, чем пьян. О преисполненный деликатностей человек! Но... мы, кажется, опять начали браниться, а заговорили было о таком интересном предмете. Да, мой поэт, если еще есть на свете что-нибудь хорошенькое и сладенькое, так это женщины.
-- Знаете ли, князь, я все-таки не понимаю, почему вам вздумалось выбрать именно меня конфидентом ваших тайн и любовных... стремлений.
-- Гм... да ведь я вам сказал, что узнаете после. Не беспокойтесь; а впрочем, хоть бы и так, безо всяких причин; вы поэт, вы меня поймете, да я уж и говорил вам об этом. Есть особое сладострастие в этом внезапном срыве маски, в этом цинизме, с которым человек вдруг выказывается перед другим в таком виде, что даже не удостоивает и постыдиться перед ним. Я вам расскажу анекдот: был в Париже один сумасшедший чиновник; его потом посадили в сумасшедший дом, когда вполне убедились, что он сумасшедший. Ну так когда он сходил с ума, то вот что выдумал для своего удовольствия: он раздевался у себя дома, совершенно, как Адам, оставлял на себе одну обувь, накидывал на себя широкий плащ до пят, закутывался в него и с важной, величественной миной выходил на улицу. Ну, сбоку посмотреть -- человек, как и все, прогуливается себе в широком плаще для своего удовольствия. Но лишь только случалось ему встретить какого-нибудь прохожего, где-нибудь наедине, так чтоб кругом никого не было, он молча шел на него, с самым серьезным и глубокомысленным видом, вдруг останавливался перед ним, развертывал свой плащ и показывал себя во всем... чистосердечии. Это продолжалось одну минуту, потом он завертывался опять и молча, не пошевелив ни одним мускулом лица, проходил мимо остолбеневшего от изумления зрителя важно, плавно, как тень в Гамлете. Так он поступал со всеми, с мужчинами, женщинами и детьми, и в этом состояло всё его удовольствие. Вот часть-то этого самого удовольствия и можно находить, внезапно огорошив какого-нибудь Шиллера и высунув ему язык, когда он всего менее ожидает этого. "Огорошив" -- каково словечко? Я его вычитал где-то в вашей же современной литературе.
-- Ну, так то был сумасшедший, а вы...
-- Себе на уме?
-- Да.
Князь захохотал.
-- Вы справедливо судите, мой милый, -- прибавил он с самым наглым выражением лица.
-- Князь, -- сказал я, разгорячившись от его нахальства, -- вы нас ненавидите, в том числе и меня, и мстите мне теперь за всё и за всех. Всё это в вас из самого мелкого самолюбия. Вы злы и мелочно злы. Мы вас разозлили, и, может быть, больше всего вы сердитесь за тот вечер. Разумеется, вы ничем так сильно не могли отплатить мне, как этим окончательным презрением ко мне; вы избавляете себя даже от обыденной и всем обязательной вежливости, которою мы все друг другу обязаны. Вы ясно хотите показать мне, что даже не удостоиваете постыдиться меня, срывая передо мной так откровенно и так неожиданно вашу гадкую маску и выставляясь в таком нравственном цинизме...
-- Для чего ж вы это мне всё говорите? -- спросил он, грубо и злобно смотря на меня. -- Чтоб показать свою проницательность?
-- Чтоб показать, что я вас понимаю, и заявить это перед вами.
-- Quelle idée, mon cher, 1-- продолжал он, вдруг переменив свой тон на прежний веселый и болтливо-добродушный. -- Вы только отбили меня от предмета. Buvons, mon ami, 2позвольте мне налить. А я только что было хотел рассказать одно прелестнейшее и чрезвычайно любопытное приключение. Расскажу его вам в общих чертах. Был я знаком когда-то с одной барыней; была она не первой молодости, а так лет двадцати семи-восьми; красавица первостепенная, что за бюст, что за осанка, что за походка! Она глядела пронзительно, как орлица, но всегда сурово и строго; держала себя величаво и недоступно. Она слыла холодной, как крещенская зима, и запугивала всех своею недосягаемою, своею грозною добродетелью. Именно грозною. Не было во всем ее круге такого нетерпимого судьи, как она. Она карала не только порок, но даже малейшую слабость в других женщинах, и карала безвозвратно, без апелляции. В своем кругу она имела огромное значение. Самые гордые и самые страшные по своей добродетели старухи почитали ее, даже заискивали в ней. Она смотрела на всех бесстрастно-жестоко, как абесса средневекового монастыря. Молодые женщины трепетали ее взгляда и суждения. Одно ее замечание, один намек ее уже могли погубить репутацию, -- уж так она себя поставила в обществе; боялись ее даже мужчины. Наконец она бросилась в какой-то созерцательный мистицизм, впрочем тоже спокойный и величавый... И что ж? Не было развратницы развратнее этой женщины, и я имел счастье заслужить вполне ее доверенность. Одним словом -- я был ее тайным и таинственным любовником. Сношения были устроены до того ловко, до того мастерски, что даже никто из ее домашних не мог иметь ни малейшего подозрения; только одна ее прехорошенькая камеристка, француженка, была посвящена во все ее тайны, но на эту камеристку можно было вполне положиться; она тоже брала участие в деле, -- каким образом? Я это теперь опущу. Барыня моя была сладострастна до того, что сам маркиз де Сад мог бы у ней поучиться. Но самое сильное, самое пронзительное и потрясающее в этом наслаждении -- была его таинственность и наглость обмана. Эта насмешка над всем, о чем графиня проповедовала в обществе как о высоком, недоступном и ненарушимом, и, наконец, этот внутренний дьявольский хохот и сознательное попирание всего, чего нельзя попирать, -- и всё это без пределов, доведенное до самой последней степени, до такой степени, о которой самое горячечное воображение не смело бы и помыслить, -- вот в этом-то, главное, и заключалась самая яркая черта этого наслаждения. Да, это был сам дьявол во плоти, но он был непобедимо очарователен. Я и теперь не могу припомнить о ней без восторга. В пылу самых горячих наслаждений она вдруг хохотала, как исступленная, и я понимал, вполне понимал этот хохот и сам хохотал... Я еще и теперь задыхаюсь при одном воспоминании, хотя тому уже много лет. Через год она переменила меня. Если б я и хотел, я бы не мог повредить ей. Ну, кто бы мог мне поверить? Каков характер? Что скажете, молодой мой друг?
1 Что за мысль, мой дорогой (франц.).
2 Выпьем, мой друг (франц.)
-- Фу, какая низость! -- отвечал я, с отвращением выслушав это признание.
-- Вы бы не были молодым моим другом, если б отвечали иначе! Я так и знал, что вы это скажете. Ха-ха-ха! Подождите, mon ami, поживете и поймете, а теперь вам еще нужно пряничка. Нет, вы не поэт после этого: эта женщина понимала жизнь и умела ею воспользоваться.
-- Да зачем же доходить до такого зверства?
-- До какого зверства?
-- До которого дошла эта женщина и вы с нею.
-- А, вы называете это зверством, -- признак, что вы всё еще на помочах и на веревочке. Конечно, я признаю, что самостоятельность может явиться и совершенно в противоположном, но... будем говорить попроще, mon ami... согласитесь сами, ведь всё это вздор.
-- Что же не вздор?
-- Не вздор -- это личность, это я сам. Всё для меня, и весь мир для меня создан. Послушайте, мой друг, я еще верую в то, что на свете можно хорошо пожить. А это самая лучшая вера, потому что без нее даже и худо-то жить нельзя: пришлось бы отравиться. Говорят, так и сделал какой-то дурак. Он зафилософствовался до того, что разрушил всё, всё, даже законность всех нормальных и естественных обязанностей человеческих, и дошел до того, что ничего у него не осталось; остался в итоге нуль, вот он и провозгласил, что в жизни самое лучшее -- синильная кислота. Вы скажете: это Гамлет, это грозное отчаяние, -- одним словом, что-нибудь такое величавое, что нам и не приснится никогда. Но вы поэт, а я простой человек и потому скажу, что надо смотреть на дело с самой простой, практической точки зрения. Я, например, уже давно освободил себя от всех пут и даже обязанностей. Я считаю себя обязанным только тогда, когда это мне принесет какую-нибудь пользу. Вы, разумеется, не можете так смотреть на вещи; у вас ноги спутаны и вкус больной. Вы тоскуете по идеалу, по добродетелям. Но, мой друг, я ведь сам готов признавать всё, что прикажете; но что же мне делать, если я наверно знаю, что в основании всех человеческих добродетелей лежит глубочайший эгоизм. И чем добродетельнее дело -- тем более тут эгоизма. Люби самого себя -- вот одно правило, которое я признаю. Жизнь -- коммерческая сделка; даром не бросайте денег, но, пожалуй, платите за угождение, и вы исполните все свои обязанности к ближнему, -- вот моя нравственность, если уж вам ее непременно нужно, хотя, признаюсь вам, по-моему, лучше и не платить своему ближнему, а суметь заставить его делать даром. Идеалов я не имею и не хочу иметь; тоски по них никогда не чувствовал. В свете можно так весело, так мило прожить и без идеалов... и en somme, 1 я очень рад, что могу обойтись без синильной кислоты. Ведь будь я именно добродетельнее, я бы, может быть, без нее и не обошелся, как тот дурак философ (без сомнения, немец). Нет! В жизни так много еще хорошего. Я люблю значение, чин, отель, огромную ставку в карты (ужасно люблю карты). Но главное, главное -- женщины... и женщины во всех видах; я даже люблю потаенный, темный разврат, постраннее и оригинальнее, даже немножко с грязнотцой для разнообразия... Ха-ха-ха! Смотрю я на ваше лицо: с каким презрением смотрите вы на меня теперь!
1 в общем (франц.).
-- Вы правы, -- отвечал я.
-- Ну, положим, что и вы правы, но ведь во всяком случае лучше грязнотца, чем синильная кислота. Не правда ли?
-- Нет, уж синильная кислота лучше.
-- Я нарочно спросил вас: "не правда ли?", чтоб насладиться вашим ответом; я его знал заранее. Нет, мой друг: если вы истинный человеколюбец, то пожелайте всем умным людям такого же вкуса, как у меня, даже и с грязнотцой, иначе ведь умному человеку скоро нечего будет делать на свете и останутся одни только дураки. То-то им счастье будет! Да ведь и теперь есть пословица: дуракам счастье, и, знаете ли, нет ничего приятнее, как жить с дураками и поддакивать им: выгодно! Вы не смотрите на меня, что я дорожу предрассудками, держусь известных условий, добиваюсь значения; ведь я вижу, что я живу в обществе пустом; но в нем покамест тепло, и я ему поддакиваю, показываю, что за него горой, а при случае я первый же его и оставлю. Я ведь все ваши новые идеи знаю, хотя и никогда не страдал от них, да и не от чего. Угрызений совести у меня не было ни о чем. Я на всё согласен, было бы мне хорошо, и нас таких легион, и нам действительно хорошо. Всё на свете может погибнуть, одни мы никогда не погибнем. Мы существуем с тех пор, как мир существует. Весь мир может куда-нибудь провалиться, но мы всплывем наверх. Кстати: посмотрите хоть уж на одно то, как живучи такие люди, как мы. Ведь мы примерно, феноменально живучи; поражало вас это когда-нибудь? Значит, сама природа нам покровительствует, хе-хе-хе! Я хочу непременно жить до девяноста лет. Я смерти не люблю и боюсь ее. Ведь черт знает еще как придется умереть! Но к чему говорить об этом! Это меня отравившийся философ раззадорил. К черту философию! Buvons, mon cher! Ведь мы начали было говорить о хорошеньких девушках... Куда это вы!
-- Я иду, да и вам пора...
-- Полноте, полноте! Я, так сказать, открыл перед вами всё мое сердце, а вы даже и не чувствуете такого яркого доказательства дружбы. Хе-хе-хе! В вас мало любви, мой поэт. Но постойте, я хочу еще бутылку.
-- Третью?
-- Третью. Про добродетель, мой юный питомец (вы мне позволите назвать вас этим сладким именем: кто знает, может быть, мои поучения пойдут и впрок)... Итак, мой питомец, про добродетель я уж сказал вам: "чем добродетель добродетельнее, тем больше в ней эгоизма". Хочу вам рассказать на эту тему один премиленький анекдот: я любил однажды девушку и любил почти искренно. Она даже многим для меня пожертвовала...
-- Это та, которую вы обокрали? -- грубо спросил я, не желая более сдерживаться.
Князь вздрогнул, переменился в лице и уставился на меня своими воспаленными глазами; в его взгляде было недоумение и бешенство.
-- Постойте, -- проговорил он как бы про себя, -- постойте, дайте мне сообразить. Я действительно пьян, и мне трудно сообразить...
Он замолчал и пытливо, с той же злобой смотрел на меня, придерживая мою руку своей рукой, как бы боясь, чтоб я не ушел. Я уверен, что в эту минуту он соображал и доискивался, откуда я могу знать это дело, почти никому не известное, и нет ли во всём этом какой-нибудь опасности? Так продолжалось с минуту; но вдруг лицо его быстро изменилось; прежнее насмешливое, пьяно-веселое выражение появилось снова в его глазах. Он захохотал.
-- Ха-ха-ха! Талейран, да и только! Ну что ж, я действительно стоял перед ней как оплеванный, когда она брякнула мне в глаза, что я обокрал ее! Как она визжала тогда, как ругалась! Бешеная была женщина и... без всякой выдержки. Но, посудите сами: во-первых, я вовсе не обокрал ее, как вы сейчас выразились. Она подарила мне свои деньги сама, и они уже были мои. Ну, положим, вы мне дарите ваш лучший фрак (говоря это, он взглянул на мой единственный и довольно безобразный фрак, шитый года три назад портным Иваном Скорнягиным), я вам благодарен, ношу его, вдруг через год вы поссорились со мной и требуете его назад, а я его уж износил. Это неблагородно; зачем же дарить? Во-вторых, я, несмотря на то что деньги были мои, непременно бы возвратил их назад, но согласитесь сами: где же я вдруг мог собрать такую сумму? А главное, я терпеть не могу пасторалей и шиллеровщины, я уж вам говорил, -- ну, это-то и было всему причиною. Вы не поверите, как она рисовалась передо мною, крича, что дарит мне (впрочем, мои же) деньги. Злость взяла меня, и я вдруг сумел рассудить совершенно правильно, потому что присутствие духа никогда не оставляет меня: я рассудил, что, отдав ей деньги, сделаю ее, может быть, даже несчастною. Я бы отнял у ней наслаждение быть несчастной вполне из-за меня и проклинать меня за это всю свою жизнь. П
оверьте, мой друг, в несчастии такого рода есть даже какое-то высшее упоение сознавать себя вполне правым и великодушным и иметь полное право назвать своего обидчика подлецом. Это упоение злобы встречается у шиллеровских натур, разумеется; может быть, потом ей было нечего есть, но я уверен, что она была счастлива. Я и не хотел лишить ее этого счастья и не отослал ей денег. Таким образом и оправдано вполне мое правило, что чем громче и крупней человеческое великодушие, тем больше в нем самого отвратительного эгоизма... Неужели вам это неясно? Но... вы хотели поддеть меня, ха-ха-ха!.. ну, признайтесь, хотели поддеть?.. О Талейран!
-- Прощайте! -- сказал я, вставая.
-- Минутку! Два заключительных слова, -- вскричал он, изменяя вдруг свой гадкий тон на серьезный. -- Выслушайте мое последнее: из всего, что я сказал вам, следует ясно и ярко (думаю, что и вы сами это заметили), что я никогда и ни для кого не хочу упускать мою выгоду. Я люблю деньги, и мне они надобны. У Катерины Федоровны их много; ее отец десять лет содержал винный откуп. У ней три миллиона, и эти три миллиона мне очень пригодятся. Алеша и Катя -- совершенная пара: оба дураки в последней степени; мне того и надо. И потому я непременно желаю и хочу, чтоб их брак устроился, и как можно скорее. Недели через две, через три графиня и Катя едут в деревню. Алеша должен сопровождать их. Предуведомьте Наталью Николаевну, чтоб не было пасторалей, чтоб не было шиллеровщины, чтоб против меня не восставали. Я мстителен и зол, я за свое постою. Ее я не боюсь: всё, без сомнения, будет по-моему, и потому если предупреждаю теперь, то почти для нее же самой. Смотрите же, чтоб не было глупостей и чтоб вела она себя благоразумно. Не то ей будет плохо, очень плохо. Уж она за то только должна быть мне благодарна, что я не поступил с нею как следует, по законам. Знайте, мой поэт, что законы ограждают семейное спокойствие, они гарантируют отца в повиновении сына и что те, которые отвлекают детей от священных обязанностей к их родителям, законами не поощряются. Сообразите, наконец, что у меня есть связи, что у ней никаких и... неужели вы не понимаете, что я бы мог с ней сделать?.. Но я не сделал, потому что до сих пор она вела себя благоразумно. Не беспокойтесь: каждую минуту, за каждым движением их присматривали зоркие глаза все эти полгода, и я знал всё до последней мелочи. И потому я спокойно ждал, пока Алеша сам ее бросит, что уж и начинается; а покамест ему милое развлечение. Я же остался в его понятиях гуманным отцом, а мне надо, чтоб он так обо мне думал. Ха-ха-ха! Как вспомню я, что чуть не комплименты ей делал, тогда вечером, что она была так великодушна и бескорыстна, что не вышла за него замуж; желал бы я знать, как бы она вышла! Что же касается до моего тогдашнего к ней приезда, то всё это было единственно для того, что уж пора было кончить их связь. Но мне надобно было увериться во всём своими глазами, своим собственным опытом... Ну, довольно ли с вас? Или вы, может быть, хотите узнать еще: для чего я завез вас сюда, для чего я перед вами так ломался и так спроста откровенничал, тогда как всё это можно было высказать без всяких откровенностей,
-- да?
-- Да. -- Я скрепился и жадно слушал. Мне нечего было отвечать ему более.
-- Единственно потому, мой друг, что в вас я заметил несколько более благоразумия и ясного взгляда на вещи, чем в обоих наших дурачках. Вы могли и раньше знать, кто я, предугадывать, составлять предположения обо мне, но я хотел вас избавить от всего этого труда и решился вам наглядно показать, с кем вы имеете дело. Действительное впечатление великая вещь. Поймите же меня, mon ami. Вы знаете, с кем имеете дело, ее вы любите, и потому я надеюсь теперь, что вы употребите всё свое влияние (а вы-таки имеете на нее влияние), чтоб избавить ее от некоторых хлопот. Иначе будут хлопоты, и уверяю, уверяю вас, что не шуточные. Ну-с, наконец, третья причина моих с вами откровенностей это... (да ведь вы угадали же, мой милый), да, мне действительно хотелось поплевать немножко на всё это дело, и поплевать именно в ваших глазах...
-- И вы достигли вашей цели, -- сказал я, дрожа от волнения. -- Я согласен, что ничем вы не могли так выразить передо мной всей вашей злобы и всего презрения вашего ко мне и ко всем нам, как этими откровенностями. Вы не только не опасались, что ваши откровенности могут вас передо мной компрометировать, но даже и не стыдились меня... Вы действительно походили на того сумасшедшего в плаще. Вы меня за человека не считали.
-- Вы угадали, мой юный друг, -- сказал он, вставая, -- вы всё угадали: недаром же вы литератор. Надеюсь, что мы расстаемся дружелюбно. Брудершафт ведь не будем пить?
-- Вы пьяны, и единственно потому я не отвечаю вам, как бы следовало...
-- Опять фигура умолчания, -- не договорили, как следовало бы отвечать, ха-ха-ха! Заплатить за вас вы мне не позволяете.
-- Не беспокойтесь, я сам заплачу.
-- Ну, уж без сомнения. Ведь нам не по дороге?
-- Я с вами не поеду.
-- Прощайте, мой поэт. Надеюсь, вы меня поняли...
Он вышел, шагая несколько нетвердо и не оборачиваясь ко мне. Лакей усадил его в коляску. Я пошел своею дорогою. Был третий час утра. Шел дождь, ночь была темная...
Через минуту мы все смеялись как полуумные.
-- Да дайте же, дайте мне рассказать, -- покрывал нас всех Алеша своим звонким голосом. -- Они думают, что всё это, как и прежде... что я с пустяками приехал... Я вам говорю, что у меня самое интересное дело. Да замолчите ли вы когда-нибудь!
Ему чрезвычайно хотелось рассказать. По виду его можно было судить, что у него важные новости. Но его приготовленная важность от наивной гордости владеть такими новостями тотчас же рассмешила Наташу. Я невольно засмеялся вслед за ней.
И чем больше он сердился на нас, тем больше мы смеялись. Досада и потом детское отчаяние Алеши довели наконец нас до той степени, когда стоит только показать пальчик, как гоголевскому мичману, чтоб тотчас же и покатиться со смеху. Мавра, вышедшая из кухни, стояла в дверях и с серьезным негодованием смотрела на нас, досадуя, что не досталось Алеше хорошей головомойки от Наташи, как ожидала она с наслаждением все эти пять дней, и что вместо того все так веселы.
Наконец Наташа, видя, что наш смех обижает Алешу, перестала смеяться.
-- Что же ты хочешь рассказать? -- спросила она.
-- А что, поставить, что ль, самовар? -- спросила Мавра, без малейшего уважения перебивая Алешу.
-- Ступай, Мавра, ступай, -- отвечал он, махая на нее руками и торопясь прогнать ее. -- Я буду рассказывать всё, что было, всё, что есть, и всё, что будет, потому что я всё это знаю. Вижу, друзья мои, вы хотите знать, где я был эти пять дней, -- это-то я и хочу рассказать; а вы мне не даете. Ну, и, во-первых, я тебя всё время обманывал, Наташа, всё это время, давным-давно уж обманывал, и это-то и есть самое главное.
-- Обманывал?
-- Да, обманывал, уже целый месяц; еще до приезда отца начал; теперь пришло время полной откровенности. Месяц тому назад, когда еще отец не приезжал, я вдруг получил от него огромнейшее письмо и скрыл это от вас обоих. В письме он прямо и просто -- и заметьте себе, таким серьезным тоном, что я даже испугался, -- объявлял мне, что дело о моем сватовстве уже кончилось, что невеста моя совершенство; что я, разумеется, ее не стою, но что все-таки непременно должен на ней жениться.
И потому, чтоб приготовлялся, чтоб выбил из головы все мои вздоры и так далее, и так далее, -- ну, уж известно, какие это вздоры. Вот это-то письмо я от вас и утаил...
-- Совсем не утаил! -- перебила Наташа, -- вот чем хвалится! Л выходит, что всё тотчас же нам рассказал. Я еще помню, как ты вдруг сделался такой послушный, такой нежный и не отходил от меня, точно провинился в чем-нибудь, и всё письмо нам по отрывкам и рассказал.
-- Не может быть, главного, наверно, не рассказал. Может быть, вы оба угадали что-нибудь, это уж ваше дело, а я не рассказывал. Я скрыл и ужасно страдал.
-- Я помню, Алеша, вы со мной тогда поминутно советовались и всё мне рассказали, отрывками, разумеется, в виде предположений, -- прибавил я, смотря на Наташу.
-- Всё рассказал! Уж не хвастайся, пожалуйста! -- подхватила она. -- Ну, что ты можешь скрыть? Ну, тебе ли быть обманщиком? Даже Мавра всё узнала. Знала ты, Мавра?
-- Ну, как не знать! -- отозвалась Мавра, просунув к нам свою голову, -- всё в три же первые дня рассказал. Не тебе бы хитрить!
-- Фу, какая досада с вами разговаривать! Ты всё это из злости делаешь, Наташа! А ты, Мавра, тоже ошибаешься. Я, помню, был тогда как сумасшедший; помнишь, Мавра?
-- Как не помнить. Ты и теперь как сумасшедший.
-- Нет, нет, я не про то говорю. Помнишь! Тогда еще у нас денег не было, и ты ходила мою сигарочницу серебряную закладывать; а главное, позволь тебе заметить, Мавра, ты ужасно передо мной забываешься. Это всё тебя Наташа приучила.
Ну, положим, я действительно всё вам рассказал тогда же, отрывками (я это теперь припоминаю). Но тона, тона письма вы не знаете, а ведь в письме главное тон. Про это я и говорю.
-- Ну, а какой же тон? -- спросила Наташа.
-- Послушай, Наташа, ты спрашиваешь -- точно шутишь. Не шути. Уверяю тебя, это очень важно. Такой тон, что я и руки опустил. Никогда отец так со мной не говорил. То есть скорее Лиссабон провалится, чем не сбудется по его желанию; вот какой тон!
-- Ну-ну, рассказывай; зачем же тебе надо было скрывать от меня?
-- Ах, боже мой! да чтоб тебя не испугать. Я надеялся всё сам уладить. Ну, так вот, после этого письма, как только отец приехал, пошли мои муки. Я приготовился ему отвечать твердо, ясно, серьезно, да всё как-то не удавалось. А он даже и не расспрашивал; хитрец! Напротив, показывал такой вид, как будто уже всё дело решено и между нами уже не может быть никакого спора и недоумения.
Слышишь, не может быть даже; такая самонадеянность! Со мной же стал такой ласковый, такой милый. Я просто удивлялся. Как он умен, Иван Петрович, если б вы знали! Он всё читал, всё знает; вы на него только один раз посмотрите, а уж он все ваши мысли, как свои, знает. Вот за это-то, верно, и прозвали его иезуитом. Наташа не любит, когда я его хвалю. Ты не сердись, Наташа. Ну, так вот... а кстати! Он мне денег сначала не давал, а теперь дал, вчера. Наташа! Ангел мой! Кончилась теперь наша бедность! Вот, смотри! Всё, что уменьшил мне в наказание, за все эти полгода, всё вчера додал; смотрите сколько; я еще не сосчитал. Мавра, смотри, сколько денег! Теперь уж не будем ложки да запонки закладывать!
Он вынул из кармана довольно толстую пачку денег, тысячи полторы серебром, и положил на стол. Мавра с удовольствием на нее посмотрела и похвалила Алешу. Наташа сильно торопила его.
-- Ну, так вот -- что мне делать, думаю? -- продолжал Алеша, -- ну как против него пойти? То есть, клянусь вам обоим, будь он зол со мной, а не такой добрый, я бы и не думал ни о чем. Я прямо бы сказал ему, что не хочу, что я уж сам вырос и стал человеком, и теперь -- кончено! И, поверьте, настоял бы на своем. А тут -- что я ему скажу? Но не вините и меня. Я вижу, ты как будто недовольна, Наташа. Чего вы оба переглядываетесь? Наверно, думаете: вот уж его сейчас и оплели и ни капли в нем твердости нет. Есть твердость, есть, и еще больше, чем вы думаете!
А доказательство, что, несмотря на мое положение, я тотчас же сказал себе: это мой долг; я должен всё, всё высказать отцу, и стал говорить, и высказал, и он меня выслушал.
-- Да что же, что именно ты высказал? -- с беспокойством спросила Наташа.
-- А то, что не хочу никакой другой невесты, а что у меня есть своя, -- это ты. То есть я прямо этого еще до сих пор не высказал, но я его приготовил к этому, а завтра скажу; так уж я решил. Сначала я стал говорить о том, что жениться на деньгах стыдно и неблагородно и что нам считать себя какими-то аристократами -- просто глупо (я ведь с ним совершенно откровенно, как брат с братом). Потом объяснил ему тут же, что я tiers état и что tiers état c'est l'essentiel; 1 что я горжусь тем, что похож на всех, и не хочу ни от кого отличаться... Я говорил горячо, увлекательно. Я сам себе удивлялся. Я доказал ему наконец и с его точки зрения... я прямо сказал: какие мы князья? Только по роду; а в сущности что в нас княжеского? Особенного богатства, во-первых, нет, а богатство -- главное. Нынче самый главный князь -- Ротшильд. Во-вторых, в настоящем-то большом свете об нас уж давно не слыхивали. Последний был дядя, Семен Валковский, да тот только в Москве был известен, да и то тем, что последние триста душ прожил, и если б отец не нажил сам денег, то его внуки, может быть, сами бы землю пахали, как и есть такие князья. Так нечего и нам заноситься. Одним словом, я всё высказал, что у меня накипело, -- всё, горячо и откровенно, даже еще прибавил кой-что. Он даже и не возражал, а просто начал меня упрекать, что я бросил дом графа Наинского, а потом сказал, что надо подмазаться к княгине К., моей крестной матери, и что если княгиня К. меня хорошо примет, так, значит, и везде примут и карьера сделана, и пошел, и пошел расписывать! Это всё намеки на то, что я, как сошелся с тобой, Наташа, то всех их бросил; что это, стало быть, твое влияние. Но прямо он до сих пор не говорил про тебя, даже, видимо, избегает. Мы оба хитрим, выжидаем, ловим друг друга, и будь уверена, что и на нашей улице будет праздник.
1 третье сословие... третье сословие -- это главное (франц.).
-- Да хорошо уж; чем же кончилось, как он-то решил? Вот что главное. И какой ты болтун, Алеша...
-- А господь его знает, совсем и не разберешь, как он решил; а я вовсе не болтун, я дело говорю: он даже и не решал, а только на все мои рассуждения улыбался, но такой улыбкой, как будто ему жалко меня. Я ведь понимаю, что это унизительно, да я не стыжусь. Я, говорит, совершенно с тобой согласен, а вот поедем-ка к графу Наинскому, да смотри, там этого ничего не говори. Я-то тебя понимаю, да они-то тебя не поймут. Кажется, и его самого они все не совсем хорошо принимают; за что-то сердятся. Вообще в свете отца теперь что-то не любят! Граф сначала принимал меня чрезвычайно величаво, совсем свысока, даже совсем как будто забыл, что я вырос в его доме, припоминать начал, ей-богу! Он просто сердится на меня за неблагодарность, а, право, тут не было никакой от меня неблагодарности; в его доме ужасно скучно -- ну, я и не ездил. Он и отца принял ужасно небрежно; так небрежно, так небрежно, что я даже не понимаю, как он туда ездит. Всё это меня возмутило. Бедный отец должен перед ним чуть не спину гнуть; я понимаю, что всё это для меня, да мне-то ничего не нужно. Я было хотел потом высказать отцу все мои чувства да удержался. Да и зачем! Убеждений его я не переменю, а только его раздосадую; а ему и без того тяжело. Ну, думаю, пущусь на хитрости, перехитрю их всех, заставлю графа уважать себя -- и что ж? Тотчас же всего достиг, в какой-нибудь один день всё переменилось! Граф Наинский не знает теперь, куда меня посадить. И всё это я сделал, один я, через свою собственную хитрость, так что отец только руки расставил!..
-- Послушай, Алеша, ты бы лучше рассказывал о деле! -- вскричала нетерпеливая Наташа. -- Я думала, ты что-нибудь про наше расскажешь, а тебе только хочется рассказать, как ты там отличился у графа Наинского. Какое мне дело до твоего графа!
-- Какое дело! Слышите, Иван Петрович, какое дело? Да в этом-то и самое главное дело. Вот ты увидишь сама; всё под конец объяснится. Только дайте мне рассказать... А наконец (почему же не сказать откровенно!), вот что, Наташа, да и вы тоже, Иван Петрович, я, может быть, действительно иногда очень, очень нерассудителен; ну, да, положим даже (ведь иногда и это бывало), просто глуп.
Но тут, уверяю вас, я выказал много хитрости... ну... и, наконец, даже ума; так что я думал, вы сами будете рады, что я не всегда же... неумен.
-- Ах, что ты, Алеша, полно! Голубчик ты мой!..
Наташа сносить не могла, когда Алешу считали неумным. Сколько раз, бывало, она дулась на меня, не высказывая на словах, если я, не слишком церемонясь, доказывал Алеше, что он сделал какую-нибудь глупость; это было больное место в ее сердце. Она не могла снести унижения Алеши и, вероятно, тем более, что про себя сознавалась в его ограниченности. Но своего мнения отнюдь ему не высказывала и боялась этого, чтоб не оскорбить его самолюбия. Он же в этих случаях был как-то особенно проницателен и всегда угадывал ее тайные чувства. Наташа это видела и очень печалилась, тотчас же льстила ему, ласкала его. Вот почему теперь слова его больно отозвались в ее сердце...
-- Полно, Алеша, ты только легкомыслен, а ты вовсе не такой, -- прибавила она, -- с чего ты себя унижаешь?
-- Ну, и хорошо; ну, так вот и дайте мне досказать. После приема у графа отец даже разозлился на меня. Думаю, постой! Мы тогда ехали к княгине; я давно уже слышал, что она от старости почти из ума выжила и вдобавок глухая, и ужасно любит собачонок. У ней целая стая, и она души в них не слышит. Несмотря на всё это, она с огромным влиянием в свете, так что даже граф Наинский, le superbe, 1 у ней antichambre делает. 2 Вот я дорогою и основал план всех дальнейших действий, и как вы думаете, на чем основал? На том, что меня все собаки любят, ей-богу! Я это заметил. Или во мне магнетизм какой-нибудь сидит, или потому, что я сам очень люблю всех животных, уж не знаю, только любят собаки, да и только! Кстати о магнетизме, я тебе еще не рассказывал, Наташа, мы на днях духов вызывали, я был у одного вызывателя; это ужасно любопытно, Иван Петрович, даже поразило меня. Я Юлия Цезаря вызывал.
1 гордец (франц.).
2 является на поклон (франц.).
-- Ах, боже мой! Ну, зачем тебе Юлия Цезаря? -- вскричала Наташа, заливаясь смехом. -- Этого недоставало!
-- Да почему же... точно я какой-нибудь... Почему же я не имею права вызвать Юлия Цезаря? Что ему сделается? Вот смеется!
-- Да ничего, конечно, не сделается... ах, голубчик ты мой! Ну, что ж тебе сказал Юлий Цезарь?
-- Да ничего не сказал. Я только держал карандаш, а карандаш сам ходил по бумаге и писал. Это, говорят, Юлий Цезарь пишет. Я этому не верю.
-- Да что ж написал-то?
-- Да написал что-то вроде "обмокни", как у Гоголя... да полно смеяться!
-- Да рассказывай про княгиню-то!
-- Ну, да вот вы всё меня перебиваете. Приехали мы к княгине, и я начал с того, что стал куртизанить с Мими. Эта Мими -- старая, гадкая, самая мерзкая собачонка, к тому же упрямая и кусака. Княгиня без ума от нее, не надышит; она, кажется, ей ровесница. Я начал с того, что стал Мими конфетами прикармливать и в какие-нибудь десять минут выучил подавать лапку, чему во всю жизнь не могли ее выучить. Княгиня пришла просто в восторг; чуть не плачет от радости: "Мими! Мими! Мими лапку дает!" Приехал кто-то: "Мими лапку дает! Вот выучил крестник!" Граф Наинский вошел: "Мими лапку дает!" На меня смотрит чуть не со слезами умиления. Предобрейшая старушка; даже жалко ее. Я не промах, тут опять ей польстил: у ней на табакерке ее собственный портрет, когда еще она невестой была, лет шестьдесят назад. Вот и урони она табакерку, я подымаю да и говорю, точно не знаю: Quelle charmante peinture! 1 Это идеальная красота! Ну, тут она уж совсем растаяла; со мной и о том и о сем, и где я учился, и у кого бываю, и какие у меня славные волосы, и пошла, и пошла. Я тоже: рассмешил ее, историю скандалезную ей рассказал. Она это любит; только пальцем мне погрозила, а впрочем, очень смеялась. Отпускает меня -- целует и крестит, требует, чтоб каждый день я приезжал ее развлекать. Граф мне руку жмет, глаза у него стали масленые; а отец, хоть он и добрейший, и честнейший, и благороднейший человек, но верьте или не верьте, а чуть не плакал от радости, когда мы вдвоем домой приехали; обнимал меня, в откровенности пустился, в какие-то таинственные откровенности, насчет карьеры, связей, денег, браков, так что я многого и не понял. Тут-то он и денег мне дал. Это вчера было. Завтра я опять к княгине, но отец все-таки благороднейший человек -- не думайте чего-нибудь, и хоть отдаляет меня от тебя, Наташа, но это потому, что он ослеплен, потому что ему миллионов Катиных хочется, а у тебя их нет; и хочет он их для одного меня, и только по незнанию несправедлив к тебе. А какой отец не хочет счастья своему сыну? Ведь он не виноват, что привык считать в миллионах счастье. Так уж они все. Ведь смотреть на него нужно только с этой точки, не иначе, -- вот он тотчас же и выйдет прав. Я нарочно спешил к тебе, Наташа, уверить тебя в этом, потому, я знаю, ты предубеждена против него и, разумеется, в этом не виновата. Я тебя не виню...
1 Какое прелестное изображение! (франц.).
-- Так только-то и случилось с тобой, что ты карьеру у княгини сделал? В этом и вся хитрость? -- спросила Наташа.
-- Какое! Что ты! Это только начало... я потому рассказал про княгиню, что, понимаешь, я через нее отца в руки возьму, а главная моя история еще и не начиналась.
-- Ну, так рассказывай же!
-- Со мной сегодня случилось еще происшествие, и даже очень странное, и я до сих пор еще поражен, -- продолжал Алеша. -- Надо вам заметить, что хоть у отца с графиней и порешено наше сватовство, но официально еще до сих пор решительно ничего не было, так что мы хоть сейчас разойдемся и никакого скандала; один только граф Наинский знает, но ведь это считается родственник и покровитель. Мало того, хоть я в эти две недели и очень сошелся с Катей, но до самого сегодняшнего вечера мы ни слова не говорили с ней о будущем, то есть о браке и... ну, и о любви. Кроме того, положено сначала испросить согласие княгини К., от которой ждут у нас всевозможного покровительства и золотых дождей. Что скажет она, то скажет и свет; у ней такие связи... А меня непременно хотят вывести в свет и в люди. Но особенно на всех этих распоряжениях настаивает графиня, мачеха Кати. Дело в том, что княгиня, за все ее заграничные штуки, пожалуй, еще ее и не примет, а княгиня не примет, так и другие, пожалуй, не примут; так вот и удобный случай -- сватовство мое с Катей. И потому графиня, которая прежде была против сватовства, страшно обрадовалась сегодня моему успеху у княгини, но это в сторону, а вот что главное: Катерину Федоровну я знал еще с прошлого года; но ведь я был тогда еще мальчиком и ничего не мог понимать, а потому ничего и не разглядел тогда в ней...
-- Просто ты тогда любил меня больше, -- прервала Наташа, -- оттого и не разглядел, а теперь...
-- Ни слова, Наташа, -- вскричал с жаром Алеша, -- ты совершенно ошибаешься и меня оскорбляешь!.. Я даже не возражаю тебе; выслушай дальше, и ты всё увидишь... Ох, если б ты знала Катю! Если б ты знала, что это за нежная, ясная, голубиная душа! Но ты узнаешь; только дослушай до конца! Две недели тому назад, когда по приезде их отец повез меня к Кате, я стал в нее пристально вглядываться. Я заметил, что и она в меня вглядывается. Это завлекло мое любопытство вполне; уж я не говорю про то, что у меня было свое особенное намерение узнать ее поближе, -- намерение еще с того самого письма от отца, которое меня так поразило. Не буду ничего говорить, не буду хвалить ее, скажу только одно: она яркое исключение из всего круга. Это такая своеобразная натура, такая сильная и правдивая душа, сильная именно своей чистотой и правдивостью, что я перед ней просто мальчик, младший брат ее, несмотря на то что ей всего только семнадцать лет. Одно еще я заметил: в ней много грусти, точно тайны какой-то; она неговорлива; в доме почти всегда молчит, точно запугана... Она как будто что-то обдумывает. Отца моего как будто боится. Мачеху не любит -- я догадался об этом; это сама графиня распускает, для каких-то целей, что падчерица ее ужасно любит; всё это неправда: Катя только слушается ее беспрекословно и как будто уговорилась с ней в этом; четыре дня тому назад, после всех моих наблюдений, я решился исполнить мое намерение и сегодня вечером исполнил его. Это: рассказать всё Кате, признаться ей во всем, склонить ее на нашу сторону и тогда разом покончить дело...
-- Как! Что рассказать, в чем признаться? -- спросила с беспокойством Наташа.
-- Всё, решительно всё, -- отвечал Алеша, -- и благодарю бога, который внушил мне эту мысль; но слушайте, слушайте! Четыре дня тому назад я решил так: удалиться от вас и кончить всё самому. Если б я был с вами, я бы всё колебался, я бы слушал вас и никогда бы не решился. Один же, поставив именно себя в такое положение, что каждую минуту должен был твердить себе, что надо кончить и что я должен кончить, я собрался с духом и -- кончил! Я положил воротиться к вам с решением и воротился с решением!
-- Что же, что же? Как было дело? Рассказывай поскорее!
-- Очень просто! Я подошел к ней прямо, честно и смело... Но, во-первых, я должен вам рассказать один случай перед этим, который ужасно поразил меня. Перед тем как нам ехать, отец получил какое-то письмо. Я в это время входил в его кабинет и остановился у двери. Он не видал меня. Он до того был поражен этим письмом, что говорил сам с собою, восклицал что-то, вне себя ходил по комнате и наконец вдруг захохотал, а в руках письмо держит. Я даже побоялся войти, переждал еще и потом вошел. Отец был так рад чему-то, так рад; заговорил со мной как-то странно; потом вдруг прервал и велел мне тотчас же собираться ехать, хотя еще было очень рано. У них сегодня никого не было, только мы одни, и ты напрасно думала, Наташа, что там был званый вечер. Тебе не так передали...
-- Ах, не отвлекайся, Алеша, пожалуйста; говори, как ты рассказывал всё Кате!
-- Счастье в том, что мы с ней целых два часа оставались одни. Я просто объявил ей, что хоть нас и хотят сосватать, но брак наш невозможен; что в сердце моем все симпатии к ней и что она одна может спасти меня. Тут я открыл ей всё. Представь себе, она ничего не знала из нашей истории, про нас с тобой, Наташа! Если б ты могла видеть, как она была тронута; сначала даже испугалась. Побледнела вся. Я рассказал ей всю нашу историю: как ты бросила для меня свой дом, как мы жили одни, как мы теперь мучаемся, боимся всего и что теперь мы прибегаем к ней (я и от твоего имени говорил, Наташа), чтоб она сама взяла нашу сторону и прямо сказала бы мачехе, что не хочет идти за меня, что в этом всё наше спасение и что нам более нечего ждать ниоткуда. Она с таким любопытством слушала, с такой симпатией. Какие у ней были глаза в ту минуту! Кажется, вся душа ее перешла в ее взгляд. У ней совсем голубые глаза. Она благодарила меня, что я не усомнился в ней, и дала слово помогать нам всеми силами. Потом о тебе стала расспрашивать, говорила, что очень хочет познакомиться с тобой, просила передать, что уже любит тебя как сестру и чтоб и ты ее любила как сестру, а когда узнала, что я уже пятый день тебя не видал, тотчас же стала гнать меня к тебе...
Наташа была тронута.
-- И ты прежде этого мог рассказывать о своих подвигах у какой-то глухой княгини! Ах, Алеша, Алеша! -- вскрикнула она, с упреком на него глядя. -- Ну что ж Катя? Была рада, весела, когда отпускала тебя?
-- Да, она была рада, что удалось ей сделать благородное дело, а сама плакала. Потому что она ведь тоже любит меня, Наташа! Она призналась, что начинала уже любить меня; что она людей не видит и что я понравился ей уже давно; она отличила меня особенно Потому, что кругом всё хитрость и ложь, а я показался ей человеком искренним и честным. Она встала и сказала: "Ну, бог с вами, Алексей Петрович, а я думала..." Не договорила, заплакала и ушла. Мы решили, что завтра же она и скажет мачехе, что не хочет за меня, и что завтра же я должен всё сказать отцу и высказать твердо и смело. Она упрекала меня, зачем я раньше ему не сказал: "Честный человек ничего не должен бояться!" Она такая благородная. Отца моего она тоже не любит; говорит, что он хитрый и ищет денег. Я защищал его; она мне не поверила. Если же не удастся завтра у отца (а она наверное думает, что не удастся), тогда и она соглашается, чтоб я прибегнул к покровительству княгини К. Тогда уже никто из них не осмелится идти против. Мы с ней дали друг другу слово быть как брат с сестрой. О, если б ты знала и ее историю, как она несчастна, с каким отвращением смотрит на свою жизнь у мачехи, на всю эту обстановку... Она прямо не говорила, точно и меня боялась, но я по некоторым словам угадал. Наташа, голубчик мой! Как бы залюбовалась она на тебя, если б увидала! И какое у ней сердце доброе! С ней так легко! Вы обе созданы быть одна другой сестрами и должны любить друг друга. Я всё об этом думал. И право: я бы свел вас обеих вместе, а сам бы стоял возле да любовался на вас. Не думай же чего-нибудь, Наташечка, и позволь мне про нее говорить. Мне именно с тобой хочется про нее говорить, а с ней про тебя. Ты ведь знаешь, что я тебя больше всех люблю, больше ее...
Ты мое всё!
Наташа молча смотрела на него, ласково и как-то грустно. Его слова как будто ласкали и как будто чем-то мучили ее.
-- И давно, еще две недели назад, я оценил Катю, -- продолжал он. -- Я ведь каждый вечер к ним ездил. Ворочусь, бывало, домой и всё думаю, всё думаю о вас обеих, всё сравниваю вас между собою.
-- Которая же из нас выходила лучше? -- спросила, улыбаясь, Наташа.
-- Иной раз ты, другой она. Но ты всегда лучше оставалась. Когда же я говорю с ней, я всегда чувствую, что сам лучше становлюсь, умнее, благороднее как-то. Но завтра, завтра всё решится!
-- И не жаль ее тебе? Ведь она любит тебя; ты говоришь, что сам это заметил?
-- Жаль, Наташа! Но мы будем все трое любить друг друга, и тогда...
-- А тогда и прощай! -- проговорила тихо Наташа как будто про себя. Алеша с недоумением посмотрел на нее.
Но разговор наш вдруг был прерван самым неожиданным образом. В кухне, которая в то же время была и переднею, послышался легкий шум, как будто кто-то вошел. Через минуту Мавра отворила дверь и украдкой стала кивать Алеше, вызывая его. Все мы оборотились к ней.
-- Там вот спрашивают тебя, пожалуй-ка, -- сказала она каким-то таинственным голосом.
-- Кто меня может теперь спрашивать? -- проговорил Алеша, с недоумением глядя на нас. -- Пойду!
В кухне стоял ливрейный лакей князя, его отца. Оказалось, что князь, возвращаясь домой, остановил свою карету у квартиры Наташи и послал узнать, у ней ли Алеша? Объявив это, лакей тотчас же вышел.
-- Странно! Этого еще никогда не было, -- говорил Алеша, в смущении нас оглядывая, -- что это?
Наташа с беспокойством смотрела на него. Вдруг Мавра опять отворила к нам дверь.
-- Сам идет, князь! -- сказала она ускоренным шепотом и тотчас же спряталась.
Наташа побледнела и встала с места. Вдруг глаза ее загорелись. Она стала, слегка опершись на стол, и в волнении смотрела на дверь, в которую должен был войти незваный гость.
-- Наташа, не бойся, ты со мной! Я не позволю обидеть тебя, -- прошептал смущенный, но не потерявшийся Алеша.
Дверь отворилась, и на пороге явился сам князь Валковский своею собственною особою.
Он окинул нас быстрым, внимательным взглядом. По этому взгляду еще нельзя было угадать: явился он врагом или другом? Но опишу подробно его наружность. В этот вечер он особенно поразил меня.
Я видел его и прежде. Это был человек лет сорока пяти, не больше, с правильными и чрезвычайно красивыми чертами лица, которого выражение изменялось судя по обстоятельствам; но изменялось резко, вполне, с необыкновенною быстротою, переходя от самого приятного до самого угрюмого или недовольного, как будто внезапно была передернута какая-то пружинка. Правильный овал лица несколько смуглого, превосходные зубы, маленькие и довольно тонкие губы, красиво обрисованные, прямой, несколько продолговатый нос, высокий лоб, на котором еще не видно было ни малейшей морщинки, серые, довольно большие глаза -- всё это составляло почти красавца, а между тем лицо его не производило приятного впечатления. Это лицо именно отвращало от себя тем, что выражение его было как будто не свое, а всегда напускное, обдуманное, заимствованное, и какое-то слепое убеждение зарождалось в вас, что вы никогда и не добьетесь до настоящего его выражения.
Вглядываясь пристальнее, вы начинали подозревать под всегдашней маской что-то злое, хитрое и в высочайшей степени эгоистическое. Особенно останавливали ваше внимание его прекрасные с виду глаза, серые, открытые. Они одни как будто не могли подчиняться его воле. Он бы и хотел смотреть мягко и ласково, но лучи его взглядов как будто раздваивались и между мягкими, ласковыми лучами мелькали жесткие, недоверчивые, пытливые, злые... Он был довольно высокого роста, сложен изящно, несколько худощаво и казался несравненно моложе своих лет. Темно-русые мягкие волосы его почти еще и не начинали седеть. Уши, руки, оконечности ног его были удивительно хороши. Это была вполне породистая красивость. Одет он был с утонченною изящностию и свежестию, но с некоторыми замашками молодого человека, что, впрочем, к нему шло. Он казался старшим братом Алеши. По крайней мере его никак нельзя было принять за отца такого взрослого сына.
Он подошел прямо к Наташе и сказал ей, твердо смотря на нее:
-- Мой приход к вам в такой час и без доклада -- странен и вне принятых правил; но я надеюсь, вы поверите, что, по крайней мере, я в состоянии сознать всю эксцентричность моего поступка. Я знаю тоже, с кем имею дело; знаю, что вы проницательны и великодушны. Подарите мне только десять минут, и я надеюсь, вы сами меня поймете и оправдаете.
Он выговорил всё это вежливо, но с силой и с какой-то настойчивостью.
-- Садитесь, -- сказала Наташа, еще не освободившаяся от первого смущения и некоторого испуга.
Он слегка поклонился и сел.
-- Прежде всего позвольте мне сказать два слова ему, -- начал он, указывая на сына. -- Алеша, только что ты уехал, не дождавшись меня и даже не простясь с нами, графине доложили, что с Катериной Федоровной дурно. Она бросилась было к ней, но Катерина Федоровна вдруг вошла к нам сама, расстроенная и в сильном волнении. Она сказала нам прямо, что не может быть твоей женой. Она сказала еще, что пойдет в монастырь, что ты просил ее помощи и сам признался ей, что любишь Наталью Николаевну... Такое невероятное признание от Катерины Федоровны и, наконец, в такую минуту, разумеется, было вызвано чрезвычайною странностию твоего объяснения с нею. Она была почти вне себя. Ты понимаешь, как я был поражен и испуган. Проезжая теперь мимо, я заметил в ваших окнах огонь, -- продолжал он, обращаясь к Наташе. -- Тогда мысль, которая преследовала меня уже давно, до того вполне овладела мною, что я не в состоянии был противиться первому влечению и вошел к вам. Зачем? Скажу сейчас, но прошу наперед, не удивляйтесь некоторой резкости моего объяснения. Всё это так внезапно...
-- Я надеюсь, что пойму и как должно... оценю то, что вы скажете, -- проговорила, запинаясь, Наташа.
Князь пристально в нее всматривался, как будто спешил разучить ее вполне в одну какую-нибудь минуту.
-- Я и надеюсь на вашу проницательность, -- продолжал он, -- и если позволил себе прийти к вам теперь, то именно потому, что знал, с кем имею дело. Я давно уже знаю вас, несмотря на то что когда-то был так несправедлив и виноват перед вами. Выслушайте: вы знаете, между мной и отцом вашим -- давнишние неприятности. Не оправдываю себя; может быть, я более виноват перед ним, чем сколько полагал до сих пор. Но если так, то я сам был обманут. Я мнителен и сознаюсь в том. Я склонен подозревать дурное прежде хорошего -- черта несчастная, свойственная сухому сердцу. Но я не имею привычки скрывать свои недостатки. Я поверил всем наговорам и, когда вы оставили ваших родителей, я ужаснулся за Алешу. Но я вас еще не знал. Справки, сделанные мною мало-помалу, ободрили меня совершенно. Я наблюдал, изучал и наконец убедился, что подозрения мои неосновательны. Я узнал, что вы рассорились с вашим семейством, знаю тоже, что ваш отец всеми силами против вашего брака с моим сыном. И уж одно то, что вы, имея такое влияние, такую, можно сказать, власть над Алешей, не воспользовались до сих пор этою властью и не заставили его жениться на себе, уж одно это выказывает вас со стороны слишком хорошей. И все-таки, сознаюсь перед вами вполне, я всеми силами решился тогда препятствовать всякой возможности вашего брака с моим сыном. Я знаю, я выражаюсь слишком откровенно, но в эту минуту откровенность с моей стороны нужнее всего; вы сами согласитесь с этим, когда меня дослушаете. Скоро после того, как вы оставили ваш дом, я уехал из Петербурга; но, уезжая, я уже не боялся за Алешу. Я надеялся на благородную гордость вашу. Я понял, что вы сами не хотели брака прежде окончания наших фамильных неприятностей; не хотели нарушать согласия между Алешей и мною, потому что я никогда бы не простил ему его брака с вами; не хотели тоже, чтоб сказали про вас, что вы искали жениха-князя и связей с нашим домом. Напротив, вы даже показали пренебрежение к нам и, может быть, ждали той минуты, когда я сам приду просить вас сделать нам честь отдать вашу руку моему сыну. Но все-таки я упорно оставался вашим недоброжелателем. Оправдывать себя не стану, но причин моих от вас не скрою. Вот они: вы не знатны и не богаты. Я хоть и имею состояние, но нам надо больше. Наша фамилия в упадке. Нам нужно связей и денег. Падчерица графини Зинаиды Федоровны хоть и без связей, но очень богата. Промедлить немного, и явились бы искатели и отбили бы у нас невесту; а нельзя было терять такой случай, и, несмотря на то что Алеша еще слишком молод, я решился его сватать. Видите, я не скрываю ничего. Вы можете с презрением смотреть на отца, который сам сознается в том, что наводил сына, из корысти и из предрассудков, на дурной поступок; потому что бросить великодушную девушку, пожертвовавшую ему всем и перед которой он так виноват, -- это дурной поступок. Но не оправдываю себя. Вторая причина предполагавшегося брака моего сына с падчерицею графини Зинаиды Федоровны та, что эта девушка в высшей степени достойна любви и уважения. Она хороша собой, прекрасно воспитана, с превосходным характером и очень умна, хотя во многом еще ребенок. Алеша без характера, легкомыслен, чрезвычайно нерассудителен, в двадцать два года еще совершенно ребенок и разве только с одним достоинством, с добрым сердцем, -- качество даже опасное при других недостатках. Уже давно я заметил, что мое влияние на него начинает уменьшаться: пылкость, юношеские увлечения берут свое и даже берут верх над некоторыми настоящими обязанностями. Я его, может быть, слишком горячо люблю, но убеждаюсь, что ему уже мало одного меня руководителем. А между тем он непременно должен быть под чьим-нибудь постоянным, благодетельным влиянием. Его натура подчиняющаяся, слабая, любящая, предпочитающая любить и повиноваться, чем повелевать. Так он и останется на всю свою жизнь. Можете себе представить, как я обрадовался, встретив в Катерине Федоровне идеал девушки, которую бы я желал в жены своему сыну. Но я обрадовался поздно; над ним уже неразрушимо царило другое влияние -- ваше. Я зорко наблюдал его, воротясь месяц тому назад в Петербург, и с удивлением заметил в нем значительную перемену к лучшему. Легкомыслие, детскость -- в нем почти еще те же, но в нем укрепились некоторые благородные внушения; он начинает интересоваться не одними игрушками, а тем, что возвышенно, благородно, честно. Идеи его странны, неустойчивы, иногда нелепы; но желания, влечения, но сердце -- лучше, а это фундамент для всего; и всё это лучшее в нем -- бесспорно от вас. Вы перевоспитали его. Признаюсь вам, у меня тогда же промелькнула мысль, что вы, более чем кто-нибудь, могли бы составить его счастье. Но я прогнал эту мысль, я не хотел этих мыслей. Мне надо было отвлечь его от вас во что бы то ни стало; я стал действовать и думал, что достиг своей цели. Еще час тому назад я думал, что победа на моей стороне. Но происшествие в доме графини разом перевернуло все мои предположения, и прежде всего меня поразил неожиданный факт: странная в Алеше серьезность, строгость привязанности к вам, упорство, живучесть этой привязанности.
Повторяю вам: вы перевоспитали его окончательно. Я вдруг увидел, что перемена в нем идет еще дальше, чем даже я полагал. Сегодня он вдруг выказал передо мною признак ума, которого я отнюдь не подозревал в нем, и в то же время необыкновенную тонкость, догадливость сердца. Он выбрал самую верную дорогу, чтоб выйти из положения, которое считал затруднительным. Он затронул и возбудил самые благороднейшие способности человеческого сердца, именно -- способность прощать и отплачивать за зло великодушием. Он отдался во власть обиженного им существа и прибег к нему же с просьбою об участии и помощи. Он затронул всю гордость женщины, уже любившей его, прямо признавшись ей, что у нее есть соперница, и в то же время возбудил в ней симпатию к ее сопернице, а для себя прощение и обещание бескорыстной братской дружбы. Идти на такое объяснение и в то же время не оскорбить, не обидеть -- на это иногда не способны даже самые ловкие мудрецы, а способны именно сердца свежие, чистые и хорошо направленные, как у него. Я уверен, что вы, Наталья Николаевна, не участвовали в его сегодняшнем поступке ни словом, ни советом. Вы, может быть, только сейчас узнали обо всем от него же. Я не ошибаюсь? Не правда ли?
-- Вы не ошибаетесь, -- повторила Наташа, у которой пылало всё лицо и глаза сияли каким-то странным блеском, точно вдохновением. Диалектика князя начинала производить свое действие. -- Я пять дней не видала Алеши, -- прибавила она. -- Всё это он сам выдумал, сам и исполнил.
-- Непременно так, --подтвердил князь, --но, несмотря на то, вся эта неожиданная его прозорливость, вся эта решимость, сознание долга, наконец вся эта благородная твердость -- всё это вследствие вашего влияния над ним. Всё это я окончательно сообразил и обдумал сейчас, едучи домой, а обдумав, вдруг ощутил в себе силу решиться. Сватовство наше с домом графини разрушено и восстановиться не может; но если б и могло -- ему не бывать уже более. Что ж, если я сам убедился, что вы одна только можете составить его счастие, что вы -- настоящий руководитель его, что вы уже положили начало его будущему счастью! Я не скрыл от вас ничего, не скрываю и теперь; я очень люблю карьеры, деньги, знатность, даже чины; сознательно считаю многое из этого предрассудком, но люблю эти предрассудки и решительно не хочу попирать их. Но есть обстоятельства, когда надо допустить и другие соображения, когда нельзя всё мерить на одну мерку... Кроме того, я люблю моего сына горячо. Одним словом, я пришел к заключению, что Алеша не должен разлучаться с вами, потому что без вас погибнет. И признаться ли? Я, может быть, целый месяц как решил это и только теперь сам узнал, что я решил справедливо. Конечно, чтоб высказать вам всё это, я бы мог посетить вас и завтра, а не беспокоить вас почти в полночь. Но теперешняя поспешность моя, может быть, покажет вам, как горячо и, главное, как искренно я берусь за это дело. Я не мальчик; я не мог бы в мои лета решиться на шаг необдуманный. Когда я входил сюда, уже всё было решено и обдумано. Но я чувствую, что мне еще долго надо будет ждать, чтоб убедить вас вполне в моей искренности... Но к делу! Объяснять ли мне теперь вам, зачем я пришел сюда? Я пришел, чтоб исполнить мой долг перед вами и -- торжественно, со всем беспредельным моим к вам уважением, прошу вас осчастливить моего сына и отдать ему вашу руку. О, не считайте, что я явился как грозный отец, решившийся наконец простить моих детей и милостиво согласиться на их счастье. Нет! Нет! Вы унизите меня, предположив во мне такие мысли. Не сочтите тоже, что я был заранее уверен в вашем согласии, основываясь на том, чем вы пожертвовали для моего сына; опять нет! Я первый скажу вслух, что он вас не стоит и... (он добр и чистосердечен) -- он сам подтвердит это. Но этого мало. Меня влекло сюда, в такой час, не одно это... я пришел сюда... (и он почтительно и с некоторою торжественностью приподнялся с своего места) я пришел сюда для того, чтоб стать вашим другом! Я знаю, я не имею на это ни малейшего права, напротив! Но -- позвольте мне заслужить это право! Позвольте мне надеяться!
Почтительно наклонясь перед Наташей, он ждал ее ответа. Всё время, как он говорил, я пристально наблюдал его. Он заметил это.
Проговорил он свою речь холодно, с некоторыми притязаниями на диалектику, а в иных местах даже с некоторою небрежностью. Тон всей его речи даже иногда не соответствовал порыву, привлекшему его к нам в такой неурочный час для первого посещения и особенно при таких отношениях. Некоторые выражения его были приметно выделаны, а в иных местах его длинной и странной своею длиннотою речи он как бы искусственно напускал на себя вид чудака, силящегося скрыть пробивающееся чувство под видом юмора, небрежности и шутки. Но всё это я сообразил потом; тогда же было другое дело. Последние слова он проговорил так одушевленно, с таким чувством, с таким видом самого искреннего уважения к Наташе, что победил нас всех. Даже что-то вроде слезы промелькнуло на его ресницах. Благородное сердце Наташи было побеждено совершенно. Она, вслед за ним, приподнялась с своего места и молча, в глубоком волнении протянула ему свою руку. Он взял ее и нежно, с чувством поцеловал. Алеша был вне себя от восторга.
-- Что я говорил тебе, Наташа! -- вскричал он. -- Ты не верила мне! Ты не верила, что это благороднейший человек в мире! Видишь, видишь сама!..
Он бросился к отцу и горячо обнял его. Тот отвечал ему тем же, но поспешил сократить чувствительную сцену, как бы стыдясь выказать свои чувства.
-- Довольно, -- сказал он и взял свою шляпу, -- я еду. Я просил у вас только десять минут, а просидел целый час, -- прибавил он, усмехаясь. -- Но я ухожу в самом горячем нетерпении свидеться с вами опять как можно скорее. Позволите ли мне посещать вас как можно чаще?
-- Да, да! -- отвечала Наташа, -- как можно чаще! Я хочу поскорей... полюбить вас... -- прибавила она в замешательстве.
-- Как вы искренни, как вы честны! -- сказал князь, улыбаясь словам ее. -- Вы даже не хотите схитрить, чтоб сказать простую вежливость. Но ваша искренность дороже всех этих поддельных вежливостей. Да! Я сознаю, что я долго, долго еще должен заслуживать любовь вашу!
-- Полноте, не хвалите меня... довольно! -- шептала в смущении Наташа. Как хороша она была в эту минуту!
-- Пусть так! -- решил князь, -- но еще два слова о деле. Можете ли вы представить, как я несчастлив! Ведь завтра я не могу быть у вас, ни завтра, ни послезавтра. Сегодня вечером я получил письмо, до того для меня важное (требующее немедленного моего участия в одном деле), что никаким образом я не могу избежать его. Завтра утром я уезжаю из Петербурга. Пожалуйста, не подумайте, что я зашел к вам так поздно именно потому, что завтра было бы некогда, ни завтра, ни послезавтра. Вы, разумеется, этого не подумаете, но вот вам образчик моей мнительности! Почему мне показалось, что вы непременно должны были это подумать? Да, много помешала мне эта мнительность в моей жизни, и весь раздор мой с семейством вашим, может быть, только последствия моего жалкого характера!.. Сегодня у нас вторник. В среду, в четверг, в пятницу меня не будет в Петербурге. В субботу же я непременно надеюсь воротиться и в тот же день буду у вас. Скажите, я могу прийти к вам на целый вечер?
-- Непременно, непременно! -- вскричала Наташа, -- в субботу вечером я вас жду! С нетерпением жду!
-- А как я-то счастлив! Я более и более буду узнавать вас! но... иду! И все-таки я не могу уйти, чтоб не пожать вашу руку, -- продолжал он, вдруг обращаясь ко мне. -- Извините! Мы все теперь говорим так бессвязно... Я имел уже несколько раз удовольствие встречаться с вами, и даже раз мы были представлены друг другу. Не могу выйти отсюда, не выразив, как бы мне приятно было возобновить с вами знакомство.
-- Мы с вами встречались, это правда, -- отвечал я, принимая его руку, -- но, виноват, не помню, чтоб мы с вами знакомились.
-- У князя Р. прошлого года.
-- Виноват, забыл. Но, уверяю вас, в этот раз не забуду. Этот вечер для меня особенно памятен.
-- Да, вы правы, мне тоже. Я давно знаю, что вы настоящий, искренний друг Натальи Николаевны и моего сына. Я надеюсь быть между вами троими четвертым. Не так ли? -- прибавил он, обращаясь к Наташе.
-- Да, он наш искренний друг, и мы должны быть все вместе! -- отвечала с глубоким чувством Наташа. Бедненькая! Она так и засияла от радости, когда увидела, что князь не забыл подойти ко мне. Как она любила меня!
-- Я встречал много поклонников вашего таланта, -- продолжал князь, -- и знаю двух самых искренних ваших почитательниц. Им так приятно будет узнать вас лично. Это графиня, мой лучший друг, и ее падчерица, Катерина Федоровна Филимонова. Позвольте мне надеяться, что вы не откажете мне в удовольствии представить вас этим дамам.
-- Мне очень лестно, хотя теперь я мало имею знакомств...
-- Но мне вы дадите ваш адрес! Где вы живете? Я буду иметь удовольствие...
-- Я не принимаю у себя, князь, по крайней мере в настоящее время.
-- Но я, хоть и не заслужил исключения... но...
-- Извольте, если вы требуете, и мне очень приятно. Я живу в --м переулке, в доме Клугена.
-- В доме Клугена! -- вскричал он, как будто чем-то пораженный. -- Как! Вы... давно там живете?
-- Нет, недавно, -- отвечал я, невольно в него всматриваясь. -- Моя квартира сорок четвертый номер.
-- В сорок четвертом? Вы живете... один?
-- Совершенно один.
-- Д-да! Я потому... что, кажется, знаю этот дом. Тем лучше... Я непременно буду у вас, непременно! Мне о многом нужно переговорить с вами, и я многого ожидаю от вас. Вы во многом можете обязать меня. Видите, я прямо начинаю с просьбы. Но до свидания! Еще раз вашу руку!
Он пожал руку мне и Алеше, еще раз поцеловал ручку Наташи и вышел, не пригласив Алешу следовать за собою.
Мы трое остались в большом смущении. Всё это случилось так неожиданно, так нечаянно. Все мы чувствовали, что в один миг всё изменилось и начинается что-то новое, неведомое. Алеша молча присел возле Наташи и тихо целовал ее руку. Изредка он заглядывал ей в лицо, как бы ожидая, что она скажет?
-- Голубчик Алеша, поезжай завтра же к Катерине Федоровне, -- проговорила наконец она.
-- Я сам это думал, -- отвечал он, -- непременно поеду.
-- А может быть, ей и тяжело будет тебя видеть... как сделать?
-- Не знаю, друг мой. И про это я тоже думал. Я посмотрю... увижу... так и решу. А что, Наташа, ведь у нас всё теперь переменилось, -- не утерпел не заговорить Алеша.
Она улыбнулась и посмотрела на него долгим и нежным взглядом.
-- И какой он деликатный. Видел, какая у тебя бедная квартира, и ни слова...
-- О чем?
-- Ну... чтоб переехать на другую... или что-нибудь, -- прибавил он, закрасневшись.
-- Полно, Алеша, с какой же бы стати!
-- То-то я и говорю, что он такой деликатный. А как хвалил тебя! Я ведь говорил тебе... говорил! Нет, он может всё понимать и чувствовать! А про меня как про ребенка говорил; все-то они меня так почитают! Да что ж, я ведь и в самом деле такой.
-- Ты ребенок, да проницательнее нас всех. Добрый ты, Алеша!
-- А он сказал, что мое доброе сердце вредит мне. Как это? Не понимаю. А знаешь что, Наташа. Не поехать ли мне поскорей к нему? Завтра чем свет у тебя буду.
-- Поезжай, поезжай, голубчик. Это ты хорошо придумал. И непременно покажись ему, слышишь? А завтра приезжай как можно раньше. Теперь уж не будешь от меня по пяти дней бегать? -- лукаво прибавила она, лаская его взглядом. Все мы были в какой-то тихой, в какой-то полной радости.
-- Со мной, Ваня? -- крикнул Алеша, выходя из комнаты.
-- Нет, он останется; мы еще поговорим с тобой, Ваня. Смотри же, завтра чем свет!
-- Чем свет! Прощай, Мавра!
Мавра была в сильном волнении. Она всё слышала, что говорил князь, всё подслушала, но многого не поняла. Ей бы хотелось угадать и расспросить. А покамест она смотрела так серьезно, даже гордо. Она тоже догадывалась, что многое изменилось.
Мы остались одни. Наташа взяла меня за руку и несколько времени молчала, как будто ища, что сказать.
-- Устала я! -- проговорила она наконец слабым голосом. -- Слушай: ведь ты пойдешь завтра к нашим?
-- Непременно.
-- Маменьке скажи, а ему не говори.
-- Да я ведь и без того никогда об тебе с ним не говорю.
-- То-то; он и без того узнает. А ты замечай, что он скажет? Как примет? Господи, Ваня! Что, неужели ж он в самом деле проклянет меня за этот брак? Нет, не может быть!
-- Всё должен уладить князь, -- подхватил я поспешно. -- Он должен непременно с ним помириться, а тогда и всё уладится.
-- О боже мой! Если б! Если б! -- с мольбою вскричала она.
-- Не беспокойся, Наташа, всё уладится. На то идет. Она пристально поглядела на меня.
-- Ваня! Что ты думаешь о князе?
-- Если он говорил искренно, то, по-моему, он человек вполне благородный.
-- Если он говорил искренно? Что это значит? Да разве он мог говорить неискренно?
-- И мне тоже кажется, -- отвечал я. "Стало быть, у ней мелькает какая-то мысль, -- подумал я про себя. -- Странно!"
-- Ты всё смотрел на него... так пристально...
-- Да, он немного странен; мне показалось.
-- И мне тоже. Он как-то всё так говорит... Устала я, голубчик. Знаешь что? Ступай и ты домой. А завтра приходи ко мне как можно пораньше от них. Да слушай еще: это не обидно было, когда я сказала ему, что хочу поскорее полюбить его?
-- Нет... почему ж обидно?
-- И... не глупо? То есть ведь это значило, что покамест я еще не люблю его.
-- Напротив, это было прекрасно, наивно, быстро. Ты так хороша была в эту минуту! Глуп будет он, если не поймет этого с своей великосветскостью.
-- Ты как будто на него сердишься, Ваня? А какая, однако ж, я дурная, мнительная и какая тщеславная! Не смейся; я ведь перед тобой ничего не скрываю. Ах, Ваня, друг ты мой дорогой! Вот если я буду опять несчастна, если опять горе придет, ведь уж ты, верно, будешь здесь подле меня; один, может быть, и будешь! Чем заслужу я тебе за всё! Не проклинай меня никогда, Ваня!..
Воротясь домой, я тотчас же разделся и лег спать. В комнате у меня было сыро и темно, как в погребе. Много странных мыслей и ощущений бродило во мне, и я еще долго не мог заснуть.
Но как, должно быть, смеялся в эту минуту один человек, засыпая в комфортной своей постели, -- если, впрочем, он еще удостоил усмехнуться над нами! Должно быть, не удостоил!
На другое утро часов в десять, когда я выходил из квартиры, торопясь на Васильевский остров к Ихменевым, чтоб пройти от них поскорее к Наташе, я вдруг столкнулся в дверях со вчерашней посетительницей моей, внучкой Смита. Она входила ко мне. Не знаю почему, но, помню, я ей очень обрадовался. Вчера я еще и разглядеть не успел ее, и днем она еще более удивила меня. Да и трудно было встретить более странное, более оригинальное существо, по крайней мере по наружности. Маленькая, с сверкающими, черными, какими-то нерусскими глазами, с густейшими черными всклоченными волосами и с загадочным, немым и упорным взглядом, она могла остановить внимание даже всякого прохожего на улице. Особенно поражал ее взгляд: в нем сверкал ум, а вместе с тем и какая-то инквизиторская недоверчивость и даже подозрительность. Ветхое и грязное ее платьице при дневном свете еще больше вчерашнего походило на рубище. Мне казалось, что она больна в какой-нибудь медленной, упорной и постоянной болезни, постепенно, но неумолимо разрушающей ее организм. Бледное и худое ее лицо имело какой-то ненатуральный смугло-желтый, желчный оттенок. Но вообще, несмотря на всё безобразие нищеты и болезни, она была даже недурна собою. Брови ее были резкие, тонкие и красивые; особенно был хорош ее широкий лоб, немного низкий, и губы, прекрасно обрисованные, с какой-то гордой, смелой складкой, но бледные, чуть-чуть только окрашенные.
-- Ах, ты опять! -- вскричал я, -- ну, я так и думал, что ты придешь. Войди же!
Она вошла, медленно переступив через порог, как и вчера, и недоверчиво озираясь кругом. Она внимательно осмотрела комнату, в которой жил ее дедушка, как будто отмечая, насколько изменилась комната от другого жильца. "Ну, каков дедушка, такова и внучка, -- подумал я. -- Уж не сумасшедшая ли она?" Она всё еще молчала; я ждал.
-- За книжками! -- прошептала она наконец, опустив глаза в землю.
-- Ах, да! Твои книжки; вот они, возьми! Я нарочно их сберег для тебя.
Она с любопытством на меня посмотрела и как-то странно искривила рот, как будто хотела недоверчиво улыбнуться. Но позыв улыбки прошел и сменился тотчас же прежним суровым и загадочным выражением.
-- А разве дедушка вам говорил про меня? -- спросила она, иронически оглядывая меня с ног до головы.
-- Нет, про тебя он не говорил, но он...
-- А почему ж вы знали, что я приду? Кто вам сказал? -- спросила она, быстро перебивая меня.
-- Потому, мне казалось, твой дедушка не мог жить один, всеми оставленный. Он был такой старый, слабый; вот я и думал, что кто-нибудь ходил к нему. Возьми, вот твои книги. Ты по ним учишься?
-- Нет.
-- Зачем же они тебе?
-- Меня учил дедушка, когда я ходила к нему.
-- А разве потом не ходила?
-- Потом не ходила... я больна сделалась, -- прибавила она, как бы оправдываясь.
-- Что ж у тебя, семья, мать, отец?
Она вдруг нахмурила свои брови и даже с каким-то испугом взглянула на меня. Потом потупилась, молча повернулась и тихо пошла из комнаты, не удостоив меня ответом, совершенно как вчера. Я с изумлением провожал ее глазами. Но она остановилась на пороге.
-- Отчего он умер? -- отрывисто спросила она, чуть-чуть оборотясь ко мне, совершенно с тем же жестом и движением, как и вчера, когда, тоже выходя и стоя лицом к дверям, спросила об Азорке.
Я подошел к ней и начал ей наскоро рассказывать. Она молча и пытливо слушала, потупив голову и стоя ко мне спиной. Я рассказал ей тоже, как старик, умирая, говорил про Шестую линию. "Я и догадался, -- прибавил я, -- что там, верно, кто-нибудь живет из дорогих ему, оттого и ждал, что придут о нем наведаться. Верно, он тебя любил, когда в последнюю минуту о тебе поминал".
-- Нет, -- прошептала она как бы невольно, -- не любил.
Она была сильно взволнована. Рассказывая, я нагибался к ней и заглядывал в ее лицо. Я заметил, что она употребляла ужасные усилия подавить свое волнение, точно из гордости передо мной. Она всё больше и больше бледнела и крепко закусила свою нижнюю губу. Но особенно поразил меня странный стук ее сердца. Оно стучало всё сильнее и сильнее, так что, наконец, можно было слышать его за два, за три шага, как в аневризме. Я думал, что она вдруг разразится слезами, как и вчера; но она преодолела себя.
-- А где забор?
-- Какой забор?
-- Под которым он умер.
-- Я тебе покажу его... когда выйдем. Да, послушай, как тебя зовут?
-- Не надо...
-- Чего не надо?
-- Не надо; ничего... никак не зовут, -- отрывисто и как будто с досадой проговорила она и сделала движение уйти. Я остановил ее.
-- Подожди, странная ты девочка! Ведь я тебе добра желаю; мне тебя жаль со вчерашнего дня, когда ты там в углу на лестнице плакала. Я вспомнить об этом не могу... К тому же твой дедушка у меня на руках умер, и, верно, он об тебе вспоминал, когда про Шестую линию говорил, значит, как будто тебя мне на руки оставлял. Он мне во сне снится... Вот и книжки я тебе сберег, а ты такая дикая, точно боишься меня. Ты, верно, очень бедна и сиротка, может быть, на чужих руках; так или нет?
Я убеждал ее горячо и сам не знаю, чем влекла она меня так к себе. В чувстве моем было еще что-то другое, кроме одной жалости. Таинственность ли всей обстановки, впечатление ли, произведенное Смитом, фантастичность ли моего собственного настроения, -- не знаю, но что-то непреодолимо влекло меня к ней. Мои слова, казалось, ее тронули; она как-то странно поглядела на меня, но уж не сурово, а мягко и долго; потом опять потупилась как бы в раздумье.
-- Елена, -- вдруг прошептала она, неожиданно и чрезвычайно тихо.
-- Это тебя зовут Елена?
-- Да...
-- Что же, ты будешь приходить ко мне?
-- Нельзя... не знаю... приду, -- прошептала она как бы в борьбе и раздумье. В эту минуту вдруг где-то ударили стенные часы. Она вздрогнула и, с невыразимой болезненной тоскою смотря на меня, прошептала:-- Это который час?
-- Должно быть, половина одиннадцатого. Она вскрикнула от испуга.
-- Господи! -- проговорила она и вдруг бросилась бежать. Но я остановил ее еще раз в сенях.
-- Я тебя так не пущу, -- сказал я. -- Чего ты боишься? Ты опоздала?
-- Да, да, я тихонько ушла! Пустите! Она будет бить меня! -- закричала она, видимо проговорившись и вырываясь из моих рук.
-- Слушай же и не рвись; тебе на Васильевский, и я туда же, в Тринадцатую линию. Я тоже опоздал и хочу взять извозчика. Хочешь со мной? Я довезу. Скорее, чем пешком-то...
-- Ко мне нельзя, нельзя, -- вскричала она еще в сильнейшем испуге. Даже черты ее исказились от какого-то ужаса при одной мысли, что я могу прийти туда, где она живет.
-- Да говорю тебе, что я в Тринадцатую линию, по своему делу, а не к тебе! Не пойду я за тобою. На извозчике скоро доедем. Пойдем!
Мы поспешно сбежали вниз. Я взял первого попавшегося ваньку, на скверной гитаре. Видно, Елена очень торопилась, коли согласилась сесть со мною. Всего загадочнее было то, что я даже и расспрашивать ее не смел. Она так и замахала руками и чуть не соскочила с дрожек, когда я спросил, кого она дома так боится? "Что за таинственность?" -- подумал я.
На дрожках ей было очень неловко сидеть. При каждом толчке она, чтоб удержаться, схватывалась за мое пальто левой рукой, грязной, маленькой, в каких-то цыпках. В другой руке она крепко держала свои книги; видно было по всему, что книги эти ей очень дороги.
Поправляясь, она вдруг обнажила свою ногу, и, к величайшему удивлению моему, я увидел, что она была в одних дырявых башмаках, без чулок. Хоть я и решился было ни о чем ее не расспрашивать, но тут опять не мог утерпеть.
-- Неужели ж у тебя нет чулок? -- спросил я. -- Как можно ходить на босу ногу в такую сырость и в такой холод?
-- Нет, -- отвечала она отрывисто.
-- Ах, боже мой, да ведь ты живешь же у кого-нибудь! Ты бы попросила у других чулки, коли надо было выйти.
-- Я так сама хочу.
-- Да ты заболеешь, умрешь.
-- Пускай умру.
Она, видимо, не хотела отвечать и сердилась на мои вопросы.
-- Вот здесь он и умер, -- сказал я, указывая ей на дом, у которого умер старик.
Она пристально посмотрела и вдруг, с мольбою обратившись ко мне, сказала:
-- Ради бога не ходите за мной. А я приду, приду! Как только можно будет, так и приду!
-- Хорошо, я сказал уже, что не пойду к тебе. Но чего ты боишься! Ты, верно, какая-то несчастная. Мне больно смотреть на тебя...
-- Я никого не боюсь, -- отвечала она с каким-то раздражением в голосе.
-- Но ты давеча сказала: "Она прибьет меня!"
-- Пусть бьет! -- отвечала она, и глаза ее засверкали. -- Пусть бьет! Пусть бьет! -- горько повторяла она, и верхняя губка ее как-то презрительно приподнялась и задрожала.
Наконец мы приехали на Васильевский. Она остановила извозчика в начале Шестой линии и спрыгнула с дрожек, с беспокойством озираясь кругом.
-- Поезжайте прочь; я приду, приду! -- повторяла она в страшном беспокойстве, умоляя меня не ходить за ней. -- Ступайте же скорее, скорее!
Я поехал. Но, проехав по набережной несколько шагов, отпустил извозчика и, воротившись назад в Шестую линию, быстро перебежал на другую сторону улицы. Я увидел ее; она не успела еще много отойти, хотя шла очень скоро и всё оглядывалась; даже остановилась было на минутку, чтоб лучше высмотреть: иду ли я за ней или нет? Но я притаился в попавшихся мне воротах, и она меня не заметила. Она пошла далее, я за ней, всё по другой стороне улицы.
Любопытство мое было возбуждено в последней степени. Я хоть и решил не входить за ней, но непременно хотел узнать тот дом, в который она войдет, на всякий случай. Я был под влиянием тяжелого и странного впечатления, похожего на то, которое произвел во мне в кондитерской ее дедушка, когда умер Азорка...
Мы шли долго, до самого Малого проспекта. Она чуть не бежала; наконец вошла в лавочку. Я остановился подождать ее. "Ведь не живет же она в лавочке", -- подумал я.
Действительно, через минуту она вышла, но уже книг с ней не было. Вместо книг в ее руках была какая-то глиняная чашка. Пройдя немного, она вошла в ворота одного невзрачного дома. Дом был небольшой, но каменный, старый, двухэтажный, окрашенный грязно-желтою краской. В одном из окон нижнего этажа, которых было всего три, торчал маленький красный гробик, -- вывеска незначительного гробовщика. Окна верхнего этажа были чрезвычайно малые и совершенно квадратные, с тусклыми, зелеными и надтреснувшими стеклами, сквозь которые просвечивали розовые коленкоровые занавески. Я перешел через улицу, подошел к дому и прочел на железном листе, над воротами дома: дом мещанки Бубновой.
Но только что я успел разобрать надпись, как вдруг на дворе у Бубновой раздался пронзительный женский визг и затем ругательства. Я заглянул в калитку; на ступеньке деревянного крылечка стояла толстая баба, одетая как мещанка, в головке и в зеленой шали. Лицо ее было отвратительно-багрового цвета; маленькие, заплывшие и налитые кровью глаза сверкали от злости. Видно было, что она нетрезвая, несмотря на дообеденное время. Она визжала на бедную Елену, стоявшую перед ней в каком-то оцепенении с чашкой в руках. С лестницы из-за спины багровой бабы выглядывало полурастрепанное, набеленное и нарумяненное женское существо. Немного погодя отворилась дверь с подвальной лестницы в нижний этаж, и на ступеньках ее показалась, вероятно привлеченная криком, бедно одетая средних лет женщина, благообразной и скромной наружности. Из полуотворенной же двери выглядывали и другие жильцы нижнего этажа, дряхлый старик и девушка. Рослый и дюжий мужик, вероятно дворник, стоял посреди двора, с метлой в руке, и лениво посматривал на всю сцену.
-- Ах ты, проклятая, ах ты, кровопивица, гнида ты эдакая! -- визжала баба, залпом выпуская из себя все накопившиеся ругательства, большею частию без запятых и без точек, но с каким-то захлебыванием, -- так-то ты за мое попеченье воздаешь, лохматая! За огурцами только послали ее, а она уж и улизнула! Сердце мое чувствовало, что улизнет, когда посылала. Ныло сердце мое, ныло!
Вчера ввечеру все вихры ей за это же оттаскала, а она и сегодня бежать! Да куда тебе ходить, распутница, куда ходить! К кому ты ходишь, идол проклятый, лупоглазая гадина, яд, к кому! Говори, гниль болотная, или тут же тебя задушу!
И разъяренная баба бросилась на бедную девочку, но, увидав смотревшую с крыльца женщину, жилицу нижнего этажа, вдруг остановилась и, обращаясь к ней, завопила еще визгливее прежнего, размахивая руками, как будто беря ее в свидетельницы чудовищного преступления ее бедной жертвы.
-- Мать издохла у ней! Сами знаете, добрые люди: одна ведь осталась как шиш на свете. Вижу у вас, бедных людей, на руках, самим есть нечего; дай, думаю, хоть для Николая-то Угодника потружусь, приму сироту. Приняла. Что ж бы вы думали? Вот уж два месяца содержу, -- кровь она у меня в эти два месяца выпила, белое тело мое поела! Пиявка! Змей гремучий! Упорная сатана! Молчит, хоть бей, хоть брось, всё молчит; словно себе воды в рот наберет, -- всё молчит! Сердце мое надрывает -- молчит! Да за кого ты себя почитаешь, фря ты эдакая, облизьяна зеленая? Да без меня ты бы на улице с голоду померла. Ноги мои должна мыть да воду эту пить, изверг, черная ты шпага французская. Околела бы без меня!
-- Да что вы, Анна Трифоновна, так себя надсаждаете? Чем она вам опять досадила? -- почтительно спросила женщина, к которой обращалась разъяренная мегера.
-- Как чем, добрая ты женщина, как чем? Не хочу, чтоб против меня шли! Не делай своего хорошего, а делай мое дурное, -- вот я какова! Да она меня чуть в гроб сегодня не уходила! За огурцами в лавочку ее послала, а она через три часа воротилась! Сердце мое предчувствовало, когда посылала; ныло оно, ныло; ныло-ныло! Где была? Куда ходила? Каких себе покровителей нашла? Я ль ей не благодетельствовала! Да я ее поганке-матери четырнадцать целковых долгу простила, на свой счет похоронила, чертенка ее на воспитание взяла, милая ты женщина, знаешь, сама знаешь! Что ж, не вправе я над ней после этого? Она бы чувствовала, а вместо чувствия она супротив идет! Я ей счастья хотела. Я ее, поганку, в кисейных платьях водить хотела, в Гостином ботинки купила, как паву нарядила, -- душа у праздника! Что ж бы вы думали, добрые люди! В два дня всё платье изорвала, в кусочки изорвала да в клочочки, да так и ходит, так и ходит! Да ведь что вы думаете, нарочно изорвала, -- не хочу лгать, сама подглядела; хочу, дескать, в затрапезном ходить, не хочу в кисейном! Ну, отвела тогда душу над ней, исколотила ее, так ведь я лекаря потом призывала, ему деньги платила. А ведь задавить тебя, гнида ты эдакая, так только неделю молока не пить, -- всего-то наказанья за тебя только положено! За наказание полы мыть ее заставила; что ж бы вы думали: моет! Моет, стерьва, моет! Горячит мое сердце, -- моет! Ну, думаю: бежит она от меня! Да только подумала, глядь -- она и бежала вчера! Сами слышали, добрые люди, как я вчера ее за это била, руки обколотила все об нее, чулки, башмаки отняла -- не уйдет на босу ногу, думаю; а она и сегодня туда же! Где была? Говори! Кому, семя крапивное, жаловалась, кому на меня доносила? Говори, цыганка, маска привозная, говори!
И в исступлении она бросилась на обезумевшую от страха девочку, вцепилась ей в волосы и грянула ее оземь. Чашка с огурцами полетела в сторону и разбилась; это еще более усилило бешенство пьяной мегеры. Она била свою жертву по лицу, по голове; но Елена упорно молчала, и ни одного звука, ни одного крика, ни одной жалобы не проронила она, даже и под побоями. Я бросился на двор, почти не помня себя от негодования, прямо к пьяной бабе.
-- Что вы делаете? как смеете вы так обращаться с бедной сиротой! -- вскричал я, хватая эту фурию за руку.
-- Это что! Да ты кто такой? -- завизжала она, бросив Елену и подпершись руками в боки. -- Вам что в моем доме угодно?
-- То угодно, что вы безжалостная! -- кричал я. -- Как вы смеете так тиранить бедного ребенка? Она не ваша; я сам слышал, что она только ваш приемыш, бедная сирота...
-- Господи Иисусе! -- завопила фурия, -- да ты кто таков навязался! Ты с ней пришел, что ли? Да я сейчас к частному приставу! Да меня сам Андрон Тимофеич как благородную почитает! Что она, к тебе, что ли, ходит? Кто такой? В чужой дом буянить пришел. Караул!
И она бросилась на меня с кулаками. Но в эту минуту вдруг раздался пронзительный, нечеловеческий крик. Я взглянул, -- Елена, стоявшая как без чувств, вдруг с страшным, неестественным криком ударилась оземь и билась в страшных судорогах. Лицо ее исказилось. С ней был припадок падучей болезни. Растрепанная девка и женщина снизу подбежали, подняли ее и поспешно понесли наверх.
-- А хоть издохни, проклятая! -- завизжала баба вслед за ней. -- В месяц уж третий припадок... Вон, маклак! -- и она снова бросилась на меня.
-- Чего, дворник, стоишь? За что жалованье получаешь?
-- Пошел! Пошел! Хочешь, чтоб шею нагладили, -- лениво пробасил дворник, как бы для одной только проформы. -- Двоим любо, третий не суйся. Поклон, да и вон!
Нечего делать, я вышел за ворота, убедившись, что выходка моя была совершенно бесполезна. Но негодование кипело во мне. Я стал на тротуаре против ворот и глядел в калитку. Только что я вышел, баба бросилась наверх, а дворник, сделав свое дело, тоже куда-то скрылся. Через минуту женщина, помогавшая снести Елену, сошла с крыльца, спеша к себе вниз. Увидев меня, она остановилась и с любопытством на меня поглядела. Ее доброе и смирное лицо ободрило меня. Я снова ступил на двор и прямо подошел к ней.
-- Позвольте спросить, -- начал я, -- что такое здесь эта девочка и что делает с ней эта гадкая баба? Не думайте, пожалуйста, что я из простого любопытства расспрашиваю. Эту девочку я встречал и по одному обстоятельству очень ею интересуюсь.
-- А коль интересуетесь, так вы бы лучше ее к себе взяли али место какое ей нашли, чем ей тут пропадать, -- проговорила как бы нехотя женщина, делая движение уйти от меня.
-- Но если вы меня не научите, что ж я сделаю? Говорю вам, я ничего не знаю. Это, верно, сама Бубнова, хозяйка дома?
-- Сама хозяйка.
-- Так как же девочка-то к ней попала? У ней здесь мать умерла?
-- А так и попала... Не наше дело. -- И она опять хотела уйти.
-- Да сделайте же одолжение; говорю вам, меня это очень интересует. Я, может быть, что-нибудь и в состоянии сделать. Кто ж эта девочка? Кто была ее мать, -- вы знаете?
-- А словно из иностранок каких-то, приезжая; у нас внизу и жила; да больная такая; в чахотке и померла.
-- Стало быть, была очень бедная, коли в углу в подвале жила?
-- Ух, бедная! Всё сердце на нее изныло. Мы уж на што перебиваемся, а и нам шесть рублей в пять месяцев, что у нас прожила, задолжала. Мы и похоронили; муж и гроб делал.
-- А как же Бубнова говорит, что она похоронила?
-- Какое похоронила!
-- А как была ее фамилия?
-- А и не выговорю, батюшка; мудрено; немецкая, должно быть.
-- Смит?
-- Нет, что-то не так. А Анна Трифоновна сироту-то к себе и забрала; на воспитание, говорит. Да нехорошо оно вовсе...
-- Верно, для целей каких-нибудь забрала?
-- Нехорошие за ней дела, -- отвечала женщина, как бы в раздумье и колеблясь: говорить или нет? -- Нам что, мы посторонние...
-- А ты бы лучше язык-то на привязи подержала! -- раздался сзади нас мужской голос. Это был пожилых лет человек в халате и в кафтане сверх халата, с виду мещанин -- мастеровой, муж моей собеседницы.
-- Ей, батюшка, с вами нечего разговаривать; не наше это дело... -- промолвил он, искоса оглядев меня. -- А ты пошла! Прощайте, сударь; мы гробовщики. Коли что по мастерству надоть, с нашим полным удовольствием... А окромя того нечего нам с вами происходить...
Я вышел из этого дома в раздумье и в глубоком волнении. Сделать я ничего не мог, но чувствовал, что мне тяжело оставить всё это так. Некоторые слова гробовщицы особенно меня возмутили. Тут скрывалось какое-то нехорошее дело: я это предчувствовал.
Я шел, потупив голову и размышляя, как вдруг резкий голос окликнул меня по фамилии. Гляжу -- передо мной стоит хмельной человек, чуть не покачиваясь, одетый довольно чисто, но в скверной шинели и в засаленном картузе. Лицо очень знакомое. Я стал всматриваться. Он подмигнул мне и иронически улыбнулся. -- Не узнаешь?
-- А! Да это ты, Маслобоев! -- вскричал я, вдруг узнав в нем прежнего школьного товарища, еще по губернской гимназии, --ну, встреча!
-- Да, встреча! Лет шесть не встречались. То есть и встречались, да ваше превосходительство не удостоивали взглядом-с. Ведь вы генералы-с, литературные то есть-с!.. -- Говоря это, он насмешливо улыбался.
-- Ну, брат Маслобоев, это ты врешь, -- прервал я его. -- Во-первых, генералы, хоть бы и литературные, и с виду не такие бывают, как я, а второе, позволь тебе сказать, я действительно припоминаю, что раза два тебя на улице встретил, да ты сам видимо избегал меня, а мне что ж подходить, коли вижу, человек избегает. И знаешь, что я думаю? Не будь ты теперь хмелен, ты бы и теперь меня не окликнул. Не правда ли? Ну, здравствуй! Я, брат, очень, очень рад, что тебя встретил.
-- Право! А не компрометирую я тебя моим... не тем видом? Ну, да нечего об этом расспрашивать; не суть важное; я, брат Ваня, всегда помню, какой ты был славный мальчуга. А помнишь, тебя за меня высекли? Ты смолчал, а меня не выдал, а я, вместо благодарности, над тобой же неделю трунил. Безгрешная ты душа! Здравствуй, душа моя, здравствуй! (Мы поцеловались). Ведь я уж сколько лет один маюсь, -- день да ночь -- сутки прочь, а старого не забыл. Не забывается! А ты-то, ты-то?
-- Да что я-то, и я один маюсь...
Он долго глядел на меня с сильным чувством расслабленного от вина человека. Впрочем, он и без того был чрезвычайно добрый человек.
-- Нет, Ваня, ты не то, что я! -- проговорил он наконец трагическим тоном. -- Я ведь читал; читал, Ваня, читал!.. Да послушай: поговорим по душе! Спешишь?
-- Спешу; и, признаюсь тебе, ужасно расстроен одним делом. А вот что лучше: где ты живешь?
-- Скажу. Но это не лучше; а сказать ли, что лучше?
-- Ну, что?
-- А вот что! Видишь? -- И он указал мне на вывеску в десяти шагах от того места, где мы стояли, -- видишь: кондитерская и ресторан, то есть попросту ресторация, но место хорошее. Предупрежу, помещение приличное, а водка, и не говори! Из Киева пешком пришла! Пил, многократно пил, знаю; а мне худого здесь и не смеют подать. Знают Филиппа Филиппыча. Я ведь Филипп Филиппыч. Что? Гримасничаешь? Нет, ты дай мне договорить. Теперь четверть двенадцатого, сейчас смотрел; ну, так ровно в тридцать пять минут двенадцатого я тебя и отпущу. А тем временем муху задавим.
Двадцать минут на старого друга, -- идет?
-- Если только двадцать минут, то идет; потому, душа моя, ей-богу, дело...
-- А идет, так идет. Только вот что, два слова прежде всего: лицо у тебя нехорошее, точно сейчас тебе чем надосадили, правда?
-- Правда.
-- То-то я и угадал. Я, брат, теперь в физиономистику пустился, тоже занятие! Ну, так пойдем, поговорим. В двадцать минут, во-первых, успею вздушить адмирала Чаинского и пропущу березовки, потом зорной, потом померанцевой, потом parfait amour, 1 а потом еще что-нибудь изобрету. Пью, брат! Только по праздникам перед обедней и хорош. А ты хоть и не пей. Мне просто тебя одного надо. А выпьешь, особенное благородство души докажешь. Пойдем! Сболтнем слова два, да и опять лет на десять врозь. Я, брат, тебе, Ваня, не пара!
1 Букв.: прекрасная любовь (франц.).
-- Ну, да ты не болтай, а поскорей пойдем. Двадцать минут твои, а там и пусти.
В ресторацию надо было попасть, поднявшись по деревянной двухколенчатой лестнице с крылечком во второй этаж. Но на лестнице мы вдруг столкнулись с двумя сильно выпившими господами. Увидя нас, они, покачиваясь, посторонились.
Один из них был очень молодой и моложавый парень, еще безбородый, с едва пробивающимися усиками и с усиленно глуповатым выражением лица. Одет он был франтом, но как-то смешно: точно он был в чужом платье, с дорогими перстнями на пальцах, с дорогой булавкой в галстухе и чрезвычайно глупо причесанный, с каким-то коком. Он всё улыбался и хихикал. Товарищ его был уже лет пятидесяти, толстый, пузатый, одетый довольно небрежно, тоже с большой булавкой в галстухе, лысый и плешивый, с обрюзглым, пьяным и рябым лицом и в очках на носу, похожем на пуговку.
Выражение этого лица было злое и чувственное. Скверные, злые и подозрительные глаза заплыли жиром и глядели как из щелочек. По-видимому, они оба знали Маслобоева, но пузан при встрече с нами скорчил досадную, хоть и мгновенную гримасу, а молодой так и ушел в какую-то подобострастно-сладкую улыбку. Он даже снял картуз. Он был в картузе.
-- Простите, Филипп Филиппыч, -- пробормотал он, умильно смотря на него.
-- А что?
-- Виноват-с... того-с... (он щелкнул по воротнику). Там Митрошка сидит-с. Так он, выходит, Филипп Филиппыч-с, подлец-с.
-- Да что такое?
-- Да уж так-с... А ему вот (он кивнул на товарища) на прошлой неделе, через того самого Митрошку-с, в неприличном месте рожу в сметане вымазали-с... кхи!
Товарищ с досадой подтолкнул его локтем.
-- А вы бы с нами, Филипп Филиппыч, полдюжинки распили-с, у Дюссо-с, прикажете надеяться-с?
-- Нет, батюшка, теперь нельзя, -- отвечал Маслобоев. -- Дело есть.
-- Кхи! И у меня дельце есть, до вас-с... -- Товарищ опять подтолкнул его локтем.
-- После, после!
Маслобоев как-то видимо старался не смотреть на них. Но только что мы вошли в первую комнату, через которую, по всей длине ее, тянулся довольно опрятный прилавок, весь уставленный закусками, подовыми пирогами, расстегаями и графинами с настойками разных цветов, как Маслобоев быстро отвел меня в угол и сказал:
-- Молодой -- это купеческий сын Сизобрюхов, сын известного лабазника, получил полмиллиона после отца и теперь кутит. В Париж ездил, денег там видимо-невидимо убил, там бы, может, и всё просадил, да после дяди еще наследство получил и вернулся из Парижа; так здесь уж и добивает остальное. Через год-то он, разумеется, пойдет по миру. Глуп как гусь -- и по первым ресторанам, и в подвалах и кабаках, и по актрисам, и в гусары просился -- просьбу недавно подавал. Другой, пожилой, -- Архипов, тоже что-то вроде купца или управляющего, шлялся и по откупам; бестия, шельма и теперешний товарищ Сизобрюхова, Иуда и Фальстаф, всё вместе, двукратный банкрот и отвратительно чувственная тварь, с разными вычурами. В этом роде я знаю за ним одно уголовное дело; вывернулся. По одному случаю я очень теперь рад, что его здесь встретил; я его ждал... Архипов, разумеется, обирает Сизобрюхова. Много разных закоулков знает, тем и драгоценен для этаких вьюношей. Я, брат, на него уже давно зубы точу. Точит на него зубы и Митрошка, вот тот молодцеватый парень, в богатой поддевке, -- там, у окна стоит, цыганское лицо. Он лошадьми барышничает и со всеми здешними гусарами знаком. Я тебе скажу, такой плут, что в I лапах у тебя будет фальшивую бумажку делать, а ты хоть и видел, а все-таки ему ее разменяешь. Он в поддевке, правда в бархатной, и похож на славянофила (да это, по-моему, к нему и идет), а наряди его сейчас в великолепнейший фрак и тому подобное, отведи его в английский клуб да скажи там: такой-то, дескать, владетельный граф Барабанов, так там его два часа за графа почитать будут, -- и в вист сыграет, и говорить по-графски будет, и не догадаются; надует. Он плохо кончит. Так вот этот Митрошка на пузана крепко зубы точит, потому у Митрошки теперь тонко, а пузан у него Сизобрюхова отбил, прежнего приятеля, с которого он не успел еще шерсточку обстричь. Если они сошлись теперь в ресторации, так тут, верно, какая-нибудь штука была, Я даже знаю какая и предугадываю, что Митрошка, а не кто другой, известил меня, что Архипов с Сизобрюховым будут здесь и шныряют по этим местам за каким-то скверным делом. Ненавистью Митрошки к Архипову я хочу воспользоваться, потому что имею свои причины; да и явился я здесь почти по этой причине. Виду же Митрошке не хочу показывать, да и ты на него не засматривался. Л когда будем выходить отсюда, то он, наверно, сам ко мне подойдет и скажет то, что мне надо... А теперь пойдем, Ваня, вон в ту комнату, видишь? Ну, Степан, -- продолжал он, обращаясь к половому, -- понимаешь, чего мне надо?
-- Понимаю-с.
-- И удовлетворишь?
-- Удовлетворю-с.
-- Удовлетвори. Садись, Ваня. Ну, что ты так на меня смотришь? Я вижу ведь, ты на меня смотришь. Удивляешься? Не удивляйся. Всё может с человеком случиться, что даже и не снилось ему никогда, и уж особенно тогда... ну, да хоть тогда, когда мы с тобой зубрили Корнелия Непота! Вот что, Ваня, верь одному: Маслобоев хоть и сбился с дороги, но сердце в нем то же осталось, а обстоятельства только переменились. Я хоть и в саже, да никого не гаже. И в доктора поступал, и в учителя отечественной словесности готовился, и об Гоголе статью написал, и в золотопромышленники хотел, и жениться собирался-- жива-душа калачика хочет, и она соглашалась, хотя в доме такая благодать, что нечем кошки из избы было выманить. Я было уж к свадебной церемонии и сапоги крепкие занимать хотел, потому у самого были уж полтора года в дырьях... Да и не женился. Она за учителя вышла, а я стал в конторе служить, то есть не в коммерческой конторе, а так, просто в конторе. Ну, тут пошла музыка не та. Протекли годы, и я теперь хоть и не служу, но денежки наживаю удобно: взятки беру и за правду стою; молодец против овец, а против молодца и сам овца. Правила имею: знаю, например, что один в поле не воин, и -- дело делаю. Дело же мое больше по подноготной части... понимаешь? . -- Да ты уж не сыщик ли какой-нибудь?
-- Нет, не то чтобы сыщик, а делами некоторыми занимаюсь, отчасти и официально, отчасти и по собственному призванию. Вот что, Ваня: водку пью. А так как ума я никогда не пропивал, то знаю и мою будущность. Время мое прошло, черного кобеля не отмоешь добела. Одно скажу: если б во мне не откликался еще человек, не подошел бы я сегодня к тебе, Ваня. Правда твоя, встречал я тебя, видал и прежде, много раз хотел подойти, да всё не смел, всё откладывал. Не стою я тебя. И правду ты сказал, Ваня, что если и подошел, так только потому, что хмельной. И хоть всё это сильнейшая ерунда, но мы обо мне покончим. Давай лучше о тебе говорить. Ну, душа: читал! Читал, ведь и я прочел! Я, дружище, про твоего первенца говорю. Как прочел -- я, брат, чуть порядочным человеком не сделался! Чуть было; да только пораздумал и предпочел лучше остаться непорядочным человеком. Так-то...
И много еще он мне говорил. Он хмелел всё больше и больше и начал крепко умиляться, чуть не до слез. Маслобоев был всегда славный малый, но всегда себе на уме и развит как-то не по силам; хитрый, пронырливый, пролаз и крючок еще с самой школы, но в сущности человек не без сердца; погибший человек. Таких людей между русскими людьми много. Бывают они часто с большими способностями; но всё это в них как-то перепутывается, да сверх того они в состоянии сознательно идти против своей совести из слабости на известных пунктах, и не только всегда погибают, но и сами заранее знают, что идут к погибели. Маслобоев, между прочим, потонул в вине.
-- Теперь, друг, еще одно слово, -- продолжал он. -- Слышал я, как твоя слава сперва прогремела; читал потом на тебя разные критики (право, читал; ты думаешь, я уж ничего не читаю); встречал тебя потом в худых сапогах, в грязи без калош, в обломанной шляпе и кой о чем догадался. По журналистам теперь промышляешь?
-- Да, Маслобоев.
-- Значит, в почтовые клячи записался?
-- Похоже на то.
-- Ну, так на это я, брат, вот что скажу: пить лучше! Я вот напьюсь, лягу себе на диван (а у меня диван славный, с пружинами) и думаю, что вот я, например, какой-нибудь Гомер или Дант, или какой-нибудь Фридрих Барбаруса, -- ведь всё можно себе представить. Ну, а тебе нельзя представлять себе, что ты Дант или Фридрих Барбаруса, во-первых, потому что ты хочешь быть сам по себе, а во-вторых, потому что тебе всякое хотение запрещено, ибо ты почтовая кляча. У меня воображение, а у тебя действительность. Послушай же откровенно и прямо, по-братски (не то на десять лет обидишь и унизишь меня), -- не надо ли денег? Есть. Да ты не гримасничай. Деньги возьми, расплатись с антрепренерами, скинь хомут, потом обеспечь себе целый год жизни и садись за любимую мысль, пиши великое произведение! А? Что скажешь?
-- Слушай, Маслобоев! Братское твое предложение ценю, но ничего не могу теперь отвечать -- а почему -- долго рассказывать. Есть обстоятельства. Впрочем, обещаюсь: всё расскажу тебе потом, по-братски. За предложение благодарю: обещаюсь, что приду к тебе и приду много раз. Но вот в чем дело: ты со мной откровенен, а потому и я решаюсь спросить у тебя совета, тем более что ты в этих делах мастак.
И я рассказал ему всю историю Смита и его внучки, начиная с самой кондитерской. Странное дело: когда я рассказывал, мне по глазам его показалось, что он кой-что знает из этой истории. Я спросил его об этом.
-- Нет, не то, -- отвечал он. -- Впрочем, так кой-что о Смите я слышал, что умер какой-то старик в кондитерской. А об мадам Бубновой я действительно кой-что знаю. С этой дамы я уж взял два месяца тому назад взятку. Je prends mon bien, où je le trouve 1 и только в этом смысле похож на Мольера. Но хотя я и содрал с нее сто рублей, все-таки я тогда же дал себе слово скрутить ее уже не на сто, а на пятьсот рублей. Скверная баба! Непозволительными делами занимается. Оно бы ничего, да иногда уж слишком до худого доходит. Ты не считай меня, пожалуйста, Дон-Кихотом. Дело всё в том, что может крепко мне перепасть, и когда я, полчаса тому назад, Сизобрюхова встретил, то очень обрадовался. Сизобрюхова, очевидно, сюда привели, и привел его пузан, а так как я знаю, по какого рода делам пузан особенно промышляет, то и заключаю... Ну, да уж я его накрою! Я очень рад, что от тебя про эту девочку услыхал; теперь я на другой след попал. Я ведь, брат, разными частными комиссиями занимаюсь, да еще с какими людьми знаком! Разыскивал я недавно одно дельце, для одного князя, так я тебе скажу -- такое дельце, что от этого князя и ожидать нельзя было. А то, хочешь, другую историю про мужнюю жену расскажу? Ты, брат, ко мне ходи, я тебе таких сюжетов наготовил, что, опиши их, так не поверят тебе...
-- А как фамилия того князя? -- перебил я его, предчувствуя что-то.
-- А тебе на что? Изволь: Валковский.
-- Петр?
-- Он. Ты знаком?
-- Знаком, да не очень. Ну, Маслобоев, я об этом господине к тебе не раз понаведаюсь, -- сказал я, вставая, -- ты меня ужасно заинтересовал.
-- Вот видишь, старый приятель, наведывайся сколько хочешь. Сказки я умею рассказывать, но ведь до известных пределов, -- понимаешь? Не то кредит и честь потеряешь, деловую то есть, ну и так далее.
-- Ну, насколько честь позволит.
Я был даже в волнении. Он это заметил.
-- Ну, что ж теперь скажешь мне про ту историю, которую я сейчас тебе рассказал. Придумал ты что или нет?
-- Про твою историю? А вот подожди меня две минутки; я расплачусь.
Он пошел к буфету и там, как бы нечаянно, вдруг очутился вместе с тем парнем в поддевке, которого так бесцеремонно звали Митрошкой. Мне показалось, что Маслобоев знал его несколько ближе, чем сам признавался мне. По крайней мере, видно было, что сошлись они теперь не в первый раз. Митрошка был с виду парень довольно оригинальный. В своей поддевке, в шелковой красной рубашке, с резкими, но благообразными чертами лица, еще довольно моложавый, смуглый, с смелым сверкающим взглядом, он производил и любопытное и не отталкивающее впечатление. Жест его был как-то выделанно удалой, а вместе с тем в настоящую минуту он, видимо, сдерживал себя, всего более желая себе придать вид чрезвычайной деловитости и солидности.
-- Вот что, Ваня, -- сказал Маслобоев, воротясь ко мне, -- наведайся-ка ты сегодня ко мне в семь часов, так я, может, кой-что и скажу тебе. Один-то я, видишь ли, ничего не значу; прежде значил, а теперь только пьяница и удалился от дел. Но у меня остались прежние сношения; могу кой о чем разведать, с разными тонкими людьми перенюхаться; этим и беру; правда, в свободное, то есть трезвое, время и сам кой-что делаю, тоже через знакомых... больше по разведкам... Ну, да что тут! Довольно... Вот и адрес мой: в Шестилавочной. А теперь, брат, я уж слишком прокис. Пропущу еще золотую, да и домой. Полежу. Придешь -- с Александрой Семеновной познакомлю, а будет время, о поэзии поговорим.
-- Ну, а о том-то?
-- Ну, и о том, может быть.
-- Пожалуй, приду, наверно приду...
Анна Андреевна уже давно дожидалась меня. То, что я вчера сказал ей о записке Наташи, сильно завлекло ее любопытство, и она ждала меня гораздо раньше утром, по крайней мере часов в десять. Когда же я явился к ней во втором часу пополудни, то муки ожидания достигли в бедной старушке последней степени своей силы. Кроме того, ей очень хотелось объявить мне о своих новых надеждах, возродившихся в ней со вчерашнего дня, и об Николае Сергеиче, который со вчерашнего дня прихворнул, стал угрюм, а между тем и как-то особенно с нею нежен. Когда я появился, она приняла было меня с недовольной и холодной складкой в лице, едва цедила сквозь зубы и не показывала ни малейшего любопытства, как будто чуть не проговорила: "Зачем пришел? Охота тебе, батюшка, каждый день шляться". Она сердилась за поздний приход. Но я спешил и потому без дальнейших проволочек рассказал ей всю вчерашнюю сцену у Наташи. Как только старушка услышала о посещении старшего князя и о торжественном его предложении, как тотчас же соскочила с нее вся напускная хандра. Недостает у меня слов описать, как она обрадовалась, даже как-то потерялась, крестилась, плакала, клала перед образом земные поклоны, обнимала меня и хотела тотчас же бежать к Николаю Сергеичу и объявить ему свою радость.
-- Помилуй, батюшка, ведь это он всё от разных унижений и оскорблений хандрит, а вот теперь узнает, что Наташе полное удовлетворение сделано, так мигом всё позабудет.
Насилу я отговорил ее. Добрая старушка, несмотря на то что двадцать пять лет прожила с мужем, еще плохо знала его. Ей ужасно тоже захотелось тотчас же поехать со мной к Наташе. Я представил ей, что Николай Сергеич не только, может быть, не одобрит ее поступка, но еще мы этим повредим всему делу. Насилу-то она одумалась, но продержала меня еще полчаса лишних и всё время говорила только сама. "С кем же я-то теперь останусь, -- говорила она, -- с такой радостью да сидя одна в четырех стенах?" Наконец я убедил ее отпустить меня, представив ей, что Наташа теперь ждет меня не дождется. Старушка перекрестила меня несколько раз на дорогу, послала особое благословение Наташе и чуть не заплакала, когда я решительно отказался прийти в тот же день еще раз, вечером, если с Наташей не случится чего особенного. Николая Сергеича в этот раз я не видал: он не спал всю ночь, жаловался на головную боль, на озноб и теперь спал в своем кабинете.
Тоже и Наташа прождала меня всё утро. Когда я вошел, она, по обыкновению своему, ходила по комнате, сложа руки и о чем-то раздумывая. Даже и теперь, когда я вспоминаю о ней, я не иначе представляю ее, как всегда одну в бедной комнатке, задумчивую, оставленную, ожидающую, с сложенными руками, с опущенными вниз глазами, расхаживающую бесцельно взад и вперед.
Она тихо, всё еще продолжая ходить, спросила, почему я так поздно? Я рассказал ей вкратце все мои похождения, но она меня почти и не слушала. Заметно было, что она чем-то очень озабочена.
"Что нового?" -- спросил я. "Нового ничего", -- отвечала она, но с таким видом, по которому я тотчас догадался, что новое у ней есть и что она для того и ждала меня, чтоб рассказать это новое, но, по обыкновению своему, расскажет не сейчас, а когда я буду уходить. Так всегда у нас было. Я уж применился к ней и ждал.
Мы, разумеется, начали разговор о вчерашнем. Меня особенно поразило то, что мы совершенно сходимся с ней в впечатлении нашем о старом князе: ей он решительно не нравился, гораздо больше не нравился, чем вчера. И когда мы перебрали по черточкам весь его вчерашний визит, Наташа вдруг сказала:
-- Послушай, Ваня, а ведь так всегда бывает, что вот если сначала человек не понравится, то уж это почти признак, что он непременно понравится потом. По крайней мере, так всегда бывало со мною.
-- Дай бог так, Наташа. К тому же вот мое мнение, и окончательное: я всё перебрал и вывел, что хоть князь, может быть, и иезуитничает, но соглашается он на ваш брак вправду и серьезно.
Наташа остановилась среди комнаты и сурово взглянула на меня. Всё лицо ее изменилось; даже губы слегка вздрогнули.
-- Да как же бы он мог в таком случае начать хитрить и... лгать? -- спросила она с надменным недоумением.
-- То-то, то-то! -- поддакнул я скорее.
-- Разумеется, не лгал. Мне кажется, и думать об этом нечего. Нельзя даже предлога приискать к какой-нибудь хитрости. И, наконец, что ж я такое в глазах его, чтоб до такой степени смеяться надо мной? Неужели человек может быть способен на такую обиду?
-- Конечно, конечно! -- подтверждал я, а про себя подумал: "Ты, верно, об этом только и думаешь теперь, ходя по комнате, моя бедняжка, и, может, еще больше сомневаешься, чем я".
-- Ах, как бы я желала, чтоб он поскорее воротился! -- сказала она. -- Целый вечер хотел просидеть у меня, и тогда... Должно быть, важные дела, коль всё бросил да уехал. Не знаешь ли, какие, Ваня?
Не слыхал ли чего-нибудь?
-- А господь его знает. Ведь он всё деньги наживает.
Я слышал, участок в каком-то подряде здесь в Петербурге берет. Мы, Наташа, в делах ничего не смыслим.
-- Разумеется, не смыслим. Алеша говорил про какое-то письмо вчера.
-- Известие какое-нибудь. А был Алеша?
-- Был.
-- Рано?
-- В двенадцать часов: да ведь он долго спит. Посидел. Я прогнала его к Катерине Федоровне; нельзя же, Ваня.
-- А разве сам он не собирался туда?
-- Нет, и сам собирался...
Она хотела что-то еще прибавить и замолчала. Я глядел на нее и выжидал. Лицо у ней было грустное. Я бы и спросил ее, да она очень иногда не любила расспросов.
-- Странный этот мальчик, -- сказала она наконец, слегка искривив рот и как будто стараясь не глядеть на меня.
-- А что! Верно, что-нибудь у вас было?
-- Нет, ничего; так... Он был, впрочем, и милый... Только уж...
-- Вот теперь все его горести и заботы кончились, -- сказал я.
Наташа пристально и пытливо взглянула на меня. Ей, может быть, самой хотелось бы ответить мне: "Немного-то было у него горестей и забот и прежде"; но ей показалось, что в моих словах та же мысль, она и надулась.
Впрочем, тотчас же опять стала и приветлива, и любезна. В этот раз она была чрезвычайно кротка. Я просидел у ней более часу. Она очень беспокоилась. Князь пугал ее. Я заметил по некоторым ее вопросам, что ей очень бы хотелось узнать наверно, какое именно произвела она на него вчера впечатление? Так ли она себя держала? Не слишком ли она выразила перед ним свою радость? Не была ли слишком обидчива? Или, наоборот, уж слишком снисходительна? Не подумал бы он чего-нибудь? Не просмеял бы? Не почувствовал бы презрения к ней?.. От этой мысли щеки ее вспыхнули как огонь.
-- Неужели можно так волноваться из-за того только, что дурной человек что-нибудь подумает? Да пусть его думает! -- сказал я.
-- Почему же он дурной? -- спросила она.
Наташа была мнительна, но чиста сердцем и прямодушна. Мнительность ее происходила из чистого источника. Она была горда, и благородно горда, и не могла перенести, если то, что считала выше всего, предалось бы на посмеяние в ее же глазах. На презрение человека низкого она, конечно, отвечала бы только презрением, но все-таки болела бы сердцем за насмешку над тем, что считала святынею, кто бы ни смеялся. Не от недостатка твердости происходило это. Происходило отчасти и от слишком малого знания света, от непривычки к людям, от замкнутости в своем угле. Она всю жизнь прожила в своем угле, почти не выходя из него. И, наконец, свойство самых добродушных людей, может быть перешедшее к ней от отца, -- захвалить человека, упорно считать его лучше, чем он в самом деле,. сгоряча преувеличивать в нем все доброе -- было в ней развито в сильной степени. Тяжело таким людям потом разочаровываться; еще тяжеле, когда чувствуешь, что сам виноват. Зачем ожидал более, чем могут дать? А таких людей поминутно ждет такое разочарование. Всего лучше, если они спокойно сидят в своих углах и не выходят на свет; я даже заметил, что они действительно любят свои углы до того, что даже дичают в них. Впрочем, Наташа перенесла много несчастий, много оскорблений. Это было уже больное существо, и ее нельзя винить, если только в моих словах есть обвинение.
Но я спешил и встал уходить. Она изумилась и чуть не заплакала, что я ухожу, хотя всё время, как я сидел, не показывала мне никакой особенной нежности, напротив, даже была со мной как будто холоднее обыкновенного. Она горячо поцеловала меня и как-то долго посмотрела мне в глаза.
-- Послушай, -- сказала она, -- Алеша был пресмешной сегодня и даже удивил меня. Он был очень мил, очень счастлив с виду, но влетел таким мотыльком, таким фатом, всё перед зеркалом вертелся. Уж он слишком как-то без церемонии теперь... да и сидел-то недолго. Представь: мне конфет привез.
-- Конфет? Что ж, это очень мило и простодушно. Ах, какие вы оба! Вот уж и пошли теперь наблюдать друг за другом, шпионить, лица друг у друга изучать, тайные мысли на них читать (а ничего-то вы в них и не понимаете!). Еще он ничего. Он веселый и школьник по-прежнему. А ты-то, ты-то!
И всегда, когда Наташа переменяла тон и подходила, бывало, ко мне или с жалобой на Алешу, или для разрешения каких-нибудь щекотливых недоумений, или с каким-нибудь секретом и с желанием, чтоб я понял его с полслова, то, помню, она всегда смотрела на меня, оскаля зубки и как будто вымаливая, чтоб я непременно решил как-нибудь так, чтоб ей тотчас же стало легче на сердце. Но помню тоже, я в таких случаях всегда как-то принимал суровый и резкий тон, точно распекая кого-то, и делалось это у меня совершенно нечаянно, но всегда удавалось. Суровость и важность моя были кстати, казались авторитетнее, а ведь иногда человек чувствует непреодолимую потребность, чтоб его кто-нибудь пораспек. По крайней мере, Наташа уходила от меня иногда совершенно утешенная.
-- Нет, видишь, Ваня, -- продолжала она, держа одну свою ручку на моем плече, другою сжимая мне руку, а глазками заискивая в моих глазах, -- мне показалось, что он был как-то мало проникнут... он показался мне таким уж mari, 1 -- знаешь, как будто десять лет женат, но всё еще любезный с женой человек. Не рано ли уж очень?.. Смеялся, вертелся, но как будто это всё ко мне только так, только уж отчасти относится, а не так, как прежде... Очень торопился к Катерине Федоровне... Я ему говорю, а он не слушает или об другом заговаривает, знаешь, эта скверная, великосветская привычка, от которой мы оба его так отучали. Одним словом, был такой... даже как будто равнодушный... Но что я! Вот и пошла, вот и начала! Ах, какие мы все требовательные, Ваня, какие капризные деспоты!
Только теперь вижу! Пустой перемены в лице человеку не простим, а у него еще бог знает отчего переменилось лицо! Ты прав, Ваня, что сейчас укорял меня! Это я одна во всем виновата! Сами себе горести создаем, да еще жалуемся... Спасибо, Ваня, ты меня совершенно утешил. Ах, кабы он сегодня приехал! Да чего! Пожалуй, еще рассердится за давешнее.
1 мужем (франц.).
-- Да неужели вы уж поссорились! -- вскричал я с удивлением.
-- И виду не подала! Только я была немного грустна, а он из веселого стал вдруг задумчивым и, мне показалось, сухо со мной простился. Да я пошлю за ним... Приходи и ты, Ваня, сегодня.
-- Непременно, если только не задержит одно дело.
-- Ну вот, какое там дело?
-- Да навязал себе! А впрочем, кажется, непременно приду.
Ровно в семь часов я был у Маслобоева. Он жил в Шестилавочиой, в небольшом доме, во флигеле, в довольно неопрятной квартире о трех комнатах, впрочем не бедно меблированных. Виден был даже некоторый достаток и в то же время чрезвычайная нехозяйственность. Мне отворила прехорошенькая девушка лет девятнадцати, очень просто, но очень мило одетая, очень чистенькая и с предобрыми, веселыми глазками. Я тотчас догадался, что это и есть та самая Александра Семеновна, о которой он упомянул вскользь давеча, подманивая меня с ней познакомиться. Она спросила: кто я, и, услышав фамилию, сказала, что он ждет меня, но что теперь спит в своей комнате, куда меня и повела. Маслобоев спал на прекрасном, мягком диване, накрытый своею грязною шинелью, с кожаной истертой подушкой и головах. Сон у него был очень чуткий; только что мы вошли, он тотчас же окликнул меня по имени.
-- А! Это ты? Жду. Сейчас во сие видел, что ты пришел и меня будишь. Значит, пора. Едем.
-- Куда едем?
-- К даме.
-- К какой? Зачем?
-- К мадам Бубновой, затем чтобы ее раскассировать. А какая красотка-то! -- протянул он, обращаясь к Александре Семеновне, и даже поцеловал кончики пальцев при воспоминании о мадам Бубновой.
-- Ну уж пошел, выдумал! -- проговорила Александра Семеновна, считая непременным долгом немного рассердиться.
-- Незнаком? Познакомься, брат: вот, Александра Семеновна, рекомендую тебе, это литературный генерал; их только раз в год даром осматривают, а в прочее время за деньги.
-- Ну, вот дуру нашел. Вы его, пожалуйста, не слушайте, всё смеется надо мной. Какие они генералы?
-- Я про то вам и говорю, что особенные. А ты, ваше превосходительство, не думай, что мы глупы; мы гораздо умнее, чем с первого взгляда кажемся.
-- Да не слушайте его! Вечно-то застыдит при хороших людях, бесстыдник. Хоть бы в театр когда свез.
-- Любите, Александра Семеновна, домашние свои... А не забыли, что любить-то надо? Словечко-то не забыли? Вот которому я вас учил?
-- Конечно, не забыла. Вздор какой-нибудь значит.
-- Ну, да какое ж словечко-то?
-- Вот стану я страмиться при госте. Оно, может быть, страм какой значит. Язык отсохни, коли скажу.
-- Значит, забыли-с?
-- А вот и не забыла; пенаты! Любите свои пенаты... ведь вот что выдумает! Может, никаких пенатов и не было; и за что их любить-то? Всё врет!
-- Зато у мадам Бубновой...
-- Тьфу ты с своей Бубновой! -- и Александра Семеновна выбежала в величайшем негодовании. -- Пора! идем! Прощайте, Александра Семеновна!
Мы вышли.
-- Видишь, Ваня, во-первых, сядем на этого извозчика. Так. А во-вторых, я давеча, как с тобой простился, кой-что еще узнал и узнал уж не по догадкам, а в точности. Я еще на Васильевском целый час оставался. Этот пузан -- страшная каналья, грязный, гадкий, с вычурами и с разными подлыми вкусами. Эта Бубнова давно уж известна кой-какими проделками в этом же роде. Она на днях с одной девочкой из честного дома чуть не попалась. Эти кисейные платья, в которые она рядила эту сиротку (вот ты давеча рассказывал), не давали мне покоя; потому что я кой-что уже до этого слышал.
Давеча я кой-что еще разузнал, правда совершенно случайно, но, кажется, наверно. Сколько лет девочке?
-- По лицу лет тринадцать.
-- А по росту меньше. Ну, так она и сделает. Коли надо, скажет одиннадцать, а то пятнадцать. И так как у бедняжки ни защиты, ни семейства, то...
-- Неужели?
-- А ты что думал? Да уж мадам Бубнова из одного сострадания не взяла бы к себе сироту. А уж если пузан туда повадился, так уж так. Он с ней давеча утром виделся. А болвану Сизобрюхову обещана сегодня красавица, мужняя жена, чиновница и штаб-офицерка. Купецкие дети из кутящих до этого падки; всегда про чин спросят. Это как в латинской грамматике, помнишь: значение предпочитается окончанию. А впрочем, я еще, кажется, с давешнего пьян. Ну, а Бубнова такими делами заниматься не смей. Она и полицию надуть хочет; да врешь! А потому я и пугну, так как она знает, что я по старой памяти... ну и прочее -- понимаешь?
Я был страшно поражен. Все эти известия взволновали мою душу. Я всё боялся, что мы опоздаем, и погонял извозчика.
-- Не беспокойся; меры приняты, -- говорил Маслобоев. -- Там Митрошка. Сизобрюхов ему поплатится деньгами, а пузатый подлец -- натурой. Это еще давеча решено было. Ну, а Бубнова на мой пай приходится... Потому она не смей...
Мы приехали и остановились у ресторации; но человека, называвшегося Митрошкой, там не было. Приказав извозчику нас дожидаться у крыльца ресторации, мы пошли к Бубновой. Митрошка поджидал нас у ворот. В окнах разливался яркий свет, и слышался пьяный, раскатистый смех Сизобрюхова.
-- Там они все, с четверть часа будет, -- известил Митрошка. -- Теперь самое время.
-- Да как же мы войдем? -- спросил я.
-- Как гости, -- возразил Маслобоев. -- Она меня знает; да и Митрошку знает. Правда, всё на запоре, да только не для нас.
Он тихо постучал в ворота, и они тотчас же отворились. Отворил дворник и перемигнулся с Митрошкой. Мы вошли тихо; в доме нас не слыхали. Дворник провел нас по лесенке и постучался. Его окликнули; он отвечал, что один: "дескать, надоть". Отворили, и мы все вошли разом. Дворник скрылся.
-- Ай, кто это? -- закричала Бубнова, пьяная и растрепанная, стоявшая в крошечной передней со свечою в руках.
-- Кто? -- подхватил Маслобоев. -- Как же вы это, Анна Трифоновна, дорогих гостей не узнаете? Кто же, как не мы?.. Филипп Филиппыч.
-- Ах, Филипп Филиппыч! это вы-с... дорогие гости... Да как же вы-с... я-с... ничего-с... пожалуйте сюда-с.
И она совсем заметалась.
-- Куда сюда? Да тут перегородка... Нет, вы нас принимайте получше. Мы у вас холодненького выпьем, да машерочек нет ли?
Хозяйка мигом ободрилась.
-- Да для таких дорогих гостей из-под земли найду; из китайского государства выпишу.
-- Два слова, голубушка Анна Трифоновна: здесь Сизобрюхов?
-- З... здесь.
-- Так его-то мне и надобно. Как же он смел, подлец, без меня кутить!
-- Да он вас, верно, не позабыл. Всё кого-то поджидал, верно, вас.
Маслобоев толкнул дверь, и мы очутились в небольшой комнате, в два окна, с геранями, плетеными стульями и с сквернейшими фортепианами; всё как следовало. Но еще прежде, чем мы вошли, еще когда мы разговаривали в передней, Митрошка стушевался. Я после узнал, что он и не входил, а пережидал за дверью. Ему было кому потом отворить. Растрепанная и нарумяненная женщина, выглядывавшая давеча утром из-за плеча Бубновой, приходилась ему кума.
Сизобрюхов сидел на тоненьком диванчике под красное дерево, перед круглым столом, покрытым скатертью. На столе стояли две бутылки теплого шампанского, бутылка скверного рому; стояли тарелки с кондитерскими конфетами, пряниками и орехами трех сортов. За столом, напротив Сизобрюхова, сидело отвратительное существо лет сорока и рябое, в черном тафтяном платье и с бронзовыми браслетами и брошками. Это была штаб-офицерка, очевидно поддельная. Сизобрюхов был пьян и очень доволен. Пузатого его спутника с ним не было.
-- Так-то люди делают! -- заревел во всё горло Маслобоев, -- а еще к Дюссо приглашает!
-- Филипп Филиппыч, осчастливили-с! -- пробормотал Сизобрюхов, с блаженным видом подымаясь нам навстречу.
-- Пьешь?
-- Извините-с.
-- Да ты не извиняйся, а приглашай гостей. С тобой погулять приехали. Вот привел еще гостя: приятель! -- Маслобоев указал на меня.
-- Рады-с, то есть осчастливили-с... Кхи! -- Ишь, шампанское называется! На кислые щи похоже.
-- Обижаете-с.
-- Знать, ты к Дюссо-то и показываться не смеешь; а еще приглашает!
-- Он сейчас рассказывал, что в Париже был, -- подхватила штаб-офицерка, -- вот врет-то, должно быть!
-- Федосья Титишна, не обижайте-с. Были-с. Ездили-с.
-- Ну, такому ли мужику в Париже быть?
-- Были-с. Могли-с. Мы там с Карпом Васильичем отличались. Карпа Васильича изволите знать-с?
-- А на что мне знать твоего Карпа Васильича?
-- Да уж так-с... из политики дело-с. А мы с ним там, в местечке Париже-с, у мадам Жубер-с, англицкую трюму разбили-с.
-- Что разбили?
-- Трюму-с. Трюма такая была, во всю стену до потолка простиралась; а уж Карп Васильич так пьян, что уж с мадам Жубер-с по-русски заговорил. Он это у трюмы стал, да и облокотился. А Жуберта-то и кричит ему, по-свойски то есть: "Трюма семьсот франков стоит (по-нашему четвертаков), разобьешь!" Он ухмыляется да на меня смотрит; а я супротив сижу на канапе, и красота со мной, да не такое рыло, как вот ефта-с, а с киксом, словом сказать-с. Он и кричит: "Степан Терентьич, а Степан Терентьич! Пополам идет, что ли?" Я говорю: "Идет!"-- как он кулачищем-то по трюме-то стукнет -- дзынь! Только осколки посыпались. Завизжала Жуберта, так в рожу ему прямо и лезет: "Что ты, разбойник, куда пришел?" (по-ихнему то есть). А он ей: "Ты, говорит, мадам Жубер-с, деньги бери, а ндраву моему не препятствуй", да тут же ей шестьсот пятьдесят франков и отвалил. Полсотни выторговали-с.
В эту минуту страшный, пронзительный крик раздался где-то за несколькими дверями, за две или за три комнатки от той, в которой мы были. Я вздрогнул и тоже закричал. Я узнал этот крик: это был голос Елены. Тотчас же вслед за этим жалобным криком раздались другие крики, ругательства, возня и наконец ясные, звонкие, отчетливые удары ладонью руки по лицу. Это, вероятно, расправлялся Митрошка по своей части. Вдруг с силой отворилась дверь и Елена, бледная, с помутившимися глазами, в белом кисейном, но совершенно измятом и изорванном платье, с расчесанными, но разбившимися, как бы в борьбе, волосами, ворвалась в комнату. Я стоял против дверей, а она бросилась прямо ко мне и обхватила меня руками. Все вскочили, все переполошились. Визги и крики раздались при ее появлении. Вслед за ней показался в дверях Митрошка, волоча за волосы своего пузатого недруга в самом растерзанном виде. Он доволок его до порога и вбросил к нам в комнату.
-- Вот он! Берите его! -- произнес Митрошка с совершенно довольным видом.
-- Слушай, -- проговорил Маслобоев, спокойно подходя ко мне и стукнув меня по плечу, -- бери нашего извозчика, бери девочку и поезжай к себе, а здесь тебе больше нечего делать. Завтра уладим и остальное.
Я не заставил себе повторять два раза. Схватив за руку Елену, я вывел ее из этого вертепа. Уж не знаю, как там у них кончилось. Нас не останавливали: хозяйка была поражена ужасом. Всё произошло так скоро, что она и помешать не могла. Извозчик нас дожидался, и через двадцать минут я был уже на своей квартире.
Елена была как полумертвая. Я расстегнул крючки у ее платья, спрыснул ее водой и положил на диван. С ней начался жар и бред. Я глядел на ее бледное личико, на бесцветные ее губы, на ее черные, сбившиеся на сторону, но расчесанные волосок к волоску и напомаженные волосы, на весь ее туалет, на эти розовые бантики, еще уцелевшие кой-где на платье, -- и понял окончательно всю эту отвратительную историю. Бедная! Ей становилось всё хуже и хуже. Я не отходил от нее и решился не ходить этот вечер к Наташе. Иногда Елена подымала свои длинные ресницы и взглядывала на меня, и долго и пристально глядела, как бы узнавая меня. Уже поздно, часу в первом ночи, она заснула. Я заснул подле нее на полу.
Я встал очень рано. Всю ночь я просыпался почти каждые полчаса, подходил к моей бедной гостье и внимательно к ней присматривался. У нее был жар и легкий бред. Но к утру она заснула крепко.
Добрый знак, подумал я, но, проснувшись утром, решился поскорей, покамест бедняжка еще спала, сбегать к доктору. Я знал одного доктора, холостого и добродушного старичка, с незапамятных времен жившего у Владимирской вдвоем с своей экономкой-немкой. К нему-то я и отправился. Он обещал быть у меня в десять часов. Было восемь, когда я приходил к нему. Мне ужасно хотелось зайти по дороге к Маслобоеву, но я раздумал: он, верно, еще спал со вчерашнего, да к тому же Елена могла проснуться и, пожалуй, без меня испугалась бы, увидя себя в моей квартире. В болезненном своем состоянии она могла забыть: как, когда и каким образом попала ко мне.
Она проснулась в ту самую минуту, когда я входил в комнату. Я подошел к ней и осторожно спросил: как она себя чувствует? Она не отвечала, но долго-долго и пристально на меня смотрела своими выразительными черными глазами. Мне показалось из ее взгляда, что она всё понимает и в полной памяти. Не отвечала же она мне, может быть, по своей всегдашней привычке. И вчера и третьего дня, как приходила ко мне, она на иные мои вопросы не приговаривала ни слова, а только начинала вдруг смотреть мне в глаза своим длинным, упорным взглядом, в котором вместе с недоумением и диким любопытством была еще какая-то странная гордость. Теперь же я заметил в ее взгляде суровость и даже как будто недоверчивость, Я было приложил руку к ее лбу, чтоб пощупать, есть ли жар, но она молча и тихо своей маленькой ручкой отвела мою и отвернулась от меня лицом к стене. Я отошел, чтоб уж и не беспокоить ее.
У меня был большой медный чайник. Я уже давно употреблял его вместо самовара и кипятил в нем воду. Дрова у меня были, дворник разом носил мне их дней на пять. Я затопил печь, сходил за водой и наставил чайник. На столе же приготовил мой чайный прибор. Елена повернулась ко мне и смотрела на всё с любопытством. Я спросил ее, не хочет ли и она чего? Но она опять от меня отвернулась и ничего не ответила.
"На меня-то за что ж она сердится? -- подумал я. -- Странная девочка!"
Мой старичок доктор пришел, как сказал, в десять часов. Он осмотрел больную со всей немецкой внимательностью и сильно обнадежил меня, сказав, что хоть и есть лихорадочное состояние, но особенной опасности нет никакой. Он прибавил, что у ней должна быть другая, постоянная болезнь, что-нибудь вроде неправильного сердцебиения, "но что этот пункт будет требовать особенных наблюдений, теперь же она вне опасности". Он прописал ей микстуру и каких-то порошков, более для обычая, чем для надобности, и тотчас же начал меня расспрашивать: каким образом она у меня очутилась? В то же время он с удивлением рассматривал мою квартиру. Этот старичок был ужасный болтун.
Елена же его поразила; она вырвала у него свою руку, когда он щупал ее пульс, и не хотела показать ему язык.
На все вопросы его не отвечала ни слова, но всё время только пристально смотрела на его огромный Станислав, качавшийся у него на шее. "У нее, верно, голова очень болит, -- заметил старичок, -- но только как она глядит!" Я не почел за нужное ему рассказывать о Елене и отговорился тем, что это длинная история.
-- Дайте мне знать, если надо будет, -- сказал он, уходя. -- А теперь нет опасности.
Я решился на весь день остаться с Еленой и, по возможности, до самого выздоровления оставлять ее как можно реже одну. Но зная, что Наташа и Анна Андреевна могут измучиться, ожидая меня понапрасну, решился хоть Наташу уведомить по городской почте письмом, что сегодня у ней не буду. Анне же Андреевне нельзя было писать. Она сама просила меня, чтоб я, раз навсегда, не присылал ей писем, после того как я однажды послал было ей известие во время болезни Наташи. "И старик хмурится, как письмо твое увидит, -- говорила она, -- узнать-то ему очень хочется, сердечному, что в письме, да и спросить-то нельзя, не решается. Вот и расстроится на весь день. Да к тому же, батюшка, письмом-то ты меня только раздразнишь. Ну что десять строк! Захочется подробнее расспросить, а тебя-то и нет". И потому я написал одной Наташе и, когда относил в аптеку рецепт, отправил зараз и письмо.
Тем временем Елена опять заснула. Во сне она слегка стонала и вздрагивала. Доктор угадал: у ней сильно болела голова. Порой она слегка вскрикивала и просыпалась. На меня она взглядывала даже с досадою, как будто ей особенно тяжело было мое внимание. Признаюсь, мне было это очень больно.
В одиннадцать часов пришел Маслобоев. Он был озабочен и как будто рассеян; зашел он только на минутку и очень куда-то торопился.
-- Ну, брат, я ожидал, что ты живешь неказисто, -- заметил он, осматриваясь, -- но, право, не думал, что найду тебя в таком сундуке. Ведь это сундук, а не квартира. Ну, да это-то, положим, ничего, а главная беда в том, что тебя все эти посторонние хлопоты только отвлекают от работы. Я об этом думал еще вчера, когда мы ехали к Бубновой. Я ведь, брат, по натуре моей и по социальному моему положению принадлежу к тем людям, которые сами путного ничего не делают, а другим наставления читают, чтоб делали. Теперь слушай: я, может быть, завтра или послезавтра зайду к тебе, а ты непременно побывай у меня в воскресенье утром. К тому времени дело этой девочки, надеюсь, совсем кончится; в тот же раз я с тобой серьезно переговорю, потому что за тебя надо серьезно приняться. Эдак жить нельзя. Я тебе вчера только намекнул, а теперь логически представлять буду. Да и, наконец, скажи: что ж ты за бесчестье, что ли, считаешь взять у меня денег на время?..
-- Да не ссорься! -- прервал я его. -- Лучше скажи, чем у вас там вчера-то кончилось!
-- Да что, кончилось благополучнейшим образом, и цель достигнута, понимаешь? Теперь же мне некогда. На минутку зашел только уведомить, что мне некогда и не до тебя; да, кстати, узнать: что, ты ее поместишь куда-нибудь или у себя держать хочешь? Потому это надо обдумать и решить.
-- Этого я еще наверно не знаю и, признаюсь, ждал тебя, чтоб с тобой посоветоваться. Ну на каком, например, основании я буду ее у себя держать?
-- Э, чего тут, да хоть в виде служанки...
-- Прошу тебя только, говори тише. Она хоть и больна, но совершенно в памяти, и как тебя увидела, я заметил, как будто вздрогнула. Значит, вчерашнее вспомнила...
Тут я ему рассказал об ее характере и всё, что я в ней заметил. Слова мои заинтересовали Маслобоева. Я прибавил, что, может быть, помещу ее в один дом, и слегка рассказал ему про моих стариков. К удивлению моему, он уже отчасти знал историю Наташи и на вопрос мой: откуда он знает?
-- Так; давно, как-то мельком слышал, к одному делу приходилось. Ведь я уже говорил тебе, что знаю князя Валковского. Это ты хорошо делаешь, что хочешь отправить ее к тем старикам. А то стеснит она тебя только. Да вот еще что: ей нужен какой-нибудь вид. Об этом не беспокойся; на себя беру. Прощай, заходи чаще. Что она теперь, спит?
-- Кажется, -- отвечал я.
Но только что он ушел, Елена тотчас же меня окликнула.
-- Кто это? -- спросила она. Голос ее дрожал, но смотрела она на меня всё тем же пристальным и как будто надменным взглядом. Иначе я не умею выразиться.
Я назвал ей фамилию Маслобоева и прибавил, что через него-то я и вырвал ее от Бубновой и что Бубнова его очень боится. Щеки ее вдруг загорелись как будто заревом, вероятно от воспоминаний.
-- И она теперь никогда не придет сюда? -- спросила Елена, пытливо смотря на меня.
Я поспешил ее обнадежить. Она замолчала, взяла было своими горячими пальчиками мою руку, но тотчас же отбросила ее, как будто опомнившись. "Не может быть, чтоб она в самом деле чувствовала ко мне такое отвращение, -- подумал я. -- Это ее манера, или... или просто бедняжка видела столько горя, что уж не доверяет никому на свете".
В назначенное время я сходил за лекарством и вместе с тем в знакомый трактир, в котором я иногда обедал и где мне верили в долг. В этот раз, выходя из дому, я захватил с собой судки и взял в трактире порцию супу из курицы для Елены. Но она не хотела есть, и суп до времени остался в печке.
Дав ей лекарство, я сел за свою работу. Я думал, что она спит, но, нечаянно взглянув на нее, вдруг увидел, что она приподняла голову и пристально следила, как я пишу. Я притворился, что не заметил ее.
Наконец она и в самом деле заснула и, к величайшему моему удовольствию, спокойно, без бреду и без стонов. На меня напало раздумье; Наташа не только могла, не зная, в чем дело, рассердиться на меня за то, что я не приходил к ней сегодня, но даже, думал я, наверно будет огорчена моим невниманием именно в такое время, когда, может быть, я ей наиболее нужен. У нее даже наверно могли случиться теперь какие-нибудь хлопоты, какое-нибудь дело препоручить мне, а меня, как нарочно, и нет.
Что же касается до Анны Андреевны, то я совершенно не знал, как завтра отговорюсь перед нею. Я думал-думал и вдруг решился сбегать и туда и сюда. Всё мое отсутствие могло продолжаться всего только два часа. Елена же спит и не услышит, как я схожу. Я вскочил, накинул пальто, взял фуражку, но только было хотел уйти, как вдруг Елена позвала меня. Я удивился: неужели ж она притворялась, что спит?
Замечу кстати: хоть Елена и показывала вид, что как будто не хочет говорить со мною, но эти оклики, довольно частые, эта потребность обращаться ко мне со всеми недоумениями, доказывали противное и, признаюсь, были мне даже приятны.
-- Куда вы хотите отдать меня? -- спросила она, когда я к ней подошел. Вообще она задавала свои вопросы как-то вдруг, совсем для меня неожиданно. В этот раз я даже не сейчас ее понял.
-- Давеча вы говорили с вашим знакомым, что хотите отдать меня в какой-то дом. Я никуда не хочу.
Я нагнулся к ней: она была опять вся в жару; с ней был опять лихорадочный кризис. Я начал утешать ее и обнадеживать; уверял ее, что если она хочет остаться у меня, то я никуда ее не отдам. Говоря это, я снял пальто и фуражку. Оставить ее одну в таком состоянии я не решился.
-- Нет, ступайте! -- сказала она, тотчас догадавшись, что я хочу остаться. -- Я спать хочу; я сейчас засну. -- Да как же ты одна будешь?.. -- говорил я в недоумении. -- Я, впрочем, наверно через два часа назад буду...
-- Ну, и ступайте. А то целый год больна буду, так вам целый год из дому не уходить, -- и она попробовала улыбнуться и как-то странно взглянула на меня, как будто борясь с каким-то добрым чувством, отозвавшимся в ее сердце. Бедняжка! Добренькое, нежное ее сердце выглядывало наружу, несмотря на всю ее нелюдимость и видимое ожесточение.
Сначала я сбегал к Анне Андреевне. Она ждала меня с лихорадочным нетерпением и встретила упреками; сама же была в страшном беспокойстве: Николай Сергеич сейчас после обеда ушел со двора, а куда -- неизвестно. Я предчувствовал, что старушка не утерпела и рассказала ему всё, по своему обыкновению, намеками. Она, впрочем, мне почти что призналась в этом сама, говоря, что не могла утерпеть, чтоб не поделиться с ним такою радостью, но что Николай Сергеич стал, по ее собственному выражению, чернее тучи, ничего не сказал, "всё молчал, даже на вопросы мои не отвечал", и вдруг после обеда собрался и был таков. Рассказывая это, Анна Андреевна чуть не дрожала от страху и умоляла меня подождать с ней вместе Николая Сергеича. Я отговорился и сказал ей почти наотрез, что, может быть, и завтра не приду и что я собственно потому и забежал теперь, чтобы об этом предуведомить. В этот раз мы чуть было не поссорились. Она заплакала; резко и горько упрекала меня, и только когда я уже выходил из двери, она вдруг бросилась ко мне на шею, крепко обняла меня обеими руками и сказала, чтоб я не сердился на нее, "сироту", и не принимал в обиду слов ее.
Наташу, против ожидания, я застал опять одну, и -- странное дело, мне показалось, что она вовсе не так была мне в этот раз рада, как вчера и вообще в другие разы. Как будто я ей в чем-нибудь досадил или помешал. На мой вопрос: был ли сегодня Алеша? -- она отвечала: разумеется, был, но недолго. Обещался сегодня вечером быть, -- прибавила она, как бы в раздумье.
-- А вчера вечером был?
-- Н-нет. Его задержали, -- прибавила она скороговоркой. -- Ну, что, Ваня, как твой дела?
Я видел, что она хочет зачем-то замять наш разговор и свернуть на другое. Я оглядел ее пристальнее: она была видимо расстроена. Впрочем, заметив, что я пристально слежу за ней и в нее вглядываюсь, она вдруг быстро и как-то гневно взглянула на меня и с такою силою, что как будто обожгла меня взглядом. "У нее опять горе, -- подумал я, -- только она говорить мне не хочет".
В ответ на ее вопрос о моих делах я рассказал ей всю историю Елены, со всеми подробностями. Ее чрезвычайно заинтересовал и даже поразил мой рассказ.
-- Боже мой! И ты мог ее оставить одну, больную! -- вскричала она.
Я объяснил, что хотел было совсем не приходить к ней сегодня, но думал, что она на меня рассердится и что во мне могла быть какая-нибудь нужда.
-- Нужда, -- проговорила она про себя, что-то обдумывая, -- нужда-то, пожалуй, есть в тебе, Ваня, но лучше уж в другой раз. Был у наших?
Я рассказал ей.
-- Да; бог знает, как отец примет теперь все эти известия. А впрочем, что и принимать-то...
-- Как что принимать? -- спросил я, -- такой переворот!
-- Да уж так... Куда ж это он опять пошел? В тот раз вы думали, что он ко мне ходил. Видишь, Ваня, если можешь, зайди ко мне завтра. Может быть, я кой-что и скажу тебе... Совестно мне только тебя беспокоить; а теперь шел бы ты домой к своей гостье. Небось часа два прошло, как ты вышел из дома?
-- Прошло. Прощай, Наташа. Ну, а каков был сегодня с тобой Алеша?
-- Да что Алеша, ничего... Удивляюсь даже твоему любопытству.
-- До свидания, друг мой.
-- Прощай. -- Она подала мне руку как-то небрежно и отвернулась от моего последнего прощального взгляда.
Я вышел от нее несколько удивленный. "А впрочем, -- подумал я, -- есть же ей об чем и задуматься. Дела не шуточные. А завтра всё первая же мне и расскажет".
Возвратился я домой грустный и был страшно поражен, только что вошел в дверь. Было уже темно. Я разглядел, что Елена сидела на диване, опустив на грудь голову, как будто в глубокой задумчивости. На меня она и не взглянула, точно была в забытьи. Я подошел к ней; она что-то шептала про себя. "Уж не в бреду ли?" -- подумал я.
-- Елена, друг мой, что с тобой? -- спросил я, садясь подле нее и охватив ее рукою.
-- Я хочу отсюда... Я лучше хочу к ней, -- проговорила она, не подымая ко мне головы.
-- Куда? К кому? -- спросил я в удивлении.
-- К ней, к Бубновой. Она всё говорит, что я ей должна много денег, что она маменьку на свои деньги похоронила... Я не хочу, чтобы она бранила маменьку, я хочу у ней работать и всё ей заработаю... Тогда от нее сама и уйду. А теперь я опять к ней пойду.
-- Успокойся, Елена, к ней нельзя, -- говорил я. -- Она тебя замучает; она тебя погубит...
-- Пусть погубит, пусть мучает, -- с жаром подхватила Елена, -- не я первая; другие и лучше меня, да мучаются. Это мне нищая на улице говорила. Я бедная и хочу быть бедная. Всю жизнь буду бедная; так мне мать велела, когда умирала. Я работать буду... Я не хочу это платье носить...
-- Я завтра же тебе куплю другое. Я и книжки твои тебе принесу. Ты будешь у меня жить. Я тебя никому не отдам, если сама не захочешь; успокойся...
-- Я в работницы наймусь.
-- Хорошо, хорошо! Только успокойся, ляг, засни!
Но бедная девочка залилась слезами. Мало-помалу слезы ее обратились в рыдания. Я не знал, что с ней делать; подносил ей воды, мочил ей виски, голову. Наконец она упала на диван в совершенном изнеможении, и с ней опять начался лихорадочный озноб. Я окутал ее, чем нашлось, и она заснула, но беспокойно, поминутно вздрагивая и просыпаясь. Хоть я и не много ходил в этот день, но устал ужасно и рассудил сам лечь как можно раньше. Мучительные заботы роились в моей голове. Я предчувствовал, что с этой девочкой мне будет много хлопот. Но более всего заботила меня Наташа и ее дела. Вообще, вспоминаю теперь, я редко был в таком тяжелом расположении духа, как засыпая в эту несчастную ночь.
Проснулся я больной, поздно, часов в десять утра. У меня кружилась и болела голова. Я взглянул на постель Елены: постель была пуста. В то же время из правой моей комнатки долетали до меня какие-то звуки, как будто кто-то шуркал по полу веником. Я вышел посмотреть. Елена, держа в руке веник и придерживая другой рукой свое нарядное платьице, которое она еще и не снимала с того самого вечера, мела пол. Дрова, приготовленные в печку, были сложены в уголку; со стола стерто, чайник вычищен; одним словом, Елена хозяйничала.
-- Послушай, Елена, -- закричал я, -- кто же тебя заставляет пол мести? Я этого не хочу, ты больна; разве ты в работницы пришла ко мне?
-- Кто ж будет здесь пол мести? -- отвечала она, выпрямляясь и прямо смотря на меня. -- Теперь я не больна.
-- Но я не для работы взял тебя, Елена. Ты как будто боишься, что я буду попрекать тебя, как Бубнова, что ты у меня даром живешь? И откуда ты взяла этот гадкий веник? У меня не было веника, -- прибавил я, смотря на нее с удивлением.
-- Это мой веник. Я его сама сюда принесла. Я и дедушке здесь пол мела. А веник вот тут, под печкой с того времени и лежал.
Я воротился в комнату в раздумье. Могло быть, что я грешил; но мне именно казалось, что ей как будто тяжело было мое гостеприимство и что она всячески хотела доказать мне, что живет у меня не даром. "В таком случае какой же это озлобленный характер?" -- подумал я. Минуты две спустя вошла и она и молча села на свое вчерашнее место на диване, пытливо на меня поглядывая. Между тем я вскипятил чайник, заварил чай, налил ей чашку и подал с куском белого хлеба. Она взяла молча и беспрекословно. Целые сутки она почти ничего не ела.
-- Вот и платьице хорошенькое запачкала веником, -- сказал я, заметив большую грязную полосу на подоле ее юбки.
Она осмотрелась и вдруг, к величайшему моему удивлению, отставила чашку, ущипнула обеими руками, по-видимому хладнокровно и тихо, кисейное полотнище юбки и одним взмахом разорвала его сверху донизу. Сделав это, она молча подняла на меня свой упорный, сверкающий взгляд. Лицо ее было бледно.
-- Что ты делаешь, Елена? -- закричал я, уверенный, что вижу перед собою сумасшедшую.
-- Это нехорошее платье, -- проговорила она, почти задыхаясь от волнения. -- Зачем вы сказали, что это хорошее платье? Я не хочу его носить, -- вскричала она вдруг, вскочив с места. -- Я его изорву. Я не просила ее рядить меня. Она меня нарядила сама, насильно. Я уж разорвала одно платье, разорву и это, разорву! Разорву! Разорву!..
И она с яростию накинулась на свое несчастное платьице. В один миг она изорвала его чуть не в клочки. Когда она кончила, она была так бледна, что едва стояла на месте. Я с удивлением смотрел на такое ожесточение. Она же смотрела на меня каким-то вызывающим взглядом, как будто и я был тоже в чем-нибудь виноват перед нею. Но я уже знал, что мне делать.
Я положил, не откладывая, сегодня же утром купить ей новое платье. На это дикое, ожесточенное существо нужно было действовать добротой. Она смотрела так, как будто никогда и не видывала добрых людей. Если она уж раз, несмотря на жестокое наказание, изорвала в клочки свое первое, такое же платье, то с каким же ожесточением она должна была смотреть на него теперь, когда оно напоминало ей такую ужасную недавнюю минуту.
На Толкучем можно было очень дешево купить хорошенькое и простенькое платьице. Беда была в том, что у меня в ту минуту почти совсем не было денег. Но я еще накануне, ложась спать, решил отправиться сегодня в одно место, где была надежда достать их, и как раз приходилось идти в ту самую сторону, где Толкучий. Я взял шляпу. Елена пристально следила за мной, как будто чего-то ждала.
-- Вы опять запрете меня? -- спросила она, когда я взялся за ключ, чтоб запереть за собой квартиру, как вчера и третьего дня.
-- Друг мой, -- сказал я, подходя к ней, -- не сердись за это. Я потому запираю, что может кто-нибудь прийти. Ты же больная, пожалуй испугаешься. Да и бог знает, кто еще придет; может быть, Бубнова вздумает прийти...
Я нарочно сказал ей это. Я запирал ее, потому что не доверял ей. Мне казалось, что она вдруг вздумает уйти от меня. До времени я решился быть осторожнее. Елена промолчала, и я-таки запер ее и в этот раз.
Я знал одного антрепренера, издававшего уже третий год одну многотомную книгу. У него я часто доставал работу, когда нужно было поскорей заработать сколько-нибудь денег. Платил он исправно. Я отправился к нему, и мне удалось получить двадцать пять рублей вперед, с обязательством доставить через неделю компилятивную статью. Но я надеялся выгадать время на моем романе. Это я часто делал, когда приходила крайняя нужда.
Добыв денег, я отправился на Толкучий. Там скоро я отыскал знакомую мне старушку торговку, продававшую всякое тряпье. Я ей рассказал примерно рост Елены, и она мигом выбрала мне светленькое ситцевое, совершенно крепкое и не более одного раза мытое платьице за чрезвычайно дешевую цену. Кстати уж я захватил и шейный платочек. Расплачиваясь, я подумал, что надо же Елене какую-нибудь шубейку, мантильку или что-нибудь в этом роде. Погода стояла холодная, а у ней ровно ничего не было. Но я отложил эту покупку до другого раза. Елена была такая обидчивая, гордая. Господь знает, как примет она и это платье, несмотря на то что я нарочно выбирал как можно проще и неказистее, самое буднишнее, какое только можно было выбрать. Впрочем, я все-таки купил две пары чулок нитяных и одни шерстяные. Это я мог отдать ей под предлогом того, что она больна, а в комнате холодно. Ей надо было тоже белья. Но всё это я оставил до тех пор, пока поближе с ней познакомлюсь. Зато я купил старые занавески к кровати -- вещь необходимую и которая могла принесть Елене большое удовольствие.
Со всем этим я воротился домой уже в час пополудни. Замок мой отпирался почти неслышно, так что Елена не сейчас услыхала, что я воротился. Я заметил, что она стояла у стола и перебирала мои книги и бумаги. Услышав же меня, она быстро захлопнула книгу, которую читала, и отошла от стола, вся покраснев. Я взглянул на эту книгу: это был мой первый роман, изданный отдельной книжкой и на заглавном листе которого выставлено было мое имя.
-- А сюда кто-то без вас стучался, -- сказала она таким тоном, как будто поддразнивая меня: зачем, дескать, запирал?
-- Уж не доктор ли, -- сказал я, -- ты не окликнула его, Елена?
-- Нет.
Я не отвечал, взял узелок, развязал его и вынул купленное платье.
-- Вот, друг мой Елена, -- сказал я, подходя к ней, -- в таких клочьях, как ты теперь, ходить нельзя. Я и купил тебе платье, буднишнее, самое дешевое, так что тебе нечего беспокоиться; оно всего рубль двадцать копеек стоит. Носи на здоровье.
Я положил платье подле нее. Она вспыхнула и смотрела на меня некоторое время во все глаза.
Она была чрезвычайно удивлена, и вместе с тем мне показалось, ей было чего-то ужасно стыдно. Но что-то мягкое, нежное засветилось в глазах ее. Видя, что она молчит, я отвернулся к столу.
Поступок мой, видимо, поразил ее. Но она с усилием превозмогала себя и сидела, опустив глаза в землю.
Голова моя болела и кружилась всё более и более. Свежий воздух не принес мне ни малейшей пользы. Между тем надо было идти к Наташе. Беспокойство мое об ней не уменьшалось со вчерашнего дня, напротив -- возрастало всё более и более. Вдруг мне показалось, что Елена меня окликнула. Я оборотился к ней.
-- Вы, когда уходите, не запирайте меня, -- проговорила она, смотря в сторону и пальчиком теребя на диване покромку, как будто бы вся была погружена в это занятие. -- Я от вас никуда не уйду.
-- Хорошо, Елена, я согласен. Но если кто-нибудь придет чужой? Пожалуй, еще бог знает кто?
-- Так оставьте ключ мне, я и запрусь изнутри; а будут стучать, я и скажу: нет дома. -- И она с лукавством посмотрела на меня, как бы приговаривая: "Вот ведь как это просто делается!"
-- Вам кто белье моет? -- спросила она вдруг, прежде чем я успел ей отвечать что-нибудь.
-- Здесь, в этом доме, есть женщина.
-- Я умею мыть белье. А где вы кушанье вчера взяли?
-- В трактире.
-- Я и стряпать умею. Я вам кушанье буду готовить.
-- Полно, Елена; ну что ты можешь уметь стряпать? Всё это ты не к делу говоришь...
Елена замолчала и потупилась. Ее, видимо, огорчило мое замечание. Прошло по крайней мере минут десять; мы оба молчали.
-- Суп, -- сказала она вдруг, не поднимая головы.
-- Как суп? Какой суп? -- спросил я, удивляясь.
-- Суп умею готовить. Я для маменьки готовила, когда она была больна. Я и на рынок ходила.
-- Вот видишь, Елена, вот видишь, какая ты гордая, -- сказал я, подходя к ней и садясь с ней на диван рядом. -- Я с тобой поступаю, как мне велит мое сердце. Ты теперь одна, без родных, несчастная.
Я тебе помочь хочу. Так же бы и ты мне помогла, когда бы мне было худо. Но ты не хочешь так рассудить, и вот тебе тяжело от меня самый простой подарок принять. Ты тотчас же хочешь за него заплатить, заработать, как будто я Бубнова и тебя попрекаю. Если так, то это стыдно, Елена.
Она не отвечала, губы ее вздрагивали. Кажется, ей хотелось что-то сказать мне; но она скрепилась и смолчала. Я встал, чтоб идти к Наташе. В этот раз я оставил Елене ключ, прося ее, если кто придет и будет стучаться, окликнуть и спросить: кто такой? Я совершенно был уверен, что с Наташей случилось что-нибудь очень нехорошее, а что она до времени таит от меня, как это и не раз бывало между нами. Во всяком случае, я решился зайти к ней только на одну минутку, иначе я мог раздражить ее моею назойливостью.
Так и случилось. Она опять встретила меня недовольным, жестким взглядом. Надо было тотчас же уйти; а у меня ноги подкашивались.
-- Я к тебе на минутку, Наташа, -- начал я, -- посоветоваться: что мне делать с моей гостьей? -- И я начал поскорей рассказывать всё про Елену. Наташа выслушала меня молча.
-- Не знаю, что тебе посоветовать, Ваня, -- отвечала она. -- По всему видно, что это престранное существо. Может быть, она была очень обижена, очень напугана. Дай ей по крайней мере выздороветь.
Ты ее хочешь к нашим?
-- Она всё говорит, что никуда от меня не пойдет. Да и бог знает, как там ее примут, так что я и не знаю. Ну что, друг мой, как ты? Ты вчера была как будто нездорова! -- спросил я ее робея.
-- Да... у меня и сегодня что-то голова болит, -- отвечала она рассеянно. -- Не видал ли кого из наших? -- Нет. Завтра схожу. Ведь вот завтра суббота...
-- Так что же?
-- Вечером будет князь...
-- Так что же? Я не забыла.
-- Нет, я ведь только так...
Она остановилась прямо передо мной и долго и пристально посмотрела мне в глаза. В ее взгляде была какая-то решимость, какое-то упорство; что-то лихорадочное, горячечное.
-- Знаешь что, Ваня, -- сказала она, -- будь добр, уйди от меня, ты мне очень мешаешь...
Я встал с кресел и с невыразимым удивлением смотрел на нее.
-- Друг мой, Наташа! Что с тобой? Что случилось? -- вскричал я в испуге.
-- Ничего не случилось! Всё, всё завтра узнаешь, а теперь я хочу быть одна. Слышишь, Ваня: уходи сейчас. Мне так тяжело, так тяжело смотреть на тебя!
-- Но скажи мне по крайней мере...
-- Всё, всё завтра узнаешь! О боже мой! Да уйдешь ли ты?
Я вышел. Я был так поражен, что едва помнил себя. Мавра выскочила за мной в сени.
-- Что, сердится? -- спросила она меня. -- Я уж и подступиться к ней боюсь.
-- Да что с ней такое?
-- А то, что наш-то третий день носу к нам не показывал!
-- Как третий день? -- спросил я в изумлении, -- да она сама вчера говорила, что он вчера утром был да еще вчера вечером хотел приехать...
-- Какое вечером! Он и утром совсем не был! Говорю тебе, с третьего дня глаз не кажет. Неужто сама вчера сказывала, что утром был?
-- Сама говорила.
-- Ну, -- сказала Мавра в раздумье, -- значит, больно ее задело, когда уж перед тобой признаться не хочет, что не был. Ну, молодец!
-- Да что ж это такое! -- вскричал я.
-- А то такое, что и не знаю, что с ней делать, --продолжала Мавра, разводя руками. -- Вчера еще было меня к нему посылала, да два раза с дороги воротила. А сегодня так уж и со мной говорить не хочет. Хоть бы ты его повидал. Я уж и отойти от нее не смею.
Я бросился вне себя вниз по лестнице.
-- К вечеру-то будешь у нас? -- закричала мне вслед Мавра.
-- Там увидим, -- отвечал я с дороги. -- Я, может, только к тебе забегу и спрошу: что и как? Если только сам жив буду.
Я действительно почувствовал, что меня как будто что ударило в самое сердце.
Я отправился прямо к Алеше. Он жил у отца в Малой Морской. У князя была довольно большая квартира, несмотря на то что он жил один. Алеша занимал в этой квартире две прекрасные комнаты. Я очень редко бывал у него, до этого раза всего, кажется, однажды. Он же заходил ко мне чаще, особенно сначала, в первое время его связи с Наташей.
Его не было дома. Я прошел прямо в его половину и написал ему такую записку:
"Алеша, вы, кажется, сошли с ума. Так как вечером во вторник ваш отец сам просил Наташу сделать вам честь быть вашей женою, вы же этой просьбе были рады, чему я свидетелем, то, согласитесь сами, ваше поведение в настоящем случае несколько странно. Знаете ли, что вы делаете с Наташей? Во всяком случае, моя записка вам напомнит, что поведение ваше перед вашей будущей женою в высшей степени недостойно и легкомысленно. Я очень хорошо знаю, что не имею никакого права вам читать наставления, но не обращаю на это никакого внимания.
P. S. О письме этом она ничего не знает, и даже не она мне говорила про вас".
Я напечатал записку и оставил у него на столе. На вопрос мой слуга отвечал, что Алексей Петрович почти совсем не бывает дома и что и теперь воротится не раньше, как ночью, перед рассветом.
Я едва дошел домой. Голова моя кружилась, ноги слабели и дрожали. Дверь ко мне была отворена. У меня сидел Николай Сергеич Ихменев и дожидался меня. Он сидел у стола и молча, с удивлением смотрел на Елену, которая тоже с неменьшим удивлением его рассматривала, хотя упорно молчала. "То-то, -- думал я, -- она должна ему показаться странною".
-- Вот, брат, целый час жду тебя и, признаюсь, никак не ожидал... тебя так найти, -- продолжал он, осматриваясь в комнате и неприметно мигая мне на Елену. В глазах его изображалось изумление. Но, вглядевшись в него ближе, я заметил в нем тревогу и грусть. Лицо его было бледнее обыкновенного.
-- Садись-ка, садись, -- продолжал он с озабоченным и хлопотливым видом, -- вот спешил к тебе, дело есть; да что с тобой? На тебе лица нет.
-- Нездоровится. С самого утра кружится голова.
-- Ну, смотри, этим нечего пренебрегать. Простудился, что ли?
-- Нет, просто нервный припадок. У меня это иногда бывает. Да вы-то здоровы ли?
-- Ничего, ничего! Это так, сгоряча. Есть дело. Садись. Я придвинул стул и уселся лицом к нему у стола. Старик слегка нагнулся ко мне и начал полушепотом:
-- Смотри не гляди на нее и показывай вид, как будто мы говорим о постороннем. Это что у тебя за гостья такая сидит?
-- После вам всё объясню, Николай Сергеич. Это бедная девочка, совершенная сирота, внучка того самого Смита, который здесь жил и умер в кондитерской.
-- А, так у него была и внучка! Ну, братец, чудак же она! Как глядит, как глядит! Просто говорю: еще бы ты минут пять не пришел, я бы здесь не высидел. Насилу отперла и до сих пор ни слова; просто жутко с ней, на человеческое существо не похожа. Да как она здесь очутилась? А, понимаю, верно, к деду пришла, не зная, что он умер.
-- Да. Она была очень несчастна. Старик, еще умирая, об ней вспоминал.
-- Гм! каков дед, такова и внучка. После всё это мне расскажешь. Может быть, можно будет и помочь чем-нибудь, так чем-нибудь, коль уж она такая несчастная... Ну, а теперь нельзя ли, брат, ей сказать, чтоб она ушла, потому что поговорить с тобой надо серьезно.
-- Да уйти-то ей некуда. Она здесь и живет. Я объяснил старику, что мог, в двух словах, прибавив, что можно говорить и при ней, потому что она дитя.
-- Ну да... конечно, дитя. Только ты, брат, меня ошеломил. С тобой живет, господи боже мой!
И старик в изумлении посмотрел на нее еще раз. Елена, чувствуя, что про нее говорят, сидела молча, потупив голову и щипала пальчиками покромку дивана. Она уже успела надеть на себя новое платьице, которое вышло ей совершенно впору. Волосы ее были приглажены тщательнее обыкновенного, может быть, по поводу нового платья. Вообще если б не странная дикость ее взгляда, то она была бы премиловидная девочка.
-- Коротко и ясно, вот в чем, брат, дело, -- начал опять старик, -- длинное дело, важное дело...
Он сидел потупившись, с важным и соображающим видом и, несмотря на свою торопливость и на "коротко и ясно", не находил слов для начала речи. "Что-то будет?" -- подумал я.
-- Видишь, Ваня, пришел я к тебе с величайшей просьбой. Но прежде... так как я сам теперь соображаю, надо бы тебе объяснить некоторые обстоятельства... чрезвычайно щекотливые обстоятельства...
Он откашлянулся и мельком взглянул на меня; взглянул и покраснел; покраснел и рассердился на себя за свою ненаходчивость; рассердился и решился:
-- Ну, да что тут еще объяснять! Сам понимаешь. Просто-запросто я вызываю князя на дуэль, а тебя прошу устроить это дело и быть моим секундантом.
Я отшатнулся на спинку стула и смотрел на него вне себя от изумления.
-- Ну что смотришь! Я ведь не сошел с ума.
-- Но, позвольте, Николай Сергеич! Какой же предлог, какая цель? И, наконец, как это можно...
-- Предлог! цель! -- вскричал старик, -- вот прекрасно!..
-- Хорошо, хорошо, знаю, что вы скажете; но чему же вы поможете вашей выходкой! Какой выход представляет дуэль? Признаюсь, ничего не понимаю.
-- Я так и думал, что ты ничего не поймешь. Слушай: тяжба наша кончилась (то есть кончится на днях; остаются только одни пустые формальности); я осужден. Я должен заплатить до десяти тысяч; так присудили. За них отвечает Ихменевка. Следственно, теперь уж этот подлый человек обеспечен в своих деньгах, а я, предоставив Ихменевку, заплатил и делаюсь человеком посторонним. Тут-то я и поднимаю голову. Так и так, почтеннейший князь, вы меня оскорбляли два года; вы позорили мое имя, честь моего семейства, и я должен был всё это переносить! Я не мог тогда вас вызвать на поединок. Вы бы мне прямо сказали тогда: "А, хитрый человек, ты хочешь убить меня, чтоб не платить мне денег, которые, ты предчувствуешь, присудят тебя мне заплатить, рано ли, поздно ли! Нет, сначала посмотрим, как решится тяжба, а потом вызывай". Теперь, почтенный князь, процесс решен, вы обеспечены, следовательно, нет никаких затруднений, и потому не угодно ли сюда, к барьеру.
Вот в чем дело. Что ж, по-твоему, я не вправе, наконец, отметить за себя, за всё, за всё!
Глаза его сверкали. Я долго смотрел на него молча. Мне хотелось проникнуть в его тайную мысль.
-- Послушайте, Николай Сергеич, -- отвечал я наконец, решившись сказать главное слово, без которого мы бы не понимали друг друга. -- Можете ли вы быть со мною совершенно откровенны?
-- Могу, -- отвечал он с твердостью.
-- Скажите же прямо: одно ли чувство мщения побуждает вас к вызову или у вас в виду и другие цели?
-- Ваня, -- отвечал он, -- ты знаешь, что я не позволяю никому в разговорах со мною касаться некоторых пунктов; но для теперешнего раза делаю исключение, потому что ты своим ясным умом тотчас же догадался, что обойти этот пункт невозможно. Да, у меня есть другая цель. Эта цель: спасти мою погибшую дочь и избавить ее от пагубного пути, на который ставят ее теперь последние обстоятельства.
-- Но как же вы спасете ее этой дуэлью, вот вопрос?
-- Помешав всему тому, что там теперь затевается. Слушай: не думай, что во мне говорит какая-нибудь там отцовская нежность и тому подобные слабости. Всё это вздор! Внутренность сердца моего я никому не показываю. Не знаешь его и ты. Дочь оставила меня, ушла из моего дома с любовником, и я вырвал ее из моего сердца, вырвал раз навсегда, в тот самый вечер -- помнишь? Если ты видел меня рыдающим над ее портретом, то из этого еще не следует, что я желаю простить ее. Я не простил и тогда. Я плакал о потерянном счастии, о тщетной мечте, но не о ней, как она теперь. Я, может быть, и часто плачу; я не стыжусь в этом признаться, так же как и не стыжусь признаться, что любил прежде дитя мое больше всего на свете. Всё это, по-видимому, противоречит моей теперешней выходке. Ты можешь сказать мне: если так, если вы равнодушны к судьбе той, которую уже не считаете вашей дочерью, то для чего же вы вмешиваетесь в то, что там теперь затевается? Отвечаю: во-первых, для того, что не хочу дать восторжествовать низкому и коварному человеку, а во-вторых, из чувства самого обыкновенного человеколюбия. Если она мне уже не дочь, то она все-таки слабое, незащищенное и обманутое существо, которое обманывают еще больше, чтоб погубить окончательно. Ввязаться в дело прямо я не могу, а косвенно, дуэлью, могу. Если меня убьют или прольют мою кровь, неужели она перешагнет через наш барьер, а может быть, через мой труп и пойдет с сыном моего убийцы к венцу, как дочь того царя (помнишь, у нас была книжка, по которой ты учился читать), которая переехала через труп своего отца в колеснице?
Да и, наконец, если пойдет на дуэль, так князья-то наши и сами свадьбы не захотят. Одним словом, я не хочу этого брака и употреблю все усилия, чтоб его не было. Понял меня теперь?
-- Нет. Если вы желаете Наташе добра, то каким образом вы решаетесь помешать ее браку, то есть именно тому, что может восстановить ее доброе имя? Ведь ей еще долго жить на свете; ей нужно доброе имя.
-- А плевать на все светские мнения, вот как она должна думать! Она должна сознать, что главнейший позор заключается для нее в этом браке, именно в связи с этими подлыми людьми, с этим жалким светом. Благородная гордость -- вот ответ ее свету. Тогда, -- может быть, и я соглашусь протянуть ей руку, и увидим, кто тогда осмелится опозорить дитя мое!
Такой отчаянный идеализм изумил меня. Но я тотчас догадался, что он был сам не в себе и говорил сгоряча.
-- Это слишком идеально, -- отвечал я ему, -- следственно, жестоко. Вы требуете от нее силы, которой, может быть, вы не дали ей при рождении. И разве она соглашается на брак потому, что хочет быть княгиней? Ведь она любит; ведь это страсть, это фатум. И наконец: вы требуете от нес презрения к светскому мнению, а сами перед ним преклоняетесь. Князь вас обидел, публично заподозрил вас в низком побуждении обманом породниться с его княжеским домом, и вот вы теперь рассуждаете: если она сама откажет им теперь, после формального предложения с их стороны, то, разумеется, это будет самым полным и явным опровержением прежней клеветы. Вот вы чего добиваетесь, вы преклоняетесь перед мнением самого князя, вы добиваетесь, чтоб он сам сознался в своей ошибке. Вас тянет осмеять его, отметить ему, и для этого вы жертвуете счастьем дочери. Разве это не эгоизм?
Старик сидел мрачный и нахмуренный и долго не отвечал ни слова.
-- Ты несправедлив ко мне, Ваня, -- проговорил он наконец, и слеза заблистала на его ресницах, -- клянусь тебе, несправедлив, но оставим это! Я не могу выворотить перед тобой мое сердце, -- продолжал он, приподнимаясь и берясь за шляпу, -- одно скажу: ты заговорил сейчас о счастье дочери. Я решительно и буквально не верю этому счастью, кроме того, что этот брак и без моего вмешательства никогда не состоится.
-- Как так! Почему вы думаете? Вы, может быть, знаете что-нибудь? -- вскричал я с любопытством.
-- Нет, особенного ничего не знаю. Но эта проклятая лисица не могла решиться на такое дело. Всё это вздор, одни козни. Я уверен в этом, и помяни мое слово, что так и сбудется. Во-вторых: если б этот брак и сбылся, то есть в таком только случае, если у того подлеца есть свой особый, таинственный, никому не известный расчет, по которому этот брак ему выгоден, -- расчет, которого я решительно не понимаю, то реши сам, спроси свое собственное сердце: будет ли она счастлива в этом браке? Попреки, унижения, подруга мальчишки, который уж и теперь тяготится ее любовью, а как женится -- тотчас же начнет ее не уважать, обижать, унижать; в то же время сила страсти с ее стороны, по мере охлаждения с другой; ревность, муки, ад, развод, может быть, само преступление... нет, Ваня! Если вы там это стряпаете, а ты еще помогаешь, то, предрекаю тебе, дашь ответ богу, но уж будет поздно! Прощай!
Я остановил его.
-- Послушайте, Николай Сергеич, решим так: подождем. Будьте уверены, что не одни глаза смотрят за этим делом, и, может быть, оно разрешится самым лучшим образом, само собою, без насильственных и искусственных разрешений, как например эта дуэль. Время -- самый лучший разрешитель! А наконец, позвольте вам сказать, что весь ваш проект совершенно невозможен. Неужели ж вы могли хоть одну минуту думать, что князь примет ваш вызов?
-- Как не примет? Что ты, опомнись!
-- Клянусь вам, не примет, и поверьте, что найдет отговорку совершенно достаточную; сделает всё это с педантскою важностью, а между тем вы будете совершенно осмеяны...
-- Помилуй, братец, помилуй! Ты меня просто сразил после этого! Да как же это он не примет? Нет, Ваня, ты просто какой-то поэт; именно, настоящий поэт! Да что ж, по-твоему, неприлично, что ль, со мной драться? Я не хуже его. Я старик, оскорбленный отец; ты -- русский литератор, и потому лицо тоже почетное, можешь быть секундантом и... и... Я уж и не понимаю, чего ж тебе еще надобно...
-- Вот увидите. Он такие предлоги подведет, что вы сами, вы, первый, найдете, что вам с ним драться -- в высшей степени невозможно.
-- Гм... хорошо, друг мой, пусть будет по-твоему! Я пережду, до известного времени, разумеется. Посмотрим, что сделает время. Но вот что, друг мой: дай мне честное слово, что ни там, ни Анне Андреевне ты не объявишь нашего разговора?
-- Даю.
-- Второе, Ваня, сделай милость, не начинай больше никогда со мной говорить об этом.
-- Хорошо, даю слово.
-- И, наконец, еще просьба: я знаю, мой милый, тебе у нас, может быть, и скучно, но ходи к нам почаще, если только можешь. Моя бедная Анна Андреевна так тебя любит и... и... так без тебя скучает... понимаешь, Ваня?
И он крепко сжал мою руку. Я от всего сердца дал ему обещание.
-- А теперь, Ваня, последнее щекотливое дело: есть у тебя деньги?
-- Деньги! -- повторил я с удивлением.
-- Да (и старик покраснел и опустил глаза); смотрю я, брат, на твою квартиру... на твои обстоятельства... и как подумаю, что у тебя могут быть другие экстренные траты (и именно теперь могут быть), то... вот, брат, сто пятьдесят рублей, на первый случай...
-- Сто пятьдесят, да еще на первый случай, тогда как вы сами проиграли тяжбу!
-- Ваня, ты, как я вижу, меня совсем не понимаешь! Могут быть экстренные надобности, пойми это. В иных случаях деньги способствуют независимости положения, независимости решения. Может быть, тебе теперь и не нужно, но не надо ль на что-нибудь в будущем? Во всяком случае, я у тебя их оставлю. Это всё, что я мог собрать. Не истратишь, так воротишь. А теперь прощай! Боже мой, какой ты бледный! Да ты весь больной...
Я не возражал и взял деньги. Слишком ясно было, на что он их оставлял у меня.
-- Я едва стою на ногах, -- отвечал я ему.
-- Не пренебрегай этим, Ваня, голубчик, не пренебрегай! Сегодня никуда не ходи. Анне Андреевне так и скажу, в каком ты положении. Не надо ли доктора? Завтра навещу тебя; по крайней мере всеми силами постараюсь, если только сам буду ноги таскать. А теперь лег бы ты... Ну, прощай. Прощай, девочка; отворотилась! Слушай, друг мой! Вот еще пять рублей; это девочке. Ты, впрочем, ей не говори, что я дал, а так, просто истрать на нее, ну там башмачонки какие-нибудь, белье... мало ль что понадобится! Прощай, друг мой...
Я проводил его до ворот. Мне нужно было попросить дворника сходить за кушаньем. Елена до сих пор не обедала...
Но только что я воротился к себе, голова моя закружилась, и я упал посреди комнаты. Помню только крик Елены: она всплеснула руками и бросилась ко мне поддержать меня. Это было последнее мгновение, уцелевшее в моей памяти...
Помню потом себя уже на постели. Елена рассказывала мне впоследствии, что она вместе с дворником, принесшим в это время нам кушанье, перенесла меня на диван. Несколько раз я просыпался и каждый раз видел склонившееся надо мной сострадательное, заботливое личико Елены. Но всё это я помню как сквозь сон, как в тумане, и милый образ бедной девочки мелькал передо мной среди забытья, как виденье, как картинка; она подносила мне пить, оправляла меня на постели или сидела передо мной, грустная, испуганная, и приглаживала своими пальчиками мои волосы. Один раз вспоминаю ее тихий поцелуй на моем лице. В другой раз, вдруг очнувшись ночью, при свете нагоревшей свечи, стоявшей передо мной на придвинутом к дивану столике, я увидел, что Елена прилегла лицом на мою подушку и пугливо спала, полураскрыв свои бледные губки и приложив ладонь к своей теплой щечке. Но очнулся я хорошо уже только рано утром. Свеча догорела вся; яркий, розовый луч начинавшейся зари уже играл на стене. Елена сидела на стуле перед столом и, склонив свою усталую головку на левую руку, улегшуюся на столе, крепко спала, и, помню, я загляделся на ее детское личико, полное и во сне как-то не детски грустного выражения и какой-то странной, болезненной красоты; бледное, с длинными ресницами на худеньких щеках, обрамленное черными как смоль волосами, густо и тяжело ниспадавшими небрежно завязанным узлом на сторону. Другая рука ее лежала на моей подушке. Я тихо-тихо поцеловал эту худенькую ручку, но бедное дитя не проснулось, только как будто улыбка проскользнула на ее бледных губках. Я смотрел-смотрел на нее и тихо заснул покойным, целительным сном. В этот раз я проспал чуть не до полудня. Проснувшись, я почувствовал себя почти выздоровевшим. Только слабость и тягость во всех членах свидетельствовали о недавней болезни. Подобные нервные и быстрые припадки бывали со мною и прежде; я знал их хорошо. Болезнь обыкновенно почти совсем проходила в сутки, что, впрочем, не мешало ей действовать в эти сутки сурово и круто.
Был уже почти полдень. Первое, что я увидел, это протянутые в углу, на снурке, занавесы, купленные мною вчера. Распорядилась Елена и отмежевала себе в комнате особый уголок. Она сидела перед печкой и кипятила чайник. Заметив, что я проснулся, она весело улыбнулась и тотчас же подошла ко мне.
-- Друг ты мой, -- сказал я, взяв ее за руку, -- ты целую ночь за мной смотрела. Я не знал, что ты такая добрая.
-- А вы почему знаете, что я за вами смотрела; может быть, я всю ночь проспала? -- спросила она, смотря на меня с добродушным и стыдливым лукавством и в то же время застенчиво краснея от своих слов.
-- Я просыпался и видел всё. Ты заснула только перед рассветом...
-- Хотите чаю? -- перебила она, как бы затрудняясь продолжать этот разговор, что бывает со всеми целомудренными и сурово честными сердцами, когда об них им же заговорят с похвалою.
-- Хочу, -- отвечал я. -- Но обедала ли ты вчера?
-- Не обедала, а ужинала. Дворник принес. Вы, впрочем, не разговаривайте, а лежите покойно: вы еще не совсем здоровы, -- прибавила она, поднося мне чаю и садясь на мою постель.
-- Какое лежите! До сумерек, впрочем, буду лежать, а там пойду со двора. Непременно надо, Леночка.
-- Ну, уж и надо! К кому вы пойдете? Уж не к вчерашнему ли гостю?
-- Нет, не к нему.
-- Вот и хорошо, что не к нему. Это он вас расстроил вчера. Так к его дочери?
-- А ты почему знаешь про его дочь?
-- Я всё вчера слышала, -- отвечала она потупившись. Лицо ее нахмурилось. Брови сдвинулись над глазами.
-- Он дурной старик, -- прибавила она потом.
-- Разве ты знаешь его? Напротив, он очень добрый человек.
-- Нет, нет; он злой; я слышала, -- отвечала она с увлечением.
-- Да что же ты слышала?
-- Он свою дочь не хочет простить...
-- Но он любит ее. Она перед ним виновата, а он об ней заботится, мучается.
-- А зачем не прощает? Теперь, как простит, дочь и не шла бы к нему.
-- Как так? Почему же?
-- Потому что он не стоит, чтоб его дочь любила, -- отвечала она с жаром. -- Пусть она уйдет от него навсегда и лучше пусть милостыню просит, а он пусть видит, что дочь просит милостыню, да мучается.
Глаза ее сверкали, щечки загорелись. "Верно, она неспроста так говорит", -- подумал я про себя.
-- Это вы меня к нему-то в дом хотели отдать? -- прибавила она, помолчав.
-- Да, Елена.
-- Нет, я лучше в служанки наймусь.
-- Ах, как не хорошо это всё, что ты говоришь, Леночка. И какой вздор: ну к кому ты можешь наняться?
-- Ко всякому мужику, -- нетерпеливо отвечала она, всё более и более потупляясь. Она была приметно вспыльчива.
-- Да мужику и не надо такой работницы, -- сказал я усмехаясь.
-- Ну к господам.
-- С твоим ли характером жить у господ?
-- С моим. -- Чем более раздражалась она, тем отрывистее отвечала.
-- Да ты не выдержишь.
-- Выдержу. Меня будут бранить, а я буду нарочно молчать. Меня будут бить, а я буду всё молчать, всё молчать, пусть бьют, ни за что не заплачу. Им же хуже будет от злости, что я не плачу.
-- Что ты; Елена! Сколько в тебе озлобления; и гордая ты какая! Много, знать, ты видала горя...
Я встал и подошел к моему большому столу. Елена осталась на диване, задумчиво смотря в землю, и пальчиками щипала покромку. Она молчала. "Рассердилась, что ли, она на мои слова?" -- думал я.
Стоя у стола, я машинально развернул вчерашние книги, взятые мною для компиляции, и мало-помалу завлекся чтением. Со мной это часто случается: подойду, разверну книгу на минутку справиться и зачитаюсь так, что забуду всё.
-- Что вы тут всё пишете? -- с робкой улыбкой спросила Елена, тихонько подойдя к столу.
-- А так, Леночка, всякую всячину. За это мне деньги дают.
-- Просьбы?
-- Нет, не просьбы. -- И я объяснил ей сколько мог, что описываю разные истории про разных людей: из этого выходят книги, которые называются повестями и романами. Она слушала с большим любопытством.
-- Что же, вы тут всё правду описываете?
-- Нет, выдумываю.
-- Зачем же вы неправду пишете?
-- А вот прочти, вот видишь, вот эту книжку; ты уж раз ее смотрела. Ты ведь умеешь читать?
-- Умею.
-- Ну вот и увидишь. Эту книжку я написал.
-- Вы? прочту...
Ей что-то очень хотелось мне сказать, но она, очевидно, затруднялась и была в большом волнении. Под ее вопросами что-то крылось.
-- А вам много за это платят? -- спросила она наконец.
-- Да как случится. Иногда много, а иногда и ничего нет, потому что работа не работается. Эта работа трудная, Леночка.
-- Так вы не богатый?
-- Нет, не богатый.
-- Так я буду работать и вам помогать...
Она быстро взглянула на меня, вспыхнула, опустила глаза и, ступив ко мне два шага, вдруг обхватила меня обеими руками, а лицом крепко-крепко прижалась к моей груди. Я с изумлением смотрел на нее.
-- Я вас люблю... я не гордая, -- проговорила она. -- Вы сказали вчера, что я гордая. Нет, нет... я не такая... я вас люблю. Вы только один меня любите...
Но уже слезы задушали ее. Минуту спустя они вырвались из ее груди с такою силою, как вчера во время припадка. Она упала передо мной на колени, целовала мои руки, ноги...
-- Вы любите меня!.. -- повторяла она, -- вы только один, один!..
Она судорожно сжимала мои колени своими руками. Всё чувство ее, сдерживаемое столько времени, вдруг разом вырвалось наружу в неудержимом порыве, и мне стало понятно это странное упорство сердца, целомудренно, таящего себя до времени и тем упорнее, тем суровее, чем сильнее потребность излить себя, высказаться, и всё это до того неизбежного порыва, когда всё существо вдруг до самозабвения отдается этой потребности любви, благодарности, ласкам, слезам...
Она рыдала до того, что с ней сделалась истерика. Насилу я развел ее руки, обхватившие меня. Я поднял ее и отнес на диван. Долго еще она рыдала, укрыв лицо в подушки, как будто стыдясь смотреть на меня, но крепко стиснув мою руку в своей маленькой ручке и не отнимая ее от своего сердца.
Мало-помалу она утихла, но всё еще не подымала ко мне своего лица. Раза два, мельком, ее глаза скользнули по моему лицу, и в них было столько мягкости и какого-то пугливого и снова прятавшегося чувства. Наконец она покраснела и улыбнулась.
-- Легче ли тебе? -- спросил я, -- чувствительная ты моя Леночка, больное ты мое дитя?
-- Не Леночка, нет... -- прошептала она, всё еще пряча от меня свое личико.
-- Не Леночка? Как же?
-- Нелли.
-- Нелли? Почему же непременно Нелли? Пожалуй, это очень хорошенькое имя. Так я тебя и буду звать, коли ты сама хочешь.
-- Так меня мамаша звала... И никто так меня не звал, никогда, кроме нее... И я не хотела сама, чтоб меня кто звал так, кроме мамаши... А вы зовите; я хочу... Я вас буду всегда любить, всегда любить...
"Любящее и гордое сердечко, -- подумал я, -- а как долго надо мне было заслужить, чтоб ты для меня стала... Нелли". Но теперь я уже знал, что ее сердце предано мне навеки.
-- Нелли, послушай, -- спросил я, как только она успокоилась. -- Ты вот говоришь, что тебя любила только одна мамаша и никто больше. А разве твой дедушка и вправду не любил тебя?
-- Не любил...
-- А ведь ты плакала здесь о нем, помнишь, на лестнице.
Она на минуту задумалась.
-- Нет, не любил... Он был злой. -- И какое-то больное чувство выдавилось на ее лице.
-- Да ведь с него нельзя было и спрашивать, Нелли. Он, кажется, совсем уже выжил из ума. Он и умер как безумный. Ведь я тебе рассказывал, как он умер.
-- Да; но он только в последний месяц стал совсем забываться. Сидит, бывало, здесь целый день, и, если б я не приходила к нему, он бы и другой, и третий день так сидел, не пивши, не евши. А прежде он был гораздо лучше.
-- Когда же прежде?
-- Когда еще мамаша не умирала.
-- Стало быть, это ты ему приносила пить и есть, Нелли?
-- Да, и я приносила.
-- Где ж ты брала, у Бубновой?
-- Нет, я никогда ничего не брала у Бубновой, -- настойчиво проговорила она каким-то вздрогнувшим голосом.
-- Где же ты брала, ведь у тебя ничего не было? Нелли помолчала и страшно побледнела; потом долгим-долгим взглядом посмотрела на меня.
-- Я на улицу милостыню ходила просить... Напрошу пять копеек, и куплю ему хлеба и табаку нюхального...
-- И он позволял! Нелли! Нелли!
-- Я сначала сама пошла и ему не сказала. А он, как узнал, потом уж сам стал меня прогонять просить. Я стою на мосту, прошу у прохожих, а он ходит около моста, дожидается; и как увидит, что мне дали, так и бросится на меня и отнимет деньги, точно я утаить от него хочу, не для него собираю.
Говоря это, она улыбнулась какою-то едкою, горькою улыбкою.
-- Это всё было, когда мамаша умерла, -- прибавила она. -- Тут он уж совсем стал как безумный.
-- Стало быть, он очень любил твою мамашу? Как же он не жил с нею?
-- Нет, не любил... Он был злой и ее не прощал... как вчерашний злой старик, -- проговорила она тихо, совсем почти шепотом и бледнея всё больше и больше.
Я вздрогнул. Завязка целого романа так и блеснула в моем воображении. Эта бедная женщина, умирающая в подвале у гробовщика, сиротка дочь ее, навещавшая изредка дедушку, проклявшего ее мать; обезумевший чудак старик, умирающий в кондитерской после смерти своей собаки!..
-- А ведь Азорка-то был прежде маменькин, -- сказала вдруг Нелли, улыбаясь какому-то воспоминанию. -- Дедушка очень любил прежде маменьку, и когда мамаша ушла от него, у него и остался мамашин Азорка. Оттого-то он и любил так Азорку... Мамашу не простил, а когда собака умерла, так сам умер, -- сурово прибавила Нелли, и улыбка исчезла с лица ее.
-- Нелли, кто ж он был такой прежде? -- спросил я, подождав немного.
-- Он был прежде богатый... Я не знаю, кто он был, -- отвечала она. -- У него был какой-то завод... Так мамаша мне говорила. Она сначала думала, что я маленькая, и всего мне не говорила. Всё, бывало, целует меня, а сама говорит: всё узнаешь; придет время, узнаешь, бедная, несчастная! И всё меня бедной и несчастной звала. И когда ночью, бывало, думает, что я сплю (а я нарочно, не сплю, притворюсь, что сплю), она всё плачет надо мной, целует меня и говорит: бедная, несчастная!
-- Отчего же умерла твоя мамаша?
-- От чахотки; теперь шесть недель будет.
-- А ты помнишь, когда дедушка был богат?
-- Да ведь я еще тогда не родилась. Мамаша еще прежде, чем я родилась, ушла от дедушки.
-- С кем же ушла?
-- Не знаю, -- отвечала Нелли, тихо и как бы задумываясь. -- Она за границу ушла, а я там и родилась.
-- За границей? Где же?
-- В Швейцарии. Я везде была, и в Италии была, и в Париже была. Я удивился.
-- И ты помнишь, Нелли?
-- Многое помню.
-- Как же ты так хорошо по-русски знаешь, Нелли?
-- Мамаша меня еще и там учила по-русски. Она была русская, потому что ее мать была русская, а дедушка был англичанин, но тоже как русский. А как мы сюда с мамашей воротились полтора года назад, я и научилась совсем. Мамаша была уже тогда больная. Тут мы стали всё беднее и беднее. Мамаша всё плакала. Она сначала долго отыскивала в Петербурге дедушку и всё говорила, что перед ним виновата, и всё плакала... Так плакала, так плакала! А как узнала, что дедушка бедный, то еще больше плакала. Она к нему и письма часто писала, он всё не отвечал.
-- Зачем же мамаша воротилась сюда? Только к отцу?
-- Не знаю. А там нам так хорошо было жить, -- и глаза Нелли засверкали. -- Мамаша жила одна, со мной. У ней был один друг, добрый, как вы... Он ее еще здесь знал. Но он там умер, мамаша и воротилась...
-- Так с ним-то мамаша твоя и ушла от дедушки?
-- Нет, не с ним. Мамаша ушла с другим от дедушки, а тот ее и оставил...
-- С кем же, Нелли?
Нелли взглянула на меня и ничего не отвечала. Она, очевидно, знала, с кем ушла ее мамаша и кто, вероятно, был и ее отец.
Ей было тяжело даже и мне назвать его имя...
Я не хотел ее мучать расспросами. Это был характер странный, неровный и пылкий, но подавлявший в себе свои порывы; симпатичный, но замыкавшийся в гордость и недоступность. Всё время, как я ее знал, она, несмотря на то что любила меня всем сердцем своим, самою светлою и ясною любовью, почти наравне с своею умершею матерью, о которой даже не могла вспоминать без боли, -- несмотря на то, она редко была со мной наружу и, кроме этого дня, редко чувствовала потребность говорить со мной о своем прошедшем; даже, напротив, как-то сурово таилась от меня. Но в этот день, в продолжение нескольких часов, среди мук и судорожных рыданий, прерывавших рассказ ее, она передала мне всё, что наиболее волновало и мучило ее в ее воспоминаниях, и никогда не забуду я этого страшного рассказа. Но главная история ее еще впереди...
Это была страшная история; это история покинутой женщины, пережившей свое счастье; больной, измученной и оставленной всеми; отвергнутой последним существом, на которое она могла надеяться, -- отцом своим, оскорбленным когда-то ею и в свою очередь выжившим из ума от нестерпимых страданий и унижений. Это история женщины, доведенной до отчаяния; ходившей с своею девочкой, которую она считала еще ребенком, по холодным, грязным петербургским улицам и просившей милостыню; женщины, умиравшей потом целые месяцы в сыром подвале и которой отец отказывал в прощении до последней минуты ее жизни и только в последнюю минуту опомнившийся и прибежавший простить ее, но уже заставший один холодный труп вместо той, которую любил больше всего на свете. Это был странный рассказ о таинственных, даже едва понятных отношениях выжившего из ума старика с его маленькой внучкой, уже понимавшей его, уже понимавшей, несмотря на свое детство, многое из того, до чего не развивается иной в целые годы своей обеспеченной и гладкой жизни. Мрачная это была история, одна из тех мрачных и мучительных историй, которые так часто и неприметно, почти таинственно, сбываются под тяжелым петербургским небом, в темных, потаенных закоулках огромного города, среди взбалмошного кипения жизни, тупого эгоизма, сталкивающихся интересов, угрюмого разврата, сокровенных преступлений, среди всего этого кромешного ада бессмысленной и ненормальной жизни... Но эта история еще впереди...
Прошлого года, двадцать второго марта, вечером со мной случилось престранное происшествие. Весь этот день я ходил по городу и искал себе квартиру. Старая была очень сыра, а я тогда уже начинал дурно кашлять. Еще с осени хотел переехать, а дотянул до весны. В целый день и ничего не мог найти порядочного. Во-первых, хотелось квартиру особенную, не от жильцов, а во-вторых, хоть одну комнату, но непременно большую, разумеется вместе с тем и как можно дешевую. Я заметил, что в тесной квартире даже и мыслям тесно. Я же, когда обдумывал свои будущие повести, всегда любил ходить взад и вперед по комнате. Кстати: мне всегда приятнее было обдумывать мои сочинения и мечтать, как они у меня напишутся, чем в самом деле писать их, и, право, это было не от лености. Отчего же?
Еще с утра я чувствовал себя нездоровым, а к закату солнца мне стало даже и очень нехорошо начиналось что-то вроде лихорадки. К тому же я целый день был на ногах и устал. К вечеру, перед самыми сумерками, проходил и по Вознесенскому проспекту. Я люблю мартовское солнце в Петербурге, особенно закат, разумеется, в ясный, морозный вечер. Вся улица вдруг блеснет, облитая ярким светом. Все дома как будто вдруг засверкают. Серые, желтые и грязно-зеленые цвета их потеряют на миг всю свою угрюмость; как будто на душе прояснеет, как будто вздрогнешь или кто-то подтолкнет тебя локтем. Новый взгляд, новые мысли... Удивительно, что может сделать один луч солнца с душой человека!
Но солнечный луч потух; мороз крепчал и начинал пощипывать за нос; сумерки густели; газ блеснул из магазинов и лавок. Поровнявшись с кондитерской Миллера, я вдруг остановился как вкопанный и стал смотреть на ту сторону улицы, как будто предчувствуя, что вот сейчас со мной случится что-то необыкновенное, и в это-то самое мгновение на противоположной стороне я увидел старика и его собаку. Я очень хорошо помню, что сердце мое сжалось от какого-то неприятнейшего ощущения и я сам не мог решить, какого рода было это ощущение.
Я не мистик, в предчувствия и гаданья почти не верю; однако со мною, как, может быть, и со всеми, случилось в жизни несколько происшествий, довольно необъяснимых. Например, хоть этот старик: почему при тогдашней моей встрече с ним, я тотчас почувствовал, что в тот же вечер со мной случится что-то не совсем обыденное? Впрочем, я был болен, а болезненные ощущения почти всегда бывают обманчивы.
Старик своим медленным, слабым шагом, переставляя ноги, как будто палки, как будто не сгибая их, сгорбившись и слегка ударяя тростью о плиты тротуара, приближался к кондитерской. В жизнь мою не встречал я такой странной, нелепой фигуры. И прежде, до этой встречи, когда мы сходились с ним у Миллера, он всегда болезненно поражал меня. Его высокий рост, сгорбленная спина, мертвенное восьмидесятилетнее лицо, старое пальто, разорванное по швам, изломанная круглая двадцатилетняя шляпа, прикрывавшая его обнаженную голову, на которой уцелел, на самом затылке, клочок уже не седых, а бело-желтых волос; все движения его, делавшиеся как-то бессмысленно, как будто по заведенной пружине, -- всё это невольно поражало всякого, встречавшего его в первый раз.
Действительно, как-то странно было видеть такого отжившего свой век старика одного, без присмотра, тем более что он был похож на сумасшедшего, убежавшего от своих надзирателей. Поражала меня тоже его необыкновенная худоба: тела на нем почти не было, и как будто на кости его была наклеена только одна кожа. Большие, но тусклые глаза его, вставленные в какие-то синие круги, всегда глядели прямо перед собою, никогда в сторону и никогда ничего не видя, -- я в этом уверен. Он хоть и смотрел на вас, но шел прямо на вас же, как будто перед ним пустое пространство. Я это несколько раз замечал. У Миллера он начал являться недавно, неизвестно откуда и всегда вместе с своей собакой.
Никто никогда не решался с ним говорить из посетителей кондитерской, и он сам ни с кем из них не заговаривал.
"И зачем он таскается к Миллеру, и что ему там делать? -- думал я, стоя по другую сторону улицы и непреодолимо к нему приглядываясь. Какая-то досада -- следствие болезни и усталости -- закипала во мне. -- Об чем он думает? -- продолжал я про себя, -- что у него в голове? Да и думает ли еще он о чем-нибудь? Лицо его до того умерло, что уж решительно ничего не выражает. И откуда он взял эту гадкую собаку, которая не отходит от него, как будто составляет с ним что-то целое, неразъединимое, и которая так на него похожа?"
Этой несчастной собаке, кажется, тоже было лет восемьдесят; да, это непременно должно было быть. Во-первых, с виду она была так стара, как не бывают никакие собаки, а во-вторых, отчего же мне, с первого раза, как я ее увидал, тотчас же пришло в голову, что эта собака не может быть такая, как все собаки; что она -- собака необыкновенная; что в ней непременно должно быть что-то фантастическое, заколдованное; что это, может быть, какой-нибудь Мефистофель в собачьем виде и что судьба ее какими-то таинственными, неведомыми путями соединена с судьбою ее хозяина.
Глядя на нее, вы бы тотчас же согласились, что, наверно, прошло уже лет двадцать, как она в последний раз ела. Худа она была, как скелет, или (чего же лучше?) как ее господин. Шерсть на ней почти вся вылезла, тоже и на хвосте, который висел, как палка, всегда крепко поджатый. Длинноухая голова угрюмо свешивалась вниз. В жизнь мою я не встречал такой противной собаки. Когда оба они шли по улице -- господин впереди, а собака за ним следом, -- то ее нос прямо касался полы его платья, как будто к ней приклеенный. И походка их и весь их вид чуть не проговаривали тогда с каждым шагом:
Стары-то мы, стары, господи, как мы стары!
Помню, мне еще пришло однажды в голову, что старик и собака как-нибудь выкарабкались из какой-нибудь страницы Гофмана, иллюстрированного Гаварни, и разгуливают по белому свету в виде ходячих афишек к из данью. Я перешел через улицу и вошел вслед за стариком в кондитерскую.
В кондитерской старик аттестовал себя престранно, и Миллер, стоя за своим прилавком, начал уже в последнее время делать недовольную гримасу при входе незваного посетителя. Во-первых, странный гость никогда ничего не спрашивал. Каждый раз он прямо проходил в угол к печке и там садился на стул. Если же его место у печки бывало занято, то он, постояв несколько времени в бессмысленном недоумении против господина, занявшего его место, уходил, как будто озадаченный, в другой угол к окну. Там выбирал какой-нибудь стул, медленно усаживался на нем, снимал шляпу, ставил ее подле себя на пол, трость клал возле шляпы и затем, откинувшись на спинку стула, оставался неподвижен в продолжение трех или четырех часов. Никогда он не взял в руки ни одной газеты, не произнес ни одного слова, ни одного звука; а только сидел, смотря перед собою во все глаза, но таким тупым, безжизненным взглядом, что можно было побиться об заклад, что он ничего не видит из всего окружающего и ничего не слышит. Собака же, покружившись раза два или три на одном месте, угрюмо укладывалась у ног его, втыкала свою морду между его сапогами, глубоко вздыхала и, вытянувшись во всю свою длину на полу, тоже оставалась неподвижною на весь вечер, точно умирала на это время. Казалось, эти два существа целый день лежат где-нибудь мертвые и, как зайдет солнце, вдруг оживают единственно для того, чтоб дойти до кондитерской Миллера и тем исполнить какую-то таинственную, никому не известную обязанность. Насидевшись часа три-четыре, старик наконец вставал, брал свою шляпу и отправлялся куда-то домой. Поднималась и собака и, опять поджав хвост и свесив голову, медленным прежним шагом машинально следовала за ним. Посетители кондитерской наконец начали всячески обходить старика и даже не садились с ним рядом, как будто он внушал им омерзение. Он же ничего этого не замечал.
Посетители этой кондитерской большею частию немцы. Они собираются сюда со всего Вознесенского проспекта -- всё хозяева различных заведений: слесаря, булочники, красильщики, шляпные мастера, седельники -- всё люди патриархальные в немецком смысле слова. У Миллера вообще наблюдалась патриархальность. Часто хозяин подходил к знакомым гостям и садился вместе с ними за стол, причем осушалось известное количество пунша. Собаки и маленькие дети хозяина тоже выходили иногда к посетителям, и посетители ласкали детей и собак. Все были между собою знакомы, и все взаимно уважали друг друга. И когда гости углублялись в чтение немецких газет, за дверью, в квартире хозяина, трещал августин, наигрываемый на дребезжащих фортепьянах старшей хозяйской дочкой, белокуренькой немочкой в локонах, очень похожей на белую мышку. Вальс принимался с удовольствием. Я ходил к Миллеру в первых числах каждого месяца читать русские журналы, которые у него получались.
Войдя в кондитерскую, я увидел, что старик уже сидит у окна, а собака лежит, как и прежде, растянувшись у ног его. Молча сел я в угол и мысленно задал себе вопрос: "Зачем я вошел сюда, когда мне тут решительно нечего делать, когда я болен и нужнее было бы спешить домой, выпить чаю и лечь и постель? Неужели в самом деле я здесь только для того, чтоб разглядывать этого старика?"
Досада взяла меня. "Что мне за дело до него, -- думал я, припоминая то странное, болезненное ощущение, с которым я глядел на него еще на улице. -- И что мне за дело до всех этих скучных немцев?
К чему это фантастическое настроение духа? К чему эта дешевая тревога из пустяков, которую я замечаю в себе в последнее время и которая мешает жить и глядеть ясно на жизнь, о чем уже заметил мне один глубокомысленный критик, с негодованием разбирая мою последнюю повесть?" Но, раздумывая и сетуя, я все-таки оставался на месте, а между тем болезнь одолевала меня всё более и более, и мне наконец стало жаль оставить теплую комнату. Я взял франкфуртскую газету, прочел две строки и задремал. Немцы мне не мешали. Они читали, курили и только изредка, в полчаса раз, сообщали друг другу, отрывочно и вполголоса, какую-нибудь новость из Франкфурта да еще какой-нибудь виц или шарфзин знаменитого немецкого остроумца Сафира; после чего с удвоенною национальною гордостью вновь погружались в "пение.
Я дремал с полчаса и очнулся от сильного озноба. Решительно надо было идти домой. Но в ту минуту одна немая сцена, происходившая в комнате, еще раз остановила меня. Я сказал уже, что старик, как только усаживался на споем стуле, тотчас же упирался куда-нибудь своим взглядом и уже не сводил его на другой предмет во весь вечер. Случалось и мне попадаться под этот взгляд, бессмысленно упорный и ничего не различающий: ощущение было пренеприятное, даже невыносимое, и я обыкновенно как можно скорее переменял место. В эту минуту жертвой старика был один маленький, кругленький и чрезвычайно опрятный немчик, со стоячими, туго накрахмаленными и воротничками и с необыкновенно красным лицом, приезжий гость, купец из Риги, Адам Иваныч Шульц, как узнал я после, короткий приятель Миллеру, но не знавший еще старика и многих из посетителей. С наслаждением почитывая "Dorfbarbier" 1 и попивая свой пунш, он вдруг, подняв голову, заметил над собой неподвижный взгляд старика. Это его озадачило. Адам Иваныч был человек очень обидчивый и щекотливый, как и вообще все "благородные" немцы. Ему показалось странным и обидным, что его так пристальной бесцеремонно рассматривают. С подавленным негодованием отвел он глаза от неделикатного гостя, пробормотал себе что-то под нос и молча закрылся газетой. Однако не вытерпел и минуты через две подозрительно выглянул из-за газеты: тот же упорный взгляд, то же бессмысленное рассматривание. Смолчал Адам Иваныч и в этот раз. Но когда то же обстоятельство повторилось и в третий, он вспыхнул и почел своею обязанностию защитить свое благородство и не уронить перед благородной публикой прекрасный город Ригу, которого, вероятно, считал себя представителем. С нетерпеливым жестом бросил он газету на стол, энергически стукнув палочкой, к которой она была прикреплена, и, пылая собственным достоинством, весь красный от пунша и от амбиции, в свою очередь уставился своими маленькими, воспаленными глазками на досадного старика. Казалось, оба они, и немец и его противник, хотели пересилить друг друга магнетическою силою своих взглядов и выжидали, кто раньше сконфузится и опустит глаза. Стук палочки и эксцентрическая позиция Адама Иваныча обратили на себя внимание всех посетителей. Все тотчас же отложили свои занятия и с важным, безмолвным любопытством наблюдали обоих противников. Сцена становилась очень комическою. Но магнетизм вызывающих глазок красненького Адама Ивановича совершенно пропал даром. Старик, не заботясь ни о чем, продолжал прямо смотреть на взбесившегося господина Шульца и решительно не замечал, что сделался предметом всеобщего любопытства, как будто голова его была на луне, а не на земле. Терпение Адама Иваныча наконец лопнуло, и он разразился.
1 "Деревенский брадобрей" (нем.)
-- Зачем вы на меня так внимательно смотрите? -- прокричал он по-немецки резким, пронзительным голосом и с угрожающим видом.
Но противник его продолжал молчать, как будто не понимал и даже не слыхал вопроса. Адам Иваныч решился заговорить по-русски.
-- Я вас спросит, зачом ви на мне так прилежно взирайт? -- прокричал он с удвоенною яростию. -- Я ко двору известен, а ви неизвестен ко двору! -- прибавил он, вскочив со стула.
Но старик даже и не пошевелился. Между немцами раздался ропот негодования. Сам Миллер, привлеченный шумом, вошел в комнату. Вникнув в дело, он подумал, что старик глух, и нагнулся к самому его уху.
-- Каспадин Шульц вас просил прилежно не взирайт на него, -- проговорил он как можно громче, пристально всматриваясь в непонятного посетителя.
Старик машинально взглянул на Миллера, и вдруг в лице его, доселе неподвижном, обнаружились признаки какой-то тревожной мысли, какого-то беспокойного волнения. Он засуетился, нагнулся, кряхтя, к своей шляпе, торопливо схватил ее вместе с палкой, поднялся со стула и с какой-то жалкой улыбкой -- униженной улыбкой бедняка, которого гонят с занятого им по ошибке места, -- приготовился выйти из комнаты. В этой смиренной, покорной торопливости бедного, дряхлого старика было столько вызывающего на жалость, столько такого, отчего иногда сердце точно перевертывается в груди, что вся публика, начиная с Адама Иваныча, тотчас же переменила свой взгляд на дело. Было ясно, что старик не только не мог кого-нибудь обидеть, но сам каждую минуту понимал, что его могут отовсюду выгнать как нищего.
Миллер был человек добрый и сострадательный.
-- Нет, нет, -- заговорил он, ободрительно трепля старика по плечу, -- сидитт! Aber 1 гер Шульц очень просил вас прилежно не взирайт на него. Он у двора известен.
1 Но (нем.).
Но бедняк и тут не понял; он засуетился еще больше прежнего, нагнулся поднять свой платок, старый, дырявый синий платок, выпавший из шляпы, и стал кликать свою собаку, которая лежала не шевелясь на полу и, по-видимому, крепко спала, заслонив свою морду обеими лапами.
-- Азорка, Азорка! -- прошамкал он дрожащим, старческим голосом, -- Азорка!
Азорка не пошевельнулся.
-- Азорка, Азорка! -- тоскливо повторял старик и пошевелил собаку палкой, но та оставалась в прежнем положении.
Палка выпала из рук его. Он нагнулся, стал на оба колена и обеими руками приподнял морду Азорки. Бедный Азорка! Он был мертв. Он умер неслышно, у ног своего господина, может быть от старости, а может быть и от голода. Старик с минуту глядел на него, как пораженный, как будто не понимая, что Азорка уже умер; потом тихо склонился к бывшему слуге и другу и прижал свое бледное лицо к его мертвой морде. Прошла минута молчанья. Все мы были тронуты... Наконец бедняк приподнялся. Он был очень бледен и дрожал, как в лихорадочном ознобе.
-- Можно шушель сделать, -- заговорил сострадательный Миллер, желая хоть чем-нибудь утешить старика. (Шушель означало чучелу). -- Можно кароши сделать шушель; Федор Карлович Кригер отлично сделает шушель; Федор Карлович Кригер велики мастер сделать шушель, -- твердил Миллер, подняв с земли палку и подавая ее старику.
-- Да, я отлично сделает шушель, -- скромно подхватил сам гер Кригер, выступая на первый план. Это был длинный, худощавый и добродетельный немец с рыжими клочковатыми волосами и очками на горбатом носу.
-- Федор Карлович Кригер имеет велики талент, чтоб сделать всяки превосходны шушель, -- прибавил Миллер, начиная приходить в восторг от своей идеи.
-- Да, я имею велики талент, чтоб сделать всяки превосходны шушель, -- снова подтвердил гер Кригер, -- и я вам даром сделайт из ваша собачка шушель, -- прибавил он в припадке великодушного самоотвержения.
-- Нет, я вам заплатит за то, что ви сделайт шушель! -- неистово вскричал Адам Иваныч Шульц, вдвое раскрасневшийся, в свою очередь сгорая великодушием и невинно считая себя причиною всех несчастий.
Старик слушал всё это, видимо не понимая и по-прежнему дрожа всем телом.
-- Погодитт! Выпейте одну рюмку кароши коньяк! -- вскричал Миллер, видя, что загадочный гость порывается уйти.
Подали коньяк. Старик машинально взял рюмку, но руки его тряслись, и, прежде чем он донес ее к губам, он расплескал половину и, не выпив ни капли, поставил ее обратно на поднос. Затем, улыбнувшись какой-то странной, совершенно не подходящей к делу улыбкой, ускоренным, неровным шагом вышел из кондитерской, оставив на месте Азорку. Все стояли в изумлении; послышались восклицания.
-- Швернот! вас-фюр-эйне-гешихте! -- говорили немцы, выпуча глаза друг на друга.
А я бросился вслед за стариком. В нескольких шагах от кондитерской, поворотя от нее направо, есть переулок, узкий и темный, обставленный огромными домами. Что-то подтолкнуло меня, что старик непременно повернул сюда. Тут второй дом направо строился и весь был обставлен лесами. Забор, окружавший дом, выходил чуть не на средину переулка, к забору была прилажена деревянная настилка для проходящих. В темном углу, составленном забором и домом, я нашел старика. Он сидел на приступке деревянного тротуара и обеими руками, опершись локтями на колена, поддерживал свою голову. Я сел подле него.
-- Послушайте, -- сказал я, почти не зная, с чего и начать, -- не горюйте об Азорке. Пойдемте, я вас отвезу домой. Успокойтесь. Я сейчас схожу за извозчиком. Где вы живете?
Старик не отвечал. Я не знал, на что решиться. Прохожих не было. Вдруг он начал хватать меня за руку.
-- Душно! -- проговорил он хриплым, едва слышным голосом, -- душно!
-- Пойдемте к вам домой! -- вскричал я, приподымаясь и насильно приподымая его, --вы выпьете чаю и ляжете в постель... Я сейчас приведу извозчика. Я позову доктора... мне знаком один доктор...
Я не помню, что я еще говорил ему. Он было хотел приподняться, но, поднявшись немного, опять упал на землю и опять начал что-то бормотать тем же хриплым, удушливым голосом. Я нагнулся к нему еще ближе и слушал.
-- На Васильевском острове, -- хрипел старик, -- в Шестой линии... в Ше-стой ли-нии... Он замолчал.
-- Вы живете на Васильевском? Но вы не туда пошли; это будет налево, а не направо. Я вас сейчас довезу...
Старик не двигался. Я взял его за руку; рука упала, как мертвая. Я взглянул ему в лицо, дотронулся до него -- он был уже мертвый. Мне казалось, что всё это происходит но сне.
Это приключение стоило мне больших хлопот, в продолжение которых прошла сама собою моя лихорадка.
Квартиру старика отыскали. Он, однако же, жил не на Васильевском острову, а в двух шагах от того места, где умер, в доме Клугена, под самою кровлею, в пятом этаже, в отдельной квартире, состоящей из одной маленькой прихожей и одной большой, очень низкой комнаты, с тремя щелями наподобие окон. Жил он ужасно бедно. Мебели было всего стол, два стула и старый-старый диван, твердый, как камень, и из которого со всех сторон высовывалась мочала; да и то оказалось хозяйское. Печь, по-видимому, уже давно не топилась; свечей тоже не отыскалось. Я серьезно теперь думаю, что старик выдумал ходить к Миллеру единственно для того, чтоб посидеть при свечах и погреться. На столе стояла пустая глиняная кружка и лежала старая, черствая корка хлеба. Денег не нашлось ни копейки. Даже не было другой перемены белья, чтоб похоронить его; кто-то дал уж свою рубашку. Ясно, что он не мог жить таким образом, совершенно один, и, верно, кто-нибудь, хоть изредка, навещал его. В столе отыскался его паспорт. Покойник был из иностранцев, но русский подданный, Иеремия Смит, машинист, семидесяти восьми лет от роду. На столе лежали две книги: краткая география и Новый завет в русском переводе, исчерченный карандашом на полях и с отметками ногтем. Книги эти я приобрел себе. Спрашивали жильцов, хозяина дома, -- никто об нем почти ничего не знал. Жильцов в этом доме множество, почти всё мастеровые и немки, содержательницы квартир со столом и прислугою. Управляющий домом, из благородных, тоже немного мог сказать о бывшем своем постояльце, кроме разве того, что квартира ходила по шести рублей в месяц, что покойник жил в ней четыре месяца, но за два последних месяца не заплатил ни копейки, так что приходилось его сгонять с квартиры. Спрашивали: не ходил ли к нему кто-нибудь? Но никто не мог дать об этом удовлетворительного ответа. Дом большой: мало ли людей ходит в такой Ноев ковчег, всех не запомнишь. Дворник, служивший в этом доме лет пять и, вероятно, могший хоть что-нибудь разъяснить, ушел две недели перед этим к себе на родину, на побывку, оставив вместо себя своего племянника, молодого парня, еще не узнавшего лично и половины жильцов. Не знаю наверно, чем именно кончились тогда все эти справки, но наконец старика похоронили. В эти дни между другими хлопотами я ходил на Васильевский остров, в Шестую линию, и, только придя туда, усмехнулся сам над собою: что мог я увидать в Шестой линии, кроме ряда обыкновенных домов? "Но зачем же, -- думал я, -- старик, умирая, говорил про Шестую линию и про Васильевский остров? Не в бреду ли?"
Я осмотрел опустевшую квартиру Смита, и мне она понравилась. Я оставил ее за собою. Главное, была большая комната, хоть и очень низкая, так что мне в первое время всё казалось, что я задену потолок головою. Впрочем, я скоро привык. За шесть рублей в месяц и нельзя было достать лучше. Особняк соблазнял меня; оставалось только похлопотать насчет прислуги, так как совершенно без прислуги нельзя было жить. Дворник на первое время обещался приходить хоть по разу в день, прислужить мне в каком-нибудь крайнем случае. "А кто знает, --думал я, -- может быть, кто-нибудь и наведается о старике!" Впрочем, прошло уже пять дней, как он умер, а еще никто не приходил.
В то время, именно год назад, я еще сотрудничал по журналам, писал статейки и твердо верил, что мне удастся написать какую-нибудь большую, хорошую вещь. Я сидел тогда за большим романом; но дело все-таки кончилось тем, что я -- вот засел теперь в больнице и, кажется, скоро умру. А коли скоро умру, то к чему бы, кажется, и писать записки?
Вспоминается мне невольно и беспрерывно весь этот тяжелый, последний год моей жизни. Хочу теперь всё записать, и, если б я не изобрел себе этого занятия, мне кажется, я бы умер с тоски. Все эти прошедшие впечатления волнуют иногда меня до боли, до муки. Под пером они примут характер более успокоительный, более стройный; менее будут походить на бред, на кошмар. Так мне кажется.
Один механизм письма чего стоит: он успокоит, расхолодит, расшевелит во мне прежние авторские привычки, обратит мои воспоминания и больные мечты в дело, в занятие... Да, я хорошо выдумал. К тому ж и наследство фельдшеру; хоть окна облепит моими записками, когда будет зимние рамы вставлять.
Но, впрочем, я начал мой рассказ, неизвестно почему, из средины. Коли уж всё записывать, то надо начинать сначала. Ну, и начнем сначала. Впрочем, не велика будет моя автобиография.
Родился я не здесь, а далеко отсюда, в --ской губернии. Должно полагать, что родители мои были хорошие люди, но оставили меня сиротой еще в детстве, и вырос я в доме Николая Сергеича Ихменева, мелкопоместного помещика, который принял меня из жалости. Детей у него была одна только дочь, Наташа, ребенок тремя годами моложе меня. Мы росли с ней как брат с сестрой. О мое милое детство! Как глупо тосковать и жалеть о тебе на двадцать пятом году жизни и, умирая, вспомянуть только об одном тебе с восторгом и благодарностию! Тогда на небе было такое ясное, такое непетербургское солнце и так резво, весело бились наши маленькие сердца. Тогда кругом были поля и леса, а не груда мертвых камней, как теперь. Что за чудный был сад и парк в Васильевском, где Николай Сергеич был управляющим; в этот сад мы с Наташей ходили гулять, а за садом был большой, сырой лес, где мы, дети, оба раз заблудились... Золотое, прекрасное время! Жизнь сказывалась впервые, таинственно и заманчиво, и так сладко было знакомиться с нею. Тогда за каждым кустом, за каждым деревом как будто еще кто-то жил, для нас таинственный и неведомый; сказочный мир сливался с действительным; и, когда, бывало, в глубоких долинах густел вечерний пар и седыми извилистыми космами цеплялся за кустарник, лепившийся по каменистым ребрам нашего большого оврага, мы с Наташей, на берегу, держась за руки, с боязливым любопытством заглядывали вглубь и ждали, что вот-вот выйдет кто-нибудь к нам или откликнется из тумана с овражьего дна и нянины сказки окажутся настоящей законной правдой. Раз, потом, уже долго спустя, я как-то напомнил Наташе, как достали нам тогда однажды "Детское чтение", как мы тотчас же убежали в сад, к пруду, где стояла под старым густым кленом наша любимая зеленая скамейка, уселись там и начали читать "Альфонса и Далинду" -- волшебную повесть. Еще и теперь я не могу вспомнить эту повесть без какого-то странного сердечного движения, и когда я, год тому назад, припомнил Наташе две первые строчки: "Альфонс, герой моей повести, родился в Португалии; дон Рамир, его отец" и т. д., я чуть не заплакал. Должно быть, это вышло ужасно глупо, и потому-то, вероятно, Наташа так странно улыбнулась тогда моему восторгу. Впрочем, тотчас же спохватилась (я помню это) и для моего утешения сама принялась вспоминать про старое. Слово за словом, и сама расчувствовалась. Славный был этот вечер; мы всё перебрали: и то, когда меня отсылали в губернский город в пансион, -- господи, как она тогда плакала! -- и нашу последнюю разлуку, когда я уже навсегда расставался с Васильевским. Я уже кончил тогда с моим пансионом и отправлялся в Петербург готовиться в университет. Мне было тогда семнадцать лет, ей пятнадцатый. Наташа говорит, что я был тогда такой нескладный, такой долговязый и что на меня без смеху смотреть нельзя было. В минуту прощанья я отвел ее в сторону, чтоб сказать ей что-то ужасно важное; но язык мой как-то вдруг онемел и завяз. Она припоминает, что я был в большом волнении. Разумеется, наш разговор не клеился. Я не знал, что сказать, а она, пожалуй, и не поняла бы меня. Я только горько заплакал, да так и уехал, ничего не сказавши. Мы свиделись уже долго спустя, в Петербурге. Это было года два тому назад. Старик Ихменев приехал сюда хлопотать по своей тяжбе, а я только что выскочил тогда в литераторы.
Николай Сергеич Ихменев происходил из хорошей фамилии, но давно уже обедневшей. Впрочем, после родителей ему досталось полтораста душ хорошего имения. Лет двадцати от роду он распорядился поступить в гусары. Всё шло хорошо; но на шестом году его службы случилось ему в один несчастный вечер проиграть всё свое состояние. Он не спал всю ночь. На следующий вечер он снова явился к карточному столу и поставил на карту свою лошадь -- последнее, что у него осталось. Карта взяла, за ней другая, третья, и через полчаса он отыграл одну из деревень своих, сельцо Ихменевку, в котором числилось пятьдесят душ по последней ревизии. Он забастовал и на другой же день подал в отставку. Сто душ погибло безвозвратно. Через два месяца он был уволен поручиком и отправился в свое сельцо. Никогда в жизни он не говорил потом о своем проигрыше и, несмотря на известное свое добродушие, непременно бы рассорился с тем, кто бы решился ему об этом напомнить. В деревне он прилежно занялся хозяйством и тридцати пяти лет от роду женился на бедной дворяночке Анне Андреевне Шумиловой, совершенной бесприданнице, но получившей образование в губернском благородном пансионе у эмигрантки Мон-Ревеш, чем Анна Андреевна гордилась всю жизнь, хотя никто никогда не мог догадаться: в чем именно состояло это образование. Хозяином сделался Николай Сергеич превосходным. У него учились хозяйству соседи-помещики. Прошло несколько лет, как вдруг в соседнее имение, село Васильевское, в котором считалось девятьсот душ, приехал из Петербурга помещик, князь Петр Александрович Валковский. Его приезд произвел во всём околодке довольно сильное впечатление. Князь был еще молодой человек, хотя и не первой молодости, имел немалый чин, значительные связи, был красив собою, имел состояние и, наконец, был вдовец, что особенно было интересно для дам и девиц всего уезда. Рассказывали о блестящем приеме, сделанном ему в губернском городе губернатором, которому он приходился как-то сродни; о том, как все губернские дамы "сошли с ума от его любезностей", и проч., и проч. Одним словом, это был один из блестящих представителей высшего петербургского общества, которые редко появляются в губерниях и, появляясь, производят чрезвычайный эффект. Князь, однако же, был не из любезных, особенно с теми, в ком не нуждался и кого считал хоть немного ниже себя. С своими соседями по имению он не заблагорассудил познакомиться, чем тотчас же нажил себе много врагов. И потому все чрезвычайно удивились, когда вдруг ему вздумалось сделать визит к Николаю Сергеичу. Правда, что Николай Сергеич был одним из самых ближайших его соседей. В доме Ихменевых князь произвел сильное впечатление. Он тотчас же очаровал их обоих; особенно в восторге от него была Анна Андреевна. Немного спустя он был уже у них совершенно запросто, ездил каждый день, приглашал их к себе, острил, рассказывал анекдоты, играл на скверном их фортепьяно, пел. Ихменевы не могли надивиться: как можно было про такого дорогого, милейшего человека говорить, что он гордый, спесивый, сухой эгоист, о чем в один голос кричали все соседи? Надобно думать, что князю действительно понравился Николай Сергеич, человек простой, прямой, бескорыстный, благородный. Впрочем, вскоре всё объяснилось. Князь приехал в Васильевское, чтоб прогнать своего управляющего, одного блудного немца, человека амбиционного, агронома, одаренного почтенной сединой, очками и горбатым носом, но, при всех этих преимуществах, кравшего без стыда и цензуры и, сверх того, замучившего нескольких мужиков. Иван Карлович был наконец пойман и уличен на деле, очень обиделся, много говорил про немецкую честность; но, несмотря на всё это, был прогнан и даже с некоторым бесславием. Князю нужен был управитель, и выбор его пал на Николая Сергеича, отличнейшего хозяина и честнейшего человека, в чем, конечно, не могло быть и малейшего сомнения. Кажется, князю очень хотелось, чтоб Николай Сергеич сам предложил себя в управляющие; но этого не случилось, и князь в одно прекрасное утро сделал предложение сам, в форме самой дружеской и покорнейшей просьбы. Ихменев сначала отказывался; но значительное жалованье соблазнило Анну Андреевну, а удвоенные любезности просителя рассеяли и все остальные недоумения. Князь достиг своей цели. Надо думать, что он был большим знатоком людей. В короткое время своего знакомства с Ихменевым он совершенно узнал, с кем имеет дело, и понял, что Ихменева надо очаровать дружеским, сердечным образом, надобно привлечь к себе его сердце, и что без этого деньги не много сделают. Ему же нужен был такой управляющий, которому он мог бы слепо и навсегда довериться, чтоб уж и не заезжать никогда в Васильевское, как и действительно он рассчитывал. Очарование, которое он произвел в Ихменеве, было так сильно, что тот искренно поверил в его дружбу. Николай Сергеич был один из тех добрейших и наивно-романтических людей, которые так хороши у нас на Руси, что бы ни говорили о них, и которые, если уж полюбят кого (иногда бог знает за что), то отдаются ему всей душой, простирая иногда свою привязанность до комического.
Прошло много лет. Имение князя процветало. Сношения между владетелем Васильевского и его управляющим совершались без малейших неприятностей с обеих сторон и ограничивались сухой деловой перепиской. Князь, не вмешиваясь нисколько в распоряжения Николая Сергеича, давал ему иногда такие советы, которые удивляли Ихменева своею необыкновенною практичностью и деловитостью. Видно было, что он не только не любил тратить лишнего, но даже умел наживать. Лет пять после посещения Васильевского он прислал Николаю Сергеичу доверенность на покупку другого превосходнейшего имения в четыреста душ, в той же губернии. Николай Сергеич был в восторге; успехи князя, слухи об его удачах, о его возвышении он принимал к сердцу, как будто дело шло о родном его брате. Но восторг его дошел до последней степени, когда князь действительно показал ему в одном случае свою чрезвычайную доверенность. Вот как это произошло...
Впрочем, здесь я нахожу необходимым упомянуть о некоторых особенных подробностях из жизни этого князя Валковского, отчасти одного из главнейших лиц моего рассказа.
Я упомянул уже прежде, что он был вдов. Женат был он еще в первой молодости и женился на деньгах. От родителей своих, окончательно разорившихся в Москве, он не получил почти ничего. Васильевское было заложено и перезаложено; долги на нем лежали огромные. У двадцатидвухлетнего князя, принужденного тогда служить в Москве, в какой-то канцелярии, не оставалось ни копейки, и он вступал в жизнь как "голяк -- потомок отрасли старинной". Брак на перезрелой дочери какого-то купца-откупщика спас его. Откупщик, конечно, обманул его на приданом, но все-таки на деньги жены можно было выкупить родовое именье и подняться на ноги. Купеческая дочка, доставшаяся князю, едва умела писать, не могла склеить двух слов, была дурна лицом и имела только одно важное достоинство: была добра и безответна. Князь воспользовался этим достоинством вполне: после первого года брака он оставил жену свою, родившую ему в это время сына, на руках ее отца-откупщика в Москве, а сам уехал служить в --ю губернию, где выхлопотал, через покровительство одного знатного петербургского родственника, довольно видное место. Душа его жаждала отличий, возвышений, карьеры, и, рассчитав, что с своею женой он не может жить ни в Петербурге, ни в Москве, он решился, в ожидании лучшего, начать свою карьеру с провинции. Говорят, что еще в первый год своего сожительства с женою он чуть не замучил ее своим грубым с ней обхождением. Этот слух всегда возмущал Николая Сергеича, и он с жаром стоял за князя, утверждая, что князь неспособен к неблагородному поступку. Но лет через семь умерла наконец княгиня, и овдовевший супруг ее немедленно переехал в Петербург. В Петербурге он произвел даже некоторое впечатление. Еще молодой, красавец собою, с состоянием, одаренный многими блестящими качествами, несомненным остроумием, вкусом, неистощимою веселостью, он явился не как искатель счастья и покровительства, а довольно самостоятельно. Рассказывали, что в нем действительно было что-то обаятельное, что-то покоряющее, что-то сильное.
Он чрезвычайно нравился женщинам, и связь с одной из светских красавиц доставила ему скандалезную славу. Он сыпал деньгами, не жалея их, несмотря на врожденную расчетливость, доходившую до скупости, проигрывал кому нужно в карты и не морщился даже от огромных проигрышей. Но не развлечений он приехал искать в Петербурге: ему надо было окончательно стать на дорогу и упрочить свою карьеру. Он достиг этого. Граф Наинский, его знатный родственник, который не обратил бы и внимания на него, если б он явился обыкновенным просителем, пораженный его успехами в обществе, нашел возможным и приличным обратить на него свое особенное внимание и даже удостоил взять в свой дом на воспитание его семилетнего сына. К этому-то времени относится и поездка князя в Васильевское и знакомство его с Ихменевыми. Наконец получив через посредство графа значительное место при одном из важнейших посольств, он отправился за границу. Далее слухи о нем становились несколько темными: говорили о каком-то неприятном происшествии, случившемся с ним за границей, но никто не мог объяснить, в чем оно состояло. Известно было только, что он успел прикупить четыреста душ, о чем уже я упоминал. Воротился он из-за границы уже много лет спустя, в важном чине, и немедленно занял в Петербурге весьма значительное место. В Ихменевке носились слухи, что он вступает во второй брак и роднится с каким-то знатным, богатым и сильным домом. "Смотрит в вельможи!" -- говорил Николай Сергеич, потирая руки от удовольствия. Я был тогда в Петербурге, в университете, и помню, что Ихменев нарочно писал ко мне и просил меня справиться: справедливы ли слухи о браке? Он писал тоже князю, прося у него для меня покровительства; но князь оставил письмо его без ответа. Я знал только, что сын его, воспитывавшийся сначала у графа, а потом в лицее, окончил тогда курс наук девятнадцати лет от роду. Я написал об этом к Ихменевым, а также и о том, что князь очень любит своего сына, балует его, рассчитывает уже и теперь его будущность. Всё это я узнал от товарищей-студентов, знакомых молодому князю. В это-то время Николай
Сергеич в одно прекрасное утро получил от князя письмо, чрезвычайно его удивившее...
Князь, который до сих пор, как уже упомянул я, ограничивался в сношениях с Николаем Сергеичем одной сухой, деловой перепиской, писал к нему теперь самым подробным, откровенным и дружеским образом о своих семейных обстоятельствах: он жаловался на своего сына, писал, что сын огорчает его дурным своим поведением; что, конечно, на шалости такого мальчика нельзя еще смотреть слишком серьезно (он видимо старался оправдать его), но что он решился наказать сына, попугать его, а именно: сослать ого на некоторое время в деревню, под присмотр Ихменева. Князь писал, что вполне полагается на "своего добрейшего, благороднейшего Николая Сергеевича и в особенности на Анну Андреевну", просил их обоих принять его ветрогона в их семейство, поучить в уединении уму-разуму, полюбить его, если возможно, а главное, исправить его легкомысленный характер и "внушить спасительные и строгие правила, столь необходимые в человеческой жизни". Разумеется, старик Ихменев с восторгом принялся за дело. Явился и молодой князь; они приняли его как родного сына. Вскоре Николай Сергеич горячо полюбил его, не менее чем свою Наташу; даже потом, уже после окончательного разрыва между князем-отцом и Ихменевым, старик с веселым духом вспоминал иногда о своем Алеше -- так привык он называть князя Алексея Петровича. В самом деле, это был премилейший мальчик: красавчик собою, слабый и нервный, как женщина, но вместе с тем веселый и простодушный, с душою отверстою и способною к благороднейшим ощущениям, с сердцем любящим, правдивым и признательным, -- он сделался идолом в доме Ихменевых. Несмотря на свои девятнадцать лет, он был еще совершенный ребенок. Трудно было представить, за что его мог сослать отец, который, как говорили, очень любил его? Говорили, что молодой человек в Петербурге жил праздно и ветрено, служить не хотел и огорчал этим отца. Николай Сергеич не расспрашивал Алешу, потому что князь Петр Александрович, видимо, умалчивал в своем письме о настоящей причине изгнания сына. Впрочем, носились слухи про какую-то непростительную ветреность Алеши, про какую-то связь с одной дамой, про какой-то вызов на дуэль, про какой-то невероятный проигрыш в карты; доходили даже до каких-то чужих денег, им будто бы растраченных. Был тоже слух, что князь решился удалить сына вовсе не за вину, а вследствие каких-то особенных, эгоистических соображений. Николай Сергеич с негодованием отвергал этот слух, тем более что Алеша чрезвычайно любил своего отца, которого не знал в продолжение всего своего детства и отрочества; он говорил об нем с восторгом, с увлечением; видно было, что он вполне подчинился его влиянию. Алеша болтал тоже иногда про какую-то графиню, за которой волочились и он и отец вместе, но что он, Алеша, одержал верх, а отец на него за это ужасно рассердился. Он всегда рассказывал эту историю с восторгом, с детским простодушием, с звонким, веселым смехом; но Николай Сергеич тотчас же его останавливал. Алеша подтверждал тоже слух, что отец его хочет жениться.
Он выжил уже почти год в изгнании, в известные сроки писал к отцу почтительные и благоразумные письма и наконец до того сжился с Васильевским, что когда князь на лето сам приехал в деревню (о чем заранее уведомил Ихменевых), то изгнанник сам стал просить отца позволить ему как можно долее остаться в Васильевском, уверяя, что сельская жизнь -- настоящее его назначение. Все решения и увлечения Алеши происходили от его чрезвычайной, слабонервной восприимчивости, от горячего сердца, от легкомыслия, доходившего иногда до бессмыслицы; от чрезвычайной способности подчиняться всякому внешнему влиянию и от совершенного отсутствия воли. Но князь как-то подозрительно выслушал его просьбу... Вообще Николай Сергеич с трудом узнавал своего прежнего "друга": князь Петр Александрович чрезвычайно изменился. Он сделался вдруг особенно придирчив к Николаю Сергеичу; в проверке счетов по именью выказал какую-то отвратительную жадность, скупость и непонятную мнительность. Всё это ужасно огорчило добрейшего Ихменева; он долго старался не верить самому себе. В этот раз всё делалось обратно в сравнении с первым посещением Васильевского, четырнадцать лет тому назад: в этот раз князь перезнакомился со всеми соседями, разумеется из важнейших; к Николаю же Сергеичу он никогда не ездил и обращался с ним как будто с своим подчиненным. Вдруг случилось непонятное происшествие: без всякой видимой причины последовал ожесточенный разрыв между князем и Николаем Сергеичем. Подслушаны были горячие, обидные слова, сказанные с обеих сторон. С негодованием удалился Ихменев из Васильевского, но история еще этим не кончилась. По всему околодку вдруг распространилась отвратительная сплетня. Уверяли, что Николай Сергеич, разгадав характер молодого князя, имел намерение употребить все недостатки его в свою пользу; что дочь его Наташа (которой уже было тогда семнадцать лет) сумела влюбить в себя двадцатилетнего юношу; что и отец и мать этой любви покровительствовали, хотя и делали вид, что ничего не замечают; что хитрая и "безнравственная" Наташа околдовала наконец совершенно молодого человека, не видавшего в целый год, ее стараниями, почти ни одной настоящей благородной девицы, которых так много зреет в почтенных домах соседних помещиков. Уверяли, наконец, что между любовниками уже было условлено обвенчаться, в пятнадцати верстах от Васильевского, в селе Григорьеве, по-видимому тихонько от родителей Наташи, но которые, однако же, знали всё до малейшей подробности и руководили дочь гнусными своими советами. Одним словом, в целой книге не уместить всего, что уездные кумушки обоего пола успели насплетничать по поводу этой истории. Но удивительнее всего, что князь поверил всему этому совершенно и даже приехал в Васильевское единственно по этой причине, вследствие какого-то анонимного доноса, присланного к нему в Петербург из провинции. Конечно, всякий, кто знал хоть сколько-нибудь Николая Сергеича, не мог бы, кажется, и одному слову поверить из всех взводимых на него обвинений; а между тем, как водится, все суетились, все говорили, все оговаривались, все покачивали головами и... осуждали безвозвратно. Ихменев же был слишком горд, чтоб оправдывать дочь свою пред кумушками, и настрого запретил своей Анне Андреевне вступать в какие бы то ни было объяснения с соседями. Сама же Наташа, так оклеветанная, даже еще целый год спустя, не знала почти ни одного слова из всех этих наговоров и сплетней: от нее тщательно скрывали всю историю, и она была весела и невинна, как двенадцатилетний ребенок.
Тем временем ссора шла всё дальше и дальше. Услужливые люди не дремали. Явились доносчики и свидетели, и князя успели наконец уверить, что долголетнее управление Николая Сергеича Васильевским далеко не отличалось образцовою честностью. Мало того: что три года тому назад при продаже рощи Николай Сергеич утаил в свою пользу двенадцать тысяч серебром, что на это можно представить самые ясные, законные доказательства перед судом, тем более что на продажу рощи он не имел от князя никакой законной доверенности, а действовал по собственному соображению, убедив уже потом князя в необходимости продажи и предъявив за рощу сумму несравненно меньше действительно полученной. Разумеется, всё это были одни клеветы, как и оказалось впоследствии, но князь поверил всему и при свидетелях назвал Николая Сергеича вором. Ихменев не стерпел и отвечал равносильным оскорблением; произошла ужасная сцена. Немедленно начался процесс. Николай Сергеич, за неимением кой-каких бумаг, а главное, не имея ни покровителей, ни опытности в хождении по таким делам, тотчас же стал проигрывать в своей тяжбе. На имение его было наложено запрещение. Раздраженный старик бросил всё и решился наконец переехать в Петербург, чтобы лично хлопотать о своем деле, а в губернии оставил за себя опытного поверенного. Кажется, князь скоро стал понимать, что он напрасно оскорбил Ихменева. Но оскорбление с обеих сторон было так сильно, что не оставалось и слова на мир, и раздраженный князь употреблял все усилия, чтоб повернуть дело в свою пользу, то есть, в сущности, отнять у бывшего своего управляющего последний кусок хлеба.
Итак, Ихменевы переехали в Петербург. Не стану описывать мою встречу с Наташей после такой долгой разлуки. Во все эти четыре года я не забывал ее никогда. Конечно, я сам не понимал вполне того чувства, с которым вспоминал о ней; но когда мы вновь свиделись, я скоро догадался, что она суждена мне судьбою. Сначала, в первые дни после их приезда, мне всё казалось, что она как-то мало развилась в эти годы, совсем как будто не переменилась и осталась такой же девочкой, как и была до нашей разлуки. Но потом каждый день я угадывал в ней что-нибудь новое, до тех пор мне совсем незнакомое, как будто нарочно скрытое от меня, как будто девушка нарочно от меня пряталась, -- и что за наслаждение было это отгадывание! Старик, переехав в Петербург, первое время был раздражен и желчен. Дела его шли худо; он негодовал, выходил из себя, возился с деловыми бумагами, и ему было не до нас. Анна же Андреевна ходила как потерянная и сначала ничего сообразить не могла. Петербург ее пугал. Она вздыхала и трусила, плакала о прежнем житье-бытье, об Ихменевке, о том, что Наташа на возрасте, а об ней и подумать некому, и пускалась со мной в престранные откровенности, за неимением кого другого, более способного к дружеской доверенности.
Вот в это-то время, незадолго до их приезда, я кончил мой первый роман, тот самый, с которого началась моя литературная карьера, и, как новичок, сначала не знал, куда его сунуть. У Ихменевых я об этом ничего не говорил; они же чуть со мной не поссорились за то, что я живу праздно, то есть не служу и не стараюсь приискать себе места. Старик горько и даже желчно укорял меня, разумеется из отеческого ко мне участия. Я же просто стыдился сказать им, чем занимаюсь. Ну как, в самом деле, объявить прямо, что не хочу служить, а хочу сочинять романы, а потому до времени их обманывал, говорил, что места мне не дают, а что я ищу из всех сил. Ему некогда было поверять меня. Помню, как однажды Наташа, наслушавшись наших разговоров, таинственно отвела меня в сторону и со слезами умоляла подумать о моей судьбе, допрашивала меня, выпытывала: что я именно делаю, и, когда я перед ней не открылся, взяла с меня клятву, что я не сгублю себя как лентяй и праздношатайка. Правда, я хоть не признался и ей, чем занимаюсь, но помню, что за одно одобрительное слово ее о труде моем, о моем первом романе, я бы отдал все самые лестные для меня отзывы критиков и ценителей, которые потом о себе слышал. И вот вышел наконец мой роман. Еще задолго до появления его поднялся шум и гам в литературном мире. Б. обрадовался как ребенок, прочитав мою рукопись. Нет! Если я был счастлив когда-нибудь, то это даже и не во время первых упоительных минут моего успеха, а тогда, когда еще я не читал и не показывал никому моей рукописи: в те долгие ночи, среди восторженных надежд и мечтаний и страстной любви к труду; когда я сжился с моей фантазией, с лицами, которых сам создал, как с родными, как будто с действительно существующими; любил их, радовался и печалился с ними, а подчас даже и плакал самыми искренними слезами над незатейливым героем моим. И описать не могу, как обрадовались старики моему успеху, хотя сперва ужасно удивились: так странно их это поразило! Анна Андреевна, например, никак не хотела поверить, что новый, прославляемый всеми писатель -- тот самый Ваня, который и т. д., и т. д., и всё качала головою. Старик долго не сдавался и сначала, при первых слухах, даже испугался; стал говорить о потерянной служебной карьере, о беспорядочном поведении всех вообще сочинителей. Но беспрерывные новые слухи, объявления в журналах и наконец несколько похвальных слов, услышанных им обо мне от таких лиц, которым он с благоговением верил, заставили его изменить свой взгляд на дело.
Когда же он увидел, что я вдруг очутился с деньгами, и узнал, какую плату можно получать за литературный труд, то и последние сомнения его рассеялись. Быстрый в переходах от сомнения к полной, восторженной вере, радуясь как ребенок моему счастью, он вдруг ударился в самые необузданные надежды, в самые ослепительные мечты о моей будущности. Каждый день создавал он для меня новые карьеры и планы, и чего-чего не было в этих планах! Он начал выказывать мне какое-то особенное, до тех пор небывалое ко мне уважение. Но все-таки, помню, случалось, сомнения вдруг опять осаждали его, часто среди самого восторженного фантазирования, и снова сбивали его с толку.
"Сочинитель, поэт! Как-то странно... Когда же поэты выходили в люди, в чины? Народ-то всё такой щелкопер, ненадежный!"
Я заметил, что подобные сомнения и все эти щекотливые вопросы приходили к нему всего чаще в сумерки (так памятны мне все подробности и всё то золотое время!). В сумерки наш старик всегда становился как-то особенно нервен, впечатлителен и мнителен. Мы с Наташей уж знали это и заранее посмеивались. Помню, я ободрял его анекдотами про генеральство Сумарокова, про то, как Державину прислали табакерку с червонцами, как сама императрица посетила Ломоносова; рассказывал про Пушкина, про Гоголя.
-- Знаю, братец, всё знаю, -- возражал старик, может быть, слышавший первый раз в жизни все эти истории. -- Гм! Послушай, Ваня, а ведь я все-таки рад, что твоя стряпня не стихами писана. Стихи, братец, вздор; уж ты не спорь, а мне поверь, старику; я добра желаю тебе; чистый вздор, праздное употребление времени! Стихи гимназистам писать; стихи до сумасшедшего дома вашу братью, молодежь, доводят... Положим, что Пушкин велик, кто об этом! А все-таки стишки, и ничего больше; так, эфемерное что-то... Я, впрочем, его и читал-то мало... Проза другое дело! Тут сочинитель даже поучать может, -- ну, там о любви к отечеству упомянуть или так, вообще про добродетели... да! Я, брат, только не умею выразиться, но ты меня понимаешь; любя говорю. А ну-ка, ну-ка прочти! -- заключил он с некоторым видом покровительства, когда я наконец принес книгу и все мы после чаю уселись за круглый стол, -- прочти-ка, что ты там настрочил; много кричат о тебе! Посмотрим, посмотрим!
Я развернул книгу и приготовился читать. В тот вечер только что вышел мой роман из печати, и я, достав наконец экземпляр, прибежал к Ихменевым читать свое сочинение.
Как я горевал и досадовал, что не мог им прочесть его ранее, по рукописи, которая была в руках у издателя! Наташа даже плакала с досады, ссорилась со мной, попрекала меня, что чужие прочтут мой роман раньше, чем она... Но вот наконец мы сидим за столом. Старик состроил физиономию необыкновенно серьезную и критическую. Он хотел строго, строго судить, "сам увериться". Старушка тоже смотрела необыкновенно торжественно; чуть ли она не надела к чтению нового чепчика/Она давно уже приметила, что я смотрю с бесконечной любовью на ее бесценную Наташу; что у меня дух занимается и темнеет в глазах, когда я с ней заговариваю, и что и Наташа тоже как-то яснее, чем прежде, на меня поглядывает. Да! пришло наконец это время, пришло в минуту удач, золотых надежд и самого полного счастья, всё вместе, всё разом пришло! Приметила тоже старушка, что и старик ее как-то уж слишком начал хвалить меня и как-то особенно взглядывает на меня и на дочь... и вдруг испугалась: всё же я был не граф, не князь, не владетельный принц или по крайней мере коллежский советник из правоведов, молодой, в орденах и красивый собою! Анна Андреевна не любила желать вполовину.
"Хвалят человека, -- думала она обо мне, -- а за что -- неизвестно. Сочинитель, поэт... Да ведь что ж такое сочинитель?"
Я прочел им мой роман в один присест. Мы начали сейчас после чаю, а просидели до двух часов пополуночи. Старик сначала нахмурился. Он ожидал чего-то непостижимо высокого, такого, чего бы он, пожалуй, и сам не мог понять, но только непременно высокого; а вместо того вдруг такие будни и всё такое известное -- вот точь-в-точь как то самое, что обыкновенно кругом совершается. И добро бы большой или интересный человек был герой, или из исторического что-нибудь, вроде Рославлева или Юрия Милославского; а то выставлен какой-то маленький, забитый и даже глуповатый чиновник, у которого и пуговицы на вицмундире обсыпались; и всё это таким простым слогом описано, ни дать ни взять, как мы сами говорим... Странно! Старушка вопросительно взглядывала на Николая Сергеича и даже немного надулась, точно чем-то обиделась: "Ну стоит, право, такой вздор печатать и слушать, да еще и деньги за это дают", -- написано было на лице ее. Наташа была вся внимание, с жадностию слушала, не сводила с меня глаз, всматривалась в мои губы, как я произношу каждое слово, и сама шевелила своими хорошенькими губками. И что ж? Прежде чем я дочел до половины, у всех моих слушателей текли из глаз слезы. Анна Андреевна искренно плакала, от всей души сожалея моего героя и пренаивно желая хоть чем-нибудь помочь ему в его несчастиях, что понял я из ее восклицаний. Старик уже отбросил все мечты о высоком: "С первого шага видно, что далеко кулику до Петрова дня; так себе, просто рассказец; зато сердце захватывает, -- говорил он, -- зато становится понятно и памятно, что кругом происходит; зато познается, что самый забитый, последний человек есть тоже человек и называется брат мой!" Наташа слушала, плакала и под столом, украдкой, крепко пожимала мою руку. Кончилось чтение. Она встала; щечки ее горели, слезинки стояли в глазах; вдруг она схватила мою руку, поцеловала ее и выбежала вон из комнаты. Отец и мать переглянулись между собою.
-- Гм! вот она какая восторженная, -- проговорил старик, пораженный поступком дочери, -- это ничего, впрочем, это хорошо, хорошо, благородный порыв! Она добрая девушка... -- бормотал он, смотря вскользь на жену, как будто желая оправдать Наташу, а вместе с тем почему-то желая оправдать и меня.
Но Анна Андреевна, несмотря на то что во время чтения сама была в некотором волнении и тронута, смотрела теперь так, как будто хотела выговорить: "Оно конечно, Александр Македонский герой, но зачем же стулья ломать?" и т. д.
Наташа воротилась скоро, веселая и счастливая, и, проходя мимо, потихоньку ущипнула меня. Старик принялся было опять "серьезно" оценивать мою повесть, но от радости не выдержал характера и увлекся:
-- Ну, брат Ваня, хорошо, хорошо! Утешил! Так утешил, что я даже и не ожидал. Не высокое, не великое, это видно... Вон у меня там "Освобождение Москвы" лежит, в Москве же и сочинили, -- ну так оно с первой строки, братец, видно, что, так сказать, орлом воспарил человек... Но знаешь ли, Ваня, у тебя оно как-то проще, понятнее. Вот именно за то и люблю, что понятнее! Роднее как-то оно; как будто со мной самим всё это случилось. А то что высокое-то? И сам бы не понимал. Слог бы я выправил: я ведь хвалю, а что ни говори, все-таки мало возвышенного... Ну да уж теперь поздно: напечатано. Разве во втором издании? А что, брат, ведь и второе издание, чай, будет? Тогда опять деньги... Гм!
-- И неужели вы столько денег получили, Иван Петрович? -- заметила Анна Андреевна. -- Гляжу на вас, и всё как-то не верится. Ах ты, господи, вот ведь за что теперь деньги стали давать!
-- Знаешь, Ваня? -- продолжал старик, увлекаясь всё более и более, -- это хоть не служба, зато все-таки карьера, Прочтут и высокие лица. Вот ты говорил, Гоголь вспоможение ежегодное получает и за границу послан. А что если бы и ты? А? Или еще рано? Надо еще что-нибудь сочинить? Так сочиняй, брат, сочиняй поскорее! Не засыпай на лаврах. Чего глядеть-то!
И он говорил это с таким убежденным видом, с таким добродушием, что недоставало решимости остановить и расхолодить его фантазию.
-- Или вот, например, табакерку дадут... Что ж? На милость ведь нет образца. Поощрить захотят. А кто знает, может, и ко двору попадешь, -- прибавил он полушепотом и с значительным видом, прищурив свой левый глаз, -- или нет? Или еще рано ко двору-то?
-- Ну, уж и ко двору! -- сказала Анна Андреевна, как будто обидевшись.
-- Еще немного, и вы произведете меня в генералы, -- отвечал я, смеясь от души.
Старик тоже засмеялся. Он был чрезвычайно доволен.
-- Ваше превосходительство, не хотите ли кушать? -- закричала резвая Наташа, которая тем временем собрала нам поужинать.
Она захохотала, подбежала к отцу и крепко обняла его своими горячими ручками:
-- Добрый, добрый папаша! Старик расчувствовался.
-- Ну, ну, хорошо, хорошо! Я ведь так, спроста говорю. Генерал не генерал, а пойдемте-ка ужинать. Ах ты чувствительная! -- прибавил он, потрепав свою Наташу по раскрасневшейся щечке, что любил делать при всяком удобном случае, -- я, вот видишь ли, Ваня, любя говорил. Ну, хоть и не генерал (далеко до генерала!), а все-таки известное лицо, сочинитель!
-- Нынче, папаша, говорят: писатель.
-- А не сочинитель? Не знал я. Ну, положим, хоть и писатель; а я вот что хотел сказать: камергером, конечно, не сделают за то, что роман сочинил; об этом и думать нечего; а все-таки можно в люди пройти; ну сделаться каким-нибудь там атташе. За границу могут послать, в Италию, для поправления здоровья или там для усовершенствования в науках, что ли; деньгами помогут. Разумеется, надо, чтобы всё это и с твоей стороны было благородно; чтоб за дело, за настоящее дело деньги и почести брать, а не так, чтоб как-нибудь там, по протекции...
-- Да ты не загордись тогда, Иван Петрович, -- прибавила, смеясь, Анна Андреевна.
-- Да уж поскорей ему звезду, папаша, а то что в самом деле, атташе да атташе!
И она опять ущипнула меня за руку.
-- А эта всё надо мной подсмеивается! -- вскричал старик, с восторгом смотря на Наташу, у которой разгорелись щечки, а глазки весело сияли, как звездочки. -- Я, детки, кажется, и вправду далеко зашел, в Альнаскары записался; и всегда-то я был такой... а только знаешь, Ваня, смотрю я на тебя: какой-то ты у нас совсем простой...
-- Ах, боже мой! Да какому же ему быть, папочка?
-- Ну нет, я не то. А только все-таки, Ваня, у тебя какое-то эдак лицо... то есть совсем как будто не поэтическое... Эдак, знаешь, бледные они, говорят, бывают, поэты-то, ну и с волосами такими, и в глазах эдак что-то... Знаешь, там Гете какой-нибудь или проч. ... я это в "Аббаддонне" читал... а что? Опять соврал что-нибудь? Ишь, шалунья, так и заливается надо мной! Я, друзья мои, не ученый, только чувствовать могу. Ну, лицо не лицо, -- это ведь не велика беда, лицо-то; для меня и твое хорошо, и очень нравится... Я ведь не к тому говорил... А только будь честен, Ваня, будь честен, это главное; живи честно, не возмечтай! Перед тобой дорога широкая. Служи честно своему делу; вот что я хотел сказать, вот именно это-то я и хотел сказать!
Чудное было время! Все свободные часы, все вечера проводил я у них. Старику приносил вести о литературном мире, о литераторах, которыми он вдруг, неизвестно почему, начал чрезвычайно интересоваться; даже начал читать критические статьи Б., про которого я много наговорил ему и которого он почти не понимал, но хвалил до восторга и горько жаловался на врагов его, писавших в "Северном трутне". Старушка зорко следила за мной и Наташей; но не уследила она за нами! Между нами уже было сказано одно словечко, и я услышал наконец, как Наташа, потупив головку и полураскрыв свои губки, почти шепотом сказала мне: да. Но узнали и старики; погадали, подумали; Анна Андреевна долго качала головою. Странно и жутко ей было. Не верила она мне.
-- Ведь вот хорошо удача, Иван Петрович, -- говорила она, -- а вдруг не будет удачи или там что-нибудь; что тогда? Хоть бы служили вы где!
-- А вот что я скажу тебе, Ваня, -- решил старик, надумавшись, -- я и сам это видел, заметил и, признаюсь, даже обрадовался, что ты и Наташа... ну, да чего тут! Видишь, Ваня: оба вы еще очень молоды, и моя Анна Андреевна права. Подождем. Ты, положим, талант, даже замечательный талант... ну, не гений, как об тебе там сперва прокричали, а так, просто талант (я еще вот сегодня читал на тебя эту критику в "Трутне"; слишком уж там тебя худо третируют; ну да ведь это что ж за газета!). Да! так видишь: ведь это еще не деньги в ломбарде, талант-то; а вы оба бедные. Подождем годика эдак полтора или хоть год: пойдешь хорошо, утвердишься крепко на своей дороге -- твоя Наташа; не удастся тебе -- сам рассуди!.. Ты человек честный; подумай!..
На этом и остановились. А через год вот что было.
Да, это было почти ровно через год! В ясный сентябрьский день, перед вечером, вошел я к моим старикам больной, с замиранием в душе и упал на стул чуть не в обмороке, так что даже они перепугались, на меня глядя. Но не оттого закружилась у меня тогда голова и тосковало сердце так, что я десять раз подходил к их дверям и десять раз возвращался назад, прежде чем вошел, --не оттого, что не удалась мне моя карьера и что не было у меня еще ни славы, ни денег; не оттого, что я еще не какой-нибудь "атташе" и далеко было до того, чтоб меня послали для поправления здоровья в Италию; а оттого, что можно прожить десять лет в один год, и прожила в этот год десять лет и моя Наташа. Бесконечность легла между нами... И вот, помню, сидел я перед стариком, молчал и доламывал рассеянной рукой и без того уже обломанные поля моей шляпы; сидел и ждал, неизвестно зачем, когда выйдет Наташа. Костюм мой был жалок и худо на мне сидел; лицом я осунулся, похудел, пожелтел, -- а все-таки далеко не похож был я на поэта, и в глазах моих все-таки не было ничего великого, о чем так хлопотал когда-то добрый Николай Сергеич. Старушка смотрела на меня с непритворным и уж слишком торопливым сожалением, а сама про себя думала: "Ведь вот эдакой-то чуть не стал женихом Наташи, господи помилуй и сохрани!"
-- Что, Иван Петрович, не хотите ли чаю? (самовар кипел на столе), да каково, батюшка, поживаете? Больные вы какие-то вовсе, -- спросила она меня жалобным голосом, как теперь ее слышу.
И как теперь вижу: говорит она мне, а в глазах ее видна и другая забота, та же самая забота, от которой затуманился и ее старик и с которой он сидел теперь над простывающей чашкой и думал свою думу. Я знал, что их очень озабочивает в эту минуту процесс с князем Валковским, повернувшийся для них не совсем хорошо, и что у них случились еще новые неприятности, расстроившие Николая Сергеича до болезни. Молодой князь, из-за которого началась вся история этого процесса, месяцев пять тому назад нашел случай побывать у Ихменевых. Старик, любивший своего милого Алешу как родного сына, почти каждый день вспоминавший о нем, принял его с радостию. Анна Андреевна вспомнила про Васильевское и расплакалась. Алеша стал ходить к ним чаще и чаще, потихоньку от отца; Николай Сергеич, честный, открытый, прямодушный, с негодованием отверг все предосторожности. Из благородной гордости он не хотел и думать: что скажет князь, если узнает, что его сын опять принят в доме Ихменевых, и мысленно презирал все его нелепые подозрения. Но старик не знал, достанет ли у него сил вынести новые оскорбления. Молодой князь начал бывать у них почти каждый день. Весело было с ним старикам. Целые вечера и далеко за полночь просиживал он у них. Разумеется, отец узнал наконец обо всем. Вышла гнуснейшая сплетня. Он оскорбил Николая Сергеича ужасным письмом, всё на ту же тему, как и прежде, а сыну положительно запретил посещать Ихменевых. Это случилось за две недели до моего к ним прихода. Старик загрустил ужасно. Как! Его Наташу, невинную, благородную, замешивать опять в эту грязную клевету, в эту низость! Ее имя было оскорбительно произнесено уже и прежде обидевшим его человеком... И оставить всё это без удовлетворения! В первые дни он слег в постель от отчаяния. Всё это я знал. Вся история дошла до меня в подробности, хотя я, больной и убитый, всё это последнее время, недели три, у них не показывался и лежал у себя на квартире. Но я знал еще... нет! я тогда еще только предчувствовал, знал, да не верил, что кроме этой истории есть и у них теперь что-то, что должно беспокоить их больше всего на свете, и с мучительной тоской к ним приглядывался. Да, я мучился; я боялся угадать, боялся верить и всеми силами желал удалить роковую минуту. А между тем и пришел для нее. Меня точно тянуло к ним в этот вечер!
-- Да, Ваня, -- спросил вдруг старик, как будто опомнившись, -- уж не был ли болен? Что долго не ходил? Я виноват перед тобой: давно хотел тебя навестить, да всё как-то того... -- И он опять задумался.
-- Я был нездоров, -- ответил я.
-- Гм! нездоров! -- повторил он пять минут спустя. -- То-то нездоров! Говорил я тогда, предостерегал, -- не послушался! Гм! Нет, брат Ваня: муза, видно, испокон веку сидела на чердаке голодная, да и будет сидеть. Так-то!
Да, не в духе был старик. Не было б у него своей раны на сердце, не заговорил бы он со мною о голодной музе. Я всматривался в его лицо: оно пожелтело, в глазах его выражалось какое-то недоумение, какая-то мысль в форме вопроса, которого он не в силах был разрешить. Был он как-то порывист и непривычно желчен. Жена взглядывала на него с беспокойством и покачивала головою.
Когда он раз отвернулся, она кивнула мне на него украдкой.
-- Как здоровье Натальи Николаевны? Она дома? -- спросил я озабоченную Анну Андреевну.
-- Дома, батюшка, дома, -- отвечала она, как будто затрудняясь моим вопросом. -- Сейчас сама выйдет на вас поглядеть. Шутка ли! Три недели не видались! Да чтой-то она у нас какая-то стала такая, -- не сообразишь с ней никак: здоровая ли, больная ли, бог с ней!
И она робко посмотрела на мужа.
-- А что? Ничего с ней, -- отозвался Николай Сергеич неохотно и отрывисто, -- здорова. Так, в лета входит девица, перестала младенцем быть, вот и всё. Кто их разберет, эти девичьи печали да капризы?
-- Ну, уж и капризы! -- подхватила Анна Андреевна обидчивым голосом.
Старик смолчал и забарабанил пальцами по столу. "Боже, неужели уж было что-нибудь между ними?" -- подумал я в страхе.
-- Ну, а что, как там у вас? -- начал он снова. -- Что Б., всё еще критику пишет?
-- Да, пишет, -- отвечал я.
-- Эх, Ваня, Ваня! -- заключил он, махнув рукой. -- Что уж тут критика!
Дверь отворилась, и вошла Наташа.
Она несла в руках свою шляпку и, войдя, положила ее на фортепиано; потом подошла ко мне и молча протянула мне руку. Губы ее слегка пошевелились; она как будто хотела мне что-то сказать, какое-то приветствие, но ничего не сказала.
Три недели как мы не видались. Я глядел на нее с недоумением и страхом. Как переменилась она в три недели! Сердце мое защемило тоской, когда я разглядел эти впалые бледные щеки, губы, запекшиеся, как в лихорадке, и глаза, сверкавшие из-под длинных, темных ресниц горячечным огнем и какой-то страстной решимостью.
Но боже, как она была прекрасна! Никогда, ни прежде, ни после, не видал я ее такою, как в этот роковой день. Та ли, та ли это Наташа, та ли это девочка, которая, еще только год тому назад, не спускала с меня глаз и, шевеля за мною губками, слушала мой роман и которая так весело, так беспечно хохотала и шутила в тот вечер с отцом и со мною за ужином? Та ли это Наташа, которая там, в той комнате, наклонив головку и вся загоревшись румянцем, сказала мне: да.
Раздался густой звук колокола, призывавшего к вечерне. Она вздрогнула, старушка перекрестилась.
-- Ты к вечерне собиралась, Наташа, а вот уж и благовестят, -- сказала она. -- Сходи, Наташенька, сходи, помолись, благо близко! Да и прошлась бы заодно. Что взаперти-то сидеть? Смотри, какая ты бледная, ровно сглазили.
-- Я... может быть... не пойду сегодня, -- проговорила Наташа медленно и тихо, почти шепотом. -- Я... нездорова, -- прибавила она и побледнела как полотно.
-- Лучше бы пойти, Наташа; ведь ты же хотела давеча и шляпку вот принесла. Помолись, Наташенька, помолись, чтоб тебе бог здоровья послал, -- уговаривала Анна Андреевна, робко смотря на дочь, как будто боялась ее.
-- Ну да; сходи; а к тому ж и пройдешься, -- прибавил старик, тоже с беспокойством всматриваясь в лицо дочери, -- мать правду говорит. Вот Ваня тебя и проводит.
Мне показалось, что горькая усмешка промелькнула на губах Наташи. Она подошла к фортепиано, взяла шляпку и надела ее; руки ее дрожали. Все движения ее были как будто бессознательны, точно она не понимала, что делала. Отец и мать пристально в нее всматривались.
-- Прощайте! -- чуть слышно проговорила она.
-- И, ангел мой, что прощаться, далекий ли путь! На тебя хоть ветер подует; смотри, какая ты бледненькая. Ах! да ведь я и забыла (всё-то я забываю!) -- ладонку я тебе кончила; молитву зашила в нее, ангел мой; монашенка из Киева научила прошлого года; пригодная молитва; еще давеча зашила. Надень, Наташа. Авось господь бог тебе здоровья пошлет. Одна ты у нас.
И старушка вынула из рабочего ящика нательный золотой крестик Наташи; на той же ленточке была привешена только что сшитая ладонка.
-- Носи на здоровье! -- прибавила она, надевая крест и крестя дочь, -- когда-то я тебя каждую ночь так крестила на сон грядущий, молитву читала, а ты за мной причитывала. А теперь ты не та стала, и не дает тебе господь спокойного духа. Ах, Наташа, Наташа! Не помогают тебе и молитвы мои материнские! -- И старушка заплакала.
Наташа молча поцеловала ее руку и ступила шаг к дверям; но вдруг быстро воротилась назад и подошла к отцу. Грудь ее глубоко волновалась.
-- Папенька! Перекрестите и вы... свою дочь, -- проговорила она задыхающимся голосом и опустилась перед ним на колени.
Мы все стояли в смущении от неожиданного, слишком торжественного ее поступка. Несколько мгновений отец смотрел на нее, совсем потерявшись.
-- Наташенька, деточка моя, дочка моя, милочка, что с тобою! -- вскричал он наконец, и слезы градом хлынули из глаз его. -- Отчего ты тоскуешь? Отчего плачешь и день и ночь? Ведь я всё вижу; я ночей не сплю, встаю и слушаю у твоей комнаты!.. Скажи мне всё, Наташа, откройся мне во всем, старику, и мы...
Он не договорил, поднял ее и крепко обнял. Она судорожно прижалась к его груди и скрыла на его плече свою голову.
-- Ничего, ничего, это так... я нездорова... -- твердила она, задыхаясь от внутренних, подавленных слез.
-- Да благословит же тебя бог, как я благословляю тебя, дитя мое милое, бесценное дитя! -- сказал отец. -- Да пошлет он тебе навсегда мир души и оградит тебя от всякого горя. Помолись богу, друг мой, чтоб грешная молитва моя дошла до него.
-- И мое, и мое благословение над тобою! -- прибавила старушка, заливаясь слезами.
-- Прощайте! -- прошептала Наташа.
У дверей она остановилась, еще раз взглянула на них, хотела было еще что-то сказать, но не могла и быстро вышла из комнаты. Я бросился вслед за нею, предчувствуя недоброе.
Она шла молча, скоро, потупив голову и не смотря на меня. Но, пройдя улицу и ступив на набережную, вдруг остановилась и схватила меня за руку.
-- Душно! -- прошептала она, -- сердце теснит... душно!
-- Воротись, Наташа! -- вскричал я в испуге.
-- Неужели ж ты не видишь, Ваня, что я вышла совсем, ушла от них и никогда не возвращусь назад? -- сказала она, с невыразимой тоской смотря на меня.
Сердце упало во мне. Всё это я предчувствовал, еще идя к ним; всё это уже представлялось мне, как в тумане, еще, может быть, задолго до этого дня; но теперь слова ее поразили меня как громом.
Мы печально шли по набережной. Я не мог говорить; я соображал, размышлял и потерялся совершенно. Голова у меня закружилась. Мне казалось это так безобразно, так невозможно!
-- Ты винишь меня, Ваня? -- сказала она наконец.
-- Нет, но... но я не верю; этого быть не может!.. -- отвечал я, не помня, что говорю.
-- Нет, Ваня, это уж есть! Я ушла от них и не знаю, что с ними будет... не знаю, что будет и со мною!
-- Ты к нему, Наташа? Да?
-- Да!-отвечала она.
-- Но это невозможно! -- вскричал я в исступлении, -- знаешь ли, что это невозможно, Наташа, бедная ты моя!
Ведь это безумие. Ведь ты их убьешь и себя погубишь! Знаешь ли ты это, Наташа?
-- Знаю; но что же мне делать, не моя воля, -- сказала она, и в словах ее слышалось столько отчаяния, как будто она шла на смертную казнь.
-- Воротись, воротись, пока не поздно, -- умолял я ее, и тем горячее, тем настойчивее умолял, чем больше сам сознавал всю бесполезность моих увещаний и всю нелепость их в настоящую минуту. -- Понимаешь ли ты, Наташа, что ты сделаешь с отцом? Обдумала ль ты это? Ведь его отец враг твоему; ведь князь оскорбил твоего отца, заподозрил его в грабеже денег; ведь он его вором назвал. Ведь они тягаются... Да что! Это еще последнее дело, а знаешь ли ты, Наташа... (о боже, да ведь ты всё это знаешь!) знаешь ли, что князь заподозрил твоего отца и мать, что они сами, нарочно, сводили тебя с Алешей, когда Алеша гостил у нас в деревне? Подумай, представь себе только, каково страдал тогда твой отец от этой клеветы. Ведь он весь поседел в эти два года, -- взгляни на него! А главное: ты ведь это всё знаешь, Наташа, господи боже мой! Ведь уж я не говорю, чего стоит им обоим тебя потерять навеки! Ведь ты их сокровище, всё, что у них осталось на старости. Я уж и говорить об этом не хочу: сама должна знать; припомни, что отец считает тебя напрасно оклеветанною, обиженною этими гордецами, неотомщенною! Теперь же, именно теперь, всё это вновь разгорелось, усилилась вся эта старая, наболевшая вражда из-за того, что вы принимали к себе Алешу. Князь опять оскорбил твоего отца, в старике еще злоба кипит от этой новой обиды, и вдруг всё, всё это, все эти обвинения окажутся теперь справедливыми! Все, кому дело известно, оправдают теперь князя и обвинят тебя и твоего отца. Ну, что теперь будет с ним? Ведь это убьет его сразу! Стыд, позор, и от кого же? Через тебя, его дочь, его единственное, бесценное дитя! А мать? Да ведь она не переживет старика... Наташа, Наташа! Что ты делаешь? Воротись! Опомнись!
Она молчала; наконец взглянула на меня как будто с упреком, и столько пронзительной боли, столько страдания было в ее взгляде, что я понял, какою кровью и без моих слов обливается теперь ее раненое сердце. Я понял, чего стоило ей ее решение и как я мучил, резал ее моими бесполезными, поздними словами; я всё это понимал и все-таки не мог удержать себя и продолжал говорить:
-- Да ведь ты же сама говорила сейчас Анне Андреевне, может быть, не пойдешь из дому... ко всенощной. Стало быть, ты хотела и остаться; стало быть, не решилась еще совершенно?
Она только горько улыбнулась в ответ. И к чему я это спросил? Ведь я мог понять, что всё уже было решено невозвратно. Но я тоже был вне себя.
-- Неужели ж ты так его полюбила? -- вскричал я, с замиранием сердца смотря на нее и почти сам не понимая, что спрашиваю.
-- Что мне отвечать тебе, Ваня? Ты видишь! Он велел мне прийти, и я здесь, жду его, -- проговорила она с той же горькой улыбкой.
-- Но послушай, послушай только, -- начал я опять умолять ее, хватаясь за соломинку, -- всё это еще можно поправить, еще можно обделать другим образом, совершенно другим каким-нибудь образом!
Можно не уходить из дому. Я тебя научу, как сделать, Наташечка. Я берусь вам всё устроить, всё, и свидания, и всё... Только из дому-то не уходи!.. Я буду переносить ваши письма; отчего же не переносить? Это лучше, чем теперешнее. Я сумею это сделать; я вам угожу обоим; вот увидите, что угожу... И ты не погубишь себя, Наташечка, как теперь... А то ведь ты совсем себя теперь губишь, совсем! Согласись, Наташа: всё пойдет и прекрасно и счастливо, и любить вы будете друг друга сколько захотите... А когда отцы перестанут ссориться (потому что они непременно перестанут ссориться) -- тогда...
-- Полно, Ваня, оставь, -- прервала она, крепко сжав мою руку и улыбнувшись сквозь слезы. -- Добрый, добрый Ваня! Добрый, честный ты человек! И ни слова-то о себе! Я же тебя оставила первая, а ты всё простил, только об моем счастье и думаешь. Письма нам переносить хочешь...
Она заплакала.
-- Я ведь знаю, Ваня, как ты любил меня, как до сих пор еще любишь, и ни одним-то упреком, ни одним горьким словом ты не упрекнул меня во всё это время! А я, я... Боже мой, как я перед тобой виновата! Помнишь, Ваня, помнишь и наше время с тобою? Ох, лучше б я не знала, не встречала б его никогда!.. Жила б я с тобой, Ваня, с тобой, добренький ты мой, голубчик ты мой!.. Нет, я тебя не стою! Видишь, я какая: в такую минуту тебе же напоминаю о нашем прошлом счастии, а ты и без того страдаешь! Вот ты три недели не приходил: клянусь же тебе, Ваня, ни одного разу не приходила мне в голову мысль, что ты меня проклял и ненавидишь. Я знала, отчего ты ушел: ты не хотел нам мешать и быть нам живым укором. А самому тебе разве не было тяжело на нас смотреть? А как я ждала тебя, Ваня, уж как ждала! Ваня, послушай, если я и люблю Алешу как безумная, как сумасшедшая, то тебя, может быть, еще больше, как друга моего, люблю. Я уж слышу, знаю, что без тебя я не проживу; ты мне надобен, мне твое сердце надобно, твоя душа золотая... Ох, Ваня! Какое горькое, какое тяжелое время наступает!
Она залилась слезами. Да, тяжело ей было!
-- Ах, как мне хотелось тебя видеть! -- продолжала она, подавив свои слезы. -- Как ты похудел, какой ты больной, бледный; ты в самом деле был нездоров, Ваня? Что ж я, и не спрошу! Всё о себе говорю; ну, как же теперь твои дела с журналистами? Что твой новый роман, подвигается ли?
-- До романов ли, до меня ли теперь, Наташа! Да и что мои дела! Ничего; так себе, да и бог с ними! А вот что, Наташа: это он сам потребовал, чтоб ты шла к нему?
-- Нет, не он один, больше я. Он, правда, говорил, да я и сама... Видишь, голубчик, я тебе всё расскажу: ему сватают невесту, богатую и очень знатную; очень знатным людям родня. Отец непременно хочет, чтоб он женился на ней, а отец, ведь ты знаешь, -- ужасный интриган; он все пружины в ход пустил: и в десять лет такого случая не нажить. Связи, деньги... А она, говорят, очень хороша собою; да и образованием и сердцем -- всем хороша; уж Алеша увлекается ею. Да к тому же отец и сам его хочет поскорей с плеч долой сбыть, чтоб самому жениться, а потому непременно и во что бы то ни стало положил расторгнуть нашу связь. Он боится меня и моего влиянии на Алешу...
-- Да разве князь, -- прервал я ее с удивлением, -- про вашу любовь знает? Ведь он только подозревал, да и то не наверно.
-- Знает, всё знает.
-- Да ему кто сказал?
-- Алеша же всё и рассказал, недавно. Он мне сам говорил, что всё это рассказал отцу.
-- Господи! Что ж это у вас происходит! Сам же всё и рассказал, да еще в такое время?..
-- Не вини его, Ваня, -- перебила Наташа, -- не смейся над ним! Его судить нельзя, как всех других. Будь справедлив. Ведь он не таков, как вот мы с тобой. Он ребенок; его и воспитали не так. Разве он понимает, что делает?
Первое впечатление, первое чужое влияние способно его отвлечь от всего, чему он за минуту перед тем отдавался с клятвою. У него нет характера. Он вот поклянется тебе, да в тот же день, так же правдиво и искренно, другому отдастся; да еще сам первый к тебе придет рассказать об этом. Он и дурной поступок, пожалуй, сделает; да обвинить-то его за этот дурной поступок нельзя будет, а разве что пожалеть. Он и на самопожертвование способен и даже знаешь на какое! Да только до какого-нибудь нового впечатления: тут уж он опять всё забудет. Так и меня забудет, если я не буду постоянно при нем. Вот он какой!
-- Ах, Наташа, да, может быть, это всё неправда, только слухи одни. Ну, где ему, такому еще мальчику, жениться!
-- Соображения какие-то у отца особенные, говорю тебе.
-- А почему ж ты знаешь, что невеста его так хороша и что он и ею уж увлекается?
-- Да ведь он мне сам говорил,
-- Как! Сам же и сказал тебе, что может другую любить, а от тебя потребовал теперь такой жертвы?
-- Нет, Ваня, нет! Ты не знаешь его, ты мало с ним был; его надо короче узнать и уж потом судить. Нет сердца на свете правдивее и чище его сердца! Что ж? Лучше, что ль, если б он лгал? А что он увлекся, так ведь стоит только мне неделю с ним не видаться, он и забудет меня и полюбит другую, а потом как увидит меня, то и опять у ног моих будет. Нет! Это еще и хорошо, что я знаю, что не скрыто от меня это; а то бы я умерла от подозрений. Да, Ваня! Я уж решилась: если я не буду при нем всегда, постоянно, каждое мгновение, он разлюбит меня, забудет и бросит. Уж он такой: его всякая другая за собой увлечь может. А что же я тогда буду делать? Я тогда умру... да что умереть! Я бы и рада теперь умереть! А вот каково жить-то мне без него? Вот что хуже самой смерти, хуже всех мук!
О Ваня, Ваня! Ведь есть же что-нибудь, что я вот бросила теперь для него и мать и отца! Не уговаривай меня: всё решено! Он должен быть подле меня каждый час, каждое мгновение; я не могу воротиться. Я знаю, что погибла и других погубила... Ах, Ваня! -- вскричала она вдруг и вся задрожала, -- что если он в самом деле уж не любит меня! Что если ты правду про него сейчас говорил (я никогда этого не говорил), что он только обманывает меня и только кажется таким правдивым и искренним, а сам злой и тщеславный! Я вот теперь защищаю его перед тобой; а он, может быть, в эту же минуту с другою и смеется про себя... а я, я, низкая, бросила всё и хожу по улицам, ищу его... Ох, Ваня!
Этот стон с такою болью вырвался из ее сердца, что вся душа моя заныла в тоске. Я понял, что Наташа потеряла уже всякую власть над собой. Только слепая, безумная ревность в последней степени могла довести ее до такого сумасбродного решения. Но во мне самом разгорелась ревность и прорвалась из сердца. Я не выдержал: гадкое чувство увлекло меня.
-- Наташа, -- сказал я, -- одного только я не понимаю: как ты можешь любить его после того, что сама про него сейчас говорила? Не уважаешь его, не веришь даже в любовь его и идешь к нему без возврата, и всех для него губишь? Что ж это такое? Измучает он тебя на всю жизнь, да и ты его тоже. Слишком уж любишь ты его, Наташа, слишком! Не понимаю я такой любви.
-- Да, люблю как сумасшедшая, -- отвечала она, побледнев, как будто от боли. -- Я тебя никогда так не любила, Ваня. Я ведь и сама знаю, что с ума сошла и не так люблю, как надо. Нехорошо я люблю его... Слушай, Ваня: я ведь и прежде знала и даже в самые счастливые минуты наши предчувствовала, что он даст мне одни только муки. Но что же делать, если мне теперь даже муки от него -- счастье? Я разве на радость иду к нему? Разве я не знаю вперед, что меня у него ожидает и что я перенесу от него? Ведь вот он клялся мне любить меня, все обещания давал: а ведь я ничему не верю из его обещаний, ни во что их не ставлю и прежде не ставила, хоть и знала, что он мне не лгал, да и солгать не может. Я сама ему сказала, сама, что не хочу его ничем связывать. С ним это лучше: привязи никто не любит, я первая. А все-таки я рада быть его рабой, добровольной рабой; переносить от него всё, всё, только бы он был со мной, только бы я глядела на него! Кажется, пусть бы он и другую любил, только бы при мне это было, чтоб и я тут подле была... Экая низость, Ваня? -- спросила она вдруг, смотря на меня каким-то горячечным, воспаленным взглядом. Одно мгновение мне казалось, будто она в бреду. -- Ведь это низость, такие желания? Что же? Сама говорю, что низость, а если он бросит меня, я побегу за ним на край света, хоть и отталкивать, хоть и прогонять меня будет. Вот ты уговариваешь теперь меня воротиться, -- а что будет из этого? Ворочусь, а завтра же опять уйду, прикажет -- и уйду; свистнет, кликнет меня, как собачку, я и побегу за ним... Муки! Не боюсь я от него никаких мук! Я буду знать, что от него страдаю... Ох, да ведь этого не расскажешь, Ваня!
"А отец, а мать?" -- подумал я. Она как будто уж и забыла про них.
-- Так он и не женится на тебе, Наташа?
-- Обещал, всё обещал. Он ведь для того меня и зовет теперь, чтоб завтра же обвенчаться потихоньку, за городом; да ведь он не знает, что делает. Он, может быть, как и венчаются-то, не знает. И какой он муж! Смешно, право. А женится, так несчастлив будет, попрекать начнет... Не хочу я, чтоб он когда-нибудь в чем-нибудь попрекнул меня. Всё ему отдам, а он мне пускай ничего. Что ж, коль он несчастлив будет от женитьбы, зачем же его несчастным делать?
-- Нет, это какой-то чад, Наташа, -- сказал я. -- Что ж, ты теперь прямо к нему?
-- Нет, он обещался сюда прийти, взять меня; мы условились...
И она жадно посмотрела вдаль, но никого еще не было.
-- И его еще нет! И ты первая пришла! -- вскричал я с негодованием. Наташа как будто пошатнулась от удара. Лицо ее болезненно исказилось.
-- Он, может быть, и совсем не придет, -- проговорила она с горькой усмешкой. --Третьего дня он писал, что если я не дам ему слово прийти, то он поневоле должен отложить свое решение -- ехать и обвенчаться со мною; а отец увезет его к невесте. И так просто, так натурально написал, как будто это и совсем ничего... Что если он и вправду поехал к ней, Ваня?
Я не отвечал. Она крепко стиснула мне руку -- и глаза ее засверкали.
-- Он у ней, -- проговорила она чуть слышно. -- Он надеялся, что я не приду сюда, чтоб поехать к ней, а потом сказать, что он прав, что он заранее уведомлял, а я сама не пришла. Я ему надоела, вот он и отстает... Ох, боже! Сумасшедшая я! Да ведь он мне сам в последний раз сказал, что я ему надоела... Чего ж я жду!
-- Вот он! -- закричал я, вдруг завидев его вдали на набережной.
Наташа вздрогнула, вскрикнула, вгляделась в приближавшегося Алешу и вдруг, бросив мою руку, пустилась к нему. Он тоже ускорил шаги, и через минуту она была уже в его объятиях. На улице, кроме нас, никого почти не было. Они целовались, смеялись; Наташа смеялась и плакала, всё вместе, точно они встретились после бесконечной разлуки. Краска залила ее бледные щеки; она была как исступленная... Алеша заметил меня и тотчас же ко мне подошел.
Я жадно в него всматривался, хоть и видел его много раз до этой минуты; я смотрел в его глаза, как будто его взгляд мог разрешить все мои недоумения, мог разъяснить мне: чем, как этот ребенок мог очаровать ее, мог зародить в ной такую безумную любовь -- любовь до забвения самого первого долга, до безрассудной жертвы всем, что было для Наташи до сих пор самой полной святыней? Князь взял меня за обе руки, крепко пожал их, и его взгляд, кроткий и ясный, проник в мое сердце.
Я почувствовал, что мог ошибаться в заключениях моих на его счет уж по тому одному, что он был враг мой. Да, я не любил его, и, каюсь, я никогда не мог его полюбить, -- только один я, может быть, из всех его знавших. Многое в нем мне упорно не нравилось, даже изящная его наружность, и, может быть, именно потому, что она была как-то уж слишком изящна. Впоследствии я понял, что и в этом судил пристрастно. Он был высок, строен, тонок; лицо его было продолговатое, всегда бледное; белокурые волосы, большие голубые глаза, кроткие и задумчивые, в которых вдруг, порывами, блистала иногда самая простодушная, самая детская веселость. Полные небольшие пунцовые губы его, превосходно обрисованные, почти всегда имели какую-то серьезную складку; тем неожиданнее и тем очаровательнее была вдруг появлявшаяся на них улыбка, до того наивная и простодушная, что вы сами, вслед за ним, в каком бы вы ни были настроении духа, ощущали немедленную потребность, в ответ ему, точно так же как и он, улыбнуться. Одевался он неизысканно, но всегда изящно; видно было, что ему не стоило ни малейшего труда это изящество во всем, что оно ему прирожденно. Правда, и в нем было несколько нехороших замашек, несколько дурных привычек хорошего тона: легкомыслие, самодовольство, вежливая дерзость. Но он был слишком ясен и прост душою и сам, первый обличал в себе эти привычки, каялся в них и смеялся над ними. Мне кажется, этот ребенок никогда, даже и в шутку, не мог бы солгать, а если б и солгал, то, право, не подозревая в этом дурного. Даже самый эгоизм был в нем как-то привлекателен, именно потому, может быть, что был откровенен, а не скрыт. В нем ничего не было скрытного. Он был слаб, доверчив и робок сердцем; воли у него не было никакой. Обидеть, обмануть его было бы и грешно и жалко, так же как грешно обмануть и обидеть ребенка. Он был не по летам наивен и почти ничего не понимал из действительной жизни; впрочем, и в сорок лет ничего бы, кажется, в ней не узнал. Такие люди как бы осуждены на вечное несовершеннолетие. Мне кажется, не было человека, который бы мог не полюбить его; он заласкался бы к вам, как дитя. Наташа сказала правду: он мог бы сделать и дурной поступок, принужденный к тому чьим-нибудь сильным влиянием: но, сознав последствия такого поступка, я думаю, он бы умер от раскаяния. Наташа инстинктивно чувствовала, что будет его госпожой, владычицей; что он будет даже жертвой ее. Она предвкушала наслаждение любить без памяти и мучить до боли того, кого любишь, именно за то, что любишь, и потому-то, может быть, и поспешила отдаться ему в жертву первая. Но и в его глазах сияла любовь, и он с восторгом смотрел на нее. Она с торжеством взглянула на меня. Она забыла в это мгновение всё -- и родителей, и прощанье, и подозрения... Она была счастлива.
-- Ваня! -- вскричала она, -- я виновата перед ним и не стою его! Я думала, что ты уже и не придешь, Алеша. Забудь мои дурные мысли, Ваня. Я заглажу это! -- прибавила она, с бесконечною любовью смотря на него. Он улыбнулся, поцеловал у ней руку и, не выпуская ее руки, сказал, обращаясь ко мне:
-- Не вините и меня. Как давно хотел я вас обнять как родного брата; как много она мне про вас говорила! Мы с вами до сих пор едва познакомились и как-то не сошлись. Будем друзьями и... простите нас, -- прибавил он вполголоса и немного покраснев, но с такой прекрасной улыбкой, что я не мог не отозваться всем моим сердцем на его приветствие.
-- Да, да, Алеша, -- подхватила Наташа, -- он наш, он наш брат, он уже простил нас, и без него мы не будем счастливы. Я уже тебе говорила... Ох, жестокие мы дети, Алеша! Но мы будем жить втроем... Ваня! -- продолжала она, и губы ее задрожали, -- вот ты воротишься теперь к ним, домой; у тебя такое золотое сердце, что хоть они и не простят меня, но, видя, что и ты простил, может быть, хоть немного смягчатся надо мной. Расскажи им всё, всё, своими словами из сердца; найди такие слова... Защити меня, спаси; передай им все причины, всё, как сам понял. Знаешь ли, Ваня, что я бы, может быть, и не решилась на это, если б тебя не случилось сегодня со мною! Ты спасение мое: я тотчас же на тебя понадеялась, что ты сумеешь им так передать, что по крайней мере этот первый-то ужас смягчишь для них. О боже мой, боже!.. Скажи им от меня, Ваня, что я знаю, простить меня уж нельзя теперь: они простят, бог не простит; но что если они и проклянут меня, то я все-таки буду благословлять их и молиться за них всю мою жизнь. Всё мое сердце у них! Ах, зачем мы не все счастливы! Зачем, зачем!.. Боже! Что это я такое сделала! -- вскричала она вдруг, точно опомнившись, и, вся задрожав от ужаса, закрыла лицо руками. Алеша обнял ее и молча крепко прижал к себе. Прошло несколько минут молчания.
-- И вы могли потребовать такой жертвы! -- сказал я, с упреком смотря на него.
-- Не вините меня! -- повторил он, -- уверяю вас, что теперь все эти несчастья, хоть они и очень сильны, -- только на одну минуту. Я в этом совершенно уверен. Нужна только твердость, чтоб перенести эту минуту; то же самое и она мне говорила. Вы знаете: всему причиною эта семейная гордость, эти совершенно ненужные ссоры, какие-то там еще тяжбы!.. Но... (я об этом долго размышлял, уверяю вас) всё это должно прекратиться. Мы все соединимся опять и тогда уже будем совершенно счастливы, так что даже и старики помирятся, на нас глядя. Почему знать, может быть, именно наш брак послужит началом к их примирению! Я думаю, что даже и не может быть иначе. Как вы думаете?
-- Вы говорите: брак. Когда же вы обвенчаетесь? -- спросил я, взглянув на Наташу.
-- Завтра или послезавтра; по крайней мере, послезавтра -- наверно. Вот видите, я и сам еще не хорошо знаю и, по правде, ничего еще там не устроил. Я думал, что Наташа, может быть, еще и не придет сегодня. К тому же отец непременно хотел меня везти сегодня к невесте (ведь мне сватают невесту; Наташа вам сказывала? да я не хочу). Ну, так я еще и не мог рассчитать всего наверное. Но все-таки мы, наверное, обвенчаемся послезавтра. Мне, по крайней мере, так кажется, потому что ведь нельзя же иначе. Завтра же мы выезжаем по Псковской дороге. Тут у меня недалеко, в деревне, есть товарищ, лицейский, очень хороший человек; я вас, может быть, познакомлю. Там в селе есть и священник, а, впрочем, наверно не знаю, есть или нет. Надо было заранее справиться, да я не успел... А, впрочем, по-настоящему, всё это мелочи. Было бы главное-то в виду. Можно ведь из соседнего какого-нибудь села пригласить священника; как вы думаете? Ведь есть же там соседние села! Одно жаль, что я до сих пор не успел ни строчки написать туда; предупредить бы надо. Пожалуй, моего приятеля нет теперь и дома... Но -- это последняя вещь! Была бы решимость, а там всё само собою устроится, не правда ли? А покамест, до завтра или хоть до послезавтра, она пробудет здесь у меня. Я нанял особую квартиру, в которой мы и воротясь будем жить. Я уж не пойду жить к отцу, не правда ли? Вы к нам придете; я премило устроился. Ко мне будут ходить наши лицейские; я заведу вечера...
Я с недоумением и тоскою смотрел на него. Наташа умоляла меня взглядом не судить его строго и быть снисходительнее. Она слушала его рассказы с какою-то грустною улыбкой, а вместе с тем как будто и любовалась им, так же как любуются милым, веселым ребенком, слушая его неразумную, но милую болтовню. Я с упреком поглядел на нее. Мне стало невыносимо тяжело.
-- Но ваш отец? -- спросил я, -- твердо ли вы уверены, что он вас простит?
-- Непременно; что ж ему останется делать? То есть он, разумеется, проклянет меня сначала; я даже в этом уверен. Он уж такой; и такой со мной строгий. Пожалуй, еще будет кому-нибудь жаловаться, употребит, одним словом, отцовскую власть. Но ведь всё это не серьезно. Он меня любит без памяти; посердится и простит. Тогда все помирятся, и все мы будем счастливы. Ее отец тоже.
-- А если не простит? подумали ль вы об этом?
-- Непременно простит, только, может быть, не так скоро. Ну что ж? Я докажу ему, что и у меня есть характер. Он всё бранит меня, что у меня нет характера, что я легкомысленный. Вот и увидит теперь, легкомыслен ли я или нет? Ведь сделаться семейным человеком не шутка; тогда уж я буду не мальчик... то есть я хотел сказать, что я буду такой же, как и другие... ну, там семейные люди. Я буду жить своими трудами. Наташа говорит, что это гораздо лучше, чем жить на чужой счет, как мы все живем. Если б вы только знали, сколько она мне говорит хорошего! Я бы сам этого никогда не выдумал; -- не так я рос, не так меня воспитали. Правда, я и сам знаю, что я легкомыслен и почти ни к чему не способен; но, знаете ли, у меня третьего дня явилась удивительная мысль. Теперь хоть и не время, но я вам расскажу, потому что надо же и Наташе услышать, а вы нам дадите совет. Вот видите: я хочу писать повести и продавать в журналы, так же как и вы. Вы мне поможете с журналистами, не правда ли? Я рассчитывал на вас и вчера всю ночь обдумывал один роман, так, для пробы, и знаете ли: могла бы выйти премиленькая вещица. Сюжет я взял из одной комедии Скриба... Но я вам потом расскажу. Главное, за него дадут денег... ведь вам же платят! Я не мог не усмехнуться.
-- Вы смеетесь, -- сказал он, улыбаясь вслед за мною. -- Нет, послушайте, -- прибавил он с непостижимым простодушием, -- вы не смотрите на меня, что я такой кажусь; право, у меня чрезвычайно много наблюдательности; вот вы увидите сами. Почему же не попробовать? Может, и выйдет что-нибудь... А впрочем, вы, кажется, и правы: я ведь ничего не знаю в действительной жизни; так мне и Наташа говорит; это, впрочем, мне и все говорят; какой же я буду писатель? Смейтесь, смейтесь, поправляйте меня; ведь это для нее же вы сделаете, а вы ее любите. Я вам правду скажу: я не стою ее; я это чувствую; мне это очень тяжело, и я не знаю, за что это она меня так полюбила? А я бы, кажется, всю жизнь за нее отдал! Право, я до этой минуты ничего не боялся, а теперь боюсь: что это мы затеваем! Господи! Неужели ж в человеке, когда он вполне предан своему долгу, как нарочно, недостанет уменья и твердости исполнить свой долг? Помогайте нам хоть вы, друг наш! вы один только друг у нас и остались. А ведь я что понимаю один-то! Простите, что я на вас так рассчитываю; я вас считаю слишком благородным человеком и гораздо лучше меня. Но я исправлюсь, будьте уверены, и буду достоин вас обоих.
Тут он опять пожал мне руку, и в прекрасных глазах его просияло доброе, прекрасное чувство. Он так доверчиво протягивал мне руку, так верил, что я ему друг!
-- Она мне поможет исправиться, -- продолжал он. -- Вы, впрочем, не думайте чего-нибудь очень худого, не сокрушайтесь слишком об нас. У меня все-таки много надежд, а в материальном отношении мы будем совершенно обеспечены. Я, например, если не удастся роман (я, по правде, еще и давеча подумал, что роман глупость, а теперь только так про него рассказал, чтоб выслушать ваше решение), -- если не удастся роман, то я ведь в крайнем случае могу давать уроки музыки. Вы не знали, что я знаю музыку? Я не стыжусь жить и таким трудом. Я совершенно новых идей в этом случае. Да, кроме того, у меня есть много дорогих безделушек, туалетных вещиц; к чему они? Я продам их, и мы, знаете, сколько времени проживем на это! Наконец, в самом крайнем случае, я, может быть, действительно займусь службой. Отец даже будет рад; он всё гонит меня служить, а я всё отговариваюсь нездоровьем. (Я, впрочем, куда-то уж записан). А вот как он увидит, что женитьба принесла мне пользу, остепенила меня и что я действительно начал служить, -- обрадуется и простит меня...
-- Но, Алексей Петрович, подумали ль вы, какая история выйдет теперь между вашим и ее отцом? Как вы думаете, что сегодня будет вечером у них в доме?
И я указал ему на помертвевшую от моих слов Наташу. Я был безжалостен.
-- Да, да, вы правы, это ужасно! -- отвечал он. -- Я уже думал об этом и душевно страдал... Но что же делать? Вы правы: хотя только бы ее-то родители нас простили! А как я их люблю обоих, если б вы знали! Ведь они мне всё равно что родные, и вот чем я им плачу!.. Ох, уж эти ссоры, эти процессы! Вы не поверите, как это нам теперь неприятно! И за что они ссорятся! Все мы так друг друга любим, а ссоримся! Помирились бы, да и дело с концом! Право, я бы так поступил на их месте... Страшно мне от ваших слов. Наташа, это ужас, что мы с тобой затеваем! Я это и прежде говорил... Ты сама настаиваешь... Но послушайте, Иван Петрович, может быть, всё это уладится к лучшему; как вы думаете? Ведь помирятся же они наконец! Мы их помирим. Это так, это непременно; они не устоят против нашей любви... Пусть они нас проклинают, а мы их все-таки будем любить; они и не устоят. Вы не поверите, какое иногда бывает доброе сердце у моего старика! Он ведь это так только смотрит исподлобья, а ведь в других случаях он прерассудительный. Если б вы знали, как он мягко со мной говорил сегодня, убеждал меня! А я вот сегодня же против него иду; это мне очень грустно. А всё из-за этих негодных предрассудков! Просто -- сумасшествие! Ну что если б он на нее посмотрел хорошенько и пробыл с нею хоть полчаса? Ведь он тотчас же всё бы нам позволил. -- Говоря это, Алеша нежно и страстно взглянул на Наташу.
-- Я тысячу раз с наслаждением воображал себе, -- продолжал он свою болтовню, -- как он полюбит ее, когда узнает, и как она их всех изумит. Ведь они все и не видывали никогда такой девушки! Отец убежден, что она просто какая-то интриганка. Моя обязанность восстановить ее честь, и я это сделаю! Ах, Наташа! тебя все полюбят, все; нет такого человека, который бы мог тебя не любить, -- прибавил он в восторге. -- Хоть я не стою тебя совсем, но ты люби меня, Наташа, а уж я... ты ведь знаешь меня! Да и много ль нужно нам для нашего счастья! Нет, я верю, верю, что этот вечер должен принесть нам всем и счастье, и мир, и согласие! Будь благословен этот вечер! Так ли, Наташа? Но что с тобой? Боже мой, что с тобой?
Она была бледна как мертвая. Всё время, как разглагольствовал Алеша, она пристально смотрела на него; но взгляд ее становился всё мутнее и неподвижнее, лицо всё бледнее и бледнее. Мне казалось, что она, наконец, уж и не слушала, а была в каком-то забытьи. Восклицание Алеши как будто вдруг разбудило ее. Она очнулась, осмотрелась и вдруг -- бросилась ко мне. Наскоро, точно торопясь и как будто прячась от Алеши, она вынула из кармана письмо и подала его мне. Письмо было к старикам и еще накануне писано. Отдавая мне его, она пристально смотрела на меня, точно приковалась ко мне своим взглядом. Во взгляде этом было отчаяние; я никогда не забуду этого страшного взгляда. Страх охватил и меня; я видел, что она теперь только вполне почувствовала весь ужас своего поступка. Она силилась мне что-то сказать; даже начала говорить и вдруг упала в обморок. Я успел поддержать ее. Алеша побледнел от испуга; он тер ей виски, целовал руки, губы.
Минуты через две она очнулась. Невдалеке стояла извозчичья карета, в которой приехал Алеша; он подозвал ее. Садясь в карету, Наташа как безумная схватила мою руку, и горячая слезинка обожгла мои пальцы. Карета тронулась. Я еще долго стоял на месте, провожая ее глазами. Всё мое счастье погибло в эту минуту, и жизнь переломилась надвое. Я больно это почувствовал... Медленно пошел я назад, прежней дорогой, к старикам. Я не знал, что скажу им, как войду к ним? Мысли мои мертвели, ноги подкашивались...
И вот вся история моего счастия; так кончилась и разрешилась моя любовь. Буду теперь продолжать прерванный рассказ.
Дней через пять после смерти Смита я переехал на его квартиру. Весь тот день мне было невыносимо грустно. Погода была ненастная и холодная; шел мокрый снег, пополам с дождем. Только к вечеру, на одно мгновение, проглянуло солнце и какой-то заблудший луч, верно из любопытства, заглянул и в мою комнату. Я стал раскаиваться, что переехал сюда. Комната, впрочем, была большая, но такая низкая, закопченная, затхлая и так неприятно пустая, несмотря на кой-какую мебель. Тогда же подумал я, что непременно сгублю в этой квартире и последнее здоровье свое. Так оно и случилось.
Всё это утро я возился с своими бумагами, разбирая их и приводя в порядок. За неимением портфеля я перевез их в подушечной наволочке; всё это скомкалось и перемешалось. Потом я засел писать.
Я всё еще писал тогда мой большой роман; но дело опять повалилось из рук; не тем была полна голова...
Я бросил перо и сел у окна. Смеркалось, а мне становилось всё грустнее и грустнее. Разные тяжелые мысли осаждали меня. Всё казалось мне, что в Петербурге я, наконец, погибну. Приближалась весна; так бы и ожил, кажется, думал я, вырвавшись из этой скорлупы на свет божий, дохнув запахом свежих полей и лесов: а я так давно не видал их!.. Помню, пришло мне тоже на мысль, как бы хорошо было, если б каким-нибудь волшебством или чудом совершенно забыть всё, что было, что прожилось в последние годы; всё забыть, освежить голову и опять начать с новыми силами. Тогда еще я мечтал об этом и надеялся на воскресение. "Хоть бы в сумасшедший дом поступить, что ли, -- решил я наконец, -- чтоб перевернулся как-нибудь весь мозг в голове и расположился по-новому, а потом опять вылечиться". Была же жажда жизни и вера в нее!.. Но, помню, я тогда же засмеялся. "Что же бы делать пришлось после сумасшедшего-то дома? Неужели опять романы писать?.."
Так я мечтал и горевал, а между тем время уходило. Наступала ночь. В этот вечер у меня было условлено свидание с Наташей; она убедительно звала меня к себе запиской еще накануне. Я вскочил и стал собираться. Мне и без того хотелось вырваться поскорей из квартиры хоть куда-нибудь, хоть на дождь, на слякоть.
По мере того как наступала темнота, комната моя становилась как будто просторнее, как будто она всё более и более расширялась. Мне вообразилось, что я каждую ночь в каждом углу буду видеть Смита: он будет сидеть и неподвижно глядеть на меня, как в кондитерской на Адама Ивановича, а у ног его будет Азорка. И вот в это-то мгновение случилось со мной происшествие, которое сильно поразило меня.
Впрочем, надо сознаться во всем откровенно: от расстройства ли нерв, от новых ли впечатлений в новой квартире, от недавней ли хандры, но я мало-помалу и постепенно, с самого наступления сумерек, стал впадать в то состояние души, которое так часто приходит ко мне теперь, в моей болезни, по ночам, и которое я называю мистическим ужасом. Это -- самая тяжелая, мучительная боязнь чего-то, чего я сам определить не могу, чего-то непостигаемого и несуществующего в порядке вещей, но что непременно, может быть сию же минуту, осуществится, как бы в насмешку всем доводам разума придет ко мне и станет передо мною как неотразимый факт, ужасный, безобразный и неумолимый. Боязнь эта возрастает обыкновенно всё сильнее и сильнее, несмотря ни на какие доводы рассудка, так что наконец ум, несмотря на то что приобретает в эти минуты, может быть, еще большую ясность, тем не менее лишается всякой возможности противодействовать ощущениям. Его не слушаются, он становится бесполезен, и это раздвоение еще больше усиливает пугливую тоску ожидания. Мне кажется, такова отчасти тоска людей, боящихся мертвецов. Но в моей тоске неопределенность опасности еще более усиливает мучения.
Помню, я стоял спиной к дверям и брал со стола шляпу, и вдруг в это самое мгновение мне пришло на мысль, что когда я обернусь назад, то непременно увижу Смита: сначала он тихо растворит дверь, станет на пороге и оглядит комнату; потом тихо, склонив голову, войдет, станет передо мной, уставится на меня своими мутными глазами и вдруг засмеется мне прямо в глаза долгим, беззубым и неслышным смехом, и всё тело его заколышется и долго будет колыхаться от этого смеха. Всё это привидение чрезвычайно ярко и отчетливо нарисовалось внезапно в моем воображении, а вместе с тем вдруг установилась во мне самая полная, самая неотразимая уверенность, что всё это непременно, неминуемо случится, что это уж и случилось, но только я не вижу, потому что стою задом к двери, и что именно в это самое мгновение, может быть, уже отворяется дверь. Я быстро оглянулся, и что же? -- дверь действительно отворялась, тихо, неслышно, точно так, как мне представлялось минуту назад. Я вскрикнул. Долго никто не показывался, как будто дверь отворялась сама собой; вдруг на пороге явилось какое-то странное существо; чьи-то глаза, сколько я мог различить в темноте, разглядывали меня пристально и упорно. Холод пробежал по всем моим членам. К величайшему моему ужасу, я увидел, что это ребенок, девочка, и если б это был даже сам Смит, то и он бы, может быть, не так испугал меня, как это странное, неожиданное появление незнакомого ребенка в моей комнате в такой час и в такое время.
Я уже сказал, что дверь она отворяла так неслышно и медленно, как будто боялась войти. Появившись, она стала на пороге и долго смотрела на меня с изумлением, доходившим до столбняка; наконец тихо, медленно ступила два шага вперед и остановилась передо мною, всё еще не говоря ни слова. Я разглядел ее ближе. Это была девочка лет двенадцати или тринадцати, маленького роста, худая, бледная, как будто только что встала от жестокой болезни. Тем ярче сверкали ее большие черные глаза. Левой рукой она придерживала у груди старый, дырявый платок, которым прикрывала свою, еще дрожавшую от вечернего холода, грудь. Одежду на ней можно было вполне назвать рубищем; густые черные волосы были неприглажены и всклочены. Мы простояли так минуты две, упорно рассматривая друг друга.
-- Где дедушка? -- спросила она наконец едва слышным и хриплым голосом, как будто у ней болела грудь или горло.
Весь мой мистический ужас соскочил с меня при этом вопросе. Спрашивали Смита; неожиданно проявлялись следы его.
-- Твой дедушка? да ведь он уже умер! -- сказал я вдруг, совершенно не приготовившись отвечать на ее вопрос, и тотчас раскаялся. С минуту стояла она в прежнем положении и вдруг вся задрожала, но так сильно, как будто в ней приготовлялся какой-нибудь опасный нервический припадок. Я схватился было поддержать ее, чтоб она не упала. Через несколько минут ей стало лучше, и я ясно видел, что она употребляет над собой неестественные усилия, скрывая передо мною свое волнение.
-- Прости, прости меня, девочка! Прости, дитя мое! -- говорил я, -- я так вдруг объявил тебе, а может быть, это еще и не то... бедненькая!.. Кого ты ищешь? Старика, который тут жил?
-- Да, -- прошептала она с усилием и с беспокойством смотря на меня.
-- Его фамилия была Смит? Да?
-- Д-да!
-- Так он... ну да, так это он и умер... Только ты не печалься, голубчик мой. Что ж ты не приходила? Ты теперь откуда? Его похоронили вчера; он умер вдруг, скоропостижно... Так ты его внучка?
Девочка не отвечала на мои скорые и беспорядочные вопросы. Молча отвернулась она и тихо пошла из комнаты. Я был так поражен, что уж и не удерживал и не расспрашивал ее более. Она остановилась еще раз на пороге и, полуоборотившись ко мне, спросила:
-- Азорка тоже умер?
-- Да, и Азорка тоже умер, -- отвечал я, и мне показался странным ее вопрос: точно и она была уверена, что Азорка непременно должен был умереть вместе с стариком. Выслушав мой ответ, девочка неслышно вышла из комнаты, осторожно притворив за собою дверь.
Через минуту я выбежал за ней в погоню, ужасно досадуя, что дал ей уйти! Она так тихо вышла, что я не слыхал, как отворила она другую дверь на лестницу. С лестницы она еще не успела сойти, думал я, и остановился в сенях прислушаться. Но всё было тихо, и не слышно было ничьих шагов. Только хлопнула где-то дверь в нижнем этаже, и опять всё стало тихо.
Я стал поспешно сходить вниз. Лестница прямо от моей квартиры, с пятого этажа до четвертого, шла винтом; с четвертого же начиналась прямая. Это была грязная, черная и всегда темная лестница, из тех, какие обыкновенно бывают в капитальных домах с мелкими квартирами. В ту минуту на ней уже было совершенно темно. Ощупью сойдя в четвертый этаж, я остановился, и вдруг меня как будто подтолкнуло, что здесь, в сенях, кто-то был и прятался от меня. Я стал ощупывать руками; девочка была тут, в самом углу, и, оборотившись к стене лицом, тихо и неслышно плакала.
-- Послушай, чего ж ты боишься? -- начал я. -- Я так испугал тебя; я виноват. Дедушка, когда умирал, говорил о тебе; это были последние его слова... У меня и книги остались; верно, твои. Как тебя зовут? где ты живешь? Он говорил, что в Шестой линии...
Но я не докончил. Она вскрикнула в испуге, как будто оттого, что я знаю, где она живет, оттолкнула меня своей худенькой костлявой рукой и бросилась вниз по лестнице. Я за ней; ее шаги еще слышались мне внизу. Вдруг они прекратились...Когда я выскочил на улицу, ее уже не было. Пробежав вплоть до Вознесенского проспекта, я увидел, что все мои поиски тщетны: она исчезла.
"Вероятно, где-нибудь спряталась от меня, -- подумал я, -- когда еще сходила с лестницы".
Но только что я ступил на грязный, мокрый тротуар проспекта, как вдруг столкнулся с одним прохожим, который шел, по-видимому, в глубокой задумчивости, наклонив голову, скоро и куда-то торопясь.
К величайшему моему изумлению, я узнал старика Ихменева. Это был для меня вечер неожиданных встреч. Я знал, что старик дня три тому назад крепко прихворнул, и вдруг я встречаю его в такую сырость на улице. К тому же он и прежде почти никогда не выходил в вечернее время, а с тех пор, как ушла Наташа, то есть почти уже с полгода, сделался настоящим домоседом. Он как-то не по-обыкновенному мне обрадовался, как человек, нашедший наконец друга, с которым он может разделить свои мысли, схватил меня за руку, крепко сжал ее и, не спросив, куда я иду, потащил меня за собою. Был он чем-то встревожен, тороплив и порывист. "Куда же это он ходил?" -- подумал я про себя. Спрашивать его было излишне; он сделался страшно мнителен и иногда в самом простом вопросе или замечании видел обидный намек, оскорбление.
Я оглядел его искоса: лицо у него было больное; в последнее время он очень похудел; борода его была с неделю небритая. Волосы, совсем поседевшие, в беспорядке выбивались из-под скомканной шляпы и длинными космами лежали на воротнике его старого, изношенного пальто. Я еще прежде заметил, что в иные минуты он как будто забывался; забывал, например, что он не один в комнате, разговаривал сам с собою, жестикулировал руками. Тяжело было смотреть на него.
-- Ну что, Ваня, что? -- заговорил он. -- Куда шел? А я вот, брат, вышел; дела. Здоров ли?
-- Вы-то здоровы ли? -- отвечал я, -- так еще недавно были больны, а выходите.
Старик не отвечал, как будто не расслушал меня.
-- Как здоровье Анны Андреевны?
-- Здорова, здорова... Немножко, впрочем, и она хворает. Загрустила она у меня что-то... о тебе поминала: зачем не приходишь. Да ты ведь теперь-то к нам, Ваня? Аль нет? Я, может, тебе помешал, отвлекаю тебя от чего-нибудь? -- спросил он вдруг, как-то недоверчиво и подозрительно в меня всматриваясь. Мнительный старик стал до того чуток и раздражителен, что, отвечай я ему теперь, что шел не к ним, он бы непременно обиделся и холодно расстался со мной. Я поспешил отвечать утвердительно, что я именно шел проведать Анну Андреевну, хоть и знал, что опоздаю, а может, и совсем не успею попасть к Наташе.
-- Ну вот и хорошо, -- сказал старик, совершенно успокоенный моим ответом, -- это хорошо... -- и вдруг замолчал и задумался, как будто чего-то не договаривая.
-- Да, это хорошо! -- машинально повторил он минут через пять, как бы очнувшись после глубокой задумчивости. -- Гм... видишь, Ваня, ты для нас был всегда как бы родным сыном; бог не благословил нас с Анной Андреевной... сыном... и послал нам тебя; я так всегда думал. Старуха тоже... да! и ты всегда вел себя с нами почтительно, нежно, как родной, благодарный сын. Да благословит тебя бог за это, Ваня, как и мы оба, старики, благословляем и любим тебя... да!
Голос его задрожал; он переждал с минуту.
-- Да... ну, а что? Не хворал ли? Что же долго у нас не был?
Я рассказал ему всю историю с Смитом, извиняясь, что смитовское дело меня задержало, что, кроме того, я чуть не заболел и что за всеми этими хлопотами к ним, на Васильевский (они жили тогда на Васильевском), было далеко идти. Я чуть было не проговорился, что все-таки нашел случай быть у Наташи и в это время, но вовремя замолчал.
История Смита очень заинтересовала старика. Он сделался внимательнее. Узнав, что новая моя квартира сыра и, может быть, еще хуже прежней, а стоит шесть рублей в месяц, он даже разгорячился.
Вообще он сделался чрезвычайно порывист и нетерпелив. Только Анна Андреевна умела еще ладить с ним в такие минуты, да и то не всегда.
-- Гм... это все твоя литература, Ваня! -- вскричал он почти со злобою, -- довела до чердака, доведет и до кладбища! Говорил я тебе тогда, предрекал!.. А что Б. всё еще критику пишет?
-- Да ведь он уже умер, в чахотке. Я вам, кажется, уж и говорил об этом.
-- Умер, гм... умер! Да так и следовало. Что ж, оставил что-нибудь жене и детям? Ведь ты говорил, что у него там жена, что ль, была... И на что эти люди женятся!
-- Нет, ничего не оставил, -- отвечал я.
-- Ну, так и есть! -- вскричал он с таким увлечением, как будто это дело близко, родственно до него касалось и как будто умерший Б. был его брат родной. -- Ничего! То-то ничего! А знаешь, Ваня, я ведь это заранее предчувствовал, что так с ним кончится, еще тогда, когда, помнишь, ты мне его всё расхваливал. Легко сказать: ничего не оставил! Гм... славу заслужил. Положим, может быть, и бессмертную славу, но ведь слава не накормит. Я, брат, и о тебе тогда же всё предугадал, Ваня; хвалил тебя, а про себя всё предугадал. Так умер Б.? Да и как не умереть! И житье хорошо и... место хорошее, смотри!
И он быстрым, невольным жестом руки указал мне на туманную перспективу улицы, освещенную слабо мерцающими в сырой мгле фонарями, на грязные дома, на сверкающие от сырости плиты тротуаров, на угрюмых, сердитых и промокших прохожих, на всю эту картину, которую обхватывал черный, как будто залитый тушью, купол петербургского неба. Мы выходили уж на площадь; перед нами во мраке вставал памятник, освещенный снизу газовыми рожками, и еще далее подымалась темная, огромная масса Исакия, неясно отделявшаяся от мрачного колорита неба.
-- Ты ведь говорил, Ваня, что он был человек хороший, великодушный, симпатичный, с чувством, с сердцем. Ну, так вот они все таковы, люди-то с сердцем, симпатичные-то твои! Только и умеют, что сирот размножать! Гм... да и умирать-то, я думаю, ему было весело!.. Э-э-эх! Уехал бы куда-нибудь отсюда, хоть в Сибирь!.. Что ты, девочка? -- спросил он вдруг, увидев на тротуаре ребенка, просившего милостыню.
Это была маленькая, худенькая девочка, лет семи-восьми, не больше, одетая в грязные отрепья; маленькие ножки ее были обуты на босу ногу в дырявые башмаки. Она силилась прикрыть свое дрожащее от холоду тельце каким-то ветхим подобием крошечного капота, из которого она давно уже успела вырасти. Тощее, бледное и больное ее личико было обращено к нам; она робко и безмолвно смотрела на нас и с каким-то покорным страхом отказа протягивала нам свою дрожащую ручонку. Старик так и задрожал весь, увидя ее, и так быстро к ней оборотился, что даже ее испугал. Она вздрогнула и отшатнулась от него.
-- Что, что тебе, девочка? -- вскричал он. -- Что? Просишь? Да? Вот, вот тебе... возьми, вот!
И он, суетясь и дрожа от волнения, стал искать у себя в кармане и вынул две или три серебряные монетки. Но ему показалось мало; он достал портмоне и, вынув из него рублевую бумажку, -- всё, что там было, -- положил деньги в руку маленькой нищей.
-- Христос тебя да сохранит, маленькая... дитя ты мое! Ангел божий да будет с тобою!
И он несколько раз дрожавшею рукою перекрестил бедняжку; но вдруг, увидав, что и я тут и смотрю на него, нахмурился и скорыми шагами пошел далее.
-- Это я, видишь, Ваня, смотреть не могу, -- начал он после довольно продолжительного сердитого молчания, -- как эти маленькие, невинные создания дрогнут от холоду на улице... из-за проклятых матерей и отцов. А впрочем, какая же мать вышлет такого ребенка на такой ужас, если уж не самая несчастная!.. Должно быть, там в углу у ней еще сидят сироты, а это старшая; сама больна, старуха-то; и... гм! Не княжеские дети! Много, Ваня, на свете... не княжеских детей! гм!
Он помолчал с минуту, как бы затрудняясь чем-то.
-- Я, видишь, Ваня, обещал Анне Андреевне, -- начал он, немного путаясь и сбиваясь, -- обещал ей... то есть, мы согласились вместе с Анной Андреевной сиротку какую-нибудь на воспитание взять... так, какую-нибудь; бедную то есть и маленькую, в дом, совсем; понимаешь? А то скучно нам, старикам, одним-то, гм... только видишь: Анна Андреевна что-то против этого восставать стала. Так ты поговори с ней, эдак знаешь, не от меня, а как бы с своей стороны... урезонь ее... понимаешь? Я давно тебя собирался об этом попросить... чтоб ты уговорил ее согласиться, а мне как-то неловко очень-то просить самому... ну, да что о пустяках толковать! Мне что девочка? и не нужна; так, для утехи... чтоб голос чей-нибудь детский слышать... а впрочем, по правде, я ведь для старухи это делаю; ей же веселее будет, чем с одним со мной. Но всё это вздор! Знаешь, Ваня, эдак мы долго не дойдем: возьмем-ка извозчика; идти далеко, а Анна Андреевна нас заждалась...
Было половина восьмого, когда мы приехали к Анне Андреевне.
Старики очень любили друг друга. И любовь, и долговременная свычка связали их неразрывно. Но Николай Сергеич не только теперь, но даже и прежде, в самые счастливые времена, был как-то несообщителен с своей Анной Андреевной, даже иногда суров, особливо при людях. В иных натурах, нежно и тонко чувствующих, бывает иногда какое-то упорство, какое-то целомудренное нежелание высказываться и выказывать даже милому себе существу свою нежность не только при людях, но даже и наедине; наедине еще больше; только изредка прорывается в них ласка, и прорывается тем горячее, тем порывистее, чем дольше она была сдержана. Таков отчасти был и старик Ихменев с своей Анной Андреевной, даже смолоду. Он уважал ее и любил беспредельно, несмотря на то что это была женщина только добрая и ничего больше не умевшая, как только любить его, и ужасно досадовал на то, что она в свою очередь была с ним, по простоте своей, даже иногда слишком и неосторожно наружу. Но после ухода Наташи они как-то нежнее стали друг к другу; они болезненно почувствовали, что остались одни на свете. И хотя Николай Сергеич становился иногда чрезвычайно угрюм, тем не менее оба они, даже на два часа, не могли расстаться друг с другом без тоски и без боли. О Наташе они как-то безмолвно условились не говорить ни слова, как будто ее и на свете не было. Анна Андреевна не осмеливалась даже намекать о ней ясно при муже, хотя это было для нее очень тяжело. Она давно уже простила Наташу в сердце своем. Между нами как-то установилось, чтоб с каждым приходом моим я приносил ей известие о ее милом, незабвенном дитяти.
Старушка становилась больна, если долго не получала известий, а когда я приходил с ними, интересовалась самою малейшею подробностию, расспрашивала с судорожным любопытством, "отводила душу" на моих рассказах и чуть не умерла от страха, когда Наташа однажды заболела, даже чуть было не пошла к ней сама. Но это был крайний случай. Сначала она даже и при мне не решалась выражать желание увидеться с дочерью и почти всегда после наших разговоров, когда, бывало, уже всё у меня выспросит, считала необходимостью как-то сжаться передо мною и непременно подтвердить, что хоть она и интересуется судьбою дочери, но все-таки Наташа такая преступница, которую и простить нельзя. Но всё это было напускное. Бывали случаи, когда Анна Андреевна тосковала до изнеможения, плакала, называла при мне Наташу самыми милыми именами, горько жаловалась на Николая Сергеича, а при нем начинала намекать, хоть и с большою осторожностью, на людскую гордость, на жестокосердие, на то, что мы не умеем прощать обид и что бог не простит непрощающих, но дальше этого при нем не высказывалась. В такие минуты старик тотчас же черствел и угрюмел, молчал, нахмурившись, или вдруг, обыкновенно чрезвычайно неловко и громко, заговаривал о другом, или, наконец, уходил к себе, оставляя нас одних и давая таким образом Анне Андреевне возможность вполне излить передо мной свое горе в слезах и сетованиях. Точно так же он уходил к себе всегда при моих посещениях, бывало только что успеет со мною поздороваться, чтоб дать мне время сообщить Анне Андреевне все последние новости о Наташе. Так сделал он и теперь.
-- Я промок, -- сказал он ей, только что ступив в комнату, -- пойду-ка к себе, а ты, Ваня, тут посиди. Вот с ним история случилась, с квартирой; расскажи-ка ей. А я сейчас и ворочусь...
И он поспешил уйти, стараясь даже и не глядеть на нас, как будто совестясь, что сам же нас сводил вместе. В таких случаях, и особенно когда возвращался к нам, он становился всегда суров и желчен и со мной и с Анной Андреевной, даже придирчив, точно сам на себя злился и досадовал за свою мягкость и уступчивость.
-- Вот он какой, -- сказала старушка, оставившая со мной в последнее время всю чопорность и все свои задние мысли, -- всегда-то он такой со мной; а ведь знает, что мы все его хитрости понимаем.
Чего ж бы передо мной виды-то на себя напускать! Чужая я ему, что ли? Так он и с дочерью. Ведь простить-то бы мог, даже, может быть, и желает простить, господь его знает. По ночам плачет, сама слышала! А наружу крепится. Гордость его обуяла... Батюшка, Иван Петрович, рассказывай поскорее: куда он ходил?
-- Николай Сергеич? Не знаю; я у вас хотел спросить.
-- А я так и обмерла, как он вышел. Больной ведь он, в такую погоду, на ночь глядя; ну, думаю, верно, за чем-нибудь важным; а чему ж и быть-то важнее известного вам дела? Думаю я это про себя, а спросить-то и не смею. Ведь я теперь его ни о чем не смею расспрашивать. Господи боже, ведь так и обомлела и за него и за нее. Ну как, думаю, к ней пошел; уж не простить ли решился? Ведь он всё узнал, все последние известия об ней знает; я наверное полагаю, что знает, а откуда ему вести приходят, не придумаю. Больно уж тосковал он вчера, да и сегодня тоже. Да что же вы молчите! Говорите, батюшка, что там еще случилось? Как ангела божия ждала вас, все глаза высмотрела. Ну, что же, оставляет злодей-то Наташу?
Я тотчас же рассказал Анне Андреевне всё, что сам знал. С ней я был всегда и вполне откровенен. Я сообщил ей, что у Наташи с Алешей действительно как будто идет на разрыв и что это серьезнее, чем прежние их несогласия; что Наташа прислала мне вчера записку, в которой умоляла меня прийти к ней сегодня вечером, в девять часов, а потому я даже и не предполагал сегодня заходить к ним; завел же меня сам Николай Сергеич. Рассказал и объяснил ей подробно, что положение теперь вообще критическое; что отец Алеши, который недели две как воротился из отъезда, и слышать ничего не хочет, строго взялся за Алешу; но важнее всего, что Алеша, кажется, и сам не прочь от невесты и, слышно, что даже влюбился в нее. Прибавил я еще, что записка Наташи, сколько можно угадывать, написана ею в большом волнении; пишет она, что сегодня вечером всё решится, а что? -- неизвестно; странно тоже, что пишет от вчерашнего дня, а назначает прийти сегодня, и час определила: девять часов. А потому я непременно должен идти, да и поскорее.
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- Иди, иди, батюшка, непременно иди, -- захлопотала старушка, -- вот только он выйдет, ты чайку выпей... Ах, самовар-то не несут! Матрена! Что ж ты самовар? Разбойница, а не девка!.. Ну, так чайку-то выпьешь, найди предлог благовидный, да и ступай. А завтра непременно ко мне и всё расскажи; да пораньше забеги. Господи! Уж не вышло ли еще какой беды! Уж чего бы, кажется, хуже теперешнего! Ведь Николай-то Сергеич всё уж узнал, сердце мне говорит, что узнал. Я-то вот через Матрену много узнаю, а та через Агашу, а Агаша-то крестница Марьи Васильевны, что у князя в доме проживает... ну, да ведь ты сам знаешь. Сердит был сегодня ужасно мой, Николай-то. Я было то да се, а он чуть было не закричал на меня, а потом словно жалко ему стало, говорит: денег мало. Точно бы он из-за денег кричал. После обеда пошел было спать. Я заглянула к нему в щелку (щелка такая есть в дверях; он и не знает про нее), а он-то, голубчик, на коленях перед киотом богу молится. Как увидала я это, у меня и ноги подкосились. И чаю не пил и не спал, взял шапку и пошел. В пятом вышел. Я и спросить не посмела: закричал бы он на меня. Часто он кричать начал, всё больше на Матрену, а то и на меня; а как закричит, у меня тотчас ноги мертвеют и от сердца отрывается. Ведь только блажит, знаю, что блажит, а всё страшно. Богу целый час молилась, как он ушел, чтоб на благую мысль его навел. Где же записка-то ее, покажи-ка!
Я показал. Я знал, что у Анны Андреевны была одна любимая, заветная мысль, что Алеша, которого она звала то злодеем, то бесчувственным, глупым мальчишкой, женится наконец на Наташе и что отец его, князь Петр Александрович, ему это позволит. Она даже и проговаривалась передо мной, хотя в другие разы раскаивалась и отпиралась от слов своих. Но ни за что не посмела бы она высказать свои надежды при Николае Сергеиче, хотя и знала, что старик их подозревает в ней и даже не раз попрекал ее косвенным образом. Я думаю, он окончательно бы проклял Наташу и вырвал ее из своего сердца навеки, если б узнал про возможность этого брака.
Все мы так тогда думали. Он ждал дочь всеми желаниями своего сердца, но он ждал ее одну, раскаявшуюся, вырвавшую из своего сердца даже воспоминание о своем Алеше. Это было единственным условием прощения, хотя и не высказанным, но, глядя на него, понятным и несомненным.
-- Бесхарактерный он, бесхарактерный мальчишка, бесхарактерный и жестокосердый, я всегда это говорила, -- начала опять Анна Андреевна. -- И воспитывать его не умели, так, ветрогон какой-то вышел; бросает ее за такую любовь, господи боже мой! Что с ней будет, с бедняжкой! И что он в новой-то нашел, удивляюсь!
-- Я слышал, Анна Андреевна, -- возразил я, -- что эта невеста очаровательная девушка, да и Наталья Николаевна про нее то же говорила...
-- А ты не верь! -- перебила старушка. -- Что за очаровательная? Для вас, щелкоперов, всякая очаровательная, только бы юбка болталась. А что Наташа ее хвалит, так это она по благородству души делает. Не умеет она удержать его, всё ему прощает, а сама страдает. Сколько уж раз он ей изменял! Злодеи жестокосердые! А на меня, Иван Петрович, просто ужас находит. Гордость всех обуяла. Смирил бы хоть мой-то себя, простил бы ее, мою голубку, да и привел бы сюда. Обняла б ее, посмотрела б на нее! Похудела она?
-- Похудела, Анна Андреевна.
-- Голубчик мой! А у меня, Иван Петрович, беда! Всю ночь да весь день сегодня проплакала... да что! После расскажу! Сколько раз я заикалась говорить ему издалека, чтоб простил-то; прямо-то не смею, так издалека, ловким этаким манером заговаривала. А у самой сердце так и замирает: рассердится, думаю, да и проклянет ее совсем! Проклятия-то я еще от него не слыхала... так вот и боюсь, чтоб проклятия не наложил. Тогда ведь что будет? Отец проклял, и бог покарает. Так и живу, каждый день дрожу от ужаса. Да и тебе, Иван Петрович, стыдно: кажется, в нашем доме взрос и отеческие ласки от всех у нас видел: тоже выдумал, очаровательная! А вот Марья Васильевна ихняя лучше говорит. (Я ведь согрешила, да ее раз на кофей и позвала, когда мой на всё утро по делам уезжал). Она мне всю подноготную объяснила. Князь-то, отец-то Алешин, с графиней-то в непозволительной связи находился. Графиня давно, говорят, попрекала его: что он на ней не женится, а тот всё отлынивал. А графиня-то эта, когда еще муж ее был жив, зазорным поведением отличалась. Умер муж-то -- она за границу: всё итальянцы да французы пошли, баронов каких-то у себя завела; там и князя Петра Александровича подцепила. А падчерица ее, первого ее мужа, откупщика, дочь меж тем росла да росла. Графиня-то, мачеха-то, всё прожила, а Катерина Федоровна меж тем подросла, да и два миллиона, что ей отец-откупщик в ломбарде оставил, подросли. Теперь, говорят, у ней три миллиона; князь-то и смекнул: вот бы Алешу женить! (не промах! своего не пропустит). Граф-то, придворный-то, знатный-то, помнишь, родственник-то ихний, тоже согласен; три миллиона не шутка. Хорошо, говорит, поговорите с этой графиней. Князь и сообщает графине свое желание. Та и руками и ногами: без правил, говорят, женщина, буянка такая! Ее уже здесь не все, говорят, принимают; не то что за границей. Нет, говорит, ты, князь, сам на мне женись, а не бывать моей падчерице за Алешей.
А девица-то, падчерица-то, души, говорят, в своей мачехе не слышит; чуть на нее не молится и во всем ей послушна. Кроткая, говорят, такая, ангельская душа! Князь-то видит, в чем дело, да и говорит: ты, графиня, не беспокойся. Именье-то свое прожила, и долги на тебе неоплатные. А как твоя падчерица выйдет за Алешу, так их будет пара: и твоя невинная, и Алеша мой дурачок; мы их и возьмем под начало и будем сообща опекать; тогда и у тебя деньги будут. А то что, говорит, за меня замуж тебе идти? Хитрый человек! Масон! Так полгода тому назад было, графиня не решалась, а теперь, говорят, в Варшаву ездили, там и согласились. Вот как я слышала. Всё это Марья Васильевна мне рассказала, всю подноготную, от верного человека сама она слышала. Ну, так вот что тут: денежки, миллионы, а то что -- очаровательная!
Рассказ Анны Андреевны меня поразил. Он совершенно согласовался со всем тем, что я сам недавно слышал от самого Алеши. Рассказывая, он храбрился, что ни за что не женится на деньгах. Но Катерина Федоровна поразила и увлекла его. Я слышал тоже от Алеши, что отец его сам, может быть, женится, хоть и отвергает эти слухи, чтоб не раздражить до времени графини. Я сказал уже, что Алеша очень любил отца, любовался и хвалился им и верил в него как в оракула.
-- Ведь не графского же рода и она, твоя очаровательная-то!-- продолжала Анна Андреевна, крайне раздраженная моей похвалой будущей невесте молодого князя. -- А Наташа ему еще лучше была бы партия. Та откупщица, а Наташа-то из старинного дворянского дома, высокоблагородная девица. Старик-то мой вчера (я забыла вам рассказать) сундучок свой отпер, кованый, -- знаете? -- да целый вечер против меня сидел да старые грамоты наши разбирал. Да серьезный такой сидит. Я чулок вяжу, да и не гляжу на него, боюсь. Так он видит, что я молчу, рассердился да сам и окликнул меня и целый-то вечер мне нашу родословную толковал. Так вот и выходит, что мы-то, Ихменевы-то, еще при Иване Васильевиче Грозном дворянами были, а что мой род, Шумиловых, еще при Алексее Михайловиче известен был, и документы есть у нас, и в истории Карамзина упомянуто. Так вот как, батюшка, мы, видно, тоже не хуже других с этой черты. Как начал мне старик толковать, я и поняла, что у него на уме. Знать, и ему обидно, что Наташей пренебрегают. Богатством только и взяли перед нами. Ну, да пусть тот, разбойник-то, Петр-то Александрович, о богатстве хлопочет; всем известно: жестокосердая, жадная душа. В иезуиты, говорят, тайно в Варшаве записался? Правда ли это?
-- Глупый слух, -- отвечал я, невольно заинтересованный устойчивостью этого слуха. Но известие о Николае Сергеиче, разбиравшем свои грамоты, было любопытно. Прежде он никогда не хвалился своею родословною.
-- Всё злодеи жестокосердые! -- продолжала Анна Андреевна, -- ну, что же она, мой голубчик, горюет, плачет? Ах, пора тебе идти к ней! Матрена, Матрена! Разбойник, а не девка!.. Не оскорбляли ее? Говори же, Ваня.
Что было ей отвечать? Старушка заплакала. Я спросил, какая у ней еще случилась беда, про которую она мне давеча собиралась рассказать?
-- Ах, батюшка, мало было одних бед, так, видно, еще не вся чаша выпита! Помнишь, голубчик, или не помнишь? был у меня медальончик, в золото оправленный, так для сувенира сделано, а в нем портрет Наташечки, в детских летах; восьми лет она тогда была, ангельчик мой. Еще тогда мы с Николаем Сергеичем его проезжему живописцу заказывали, да ты забыл, видно, батюшка! Хороший был живописец, купидоном ее изобразил: волосики светленькие такие у ней тогда были, взбитые; в рубашечке кисейной представил ее, так что и тельце просвечивает, и такая она вышла хорошенькая, что и наглядеться нельзя. Просила я живописца, чтоб крылышки ей подрисовал, да не согласился живописец. Так вот, батюшка, я, после ужасов-то наших тогдашних, медальончик из шкатулки и вынула, да на грудь себе и повесила на шнурке, так и носила возле креста, а сама-то боюсь, чтоб мой не увидал. Ведь он тогда же все ее вещи приказал из дому выкинуть или сжечь, чтоб ничто и не напоминало про нее у нас. А мне-то хоть бы на портрет ее поглядеть; иной раз поплачу, на него глядя, -- всё легче станет, а в другой раз, когда одна остаюсь, не нацелуюсь, как будто ее самое целую; имена нежные ей прибираю да и на ночь-то каждый раз перекрещу. Говорю с ней вслух, когда одна остаюся, спрошу что-нибудь и представляю, как будто она мне ответила, и еще спрошу. Ох, голубчик Ваня, тяжело и рассказывать-то! Ну, вот я и рада, что хоть про медальон-то он не знает и не заметил; только хвать вчера утром, а медальона и нет, только шнурочек болтается, перетерся, должно быть, а я и обронила. Так и замерла. Искать; искала-искала, искала-искала -- нет! Сгинул да пропал! И куда ему сгинуть? Наверно, думаю, в постели обронила; всё перерыла -- нет! Коли сорвался да упал куда-нибудь, так, может, кто и нашел его, а кому найти, кроме него али Матрены? Ну, на Матрену и думать нельзя: она мне всей душой предана... (Матрена, да ты скоро ли самовар-то?) Ну, думаю, если он найдет, что тогда будет? Сижу себе, грущу, да и плачу-плачу, слез удержать не могу. А Николай Сергеич всё ласковей да ласковей со мной; на меня глядя, грустит, как будто и он знает, о чем я плачу, и жалеет меня. Вот и думаю про себя: почему он может знать? Не сыскал ли он и в самом деле медальон, да и выбросил в форточку. Ведь в сердцах он на это способен; выбросил, а сам теперь и грустит -- жалеет, что выбросил. Уж я и под окошко, под форточкой, искать ходила с Матреной -- ничего не нашла. Как в воду кануло. Всю ночь проплакала. Первый раз я ее на ночь не перекрестила. Ох, к худу это, к худу, Иван Петрович, не предвещает добра; другой день, глаз не осушая, плачу. Вас-то ждала, голубчика, как ангела божия, хоть душу отвести... И старушка горько заплакала.
-- Ах, да, и забыла вам сообщить! -- заговорила она вдруг, обрадовавшись, что вспомнила, -- слышали вы от него что-нибудь про сиротку?
-- Слышал, Анна Андреевна, говорил он мне, что будто вы оба надумались и согласились взять бедную девочку, сиротку, на воспитание. Правда ли это?
-- И не думала, батюшка, и не думала! И никакой сиротки не хочу! Напоминать она мне будет горькую долю нашу, наше несчастье. Кроме Наташи, никого не хочу. Одна была дочь, одна и останется. А только что ж это значит, батюшка, что он сиротку-то выдумал? Как ты думаешь, Иван Петрович? Мне в утешение, что ль, на мои слезы глядя, аль чтоб родную дочь даже совсем из воспоминания изгнать да к другому детищу привязаться? Что он обо мне дорогой говорил с вами? Каков он вам показался -- суровый, сердитый? Тс! Идет! После, батюшка, доскажете, после!.. Завтра-то прийти не забудь...
Вошел старик. Он с любопытством и как будто чего-то стыдясь оглядел нас, нахмурился и подошел к столу.
-- Что ж самовар, -- спросил он, -- неужели до сих пор не могли подать?
-- Несут, батюшка, несут; ну, вот и принесли, -- захлопотала Анна Андреевна.
Матрена тотчас же, как увидала Николая Сергеича, и явилась с самоваром, точно ждала его выхода, чтоб подать. Это была старая, испытанная и преданная служанка, но самая своенравная ворчунья из всех служанок в мире, с настойчивым и упрямым характером. Николая Сергеича она боялась и при нем всегда прикусывала язык. Зато вполне вознаграждала себя перед Анной Андреевной, грубила ей на каждом шагу и показывала явную претензию господствовать над своей госпожой, хотя в то же время душевно и искренно любила ее и Наташу. Эту Матрену я знал еще в Ихменевке.
-- Гм... ведь неприятно, когда промокнешь; а тут тебе и чаю не хотят приготовить, -- ворчал вполголоса старик.
Анна Андреевна тотчас же подмигнула мне на него. Он терпеть не мог этих таинственных подмигиваний и хоть в эту минуту и старался не смотреть на нас, но по лицу его можно было заметить, что Анна Андреевна именно теперь мне на него подмигнула и что он вполне это знает.
-- По делам ходил, Ваня, -- заговорил он вдруг. -- Дрянь такая завелась. Говорил я тебе? Меня совсем осуждают. Доказательств, вишь, нет; бумаг нужных нет; справки неверны выходят... Гм...
Он говорил про свой процесс с князем; этот процесс всё еще тянулся, но принимал самое худое направление для Николая Сергеича. Я молчал, не зная, что ему отвечать. Он подозрительно взглянул на меня.
-- А что ж! -- подхватил он вдруг, как будто раздраженный нашим молчанием, -- чем скорей, тем лучше. Подлецом меня не сделают, хоть и решат, что я должен заплатить. Со мной моя совесть, и пусть решают. По крайней мере дело кончено; развяжут, разорят... Брошу всё и уеду в Сибирь.
-- Господи, куда ехать! Да зачем бы это в такую даль! -- не утерпела не сказать Анна Андреевна.
-- А здесь от чего близко? -- грубо спросил он, как , бы обрадовавшись возражению.
-- Ну, все-таки... от людей... -- проговорила было Анна Андреевна и с тоскою взглянула на меня.
-- От каких людей? -- вскричал он, переводя горячий взгляд от меня на нее и обратно, -- от каких людей? От грабителей, от клеветников, от предателей? Таких везде много; не беспокойся, и в Сибири найдем. А не хочешь со мной ехать, так, пожалуй, и оставайся; я не насилую.
-- Батюшка, Николай Сергеич! Да на кого ж я без тебя останусь! -- закричала бедная Анна Андреевна. -- Ведь у меня, кроме тебя, в целом свете нет ник...
Она заикнулась, замолчала и обратила ко мне испуганный взгляд, как бы прося заступления и помощи. Старик был раздражен, ко всему придирался; противоречить ему было нельзя.
-- Полноте, Анна Андреевна, -- сказал я, -- в Сибири совсем не так дурно, как кажется. Если случится несчастье и вам надо будет продать Ихменевку, то намерение Николая Сергеевича даже и очень хорошо. В Сибири можно найти порядочное частное место, и тогда...
-- Ну, вот по крайней мере, хоть ты, Иван, дело говоришь. Я так и думал. Брошу всё и уеду.
-- Ну, вот уж и не ожидала! -- вскрикнула Анна Андреевна, всплеснув руками, -- и ты, Ваня, туда же! Уж от тебя-то, Иван Петрович, не ожидала... Кажется, кроме ласки, вы от нас ничего не видали, а теперь...
-- Ха-ха-ха! А ты чего ожидала! Да чем же мы жить-то здесь будем, подумай! Деньги прожиты, последнюю копейку добиваем! Уж не прикажешь ли к князю Петру Александровичу пойти да прощения просить?
Услышав про князя, старушка так и задрожала от страха. Чайная ложечка в ее руке звонко задребезжала о блюдечко.
-- Нет, в самом деле, -- подхватил Ихменев, разгорячая сам себя с злобною, упорною радостию, -- как ты думаешь, Ваня, ведь, право, пойти! На что в Сибирь ехать! А лучше я вот завтра разоденусь, причешусь да приглажусь; Анна Андреевна манишку новую приготовит (к такому лицу уж нельзя иначе!), перчатки для полного бонтону купить да и пойти к его сиятельству: батюшка, ваше сиятельство, кормилец, отец родной! Прости и помилуй, дай кусок хлеба, -- жена, дети маленькие!.. Так ли, Анна Андреевна? Этого ли хочешь?
-- Батюшка... я ничего не хочу! Так, сдуру сказала; прости, коли в чем досадила, да только не кричи, -- проговорила она, всё больше и больше дрожа от страха.
Я уверен, что в душе его всё ныло и перевертывалось в эту минуту, глядя на слезы и страх своей бедной подруги; я уверен, что ему было гораздо больнее, чем ей; но он не мог удержаться. Так бывает иногда с добрейшими, но слабонервными людьми, которые, несмотря на всю свою доброту, увлекаются до самонаслаждения собственным горем и гневом, ища высказаться во что бы то ни стало, даже до обиды другому, невиноватому и преимущественно всегда самому ближнему к себе человеку. У женщины, например, бывает иногда потребность чувствовать себя несчастною, обиженною, хотя бы не было ни обид, ни несчастий. Есть много мужчин, похожих в этом случае на женщин, и даже мужчин не слабых, в которых вовсе не так много женственного. Старик чувствовал потребность ссоры, хотя сам страдал от этой потребности.
Помню, у меня тут же мелькнула мысль: уж и в самом деле не сделал ли он перед этим какой-нибудь выходки, вроде предположений Анны Андреевны! Чего доброго, не надоумил ли его господь и не ходил ли он в самом деле к Наташе, да одумался дорогой, или что-нибудь не удалось, сорвалось в его намерении, -- как и должно было случиться, -- и вот он воротился домой, рассерженный и уничтоженный, стыдясь своих недавних желаний и чувств, ища, на ком сорвать сердце за свою же слабость, и выбирая именно тех, кого наиболее подозревал в таких же желаниях и чувствах. Может быть, желая простить дочь, он именно воображал себе восторг и радость своей бедной Анны Андреевны, и, при неудаче, разумеется, ей же первой и доставалось за это.
Но убитый вид ее, дрожавшей перед ним от страха, тронул его. Он как будто устыдился своего гнева и на минуту сдержал себя. Мы все молчали; я старался не глядеть на него. Но добрая минута тянулась недолго. Во что бы ни стало надо было высказаться, хотя бы взрывом, хотя бы проклятием.
-- Видишь, Ваня, -- сказал он вдруг, -- мне жаль, мне не хотелось бы говорить, но пришло такое время, и я должен объясниться откровенно, без закорючек, как следует всякому прямому человеку... понимаешь, Ваня? Я рад, что ты пришел, и потому хочу громко сказать при тебе же, гак, чтоб и другие слышали, что весь этот вздор, все эти слезы, вздохи, несчастья мне наконец надоели. То, что я вырвал из сердца моего, может быть с кровью и болью, никогда опять не воротится в мое сердце. Да! Я сказал и сделаю. Я говорю про то, что было полгода назад, понимаешь, Ваня! И говорю про это так откровенно, так прямо именно для того, чтоб ты никак не мог ошибиться в словах моих, -- прибавил он, воспаленными глазами смотря на меня и, видимо, избегая испуганных взглядов жены. -- Повторяю: это вздор; я не желаю!.. Меня именно бесит, что меня, как дурака, как самого низкого подлеца, все считают способным иметь такие низкие, такие слабые чувства... думают, что я с ума схожу от горя... Вздор! Я отбросил, я забыл старые чувства! Для меня нет воспоминаний... да! да! да! и да!..
Он вскочил со стула и ударил кулаком по столу так, что чашки зазвенели.
-- Николай Сергеич! Неужели вам не жаль Анну Андреевну? Посмотрите, что вы над ней делаете, -- сказал я, не в силах удержаться и почти с негодованием смотря на него. Но я только к огню подлил масла.
-- Не жаль! -- закричал он, задрожав и побледнев, -- не жаль, потому что и меня не жалеют! Не жаль, потому что в моем же доме составляются заговоры против поруганной моей головы, за развратную дочь, достойную проклятия и всех наказаний!..
-- Батюшка, Николай Сергеич, не проклинай!.. всё, что хочешь, только дочь не проклинай! -- вскричала Анна Андреевна.
-- Прокляну! -- кричал старик вдвое громче, чем прежде, -- потому что от меня же, обиженного, поруганного, требуют, чтоб я шел к этой проклятой и у ней же просил прощения! Да, да, это так! Этим мучат меня каждодневно, денно и нощно, у меня же в доме, слезами, вздохами, глупыми намеками! Хотят меня разжалобить... Смотри, смотри, Ваня, -- прибавил он, поспешно вынимая дрожащими руками из бокового своего кармана бумаги, -- вот тут выписки из нашего дела! По этому делу выходит теперь, что я вор, что я обманщик, что я обокрал моего благодетеля!.. Я ошельмован, опозорен из-за нее! Вот, вот, смотри, смотри!..
И он начал выбрасывать из бокового кармана своего сюртука разные бумаги, одну за другою, на стол, нетерпеливо отыскивая между ними ту, которую хотел мне показать; но нужная бумага, как нарочно, не отыскивалась. В нетерпении он рванул из кармана всё, что захватил в нем рукой, и вдруг -- что-то звонко и тяжело упало на стол... Анна Андреевна вскрикнула. Это был потерянный медальон.
Я едва верил глазам своим. Кровь бросилась в голову старика и залила его щеки; он вздрогнул. Анна Андреевна стояла, сложив руки, и с мольбою смотрела на него.
Лицо ее просияло светлою, радостною надеждою. Эта краска в лице, это смущение старика перед нами... да, она не ошиблась, она понимала теперь, как пропал ее медальон!
Она поняла, что он нашел его, обрадовался своей находке и, может быть, дрожа от восторга, ревниво спрятал его у себя от всех глаз; что где-нибудь один, тихонько от всех, он с беспредельною любовью смотрел на личико своего возлюбленного дитяти, -- смотрел и не мог насмотреться, что, может быть, он так же, как и бедная мать, запирался один от всех разговаривать с своей бесценной Наташей, выдумывать ее ответы, отвечать на них самому, а ночью, в мучительной тоске, с подавленными в груди рыданиями, ласкал и целовал милый образ и вместо проклятий призывал прощение и благословение на ту, которую не хотел видеть и проклинал перед всеми.
-- Голубчик мой, так ты ее еще любишь! -- вскричала Анна Андреевна, не удерживаясь более перед суровым отцом, за минуту проклинавшим ее Наташу.
Но лишь только он услышал ее крик, безумная ярость сверкнула в глазах его. Он схватил медальон, с силою бросил его на пол и с бешенством начал топтать ногою.
-- Навеки, навеки будь проклята мною! -- хрипел он, задыхаясь. -- Навеки, навеки!
-- Господи! -- закричала старушка, -- ее, ее! Мою Наташу! ее личико... топчет ногами! ногами!.. тиран! бесчувственный, жестокосердый гордец!
Услышав вопль жены, безумный старик остановился в ужасе от того, что сделалось. Вдруг он схватил с полу медальон и бросился вон из комнаты, но, сделав два шага, упал на колена, уперся руками на стоявший перед ним диван и в изнеможении склонил свою голову.
Он рыдал как дитя, как женщина. Рыдания теснили грудь его, как будто хотели ее разорвать. Грозный старик в одну минуту стал слабее ребенка. О, теперь уж он не мог проклинать; он уже не стыдился никого из нас и, в судорожном порыве любви, опять покрывал, при нас, бесчисленными поцелуями портрет, который за минуту назад топтал ногами. Казалось, вся нежность, вся любовь его к дочери, так долго в нем сдержанная, стремилась теперь вырваться наружу с неудержимою силою и силою порыва разбивала всё существо его.
-- Прости, прости ее! -- восклицала, рыдая, Анна Андреевна, склонившись над ним и обнимая его. -- Вороти ее в родительский дом, голубчик, и сам бог на страшном суде своем зачтет тебе твое смирение и милосердие!..
-- Нет, нет! Ни за что, никогда! -- восклицал он хриплым, задушаемым голосом. -- Никогда! Никогда!
Я пришел к Наташе уже поздно, в десять часов. Она жила тогда на Фонтанке, у Семеновского моста, в грязном "капитальном" доме купца Колотушкина, в четвертом этаже. В первое время после ухода из дому она и Алеша жили в прекрасной квартире, небольшой, но красивой и удобной, в третьем этаже, на Литейной. Но скоро ресурсы молодого князя истощились. Учителем музыки он не сделался, но начал занимать и вошел в огромные для него долги. Деньги он употреблял на украшение квартиры, на подарки Наташе, которая восставала против его мотовства, журила его, иногда даже плакала. Чувствительный и проницательный сердцем, Алеша, иногда целую неделю обдумывавший с наслаждением, как бы ей что подарить и как-то она примет подарок, делавший из этого для себя настоящие праздники, с восторгом сообщавший мне заранее свои ожидания и мечты, впадал в уныние от ее журьбы и слез, так что его становилось жалко, а впоследствии между ними бывали из-за подарков упреки, огорчения и ссоры. Кроме того, Алеша много проживал денег тихонько от Наташи; увлекался за товарищами, изменял ей; ездил к разным Жозефинам и Миннам; а между тем он все-таки очень любил ее. Он любил ее как-то с мучением; часто он приходил ко мне расстроенный и грустный, говоря, что не стоит мизинчика своей Наташи; что он груб и зол, не в состоянии понимать ее и недостоин ее любви. Он был отчасти прав; между ними было совершенное неравенство; он чувствовал себя перед нею ребенком, да и она всегда считала его за ребенка. Со слезами каялся он мне в знакомстве с Жозефиной, в то же время умоляя не говорить об этом Наташе; и когда, робкий и трепещущий, он отправлялся, бывало, после всех этих откровенностей, со мною к ней (непременно со мною, уверяя, что боится взглянуть на нее после своего преступления и что я один могу поддержать его), то Наташа с первого же взгляда на него уже знала, в чем дело. Она была очень ревнива и, не понимаю каким образом, всегда прощала ему все его ветрености.
Обыкновенно так случалось: Алеша войдет со мною, робко заговорит с ней, с робкою нежностию смотрит ей в глаза. Она тотчас же угадает, что он виноват, но не покажет и вида, никогда не заговорит об этом первая, ничего не выпытывает, напротив, тотчас же удвоит к нему свои ласки, станет нежнее, веселее, -- и это не была какая-нибудь игра или обдуманная хитрость с ее стороны. Нет; для этого прекрасного создания было какое-то бесконечное наслаждение прощать и миловать; как будто в самом процессе прощения Алеши она находила какую-то особенную, утонченную прелесть. Правда, тогда еще дело касалось одних Жозефин. Видя ее кроткую и прощающую, Алеша уже не мог утерпеть и тотчас же сам во всем каялся, без всякого спроса, -- чтоб облегчить сердце и "быть по-прежнему", говорил он. Получив прощение, он приходил в восторг, иногда даже плакал от радости и умиления, целовал, обнимал ее. Потом тотчас же развеселялся и начинал с ребяческою откровенностью рассказывать все подробности своих похождений с Жозефиной, смеялся, хохотал, благословлял и восхвалял Наташу, и вечер кончался счастливо и весело. Когда прекратились у него все деньги, он начал продавать вещи. По настоянию Наташи отыскана была маленькая, но дешевая квартира на Фонтанке. Вещи продолжали продаваться, Наташа продала даже спои платья и стала искать работы; когда Алеша узнал об этом, отчаянию его не было пределов: он проклинал себя, кричал, что сам себя презирает, а между тем ничем не поправил дела. В настоящее время прекратились даже и эти последние ресурсы; оставалась только одна работа, но плата за нее была самая ничтожная.
С самого начала, когда они еще жили вместе, Алеша сильно поссорился за это с отцом. Тогдашние намерения князя женить сына на Катерине Федоровне Филимоновой, падчерице графини, были еще только в проекте, но он сильно настаивал на этом проекте; он возил Алешу к будущей невесте, уговаривал его стараться ей понравиться, убеждал его и строгостями и резонами; но дело расстроилось из-за графини. Тогда и отец стал смотреть на связь сына с Наташей сквозь пальцы, предоставляя всё времени, и надеялся, зная ветреность и легкомыслие Алеши, что любовь его скоро пройдет. О том же, что он может жениться на Наташе, князь, до самого последнего времени, почти перестал заботиться. Что же касается до любовников, то у них дело отлагалось до формального примирения с отцом и вообще до перемены обстоятельств. Впрочем, Наташа, видимо, не хотела заводить об этом разговоров. Алеша проговорился мне тайком, что отец как будто немножко и рад был всей этой истории: ему нравилось во всем этом деле унижение Ихменева. Для формы же он продолжал изъявлять свое неудовольствие сыну: уменьшил и без того небогатое содержание его (он был чрезвычайно с ним скуп), грозил отнять всё; но вскоре уехал в Польшу, за графиней, у которой были там дела, всё еще без устали преследуя свой проект сватовства. Правда, Алеша был еще слишком молод для женитьбы; но невеста была слишком богата, и упустить такой случай было невозможно. Князь добился наконец цели. До нас дошли слухи, что дело о сватовстве пошло наконец на лад. В то время, которое я описываю, князь только что воротился в Петербург. Сына он встретил ласково, но упорность его связи с Наташей неприятно изумила его. Он стал сомневаться, трусить. Строго и настоятельно потребовал он разрыва; но скоро догадался употребить гораздо лучшее средство и повез Алешу к графине. Ее падчерица была почти красавица, почти еще девочка, но с редким сердцем, с ясной, непорочной душой, весела, умна, нежна. Князь рассчитал, что все-таки полгода должны были взять свое, что Наташа уже не имела для его сына прелести новизны и что теперь он уже не такими глазами будет смотреть на будущую свою невесту, как полгода назад. Он угадал только отчасти... Алеша действительно увлекся. Прибавлю еще, что отец вдруг стал необыкновенно ласков к сыну (хотя все-таки не давал ему денег). Алеша чувствовал, что под этой лаской скрывается непреклонное, неизменное решение, и тосковал, -- не так, впрочем, как бы он тосковал, если б не видал ежедневно Катерины Федоровны. Я знал, что он уже пятый день не показывался к Наташе. Идя к ней от Ихменевых, я тревожно угадывал, что бы такое она хотела сказать мне? Еще издали я различил свет в ее окне. Между нами уже давно было условлено, чтоб она ставила свечку на окно, если ей очень и непременно надо меня видеть, так что если мне случалось проходить близко (а это случалось почти каждый вечер), то я все-таки, по необыкновенному свету в окне, мог догадаться, что меня ждут и что я ей нужен. В последнее время она часто выставляла свечу...
Я застал Наташу одну. Она тихо ходила взад и вперед по комнате, сложа руки на груди, в глубокой задумчивости. Потухавший самовар стоял на столе и уже давно ожидал меня. Молча и с улыбкою протянула она мне руку. Лицо ее было бледно, с болезненным выражением. В улыбке ее было что-то страдальческое, нежное, терпеливое. Голубые ясные глаза ее стали как будто больше, чем прежде, волосы как будто гуще, -- всё это так казалось от худобы и болезни.
-- А я думала, ты уж не придешь, -- сказала она, подавая мне руку, -- хотела даже Мавру послать к тебе узнать; думала, не заболел ли опять?
-- Нет, не заболел, меня задержали, сейчас расскажу. Ну что с тобой, Наташа? Что случилось?
-- Ничего не случилось, -- отвечала она, как бы удивленная. -- А что?
-- Да ты писала... вчера написала, чтоб пришел, да еще назначила час, чтоб не раньше, не позже; это как-то не по-обыкновенному.
-- Ах, да! Это я его вчера ждала.
-- Что ж он, всё еще не был?
-- Нет. Я и думала: если не придет, так с тобой надо будет переговорить, -- прибавила она, помолчав.
-- А сегодня вечером ожидала его?
-- Нет, не ждала; он вечером там.
-- Что же ты думаешь, Наташа, он уж совсем никогда не придет?
-- Разумеется, придет, -- отвечала она, как-то особенно серьезно взглянув на меня.
Ей не нравилась скорость моих вопросов. Мы замолчали, продолжая ходить по комнате.
-- Я всё тебя ждала, Ваня, -- начала она вновь с улыбкой, -- и знаешь, что делала? Ходила здесь взад и вперед и стихи наизусть читала; помнишь, -- колокольчик, зимняя дорога: "Самовар мой кипит на дубовом столе...", мы еще вместе читали:
Улеглася метелица; путь озарен,
Ночь глядит миллионами тусклых очей...
..............................................
И потом:
То вдруг слышится мне -- страстный голос поет,
С колокольчиком дружно звеня:
"Ах, когда-то, когда-то мой милый придет,
Отдохнуть на груди у меня!
У меня ли не жизнь! Чуть заря на стекле
Начинает лучами с морозом играть,
Самовар мой кипит на дубовом столе,
И трещит моя печь, озаряя в угле
За цветной занавеской кровать..."
-- Как это хорошо! Какие это мучительные стихи, Ваня, и какая фантастическая, раздающаяся картина. Канва одна, и только намечен узор, -- вышивай что хочешь. Два ощущения: прежнее и последнее. Этот самовар, этот ситцевый занавес, -- так это всё родное... Это как в мещанских домиках в уездном нашем городке; я и дом этот как будто вижу: новый, из бревен, еще досками не обшитый... А потом другая картина:
То вдруг слышится мне -- тот же голос поет,
С колокольчиком грустно звеня:
"Где-то старый мой друг? Я боюсь, он войдет
И, ласкаясь, обнимет меня!
Что за жизнь у меня! -- И тесна, и темна,
И скучна моя горница; дует в окно...
За окошком растет только вишня одна,
Да и та за промерзлым стеклом не видна
И, быть может, погибла давно.
Что за жизнь! Полинял пестрый полога цвет;
Я больная брожу и не еду к родным,
Побранить меня некому -- милого нет...
Лишь старуха ворчит..."
-- "Я больная брожу"... эта "больная", как тут хорошо поставлено! "Побранить меня некому", -- сколько нежности, неги в этом стихе и мучений от воспоминаний, да еще мучений, которые сам вызвал, да и любуешься ими... Господи, как это хорошо! Как это бывает!
Она замолчала, как будто подавляя начинавшуюся горловую спазму.
-- Голубчик мой, Ваня! -- сказала она мне через минуту и вдруг опять замолчала, как будто сама забыла, что хотела сказать, или сказала так, без мысли, от какого-то внезапного ощущения.
Между тем мы всё прохаживались по комнате. Перед образом горела лампадка. В последнее время Наташа становилась всё набожнее и набожнее и не любила, когда об этом с ней заговаривали.
-- Что, завтра праздник? -- спросил я, -- у тебя лампадка горит.
-- Нет, не праздник... да что ж, Ваня, садись, должно быть устал. Хочешь чаю? Ведь ты еще не пил?
-- Сядем, Наташа. Чай я пил.
-- Да ты откуда теперь?
-- От них. -- Мы с ней всегда так называли родной дом.
-- От них? Как ты успел? Сам зашел? Звали?..
Она засыпала меня вопросами. Лицо ее сделалось еще бледнее от волнения. Я рассказал ей подробно мою встречу с стариком, разговор с матерью, сцену с медальоном, -- рассказал подробно и со всеми оттенками. Я никогда ничего не скрывал от нее. Она слушала жадно, ловя каждое мое слово. Слезы блеснули на ее глазах. Сцена с медальоном сильно ее взволновала.
-- Постой, постой, Ваня, -- говорила она, часто прерывая мой рассказ, -- говори подробнее, всё, всё, как можно подробнее, ты не так подробно рассказываешь!..
Я повторил второй и третий раз, поминутно отвечая на ее беспрерывные вопросы о подробностях.
-- И ты в самом деле думаешь, что он ходил ко мне?
-- Не знаю, Наташа, и мнения даже составить не могу. Что грустит о тебе и любит тебя, это ясно; но что он ходил к тебе, это... это...
-- И он целовал медальон? -- перебила она, -- что он говорил, когда целовал?
-- Бессвязно, одни восклицания; называл тебя самыми нежными именами, звал тебя...
-- Звал?
-- Да.
Она тихо заплакала.
-- Бедные! -- сказала она. -- А если он всё знает, -- прибавила она после некоторого молчания, -- так это не мудрено. Он и об отце Алеши имеет большие известия.
-- Наташа, -- сказал я робко, -- пойдем к ним...
-- Когда?-- спросила она, побледнев и чуть-чуть привстав с кресел. Она думала, что я зову ее сейчас.
-- Нет, Ваня, -- прибавила она, положив мне обе руки на плечи и грустно улыбаясь, -- нет, голубчик; это всегдашний твой разговор, но... не говори лучше об этом.
-- Так неужели ж никогда, никогда не кончится этот ужасный раздор! -- вскричал я грустно. -- Неужели ж ты до того горда, что не хочешь сделать первый шаг! Он за тобою; ты должна его первая сделать. Может быть, отец только того и ждет, чтоб простить тебя... Он отец; он обижен тобою! Уважь его гордость; она законна, она естественна! Ты должна это сделать. Попробуй, и он простит тебя без всяких условий.
-- Без условий! Это невозможно; и не упрекай меня, Ваня, напрасно. Я об этом дни и ночи думала и думаю. После того как я их покинула, может быть, не было дня, чтоб я об этом не думала. Да и сколько раз мы с тобой же об этом говорили! Ведь ты знаешь сам, что это невозможно!
-- Попробуй!
-- Нет, друг мой, нельзя. Если и попробую, то еще больше ожесточу его против себя. Безвозвратного не воротишь, и знаешь, чего именно тут воротить нельзя? Не воротишь этих детских, счастливых дней, которые я прожила вместе с ними. Если б отец и простил, то все-таки он бы не узнал меня теперь. Он любил еще девочку, большого ребенка. Он любовался моим детским простодушием; лаская, он еще гладил меня по голове, так же как когда я была еще семилетней девочкой и, сидя у него на коленях, пела ему мои детские песенки. С первого детства моего до самого последнего дня он приходил к моей кровати и крестил меня на ночь. За месяц до нашего несчастья он купил мне серьги, тихонько от меня (а я всё узнала), и радовался как ребенок, воображая, как я буду рада подарку, и ужасно рассердился на всех и на меня первую, когда узнал от меня же, что мне давно уже известно о покупке серег. За три дня до моего ухода он приметил, что я грустна, тотчас же и сам загрустил до болезни, и -- как ты думаешь? -- чтоб развеселить меня, он придумал взять билет в театр!.. Ей-богу, он хотел этим излечить меня! Повторяю тебе, он знал и любил девочку и не хотел и думать о том, что я когда-нибудь тоже стану женщиной... Ему это и в голову не приходило. Теперь же, если б я воротилась домой, он бы меня и не узнал. Если он и простит, то кого же встретит теперь? Я уж не та, уж не ребенок, я много прожила. Если я и угожу ему, он все-таки будет вздыхать о прошедшем счастье, тосковать, что я совсем не та, как прежде, когда еще он любил меня ребенком; а старое всегда лучше кажется! С мучениями вспоминается! О, как хорошо прошедшее, Ваня! -- вскричала она, сама увлекаясь и прерывая себя этим восклицанием, с болью вырвавшимся из ее сердца.
-- Это всё правда, -- сказал я, -- что ты говоришь, Наташа. Значит, ему надо теперь узнать и полюбить тебя вновь. А главное: узнать. Что ж? Он и полюбит тебя. Неужели ж ты думаешь, что он не в состоянии узнать и понять тебя, он, он, такое сердце!
-- Ох, Ваня, не будь несправедлив! И что особенного во мне понимать? Я не про то говорила. Видишь, что еще: отеческая любовь тоже ревнива. Ему обидно, что без него всё это началось и разрешилось с Алешей, а он не знал, проглядел. Он знает, что и не предчувствовал этого, и несчастные последствия нашей любви, мой побег, приписывает именно моей "неблагодарной" скрытности. Я не пришла к нему с самого начала, я не каялась потом перед ним в каждом движении моего сердца, с самого начала моей любви; напротив, я затаила всё в себе, я пряталась от него, и, уверяю тебя, Ваня, втайне ему это обиднее, оскорбительнее, чем самые последствия любви, -- то, что я ушла от них и вся отдалась моему любовнику. Положим, он встретил бы меня теперь как отец, горячо и ласково, но семя вражды останется. На второй, на третий день начнутся огорчения, недоумения, попреки. К тому же он не простит без условий. Я, положим, скажу, и скажу правду, из глубины сердца, что понимаю, как его оскорбила, до какой степени перед ним виновата. И хоть мне и больно будет, если он не захочет понять, чего мне самой стоило всё это счастье с Алешей, какие я сама страдания перенесла, то я подавлю свою боль, всё перенесу, -- но ему и этого будет мало. Он потребует от меня невозможного вознаграждения: он потребует, чтоб я прокляла мое прошедшее, прокляла Алешу и раскаялась в моей любви к нему. Он захочет невозможного-- воротить прошедшее и вычеркнуть из нашей жизни последние полгода. Но я не прокляну никого, я не могу раскаяться... Уж так оно пришлось, так случилось... Нет, Ваня, теперь нельзя. Время еще не пришло.
-- Когда же придет время?
-- Не знаю... Надо как-нибудь выстрадать вновь наше будущее счастье; купить его какими-нибудь новыми муками. Страданием всё очищается... Ох, Ваня, сколько в жизни боли!
Я замолчал и задумчиво смотрел на нее.
-- Что ты так смотришь на меня, Алеша, то бишь -- Ваня? -- проговорила она, ошибаясь и улыбнувшись своей ошибке.
-- Я смотрю теперь на твою улыбку, Наташа. Где ты взяла ее? У тебя прежде не было такой.
-- А что же в моей улыбке?
-- Прежнее детское простодушие, правда, в ней еще есть... Но когда ты улыбаешься, точно в то же время у тебя как-нибудь сильно заболит на сердце. Вот ты похудела, Наташа, а волосы твои стали как будто гуще... Что это у тебя за платье? Это еще у них было сделано?
-- Как ты меня любишь, Ваня! -- отвечала она, ласково взглянув на меня. -- Ну, а ты, что ты теперь делаешь? Как твои-то дела?
-- Не изменились; всё роман пишу; да тяжело, не дается. Вдохновение выдохлось. Сплеча-то и можно бы написать, пожалуй, и занимательно бы вышло; да хорошую идею жаль портить. Эта из любимых. А к сроку непременно надо в журнал. Я даже думаю бросить роман и придумать повесть поскорее, так, что-нибудь легонькое и грациозное и отнюдь без мрачного направления... Это уж отнюдь... Все должны веселиться и радоваться!..
-- Бедный ты труженик! А что Смит?
-- Да Смит умер.
-- Не приходил к тебе? Я серьезно говорю тебе, Ваня: ты болен, у тебя нервы расстроены, такие всё мечты. Когда ты мне рассказывал про наем этой квартиры, я всё это в тебе заметила. Что, квартира сыра, нехороша?
-- Да! У меня еще случилась история, сегодня вечером... Впрочем, я потом расскажу.
Она меня уже не слушала и сидела в глубокой задумчивости.
-- Не понимаю, как я могла уйти тогда от них; я в горячке была, -- проговорила она наконец, смотря на меня таким взглядом, которым не ждала ответа.
Заговори я с ней в эту минуту, она бы и не слыхала меня.
-- Ваня, -- сказала она чуть слышным голосом, -- я просила тебя за делом.
-- Что такое?
-- Я расстаюсь с ним.
-- Рассталась или расстаешься?
-- Надо кончить с этой жизнью. Я и звала тебя, чтоб выразить всё, всё, что накопилось теперь и что я скрывала от тебя до сих пор. -- Она всегда так начинала со мной, поверяя мне свои тайные намерения, и всегда почти выходило, что все эти тайны я знал от нее же.
-- Ах, Наташа, я тысячу раз это от тебя слышал! Конечно, вам жить вместе нельзя; ваша связь какая-то странная; между вами нет ничего общего. Но... достанет ли сил у тебя?
-- Прежде были только намерения, Ваня; теперь же я решилась совсем. Я люблю его бесконечно, а между тем выходит, что я ему первый враг; я гублю его будущность. Надо освободить его. Жениться он на мне не может; он не в силах пойти против отца. Я тоже не хочу его связывать. И потому я даже рада, что он влюбился в невесту, которую ему сватают. Ему легче будет расстаться со мной. Я это должна! Это долг... Если я люблю его, то должна всем для него пожертвовать, должна доказать ему любовь мою, это долг! Не правда ли?
-- Но ведь ты не уговоришь его.
-- Я и не буду уговаривать. Я буду с ним по-прежнему, войди он хоть сейчас. Но я должна приискать средство, чтоб ему было легко оставить меня без угрызений совести. Вот что меня мучит, Ваня; помоги. Не присоветуешь ли чего-нибудь?
-- Такое средство одно, -- сказал я, -- разлюбить его совсем и полюбить другого. Но вряд ли это будет средством. Ведь ты знаешь его характер? Вот он к тебе пять дней не ездит. Предположи, что он совсем оставил тебя; тебе стоит только написать ему, что ты сама его оставляешь, а он тотчас же прибежит к тебе.
-- За что ты его не любишь, Ваня?
-- Я!
-- Да, ты, ты! Ты ему враг, тайный и явный! Ты не можешь говорить о нем без мщения. Я тысячу раз замечала, что тебе первое удовольствие унижать и чернить его! Именно чернить, я правду говорю!
-- И тысячу раз уже говорила мне это. Довольно, Наташа; оставим этот разговор,
-- Я бы хотела переехать на другую квартиру, -- заговорила она опять после некоторого молчания. -- Да ты не сердись, Ваня...
-- Что ж, он придет и на другую квартиру, а я, ей-богу, не сержусь.
-- Любовь сильна; новая любовь может удержать его. Если и воротится ко мне, так только разве на минуту, как ты думаешь?
-- Не знаю, Наташа, в нем всё в высшей степени ни с чем не сообразно, он хочет и на той жениться и тебя любить. Он как-то может всё это вместе делать.
-- Если б я знала наверно, что он любит ее, я бы решилась... Ваня! Не таи от меня ничего! Знаешь ты что-нибудь, чего мне не хочешь сказать, или нет?
Она смотрела на меня беспокойным, выпытывающим взглядом.
-- Ничего не знаю, друг мой, даю тебе честное слово; с тобой я был всегда откровенен. Впрочем, я вот что еще думаю: может быть, он вовсе не влюблен в падчерицу графини так сильно, как мы думаем. Так, увлечение...
-- Ты думаешь, Ваня? Боже, если б я это знала наверное! О, как бы я желала его видеть в эту минуту, только взглянуть на него.
Я бы по лицу его всё узнала! И нет его! Нет его!
-- Да разве ты ждешь его, Наташа?
-- Нет, он у ней; я знаю; я посылала узнавать. Как бы я желала взглянуть и на нее... Послушай, Ваня, я скажу вздор, но неужели же мне никак нельзя ее увидеть, нигде нельзя с нею встретиться? Как ты думаешь?
Она с беспокойством ожидала, что я скажу.
-- Увидать еще можно. Но ведь только увидать -- мало.
-- Довольно бы того хоть увидать, а там я бы и сама угадала. Послушай: я ведь так глупа стала; хожу-хожу здесь, всё одна, всё одна, -- всё думаю; мысли как какой-то вихрь, так тяжело! Я и выдумала, Ваня: нельзя ли тебе с ней познакомиться? Ведь графиня (тогда ты сам рассказывал) хвалила твой роман; ты ведь ходишь иногда на вечера к князю Р *** ; она там бывает. Сделай, чтоб тебя ей там представили. А то, пожалуй, и Алеша мог бы тебя с ней познакомить. Вот ты бы мне всё и рассказал про нее.
-- Наташа, друг мой, об этом после. А вот что: неужели ты серьезно думаешь, что у тебя достанет сил на разлуку? Посмотри теперь на себя: неужели ты покойна?
-- Дос-та-нет! -- отвечала она чуть слышно. -- Всё для него! Вся жизнь моя для него! Но знаешь, Ваня, не могу я перенести, что он теперь у нее, обо мне позабыл, сидит возле нее, рассказывает, смеется, помнишь, как здесь, бывало, сидел... Смотрит ей прямо в глаза; он всегда так смотрит; и в мысль ему не приходит теперь, что я вот здесь... с тобой.
Она не докончила и с отчаянием взглянула на меня.
-- Как же ты, Наташа, еще сейчас, только сейчас говорила...
-- Пусть мы вместе, все вместе расстанемся! -- перебила она с сверкающим взглядом. -- Я сама его благословлю на это. Но тяжело, Ваня, когда он сам, первый, забудет меня? Ах, Ваня, какая это мука! Я сама не понимаю себя: умом выходит так, а на деле не так! Что со мною будет!
-- Полно, полно, Наташа, успокойся!..
-- И вот уже пять дней, каждый час, каждую минуту... Во сне ли, сплю ли -- всё об нем, об нем! Знаешь, Ваня: пойдем туда, проводи меня!
-- Полно, Наташа.
-- Нет, пойдем! Я тебя только ждала, Ваня! Я уже три дня об этом думаю. Об этом-то деле я и писала к тебе... Ты меня должен проводить; ты не должен отказать мне в этом... Я тебя ждала... Три дня... Там сегодня вечер... он там... пойдем!
Она была как в бреду. В прихожей раздался шум; Мавра как будто спорила с кем-то.
-- Стой, Наташа, кто это? -- спросил я, -- слушай! Она прислушалась с недоверчивою улыбкою и вдруг страшно побледнела.
-- Боже мой! Кто там? -- проговорила она чуть слышным голосом.
Она хотела было удержать меня, но я вышел в прихожую к Мавре. Так и есть! Это был Алеша. Он об чем-то расспрашивал Мавру; та сначала не пускала его.
-- Откудова такой явился? -- говорила она, как власть имеющая. -- Что? Где рыскал? Ну уж иди, иди! А меня тебе не подмаслить! Ступай-ка; что-то ответишь?
-- Я никого не боюсь! Я войду! -- говорил Алеша, немного, впрочем, сконфузившись.
-- Ну ступай! Прыток ты больно!
-- И пойду! А! И вы здесь! -- сказал он, увидев меня, -- как это хорошо, что и вы здесь! Ну вот и я; видите; как же мне теперь...
-- Да просто войдите, -- отвечал я, -- чего вы боитесь?
-- Я ничего не боюсь, уверяю вас, потому что я, ей-богу, не виноват. Вы думаете, я виноват? Вот увидите, я сейчас оправдаюсь. Наташа, можно к тебе? -- вскрикнул он с какой-то выделанною смелостию, остановясь перед затворенною дверью.
Никто не отвечал.
-- Что ж это? -- спросил он с беспокойством.
-- Ничего, она сейчас там была, -- отвечал я, -- разве что-нибудь...
Алеша осторожно отворил дверь и робко окинул глазами комнату. Никого не было.
Вдруг он увидал ее в углу, между шкафом и окном. Она стояла там, как будто спрятавшись, ни жива ни мертва. Как вспомню об этом, до сих пор не могу не улыбнуться. Алеша тихо и осторожно подошел к ней.
-- Наташа, что ты? Здравствуй, Наташа, -- робко проговорил он, с каким-то испугом смотря на нее.
-- Ну что ж, ну... ничего!.. -- отвечала она в ужасном смущении, как будто она же и была виновата. -- Ты... хочешь чаю?
-- Наташа, послушай... -- говорил Алеша, совершенно потерявшись. -- Ты, может быть, уверена, что я виноват... Но я не виноват; я нисколько не виноват! Вот видишь ли, я тебе сейчас расскажу.
-- Да зачем же это? -- прошептала Наташа, -- нет, нет, не надо... лучше дай руку и... кончено... как всегда... -- И она вышла из угла; румянец стал показываться на щеках ее.
Она смотрела вниз, как будто боясь взглянуть на Алешу.
-- О боже мой! -- вскрикнул он в восторге, -- если б только был виноват, я бы не смел, кажется, и взглянуть на нее после этого!
Посмотрите, посмотрите! -- кричал он, обращаясь ко мне, -- вот: она считает меня виноватым; всё против меня, все видимости против меня! Я пять дней не езжу! Есть слухи, что я у невесты, -- и что ж? Она уж прощает меня! Она уж говорит: "Дай руку, и кончено!" Наташа, голубчик мой, ангел мой, ангел мой! Я не виноват, и ты знай это! Я не виноват ни настолечко! Напротив! Напротив!
-- Но... Но ведь ты теперь там... Тебя теперь туда звали... Как же ты здесь? Ко... который час?..
-- Половина одиннадцатого! Я и был там... Но я сказался больным и уехал и -- это первый, первый раз в эти пять дней, что я свободен, что я был в состоянии урваться от них, и приехал к тебе, Наташа. То есть я мог и прежде приехать, но я нарочно не ехал! А почему? ты сейчас узнаешь, объясню; я затем и приехал, чтоб объяснить; только, ей-богу, в этот раз я ни в чем перед тобой не виноват, ни в чем! Ни в чем!
Наташа подняла голову и взглянула на него... Но ответный взгляд его сиял такою правдивостью, лицо его было так радостно, так честно, так весело, что не было возможности ему не поверить. Я думал, они вскрикнут и бросятся друг другу в объятия, как это уже несколько раз прежде бывало при подобных же примирениях. Но Наташа, как будто подавленная счастьем, опустила на грудь голову и вдруг... тихо заплакала. Тут уж Алеша не мог выдержать. Он бросился к ногам ее. Он целовал ее руки, ноги; он был как в исступлении. Я придвинул ей кресла. Она села. Ноги ее подкашивались.